Al describir Agustín de Hipona su aprendizaje del lenguaje dice que le enseñaron a hablar aprendiendo los nombres de las cosas. Resulta claro que quien diga esto está pensando en el modo en que un niño aprende palabras tales como «hombre», «azúcar», «mesa», etcétera. No piensa en principio en palabras tales como «hoy», «no», «pero», «quizá».
Supongamos que una persona describiese un juego de ajedrez sin mencionar la existencia y las operaciones de los peones. Su descripción del juego como fenómeno natural será incompleta. Por otra parte, podemos decir que ha descrito completamente un juego más simple. En este sentido podemos decir que la descripción que hace Agustín de Hipona del aprendizaje del lenguaje es correcta para un lenguaje más sencillo que el nuestro. Imaginemos este lenguaje:
1) Su función es la comunicación entre un albañil A y su peón B. B tiene que alcanzarle a A los materiales de construcción. Hay piedras cúbicas, ladrillos, losetas, vigas, columnas. El lenguaje consta de las palabras «cubo», «ladrillo», «loseta», «columna». A grita una de estas palabras, tras lo cual B trae una piedra de una forma determinada. Imaginemos una sociedad en la que éste sea el único sistema de lenguaje. El niño aprende este lenguaje de los mayores entrenándose en su uso. Estoy utilizando la palabra «entrenar» de un modo estrictamente análogo a cuando hablamos de que se está entrenando a un animal para hacer ciertas cosas. Se hace por medio del ejemplo, la recompensa, el castigo y similares. Constituye una parte de este entrenamiento que señalemos a un elemento de construcción, dirijamos la atención del niño hacia él y pronunciemos una palabra. Voy a llamar a este procedimiento enseñanza demostrativa de las palabras. En el uso real de este lenguaje, un hombre grita las palabras como órdenes y el otro actúa de acuerdo con ellas. Pero el aprender y el enseñar este lenguaje consistirán en este procedimiento: el niño simplemente 'nombra' cosas, es decir, pronuncia las palabras del lenguaje cuando el maestro señala hacia las cosas. En realidad, habrá un ejercicio más simple todavía: el niño repite las palabras que pronuncia el maestro. (Nota. Objeción: la palabra «ladrillo» en el lenguaje 1) no tiene el significado que tiene en nuestro lenguaje. Esto es cierto si significa que en nuestro lenguaje hay usos de la palabra «ladrillo» diferentes de nuestros usos de esta palabra en el lenguaje 1). Pero ¿no usamos nosotros a veces la palabra «¡ladrillo!» precisamente de este modo? ¿O deberíamos decir que cuando la usamos es una frase elíptica, una abreviatura de «tráeme un ladrillo»? ¿Es correcto decir que si nosotros decimos «¡ladrillo!» queremos decir «tráeme un ladrillo»? ¿Por qué habría yo de traducir la expresión «¡ladrillo!» por la expresión «tráeme un ladrillo»? Y si son sinónimas, ¿por qué no habría yo de decir: Si él dice «¡ladrillo!», quiere decir «¡ladrillo!»…? O bien: ¿por qué no habría de ser él capaz de querer decir precisamente «¡ladrillo!», si es capaz de querer decir «tráeme un ladrillo», a menos que se quiera afirmar que cuando dice en voz alta ''¡ladrillo!» de hecho se dice siempre a sí mismo mentalmente «tráeme un ladrillo»? Pero ¿qué razón podríamos tener para afirmar esto? Supongamos que alguien preguntase: Si una persona da la orden «tráeme un ladrillo», ¿tiene que referirse mentalmente a ella como a tres palabras o puede hacerlo como a una palabra compuesta sinónima con la palabra única «¡ladrillo!»? Se tiene la tentación de contestar: se refiere a las tres palabras si en su lenguaje utiliza esta frase en contraste con otras frases en las que se utilizan estas palabras, como, por ejemplo, «llévate estos dos ladrillos». Pero qué sucedería si yo preguntase: «¿Pero cómo se contrasta su frase con estas otras? ¿Tiene que haberlas pensado simultáneamente, o poco antes o poco después, o es suficiente con que las haya aprendido alguna vez, etc.?» Cuando nos hemos hecho a nosotros mismos esta pregunta, resulta que es irrelevante cuál de estas alternativas sea la que se dé. Y nos inclinamos a decir que todo lo que es realmente relevante es que estos contrastes existan en el sistema de lenguaje que está utilizando y que en modo alguno necesitan estar presentes en su mente cuando pronuncia su frase. Comparemos ahora esta conclusión con nuestra pregunta original. Cuando la hicimos, parecíamos hacer una pregunta sobre el estado mental de la persona que dice la frase, mientras que la idea de significado a que hemos llegado al final no era la de un estado mental. A veces pensamos en el significado de los signos como en estados de la mente de la persona que los utiliza, a veces como en el papel que están jugando estos signos en un sistema de lenguaje. La conexión entre estas dos ideas está en que es indudable que las experiencias mentales que acompañan al uso de un signo están causadas por nuestro uso del signo en un sistema de lenguaje particular. William James habla de sentimientos específicos que acompañan al uso de palabras tales como «y», «si», «o». Y no hay duda de que por lo menos ciertos gestos están conectados muchas veces con tales palabras, como, por ejemplo, un gesto de reunir con «y» y un gesto de desechar con «no». Y es evidente que conectadas con estos gestos hay sensaciones visuales y musculares. Por otra parte, es bastante claro que estas sensaciones no acompañan a cada uso de las palabras «no» e «y». Si en algún lenguaje la palabra «pero» significase lo que significa «no» en español, resulta claro que no compararíamos los significados de estas dos palabras comparando las sensaciones que producen. Pregúntense a sí mismos qué medios tenemos de descubrir los sentimientos que producen en diferentes personas y en ocasiones diferentes. Pregúntense: «Cuando yo dije 'déme una manzana y una pera y salga de la habitación', ¿tuve el mismo sentimiento cuando pronuncié las dos palabras 'y'?» Pero no negamos que las personas que usen la palabra «pero» como se usa «no» en español tendrán, hablando en términos generales, sensaciones similares cuando dicen la palabra «pero» a las que tienen los españoles cuando usan «no». Y en ambos lenguajes la palabra «pero» estará acompañada en conjunto por diferentes grupos de experiencias.)
2) Consideremos ahora una extensión del lenguaje 1). El peón del albañil sabe de memoria la serie de palabras de uno a diez. Cuando se le da la orden: «¡Cinco losetas!», va a donde se guardan las losetas, dice las palabras de uno a cinco, coge una loseta por cada palabra y se las lleva al albañil. Aquí ambas partes usan el lenguaje diciendo las palabras. Aprender de memoria los numerales será una de las características esenciales del aprendizaje de este lenguaje. El uso de los numerales se enseñará demostrativamente una vez más. Pero ahora la misma palabra, por ejemplo, «tres», se enseñará señalando o a losetas, o a ladrillos, o a columnas, etc. Y, por otra parte, se enseñarán numerales diferentes señalando a grupos de piedras de la misma forma. (Observación: Hemos insistido en la importancia de aprender de memoria la serie de numerales porque en el aprendizaje del lenguaje 1) no había una característica comparable a ésta. Y esto nos muestra que al introducir los numerales hemos introducido en nuestro lenguaje un tipo de instrumento completamente diferente. La diferencia de tipo es mucho más evidente cuando contemplamos un ejemplo de esta sencillez que cuando consideramos nuestro lenguaje ordinario, con sus innumerables tipos de palabras que parecen todas más o menos semejantes cuando están recogidas en el diccionario.
¿Qué tienen de común las explicaciones demostrativas de los numerales con las de las palabras «loseta», «columna», etc., excepto un gesto y la pronunciación de las palabras? La forma en que se utiliza tal gesto es diferente en ambos casos. La diferencia se hace borrosa si se dice: «En un caso señalamos a una forma, en el otro a un número». La diferencia sólo se hace evidente y clara cuando contemplamos un ejemplo completo [es decir, el ejemplo de un lenguaje elaborado en detalle completamente].)
3) Introduzcamos un nuevo instrumento de comunicación: un nombre propio. Se le atribuye a un objeto particular (una piedra de construcción concreta) señalándole y pronunciado el nombre. Si A grita el nombre, B trae el objeto. La enseñanza demostrativa de un nombre propio vuelve a ser diferente de la enseñanza demostrativa en los casos 1) y 2).
(Observación: esta diferencia no consiste, sin embargo, en el acto de señalar y pronunciar la palabra ni en ningún acto mental (¿significado?) que le acompañe, sino en el papel que la demostración (señalar y pronunciar) juega en el entrenamiento total y en el uso que se hace de ella en la práctica de la comunicación por medio de este lenguaje. Alguien podría pensar que la diferencia podría describirse diciendo que en los distintos casos señalamos a diferentes tipos de objetos. Pero supongan que yo señalo con mi mano a un jersey azul. ¿En qué diferirá el señalar a su color del señalar a su forma? Nos inclinamos a decir que la diferencia es que en los dos casos nosotros significamos algo diferente. Y 'significado' tiene que ser aquí algún tipo de proceso que tiene lugar mientras señalamos. Lo que nos tienta especialmente a esta opinión es que al preguntarse a una persona si señalaba al color o a la forma es capaz, por lo menos en la mayoría de los casos, de contestar y de estar seguro de que su contestación es correcta. Por otra parte, si buscamos dos actos mentales tan característicos como significar el color y significar la forma, etc., no somos capaces de encontrar ninguno, o por lo menos ninguno que tenga que acompañar siempre a la indicación del color y a la indicación de la forma, respectivamente. Tenemos solamente una idea aproximada de lo que significa concentrar la atención propia sobre el color como opuesto a la forma, o viceversa. La diferencia, podría decirse, no está en el acto de demostración, sino más bien en lo que rodea a este acto en el uso del lenguaje.)
4) Al ordenársele: «¡Esta loseta!», B trae la loseta a la que señala A. Al ordenársele: «¡Loseta, allí!», lleva una loseta al lugar indicado. ¿Se ha enseñado demostrativamente la palabra «allí»? Sí y no. Cuando se entrena a una persona en el uso de la palabra «allí», el maestro al entrenarla hará el gesto de señalar y pronunciará la palabra «allí». ¿Pero diríamos por ello que da el nombre «allí» a un lugar? Recuérdese que en este caso el gesto de señalar es parte de la práctica misma de la comunicación. (Observación: Se ha sugerido que palabras tales como «allí», «aquí», «ahora», «esto» son los 'nombres propios reales' por oposición a lo que llamamos nombres propios en la vida ordinaria y que, en la opinión a que me estoy refiriendo, sólo pueden llamarse así toscamente. Hay una extendida tendencia a considerar solamente como una tosca aproximación de lo que podría llamarse idealmente un nombre propio a lo que en la vida ordinaria se llama así. Compárese la idea del 'individuo' de Russell. El habla de los individuos como de los últimos componentes de la realidad, pero dice que es difícil decir qué cosas son individuos. La idea es que esto ha de revelarlo el análisis ulterior. Por otra parte, nosotros introdujimos la idea de un nombre propio en un lenguaje en el que se aplicaba a lo que en la vida ordinaria llamamos «objetos», «cosas» («piedras de construcción»). —«¿Qué significa la palabra 'exactitud'? ¿Es verdadera exactitud si se supone que usted va a venir a tomar el té a las 4,30 y usted viene cuando un buen reloj da las 4,30? ¿O solamente sería exactitud si usted comenzase a abrir la puerta en el momento en que el reloj comenzase a sonar? ¿Pero cómo ha de definirse este momento y cómo ha de definirse 'comenzar a abrir la puerta'? ¿Sería correcto decir: 'Es difícil decir lo que es verdadera exactitud, pues todo lo que conocemos son solamente toscas aproximaciones'?»)
5) Preguntas y respuestas: A pregunta: «¿Cuántas losetas?» B las cuenta y contesta con el numeral. A los sistemas de comunicación tales como los ejemplos 1), 2), 3),
4) y 5) los llamaremos «juegos de lenguaje». Son más o menos similares a lo que en el lenguaje ordinario llamamos juegos. A los niños se les enseña su lengua nativa por medio de tales juegos, que aquí tienen incluso el carácter de distracción de los juegos. Sin embargo, no estamos contemplando los juegos de lenguaje que describimos como partes incompletas de un lenguaje, sino como lenguajes completos en sí mismos, como sistemas completos de comunicación humana. Para no olvidar este punto de vista, muchas veces es conveniente imaginar que estos lenguajes tan simples son el sistema entero de comunicación de una tribu en un estado de sociedad primitivo. Piénsese en la aritmética primitiva de tales tribus.
Cuando el muchacho o el adulto aprenden lo que podrían llamarse lenguajes técnicos especiales, por ejemplo, el uso de mapas y diagramas, la geometría descriptiva, el simbolismo químico, etc., aprenden más juegos de lenguaje. (Observación: la imagen que tenemos del lenguaje del adulto es la de una masa nebulosa de lenguaje, su lengua materna, rodeada por juegos de lenguaje discontinuos y más o menos definidos, los lenguajes técnicos.)
6) Preguntando el nombre: introducimos nuevas formas de materiales de construcción. B señala a uno de ellos y pregunta: «¿Qué es esto?»; A contesta: «Esto es un…». Posteriormente A grita esta nueva palabra, digamos «arco», y B trae la piedra. A las palabras «Esto es…» junto con el gesto de señalar las llamaremos explicación ostensiva o definición ostensiva. En el caso 6) se explicaba, en realidad, un nombre genérico como el nombre de una forma. Pero de un modo semejante podemos preguntar por el nombre propio de un objeto particular, por el nombre de un color, de un numeral, de una dirección. (Observación: nuestro uso de expresiones tales como «nombres de números», «nombres de colores», «nombres de materiales», «nombres de naciones» puede provenir de dos fuentes diferentes. Una es que podríamos imaginar que las funciones de los nombres propios, de los numerales, de los nombres de colores, etc., son mucho más semejantes de lo que lo son realmente. Si lo hacemos así, nos sentimos tentados a pensar que la función de toda palabra es más o menos parecida a la función de un nombre propio de persona o a nombres genéricos tales como «mesa», «silla», «puerta», etc. La segunda fuente es ésta: si vemos lo fundamentalmente diferentes que son las funciones de palabras tales como «mesa», «silla», etc. de las (funciones) de los nombres propios y lo diferentes que son ambas de, digamos, las funciones de los nombres de colores, no vemos razón alguna por la que no debamos hablar también de nombres de números o nombres de direcciones, no diciendo algo semejante a «los números y las direcciones son formas diferentes de objetos», sino más bien insistiendo en la analogía que hay en la falta de analogía entre las funciones de las palabras «silla» y «Jack» por una parte y «Este» y «Jack» por otra.)
7) B tiene una tabla en la que hay signos escritos colocados frente a imágenes de objetos (por ejemplo, una mesa, una silla, una taza de té, etc.). A escribe uno de los signos, B lo busca en la tabla, mira o señala con su dedo desde el signo escrito a la imagen que tiene en frente, y trae el objeto que la imagen representa.
