(Salen Quintana y Doña Juana, de mujer).

QUINTANA: No sé a quién te comparar:

Pedro de Urdemalas eres;

pero, ¿cuándo las mujeres

no supistes enredar?

JUANA: Esto, Quintana, hasta aquí

es lo que me ha sucedido.

Doña Inés pierde el sentido

con la libertad por mí;

Don Martín anda buscando

este Don Gil que en su amor

y nombre es competidor,

mas con tal recato ando

huyéndole la presencia

que desatinado entiende

que soy hechicero o duende.

Pierde el viejo la paciencia

porque la tal Doña Inés

ni sus ruegos obedece

ni a Don Martín apetece,

y de tal manera es

el amor que me ha cobrado,

que como no vuelvo a vella,

desde entonces atropella

con punDonores de estado.

Y como de mí no sabe,

no hay paje o criado en casa,

ni gente por ella pasa,

con quien llorando no acabe

que me busque.

QUINTANA: Si te pierdes

quizás te pregonará.

JUANA: A los que me buscan da

por señas mis calzas verdes.

Un Don Juan que la servía,

loco de ver su desdén,

para matarme también

me busca.

QUINTANA: Señora mía,

¡ojo a la vida, que anda

en terrible tentación!

Procede con discreción

o perderás la demanda.

JUANA: Yo me libraré de todo.

Una Doña Clara que es

prima de mi Doña Inés

también me quiere de modo

que a su [padre] ha persuadido,

si viva la quiere ver,

que me la dé por mujer.

QUINTANA: Harás notable marido.

JUANA: A este fin me hace buscar

casi, Quintana, a pregones,

por posadas y mesones,

sin cansarse en preguntar

por un Don Gil de unas calzas

verdes, de Valladolid.

QUINTANA: ¡Señas son para Madrid

buenas! Bien tu ingenio ensalzas.

JUANA: El criado que te dije

que en partiéndote de mí

en la Puente recibí

también confuso se aflige

porque desde ayer acá

no ha podido descubrirme,

ni yo ceso de reírme

de ver cuál viene y cuál va

buscándome como aguja

por esta calle, después

de saber de Doña Inés

si me esconde alguna bruja.

Y como no halla noticia

de mí, afirmará por cierto

que el dicho Don Juan me ha muerto.

QUINTANA: Pondrále ante la justicia.

JUANA: Bien puede ser porque es fiel,

gran servicial, lindo humor,

y me tiene extraño amor.

QUINTANA: ¿Llámase?

JUANA: Caramanchel.

QUINTANA: Pues bien; agora, ¿a qué fin

te has vuelto mujer?

JUANA: Engaños

son todos nuevos y extraños

en daño de Don Martín.

Esta casa alquilé ayer

con su servicio y ornato…

QUINTANA: Aunque no saldrá barato

no es nuevo agora el haber

en Madrid quien una casa

dé, con todo su apatusco;

el por qué la alquilas busco.

JUANA: Oye, y sabrás lo que pasa.

Pared enmedio de aquí

vive Doña Inés, la dama

de Don Martín, que me ama.

Esta mañana la vi,

y dándome el parabién

de la nueva vecindad,

tenemos brava amistad,

porque afirma quiere bien

a un galán de quien retrato

soy vivo, y que en mi presencia

la aflige menos la ausencia

de su proceder ingrato.

Si yo su vecina soy,

podré saber lo que pasa

con Don Martín en su casa.

Y como tan cerca estoy,

fácilmente desharé

cuanto trazare en mi daño.

QUINTANA: Retrato eres del engaño.

JUANA: Y mi remedio seré.

QUINTANA: En fin, ¿vienes a tener

dos casas?

JUANA: Con mi escudero

y lacayo.

QUINTANA: ¿Y el dinero?

JUANA: Joyas tengo que vender

o empeñar.

QUINTANA: ¿Y si se acaban?

JUANA: Doña Inés contribuirá,

que no ama quien no da.

QUINTANA: En otros tiempos no daban.

Vuélvome pues a Vallecas

hasta ver destas marañas

el fin.

JUANA: Di de mis hazañas.

QUINTANA: Yo apostaré que te truecas

hoy en hombre y en mujer

veinte veces.

JUANA: Las que viere

que mi remedio requiere,

porque todo es menester.

Mas ¿sabes lo que he pensado

primero que allá te partas?

Que con un pliego de cartas

finjas que agora has llegado

de Valladolid en busca

de mi amante.

QUINTANA: ¿Y a qué fin?

JUANA: Trae sospechas Don Martín

de que quien su amor ofusca

soy yo, que en su seguimiento

desde mi patria he venido

y soy el Don Gil fingido.

Para que este pensamiento

no le asegure, será

bien fingir que yo le escribo

desde allá y que por él vivo

como quien sin alma está.

Dirásle tú que me dejas

en un convento encerrada

con sospechas de preñada,

y darásle muchas quejas

de mi parte, y que si sabe

mi padre de mi preñez,

malograré su vejez,

o me ha de dar muerte grave.

