Agradecimientos

Gracias…

Son muchas las personas a quienes tengo que agradecer su colaboración, apoyo y estímulo para que este libro llegue a sus manos. Por mucho que intento estrujarme la memoria, estoy seguro de que, puesto a recordarlas, cometeré algún olvido imperdonable. Les pido disculpas por anticipado.

Entre tanto, aquí va un anticipo de gratitud muy especial para Judit Starler, la eficaz y encantadora consejera de Comunicación de la Embalada de Hungría en Madrid quien me facilitó los comienzos de la investigación, me fue resolviendo duda tras duda a golpe de teléfono, me concertó citas en cuestión de minutos, me resolvió complicaciones ortográficas con los nombres húngaros y me sirvió de estímulo para seguir adelante cada vez que las dificultades hacían zozobrar mi ánimo.

Lo mismo podría decir de los hermanos Enrique y Jaime Vándor, que me dedicaron mucho tiempo para que pudiese exprimirles sus recuerdos del dramático invierno de 1944 en Budapest, y de Eva y Pál Lang quienes revivieron durante varias horas ante mi magnetófono su estremecedora peripecia frente al odio racista de los nacionalsocialistas alemanes y húngaros. Ernö Lazarovits, responsable de las relaciones internacionales de la Comunidad Judía Húngara se puso a mi disposición con sus recuerdos y archivos y, sobre todo, me confirmó algo que en España hemos ignorado durante bastantes décadas: Ángel Sanz Briz, en su etapa de encargado de negocios de España en Hungría, tuvo un comportamiento ejemplar que los judíos nunca olvidarán.

Nagy Attila, el brillante corresponsal de la agencia Efe, e Yvonne Mester, traductora de mucho de cuanto se conoce en Hungría de la cultura española, me hicieron de intérpretes en las entrevistas que celebré en húngaro y me ayudaron a descubrir lugares de Budapest que hace tantos años fueron escenario de algunos de los hechos que el libro recoge. En esta empresa, dificultada por los destrozos de la guerra y los años transcurridos, fue para mí una ayuda extraordinaria la que me prestó un taxista cuyo nombre extravié en mi memoria, pero cuyo recuerdo conservo. Vaya mi agradecimiento a través de su anonimato a cuantos de una forma u otra contribuyeron a veces sin siquiera saberlo a mi trabajo.

El actual embajador de España en Hungría, Fernando Perpiñá, admirador, igual que su antecesor en el cargo Pablo Benavides, del ejemplar comportamiento de Ángel Sanz Briz, me facilitó contactos, me proporcionó documentos y orientó mis investigaciones con inteligencia, paciencia, interés y excelente disposición. Lo mismo hizo en Madrid el exsecretario de la Embajada, Marcelino Cabanas, quien durante su misión en Budapest contribuyó junto al embajador Benavides a dar a conocer la labor de Sanz Briz y a dar realce al homenaje que el propio presidente de la República, Arpád Göncz, le rindió en el Parlamento magiar en presencia de su viuda e hijos.

El conde Orssich, actual embajador de la Orden de Malta en Madrid y testigo excepcional de lo ocurrido en Hungría en los años cuarenta, me facilitó el testimonio de sus recuerdos. Es sin lugar a dudas un capítulo de historia viva de gran valor. Lo mismo que lo es la escritora Elisabeth Szel, autora de una excelente novela sobre Wallenberg, Operación noche y niebla, el primer libro que se publicó sobre el inolvidable héroe sueco. Me recibió una tarde en su apartamento de Madrid y no sólo me ayudó con sus recuerdos: también me hizo sugerencias verdaderamente interesantes para el planteamiento del libro. Fue una lección excelente de una buena escritora cuya obra merecería ser mejor conocida en nuestro país, donde reside desde hace muchos años.

No podría terminar estas notas sin dejar constancia de mi gratitud muy especial a todos los miembros de la familia Sanz Briz, a su viuda, Adela Quijano, a sus hijas, Adela, Paloma, Pilar y Ángela, a su hijo Juan Carlos y, por supuesto, también a su yerno el embajador José García Bañón, a quien sustraje varias horas de tiempo. Todos me aportaron documentos y recuerdos familiares que me ayudaron a conocer mejor al protagonista del libro y a explicarme muchos aspectos de su carácter, de su generosidad y de su sentido del deber. Tienen, sí, muchas razones para estar orgullosos de él.

Ángel Sanz Briz, en la época en la que estuvo en Budapest.