Consideremos ahora los diferentes tipos de signos que hemos introducido. Distingamos primero entre frases y palabras. Llamaré una frase 1 a todo signo completo en un juego de lenguaje; sus signos constituyentes son palabras. (Esto es solamente una observación tosca y general sobre el modo en que voy a usar las palabras «proposición[10]» y «palabra».) Una proposición puede constar de una única palabra. En 1) los signos «¡ladrillo!», «¡columna!» son las frases. En 2) una frase consta de dos palabras. De acuerdo con el papel que las proposiciones juegan en un juego de lenguaje, distinguimos entre órdenes, preguntas, explicaciones, descripciones, etc.
8) Si en un juego de lenguaje similar a 1) A grita una orden: «¡loseta, columna, ladrillo!», que es obedecida por B trayendo una loseta, una columna y un ladrillo, aquí podríamos hablar de tres pro posiciones o de una sola. Por otra parte, si
9) el orden de las palabras muestra a B el orden en el que ha de traer los materiales de construcción, diremos que A grita una propo sición que consta de tres palabras. Si en este caso la orden tomase la forma «¡loseta, luego columna, luego ladrillo!», diríamos que cons taba de cuatro palabras (no de cinco). Entre las palabras vemos gru pos de palabras con funciones similares. Podemos ver fácilmente una similaridad en el uso de las palabras «uno», «dos», «tres», etc. y otra en el uso de «loseta», «columna» y «ladrillo», etc., y distinguimos así partes del habla. En 8) todas las palabras de la proposición pertene cían a la misma parte del habla.
10) El orden en el que B tenía que traer las piedras en 9) podría haberse indicado mediante la utilización de los ordinales así: «¡Segundo, columna; primero, loseta; tercero, ladrillo!». Tenemos aquí un caso en el que lo que era la función del orden de las palabras en un juego de lenguaje es la función de determinadas palabras en otro. Reflexiones como la precedente nos mostrarán la infinita variedad de las funciones de las palabras en las proposiciones, y es curioso comparar lo que vemos en nuestros ejemplos con las reglas simples y rígidas que dan los lógicos para la construcción de las proposiciones. Si agrupamos las palabras de acuerdo con la similaridad de sus funciones, distinguiendo así partes del habla, es fácil ver que pueden adoptarse muchos modos de clasificación diferentes. Incluso podríamos imaginar fácilmente una razón para no clasificar la palabra «uno» junto con «dos», «tres», etc. del modo siguiente:
11) Consideren esta variación de nuestro juego de lenguaje 2). En lugar de gritar «¡Una loseta!», «¡Un cubo!», etc., A grita simplemente «¡Loseta!», «¡Cubo!», etc., usándose los otros numerales como se describió en 2). Supongamos que una persona acostumbrada a esta forma de comunicación 11) fuese introducida en el uso de la palabra «uno» tal como se describió en 2). Podemos imaginar fácilmente que rehusaría clasificar «uno» con los numerales «2», «3», etc. (Observación: Piensen en las razones a favor y en contra de la clasificación de 'O' con los otros cardinales. «¿Son colores el blanco y el negro?» ¿En qué casos se inclinarían ustedes a decirlo y en cuáles no? Las palabras pueden compararse de muchos modos con las piezas del ajedrez. Piensen en los varios modos de distinguir diferentes tipos de piezas en el juego del ajedrez (por ejemplo, peones y 'alfiles').
Recuerden la expresión «dos o más».) Es natural que llamemos elementos o instrumentos del lenguaje a los gestos, como los empleados en 4), o a las imágenes, como las de 7). (A veces hablamos de un lenguaje de gestos.) A las imágenes de 7) y a otros instrumentos del lenguaje que tienen una función similar los llamaré pautas. (Esta explicación, como otras que hemos dado, es vaga y está pensada para ser vaga.) Podemos decir que las palabras y las pautas tienen distintos tipos de funciones. Cuando hacemos uso de una pauta, comparamos algo con ella, por ejemplo, una silla con la imagen de una silla. No comparábamos una loseta con la palabra «loseta». Al introducir la distinción 'palabra/pauta' no tenía la intención de establecer una dualidad lógica definitiva. Solamente hemos esbozado dos tipos característicos de instrumentos de entre la variedad de instrumentos de nuestro lenguaje. Llamaremos palabras a «uno», «dos», «tres», etc. Si en lugar de estos signos usásemos "-», "- -», "- - -», "- - - -», a éstos podríamos llamarlos pautas. Supongan que en un lenguaje los numerales fuesen «uno», «uno, uno», «uno, uno, uno», etc., ¿llamaríamos a «uno» una palabra o una pauta? El mismo elemento puede usarse en un lugar como palabra y en otro como pauta. Un círculo podría ser el nombre de una elipse o, por el contrario, una pauta con la que ha de compararse la elipse por un método de proyección particular. Consideren también estos dos sistemas de expresión:
12) A da a B una orden consistente en dos símbolos escritos: el primero, una mancha de forma irregular de un color determinado, di gamos verde; el segundo, el dibujo del perfil de una figura geométrica, digamos un círculo. B trae un objeto de este perfil y este color, diga mos un objeto circular verde.
13) A da a B una orden consistente en un símbolo, una figura geométrica pintada de un color determinado, digamos un círculo verde. B le trae un objeto circular verde. En 12) unas pautas corresponden a nuestros nombres de colores y otras pautas a nuestros nombres de forma. Los símbolos de 13) no pueden considerarse como combinacio nes de dos elementos de este tipo. Una palabra entre comillas inver tidas puede llamarse una pauta. Así en la frase «El dijo 'Vete al in fierno'", «Vete al infierno» es una pauta de lo que dijo. Comparen estos casos: a) Alguien dice «Yo silbé…» (silbando una melodía);
b) Alguien escribe «Yo silbé
". Una palabra onomatopéyica como «susurrar» puede ser llamada una pauta. Nosotros llamamos a
una gran variedad de procesos «comparar un objeto con una pauta».
Bajo el nombre de «pauta» comprendemos muchos tipos de símbolos.
En 7), B compara una imagen de la tabla con los objetos que tiene ante sí. ¿Pero en qué consiste el comparar una imagen con el objeto? Supongan que la tabla mostrase: a) una imagen de un martillo, de unas tenazas, de una sierra y de un escoplo; b) por otra parte, imágenes de
veinte tipos diferentes de mariposas. Imaginen en qué consistiría la comparación en estos dos casos y noten la diferencia. Comparen con estos casos un tercero c) en el que las imágenes de la tabla representan materiales de construcción dibujados a escala y la comparación ha de hacerse con regla y compás. Supongamos que la tarea de B es
traer una pieza de tela del color de la muestra. ¿Cómo han de compararse los colores de la muestra y de la tela? Imaginen una serie de
casos diferentes:
14) A enseña la muestra a B, tras lo cual B va y coge el material 'de memoria'.
15) A da la muestra a B; B mira primero a la muestra y luego a los materiales que están en los estantes y entre los que tiene que escoger.
class="salto10»16) B coloca la muestra sobre cada pieza de material y elige la que no puede distinguir de la muestra, aquella en la que la diferencia entre la muestra y el material parece esfumarse.
17) Imaginen, por otra parte, que la orden ha sido: «Trae un ma terial ligeramente más oscuro que esta muestra». Dije en 14) que B coge el material 'de memoria', lo que es usar una forma de expresión corriente. Pero lo que puede suceder en tal caso de comparar 'de me moria' es de la mayor variedad. Imaginen unos cuantos ejemplos:
14 a) B tiene una imagen mnemónica ante su visión mental cuando va a buscar el material. Alternativamente observa los materiales y recuerda su imagen. Realiza este proceso con, digamos, cinco de las piezas, diciéndose a sí mismo en algunos casos «Demasiado oscuro» y en otros «Demasiado claro». En la quinta pieza se para, dice: «Esto es» y la coge del estante.
14 b) No hay imagen mnemónica ante la visión de B. Mira a cuatro piezas meneando su cabeza ante cada una de ellas y sintiendo una especie de tensión mental. Al llegar a la quinta pieza, esta tensión desaparece, mueve afirmativamente la cabeza y baja la pieza.
14 c) B va al estante sin una imagen mnemónica, mira cinco piezas una tras otra y coge la quinta pieza del estante. 'Pero no puede ser en esto en todo lo que consista el comparar.' Cuando llamamos a estos tres casos precedentes casos de comparación de memoria notamos que en cierto sentido su descripción no es satisfactoria o que es incompleta. Nos sentimos inclinados a decir que la descripción ha omitido la característica esencial de tal proceso y nos ha proporcionado solamente características accesorias. La característica esencial parece que sería lo que podría llamarse una experiencia específica de comparar y de reconocer. Ahora bien, resulta curioso que al observar atentamente casos de comparación sea muy fácil ver un gran 'número de actividades y estados mentales, más o menos característicos todos del acto de comparar. En realidad, esto es así tanto si hablamos de comparar de memoria como de comparar por medio de una muestra que esté ante nuestros ojos. Conocemos un vasto número de tales procesos, procesos similares entre sí en un vasto número de modos diferentes. Colocamos juntas o cerca unas de otras las piezas cuyos colores queremos comparar durante un período más largo o más corto, las observamos alternativa o simultáneamente, las colocamos bajo luces diferentes, decimos cosas diferentes mientras lo hacemos, tenemos imágenes mnemónicas, sensaciones de tensión y relajación, satisfacción e insatisfacción, las distintas sensaciones de esfuerzo en y alrededor de nuestros ojos que acompañan a la observación prolongada del mismo objeto, y todas las combinaciones posibles de estas y muchas otras experiencias. Cuantos más casos observemos y cuanto más detenidamente los consideremos, tantas mayores dudas sentiremos respecto al descubrimiento de una experiencia mental concreta característica de la comparación. De hecho, si después de que ustedes hubiesen escrutado detenidamente un cierto número de ellos, yo admitiese que existía una experiencia mental concreta que ustedes podrían llamar la experiencia de comparar y que, si ustedes insistiesen, yo estuviese dispuesto a adoptar la palabra «comparar» solamente para los casos en los que se hubiese presentado esta sensación peculiar, ahora se darían cuenta de que la suposición de tal experiencia peculiar había perdido su razón de ser, porque esta experiencia estaría íntimamente unida con un enorme número de experiencias distintas que, después de haber escrutado los casos, parece ser lo que realmente constituye lo que conecta todos los casos de comparación. Pues la 'experiencia específica' que habíamos estado buscando se entendía que jugaba el papel que ha sido asumido por la masa de experiencias que nos ha revelado nuestro escrutinio: nosotros nunca quisimos que la experiencia específica fuese simplemente una entre un número de experiencias más o menos características. (Podría decirse que hay dos modos de considerar este asunto; el uno, por así decirlo, en contacto inmediato; el otro, como si fuese desde una distancia y a través del medio de una atmósfera peculiar.) De hecho, hemos encontrado que el uso que hacemos realmente de la palabra «comparar» es diferente del que esperábamos mirándolo desde lejos. Descubrimos que lo que conecta todos los casos de comparación es un vasto número de similaridades que se solapan, y tan pronto como lo vemos no nos sentimos ya impulsados a decir que tiene que haber alguna característica común a todos ellos. Lo que mantiene unido el barco al muelle es una soga y la soga consta de fibras, pero su consistencia no la recibe de ninguna fibra que la atraviese de un extremo al otro, sino del hecho de que hay un vasto número de fibras que se entrelazan.
'Pero es indudable que en el caso 14 c) B actuó de modo completamente automático. Si todo lo que sucedió fue realmente lo que se describió allí, él no sabía por qué escogió la pieza que escogió. No tenía razón alguna para escogerla. Si escogió la correcta, lo hizo como podría haberlo hecho una máquina'. Nuestra primera respuesta es que nosotros no negábamos que B en el caso 14 c) tuviese lo que llamaríamos una experiencia personal, pues no dijimos que no viese los materiales de entre los que escogió o lo que escogió, ni que no tuviese sensaciones musculares y táctiles y otras semejantes mientras lo hacía. Ahora bien, ¿a qué se parecería una razón tal que justificase su elección y la hiciese no-automática? (es decir, ¿a qué nos imaginamos que se parece?). Yo supongo que diríamos que lo opuesto de la comparación automática, el caso ideal de comparación consciente, por así decirlo, sería el de tener una clara imagen mnemónica ante nuestra visión mental o de ver una muestra real y tener una sensación específica de no ser capaz de distinguir de un modo cualquiera entre estas muestras y el material elegido. Yo supongo que esta sensación peculiar es la razón, la justificación, de la elección. Esta sensación específica, podría decirse, conecta las dos experiencias de ver la muestra, por una parte, y el material, por la otra. Pero si es así, ¿qué conecta esta experiencia específica con ambas? Nosotros no negamos que tal experiencia pueda intervenir. Pero considerándola tal como acabamos de hacerlo, la distinción entre lo automático y lo no-automático no parece ya tan neta y definitiva como lo era al principio. No queremos decir que esta distinción pierda su valor práctico en casos concretos, por ejemplo, si se nos pregunta bajo determinadas circunstancias «¿Cogió usted esta pieza del estante automáticamente o pensó sobre ello?», podemos tener justificaciones para decir que no actuamos automáticamente y dar como explicación que habíamos mirado cuidadosamente el material, habíamos intentado evocar la imagen mnemónica de la muestra y nos habíamos manifestado a nosotros mismos nuestras dudas y decisiones. En el caso concreto puede aceptarse esto para distinguir lo automático de lo no-automático. En otro caso, sin embargo, podemos distinguir entre un modo automático y otro no-automático de aparecer una imagen mnemónica y así sucesivamente. Si nuestro caso 14 c) les preocupa, ustedes pueden tender a decir: «¿Pero por qué trajo precisamente esta pieza de material? ¿Cómo la ha reconocido como la correcta? ¿Mediante qué?» Si ustedes preguntan 'por qué', ¿preguntan por la causa o por la razón? Si es por la causa, es bastante fácil discurrir una hipótesis fisiológica o psicológica que explique esta elección bajo las condiciones dadas. La tarea de las ciencias experimentales es comprobar tales hipótesis. Si, por el contrario, preguntan por una razón, la respuesta es: «No se necesita que haya habido una razón de la elección. Una razón es un paso que precede al paso de la elección. ¿Pero por qué cada paso tiene que ir precedido por otro?»