Con esto le desatino,

y creyendo que allá estoy

no dirá que Don Gil soy.

QUINTANA: Voyme a poner de camino.

JUANA: Y yo a escribir.

QUINTANA: Vamos, pues;

darásme la carta escrita.

JUANA: Ven, que espero una visita.

QUINTANA: ¿Visita?

JUANA: De Doña Inés.

(Vanse. Doña Inés con manto, y Don Juan).

INÉS: Don Juan, Donde no hay amor,

pedir celos es locura.

JUAN: ¿Que no hay amor?

INÉS: La hermosura

del mundo tanto es mayor,

cuanto es la naturaleza

más varia en él, y así quiero

ser mudable, porque espero

tener ansí más belleza.

JUAN: Si la que es más variable,

ésa es más bella, en ti fundo

la hermosura deste mundo,

porque eres la más mudable.

¿Por un rapaz me desprecias

antes de saber quién es?

¡Por un niño, Doña Inés!

INÉS: Excusa palabras necias

y mira, Don Juan, que estoy

en casa ajena.

JUAN: Inconstante,

¡no lograrás a tu amante!

¡A matar tu Don Gil voy!

INÉS: ¿A qué Don Gil?

JUAN: Al rapaz,

ingrata, por quien te pierdes.

INÉS: Don Gil de las calzas verdes

no es quien perturba tu paz.

Así nos dé vida Dios,

que no le he visto después

de aquella tarde. Otro es

el Don Gil que priva.

JUAN: ¿Hay dos?

INÉS: Sí, Don Juan, que el Don Gilico,

o fingió llamarse así

o si a vivir vino aquí

de asiento, te certifico

que de todos se burló.

El que de casa te ha echado

es un Don Gil muy barbado

a quien aborrezco yo.

Pero quiéreme casar

con él mi padre, y es fuerza

que por darle gusto tuerza

mi inclinación. Si a matar

estotro Don Gil te atreves,

de Albornoz tiene el renombre,

y aunque dicen que es muy hombre,

como amor y ánimo lleves,

el premio a mi cuenta escribe.

JUAN: ¿Don Gil de Albornoz se llama?

INÉS: Ansí lo dice la fama,

y en casa del Conde vive,

nuestro vecino.

JUAN: ¿Tan cerca?

INÉS: Por tenerme cerca a mí.

JUAN: ¿Y que le aborreces?

INÉS: Sí.

JUAN: Pues si con su muerte merca

mi fe tu amor, el laurel

ya [mi] cabeza previene,

que te hago voto solene

que pueden doblar por él.

(Vase).

INÉS: ¡Ojalá! Que desta suerte

aseguraré la vida

del Don Gil por quien perdida

estoy, pues dándole muerte

quedaré libre, y mi padre

no aumentará mi tormento

con su odioso casamiento,

por más que su hacienda cuadre

a su avaricia maldita.

(Doña Juana, de mujer, sin manto, y Valdivieso, escudero viejo).

JUANA: ¡Oh, señora Doña Inés!

¿En mi casa? El interés

estimo desta visita.

En verdad que iba yo a hacer

en este punto otro tanto.

¡Hola! ¿No hay quien quite el manto

a Doña Inés?

(A ella, al oído).

VALDIVIESO: ¿Qué ha de haber?

¿Qué dueñas has recibido

o Doncellas de labor?

¿Hay otra vieja de honor

más que yo?

JUANA: No habrá venido

Esperancilla ni Vega.

¡Jesús, y qué de ello pasa

la que mudando de casa

hacienda y trastos trasiega!

Quitalde vos ese manto,

Valdivieso.

(Quítale y vase).

INÉS: Doña Elvira,

tu cara y talle me admira;

de tu Donaire me espanto.

JUANA: Favorécesme, aunque sea

en nombre ajeno. Ya sé

que bien te parezco en fe

del que tu gusto desea.

Seré como la ley vieja,

que tendré gracia en virtud

de la nueva.

INÉS: Juventud

tienes harta: extremos deja;

que aunque no puedo negar

que te amo porque pareces

a quien adoro, mereces

por ti sola enamorar

a un Adonis, a un Narciso,

y al sol que tus ojos viere.

JUANA: Pues yo sé quien no me quiere,

aunque otros tiempos me quiso.

INÉS: ¡Maldígale Dios! ¿Quién es

quien se atreve a darte enojos?

JUANA: Las lágrimas a los ojos

me sacaste, Doña Inés.

Mudemos conversación,

que refrescas la memoria

de mi lamentable historia.

INÉS: Si la comunicación

quita la melancolía,

y en nuestra amistad consientes,

tu desgracia es bien me cuentes,

pues ya te dije la mía.

JUANA: No, por tus ojos; que amores

ajenos cansan.

INÉS: Ea, amiga…

JUANA: En fin, ¿quieres te la diga?

Pues escúchame y no llores.

En Burgos, noble cabeza

de Castilla, me dio el ser

Don Rodrigo de Cisneros

y sus desgracias con él.

Nací amante, ¡qué desdicha!,

pues desde la cuna amé

a un Don Miguel de Ribera,

tan gentil como cruel.

