(Salen Don Martín y Quintana).

MARTÍN: No digas más; basta y sobra

saber por mi mal, Quintana,

que murió mi Doña Juana.

Muy justa venganza cobra

el cielo de mi crueldad,

de mi ingratitud y olvido.

El que su homicida ha sido

soy yo, no su enfermedad.

QUINTANA: Déjame contarte el cómo

sucedió su muerte en suma.

MARTÍN: Vuela el mal con pies de pluma,

viene el bien con pies de plomo.

QUINTANA: Llegué no poco contento

con tu carta, en que fundé

albricias que no cobré.

Regocijóse el convento;

salió a una red Doña Juana;

díjela que en breves días

en su presencia estarías,

que su sospecha era vana.

Leyó tu carta tres veces,

y cuando iba a desprender

joyas con que enriquecer

mis albricias, todas nueces,

gran rüido y poco fruto,

dijéronla que venía

su padre y que pretendía

convertir su gozo en luto

dando venganza a su honor.

Encontráronse a la par

el placer con el pesar,

la esperanza y el temor;

y como estaba preñada

fue el susto tan repentino

que a malparir al fin vino

una niña mal formada,

y ella, al dar el primer grito,

dijo: «Adiós, Don Mar…» y en fin,

quedándose con el «tín».

murió como un pajarito.

MARTÍN: No digas más.

QUINTANA: Ni aunque quiera

podré, porque en pena tanta

tengo el alma a la garganta

y a un suspiro saldrá fuera.

MARTÍN: ¿Agora que no hay remedio,

osáis, temor atrevido,

echar del alma el olvido

y entraros vos de por medio?

¿Agora llora y suspira

mi pena? ¿Agora pesar?

QUINTANA: (Aparte): No sé en lo que ha de parar

tanta suma de mentira).

MARTÍN: No es posible, sino que es

el espíritu inocente

de Doña Juana el que siente

que yo quiera a Doña Inés

y que en castigo y venganza

del mal pago que la di

se finge Don Gil y aquí

hace guerra a mi esperanza.

Porque el perseguirme tanto,

el no haber parte o lugar

aDonde a darme pesar

no acuda, si no es encanto,

¿qué otra cosa puede ser?

El no dejar casa o calle

que no busque por hallalle,

el nunca llegarle a ver,

el llamarse de mi nombre,

¿no es todo esto conjetura

de que es su alma que procura

que la vengue y que me asombre?

QUINTANA: (Aparte): ¡Esto es bueno! Doña Juana

cree que es alma que anda en pena.

¿Vio el mundo chanza más buena?

Pues no le ha de salir vana

porque tengo de apoyar

este disparate).

(A él).

A mí

parecíame hasta aquí

lo que escuchaba contar,

desde el día que murió

mi señora, que sería

sueño que a la fantasía

el pesar representó;

pero después que te escucho

que el alma de mi señora

te persigue cada hora,

no tendré, señor, a mucho

lo que en Valladolid pasa.

MARTÍN: ¿Pues qué es lo que allá se dice?

QUINTANA: Temo que te escandalice;

pero no hay persona en casa

de mi señor [tan] osada

que duerma sin compañía,

si no fui yo, desde el día

que murió la mal lograda

porque se les aparece

con vestido varonil

diciendo que es un Don Gil,

en cuyo hábito padece,

porque tú con este nombre

andas aquí disfrazado

y sus penas has causado.

Su padre, en traje de hombre,

todo de verde, la vio

[una] noche, y que decía

que a perseguirte venía,

y aunque el buen viejo mandó

decir cien misas por ella

afirman que no ha cesado

de aparecerse.

MARTÍN: El cuidado

causé yo de su querella.

QUINTANA: ¿Y es verdad, señor, que aquí

te llamas Don Gil?

MARTÍN: Mi olvido

y ingratitud ha querido

que me llame, amigo, ansí.

Vine a esta Corte a casarme,

y ofendiendo su belleza

codiciando la riqueza

de una Doña Inés, que a darme

el justo castigo viene

que mi crueldad mereció.

En Don Gil me transformó

mi padre; la culpa tiene

destas desgracias, Quintana,

su codicia y interés.

QUINTANA: Pues no dudes de que es

el alma de Doña Juana

la que por Valladolid

causa temores y miedos

y dispone los enredos

que te asombran en Madrid.

Pero, ¿piénsaste casar

con Doña Inés?

MARTÍN: Si murió

Doña Juana, y me mandó

mi avaro padre intentar

este triste casamiento,

no concluirle sería

de algún modo afrenta mía.

QUINTANA: ¿Cómo saldrás con tu intento,

si una alma del purgatorio

a Doña Inés solicita

y la esperanza te quita

que tienes del desposorio?

MARTÍN: Misas y oraciones son

las que las almas amansan,

que, en fin, con ellas descansan.

Vamos, que en esta ocasión

en el Carmen y Vitoria

haré que se digan mil.

QUINTANA: (Aparte): A puras misas, Don Gil,

os llevan vivo a la gloria.

(Vanse. Doña Inés y Caramanchel).

INÉS: ¿Dónde está vuestro señor?

CARAMANCHEL: ¿Sélo yo, aunque traiga antojos

y le mire con más ojos

que una puente? Es arador

que de vista se me pierde;

por más que le busco y llamo

nunca quiere mi verde amo

que en sus calzas me dé un verde.

Aquí le vi no ha dos credos;

y aunque estaba en mi presencia,

cual dinero de Valencia

se me perdió entre los dedos;

mas tal anda el motolito

por una vuestra vecina,

que es hija de Celestina,

y le gazmió en el garlito.

INÉS: ¿A vecina nuestra quiere

Don Gil?

CARAMANCHEL: A una Doña Elvira,

desde que le sirvo, mira

de tal suerte que se muere,

señora, por sus pedazos.

INÉS: ¿Sabéis vos eso?

CARAMANCHEL: Sé yo

que esta noche la pasó,

cuando menos, en sus brazos.

INÉS: ¿Esta noche?

CARAMANCHEL: Sí, ¿os remuerde

la conciencia?, y otras mil,

que aunque es lampiño el Don Gil,

en obras y en nombre es verde.

INÉS: Vos sois un grande hablador

y mentís; porque esa dama

es mujer de buena fama

y tiene mucho valor.