'Pero entonces B no reconoció realmente el material como el correcto'. No es necesario que ustedes incluyan 14 c) entre los casos de reconocimiento, pero si se han dado cuenta del hecho de que los procesos que llamamos procesos de reconocimiento forman una vasta familia con semejanzas que se entremezclan, probablemente no se opondrán a incluir también a 14 c) en esta familia. '¿Pero no le falta a B en este caso el criterio mediante el cual pueda reconocer el material? Por ejemplo, en 14 a) tenía la imagen mnemónica y reconocía el material que buscaba por su acuerdo con la imagen'. ¿Pero tenía también acaso ante él una imagen de este acuerdo, imagen con la que pudiese comparar el acuerdo entre el modelo y la pieza para ver si era el correcto? Y, por otra parte, ¿no se le podría haber dado tal imagen? Supongamos, por ejemplo, que A desease que B recordase que lo que se quería era una pieza exactamente igual a la muestra y no un material levemente más oscuro que el modelo, como tal vez se hizo en otros casos. ¿No podría haber dado A a B en este caso un ejemplo del acuerdo requerido dándole dos piezas del mismo color (como una especie de recordatorio, por ejemplo)? Este enlace entre la orden y su ejecución ¿ha de ser necesariamente el último? Y si ustedes dicen que en 14 b) él tenía al menos la relajación de la tensión para reconocer el material correcto, ¿tenía que tener una imagen de esta relajación ante él para reconocerla como aquello a través de lo cual había de reconocerse el material correcto?
'Pero ¿y si suponemos que B trae la pieza, como en 14 c), y al compararla con el modelo resulta que es una equivocada?' Pero ¿no podría haber sucedido esto igualmente en todos los otros casos? Supongamos que en 14 a) se descubriese que la pieza que trajo B no casaba con la muestra. ¿No diríamos en algunos de estos casos que había cambiado su imagen mnemónica, en otros que había cambiado el modelo o el material, en otros en fin que había cambiado la luz? No es difícil inventar casos, imaginar circunstancias, en los que se haría cada uno de estos juicios. 'Pero, en fin de cuentas, ¿no hay una diferencia esencial entre los casos 14 a) y 14 c)?' ¡Indudablemente! Precisamente la indicada en la descripción de estos casos.
En 1), B aprendió a traer un material de construcción al oír gritar la palabra «¡columna!». Podríamos imaginar que lo que sucedía en tal caso era: La palabra gritada provocó una imagen de una columna en la mente de B, por ejemplo; como diríamos, el entrenamiento había establecido esta asociación. B coge el material de construcción que se adapta a su imagen. Pero ¿tuvo que ser esto necesariamente lo que sucedió? Si el entrenamiento pudo hacer que la idea o imagen surgiese —automáticamente— en la mente de B, ¿por qué no podría hacer que se realizasen las acciones de B sin la intervención de una imagen? Esto se reduciría simplemente a una leve variación del mecanismo asociativo. Tengan presente que la imagen evocada por la palabra no es alcanzada mediante un proceso racional (y si lo es, esto solamente hace retroceder nuestro argumento), sino que este caso es estrictamente comparable con el de un mecanismo en el que se aprieta un botón y aparece una placa indicadora. De hecho, puede usarse este tipo de mecanismo en lugar del de la asociación.
Colocamos en la misma categoría que las manchas de color realmente vistas y los sonidos oídos a las imágenes mentales de colores, formas, sonidos, etc., etc., que juegan un papel en la comunicación por medio del lenguaje.
18) El objeto de que se enfrene en el uso de tablas (como en 7) puede ser no solamente enseñar el uso de una tabla particular, sino permitir al alumno usar o construir por sí mismo tablas con coordinaciones nuevas de signos escritos y dibujos. Supongamos que la primera tabla en cuyo uso fue entrenada una persona contenía las cuatro palabras «martillo», «tenazas», «sierra», «escoplo» y los dibujos correspondientes. Podríamos añadir ahora el dibujo de otro objeto que tuviese ante sí el alumno, por ejemplo, un cepillo, y correlacionarlo con la palabra «cepillo». Haremos la correlación entre este nuevo dibujo y la palabra tan semejante como sea posible a las correlaciones de la tabla previa. Así, podríamos añadir la nueva palabra y el nuevo dibujo sobre la misma hoja y colocar la nueva palabra bajo las palabras anteriores y el nuevo dibujo bajo los dibujos anteriores. Se incitará ahora al alumno para que utilice la nueva palabra y el nuevo dibujo sin el entrenamiento especial que le dimos cuando le enseñamos a utilizar la primera tabla. Estos actos de incitación serán de varias clases y muchos de ellos solamente serán posibles si el alumno responde y responde de un modo particular. Imaginen los gestos, sonidos, etc., de incitación que usan ustedes cuando enseñan a cobrar la caza a un perro. Imaginen, por otra parte, que intentasen enseñar a un gato a recobrar la caza. Como el gato no responderá a sus incitaciones, la mayor parte de los actos de incitación que realizaban cuando entrenaban al perro están aquí fuera de lugar.
19) Podría entrenarse también el discípulo para que diese a las cosas nombres de su propia invención y para que trajese los objetos cuando se pronuncian los nombres. Por ejemplo, se le presenta una tabla sobre la que en un lado encuentra dibujos de objetos que están a su alrededor y en el otro espacios en blanco, y él juega el juego es cribiendo signos de su propia invención frente a los dibujos y reac cionando como antes cuando se usan estos signos como órdenes. O bien:
20) el juego puede consistir en que B construya una tabla y obe dezca las órdenes dadas en términos de esta tabla. Una vez que se ha enseñado el uso de una tabla y la tabla consiste, digamos, en dos columnas verticales; una, conteniendo los nombres, a la izquierda, y la de la derecha, con los dibujos, estando correlacionados un nombre y un dibujo por su situación sobre una línea horizontal, puede ser una característica importante del entrenamiento la que haga que el alumno deslice su dedo de izquierda a derecha, como si fuese el entrenamiento para trazar una serie de líneas horizontales una debajo de la otra. Tal entrenamiento puede ayudar a realizar la transición desde la primera tabla al nuevo elemento.
De acuerdo con el uso ordinario, a las tablas, definiciones ostensivas e instrumentos similares, los llamaré reglas. El uso de una regla puede ser explicado con una regla ulterior.
21) Consideren este ejemplo: introducimos diferentes tipos de tablas de lectura. Cada tabla consta de dos columnas de palabras y dibujos, como antes. En algunos casos, han de leerse horizontalmente de izquierda a derecha, es decir, conforme al esquema:
En otros casos de acuerdo con esquemas como:
o
etc.
Esquemas de este tipo pueden añadirse a nuestras tablas como reglas para leerlas. ¿No podrían volver a explicarse estas reglas mediante otras reglas? Indudablemente. Por otra parte, ¿está incompletamente explicada una regla si no se ha dado ninguna regla para su uso? Introducimos en nuestros juegos de lenguaje la serie infinita de los numerales. ¿Pero cómo se hace esto? Es evidente que la analogía entre este proceso y el de introducir una serie de veinte numerales no es la misma que la existente entre la introducción de una serie de veinte numerales y la introducción de una serie de diez numerales. Supongan que nuestro juego fuese como 2), pero jugado con la serie infinita de los numerales. La diferencia entre él y 2) no sería precisamente que se usasen más numerales. Es decir, supongan que de hecho al jugar el juego hubiésemos hecho uso realmente de, por ejemplo, 155 numerales: el juego que jugásemos no sería el que podría describirse diciendo que jugábamos el juego 2), sólo que con 155 en lugar de diez numerales. ¿Pero en qué consiste la diferencia? (La diferencia parecería ser casi una diferencia en el humor con que se jugasen los juegos.) La diferencia entre juegos puede hallarse, digamos, en el número de tantos que se usan, en el número de cuadros del tablero, en el hecho de que en un caso usemos cuadrados y en otro hexágonos y en cosas semejantes. Ahora bien, la diferencia entre el juego finito y el infinito no parece hallarse en los instrumentos materiales del juego; pues nos sentiríamos inclinados a decir que la infinitud no puede expresarse mediante ellos, es decir, que solamente podemos concebirla en nuestros pensamientos y que, por tanto, es en estos pensamientos donde tienen que distinguirse el juego finito y el infinito. (Es curioso, sin embargo, que estos pensamientos hayan de poderse expresar en signos.) Consideremos dos juegos. Ambos se juegan con cartas que tienen números, llevándose el triunfo el número más alto.
22) Uno de los juegos se juega con un número fijo de tales cartas, digamos 32. En el otro se nos permite en determitadas circunstancias aumentar el número de cartas a tantas como queramos, cortando trozos de papel y escribiendo números sobre ellos. Vamos a llamar al primero de estos juegos limitado y al segundo ilimitado. Supongan que se ha jugado una vuelta del segundo juego y el número de cartas realmente usadas fue de 32. ¿Cuál es en este caso la diferencia entre jugar una vuelta a) del juego ilimitado y jugar una vuelta 6) del juego limitado? La diferencia no será la que hay entre una vuelta de un juego limitado de 32 cartas y una vuelta de un juego limitado de un número mayor de cartas. Dijimos que el número de cartas usadas fue el mismo. Pero habrá diferencias de otro tipo, por ejemplo, el juego limitado se juega con un paquete normal de cartas y el ilimitado con una abundante provisión de cartas en blanco y lápices. El juego ilimitado se abre con la pregunta: «¿Hasta qué número llegaremos?» Si los jugadores buscan las reglas de este juego en un libro de reglas, encontrarán la expresión «y así sucesivamente» o bien «así sucesivamente ad infinitum» al final de determinada serie de reglas. Así, pues, la diferencia entre las dos vueltas a) y b) se halla en los instrumentos que usamos, si bien admitimos que no en las cartas con que se juegan. Pero esta diferencia parece trivial y que no es la diferencia esencial entre los juegos. Percibimos que tiene que haber en alguna parte una diferencia grande y esencial. Pero si observan atentamente lo que sucede cuando se juegan las vueltas, encontrarán que solamente pueden detectar un cierto número de diferencias de detalle, cada una de las cuales parecería accidental. Por ejemplo, los actos de manejar y jugar las cartas pueden ser idénticos en ambos casos. Mientras jugaban la vuelta a) los jugadores pueden haber considerado la posibilidad de hacer más cartas, descartando luego la idea. ¿Pero cómo fue esta consideración? Pudo ser un proceso semejante al de decirse a sí mismo o en voz alta: «No sé si no debería hacer otra carta». También es posible que tal consideración no haya pasado por la mente de los jugadores. Es posible que toda la diferencia entre lo sucedido en una vuelta del juego limitado y otra del ilimitado consista en lo que se dijo antes de que comenzase el juego, por ejemplo, «Vamos a jugar el juego limitado».
Tero ¿no es correcto decir que las vueltas de los dos juegos diferentes pertenecen a dos sistemas diferentes?' Sin duda. Sólo que los hechos a los que nos estamos refiriendo cuando decimos que pertenecen a sistemas diferentes son mucho más complejos de lo que podíamos esperar que fuesen. Comparemos ahora juegos de lenguaje de los que diríamos que se juegan con un conjunto limitado de numerales, con juegos de lenguaje de los que diríamos que se juegan con la serie infinita de los numerales.
23) Como en 2), A ordena a B traerle un cierto número de materiales de construcción. Los numerales son los signos «1», «2», ... ......... «9», escrito cada uno en una carta. A tiene un juego de estas cartas y da la orden a B mostrándole una de ellas y gritando una de las palabras «loseta», «columna», etc.
24) Como en 23), sólo que aquí no hay juego de cartas marcadas. La serie de numerales 1, …, 9 se aprende de memoria. Los numerales se gritan en las órdenes y el niño los aprende de viva voz.
25) Se usa un abaco. A coloca el abaco, se lo da a B, B va con él a donde están las losetas, etc.
26) B ha de contar las losetas de un montón. Lo hace con un abaco que tiene veinte cuentas. Nunca hay más de 20 losetas en un montón. B ajusta el abaco al montón en cuestión y le enseña a A el abaco así colocado.
27) Como 26). El abaco tiene 20 cuentas pequeñas y una grande. Si el montón contiene más de 20 losetas, se mueve la cuenta grande. (La cuenta grande corresponde así de algún modo a la palabra «mu chos».)
28) Como 26). Si el montón contiene n losetas, siendo n mayor de 20 pero menor de 40, B mueve n-20 cuentas, le muestra a A el aba co así colocado y da una palmada.
29) A y B usan los numerales del sistema decimal (escritos y ha blados) hasta 20. El niño que aprende este lenguaje, aprende de me moria estos numerales, como en 2).
30) Cierta tribu tiene un lenguaje del tipo 2). Los numerales usados son los de nuestro sistema decimal. No puede observarse que ningún numeral de los usados juegue el papel predominante del último numeral en alguno de los juegos anteriores [27), 28)]. (Se está tentado a conti nuar esta frase diciendo, «aunque, naturalmente, hay un numeral má ximo entre los realmente usados».) Los niños de la tribu aprenden los numerales del siguiente modo: se les enseñan los signos del 1 al 20 como en 2) y se les enseña a contar hileras de no más de 20 cuentas cuando se les ordena: «Cuenta éstas». Cuando el alumno llega contando al numeral 20, se le hace un gesto que sugiere «Sigue», tras lo cual el niño dice (por lo menos en la mayor parte de los casos) «21». De modo análogo, se hace que los niños cuenten hasta 22 y hasta números más altos, sin que ningún número concreto juegue en estos ejercicios el papel predominante del último. El último estadio del entrenamiento consiste en que se ordena al niño que cuente un grupo de objetos, de bastante más de 20, sin que se utilice el gesto sugestivo para ayudar al niño a pasar del numeral 20. Si un niño no responde al gesto suges tivo, se le separa de los otros y se le trata como loco.
31) Otra tribu. Su lenguaje es como el de 30). El numeral mayor cuyo uso se observa es 159. El numeral 159 juega un papel peculiar en la vida de esta tribu. Supongamos que yo dijese: «Ellos tratan a este número como su número más alto», —pero ¿qué significa esto? ¿Po dríamos responder: «Ellos dicen precisamente que es el más alto»?— Ellos dicen ciertas palabras, pero ¿cómo sabemos lo que quieren decir con ellas? Un criterio de lo que quieren decir sería el de las ocasiones en las que se usa la palabra que nos inclinaríamos a traducir por nues tras palabras «el más alto», el papel, podríamos decir, que observamos que juega esta palabra en la vida de la tribu. De hecho podríamos imaginar fácilmente que se usase el numeral 159 en ocasiones tales y en conexión con tales gestos y formas de conducta que nos hiciesen decir que este numeral jugaba el papel de un límite insuperable, aunque la tribu no tuviese una palabra que correspondiese a nuestro «el más alto», con lo que el criterio de que el numeral 159 era el numeral más alto no consistiría en nada que se dijese sobre el numeral.
