Hugo sintió de pronto que se estaba acercando al peligro. Comprobó el hueco del que le había hablado Mariana, y menos mal que lo hizo, porque estaba lleno de tablas y trapos. Después de limpiarlo, pasó fácilmente por él y enseguida se encontró dentro de la leñera. Pensar que en caso de emergencia podría escapar le alegró, y se puso a escribir en el cuaderno:
Querida Mamá, Mariana ha sido despedida de su trabajo y va a dejarme con su amiga Nasha. Aquí, el contacto entre las personas no es delicado. Cada uno le exige al otro lo imposible. No te preocupes, eso no va contra mí. Han echado a Mariana porque bebe, y efectivamente bebe mucho. Me ha prometido que buscará un sitio donde haya un escondite. Estoy seguro de que lo hará. No te lo voy a ocultar, hay días en que tengo miedo. En el fondo sé que casi todos los temores son infundados. Todo lo que me rodea aquí me cautiva, y olvido los peligros. Me paso casi todo el tiempo escuchando y esforzándome en descifrar lo que oigo. Las conjeturas, hay que reconocerlo, no me llevan muy lejos.
Siento que estoy cambiando. Mariana dice que estoy haciéndome mayor. No es fácil saber lo que le ocurre a mi cuerpo. He crecido, creo.
Hace unos días se me ocurrió algo que no me puedo quitar de la cabeza: ¿Qué mal han hecho los judíos para que todos los persigan? ¿Por qué tienen que ocultarse en escondites? Mariana dice que son más delicados, y tampoco eso me queda claro. ¿Es por la delicadeza que los persiguen? Papá y tú siempre me habéis dicho: «Las personas son personas, no hay ninguna diferencia entre ellas, los mismos pensamientos y los mismos sufrimientos».
En casa nunca hemos hablado de lo que es ser judío. ¿Qué tenemos que nos hace enemigos de las personas? Ya he oído decir aquí varias veces: «Los judíos son un peligro para el mundo y hay que exterminarlos». También oí a uno de los huéspedes de Mariana decir: «Nuestra guerra no es contra los polacos o contra los rusos, es contra los judíos». Esas opiniones no son como para animarse. Espero que esas perversas intenciones no se materialicen nunca. Pienso en vosotros siempre,
HUGO
Al día siguiente se abrió la puerta de la recámara y apareció Mariana con una mujer.
—Este es Hugo —se lo presentó.
Hugo se puso en pie como si le hubiesen descubierto y ya no le quedase más remedio que reconocer que estaba escondido.
—Esta es mi amiga Nasha. Desde ahora será tu nueva amiga. Ella te cuidará y se ocupará de que no pases hambre. En cuanto lo arregle todo vendré a buscarte. No me olvidaré de ti, tesoro. ¿Te gusta? —se dirigió a Nasha.
—Mucho.
—No sólo es simpático y cariñoso, también es inteligente.
—Como todos los judíos. —Nasha se echó a reír con una voz fina y contenida.
—Nasha sabe guardar un secreto, puedes confiar en ella. Su abuelo era sacerdote.
—No me lo recuerdes.
—Dejaré mis cosas aquí contigo, tesoro. Cuando encuentre una buena solución vendré a buscarte.
Hugo se iba quedando petrificado por momentos. Las palabras que pretendía decir se borraron de su cabeza.
—¿Adónde vas? —preguntó finalmente.
—Sabe Dios.
—Cuídate —dijo, y las lágrimas empaparon su rostro.
—No llores, tesoro. —Mariana se acercó y lo abrazó—. Eres un héroe y un valiente. Los héroes no lloran. Los héroes dicen: «Mariana debe irse, pero volverá pronto». Te enamorarás de Nasha y no querrás venir conmigo, ya verás.
A primera vista, la nueva mujer no resultó fácil de descifrar, pero enseguida observó que se cuidaba y arreglaba más que Mariana.
—Adiós, hasta muy pronto —se despidió Mariana, y le dio un beso en la cara. Así concluyó la ceremonia de traspaso.
Hugo se sentó y se echó a llorar. Al final se quedó dormido y no oyó cómo se abría la puerta de la recámara y aparecía Nasha.
—Te he traído sopa y albóndigas.
—Gracias. —Hugo se apresuró a ponerse en pie.
—¿Has dormido?
—Sí.
—Te llamas Hugo, ¿verdad?
—Así es.
—Es un nombre especial. Es la primera vez que lo oigo.
—En mi clase había otro niño que se llamaba Hugo.
—¿Es un nombre judío?
—Puede ser, no lo sé.
Nasha lo observó con atención, y Hugo sintió su mirada escrutadora.
—¿Qué tal se está en la recámara? ¿No tienes frío?
—Ahora ya no. Es primavera, ¿verdad?
—¿Y no te aburres?
—Pienso o imagino. —No se lo ocultó.
—¿Y eso mitiga el aburrimiento?
—Probablemente —dijo, una palabra que el maestro de matemáticas solía utilizar.
—¿Y sabes lo que se hace en este lugar?
—No exactamente.
—¿Mariana no te lo ha contado?
—No.
—Ya hablaremos de eso —dijo, y una ligera sonrisa se dibujó en su cara.
Hugo sabía que le estaba poniendo a prueba. ¿La habría superado? Ya se había dado cuenta de que Nasha era reservada. Decía las palabras justas. En su mayoría preguntas, nada que la dejase al descubierto. Mariana, por el contrario, era una olla hirviendo.