CARAMANCHEL: Si es verdad o si es mentira,

lo que digo sé por él

y por el dicho papel

(Enséñasele).

que traigo a la tal Elvira.

Está su casa cerrada

y mientras que vuelve a ella

paje, escudero o Doncella,

que no debe haber criada

que no sepa lo que pasa,

y el papel la pueda dar,

a mi amo entré a buscar

por si estaba en vuestra casa.

INÉS: ¿De Don Gil es ése?

CARAMANCHEL: Sí.

INÉS: Pues bien, ¿por fuerza ha de ser

de amores?

CARAMANCHEL: Llegá a leer

[vos] lo que podáis aquí,

(Por entre las dobleces del papel).

que yo, que siempre he pecado

de curioso y resabido,

las razones he leído

que hacia aquí se han asomado.

(Enséñale leyendo).

¿Aquí no dice: «Inés vengo… deseo me da… disgusto»?

¿No dice aquí: «plazo justo…».

y allí: «noche… gusto tengo…».

y hacia aquella parte: «tarde…

amor… a Doña… a ver voy…».

y a aquel lado: «vuestro] soy…»,

luego: «mío. El cielo os guarde»?

¡Ved si es barro el papelillo!

Todo esto es plata quebrada:

saque vusté, si le agrada,

el hilo por el ovillo.

INÉS: A lo menos sacaré,

(Quítasele).

leyéndole, el falso trato

de un traidor y de un ingrato.

CARAMANCHEL: Eso nones; suéltele,

que me reñirá Don Gil.

INÉS: Alcahuete, ¿he de dar voces?

¿He de hacer que os den mil coces?

CARAMANCHEL: Dos da un asno, que no mil.

(Ábrele y léele).

INÉS: «No hallo contento y gusto

cuando con vos no le tengo

puesto que a ver a Inés vengo

a costa de mi disgusto.

Ya deseo el plazo justo

de volver a hacer alarde

de mi amor, y aunque esta tarde

a ver a Doña Inés voy,

no os dé celos. Vuestro soy,

dueño mío. El cielo os guarde».

¡Qué regalado papel!

A su dueño se parece:

tan infame que apetece

las sobras de Don Miguel.

¿Doña Inés le da disgusto?

¡Válgame Dios! ¿Ya empalago?

¿Manjar soy que satisfago,

antes que me pruebe, el gusto?

¿Tan bueno es el de su Elvira

que su apetito provoca?

CARAMANCHEL: No es la miel para la boca

del etcétera.

INÉS: La ira

que tengo es tal que dejara

un ejemplo cruel de mí

a estar el mudable aquí.

(Sale un criado).

CRIADO: Mi señora Doña Clara

viene a verte.

(Vase el criado).

INÉS: Pretendiente

es también de este galán

empalagado; a Don Juan,

que mi amor celoso siente,

he de decir que le mate,

y me casaré con él.

Llevad vos vuestro papel

(Arrójasele).

a esa dama, que es remate

del gusto que en él confiesa,

que aunque no es Lucrecia casta

para tan vil hombre basta

plato que sirvió a otra mesa.

(Vase).

CARAMANCHEL: ¡Malos años la pimienta

que lleva la Doña Inés!

No le comerá un inglés.

¡Qué mal hice en darla cuenta

del papel! No fui discreto;

mas purguéme en su servicio

porque en gente de mi oficio

es cual ruibarbo un secreto.

(Vase. Quintana y Doña Juana, de hombre).

QUINTANA: Misas va a decir por ti

en fe que eres alma que anda

en pena.

JUANA: ¿Pues no es ansí?

QUINTANA: Mas no deja la demanda

de Doña Inés.

JUANA: ¡Ay de mí!

A mi padre tengo escrito

como que a la muerte estoy

por Don Martín, que en delito

de que esposa suya soy

y de adorarle infinito,

de puñaladas me ha dado,

dejándome en Alcorcón;

que loco de enamorado

por Doña Inés, su afición

a matarme le ha obligado.

Escríbole que ha fingido

ser un Don Gil de Albornoz,

porque con este apellido

encubra la muerte atroz

que mi amor ha conseguido,

que todo es castigo injusto

de una hija inobediente

que contra su honor y gusto

de su patria y casa ausente

ocasiona su disgusto;

pero que si algún amor

le merezco, y éste alcanza

en mi muerte su favor,

satisfaga su venganza

las pérdidas de mi honor.

QUINTANA: ¿Pues para qué tanto ardid?

JUANA: Es para que desta suerte

parta de Valladolid

mi padre y pida mi muerte

a Don Martín en Madrid;

que he de perseguir, si puedo,

Quintana, a mi engañador

con uno y con otro enredo

hasta que cure su amor

con mi industria o con su miedo.

QUINTANA: Dios me libre de tenerte

por contraria.

JUANA: La mujer

venga agravios desta suerte.

QUINTANA: A hacerle voy a entender

nuevas chanzas de tu muerte.

(Vase Quintana. Sale Doña Clara

CLARA: Señor Don Gil, justo fuera,

sabiendo de cortesía

tanto, que para mí hubiera

un día… ¿qué digo un día?

una hora, un rato siquiera.

También tengo casa yo

como Doña Inés; también

hacienda el cielo me dio;

y también quiero yo bien

como ella.

JUANA: ¿A mí?

CLARA: ¿Por qué no?

JUANA: A saber yo tal ventura,

creed, bella Doña Clara,

que por lograrla segura,

fuera, si otro la gozara,

pirata desa hermosura.

Mas como de mí imagino

lo poco que al mundo importo,

ni sé ni me determino

a pretender; que en lo corto

tengo algo de vizcaíno.

Por Dios, que desde que os vi

en la huerta, el corazón,

nueva salamandria, os di,

llevándoos vos un girón

del alma que os ofrecí,

mas ni sé dónde vivís,

qué galán por vos se abrasa,

ni qué empleos admitís.

CLARA: ¿No? Pues sabed que mi casa

es a la Red de San Luis;

mis galanes más de mil;

mas quien en mi gusto alcanza

el premio por más gentil

es verde cual mi esperanza

y es en el nombre Don Gil.

JUANA: Esta mano he de besar

(Bésasela).

porque del todo me cuadre

favor tan para estimar.

(Sale Doña Inés y queda apartada).