32) Una tribu tiene dos sistemas de contar. La gente aprendió a contar con el alfabeto de la A a la Z y también con el sistema decimal como en 30). Si una persona ha de contar objetos con el primer sis tema, se le ordena que cuente «del modo cerrado», y en el otro caso «del modo abierto»; y la tribu usa también las palabras «cerrado» y «abierto» para una puerta cerrada y una puerta abierta. (Observaciones: 23) está limitado de un modo evidente por el bloque de cartas. 24): noten la analogía y la falta de analogía entre la provisión limitada de cartas de 23) y la de palabras en nuestra memoria de 24). Observen que la limitación de 26) se halla, por una parte, en el instrumento (el abaco de 20 cuentas) y en su uso en nuestro juego, y por otra (de un modo totalmente diferente) en el hecho de que en la práctica real del juego nunca hay que contar más de 20 objetos. En 27) no se daba este último tipo de limitación, pero la cuenta grande acentuaba bastante la limitación de nuestros medios. 28) ¿Es un juego limitado o ilimitado? La práctica que hemos descrito arroja el límite de 40. Nos inclinamos a decir que este juego 'puede de suyo' continuarse indefinidamente, pero recuerden que también podríamos haber construido los juegos precedentes como comienzos de un sistema. En 29) el aspecto sistemático de los numerales usados es todavía más aparente que en 28). Podría decirse que no había limitación impuesta por los instrumentos de este juego, si no fuese por la observación de que los numerales hasta 20 se han aprendido de memoria. Esto sugiere la idea de que no se enseña al niño a 'comprender' el sistema que nosotros vemos en la notación decimal. Respecto de la tribu de 30) diríamos sin duda que están entrenados para construir numerales indefinidamente, que la aritmética de su lenguaje no es una aritmética finita, que su serie de números no tiene fin. (Es precisamente en estos casos en que los numerales se construyen 'indefinidamente' cuando decimos que la gente tiene la serie infinita de los números.) 31) Podría indicarles qué amplia variedad puede imaginarse de casos en los que nos inclinaríamos a decir que la aritmética de la tribu maneja una serie finita de números, incluso a pesar del hecho de que la forma en que se entrena a los niños en el uso de los numerales sugiere que no hay límite superior.
En 32) los términos «cerrado» y «abierto» (que con una ligera variación del ejemplo podrían reemplazarse por «limitado» e «ilimitado») se introducen en el lenguaje mismo de la tribu. Introducidos en este juego sencillo y claramente circunscrito, naturalmente no hay nada misterioso relacionado con el uso de la palabra «abierto». Pero esta palabra corresponde a nuestro «infinito» y los juegos que jugamos con esta última difieren de 31) solamente por ser mucho más complicados. En otras palabras, nuestro uso de la palabra «infinito» es exactamente igual de llano que el de «abierto» en 31) y nuestra idea de que su significado es 'trascendente' descansa sobre un malentendido.) Podríamos decir de un modo tosco que los casos ilimitados se caracterizan por lo siguiente: que no se juegan con una provisión definida de numerales, sino con un sistema de construir numerales (indefinidamente) en lugar suyo. Cuando decimos que se ha provisto a alguien con un sistema de construir numerales, pensamos generalmente en una de estas tres cosas: a) en darle un entrenamiento semejante al descrito en 30), que, según nos enseña la experiencia, le hará pasar pruebas de la clase allí mencionada; b) en crear en la mente de la misma persona, o en su cerebro, una disposición a reaccionar de este modo; c) en proporcionarle una regla general para la construcción de numerales.
¿A qué llamamos una regla? Consideren el siguiente ejemplo: 33) B va de un lado a otro de acuerdo con las reglas que le da A. A B se le ha entregado la siguiente tabla:
A da una orden construida con las letras de la tabla, por ejemplo: «aacaddd». B busca la flecha que corresponde a cada letra de la orden y se mueve en consonancia; en nuestro ejemplo, así:
A la tabla 33) la llamaríamos una regla (o también «la expresión de una regla». Más tarde se verá por qué doy estas expresiones sinónimas.) No nos sentiremos inclinados a llamar a la frase misma «aacaddd» una regla. Naturalmentne, es la descripción del camino que ha de seguir B. Por otra parte, en determinadas circunstancias llamaríamos una regla a tal descripción, por ejemplo, en el caso siguiente:
34) B ha de dibujar varios dibujos lineales ornamentales. Cada dibujo es una repetición de un elemento que le da A. Así, si A le da la orden «cada», B dibuja la línea del siguiente modo:
Pienso que en este caso dinamos que «cada» es la regla para trazar el dibujo. En pocas palabras, lo que caracteriza a lo que llamamos una regla es el ser aplicada repetidamente, en un número indefinido de casos. Cfr., por ejemplo, con 34) el siguiente caso:
35) Un juego que se juega con piezas de varias formas sobre un tablero de ajedrez. Una regla establece el camino que se permite se guir a cada pieza. Así, la regla de una pieza particular es «ac», la de otra pieza «acaa», etc. Por tanto, la primera pieza puede hacer un movimiento como el siguiente: → ↑ la segunda, como éste → ↑ →→ Aquí podría llamarse regla tanto a una fórmula como «ac» como a un diagrama semejante al que corresponde a tal fórmula.
36) Supongan que después de jugarse varias veces el juego 33) tal como se describió antes, se jugase con esta variación: que B ya no mirase la tabla, sino que al leer la orden de A las letras evocasen (por asociación) las imágenes de las flechas y B actuase de acuerdo con estas flechas imaginadas.
37) Después de jugarlo de este modo varias veces, B va de un lado a otro de acuerdo con la orden escrita, como lo habría hecho si hubiese mirado a o imaginado las flechas, pero sin que en realidad intervenga ninguna imagen de este tipo. Imaginen incluso esta variación:
38) Al entrenarse a B a cumplir una orden escrita se le enseña una vez la tabla de 33), a partir de lo cual obedece las órdenes de A sin ulterior intervención de la tabla, del mismo modo que lo hace B en 33) con la ayuda de la tabla en cada ocasión.
En cada uno de estos casos, podríamos decir que la tabla 33) es una regla del juego. Pero en cada uno juega esta regla un papel diferente. En 33) la tabla es un instrumento que se usa en lo que llamaríamos la práctica del juego. En 36) es reemplazada por el trabajo de la asociación. En 37) incluso esta sombra de la tabla ha desaparecido de la práctica del juego, y en 38) hay que admitir que la tabla es solamente un instrumento para el entrenamiento de B. Pero imaginen este otro caso:
39) Una tribu utiliza un determinado sistema de comunicación. Lo voy a describir diciendo que es similar a nuestro juego 38), salvo en que en el entrenamiento no se usa tabla alguna. El entrenamiento podría haber consistido en llevar de la mano al alumno varias veces a lo largo del trayecto que se quería que él recorriese. Pero también podríamos imaginar un caso:
40) en el que ni siquiera este entrenamiento fuese necesario, en el que, como diríamos, la contemplación de las letras abcd produjese naturalmente un impulso a moverse del modo descrito. A primera
vista, este caso parece desconcertante. Parecemos suponer un modo de actuación de la mente completamente desacostumbrado. O podemos preguntar: «¿Cómo podrá saber nunca qué camino recorrer cuando se le muestre una letra?» Pero ¿no es la reacción de B en este caso la misma reacción descrita en 37) y 38) y de hecho nuestra reacción usual cuando oímos y obedecemos una orden, por ejemplo? Pues el hecho de que en 38) y 39) el entrenamiento precediese a la realización de la orden no cambia el proceso de realización. En otras palabras, el 'curioso mecanismo mental' supuesto en 40) no es otro que el que suponíamos que se creaba por el entrenamiento en 37) y
38). 'Pero ¿puede ser innato tal mecanismo?' Pero ¿encontraron alguna dificultad en suponer que era innato en B el mecanismo que le permitió responder al entrenamiento del modo que lo hizo? Y recuerden que la regla o explicación dada en la tabla 33) de los signos abcd no era esencial que fuese la última y que podríamos haber dado una tabla para el uso de tales tablas, etc. [Cf. 21).]
¿Cómo se explica a una persona cómo debe realizar la orden: ¡«Siga este camino!» (señalando con una flecha el camino que debe seguir)? ¿No podría significar esto ir en la dirección que llamaríamos la opuesta de la de la flecha? ¿No está en la posición de otra flecha toda explicación de cómo debe seguir la flecha? ¿Qué dirían ustedes de esta explicación: Una persona dice: «Si yo señalo esta dirección (señalando con su mano derecha) quiero que vaya por aquí» (señalando hacia la misma dirección con su mano izquierda)? Esto les enseña precisamente los extremos entre los que varían los usos de los signos.
Volvamos a 39). Alguien visita la tribu y observa el uso de los signos en su lenguaje. Describe el lenguaje diciendo que sus frases constan de las letras abcd usadas de acuerdo con la tabla [la de 33)]. Vemos que la expresión «Se juega un juego de acuerdo con tal y tal regla» se usa no sólo en la variedad de casos ejemplificados por 36), 37) y 38), sino incluso en casos en los que la regla no es ni un instrumento del entrenamiento ni de la práctica del juego, sino que se halla con él en la relación en que se halla nuestra tabla con la práctica de nuestro juego 39). Podría llamarse a la tabla en este caso una ley natural que describe la conducta de la gente de esta tribu. O podríamos decir que la tabla es un documento que pertenece a la historia natural de la tribu.
Noten que en el juego 33) distinguí con precisión entre la orden que había que ejecutar y la regla empleada. En 34), por el contrario, llamamos a la frase «cada» una regla y era la orden. Imaginen también esta variación:
41) El juego es semejante a 33), pero no se entrena al alumno a usar nada más que una única tabla, sino que el entrenamiento tiene por objeto hacer que el alumno use cualquier tabla que correlacione letras con flechas. Ahora bien, con esto no quiero decir más que que el entrenamiento es de un tipo peculiar, aproximadamente análogo al descrito en 30). Me voy a referir a un entrenamiento más o menos semejante al de 30) como un «entrenamiento general». Los entrenamientos generales forman una familia cuyos miembros difieren grandemente uno de otro. El tipo de cosa en que estoy pensando ahora consta fundamentalmente: a) de un entrenamiento en una esfera limitada de acciones, b) en darle una guía al alumno para extender esta esfera, y c) de ejercicios y pruebas al azar. Después del entrenamiento general, la orden va a consistir ahora en darle un signo de este tipo:
El ejecuta la orden moviéndose así:
Yo supongo que aquí diríamos que la tabla, la regla, es parte de la orden. Noten que no estamos diciendo 'lo que es una regla», sino precisamente dando aplicaciones diferentes de la palabra «regla»: e indudablemente lo hacemos dando aplicaciones de las palabras «expresión de una regla».
Noten también que en 41) no hay razón clara para no llamar a la totalidad del símbolo dado la frase, aunque podríamos distinguir en él entre la frase y la tabla. Lo que en este caso nos tienta más particularmente a hacer esta distinción es la escritura lineal de la parte que está fuera de la tabla. Aunque desde ciertos puntos de vista llamaríamos meramente externo e inesencial al carácter lineal de la frase, este
carácter y otros similares juegan un gran papel en lo que, en cuanto lógicos, nos inclinamos a decir sobre las frases y proposiciones. Y, por tanto, si concebimos el símbolo de 41) como una unidad, esto puede valer para darnos cuenta de aquello a lo que puede parecerse una frase. Consideremos ahora estos dos juegos:
42) A da órdenes a B: son signos escritos formados por puntos y rayas, y B las ejecuta realizando un paso de danza determinado. Así, la orden «—.» ha de efectuarse dando alternativamente un paso y un salto; la orden «. .- - -» dando alternativamente dos saltos y tres pasos, etc. En este juego el entrenamiento es 'general' en el sentido explicado en 41); y me gustaría decir: «Las órdenes dadas no se mueven en un ámbito limitado. Comprende combinaciones de cualquier número de puntos y rayas». Pero ¿qué significa decir que las órdenes no se mueven en un ámbito limitado? ¿No es un sinsentido? Cualesquiera órdenes que se den en la práctica del juego constituirán el ámbito limitado. Bueno, lo que yo quería decir con «las órdenes no se mueven en un ámbito limitado» era que ni en la enseñanza del juego ni en su práctica juega un papel 'predominante' una limitación del ámbito [véase 30)], o, como podríamos decir, el ámbito del juego (es superfluo decir limitado) es precisamente la extensión de su práctica efectiva ('accidental'). (Nuestro juego es semejante a 30) en este aspecto.) Cfr. con este juego el siguiente:
43) Las órdenes y su ejecución son como en 42); pero solamente se usan estos tres signos: "-», "-…", «.--». Decimos que en 42), al ejecutar la orden, B es guiado por el signo que se le ha dado. Pero si nos preguntamos a nosotros mismos si los tres signos de 43) guían a B al ejecutar las órdenes, parece que podemos decir tanto sí como no, según la forma en que consideremos la ejecución de las órdenes.
Si intentamos decidir si en 43) B es guiado o no por los signos, nos inclinamos a dar respuestas como las siguientes: a) B es guiado si no se limita a mirar una orden, por ejemplo, «.--», como un todo y a actuar, sino que la lee 'palabra por palabra' (siendo «.» y "-» las palabras utilizadas en nuestro lenguaje) y actúa de acuerdo con las palabras que ha leído.
Podríamos aclarar estos casos si imaginamos que el 'leer palabra por palabra' consistiese en señalar sucesivamente con el dedo a cada palabra de la frase por oposición a señalar de una vez a toda la frase, digamos señalando al comienzo de la misma. Y en aras de la sencillez imaginaremos que el 'actuar conforme a las palabras' consiste en actuar (dar pasos o saltar) sucesivamente después de cada palabra de la frase. b) B es guiado si realiza un proceso consciente que establece una conexión entre el acto de señalar a una palabra y el acto de saltar y dar pasos. Tal conexión podría imaginarse de muchos modos diferentes. Por ejemplo, B tiene una tabla en la que un punto está correlacionado con la imagen de una persona dando un paso y una raya con una imagen de una persona saltando. Los actos conscientes que conectan la lectura de la orden y su ejecución podrían consistir entonces en consultar la tabla o en consultar una imagen mnemónica de la misma 'con la propia visión mental', c) B es guiado si no se limita a reaccionar ante la contemplación de cada palabra de la orden, sino que experimenta la tensión peculiar de 'intentar recordar lo que significa el signo' y luego la relajación de esta tensión cuando se presenta ante su mente el significado, la acción correcta.
Todas estas explicaciones parecen insatisfactorias de un modo peculiar y lo que las hace insatisfactorias es la limitación de nuestro juego. Esto se expresa mediante la explicación de que B es guiado por la combinación de palabras concretas de una de nuestras tres frases si pudiese haber ejecutado también órdenes consistentes en otras combinaciones de puntos y rayas. Y si decimos esto, nos parece que la 'capacidad' de ejecutar las órdenes es un estado particular de la persona que ejecuta las órdenes de 42). Y al mismo tiempo en este caso no podemos encontrar nada a lo que hubiésemos de llamar tal estado.