Correspondió a los principios

porque la voluntad es

cambio que entra caudaloso

pero no tarda en romper.

Llegó nuestro amor al punto

acostumbrado, que fue

a pagar yo de contado

fiada en su prometer.

Dióme palabra de esposo.

¡Mal haya la simple, amén,

que no escarmienta en palabras

cuando tantas rotas ve!

Partióse a Valladolid:

cansado debió de ser.

Estaba sin padres yo;

súpelo, fuime tras él;

engañóme con achaques,

y ya sabes, Doña Inés,

que el amor que anda achacoso

de achaques muere también.

Dábale su casa y mesa

un primo que Don Miguel

tenía, mozo y gallardo,

rico, discreto y cortés;

llamábase éste Don Gil

de Albornoz y Coronel,

de un Don Martín de Guzmán

amigo, pero no fiel.

Sucedió que al Don Martín

y a su padre, Don Andrés,

les escribió desta Corte,

tu padre pienso que fue,

pidiéndole para esposo

de una hermosa Doña Inés

que, si mal no conjeturo

tú sin duda debes ser.

Había dado Don Martín

a una Doña Juana fe

y palabra de marido;

mas no osándola romper

ofreció este casamiento

al Don Gil; y el interés

de tu dote apetecible

alas le puso a los pies.

Dióle cartas de favor

el viejo, y quiso con él

partirse al punto a esta Corte,

nueva imagen de Babel.

Comunicó intento y cartas

al amigo Don Miguel,

mi ingrato dueño, ensalzando

la hacienda, belleza y ser

de su pretendida dama

hasta los cielos; que fue

echar fuego al apetito

y su codicia encender.

Enamoróse de oídas

Don Miguel de ti: al poder

de tu dote lo atribuye,

que ya amor es mercader;

y atropellando amistades,

obligación, deudo y fe,

de Don Gil le hurtó las cartas

y el nombre, porque con él

disfrazándose, a esta Corte

vino, pienso que no ha un mes.

Vendiéndose [por] Don Gil,

te ha pedido por mujer.

Yo, que sigo como sombra

sus pasos, vine tras él,

sembrando por los caminos

quejas, que vendré a coger

colmadas de desengaños,

que es caudal del bien querer.

Sabiendo Don Gil su agravio

quiso seguirle también,

y encontrámonos los dos,

siendo fuerza que con él

caminase hasta esta Corte,

habrá nueve días o diez,

Donde aguardo la sentencia

de mi amor, siendo tú el juez.

Como vine con Don Gil

y la ocasión siempre fue

amiga de novedades,

que basta en fin ser mujer,

la semejanza hechicera

de los dos pudo encender,

mirándose él siempre en mí,

y yo mirándome en él,

descuidos. Enamoróse

con tantas veras…

INÉS: ¿De quién?

JUANA: De mí.

INÉS: ¿Don Gil de Albornoz?

JUANA: Don Gil, a quien imité

en el talle y en la cara,

de suerte que hizo un pincel

dos copias y originales

prodigiosas esta vez.

INÉS: ¿Uno de unas calzas verdes?

JUANA: Y tan verdes como él,

que es abril de la hermosura

y del Donaire Aranjuez.

INÉS: Bien le quieres, pues le alabas.

JUANA: Quisiérale, amiga, bien

si bien no hubiera querido

a quien mal supo querer.

Tengo esposo, aunque mudable;

soy constante, aunque mujer;

nobleza y valor me ilustran;

aliento y no celos ten,

que despreciando a Don Gil

y viendo que Don Miguel

tiene ya el sí de tu padre,

si sin ti le puede haber,

hice alquilar esta casa

Donde de cerca sabré

el fin de tantas desdichas

como en mis sucesos ves.

INÉS: ¿Que Don Miguel de Ribera

el Don Gil fingido fue

que, dueño tuyo y tu esposo,

quiere que yo el sí le dé?

JUANA: Esto es cierto.

INÉS: ¿Que el Don Gil

verdadero y cierto fue

aquél de las verdes calzas?

¡Triste de mí! ¿Qué he de hacer

si te sirve, cara Elvira?

Y aun por eso no me ve,

que no le bastan dos ojos

para llorar tu desdén.

JUANA: Como a Don Miguel desprecies,

también yo desdeñaré

a Don Gil.

INÉS: ¿Pues deso dudas?

Hombre que tiene mujer,

¿cómo puede ser mi esposo?

No temas eso.

JUANA: Pues ven,

que a Don Gil quiero escribir

en tu presencia un papel

que llevará mi escudero,

y su muerte escrita en él.

INÉS: ¡Ay, Elvira de mis ojos,

tu esclava tengo de ser!

JUANA: (Aparte): Ya esta boba está en la trampa.

Ya soy hombre, ya mujer,

ya Don Gil, ya Doña Elvira;

mas si amo, ¿qué no seré?).

(Vanse. Salen Quintana y Don Martín).

MARTÍN: ¿Y que tú mismo la dejas

en un convento, Quintana?