INÉS: Como me llamó mi padre,

fuéme forzoso dejar

a mi prima por un rato.

¿Mas no es el que miro, ¡cielos!

Don Gil el falso, el ingrato,

el que cebando mis celos

es de mi opuesta retrato?

¡La mano pone en la boca

de mi prima! ¿No es encanto

que hombre de barba tan poca

se atreva a ser para tanto?

¡A qué furia me provoca!

Quiero escuchar desde aquí

lo que pasa entre los dos.

CLARA: En fin, ¿os morís por mí?

¡Buena mentira!

JUANA: Por Dios,

que no me tratéis ansí.

Desde el día que en la huerta

os vi, hermosa Doña Clara,

para mi ventura abierta,

ni tuve mañana clara

ni noche segura y cierta,

porque la pesada ausencia

de la luz desa hermosura,

sol que mi amor reverencia,

noche es pesada y obscura.

CLARA: No lo muestra la frecuencia

de Doña Inés que os recrea,

y es todo vuestro interés.

JUANA: ¿Yo a Doña Inés, mi bien?

CLARA: Ea.

JUANA: Vive Dios, que es Doña Inés

a mis ojos fría y fea;

si Francisca se llamara,

todas las efes tuviera.

INÉS: (Aparte): ¡Qué buena Don Gil me para!

JUANA: (Aparte): ¡Mas si Doña Inés me oyera!

INÉS: (Aparte): ¡Y le creerá Doña Clara!

CLARA: Pues si no amáis a mi prima,

¿cómo asistís tanto aquí?

JUANA: Eso es señal que os estima

la libertad que os rendí

y en vuestros ojos se anima,

porque como no sabía

dónde vivís y me abrasa

vuestra memoria, venía

por instantes a esta casa,

creyendo que os hallaría

alguna vez en ella.

CLARA: Es

lindo modo de excusar

vuestro amor.

JUANA: ¿Excusar?

CLARA: Pues,

¿había más de preguntar

por mi casa a Doña Inés?

JUANA: Fuera darla celos eso.

CLARA: No quiero apurar verdades,

Don Gil. Que os amo os confieso

y que vuestras sequedades

me quitan el sueño y seso.

Si un amor sencillo y llano

[os] obliga, asegurad

mi pena; dadme esa mano.

JUANA: De esposo os la doy; tomad,

que, por lo que en ello gano

os la beso.

INÉS: (Aparte): ¿Esto consiento?

CLARA: Mi prima me espera; adiós.

Idme a ver hoy.

JUANA: Soy contento.

CLARA: Porque tracemos los dos

despacio este casamiento.

(Vase).

JUANA: Ya que di en embelecar

salir bien de todo espero.

A Doña Inés voy a hablar.

(Sale ella).

INÉS: Enredador, embustero,

pluma al viento, corcho al mar,

¿no basta que a Doña Elvira

engañes, que no repara

en honras que el cuerdo mira,

sino que a mí y Doña Clara

embeleque tu mentira?

¿A tres mujeres engaña

el amor que fingir quieres?

A salir con esa hazaña,

casado con tres mujeres,

fueras Gran Turco en España.

Conténtate, ingrato infiel,

con Doña Elvira, relieves

y sobras de Don Miguel,

que cuando sus gajes lleves

y la escribas el papel

que mis penas han leído,

a ti te viene sobrado,

en fe de poco advertido,

fruto que otro ha desflorado

y ropa que otro ha rompido.

JUANA: ¿Qué dices, mi bien?

INÉS: ¿Tu bien?

Doña Elvira, cuyos brazos

sueño de noche te den,

te responderá. ¡Pedazos

un rayo los haga, amén!

JUANA: (Aparte): Caramanchel la ha enseñado

el papel que me escribí

a mí misma; y heme holgado,

porque experimente en sí

congojas que me ha causado.

(A ella).

¿Que Elvira te da sospecha?;

en lo que dices repara.

INÉS: ¡No está mala la deshecha!

Dígale eso a Doña Clara,

pues la tiene satisfecha

su amor, su palabra y fe.

JUANA: ¿Eso te ha causado enojos?

¿Luego nos viste? No fue

sino burla; por tus ojos,

que es una necia. Háblame,

vuélveme esos soles, ea,

que su luz mi regalo es.

INÉS: ¡Y dirá, por que le crea:

«Vive Dios, que es Doña Inés

a mis ojos fría y fea!».

JUANA: ¿Pues crees tú que lo dijera

si burlar a Doña Clara

de ese modo no quisiera?

INÉS: «Si Francisca se llamara

todas las efes tuviera».

Pues si tantas tengo, y mira

desechos de Don Miguel,

que por mis prendas suspira,

casándome yo con él,

castigaré a Doña Elvira.

Don Miguel es principal,

y su discreción, al fin,

ha dado clara señal

que en amar mujer tan ruin

y mudable hiciera mal.

Por mi esposo le señalo:

a mi padre voy a hablar,

que pues a mi gusto igualo

el suyo, hoy le pienso dar

la mano.

JUANA: (Aparte): Esto va muy malo.

(A ella).

¿Con remedios tan atroces

castigas una quimera?

Oye, escucha.

INÉS: Si doy voces,

haré que por la escalera

os eche un lacayo a coces.

JUANA: Por Dios, que por más cruel

que seas, has de escuchar

mi disculpa, y que soy fiel.

INÉS: ¿No hay quien se atreva a matar

a este infame? ¡Ah, Don Miguel!

JUANA. ¿Don Miguel está aquí?

INÉS: ¿Quieres

trazar ya alguna maraña?

Aquí está; de miedo mueres.

(A voces).

Éste es Don Gil, el que engaña

de tres en tres las mujeres.

Don Miguel, véngame dél;

tu esposa soy.

JUANA: Oye, mira…

INÉS: ¡Muera este Don Gil cruel,

Don Miguel!

JUANA: ¡Que soy Elvira!

¡Lleve el diablo a Don Miguel!

INÉS: ¿Quién?

JUANA: Doña Elvira ¿En la voz

y cara no me conoces?

INÉS: ¿No eres Don Gil de Albornoz?

JUANA: Ni soy Don Gil, ni des voces.

INÉS: ¿Hay enredo más atroz?

¿Tú Doña Elvira? ¿Otro engaño?

Don Gil eres.