Veamos qué papel juegan en nuestro lenguaje las palabras «poder» o «ser capaz de». Consideren estos ejemplos: 44) Imaginen que con uno u otro propósito la gente usase una especie de instrumento o herramienta, consistente en un tablero con una ranura que guía el movimiento de un taco. La persona que usa la herramienta desliza el taco a lo largo de la ranura. Hay tableros con ranuras rectas, ranuras circulares, elípticas, etc. El lenguaje de la gente que usa este instrumento tiene expresiones para describir la actividad de mover el taco en la ranura. Hablan de moverlo en círculo, en línea recta, etc. También tienen medios de describir el tablero usado. Lo hacen de esta forma: «Este es un tablero en el que el taco puede moverse en círculo.» En este caso podría llamarse a la palabra «puede» un operador por medio del cual la forma de expresión que describe una acción se transforma en una descripción del instrumento.
45) Imaginen un pueblo en cuyo lenguaje no haya la forma que tienen las frases «el libro está en el cajón» o «el agua está en el vaso», y que en los casos en que nosotros usaríamos estas formas ellos di jesen: «El libro puede sacarse del cajón», «El agua puede sacarse del vaso».
46) Una de las actividades de los hombres de cierta tribu es la de comprobar la dureza de los palos. Lo hacen intentando doblar los palos con las manos. En su lenguaje tienen expresiones de la forma «Este palo puede doblarse fácilmente» o «Este palo puede doblarse con dificultad». Ellos usan estas expresiones como nosotros usamos «Este palo es flojo» o «Este palo es duro». Quiero decir que no usan la ex presión «Este palo puede doblarse fácilmente» como nosotros usaríamos la frase «Estoy doblando el palo con facilidad». Ellos utilizan su ex presión de un modo que nos haría decir más bien que están describiendo un estado del palo. Es decir, utilizan frases como «Esta cabaña está construida con palos que pueden doblarse fácilmente». (Piensen en la forma en que nosotros formamos adjetivos a partir de los verbos me diante la terminación «able», por ejemplo, «deformable».)
Podríamos decir ahora que en los tres últimos casos las frases de la forma «puede suceder tal y tal» describían el estado de objetos, pero hay grandes diferencias entre estos ejemplos. En 44) veíamos el estado descrito ante nuestros ojos. Veíamos que el tablero tenía una ranura circular o recta, etc. En 45) podíamos ver los objetos en la caja, el agua en el vaso, etc., o por lo menos esto era lo que sucedía en algunos supuestos. En estos casos usamos la expresión «estado de un objeto» de tal modo que le corresponde lo que podríamos llamar una experiencia sensorial estacionaria.
Por el contrario, observen que cuando hablamos del estado de un palo en 46) a este 'estado' no le corresponde una experiencia sensorial particular que subsista mientras subsiste el estado. En vez de esto, el criterio definidor de que algo está en este estado consiste en ciertas pruebas.
Podemos decir que un coche recorre 20 millas por hora aunque sólo ande durante media hora. Podemos explicar nuestra forma de expresión diciendo que el coche viaja con una velocidad que le permite hacer 20 millas por hora. Y también aquí nos sentimos inclinados a
hablar de la velocidad del coche como de un estado de su movimiento. Yo pienso que no usaríamos esta expresión si no tuviésemos otras 'experiencias de movimiento' que las de un cuerpo que está en un lugar determinado en un cierto tiempo y en otro lugar en otro tiempo; por ejemplo, si nuestras experiencias del movimiento fuesen del tipo de las que tenemos cuando vemos que la manecilla de las horas del reloj se ha movido de un punto de la esfera a otro.
47) Una tribu tiene en su lenguaje órdenes para la ejecución de ciertas acciones de los hombres en combate, algo así como «¡Dispa ren!», «¡Corran!», «¡Arrástrense!», etc. Tienen también un modo de describir la constitución de un hombre. Tal descripción tiene la forma: «Puede correr rápidamente», «Puede arrojar lejos la lanza». Lo que justifica que yo diga que estas frases son descripciones de la constitución del hombre es el uso que ellos hacen de las frases de esta forma. Así, si ellos ven a un hombre con grandes músculos en las piernas pero que, como diríamos nosotros, por una u otra razón no puede usar sus piernas, dicen que es un hombre que puede correr de prisa. Ellos describen el dibujo de un hombre que tiene grandes bíceps como representando un hombre «que puede arrojar lejos una lanza».
48) Los hombres de una tribu están sujetos a una especie de examen médico antes de ir a la guerra. El examinador hace pasar a los hombres por una serie de pruebas normalizadas. Les hace le vantar determinados pesos, mover los brazos, saltar, etc. El examinador da entonces su veredicto bajo la forma «Tal y tal puede arrojar una lanza» o «puede lanzar un boomerang» o «está preparado para per seguir al enemigo», etc. En el lenguaje de esta tribu no hay expre siones especiales para las actividades realizadas en las pruebas; refi riéndose a ellas solamente como pruebas para ciertas actividades de combate.
Una observación importante relativa a este ejemplo y a otros de los que damos es que puede objetarse a la descripción que hacemos del lenguaje de una tribu que en las muestras que damos de su lenguaje les dejamos [11] hablar español, dando por supuesto ya con ello todo el trasfondo del lenguaje español, es decir, nuestros significados usuales de las palabras. Así, si yo digo que en un determinado lenguaje no hay un verbo especial para «saltar», pero que este lenguaje usa en
su lugar la forma «hacer la prueba de lanzar el boomerang», puede preguntarse cómo he caracterizado yo el uso de las expresiones «hacer una prueba de» y «lanzar el boomerang» para tener una justificación al sustituir sus palabras reales, cualesquiera que éstas sean, por estas expresiones españolas. A esto tenemos que contestar que solamente hemos dado una descripción muy esquemática de la práctica de nuestros lenguajes ficticios, en algunos casos sólo alusiones, pero que estas descripciones pueden hacerse con facilidad más completas. Así, en 48) yo podría haber dicho que el examinador utiliza órdenes para hacer realizar las pruebas a los hombres. Estas órdenes comienzan todas con una expresión particular que yo podría traducir por las palabras españolas «Haga la prueba». Y esta expresión va seguida por otra que se usa en el combate real para determinadas acciones. Hay así una orden tras la cual los hombres lanzan sus boomerangs y que, por tanto, yo traduciría por «Lancen los boomerangs». Además, si un hombre da cuenta de la batalla a su jefe, vuelve a usar la expresión que yo he traducido por «lance un boomerang», esta vez en una descripción. Ahora bien, lo que caracteriza a una orden como tal, o a una descripción como tal, o a una pregunta como tal, etc. es —como hemos dicho- el papel que la manifestación de estos signos juega en la práctica total del lenguaje. Es decir, el que una palabra del lenguaje de nuestra tribu esté traducida correctamente por una palabra del idioma español depende del papel que juegue esta palabra en la vida total de la tribu: las ocasiones en que se usa, las expresiones de emoción que la acompañan generalmente, las ideas que despierta generalmente o que impulsan a decirla, etc., etc. Como ejercicio, pregúntense a sí mismos: ¿en que casos dirían ustedes que una determinada palabra enunciada por la gente de la tribu sería un saludo? ¿En qué casos diríamos que correspondía a nuestro «Adiós» y en cuáles a nuestro «Hola»? ¿En qué casos dirían ustedes que una palabra de un lenguaje extranjero corresponde a nuestro «quizás»? —o a nuestras expresiones de duda, confianza, certidumbre. Descubrirán ustedes que las justificaciones de llamar a algo una expresión de duda, convicción, etc. consisten en buena medida, aunque naturalmente no por completo, en descripciones de gestos, el juego de las expresiones faciales e incluso el tono de la voz. Recuerden en este punto que las experiencias personales de una emoción tienen que ser en parte experiencias estrictamente localizadas; pues si yo frunzo el ceño enfadado, siento la tensión muscular del ceño en mi frente, y si lloro es evidente que las sensaciones de los alrededores de mis ojos son una parte, y una parte importante, de lo que siento. Esto es, según pienso, lo que quiso decir William James cuando dijo que una persona no llora porque esté triste, sino que está triste porque llora. La razón por la que muchas veces no se comprende esta indicación es que pensamos en la expresión de una emoción como si fuese algún recurso artificial que permite conocer a los demás que la tenemos. Ahora bien, no hay una línea precisa entre tales 'recursos artificiales' y lo que podrían llamarse las expresiones naturales de la emoción. Cfr. a este respecto: a) llorar, b) levantar la voz cuando se está enfadado, c) escribir una carta de protesta, d) tocar el timbre para llamar a un servidor a quien se desea reprender.
49) Imaginen una tribu en cuyo lenguaje haya una expresión que corresponda a nuestro «El ha hecho tal y tal» y otra expresión que corresponde a nuestro «El puede hacer tal y tal», si bien esta última expresión solamente se usa cuando su uso está justificado por el mismo hecho que justificaría también la primera expresión. Ahora bien, ¿qué es lo que puede hacerme decir esto? Ellos tienen una forma de comunicación que nosotros llamaríamos narración de sucesos pasados, por las circunstancias en que se emplea. También hay circunstancias en las que nosotros preguntaríamos y responderíamos preguntas tales como «¿Puede tal y tal hacer esto?» Tales circunstancias pueden describirse, por ejemplo, diciendo que un jefe elige hombres adecuados para una determinada acción, digamos cruzar un río, escalar una montaña, etcétera. Como criterios definidores de «el jefe está eligiendo hombres adecuados para esta acción», no voy a tomar lo que él dice, sino solamente las otras características de la situación. En estas circunstancias, el jefe hace una pregunta que habría de traducirse, por lo que se refiere a sus consecuencias prácticas, por nuestro «¿Puede tal y tal cruzar a nado este río?» Sin embargo, esta pregunta sólo es contestada afirmativamente por aquellos que de hecho han cruzado a nado este río. Esta respuesta no se da con las mismas palabras con las que, en las circunstancias que caracterizan la narración, diría él que había cruzado a nado este río, sino que se da en los términos de la pregunta hecha por el jefe. Por otra parte, no se da esta respuesta en los casos en los que nosotros daríamos indudablemente la respuesta «Yo puedo cruzar a nado este río», por ejemplo, si yo hubiese realizado proezas natatorias más difíciles, aunque no precisamente la de cruzar a nado este río concreto. Incidentalmente, las dos expresiones «El ha hecho tal y tal» y
«El puede hacer tal y tal», ¿tienen el mismo significado en este lenguaje o tienen significados diferentes? Si ustedes piensan sobre ello, habrá algo que les inclinará a decir lo primero y algo que les inclinará a decir lo segundo. Esto solamente indica que la cuestión no tiene aquí un significado claramente definido. Todo lo que yo puedo decir es: Si el hecho de que ellos únicamente digan «El puede…» si él ha hecho… es su criterio sobre la existencia del mismo significado, entonces las dos expresiones tienen el mismo significado. Si las circunstancias en las que se usa una expresión constituyen su significado, los significados son diferentes. El uso que se hace de la palabra «puede» —la expresión de posibilidad en 49)— puede arrojar luz sobre la idea de que lo que puede suceder tiene que haber sucedido antes (Nietzsche). A la luz de nuestros ejemplos, será también interesante considerar el enunciado de que lo que sucede puede suceder. Antes de que continuemos con nuestra consideración del uso de 'la expresión de posibilidad', logremos alguna mayor claridad sobre este departamento de nuestro lenguaje en el que se dicen cosas sobre el pasado y el futuro, es decir, sobre el uso de frases que contienen expresiones como «ayer», «hace un año», «dentro de cinco minutos», «antes de que hiciese esto», etc. Consideren este ejemplo:
50) Imaginen cómo podría entrenarse a un niño en la práctica de la 'narración de sucesos pasados'. Primeramente se le entrenó para que pidiese determinadas cosas [por así decirlo, a dar órdenes. Ver 1)]. Parte de este entrenamiento era el ejercicio de 'nombrar las cosas'. Ha aprendido, pues, a nombrar (y a pedir) una docena de sus juguetes. Supongamos ahora que él ha jugado con tres de ellos (por ejemplo, una pelota, un palo y una carraca), luego se le quitan y entonces la persona mayor dice una frase tal como «El ha tenido una pelota, un palo y una carraca». En una ocasión semejante se para a mitad de la enumeración e induce al niño a completarla. En otra ocasión no dice quizá más que «El ha tenido…» y deja que el niño haga la enumeración completa. Ahora bien, el modo de 'inducir al niño a continuar' puede ser el siguiente: él se para a la mitad de su enumeración con una expresión facial y un tono de voz elevado que nosotros llamaríamos de expectación. Todo depende entonces de si el niño reaccionará o no a esta 'inducción'. Ahora bien, hay un curioso malentendido en el que estamos muy expuestos a caer, consistente en considerar los medios externos' que utiliza el maestro para inducir al niño a continuar como lo que podríamos llamar un medio indirecto de hacerse comprender por el niño. Consideramos la situación como si el niño ya poseyese un lenguaje en el que pensase y como si la tarea del maestro fuese inducirle a adivinar lo que él significa de entre el conjunto de significados que se hallan ante la mente del niño, como si el niño pudiese hacerse en su propio lenguaje privado una pregunta como «¿Qué es lo que él quiere: que yo continúe, o que repita lo que ha dicho, o alguna otra cosa?» [Cfr. con 30).]
51) Otro ejemplo de un tipo primitivo de narración de sucesos pasados: nosotros vivimos en medio de un paisaje que tiene puntos de referencia naturales y característicos frente al horizonte. Por tanto, es fácil recordar el sitio por el que sale el sol en una estación deter minada, o el sitio sobre el que se encuentra cuando está en su punto más alto, o el lugar por donde se pone. Tenemos algunas imágenes ca racterísticas del sol en diferentes posiciones en nuestro paisaje. Lla memos a estas series de imágenes las series del sol. Tenemos también algunas imágenes características de las actividades de un niño: estar en la cama, levantarse, vestirse, comer, etc. Llamaré a este conjunto las imágenes de la vida. Yo imagino que el niño puede ver con fre cuencia la posición del sol mientras está realizando las actividades del día. Llamamos la atención del niño sobre el hecho de que el sol está en un determinado lugar mientras él está ocupado de un modo par ticular. Entonces le hacemos mirar una imagen representando su ocu pación y una imagen que muestra al sol en su posición en este mo mento. Podemos contar así a grandes líneas la historia del día del niño colocando una fila de imágenes de la vida y encima de ella lo que he llamado la serie del sol, guardando ambas filas la correlación adecuada. Procederemos entonces a hacer que el niño complete una historia en imágenes de este tipo que nosotros hemos dejado incom pleta. Y quiero decir en este lugar que esta forma de entrenamiento [ver 50) y 30)] es uno de los grandes rasgos característicos del uso del lenguaje o del hecho de pensar.
52) Una variación de 51). En la guardería hay un gran reloj, que para mayor simplicidad vamos a imaginar que no tiene más que la manecilla de las horas. La historia del día del niño se narra como antes, pero no hay serie del sol; en vez de ella, escribimos frente a cada imagen de la vida uno de los números de la esfera.