QUINTANA: Yo mismo, a tu Doña Juana

en San Quirce, dando quejas

y suspiros, porque está

con indicios de preñada.

MARTÍN: ¿Cómo?

QUINTANA: No la para nada

en el estómago y da

unas arcadas terribles,

la basquiña se le aova,

pésale más que una arroba

el paso que da, imposibles

se le antojan. Vituperio

de su linaje serás

si a consolarla no vas,

y pare en el monasterio.

MARTÍN: Quintana, jurara yo

que desde Valladolid

había venido a Madrid

a perseguirme.

QUINTANA: Eso no,

ni haces bien en no tenella

en opinión más honrada.

MARTÍN: ¿No pudiera disfrazada

seguirme?

QUINTANA: ¡Bonita es ella!

Ésta es la hora que está

rezando entre sus iguales

los salmos penitenciales

por ti. ¿Esa carta no da

certidumbre que te digo

la verdad?

MARTÍN: Quintana, sí.

Las quejas que escribe aquí

mucho han de poder conmigo.

Vine a cierta pretensión

a Madrid, que el Rey confirme,

y partí sin despedirme

della por la dilación

forzosa que en mi partida

su amor había de poner.

Pero pues llego a saber

que corre riesgo su vida

y que mi amor coge el fruto

que su hermosura me ofrece,

cualquier tardanza parece

pronóstico de mi luto.

Partiréme esta semana

sin falta, concluya o no

a lo que vine.

QUINTANA: Pues yo

tomo la posta mañana,

y a pedirla me adelanto

las albricias.

MARTÍN: Bien harás.

Hoy esta Corte verás,

y yo escribiré entretanto.

¿Dónde tienes la posada?

Que no te llevo a la mía

porque malograr podría

una traza comenzada

que después sabrás despacio.

[QUINTANA:] Junto al mesón de Paredes

vivo.

MARTÍN: Bien.

QUINTANA: Mañana puedes,

si tienes de ir a Palacio,

darme las cartas allá.

MARTÍN: En buen hora. (Aparte): No he querido

que vaya Donde he fingido

ser Don Gil, que deshará

la máquina que levanto).

QUINTANA: Voyme, pues, a negociar.

MARTÍN: Adiós.

QUINTANA: (Aparte): ¿En qué ha de parar,

cielos, embeleco tanto?).

(Vase).

MARTÍN: Basta, que ya padre soy;

basta, que está Doña Juana

preñada. Afición liviana,

villano pago le doy.

Con un hijo, es torpe modo

el que aquí pretender quiero,

indigno de un caballero.

Pongamos remedio en todo

dando la vuelta a mi tierra.

(Sale Don Juan).

JUAN: Señor Don Gil de Albornoz,

si, como corre la voz,

valor vuestro pecho encierra

para lucir el acero,

al paso que pretender

contra su gusto mujer,

pensamiento algo grosero,

yo, que soy interesado

en esta parte, quisiera

que saliésemos afuera

del lugar, y que en el Prado

o Puente, sin que delante

tuviésemos tanta gente,

mostrásedes ser valiente

como mostráis ser amante.

MARTÍN: La cólera requemada

cortad por lo que os importa,

que para quien no la corta

corta cóleras mi espada,

que yo, que más flema tengo,

no riño sin ocasión.

Si vos tenéis afición

cuando yo a casarme vengo

y me aborrece mi dama,

pues en su mano dejó

naturaleza el sí y no,

y vos presumís que os ama,

pretendámosla los dos,

que cuando el no me dé a mí

y vos salgáis con el sí,

no reñiré yo con vos.

JUAN: Ella me ha dicho que es fuerza

hacer de su padre el gusto,

y que, amándola, no es justo

la deje casar por fuerza.

Y en fe desta sinrazón,

o nos hemos de matar

o no os habéis de casar,

dejando su pretensión.

MARTÍN: ¿Doña Inés dice que quiere

a su padre obedecer,

y mi esposa admite ser?

JUAN: A su inclinación prefiere

la caduca voluntad

de su padre.

MARTÍN: Y por ventura

perder esa coyuntura,

¿no sería necedad?

Si con lo que yo procuro

salgo, ¿no es torpe imprudencia

el poner en contingencia

lo que ya tengo seguro?

¡Muy bueno fuera, por Dios,

que después de reducida,

si yo no os quito la vida

me la quitásedes vos,

perdiendo mujer tan bella,

y que, después de adquirido

el nombre de su [marido],

os la dejase Doncella!

No, señor. Permitid vos

que logre de Doña Inés

la belleza, y de allí a un mes

podremos reñir los dos.

JUAN: O hacéis de mí poco caso

o tenéis poco valor.

Pero a vuestro necio amor

sabré yo atajar el paso

en parte Donde no tema

el favor que aquí os provoca.

(Vase).

MARTÍN: Para su cólera loca

no ha sido mala mi flema.

Si está Doña Inés resuelta,

y a ser mi esposa se allana,

perDonará Doña Juana,

y mi amor dará la vuelta,

si a Valladolid [quería]

llevarme; que el interés

y beldad de Doña Inés

excusa[n] la culpa mía.

