Jubal replicó:
—Yo ya he salido a esa maldita arena y no he muerto todavía.
—¿Quieres decir que tienes una inmunidad personal? —preguntó Baker.
—Puede ser. Erka me ha dado a entender que me protege.
—¿Por qué? —inquirió Helen, sorprendida.
—No hay por qué entrar ahora en detalles. Creo que también estáis a salvo las mujeres.
—Pues Laura ha muerto —puntualizó Baker.
—Sí, accidentalmente, y pueden seguir muriendo, por eso hay que tomar precauciones. Helen, ¿quieres acompañarme a la avioneta?
—¿Salir afuera? —preguntó, atragantándose, sin poder disimular su miedo.
—Sí. Iremos juntos.
—Yo prefiero quedarme aquí —dijo Baker—. Además, está Ida y, aunque loca momentáneamente, hay que protegerla.
—Como quieras. Aguarda aquí hasta que regresemos.
—Os esperaré.
—Jack, no quiero ocultártelo, tengo miedo.
—Es lógico después de lo ocurrido, pero haz un esfuerzo. Avanzaremos cogidos de la mano.
—Jack…
—¿Qué, Baker?
—Si no nos volvemos a ver vivos, ahí va mi mano.
Los dos hombres, blanco y de color, estrecharon sus respectivas manos, en un apretón fuerte, de amistad.
Helen recomendó a Baker:
—Si los ves, huye, corre. El palacete es grande, no dejes que te cojan como a Harold.
—Lucharé si hace falta y lo mismo debéis hacer vosotros.
Se miraron por última vez. Jubal y Helen, cogidos de la mano, abandonaron el salón para salir a la terraza.
El cadáver decapitado de Harold quedó a su vista. Helen no pudo reprimir un estremecimiento de horror.
—Jack, ¿estás seguro de lo que quieres hacer?
—En estos momentos no podemos estar seguros de nada.
Pisaron la arena, que crujió bajo sus pies, pasando cerca del cuerpo tendido.
Helen apretó con fuerza la mano masculina, buscando confianza, seguridad y firmeza en ella. La halló porque Jubal no era de los que temblaban.
Siguieron avanzando.
Helen, de vez en cuando, miraba hacia atrás. Temía que en cualquier instante apareciera el peligro, aquellos seres tétricos y asesinos o las manos que emergían de la arena para apresarles por los pies y decapitarlos con posterioridad.
Pasaron junto al cadáver de Dennis. Jubal le pidió:
—No mires.
Helen hizo un esfuerzo por mantener la mirada al frente y siguieron caminando por aquel desierto espectral, iluminado por la obsesiva luna, grande y redonda como jamás la habían visto.
Sin tropiezo alguno llegaron hasta la «Pipper». Allí, junto a la rueda de popa, estaba el cuerpo de Warner cubierto por una manta. Él había sido la primera víctima de aquel horror.
—Ya hemos conseguido llegar al aparato, Jack. Ahora, ¿qué?
—Penetremos en él.
Helen se dispuso a subir cuando tras ellos descubrieron lo que tanto habían temido.
—¡Jack, ya vienen!
Jubal se volvió y descubrió a tres figuras que caminaban sobre la arena en dirección al aparato.
—¡Jack, hay que escapar! ¡Cuando fueron a por Harold lo asesinaron!
—Entremos en la «Pipper».
—¡Arrancarán la puerta, tienen mucha fuerza!
—Ya lo veremos.
Subió a Helen al interior del bimotor y luego saltó él, apresurándose a cerrar la portezuela mientras los extraños revividos con los rostros de Warner, Dennis y Harold, que habían dejado de ser ellos mismos para convertirse en Hijos de Beyrevra, se acercaban inexorables.
—¡Jack, Jack, no podremos escapar! ¡Vienen hacia aquí, no tenemos escapatoria y el aparato no funciona!
Mientras, los tres seres, con su indumentaria hindú, llegaban junto al aparato. Ya no cabía duda alguna. Buscaban una nueva presa para entregarla a algún otro cuerpo incorrupto y decapitado siglos atrás que estuviera bajo la arena.
—¡Jack, es el fin, es el fin!
—Calma, Helen, calma. Precisamos mucha calma.
—¿Cuál es tu idea, por qué hemos venido aquí?
Los tres revividos estaban tras los cristales de la portezuela, mirándolos obsesivamente. Uno de ellos, el que tenía la cabeza de Dennis, había asido la manecilla de la puerta y tiraba de ella, pero Jack había colocado el seguro interior.
—Helen, escucha bien lo que voy a decirte. Esta situación no la estamos viviendo realmente o quizá sólo en parte.
—¿Qué quieres decir, Jack?
—Que esto puede ser una pesadilla.
—¿Insinúas que estamos dormidos, que todo esto no sucede en realidad?
—No digo tanto, ignoro hasta dónde puede llegar todo lo ocurrido. El simple hecho de que te lo esté diciendo es una situación extraña. Noto en mi mente una rebeldía feroz, una rebeldía a ser manejado.
—Pero ¿cómo escapar a esto? De un momento a otro van a arrancar la puerta.
La «Pipper» se balanceaba a cada tirón que le daban desde el exterior con la intención de arrancar la portezuela.
—Helen, debes concentrarte profundamente y rebelarte contra lo que has vivido hasta este momento. Eso lo conseguiremos mirándonos ambos a los ojos, confiando mutuamente. Los dos al unísono, quizá alcancemos la fuerza psíquica suficiente para escapar a esta situación desesperante.
—Jack, no servirá, esto es real. Fíjate como se balancea la «Pipper». Arrancarán la puerta, la arrancarán, estamos perdidos.
—Concéntrate cuanto puedas para rebelarte. Después, daré una palmada y confiaremos en que haya suerte.
—Como tú digas, pero date prisa.
Se miraron el uno al otro con toda la fijeza de que fueron capaces cuando, de pronto, la portezuela fue abierta desde el exterior y aquellos tres seres se dispusieron a entrar.
Jubal dio una seca palmada y, tras ella, siguieron mirándose a los ojos, el uno reflejado en las pupilas del otro.
—Ya está, Helen.
—¿Lo ves? ¡No ha servido de nada, de nada!
—¿De nada? Esos seres ya no están ahí afuera, mira.
La portezuela de la «Pipper» estaba abierta, balanceándose ligeramente, pero no había nadie junto a ella.
—¡Lo conseguimos, Jack, lo conseguimos! Pero ¿y los demás?
Desde la «Pipper» podían ver el exterior, iluminado por los potentes focos.
Había hierba, mucha hierba. La arena había desaparecido como por encantamiento y el palacete tenía luz.
Helen, excitada, exclamó:
—Tenías razón, Jack. Era una pesadilla. No estamos en un desierto, seguimos en el palacete de los Hammon.
—Exactamente, jamás hemos despegado de este lugar. El Danubio queda a nuestra derecha.
—Pero ¿cómo ha podido suceder todo esto?
—Hipnosis. Laura tenía razón. El palacete era el mismo y Erka, el ama de llaves, también.
—¿Ha sido Erka quien nos ha hipnotizado?
—Sí, estoy convencido de que ha sido ella. Lo ha hecho colectivamente. No cabe duda de que posee un fuerte poder hipnótico; es una mente paranormal, extraordinaria, que ha jugado con nosotros.