53) Noten que hubiese habido un juego semejante en el que, como podríamos decir, también estuviese implicado el tiempo: el de colocar simplemente una serie de imágenes de la vida. Podríamos jugar este juego con la ayuda de palabras que corresponderían a nuestros «antes» y «después». Podemos decir que en este sentido 53) implica las ideas de antes y de después, pero no la idea de una medición del tiempo. No necesito decir que una sencilla operación nos conduciría de las narraciones de 51), 52) y 53) a narraciones de palabras. Es posible que, al considerar tales formas de narración, alguien pueda pensar que en ellas no está implicada todavía en modo alguno la verdadera idea de tiempo, estándolo solamente algún tosco sustituto de ella, las posiciones de una manecilla de reloj y cosas semejantes. Ahora bien, si una persona pretendiese que hay una idea de ser las cinco que no es producida por un reloj y que el reloj es solamente el tosco instrumento que indica cuándo son las cinco, o que hay una idea de una hora que no es producida por un instrumento de medir el tiempo, yo no le voy a contradecir, pero le voy a pedir que me explique cuál es el uso que hace del término «una hora» o «las cinco». Y si no es un uso que implique un reloj, será otro diferente; y entonces le preguntaré por qué usa los términos «las cinco», «una hora», «mucho tiempo», «poco tiempo», etc. en conexión con un reloj, en su caso, y con independencia de él, en otro; será a causa de determinadas analogías existentes entre los dos usos, pero ahora tenemos dos usos de estos términos y no tenemos razón alguna para decir que uno de ellos es menos real y puro que el otro. Esto podría resultar más claro considerando el siguiente ejemplo:
54) Si nosotros damos a una persona la orden: «Diga un número, cualquiera que se le ocurra», por lo general puede obedecerla inmediatamente. Supongamos que se descubriese que los números dichos como consecuencia de la petición creciesen —en todas las personas normales— conforme avanzaba el día; una persona comienza cada mañana con algún número pequeño y alcanza el número más alto antes de quedarse dormido por la noche. Consideren lo que podría tentarle a uno a llamar a las reacciones descritas «un medio de medir el tiempo» o incluso a decir que son los hitos reales en el paso del tiempo, siendo los relojes de sol, etc. únicamente indicadores indirectos. (Examinen el enunciado de que el corazón humano es el reloj real que se encuentra detrás de todos los demás relojes.)
Consideremos ahora otros juegos de lenguaje en los que entran expresiones temporales.
55) Se deriva de 1). Si se grita una orden como «¡loseta!», «¡columna!», etc., B está entrenado para cumplirla inmediatamente. Ahora introducimos un reloj en este juego: se da una orden y entrenamos al niño para que no la cumpla hasta que la manecilla de nuestro reloj alcance un punto que hemos indicado antes con el dedo. (Esto podría hacerse, por ejemplo, del siguiente modo: primero se entrena al niño a cumplir la orden inmediatamente. Entonces se da la orden, pero se sujeta al niño, soltándolo solamente cuando la manecilla del reloj haya alcan zado el punto de la esfera que señalamos con el dedo.)
A esta altura podríamos introducir una palabra como «ahora». En este juego tenemos dos tipos de órdenes: las órdenes utilizadas en 1) y las órdenes que están formadas por éstas junto con un gesto de indicar un punto en la esfera del reloj. Para hacer más explícita la distinción entre estas dos clases, podemos añadir un signo particular a las órdenes de la primera clase y decir, por ejemplo: «¡loseta, ahora!». Resultaría ahora fácil describir juegos de lenguaje con expresiones tales como «dentro de cinco minutos», «hace media hora».
56) Ocupémonos ahora del caso de una descripción del futuro, una predicción. Por ejemplo, podría despertarse la tensión de expec tación de un niño haciéndole prestar atención durante un tiempo con siderable a ciertas luces de tráfico que cambien de color periódica mente. También nosotros nos encontramos ante un disco rojo, uno verde y otro amarillo y señalamos alternativamente a uno de estos discos prediciendo el color que aparecerá a continuación. Es fácil ima ginar ulteriores desarrollos de este juego.
Considerando estos juegos de lenguaje, no nos encontramos con las ideas del pasado, el futuro y el presente en su aspecto problemático y casi siempre misterioso. Puede ejemplificarse de modo casi característico qué sea este aspecto y cómo es que se presenta si consideramos la pregunta: «¿A dónde va el presente cuando se hace pasado y dónde está el pasado?» ¿En qué circunstancias tiene atractivo para nosotros esta pregunta? Pues en determinadas circunstancias no lo tiene y la rechazaríamos como un sinsentido.
Resulta claro que esta cuestión surge con la mayor facilidad si estamos preocupados con casos en los que hay cosas que fluyen ante nosotros, como bajan flotando los trozos de madera por un río. En este caso podemos decir que los palos que nos han pasado están todos abajo, hacia la izquierda, y los palos que nos pasarán están todos arriba, hacia la derecha. Usamos entonces esta situación como símil de todo lo que sucede en el tiempo e incluso incorporamos el símil a nuestro lenguaje, como cuando decimos que 'el acontecimiento presente pasa de largo' (un palo pasa de largo), 'el acontecimiento futuro va a venir' (un palo va a venir). Hablamos sobre el flujo de acontecimientos; pero también sobre el flujo del tiempo, el río sobre el que viajan los palos.
He aquí una de las fuentes más fecundas de confusión filosófica: hablamos del acontecimiento futuro de que alguien entre en mi habitación, y también de la futura llegada de este acontecimiento. Decimos: «Sucederá algo», y también «Algo viene hacia mí»; nos referimos al palo como «algo» y también a la venida del palo hacia mí. Puede suceder así que no seamos capaces de liberarnos de las implicaciones de nuestro simbolismo, que parece dejar sitio para preguntas como «¿A dónde va la llama de una vela cuando se la apaga?» «¿A dónde va la luz?» «¿A dónde va el pasado?». Hemos llegado a estar obsesionados con nuestro simbolismo. Podemos decir que nos vemos llevados a la confusión por una analogía que nos arrastra irresistiblemente. Y sucede también esto cuando el significado de la palabra «ahora» se nos aparece en una luz misteriosa. En nuestro ejemplo 55) se ve que la función de «ahora» no es comparable en modo alguno con la función de una expresión como «las cinco», «mediodía», «la puesta del sol», etc. Yo podría llamar a este último grupo de expresiones «especificaciones de tiempos». Pero nuestro lenguaje ordinario usa la palabra «ahora» y las especificaciones de tiempo en contextos similares. Así, decimos
«El sol se pone a las seis».
«El sol se está poniendo ahora».
Nos inclinamos a decir que tanto «ahora» como «las seis» 'se refieren a puntos de tiempo'. Este uso de las palabras produce una confusión que podría expresarse en la pregunta «¿Qué es el 'ahora'? —pues es un momento de tiempo y, sin embargo, tío puede decirse que sea ni el 'momento en el que yo hablo' ni 'el momento en el que el reloj da las campanadas', etc., etc.»— Nuestra respuesta es: la función de la palabra «ahora» es completamente diferente de la de una especificación de tiempo. Esto puede verse fácilmente si consideramos el papel que esta palabra juega realmente en nuestra utilización del lenguaje, pero resulta oscurecido cuando en lugar de considerar el juego de lenguaje completo consideramos solamente los contextos, las expresiones del lenguaje en las que se utiliza la palabra. (La palabra «hoy» no es una fecha, pero tampoco es nada que se le parezca. No se diferencia de una fecha como se diferencia un martillo de un mazo, sino como se diferencia un martillo de un clavo; y sin duda podemos decir que hay una conexión tanto entre un martillo y un mazo como entre un martillo y un clavo.)
Se ha sentido la tentación de decir que «ahora» es el nombre de un instante de tiempo, y esto, desde luego, sería como decir que «aquí» es el nombre de un lugar, «esto» el nombre de una cosa y «yo» el nombre de una persona. (Naturalmente, también podría haberse dicho que «hace un año» era el nombre de un tiempo, «allí arriba» el nombre de un lugar y «tú» el nombre de una persona.) Pero nada es más distinto que el uso de la palabra «esto» y el uso de un nombre propio —me refiero a los juegos jugados con estas palabras y no a las expresiones en que se usan. Pues efectivamente decimos «Esto es pequeño» y «Jack es pequeño», pero recuerden que «Esto es pequeño» sería un sinsentido sin el gesto de señalar y sin la cosa a la que estamos señalando—. Lo que puede compararse con un nombre no es la palabra «esto», sino, si quieren, el símbolo consistente en esta palabra, el gesto y la muestra. Podríamos decir: Nada es más característico de un nombre propio A que el hecho de que podemos usarlo en una expresión como «Esto es A»; y no tiene sentido decir «Esto es esto» o «Ahora es ahora» o «Aquí es aquí».
La idea de una proposición que dice algo sobre lo que sucederá en el futuro es más apta todavía para confundirnos que la idea de una proposición sobre el pasado. Pues al comparar acontecimientos futuros con acontecimientos pasados uno casi puede inclinarse a decir que aunque los acontecimientos pasados no existen realmente a la plena luz del día, existen en un mundo inferior al que han pasado desde la vida real, mientras que los acontecimientos futuros no tienen siquiera esta existencia fantasmal. Naturalmente, podríamos imaginar un reino de los acontecimientos no producidos y futuros, desde donde vendrían a la realidad y pasarían al reino del pasado; y si pensamos en términos de esta metáfora, puede sorprendernos que el futuro parezca menos existente que el pasado. Recuerden, sin embargo, que la gramática de nuestras expresiones temporales no es simétrica respecto a un origen que corresponda al momento presente. Así, la gramática de las expresiones que se refieren a la memoria no reaparece 'con signo opuesto' en la gramática del futuro. Esta es la razón por la que se ha dicho que las proposiciones que se refieren a acontecimientos futuros no son realmente proposiciones. Y es correcto decirlo en la medida en que no se piense que es más que una decisión sobre el uso del término «proposición»; una decisión que, aunque no está de acuerdo con el uso común de la palabra «proposición», puede resultar natural a los seres humanos en ciertas circunstancias. Si un filósofo dice que las proposiciones sobre el fututro no son proposiciones reales es porque le ha chocado la asimetría en la gramática de las expresiones temporales. El peligro estriba, sin embargo, en que él se imagina que ha hecho una especie de enunciado científico sobre 'la naturaleza del futuro'.
57) Se juega un juego del siguiente modo: Una persona arroja un dado y antes de arrojarlo dibuja sobre un trozo de papel alguna de las seis caras del dado. Si, después de haberlo lanzado, la cara del dado que está hacia arriba es la que él ha dibujado, siente (expresa) satis facción. Si sale hacia arriba una cara diferente, está descontento. O bien, sean dos jugadores y cada vez que uno adivina correctamente lo que sacará, su compañero le paga un penique, y si se equivoca es él quien paga a su compañero. En las circunstancias de este juego se llamará «hacer una adivinanza» o «una conjetura» al hecho de dibujar la cara del dado.
58) En una tribu determinada se celebran torneos corriendo, arro jando el peso, etc. y los espectadores apuestan bienes por los competi dores. Las imágenes de todos los competidores están colocadas en una fila y lo que llamé apuesta de bienes del espectador por uno de los competidores consiste en colocar estos bienes (piezas de oro) bajo una de las imágenes. Si una persona ha colocado su oro bajo la imagen del vencedor en la competición, se le devuelve su apuesta doblada. En otro caso, pierde su apuesta. A tal costumbre nosotros la llama ríamos indudablemente apostar, incluso si la observásemos en una sociedad cuyo lenguaje no tuviese esquema para enunciar 'grados de probabilidad', 'casualidad' y conceptos semejantes. Doy por supuesto que la conducta de los espectadores expresa mucha ansia y excitación antes y después de que se conozca el resultado de la apuesta. Imagino además que al examinar la colocación de las apuestas yo puedo com prender 'por qué' se han colocado así. Quiero decir: En una competi ción entre dos luchadores la mayor parte de las veces el favorito es el mayor; o si lo es el más pequeño, descubro que ha mostrado mayor fuerza en ocasiones anteriores, o que el mayor había estado enfermo
recientemente o había descuidado su entrenamiento, etc. Ahora bien, esto puede ser así aunque el lenguaje de la tribu no exprese razones de la colocación de las apuestas. Es decir, en su lenguaje no hay nada que corresponda a cuando nosotros decimos, p. ej.: «Apuesto por este hombre porque se mantiene en forma, mientras que el otro ha descuidado su entrenamiento», y cosas semejantes. Yo podría describir este estado de hechos diciendo que mi observación me ha enseñado ciertas causas de por qué colocan sus apuestas como lo hacen, pero que los apostantes no utilizaban razones para actuar como lo hacían. Por otra parte, la tribu puede tener un lenguaje que comprenda el 'dar razones'. Ahora bien, este juego de dar la razón por la que uno actúa de un modo determinado no implica que se encuentren las causas de las acciones propias (por observaciones frecuentes de las condiciones en que se producen). Imaginemos esto:
59) Si un hombre de nuestra tribu ha perdido su apuesta y además es objeto de burlas o de reprensión, él pondrá de manifiesto, posiblemente exagerando, determinadas características del hombre por el que hizo su apuesta. Puede imaginarse una discusión de pros y contras que se desarrolle del siguiente modo: dos personas destacando alternativamente determinadas características de los dos competidores cuyas posibilidades, como diríamos nosotros, están discutiendo; A señalando con un gesto la gran altura del uno, B encogiendo sus espaldas como respuesta y señalando el tamaño de los bíceps del otro; y así sucesivamente. Yo podría añadir fácilmente más detalles que nos harían decir que A y B están dando razones para hacer una apuesta por una persona más bien que por la otra.
Ahora bien, alguien podría decir que el hecho de dar de este modo razones para hacer sus apuestas presupone sin duda que ellos han observado conexiones causales entre, digamos, el resultado de una lucha y determinadas características de los cuerpos de los luchadores o de su entrenamiento. Pero es ésta una suposición que, razonable o no, yo no he hecho ciertamente al describir nuestro caso. (Ni tampoco he hecho la suposición de que los apostantes dan razones de sus razones.) En un caso como el que acabamos de describir, no nos deberíamos sorprender si el lenguaje de la tribu contuviese lo que nosotros llamaríamos expresiones de grados de creencia, convicción o certidumbre. Podríamos imaginar que estas expresiones consistiesen en el uso de una palabra determinada pronunciada con entonaciones diferentes, o en una serie de palabras. (No estoy pensando, sin embargo, en el uso
de una escala de probabilidades.) También es fácil imaginar que la gente de nuestra tribu acompañase sus apuestas con expresiones verbales que nosotros traduciríamos por «Yo creo que tal y tal puede ganar a tal y tal en lucha», etc.
60) Imaginen que, de un modo semejante, se hacen conjeturas sobre si una determinada carga de pólvora será suficiente para volar una roca determinada y que la conjetura se expresa en una frase de la forma «Esta cantidad de pólvora puede volar esta roca».