(Sale Osorio).

OSORIO: Gracias a Dios que te veo.

MARTÍN: Seas, Osorio, bien venido.

¿Hay cartas?

OSORIO: Cartas ha habido.

MARTÍN: ¿De mi padre?

OSORIO: En el correo

a la mitad de su lista

a ciento y doce leí

este pliego para ti.

(Dásele).

MARTÍN: Libranza habrá a letra vista.

(Ábrele).

OSORIO: ¿Quién duda?

MARTÍN: Este sobrescrito

dice: «A Don Gil de Albornoz».

OSORIO: Corre por ti la tal voz.

MARTÍN: Estotra cubierta quito.

(Lee).

«A mi hijo Don Martín».

Y estotra. «A Agustín Solier

de Camargo, mercader».

OSORIO: ¡Bien haya el tal Agustín

si en él nos libran dinero!

[MARTÍN:] Eso, Osorio, es cosa cierta.

OSORIO: ¿Adónde vive?

MARTÍN: A la puerta

de Guadalajara.

OSORIO: Quiero

besarla por lo que a mí

me toca, que ya no había

casi blanca.

MARTÍN: Abro la mía

primero.

OSORIO: Bien.

MARTÍN: Dice ansí:

(Lee la carta).

«Hijo: Cuidadoso estaré hasta saber el fin de

nuestra pretensión, cuyos principios, según me

avisáis, prometen buen suceso. Para que le

consigáis os remito esta libranza de mil escudos

y esa carta para Agustín Solier, mi corresponsal.

Digo en ella que son para Don Gil de Albornoz, un

deudo mío. No vais vos a cobrarlos, porque os conoce,

sino Osorio, diciendo que es mayordomo de dicho Don

Gil. Doña Juana de Solís falta de su casa desde

el día que os partístes. Si en ella están confusos

no lo ando yo menos, temiendo no os haya seguido y

impida lo que tan bien nos está. Abreviad lances,

y en desposándoos, avisadme para que yo al punto me

ponga en camino, y tengan fin estas marañas. Dios os me

guarde como deseo. Valladolid y agosto, etc. Vuestro padre».

OSORIO: ¿No escuchas que Doña Juana

falta de su casa?

MARTÍN: Ya

sé [yo] dónde oculta está.

Agora llegó Quintana

con carta suya, y por ella

he sabido que encerrada

está en San Quirce y preñada.

OSORIO: Parirá en fe de Doncella.

MARTÍN: Huyóse sin avisar

a su padre; que afligida

de celos de mi partida,

no la darían lugar

el sobresalto y la prisa.

Y ésta será la ocasión

de la pena y confusión

que aquí mi padre me avisa.

Pero entretendréla agora

escribiéndola, y después

que posea a Doña Inés,

puesto que mi ausencia llora,

le diré que tome estado

de religiosa.

OSORIO: Si está

en San Quirce ya tendrá

lo más del camino andado.

(Sale Aguilar).

AGUILAR: ¿Es el señor Don Gil?

MARTÍN: Soy

amigo vuestro, AGUILAR.

AGUILAR: Don Pedro os envía a llamar,

y por buena nueva os doy

que pretende hoy desposaros

con su sucesora bella,

aunque llantos atropella.

MARTÍN: Quisiera en albricias daros

el Potosí. Esta cadena,

aunque de poco valor,

en fe de vuestro deudor…

(Va a echarse Don Martín las cartas en la faltriquera; y mételas por entre la sotanilla, y cáensele en el suelo).

AGUILAR: Para mal de ojos es buena.

MARTÍN: Vamos y irás a cobrar

esos escudos, Osorio,

que si es hoy mi desposorio,

todos los he de emplear

en joyas para mi esposa.

OSORIO: Para su belleza es poco.

(Aparte): Bien se dispone.

MARTÍN: (Aparte): Estoy loco.

¡Ay, mi Doña Inés hermosa!

(Vanse. Salen Doña Juana, de hombre, y Caramanchel).

CARAMANCHEL: No he de estar más de un instante,

señor Don Gil invisible,

con vos, que es cosa terrible

despareceros delante

de los ojos.

JUANA: Si me pierdes…

CARAMANCHEL: Un pregonero he cansado

diciendo: «El que hubiere hallado

a un Don Gil con calzas verdes

perdido de ayer acá,

dígalo y daránle luego

su hallazgo». Ved qué sosiego

para quien sin blanca está.

Un real de misas he dado

a las ánimas por vos,

y a San Antonio otros dos,

de lo perdido abogado.

No quiero más tentación,

que me dais que sospechar

que sois duende o familiar,

y temo a la Inquisición.

Pagadme y adiós.

JUANA: Yo he estado

todo este tiempo escondido

en una casa que ha sido

mi cielo, porque he alcanzado

la mejor mujer en ella

de Madrid.

CARAMANCHEL: ¿Chanzas hacéis?

¿Mujer vos?

JUANA: Yo.

CARAMANCHEL: ¿Pues tenéis

dientes vos para comella?