JUANA: Su vestido

y [semejanza] hizo el daño.

Si esto no te ha persuadido,

averigua el desengaño.

INÉS: ¿Pues qué provecho interesa

tu embeleco?

JUANA: ¡Vive Dios,

que no ser Don Gil me pesa

por ti, y que somos las dos

pata para la traviesa!

INÉS: En conclusión, ¿he de darte

crédito? No vi mayor

semejanza.

JUANA: Por probarte

y ver si tienes amor

a Don Miguel pudo el arte

disfrazarme y es ansí

que una sospecha cruel

me dio recelos de ti.

Creyendo que a Don Miguel

amabas, yo me escribí

el papel que aquel «criado».

te enseñó, creyendo que era

Don Gil quien se le había dado,

y dije que te le diera

por modo disimulado

y que advirtiese por él

tus celos, y si intentabas

usurparme a Don Miguel.

INÉS: ¡Extrañas industrias!

JUANA: Bravas.

INÉS: ¿Qué tú escribiste el papel?

JUANA: Y a Don Gil pedí el vestido

prestado, que está por ti

de amor y celos perdido.

INÉS: ¿De amor y celos por mí?

JUANA: Como el suceso ha sabido

de Don Miguel, cuya soy,

no apetece prenda ajena.

INÉS: Confusa y dudosa estoy.

JUANA: Ingeniosa traza.

INÉS: Buena,

y de suerte que aún no doy

crédito a que eres mujer.

JUANA: ¿Pues cómo haremos que quedes

segura?

INÉS: Ansí se ha de hacer:

vestirte en tu traje puedes,

que con él podremos ver

cómo te entalla y te inclina.

Ven y pondráste un vestido

de los míos; que imagina

mi amor en ése fingido

que eres hombre, y no vecina.

Ya se habrá ido Doña Clara.

JUANA: ¡Buena irá!

INÉS: (Aparte): ¡Qué varonil

mujer! Por más que repara

mi amor dice que es Don Gil

en la voz, presencia y cara).

(Vanse. Salen Caramanchel y Don Juan).

JUAN: ¿Vos servís a Don Gil de Albornoz?

CARAMANCHEL: Sirvo

a un amo que no veo en quince días

que ha que como su pan. Dos o tres veces

le he hallado desde entonces. Ved qué talle

de dueño en relación; ¡pues decir tiene

fuera de mí otros pajes y lacayos!,

yo solamente y un vestido verde

en cuyas calzas funda su apellido,

que ya son casa de solar sus calzas,

posee en este mundo, que yo sepa.

Bien es verdad que me pagó por junto,

desde que entré con él hasta hoy, raciones

y quitaciones, dándome cien reales.

Pero quisiera yo servir a un amo

que me holeara cada instante. «¡Hola

Caramanchel! Limpiadme estos zapatos;

sabed cómo durmió Doña Grimalda;

id al Marqués, que el alazán me empreste;

preguntad a Valdés con qué comedia

ha de empezar mañana», y otras cosas

con que se gasta el nombre de un lacayo.

¡Pero que tenga yo un amo en menudos

como el macho de Bamba, que ni manda,

ni duerme, come o bebe, y siempre anda!

JUAN: Debe de estar enamorado.

CARAMANCHEL: Y mucho.

JUAN: ¿De Doña Inés, la dama que aquí vive?

CARAMANCHEL: Ella le quiere bien, pero ¿qué importa,

si vive aquí, pared en medio, un ángel?

Que aunque yo no la he visto, a lo que él dice,

es tan hermosa como yo, que basta.

JUAN: Soislo vos mucho.

CARAMANCHEL: Viéneme de casta.

Este papel la traigo; mas de suerte

simbolizan los dos en condiciones,

que jamás Doña Elvira o Doña Urraca

para en casa, ni en ella hay quien responda,

pues con ser tan de noche, que han ya dado

las once, no hay memoria de que venga

quien lástima de mí y el papel tenga.

JUAN: ¿Y que ama Doña Inés a Don Gil?

CARAMANCHEL: Tanto

que abriéndome el papel y conociendo

lo que por él decía a Doña Elvira

hizo extremos de loca.

JUAN: Y yo los hago

de celos. ¡Vive Dios, que aunque me cueste

vida y hacienda, tengo de quitarla

a todos cuantos Giles me persigan!

En busca voy del vuestro.

CARAMANCHEL: ¡Bravo Aquiles!

JUAN: Yo agotaré, si puedo, los Don Giles.

(Vase. De mujer Doña Juana y Doña Inés).

INÉS: Ya experimento en mi daño

la burla de mis quimeras:

Don Gil quisiera que fueras,

que yo adorara tu engaño.

No he visto tal semejanza

en mi vida, Doña Elvira:

en ti su retrato mira

mi entretenida esperanza.

JUANA: Yo sé que te ha de rondar

esta noche, y que te adora.

INÉS: ¡Ay, Doña Elvira ya es hora!

CARAMANCHEL: Doña Elvira, oí nombrar.

Aquélla sin duda es

que con Doña Inés está.

El diablo la trajo acá,

que estando con Doña Inés

mal podré darla el papel

que mi Don Gil la escribió,

y ya su merced leyó.

Hermano Caramanchel,

a palos me vais oliendo.

(A Inés).

¡Hola! ¿Qué buscáis aquí?

CARAMANCHEL: ¿Sois vos Doña Elvira?

JUANA: Sí.

CARAMANCHEL: ¡Jesús! ¿Qué es lo que estoy viendo?

¿Don Gil con basquiña y toca?

No os llevo más la mochila.

¿De día Gil, de noche Gila?

¡Oxte, puto, punto en boca!

JUANA: ¿Qué decís? ¿Estáis en vos?

CARAMANCHEL: ¿Qué digo? Que sois Don Gil

como Dios hizo un candil.

JUANA: ¿Yo Don Gil?

CARAMANCHEL: Sí, juro a Dios.

INÉS: ¿Piensas que soy sola yo

la que tu presencia engaña?

CARAMANCHEL: Azotes dan en España

por menos que eso. ¿Quién vio

un [hembrimacho] que afrenta

a su linaje?

INÉS: Esta dama

es Doña Elvira.

CARAMANCHEL: Amo, o ama,

despídome: hagamos cuenta.