61) Comparen con 60) el caso en el que la expresión «Yo podré levantar este peso» se usa como una abreviatura de la conjetura «Mi mano agarrando este peso se levantará si yo realizo el proceso (expe riencia) de 'hacer un esfuerzo para levantarlo'". En los dos últimos casos la palabra «puede» caracterizaba lo que llamaríamos la expresión de una conjetura. (Naturalmente, no quiero decir que llamemos a la frase una conjetura porque contega la palabra «puede»; pero al llamar a una frase una conjetura nos referíamos al papel que jugaba la frase en el juego de lenguaje; y traducimos por «puede» una palabra que use nuestra tribu, si «puede» es la palabra que nosotros usaríamos en las circunstancias descritas.) Ahora resulta claro que el uso de «puede» en 59), 60) y 61) está íntimamente relacionado con el uso de «puede» en 46) a 49); difiriendo, sin embargo, en esto: en que en 46) a 49) las frases que decían que algo podía suceder no eran expresiones de con jetura. Ahora bien, alguien podría objetar a esto diciendo: Induda blemente estamos dispuestos a usar la palabra «puede» en casos tales como 46) a 49) solamente porque en estos casos es razonable conjetu rar lo que hará una persona en el futuro partiendo de las pruebas que ha realizado o del estado en que se encuentra.
Ahora bien, es verdad que yo he construido deliberadamente los casos 46) a 49) de modo que parezca razonable una conjetura de este tipo. Pero también los he construido deliberadamente de modo que no contengan una conjetura. Si queremos, podemos hacer la hipótesis de que la tribu no usaría nunca una forma de expresión como la utilizada en 49), etc., si la experiencia no les hubiese mostrado que…, etc. Pero ésta es una suposición que, aunque posiblemente correcta, no está presupuesta en modo alguno en los juegos 46) a 49), tal y como yo los he descrito de hecho.
62) Sea este el juego: A escribe una fila de números. B la observa y trata de encontrar un sistema en la sucesión de estos números.
Cuando lo ha hecho dice: «Ahora puedo continuar». Este ejemplo es particularmente Instructivo porque 'poder continuar' parece ser aquí algo que se presenta repentinamente en forma de un acontecimiento claramente delimitado. Supongan que A hubiese escrito la fila 1, 5, 11, 19, 29. En este momento B exclama: «Ahora puedo continuar». ¿Qué ha sido lo que ha sucedido cuando ha visto de pronto cómo continuar? Podrían haber sucedido muchísimas cosas diferentes. Supongamos, pues, que en el presente caso mientras A escribía un número tras otro, B se ocupaba en comprobar varias fórmulas algebraicas para ver si se adaptaban. Cuando A escribiese «19», B se vería llevado a probar la fórmula a n = n 2 + n -1. El hecho de que A escriba 29 confirma su suposición.
63) O bien, a B no se le ocurrió ninguna fórmula. Después de mirar la fila creciente de números que A estaba escribiendo, posible mente con una sensión de tensión y con ideas confusas flotando en su mente, se dijo a sí mismo las palabras «El está elevando al cuadrado y añadiendo siempre uno más»; construyó entonces el número siguien te de la sucesión y encontró que coincidía con los números que A estaba escribiendo entonces.
64) O bien, la fila que escribió A fue 2, 4, 6, 8. B la contempla y dice: «Naturalmente, puedo continuar», y continúa la serie de los números pares. O bien no dice nada y simplemente continúa. Quizá cuando contemplaba la fila 2, 4, 6, 8 que había escrito A tuvo alguna sensación, o sensaciones, de las que suelen acompañar a palabras como «¡Es fácil!». Una sensación de este tipo es, por ejemplo, la experien cia de una inspiración de aire suave y rápida, que podría llamarse un comienzo suave.
Ahora bien, ¿diríamos que la proposición «B puede continuar la serie» significa que se produce uno de los acontecimientos que acabamos de describir? ¿No está claro que el enunciado «B puede continuar…» no es lo mismo que el enunciado de que a B se le ocurre la fórmula a n = n 2 + n -1 ? Esto podría haber sido todo lo que sucedió en realidad. (Resulta claro, dicho sea de paso, que para nosotros no hay aquí diferencia entre que B tenga la experiencia de que esta fórmula se le presente ante su visión mental, o la experiencia de escribir o decir la fórmula o de seleccionarla con sus ojos de entre varias fórmulas escritas de antemano.) Si un loro hubiese enunciado la fórmula, no hubiésemos dicho que podía continuar la serie. Por tanto, nos inclinamos a decir que «poder…» tiene que significar más que enunciar simplemente la fórmula y, en realidad, más que cualquiera de los acontecimientos que hemos descrito. Y esto, continuamos, muestra que el decir la fórmula era sólo un síntoma de la capacidad de B para continuar y que no era la capacidad misma de continuar. Ahora bien, lo que resulta desorientador en esto es que parecemos insinuar que hay una actividad, proceso o estado peculiar llamado «poder continuar» que está oculto de algún modo a nuestra vista, pero que se manifiesta en estos sucesos que llamamos síntomas (como una inflamación de las membranas mucosas de la nariz produce el síntoma del estornudo). Esta es la forma en que, en este caso, nos desorienta el hablar de síntomas. Cuando decimos: «Indudablemente tiene que haber algo más tras la mera enunciación de la fórmula, ya que a esto solo no lo llamaríamos 'poder…'", aquí la palabra «tras» está usada sin duda metafóricamente, y 'tras' la enunciación de la fórmula pueden estar las circunstancias en las que es enunciada. Es verdad que «B puede continuar…» no es lo mismo que decir «B dice la fórmula…», pero de esto no se sigue que la expresión «B puede continuar…» se refiera a una actividad distinta de la de decir la fórmula, del mismo modo en que «B dice la fórmula» se refiere a esta bien conocida actividad. El error en que estamos es análogo a éste: Se le dice a alguien que la palabra «silla» no significa esta silla determinada a la que yo estoy señalando, tras lo cual él se pone a mirar por la habitación en busca del objeto que denota la palabra «silla». (La situación sería una ilustración más sorprendente todavía si él intentase observar el interior de la silla para encontrar el significado real de la palabra «silla».) Es claro que cuando usamos la frase «El puede continuar la serie» con referencia al acto de escribir o decir la fórmula, etc., esto tiene que ser a causa de alguna conexión entre escribir una fórmula y continuar efectivamente la serie. Y la conexión empírica de estos dos procesos o actividades es suficientemente clara. Pero esta conexión nos tienta a sugerir que la frase «B puede continuar…» significa algo semejante a «B hace algo que, según nos ha mostrado la experiencia, conduce generalmente a que él continúe la serie». Pero cuando B dice «Ahora puedo continuar», ¿quiere decir realmente «Ahora estoy haciendo algo que, según nos ha mostrado la experiencia, etc., etc.»? ¿Piensan ustedes que él tenía esta expresión en su mente o que habría estado dispuesto a dárnosla como una explicación de lo que había dicho? Decir que la expresión «B puede continuar…» está usada correctamente cuando está motivada por situaciones tales como las descritas en 62), 63) y 64), pero que estas situaciones solamente justifican su uso en determinadas circunstancias (por ejemplo, cuando la experiencia ha puesto de manifiesto ciertas conexiones) no es decir que la frase «B puede continuar…» sea una abreviatura de la frase que describe todas estas circunstancias, es decir, la situación completa que constituye el fondo de nuestro juego.
Por otra parte, en determinadas circunstancias nosotros estaríamos dispuestos a sustituir «B puede continuar la serie» por «B conoce la fórmula» o «B ha dicho la fórmula». Del mismo modo que cuando preguntamos a un doctor: «¿Puede andar el paciente?», a veces estaremos dispuestos a sustituir esta pregunta por «¿Está curada su pierna?». «¿Puede hablar?» significa en determinadas circunstancias «¿Está bien su garganta?», y en otras (por ejemplo, si se trata de un niño pequeño) significa «¿Ha aprendido a hablar?». A la pregunta «¿Puede andar el paciente?» la respuesta del doctor puede ser: «Su pierna está perfectamente». Nosotros utilizamos la expresión «El puede andar, por lo que al estado de su pierna se refiere», especialmente cuando deseamos oponer esta condición del hecho de que ande a alguna otra condición, por ejemplo, el estado de su columna vertebral. En este punto tenemos que guardarnos de pensar que en la naturaleza de la situación hay algo que pudiésemos llamar el conjunto completo de condiciones, por ejemplo, de su andar; de tal modo que, por así decirlo, el paciente no pueda dejar de andar, tenga que andar, si se cumplen todas estas condiciones.
Podemos decir: La expresión «B puede continuar la serie» se usa en circunstancias diferentes para hacer distinciones diferentes. Así, puede distinguir: a) entre el caso en que una persona conoce la fórmula y el caso en que no la conoce; o b) entre el caso en que una persona conoce la fórmula y no ha olvidado cómo escribir los numerales del sistema decimal y el caso en que conoce la fórmula y ha olvidado cómo escribir los numerales; o c) [tal vez como en 64)] entre el caso en que una persona se sienta en condiciones normales y el caso en que esté todavía en una situación de aturdimiento; o d) entre el caso de una persona que ya haya hecho antes este tipo de ejercicio y el caso de una persona para la que sea nuevo. Estos son solamente unos cuantos de una gran familia de casos.
La cuestión de si «El puede continuar…» significa lo mismo que «El conoce la fórmula» puede contestarse de varias formas diferentes: Podemos decir: «No significan lo mismo, es decir, en general no se usan como sinónimas, tal como, por ejemplo, las expresiones «Estoy bien» y «Tengo buena salud»; o podemos decir «En determinadas circunstancias 'El puede continuar…' significa que él conoce la fórmula». Imaginen el caso de un lenguaje [en algún sentido análogo al de 49)], en el que se usen dos formas de expresión, dos frases diferentes, para decir que las piernas de una persona están en condiciones de trabajar. Una forma de expresión se usa exclusivamente en las circunstancias en que se están haciendo preparativos para una expedición, un paseo o algo semejante; la otra se usa en los casos en que no se hacen tales preparativos. En este caso, tendremos dudas sobre si decir que las dos frases tienen el mismo significado o tienen significados diferentes. En cualquier caso, la verdadera situación de hecho solamente puede verse cuando consideramos en detalle el uso de nuestras expresiones. Y resulta claro que si en nuestro caso presente decidiésemos decir que las dos expresiones tienen significados diferentes, es indudable que no podremos decir que la diferencia consiste en que el hecho que hace verdadera la segunda frase es un hecho diferente del que hace verdadera a la primera.
Tenemos razón al decir que la frase «El puede continuar…» tiene un significado diferente de la frase «El conoce la fórmula». Pero no debemos imaginar que podemos encontrar una determinada situación 'a la que se refiere la primera frase', como si estuviese en un plano superior a aquel sobre el que se realizan los acontecimientos especiales (como conocer la fórmula, imaginar determinados términos posteriores, etc.).
Hagámonos la siguiente pregunta: Supongamos que, por una u otra razón, B ha dicho: «Yo puedo continuar la serie», pero que al pedírsele que la continúe ha resultado que es incapaz de hacerlo: ¿diríamos que esto demostraba que su afirmación de que podía continuar era falsa o diríamos que era capaz de continuar cuando dijo que lo era? ¿Diría B mismo «Veo que estaba equivocado» o bien «Lo que dije era verdad: podía hacerlo entonces, pero ahora no puedo»? Hay casos en los que haría bien en decir lo uno y casos en los que haría bien en decir lo otro. Supongan: a) que cuando dijo que podía continuar vio la fórmula ante su mente, pero que cuando se le pidió que continuase encontró que la había olvidado; o b) que cuando dijo que podía continuar se había dicho a sí mismo los cinco términos siguientes de la serie, pero ahora descubre que no se le ocurren; o c) que antes había continuado la serie calculando cinco términos más y que ahora recuerda todavía estos cinco números, pero ha olvidado cómo los había calculado; o d) que dice «Entonces sentí que podía continuar; ahora no puedo»; o e) «Cuando dije que podía levantar el peso no me dolía el brazo y ahora me duele»; etc. Por otra parte, nosotros decimos: «Pensaba que podía levantar este peso, pero veo que no puedo», «Pensaba que podía decir este pasaje de memoria, pero veo que me equivocaba».
Estas ilustraciones del uso de la palabra «poder» deberían complementarse con ilustraciones que mostrasen la variedad de usos que hacemos de los términos «olvidar» e «intentar», pues estos usos están íntimamente relacionados con los de la palabra «poder». Consideren estos casos: a) Antes, B se había dicho a sí mismo la fórmula; ahora, «encuentra allí un vacío completo», b) Antes, él se había dicho a sí mismo la fórmula; ahora, de momento no está seguro 'sobre si era 2 n o 3 n' . c) Ha olvidado un nombre y lo tiene 'en la punta de la lengua'. O d) no está seguro de si ha conocido alguna vez el nombre o lo ha olvidado.
Consideremos ahora la forma en que usamos la palabra «intentar»: a) Una persona está intentando abrir una puerta empujando todo lo que puede, b) Está intentando abrir la puerta de una caja fuerte intentando descubrir la combinación. c) Está intentando descubrir la combinación intentando recordarla, o d) haciendo girar los botones y escuchando con un estetoscopio. Consideren los diversos procesos que llamamos «intentar recordar». Comparen e) intentar mover un dedo contra una cosa que resiste (por ejemplo, cuando alguien la está sosteniendo), y f) cuando se entrelazan los dedos de ambas manos de un modo determinado y se siente que 'no se sabe qué hacer para lograr que se mueva un dedo determinado'.
(Consideren también la clase de los casos en los que decimos «Puedo hacer tal y tal, pero no quiero»: «Podría si intentase», por ejemplo, levantar 100 libras; «Podría si quisiese», por ejemplo, decir el alfabeto.) Podría sugerirse quizá que el único caso en el que es correcto decir, sin restricciones, que yo puedo hacer determinada cosa es aquel en el que, mientras estoy diciendo que puedo hacerlo, lo hago de hecho, y que en otro caso yo debería decir «Puedo hacerlo por lo que a… se refiere». Se puede estar inclinado a pensar que solamente en el primer caso da una persona una prueba real de que es capaz de hacer una cosa.
65) Pero si consideramos un juego de lenguaje en el que la expresión «Yo puedo…» se use de este modo (es decir, un juego en el que hacer una cosa se tome como la única justificación de decir que uno es capaz de hacerla), vemos que no existe la diferencia metafísica entre este juego y uno en el que se acepten otras justificaciones para decir «Yo pudo hacer tal y tal». Un juego del tipo de 65), dicho sea de paso, nos muestra el uso real de la expresión «Si algo sucede, es indudable que puede suceder»; una expresión casi inútil en nuestro lenguaje. Suena como si tuviese algún significado muy claro y profundo, pero, como la mayor parte de las proposiciones filosóficas, carece de sentido, excepto en casos muy especiales.