¿O es acaso Doña Inés,

la damaza de la huerta,

por las verdes calzas muerta?

Sí será.

JUANA: A lo menos es

otra más bella que vive

pegada a la casa desa.

CARAMANCHEL: ¿Es juguetona?

JUANA: Es traviesa.

CARAMANCHEL: ¿Da?

JUANA: Lo que tiene.

CARAMANCHEL: ¿Y recibe?

JUANA: Lo que la dan.

CARAMANCHEL: Pues retira

la bolsa, imán de una dama.

¿Llámase?

JUANA: Elvira se llama.

CARAMANCHEL: Elvira, pero sin vira.

JUANA: Ven, llevarásme un papel.

CARAMANCHEL: Dellos hay un pliego aquí.

(Alza las cartas).

Oye, que son para ti.

JUANA: ¿Para mí, Caramanchel?

CARAMANCHEL: El sobrescrito rasgado

dice: «A Don Gil de Albornoz».

JUANA: Muestra. ¡Ay cielos!

CARAMANCHEL: En la voz

y cara te has alterado.

JUANA: Dos cerradas y una abierta

vienen.

CARAMANCHEL: Mira para quién.

JUANA: Pronósticos de mi bien

hacen mi ventura cierta.

(Lee).

«A Don Pedro de Mendoza

y [Velasteguí]». «Éste es

el padre de Doña Inés».

CARAMANCHEL: Algún galán de la moza

te pone por medianero

con su padre, que querrá

que le cases.

JUANA: Y hallará

a propósito el tercero.

CARAMANCHEL: Mira esotro sobrescrito.

JUANA: Dice aquí. «A Agustín Solier

de Camargo, mercader».

CARAMANCHEL: Ya le conozco, un corito

es que tiene más caudal

de cuantos la Puerta ampara

aquí de Guadalajara.

JUANA: Pues tenlo a buena señal.

Esta abierta es para mí.

CARAMANCHEL: Mírala.

JUANA: (Aparte): ¿Quién duda que es

el pliego de Don Andrés

para Don Martín

(Léela para sí).

CARAMANCHEL: ¿Que ansí

haya quien hurte en la Corte

las cartas? Delito grave.

Pero si las nuevas sabe

a costa no más del porte,

¿quién las dejará de ver?

A alguno que las sacó

y el pliego por yerro abrió

se le debió de caer.

JUANA: (Aparte): Dichosa soy en extremo.

A buen presagio he tenido

que a mi mano hayan venido

estas cartas. Ya no temo

mal suceso).

CARAMANCHEL: ¿Cúyas son?

JUANA: De un mi tío de Segovia.

CARAMANCHEL: A Inés querrá para novia.

JUANA: Acertaste su intención.

Una libranza me envía

para que joyas la dé

de hasta mil escudos.

CARAMANCHEL: Fue

mi sospecha profecía;

vendrá en Agustín Solier

librada.

JUANA: En ésta le escribe

que los dé luego.

CARAMANCHEL: Recibe

el dinero en tu poder

y no me despediré

de ti en mi vida.

JUANA: (Aparte): A Quintana

voy a buscar. ¡Qué mañana

tan dichosa! Con buen pie

me levanté hoy; marañas

traza nuevas mi venganza.

Hoy cobrará la libranza

Quintana, y de mis hazañas

verá presto el fin sutil).

CARAMANCHEL: Por si otra vez te me pierdes

me encajo tus calzas verdes.

JUANA: Hoy sabrán quién es Don Gil.

(Vanse. Salen Doña Inés y Don Pedro, su padre).

INÉS: Digo, señor, que vives engañado,

y que el Don Gil fingido que me ofreces,

no es Don Gil, ni jamás se lo han llamado.

PEDRO: ¿Por qué mintiendo, Inés, me desvaneces?

Don Andrés ¿no me ha escrito por este hombre?

¿No dice que [es] Don Gil el que aborreces?

INÉS: Don Miguel de Cisneros es su nombre,

con una Doña Elvira desposado;

su patria es Burgos. Porque más te asombre,

la misma Doña Elvira me ha contado

todo el suceso, que en su busca viene,

y del mismo Don Gil es un traslado.

Pared en medio desta casa tiene

la suya. Hablarla puedes y informarte

de todo este embeleco, que es solene.

PEDRO: Advierte, Inés, que debe de burlarte,

pues no puede ser falsa aquesta firma,

ni a la naturaleza engaña el arte.

INÉS: Pues si esa carta tu opinión confirma,

repara en que Don Gil, el verdadero,

en quien mi voluntad su amor confirma,

es un gallardo y joven caballero

que por la gracia de un verde vestido

con que le vi en la huerta el día primero

calzas verdes le di por apellido.

Éste, pues, por la fama aficionado

de mí o mi dote y luego persuadido

de Don Andrés a que tomase estado,

le hizo que viniese con el pliego

en su abono, que tanto te ha engañado.

Era su amigo Don Miguel, y luego

que supo dél, estando de partida,

mi hacienda y calidad, encendió fuego

el interés que la amistad olvida,

y sin mirar que estaba desposado

con Doña Elvira, un tiempo tan querida,

teniéndole en su casa aposentado

le hurtó las cartas una noche y vino

[por] la posta a esta corte disfrazado.