No quiero señor con saya

y calzas, hombre y mujer,

que querréis en mí tener

juntos lacayo y lacaya.

No más amo hermafrodita,

que comer carne y pescado

a un tiempo no es aprobado.

Despachad con la visita

y adiós.

JUANA: ¿De qué es el espanto?

¿Pensáis que vuestro señor

sin causa me tiene amor?

Por parecérseme tanto

emplea en mí su esperanza.

Díselo tú, Doña Inés.

INÉS: Causa suelen decir que es

del amor la semejanza.

CARAMANCHEL: Sí, ¿mas tanta? No, par Dios.

¿A mí engañifas, señora?

JUANA: Y si viene antes de un hora

Don Gil aquí y a los dos

nos veis juntos, ¿qué diréis?

CARAMANCHEL: Que hablé por boca de ganso.

JUANA: [Él humilde vendrá y manso,]

y vos a él mismo le hablaréis,

conociendo la verdad.

CARAMANCHEL: ¿Dentro un hora?

JUANA: Y a ocasión

que os admire.

CARAMANCHEL: Pues chitón.

JUANA: En la calle le esperad,

y subámonos las dos

al balcón para aguardalle.

CARAMANCHEL: Bájome, pues, a la calle.

Éste me dio para vos,

(Dásele).

mas rehusé por Doña Inés

[la] embajada.

JUANA: Ya es mi amiga.

CARAMANCHEL: Don Gil es, aunque lo diga

el Conde Partinuplés.

(Vanse. Sale Don Juan, como de noche).

JUAN: Con determinación vengo

de agotar estos Don Giles,

que agravian por medios viles

las esperanzas que tengo.

Dos son. ¿Quién duda que alguno

su dama vendrá a rondar?

O me tienen de matar

o no ha de quedar ninguno.

(Sale Caramanchel y queda a un lado).

CARAMANCHEL: A esperar vengo a Don Gil,

si calles ronda y pasea,

que por Dios, aunque lo vea,

no dos veces sino mil,

no lo tengo de creer.

(A la ventana, Doña Inés y Doña Juana, de mujer).

INÉS: ¡Qué extraordinario calor!

JUANA: Pica el tiempo y pica amor.

INÉS: ¿Si ha de venirnos a ver

mi Don Gil?

JUANA: ¿Y dudas deso?

(Aparte): Para poderme apartar

de aquí, me vendrá a llamar

brevemente Valdivieso,

y podré, de hombre vestida,

fingirme Don Gil abajo).

JUAN: El premio de mi trabajo

escucho; mi Inés querida,

si no me engaña la voz,

es la que a la reja está.

INÉS: Gente siento. ¿Si será

nuestro Don Gil de Albornoz?

JUANA: Háblale, y sal de esa duda.

CARAMANCHEL: Un rondante se ha parado.

¿Si es mi Don Gil encantado?

JUAN: Llegad y hablad, lengua muda.

¡Ah de arriba!

INÉS: ¿Sois Don Gil?

JUAN: (Aparte): Allí la pica; diré

que sí).

(Rebozado).

Don Gil soy, que en fe

de que en vos busco mi abril,

en viéndoos, señora mía,

mi calor pude templar.

INÉS: Eso es venirme a llamar,

por gentil estilo, fría.

CARAMANCHEL: Muy grueso Don Gil es éste.

El que sirvo habla atiplado,

si no es ya que haya mudado

de ayer acá.

JUAN: Manifieste

el cielo mi dicha.

INÉS: En fin,

¿que a un tiempo os abraso y hielo?

JUAN: Quema amor; hiela un recelo.

JUANA: (Aparte): Sin duda que es Don Martín

el que habla. ¡Qué en vano pierdes

el tiempo, ingrato, sin mí!

INÉS: (Aparte): No parece él. ¿Sois, decí,

Don Gil de las calzas verdes?

JUAN: Luego, ¿no me conocéis?

CARAMANCHEL: Ni yo tampoco, par Dios.

INÉS: Como me pretenden dos…

JUAN: Sí. Mas vos, ¿a cuál queréis?

INÉS: A vos, aunque en el hablar

nuevas dudas me habéis dado.

JUAN: Hablo bajo y rebozado,

que es público este lugar.

(Don Martín con vestido verde y Osorio. Quedan apartados y se acerca a los otros Don Martín conforme indican los versos).

MARTÍN: Osorio, ya Doña Juana

muerta, como dicen, sea

quien me persigue y desea,

en la opinión de Quintana,

que no goce a Doña Inés;

ya otro amante disfrazado

el nombre me haya usurpado

por ver cuán querido es,

el seso de envidia pierdo.

¿Puede Doña Inés amalle

por de mejor cara y talle?

OSORIO: No por cierto.

MARTÍN: ¿Por más cuerdo?

Tú sabes cuán celebrado

en Valladolid he sido.

¿Por más noble o bien nacido?

Guzmana sangre he heredado.

¿Por más hacienda? Ocho mil

ducados tengo de renta,

y en la nobleza es afrenta

amar el interés vil.

Pues si sólo es porque vino

con traje verde, yo y todo

he de andar del mismo modo.

OSORIO: (Aparte): Ése es gentil desatino.

MARTÍN: ¿Qué dices?

OSORIO: Que el seso pierdes.

MARTÍN: Piérdale o no, yo he de andar

como él y me han de llamar

Don Gil de las calzas verdes.

Vete a casa, que hablar quiero

a Don Pedro.

OSORIO: En ella aguardo.

(Vase. Inés habla a Don Juan).

INÉS: Don Gil discreto y gallardo,

poco amáis y mucho os quiero.

MARTÍN: ¿Don Gil? ¿Cómo? Éste es sin duda

quien contradice mi amor.

¿Si es Doña Juana? El temor

de que en penas anda muda

mi valor en cobardía.

En no meterme me fundo

con cosas del otro mundo,

que es bárbara valentía.

INÉS: Gente parece que viene.

JUAN: Reconoceré quién es.

INÉS: ¿Para qué?

JUAN: ¿No veis, mi Inés,

que nos mira y se detiene?

Diré que pase adelante.

Entretanto me esperad.

Hidalgo.

MARTÍN: ¿Quién va?

JUAN: Pasad.

MARTÍN: ¿Dónde, si por ser amante

tengo aquí prendas?

