Al día siguiente, Victoria también le llevó muy tarde el tazón de leche, y al instante le informó de que estaban registrando las casas de al lado. En una de ellas habían encontrado a una familia judía con tres hijos. Los detuvieron junto con los dueños de la casa que les habían dado cobijo, y todos fueron llevados al cuartel de la policía.
En aquella ocasión había como una seriedad reseca en sus ojos, y se le notaba que tenía más noticias pero se las guardaba para ella.
—¿Qué puedo hacer?
—Ya te lo he dicho, rezar.
—¿Y si me descubren?
—Te pones de pie y les dices que eres el hijo de Mariana.
Sin darse cuenta alargó el brazo hacia la mochila y sacó la Biblia. Entre sus páginas había un sobre. Se apresuró a abrirlo y leyó:
Querido Hugo, no sé cuándo ni en qué circunstancias te encontrará esta carta. Me imagino que no será fácil para ti. Quiero que sepas que no he tenido más remedio. Los campesinos que prometieron venir no lo hicieron, y el peligro acecha en cada esquina. No he tomado a la ligera la decisión de dejarte en manos de Mariana, mi amiga de la juventud. Es una buena mujer, pero la vida no ha sido buena con ella. Tiene cambios de humor y debes comprenderla. Si está melancólica o enfadada, no se lo tomes en cuenta y no repliques. La contención es siempre aconsejable. Los cambios de humor son pasajeros. También el sufrimiento tiene un límite, y al final volveremos a estar juntos. Pienso en ti constantemente. Espero que tengas algo de comer y que tu sueño no sea perturbado. Tampoco yo sé dónde acabaré. En cuanto pueda, iré a visitarte, pero no me esperes. Estoy siempre contigo, día y noche. En los momentos difíciles, piensa en papá y en mí. Tu pensamiento nos reunirá. Nunca estás solo, cariño. El abuelo decía que la separación es una ilusión. Los pensamientos nos conectan también cuando estamos lejos los unos de los otros. El abuelo era un hombre creyente. La fe no lo abandonó ni por un instante. Últimamente siento que también el abuelo está con nosotros. Dejó este mundo dos años antes de la guerra. Seguro que te acuerdas de él.
Te escribo estas líneas unas tres horas antes de nuestra partida. Por un instante me ha parecido que no te había dado suficientes instrucciones. Ahora veo que, de hecho, hemos hablado de todo. Me imagino que no te resultará fácil adaptarte. Te pido un favor: no desesperes. La desesperación es una rendición. Siempre he creído, y aún lo creo, que los buenos y fieles vencerán a los malvados. Perdona el optimismo de tu madre incluso en estos momentos oscuros. Soy así, ya me conoces, y al parecer así seguiré. Te quiere mucho,
MAMÁ
La leyó una y otra vez, y las dos hojas temblaban entre sus manos. Le gustaba la caligrafía clara de su madre. En cada línea resplandecía su mundo: abierto, claro amable y generoso. Ella creía que si alguien da, también recibe, y que, si no recibe, el hecho de dar es su recompensa y su alegría. Más de una vez la realidad la había abofeteado. Ni siquiera entonces decía que las personas no tuvieran remedio, sino que agachaba la cabeza y encajaba la ofensa.
Ahora él veía su cabeza inclinada para escuchar, sus brazos caídos cuando no estaba en sus manos ayudar, su alegría cuando una medicina surgía efecto.
Volvió a leer las dos hojas y entonces se dio cuenta de que la situación de su madre era más difícil que la suya. Ella cargaba a sus espaldas una pesada mochila, luchaba con fuertes vientos y, cada vez que caía al suelo, gritaba: «Hugo, no desesperes, voy hacia ti. Estoy segura de que pronto se aplacarán los vientos, la guerra terminará y yo superaré los obstáculos sembrados en mi camino. No desesperes, prométemelo». Su rostro resplandecía como entonces, cuando se dirigían a casa de Mariana.
Más tarde sacó el cuaderno de la mochila y escribió:
Querida Mamá, la carta que me escribiste ha llegado hoy a mis manos. Cumpliré al pie de la letra tu deseo. Comparada con la tuya, mi situación es mucho mejor. Vivo en una recámara junto a la habitación de Mariana. Mariana me cuida y se preocupa por mi alimentación. Me paso casi todo el día pensando o imaginando. Por eso aún no he empezado a leer ni a escribir, tal y como te prometí. Todo lo que me rodea es tan intenso, y a veces tan fascinante, que me cuesta abrir un libro y seguir la trama. A veces creo que estoy viviendo dentro de un cuento. Espero que acabe bien.
La madre de Mariana ha fallecido y ella se ha ido al pueblo, pero no te preocupes, la cocinera Victoria me trae la comida y me cuenta lo que ocurre fuera. Tu carta me ha traído mucha luz y mucha esperanza. Cuídate,
HUGO
Dejó el cuaderno dentro de la mochila, y las lágrimas que había contenido rodaron por su rostro.
Victoria le trajo otra terrible noticia. Por la noche habían atrapado a una familia judía y, junto con los dueños de la casa donde se escondían, habían sido conducidos a la plaza de la ciudad, puestos en fila y ejecutados. Lo hicieron así para que todos lo vieran y lo oyeran, y no cayeran en la tentación de esconder judíos.
—¿Qué se puede hacer? —preguntó con cautela.
—Ya veremos. —La respuesta no tardó en llegar.
Sin decir nada, Victoria cerró la puerta y Hugo sacó el cuaderno de la mochila y escribió:
Querida Mamá, no quiero ocultarte la verdad. Desde hace más de una semana hay soldados registrando casa por casa. Mariana está en el pueblo, de duelo por su madre, y a mí me ha dejado en manos de la cocinera Victoria. Antes estaba segura de que aquí no registrarían. Ahora también a ella le ha entrado miedo. Yo no tengo miedo. No lo digo para tranquilizarte. Los meses que llevo en el escondite han mitigado la sensación de miedo. Revivo cada día nuestra vida de antes. La casa, la farmacia y, sobre todo, papá y tú estáis conmigo de la mañana a la noche. Cuando tengo frío o no puedo dormir, os veo con absoluta claridad. Últimamente he vuelto a ver nuestras vacaciones esquiando en las montañas, y la sensación de flotar ha regresado a mí. La soledad, mamá, no me hiere, porque vosotros me enseñasteis a estar conmigo mismo. No te ocultaré que de vez en cuando me asalta una sensación de inseguridad, o de desesperación, pero esos momentos pasan. Vosotros me proporcionasteis mucha fe en la vida. Estoy tan contento de que seáis mis padres que a veces me dan ganas de romper la puerta del escondite y escapar hacia vosotros. Te quiere,
HUGO