Ganóle por la mano en el camino,

fingió que era Don Gil, dióte ese pliego

y con él entabló su desatino.

El Don Gil verdadero vino luego,

que fue el que vi en la huerta y al que mira

como a su objeto mi amoroso fuego;

no osó contradecir tan gran mentira

por ver tan apoyado su embeleco,

hasta que a verme vino Doña Elvira.

Ésta me dijo el marañoso trueco

y los engaños del Don Gil postizo

que funda su esperanza en mármol seco.

Doña Elvira, señor, me satisfizo.

Mira lo mucho que en casarme pierdes

con quien lo está con otra, y esto hizo.

PEDRO: ¿Hay semejante embuste?

INÉS: Que te acuerdes

deste suceso importa.

PEDRO: ¿No vería

yo al Don Gil de las calzas, Inés, verdes?

INÉS: Doña Elvira me dijo le enviaría

a hablarte y verme aquesta misma tarde.

PEDRO: ¿Pues cómo tarda?

INÉS: Aún no es pasado el día.

¿Pero no es éste, cielos? Haga alarde

con su presencia la esperanza mía.

(Sale Doña Juana, de hombre).

JUANA: A daros satisfacción,

señora, de mi tardanza

vengo y a pedir perdón

no de que en mí haya mudanza

sino de mi dilación.

Hame tenido ocupado

estos días el cuidado

en que me puso un traidor,

que por lograr vuestro amor

hasta el nombre me ha usurpado,

no falta de voluntad,

pues desde el punto que os vi

os rendí la libertad.

INÉS: Yo sé que eso no es ansí,

pero sea o no verdad,

conoced, señor Don Gil,

a mi padre que os desea,

y entre confusiones mil

persuadilde a que no crea

enredos de un pecho vil.

JUANA: A mucha suerte he tenido,

señor, haberos hallado

aquí, y llegara corrido

a no haberme asegurado

cartas que hoy he recibido

de Don Andrés de Guzmán,

que quimeras desharán

de quien con firmas hurtadas

pretendió ver malogradas

mis esperanzas. Si dan

fe y crédito estos renglones

y me abona este papel

(Enséñale las cartas).

no admitáis satisfacciones

fingidas de Don Miguel

o guardaos de sus traiciones.

(Míralas Don Pedro).

PEDRO: Yo estoy, señor, satisfecho

de lo que decís y afirma

vuestro generoso pecho.

Esta letra y esta firma

del agravio que os he hecho,

si es que soy yo quien lo hice,

fue la causa, y agora es

favor con que os autorice.

Sí, letra es de Don Andrés.

(Míralas otra vez).

Quiero mirar lo que dice.

(Lee para sí y ellas hablan aparte).

INÉS: ¿Cómo va de voluntad?

JUANA: Vos, que sus llaves tenéis,

por mí la respuesta os dad.

INÉS: Desde ayer acá queréis

mucho nuestra vecindad.

JUANA: ¿Desde ayer? Desde que os mira

el alma que en ella os ve,

y en vuestra ausencia suspira.

INÉS: ¿En mi ausencia?

JUANA: ¿Pues no?

INÉS: ¿A fe?

¿Y no en la de Doña Elvira?).

PEDRO: Aquí otra vez me encomienda

Don Andrés la conclusión

de vuestra boda, y que entienda

la mucha satisfacción

de vuestra sangre y hacienda.

El Don Miguel de Cisneros

es gentil enredador.

Mucho gusto en conoceros.

Hoy habéis de ser señor

desta casa.

JUANA: ¿Que teneros

por dueño y padre merezco?

Mil veces me dad los pies.

PEDRO: Los brazos sí que os ofrezco

(Abrázale).

y en ellos a Doña Inés.

JUANA: Mi dicha al cielo [agradezco].

(Abrázala).

Desta suerte satisfago

los celos de la vecina

que tenéis.

INÉS: Y yo deshago

sospechas, porque me inclina

vuestro amor.

JUANA: Con ése os pago.

(Sale Quintana).

QUINTANA: Don Gil mi señor, ¿está

aquí?

(A él aparte).

JUANA: ¡Quintana!, ¿has cobrado

libranza y escudos?

QUINTANA: Ya,

en oro puro y doblado.

(A ellos).

JUANA: Yo vendré a la noche acá,

que una ocurrencia forzosa,

mi bien, me obliga a apartar

de vuestra presencia hermosa.

PEDRO: No hay para qué dilatar

el desposorio, que es cosa

que corre peligro.

JUANA: Pues

esta noche estoy resuelto

en desposarme.

PEDRO: Mi Inés

será vuestra.

JUANA: Habéisme vuelto

el alma al cuerpo.

INÉS: ¡Interés

dichoso!

JUANA: La vuelta doy

luego.

QUINTANA: (Aparte): ¡Quimera sutil!

JUANA: Adiós, que a Palacio voy.

(A ella).