JUAN: (Aparte): Don Gil

es éste, el aborrecido

de Doña Inés. Conocido

le he en la voz).

CARAMANCHEL: ¡Oh qué alguacil

tan a propósito agora!

¡Y qué dos espadas pierde!

JUAN: Don Gil el blanco o el verde,

ya se ha llegado la hora

tan deseada de mí

y tan rehusada de vos.

MARTÍN: (Aparte): Conocídome ha por Dios;

y quien rebozado ansí

sabe quién soy no es mortal,

ni salió mi duda vana:

el alma es de Doña Juana).

JUAN: Dad de vuestro amor señal,

Don Gil, que es de pechos viles

ser cobarde y servir dama.

CARAMANCHEL: ¿Don Gil estotro se llama?

A pares vienen los Giles.

Pues no es mi Don Gil tampoco,

que hablara a lo caponil.

JUAN: Sacad la espada Don Gil.

CARAMANCHEL: O son dos o yo estoy loco.

INÉS: Otro Don Gil ha venido.

JUANA: Debe de ser Don Miguel.

INÉS: Bien dices, sin duda es él.

JUANA: (Aparte): ¿Ya hay tantos de mi apellido?

No conozco a este postrero.

JUAN: Sacad el acero, pues,

o habré de ser descortés.

MARTÍN: Yo nunca saco el acero

para ofender los difuntos,

ni jamás mi esfuerzo empleo

con almas, que yo peleo

con almas y cuerpos juntos.

JUAN: Eso es decir que estoy muerto

de asombro y miedo de vos.

MARTÍN: Si estáis gozando de Dios,

que así lo tengo por cierto,

o en carrera de salvaros,

Doña Juana, ¿qué buscáis?

Si por dicha en pena andáis,

misas digo por libraros.

Mi ingratitud os confieso,

y ¡ojalá os resucitara

mi amor, que con él pagara

culpas de mi poco seso!

JUAN: ¿Qué es esto? ¿Yo Doña Juana?

¿Yo difunto? ¿Yo alma en pena?

JUANA: ¡Lindo rato, burla buena!

CARAMANCHEL: ¿Almitas? ¡Santa Susana!

¡San Pelagio! ¡Santa Elena!

INÉS: ¿Qué será esto, Doña Elvira?

JUANA: Algún loco; calla y mira.

CARAMANCHEL: ¿Almas de noche y en pena?

¡Ay Dios!, todo me desgrumo.

JUAN: Sacad la espada, Don Gil,

o haré alguna hazaña vil.

CARAMANCHEL: ¡Oh quién se volviera en humo

y por una chimenea

se escapara!

MARTÍN: Alma inocente,

por aquel amor ardiente

que me tuviste y recrea

mi memoria, que ya baste

mi castigo y tu rigor.

Si por estorbar mi amor

cuerpo aparente tomaste

y llamándote en Madrid

Don Gil, intentas mi ultraje;

si con ese nombre y traje

andas por Valladolid,

y no te has vengado harto

por el malogrado fruto,

ocasión de triste luto

que dio a tu casa el mal parto,

que no aumentes mis desvelos.

Alma, cese tu porfía,

que no entendí yo que había

en el otro mundo celos,

pues por más trazas que des,

ya estés viva, ya estés muerta,

o la mía verás cierta,

o mi esposa a Doña Inés.

(Vase).

JUAN: ¡Vive el cielo, que se ha ido,

excusando la cuestión,

con la más nueva invención

que los hombres han oído!

CARAMANCHEL: ¿Lacayo Caramanchel

de alma en pena? ¡Esto faltaba!

Y aun por eso no le hallaba

cuando andaba en busca dél.

¡Jesús mil veces!

JUANA: Amiga,

averiguar un suceso

me importa. Adiós. Valdivieso

me espera abajo. Prosiga

la plática comenzada,

pues Don Gil contigo está.

INÉS: ¿No te esperarás, y irá

contigo alguna criada?

JUANA: ¿Para qué, si un paso estoy

de mi casa?

A INÉS

Toma, pues,

un manto.

JUANA: No, Doña Inés,

que en cuerpo y sin alma voy.

(Vase).

JUAN: Quiero volverme a mi puesto,

por ver si el Don Gil menor

es hoy también rondador.

INÉS: En gran peligro os ha puesto,

Don Gil, vuestro atrevimiento.

JUAN: Amor que no es atrevido

no es amor; afrenta ha sido.

Escuchad, que gente siento.

(Sale Doña Clara, de hombre).

CLARA: Celos de Don Gil me dan

ánimo a que en traje de hombre

mi mismo temor me asombre;

¡a fe que vengo galán!

Por ver si mi amante ronda

a Doña Inés y me engaña,

hice esta amorosa hazaña;

él mismo por mí responda.

JUAN: Aguardad, sabré quién es.

(Apártase Don Juan y llega Doña Clara a la ventana).

CLARA: Gente a la ventana está;

llegarme quiero hacia allá,

por si acaso Doña Inés

a Don Gil está esperando;

que él me tengo de fingir

por si puedo descubrir

los celos que estoy temblando.

¡Ah del balcón! Si merece

hablaros, bella señora,

un Don Gil que en vos adora,

en fe que el alma os ofrece,

Don Gil de las calzas soy

verdes, como mi esperanza.

CARAMANCHEL: ¿Otro Gil entra en la danza?

Don Giles llueve Dios hoy.

INÉS: (Aparte): Éste es mi Don Gil querido,

que en el habla delicada

le reconozco. Engañada

de Don Juan, sin duda, he sido,

que es, sin falta, el que hasta aquí

hablando conmigo ha estado.

JUAN: El Don Gil idolatrado

es éste.

INÉS: (Aparte): ¡Triste de mí!

que temo que ha de matalle

este Don Juan atrevido.

(Llégase Don Juan a Doña Clara).

JUAN: Huélgome que hayáis venido

a este tiempo y a esta calle,

señor Don Gil, a llevar

el pago que merecéis.

CLARA: ¿Quién sois vos que os prometéis

tanto?

JUAN: El que os ha de matar.

CLARA: ¿Matar?

JUAN: Sí, y Don Gil me llamo,

aunque vos habéis fingido

que es Don Miguel mi apellido.

A Doña Inés sirvo y amo.

CLARA: /Aparte): El diablo nos trujo acá.

Aquí os matan, Doña Clara).

(Doña Juana, de hombre).

JUANA: A ver vengo en lo que para

tanto embeleco, y si está

Doña Inés a la ventana

todavía, la he de hablar.

(Sale Quintana y habla a un lado con Doña Juana).

QUINTANA: Ahora acaba de llegar

tu padre a Madrid.

JUANA: Quintana,

persuadido que me ha muerto

Don Martín en Alcorcón,

a tomar satisfación

vendrá [aquí].

QUINTANA: Ténlo por cierto.

JUANA: Gente hay en la calle.

QUINTANA: Espera,

reconoceré quién es.

CLARA: ¿Don Gil sois?

JUAN: Y Doña Inés

mi dama.

CLARA: ¡Buena quimera!

JUANA: ¡Ah caballeros! ¿Hay paso?

JUAN: ¿Quién lo pregunta?

JUANA: Don Gil.

CARAMANCHEL: Ya son cuatro, y serán mil.

¡Endiablado está este paso!

JUAN: Dos Don Giles hay aquí.

JUANA: Pues conmigo serán tres.

INÉS: ¿Otro Gil? ¡Cielos! ¿Cuál es

el que vive amante en mí?

JUAN: Don Gil el verde soy yo.

CLARA: (Aparte): Ya he vuelto mi miedo en celos.

A Doña Inés ronda. ¡Cielos!

Sin duda que me engañó.

Dél me tengo de vengar).

(A ellos).

Don Gil de las calzas verdes

soy yo sólo.

(Quintana habla aparte a Doña Juana).

QUINTANA: (Aparte): El nombre pierdes:

dél te salen a capear

otros tres Giles).

JUANA: Yo soy

Don Gil el verde o el pardo.

INÉS: ¿Hay suceso más gallardo?

JUAN: Guardando este paso estoy;

o váyanse, o matarélos.

JUANA: ¡Sazonada flema a fe!

QUINTANA: Vuestro valor probaré.

CARAMANCHEL: ¡Mueran los Giles!

(Echan mano y hiere Quintana a Don Juan).

JUAN: ¡Ay, cielos!

Muerto soy.

JUANA: Por que te acuerdes

de tu presunción, después

di que te hirió a Doña Inés

Don Gil de las calzas verdes.

(Vanse los tres).

CLARA: (Aparte): Pártome desesperada

de celos. ¿Mas no me dio

fe y palabra? Haréle yo

que la cumpla).

(Vase Doña Clara).

INÉS: Bien vengada

de Don Juan Don Gil me deja.

Querréle más desde hoy.

(Vase).

CARAMANCHEL: Lleno de Don Giles voy.

Cuatro han rondado esta reja;

pero el alma enamorada

que por suyo me alquiló

del purgatorio sacó

en su ayuda esta gilada.

Ya la mañana serena

amanece. Sin sentido

voy. ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Que he sido

lacayo de un alma en pena!

(Sale Don Martín vestido de verde).

MARTÍN: Calles de aquesta Corte, imitadoras

del confuso Babel, siempre pisadas

de mentiras, al rico aduladoras

como al pobre severas, desbocadas;

casas a la malicia, a todas horas

de malicias y vicios habitadas:

¿Quién a los cielos en mi daño instiga

que nunca falta un Gil que me persiga?

árboles deste Prado, en cuyos brazos

el viento mece las dormidas hojas,

de cuyos ramos, si pendieran lazos,

colgara por trofeo mis congojas,

fuentes risueñas, que feriáis abrazos

al campo, humedeciendo arenas rojas,

pues sabéis murmurar, vuestra agua diga

que nunca falta un Gil que me persiga.

¿Qué delitos me imputan, que parece

que es mi contraria hasta mi misma sombra?

A Doña Inés adoro. ¿Esto merece

el castigo invisible que me asombra,

que Don Gil mis deseos desvanece?

¿Por qué, Fortuna, como yo se nombra?

¿Por qué me sigue tanto? ¿Es por que diga

que nunca falta un Gil que me persiga?

Si a Doña Inés pretendo, un Don Gil luego

pretende a Doña Inés, y me la quita.

Si me escriben, Don Gil me usurpa el pliego

y con él sus quimeras facilita.

Si dineros me libran, cuando llego

hallo que este Don Gil cobró la dita.

Ya ni sé adónde vaya ni a quién siga,

pues nunca falta un Gil que me persiga.

(Salen Quintana, Don Diego, viejo, y un Alguacil).

QUINTANA: Éste es el Don Gil fingido

a quien conoce su patria

por Don Martín de Guzmán,

y el que ha muerto a Doña Juana,

mi señora.

DIEGO: ¡Oh, quién pudiera

teñir las prolijas canas

en su sangre sospechosa,

que no es noble quien agravia!

Llegad, señor, y prendelde.

ALGUACIL: Dad, caballero, las armas.

MARTÍN: ¿Yo?

ALGUACIL: Sí.

MARTÍN: ¿A quién?

ALGUACIL: A la justicia.

MARTÍN: ¿Qué es esto? ¿Hay nuevas marañas?

(Dalas).

¿Por qué culpas me prendéis?

DIEGO: ¿Ignoras, traidor, la causa,

después de haber dado muerte

a tu esposa malograda?

MARTÍN: ¿A qué esposa? ¿Qué malogros?

De esposo le di palabra;

partíme luego a esta Corte.

Dicen que quedó preñada.

Si de malparir una hija

se murió, estando encerrada

en San Quirce, ¿tengo yo

culpa desto? Tú, Quintana,

¿no sabes la verdad desto?

QUINTANA: La verdad que yo sé clara

es, Don Martín, que habéis dado

sinrazón de puñaladas

a vuestra inocente esposa,

y en Alcorcón sepultada

pide contra vos al Cielo,

como Abel, justa venganza.

MARTÍN: ¡Traidor! ¡Vive Dios!…

ALGUACIL: ¿Qué es esto?

MARTÍN: Que a no hallarme sin espada,

la lengua con que has mentido

y el corazón te sacara.

DIEGO: ¿Qué importa, tirano aleve,

que niegues lo que esta carta

afirma de tus traiciones?

MARTÍN. La letra es de Doña Juana.

(Léela para sí).

DIEGO: Mira lo que dice en ella.