QUINTANA: ¡Vamos, Juana, Elvira, Gil!

(A él).

JUANA: ¡Gil, Elvira y Juana soy!.

(Vanse los dos).

PEDRO: ¡Qué muchacho y qué discreto

[es] el Don Gil! Grande amor

le he cobrado, te prometo;

vuélvame el enredador

a casa, verá el efeto

de sus embustes.

(Salen Don Martín y Osorio y hablan a otro lado).

MARTÍN: ¿Adónde

se me pudieron caer?

Si lo advertiste, responde.

OSORIO: Pues, ¿puédolo yo saber?

¿Junto a la casa del Conde

no las leíste?

MARTÍN: ¿Has mirado

todo lo que hay desde allí?

OSORIO: De modo que no he dejado

un solo átomo hasta aquí.

MARTÍN: ¿Hay hombre más desdichado?

¡Pliego y escudos perdidos!

OSORIO: Haz cuenta que los jugaste

en vez de comprar vestidos

y joyas.

MARTÍN: ¿No lo miraste

bien?

OSORIO: Con todos mis sentidos.

MARTÍN: Pues vuelve, que podrá ser

que [lo] halles.

OSORIO: ¡Linda esperanza!

MARTÍN: Pero no, ve al mercader,

que no acepte la libranza.

OSORIO: Eso es mejor.

MARTÍN: ¿Que a perder

un pliego de cartas venga

un hombre como yo?

(Ven a los otros).

OSORIO: Aquí

está tu dama.

MARTÍN: Hoy se venga

su menosprecio de mí.

OSORIO: Ruega a Dios que no la tenga

pagada.

(Vase Osorio).

MARTÍN: ¡Oh, señores! (Aparte): Quiero

disimular mi pesar.

PEDRO: ¿Es digno de un caballero,

Don Miguel, el enredar

con disfraces de embustero?

¿Es bien que os finjáis Don Gil

de Albornoz si Don Miguel

sois, y con astucias mil,

siendo ladrón de un papel,

queráis por medio tan vil

usurparle a vuestro amigo

el nombre, opinión y dama?

MARTÍN: ¿Qué decís?

PEDRO: Esto que digo,

y guardaos que desta trama

no os haga dar el castigo

que merecéis. Si os llamáis

vos Don Miguel de Cisneros,

¿para qué nombres trocáis?

MARTÍN: ¿Yo? No acabo de entenderos.

PEDRO: ¡Qué bien lo disimuláis!

MARTÍN: ¿Yo Don Miguel?

INÉS: Ya sabemos

que sois de Burgos.

MARTÍN: [¡Mentira

solene!]

INÉS: ¡Buenos extremos!

Cumplid la fe a Doña Elvira,

o a la justicia diremos

cuán grande embelecador

sois.

MARTÍN: ¡Pues habéisme cogido

los dos de muy buen humor

en ocasión que he perdido

seso y escudos! Señor,

¿quién es el autor cruel

de quimera tan sutil?

PEDRO: Sabed, señor Don Miguel,

que el verdadero Don Gil

se va agora de aquí, y dél

tengo la satisfacción

que vuestro crédito pierde.

MARTÍN: ¿Qué Don Gil o maldición

es éste?

PEDRO: Don Gil el verde.

INÉS: Y el blanco de mi afición.

PEDRO: Id a Burgos entretanto

que él se casa, y haréis bien,

y no finjáis ese espanto.

MARTÍN: ¡Válgate el demonio, amén,

por Don Gil o por encanto!

¡Vive Dios, que algún traidor

os ha venido a engañar!

Oíd.

INÉS: Pasito, señor,

que le haremos castigar

por archiembelecador.

(Vanse los dos).

MARTÍN: ¿Hay confusión semejante?

¡Que este Don Gil me persiga

invisible cada instante

y que por más que le siga

nunca le encuentre delante!

Estoy tan desesperado

que por toparme con él

diera cuanto he granjeado.

¿Yo en Burgos? ¿Yo Don Miguel?

(Sale Osorio).

OSORIO: ¡Buen lance habemos echado!

MARTÍN: ¿Has hablado al mercader?

OSORIO: Más me valiera que no.

Un Don Gil o Lucifer

todo el dinero cobró.

Malgesí debe de ser.

MARTÍN: ¿Don Gil?

OSORIO: De Albornoz se firma

dándole carta de pago.

Solier me enseñó su firma.

MARTÍN: ¡Este Don Gil será estrago

de toda mi casa!

OSORIO: Afirma

el Solier que anda vestido

de verde, porque te acuerdes

de lo que has por él perdido.

MARTÍN: Don Gil de las calzas verdes

ha de quitarme el sentido.

Ninguno me [hará] creer

sino que se disfrazó,

para obligarme a perder,

algún [demonio] y me hurtó

las cartas que al mercader

ha dado.

OSORIO: Hará enredos mil,

que sabe muchas vejeces

el enemigo sutil.

Ven, [señor].

MARTÍN: ¡Jesús mil veces!

¡Válgate el diablo el Don Gil!

FIN DEL ACTO SEGUNDO