MARTÍN: ¡Jesús! ¡Jesús! ¿Puñaladas

yo a mi esposa en Alcorcón?

¿Yo estuve en Alcorcón?

DIEGO: Basta;

Deja excusas aparentes.

ALGUACIL: Despacio haréis la probanza,

señor, de vuestra inocencia,

en la cárcel.

MARTÍN: Si quedaba

en San Quirce, como muestran

estas escritas palabras

de su mano y de su firma,

decid, ¿cómo pude darla

la muerte yo en Alcorcón?

DIEGO: Porque finges letras falsas

del modo que el nombre finges.

(Salen Don Antonio y Celio).

ANTONIO: Ése es Don Gil. En las calzas

verdes le conoceréis.

CELIO: Sí, que éstos Don Gil lo llaman.

La palabra que le distes

a mi prima Doña Clara,

señor Don Gil, por justicia,

ya que vuestro amor la engaña,

venimos a que cumpláis.

DIEGO: Ésa es sin duda la dama

por quien a su esposa ha muerto.

MARTÍN: ¿Queréis volverme esa daga?

Acabaré con la vida

pues mis desdichas no acaban.

ANTONIO: Doña Clara os quiere vivo

y como a su esposo os ama.

MARTÍN: ¿Qué Doña Clara, señores?

Que no soy yo.

ANTONIO: ¡Buena estaba

la excusa! ¿No sois Don Gil?

MARTÍN: Ansí en la Corte me llaman,

más no el de las calzas verdes.

ANTONIO: ¿No son verdes esas calzas?

CELIO: O habéis de perder la vida

o cumplir palabras dadas.

DIEGO: Quitarásela el verdugo,

levantando en una escarpia

su cabeza enredadora

antes de un mes en la plaza.

[CELIO:] ¿Cómo?

ALGUACIL: Mató a su mujer.

CELIO: ¡Oh, traidor!

MARTÍN: ¡Oh, si llegara

a dar remate a mis penas

la muerte que me amenaza!

(Salen Fabio y Decio).

FABIO: Ése es el que hirió a Don Juan

en la pendencia pasada.

Con él está un alguacil.

DECIO: La ocasión es extremada.

Poned, señor, en la cárcel

a este hidalgo.

MARTÍN: ¿Hay más desgracias?

ALGUACIL: Allá va, pero ¿por qué

prenderle los dos me mandan?

FABIO: Hirió a Don Juan de Toledo

anoche junto a las casas

de Don Pedro de Mendoza.

MARTÍN: ¿Yo a Don Juan?

QUINTANA: ¡Miren si escampa!

MARTÍN: ¿Qué Don Juan, cielos? ¿Qué noche,

qué casa o qué cuchilladas?

¿Qué persecución es ésta?

Mirad, señores, que el alma

de Doña Juana difunta,

que dicen que en penas anda,

es quien todos nos enreda.

DIEGO: ¿Luego habéisla muerto?

ALGUACIL: Vaya

a la cárcel.

QUINTANA: Aguardad;

que se apean unas damas

de un coche y vienen aprisa

a dar luz a estas marañas.

(Doña Juana de hombre, Don Pedro, Doña Inés, Doña Clara de mujer y Don Juan con banda al brazo).

JUANA: ¡Padre de los ojos míos!

DIEGO: ¿Cómo? ¿Quién sois?

JUANA: Doña Juana,

hija tuya.

DIEGO: ¿Vives?

JUANA: Vivo.

DIEGO: ¿Pues no es tuya aquesta carta?

JUANA: Todo fue porque vinieses

a esta Corte Donde estaba

Don Martín hecho Don Gil,

y ser esposo intentaba

de Doña Inés, a quien di

cuenta desta historia larga,

y a poner remedio viene

a todas nuestras desgracias.

Yo he sido el Don Gil fingido,

célebre ya por mis calzas,

temido por alma en pena,

(A MARTÍN).

por serlo tú de mi alma;

dame esa mano.

MARTÍN: Confuso

te la beso, prenda cara,

y agradecido de ver

que cesaron por tu causa

todas mis persecuciones.

La muerte tuve tragada.

Quintana contra mí ha sido.

JUANA: Volvió por mi honor Quintana.

(Don Martín habla a Don Diego).

MARTÍN: Perdonad mi ingratitud,

señor.

DIEGO: Ya padre os enlaza

el cuello quien enemigo

vuestra muerte procuraba.

PEDRO: Ya nos consta del suceso

y las confusas marañas

de Don Gil, Juana y Elvira.

La herida no ha sido nada

de Don Juan.

JUAN: Antes, por ver

que ya Doña Inés me paga

finezas, tengo salud.

INÉS: Dueño sois de mí y mi casa.

PEDRO: Don Antonio lo ha de ser

de la hermosa Doña Clara.

CLARA: Engañóme como a todos

Don Gil de las verdes calzas.

ANTONIO: Yo medro por él mis dichas,

pues vos premiáis mi esperanza.

DIEGO: Ya, Don Martín, sois mi hijo.

MARTÍN: Mi padre que venga falta

para celebrar mis bodas.

(Sale Caramanchel, lleno de candelillas el sombrero y calzas, vestido de estampas de santos con un caldero al cuello y un hisopo).

CARAMANCHEL: ¿Hay quien rece por el alma

de mi dueño, que penando

está dentro de sus calzas?

JUANA: Caramanchel, ¿estás loco?

CARAMANCHEL: ¡Conjúrote por las llagas

del hospital de las bubas[11],

abernuncio[12], arriedro vayas[13]!

JUANA: Necio, que soy tu Don Gil.

Vivo estoy en cuerpo y alma.

¿No ves que trato con todos

y que ninguno se espanta?

CARAMANCHEL: Y ¿sois hombre o sois mujer?

JUANA: Mujer soy.

CARAMANCHEL: Esto bastaba

para enredar treinta mundos.

(Sale Osorio).

OSORIO: Don Martín, agora acaba

vuestro padre de apearse.

PEDRO: ¿De apearse y no en mi casa?

OSORIO: Esperándoos está en ella.

PEDRO: Vamos, pues, porque se hagan

las bodas de todos tres.

JUANA: Y porque su historia acaba

Don Gil de las calzas verdes.

CARAMANCHEL: Y su comedia con calzas.

FIN DE LA COMEDIA