66) Vean esto con claridad imaginando un lenguaje [semejante a 49)] que tenga dos expresiones para frases tales como «Estoy levantando un peso de cincuenta libras»; se usa una expresión siempre que se ejecuta la acción como una prueba y la otra expresión se usa cuando la acción no se ejecuta como una prueba. Vemos que hay una amplia red de aires de familia que conectan los casos en los que se usan las expresiones de posibilidad: «poder», «ser capaz de», etc. Determinados rasgos característicos, podemos decir, aparecen en combinaciones diferentes en estos casos: hay, por ejemplo, el elemento de conjetura (que algo se comportará de un modo determinado en el futuro); la descripción del estado de algo (como una condición del hecho de que se comporte de un modo determinado en el futuro); el cómputo de determinadas pruebas que ha realizado alguien o algo. Hay, por otra parte, varias razones que nos inclinan a considerar el hecho de que algo es posible o de que alguien es capaz de hacer algo, etc., como el hecho de que él o ello se hallan en un estado particular. En pocas palabras, esto viene a decir que «A se halla en el estado de ser capaz de hacer algo» es la forma de representación que con más fuerza nos sentimos tentados a adoptar; o, como también podría decirse, tenemos una fuerte tendencia a usar la metáfora de que algo está en un estado peculiar para decir que algo puede comportarse de un modo determinado. Y esta forma de representación, o esta metáfora, está incorporada en las expresiones «El es capaz de…», «Es capaz de multiplicar mentalmente grandes números», «Puede jugar al ajedrez»: en estas frases el verbo se usa en el presente, sugiriendo que las expresiones son descripciones de estados que existen en el momento en que hablamos.
Se manifiesta la misma tendencia en el hecho de que a la capacidad de resolver un problema matemático, a la capacidad de disfrutar una pieza de música, etc., les llamemos estados determinados de la mente; con esa expresión no queremos decir 'fenómenos mentales conscientes'. Antes bien, un estado de la mente en este sentido es el estado de un mecanismo hipotético, un modelo mental que se quiere que explique los fenómenos mentales conscientes. (Cosas tales como los estados mentales inconscientes o subconscientes son rasgos del modelo mental.) De este modo, difícilmente podemos evitar concebir la memoria como una especie de almacén. Noten también lo segura que está la gente de que a la capacidad de sumar o de multiplicar o de decir un poema de memoria, etc., tiene que corresponderle un estado peculiar del cerebro de la persona, aunque, por otra parte, no sepan casi nada sobre tales correspondencias psico-fisiológicas. Nosotros consideramos estos fenómenos como manifestaciones de este mecanismo y su posibilidad es la construcción particular del mecanismo mismo. Volviendo ahora a nuestra discusión de 43), vemos que no era una verdadera explicación del hecho de que B fuese guiado por los signos el que dijésemos que B era guiado si también hubiese podido ejecutar órdenes consistentes en otras combinaciones de puntos y rayas distintas de las de 43). De hecho, cuando estuvimos considerando la cuestión de si en 43) B era guiado por los signos, tuvimos tendencia a decir durante todo el rato algo así como que solamente podríamos decidir esta cuestión con certeza si pudiésemos inspeccionar el mecanismo real que conecta el ver los signos con el actuar de acuerdo con ellos. Pues nosotros tenemos una imagen definida de lo que llamaríamos en un mecanismo ser guiadas ciertas partes por otras. En realidad, el mecanismo que se nos ocurre inmediatamente cuando deseamos mostrar lo que llamaríamos «ser guiado por los signos» en un caso como 43) es un mecanismo del tipo de una pianola. Aquí, en la actuación de la pianola, tenemos un caso claro de ciertas acciones, las de los mazos del piano, que son guiadas por la pauta de los agujeros del rollo de la pianola. Podríamos usar la expresión «La pianola está leyendo el registro hecho por las perforaciones del rollo», y podríamos llamar a las pautas de tales perforaciones signos complejos o frases, oponiendo su función en una pianola a la función que artificios similares tienen en mecanismos de un tipo diferente, por ejemplo, la combinación de muescas y dientes que forman el filo de una llave. Esta combinación particular hace deslizarse al cerrojo de una llave, pero nosotros no diriamos que el movimiento del cerrojo estaba guiado por la forma en que combinamos las muescas y los dientes, es decir, no diríamos que la cerradura se movía de acuerdo con la pauta del filo de la llave. Ven ustedes aquí la conexión entre la idea de ser guiado y la idea de ser capaz de leer nuevas combinaciones de signos; pues nosotros diríamos que la pianola puede leer cualquier pauta de perforaciones, de un tipo determinado; no está construida para una melodía particular o para un conjunto de melodías (como una caja de música), mientras que el cerrojo de la cerradura solamente reacciona a la pauta del filo de la llave que está predeterminada en la construcción de la cerradura. Podríamos decir que las muescas y dientes que forman el filo de una llave no son comparables a las palabras que constituyen una frase, sino a las letras que forman una palabra, y que la pauta del borde de la llave no corresponde en este sentido a un signo complejo, a una frase, sino a una palabra. Resulta claro que aunque podríamos usar las ideas de tales mecanismos como símiles para describir la forma en que actúa B en los juegos 42) y 43), tales mecanismos no están realmente implicados en estos juegos. Tendremos que decir que el uso que hacemos de la expresión «ser guiado» en nuestros ejemplos de la pianola y de la cerradura es sólo un uso dentro de una familia de usos, aunque estos ejemplos pueden servir como metáforas, modos de representación, de otros usos. Estudiemos el uso de la expresión «ser guiado» mediante el estudio del uso de la palabra «leer». Con «leer» me refiero aquí a la actividad de traducir lo escrito a sonidos y también a la de escribir al dictado o la de copiar una página impresa escribiendo y otras semejantes; en este sentido, leer no implica nada semejante a comprender lo que se lee. Naturalmente, el uso de la palabra «leer» es extremadamente familiar para nosotros en las circunstancias de nuestra vida ordinaria (sería extremadamente difícil describir estas circunstancias ni siquiera aproximadamente). Una persona, digamos un español, tiene un niño que, por uno de los modos normales de entrenamiento en la escuela o en casa, ha aprendido a leer su lengua y posteriormente lee libros, periódicos, cartas, etc. ¿Qué sucede cuando lee el periódico? Sus ojos se deslizan a lo largo de las palabras escritas, las pronuncia en voz alta o se las dice a sí mismo, pero ciertas palabras las pronuncia después de haber visto solamente unas cuantas de sus primeras letras, y otras, a su vez, las lee letra por letra. Diríamos también que había leído una frase si no hubiese dicho nada en voz alta ni a sí mismo mientras se movían sus ojos, pero al preguntársele después lo que había leído fuese capaz de reproducir la frase literalmente o con palabras ligeramente diferentes. El puede actuar también como lo que podríamos llamar una mera máquina de leer, quiero decir, sin prestar atención a lo que diga, concentrando tal vez su atención en algo totalmente diferente. En este caso diríamos que leía si actuase sin errores, como una máquina de confianza. Comparen con éste el caso de un principiante. Lee las palalabras deletreándolas penosamente. Sin embargo, algunas de las palabras se limita a adivinarlas por sus contextos o tal vez se sabe el trozo de memoria. El maestro dice entonces que él está pretendiendo leer las palabras o simplemente que no las está leyendo de verdad. Si, considerando este ejemplo, nos preguntásemos lo que era el leer, nos inclinaríamos a decir que era un acto mental consciente determinado. Es en este caso cuando decimos «Solamente él sabe si está leyendo; nadie más puede saberlo realmente». Sin embargo, tenemos que admitir que, por lo que se refiere a la lectura de palabras concretas, en la mente del principiante cuando 'pretendía' leer podría haber ocurrido exactamente lo mismo que sucedía en la mente del buen lector cuando leía la palabra. Estamos usando la palabra «leer» de un modo diferente cuando hablamos del lector experimentado, por una parte, y del principiante, por otra. Lo que en un caso llamamos un supuesto de lectura no lo llamamos un supuesto de lectura en el otro. Naturalmente, tenemos tendencia a decir que lo que sucedía en el lector consumado y en el principiante cuando pronunciaban la palabra podría no haber sido lo mismo. Estribando la diferencia, si no en sus estados conscientes, sí en las regiones inconscientes de sus mentes o en sus cerebros. Imaginamos aquí dos mecanismos, cuya actuación interna podemos ver, y esta actuación interna es el verdadro criterio de que una persona lea o no lea. Pero de hecho en estos casos no nos son conocidos tales mecanismos. Considérenlo del siguiente modo:
67) Imaginen que se utilizasen seres humanos o animales como máquinas de leer; supongan que para convertirse en máquinas de leer necesitan un entrenamiento particular. La persona que los entrena dice de algunos de ellos que ya pueden leer y de otros que no pueden. Tomen el caso de uno que hasta ahora no ha respondido al entrenamiento. Si ponen ante él una palabra impresa, a veces emitirá sonidos y de vez en cuando sucede 'accidentalmente' que estos sonidos corresponden más o menos a la palabra impresa. Una tercera persona oye que la criatura que está en entrenamiento pronuncia el sonido correcto al mirar la palabra «mesa». La tercera persona dice «El está leyendo» pero el maestro responde «No, no lo está haciendo; es simple casualidad». Pero supongan ahora que al mostrársele al alumno otras palabras y frases las sigue leyendo correctamente. Después de cierto tiempo el maestro dice «Ahora puede leer». Pero ¿qué pasa con la primera palabra «mesa»? ¿Diría el maestro «Estaba equivocado. También la leyó»? ¿O diría «No, solamente comenzó a leer después»? ¿Cuándo comenzó a leer realmente, o: Cuál fue la primera palabra, o la primera letra, que leyó? Resulta claro que esta pregunta no tiene aquí sentido a menos que yo dé una explicación 'artificial», tal como: «La primera palabra que lee = la primera palabra del primer ciento de palabras consecutivas que lee correctamente». Supongan, por otra parte, que usásemos la palabra «leer» para distinguir entre el caso en que en la mente de una persona se realiza un determinado proceso consciente de deletrear las palabras y el caso en que no sucede esto. Entonces, por lo menos la persona que está leyendo podría decir que tal y tal palabra fue la primera que leyó realmente. También en el caso diferente de una máquina de leer, que es un mecanismo que conecta signos con las reacciones a estos signos, por ejemplo, una pianola, podríamos decir «Solamente después de que se le hizo tal y tal cosa a la máquina, por ejemplo, se conectaron ciertas partes por medio de cables, la máquina leyó realmente; la primera letra que leyó fue una d».
En el caso 67), al llamar a ciertas criaturas «máquinas de leer» solamente nos referíamos a que reaccionaban de un modo particular al ver signos impresos. En este caso no interviene conexión alguna entre el ver y el reaccionar, ningún mecanismo interno. Sería absurdo que el entrenador hubiese contestado a la pregunta sobre si leía o no la palabra «mesa»: «Quizá la leía», pues en este caso no hay duda sobre lo que realmente hacía. El cambio que se produjo fue lo que podríamos llamar un cambio en la conducta general del alumno, y en este caso no hemos dado un significado a la expresión «la primera palabra de la nueva era». (Comparen con éste el siguiente caso: En nuestra figura, a una fila de puntos con espacios pequeños le sigue una fila de puntos con espacios grandes. ¿Cuál es el último punto de la primera serie y cuál el primero de la segunda? Imaginen que nuestros puntos fuesen agujeros en el disco giratorio de una sirena. Entonces oiríamos un tono alto seguido de un tono bajo (o viceversa). Pregúntense: ¿En qué momento comienza el tono bajo y termina el otro?)
Por otra parte, hay una gran tentación a considerar el acto mental consciente como el único criterio verdadero que distingue el leer del no leer. Pues tenemos tendencia a decir «Es indudable que una persona sabe siempre si está leyendo o pretendiendo leer» o «Es indudable que una persona sabe siempre si está leyendo realmente». Si A intenta hacer creer a B que es capaz de leer la escritura cirílica, engañándole aprendiéndose de memoria una frase en ruso y diciéndola luego mientras mira la frase impresa, indudablemente podemos decir que A sabe que está pretendiendo y que el hecho de que no está leyendo está caracterizado en este caso por una experiencia personal particular, a saber, la de decir la frase de memoria. También, si A comete un error al decirla de memoria, esta experiencia será diferente de la que tiene una persona que comete un error al leer.
68) Pero supongamos ahora que una persona que pudiese leer con soltura y al que se hiciesen leer frases que no había leído nunca antes, leyese estas frases, pero con la sensación peculiar durante todo el tiempo de conocer de memoria la secuencia de palabras. ¿Diríamos en este caso que no estaba leyendo, es decir, consideraríamos su experiencia personal como el criterio distintivo entre leer y no leer?
69) O imaginen este caso: A una persona que está bajo la influencia de determinada droga se le muestra un grupo de seis signos, que no son letras de ningún alfabeto existente; y observándolas con todos los signos exteriores y las experiencias personales de pronunciar una palabra, pronuncia la palabra «ENCIMA». (Este tipo de cosas sucede en los sueños. Después de despertarnos, decimos «Me pareció que es taba leyendo esos signos, aunque en realidad no eran en modo alguno signos».) En un caso como éste, algunas personas podrían inclinarse a decir que está leyendo y otras que no lo está. Podríamos imaginar que después de que hubiese pronunciado la palabra «encima» le mostrásemos otras combinaciones de seis signos y que las leyese de un modo consecuente con su lectura de la primera permutación de signos que se le mostró. Mediante una serie de pruebas semejantes podríamos descubrir que él usaba lo que nosotros podríamos llamar un alfabeto imaginario. Si esto fuese así, estaríamos más dispuestos a decir «El está leyendo» que «El imagina que lee, pero no lo hace realmente».
Noten también que hay una serie continua de casos intermedios entre el caso en que una persona sabe de memoria lo que está impreso ante ella y el caso en el que deletrea las letras de cada palabra sin la ayuda de la adivinación por el contexto, el saberla de memoria ni cosas semejantes.
Hagan esto: Digan de memoria la serie de los cardinales de uno a doce. Observen ahora la esfera de su reloj y lean esta secuencia de números. Pregúntense qué es lo que llamaban leer en este caso, es decir, ¿qué hicieron para convertirlo en leer? Intentemos esta explicación: Una persona lee si deriva la copia que está produciendo del modelo que está copiando. (Voy a usar la palabra «modelo» para significar aquello que está leyendo, por ejemplo, las frases impresas que está leyendo o copiando al escribir, o signos tales como "- -..-» en 42) y 43), que está «leyendo» con sus movimientos, o las partituras que toca un pianista, etc. Uso la palabra «copia» para la frase pronunciada o escrita a partir de la impresa, para los movimientos hechos de acuerdo con signos tales como "- - . . -», para los movimientos de los dedos del pianista o la melodía que toca de la partitura, etc.). Así, si hubiésemos enseñado a una persona el alfabeto cirílico y le hubiésemos enseñado cómo se pronunciaba cada letra, si le diésemos entonces un trozo impreso en escritura cirílica y ella lo deletrease de acuerdo con la pronunciación de cada letra que le habíamos enseñado, nosotros diríamos sin duda que estaba derivando el sonido de cada palabra del alfabeto escrito y hablado que le habíamos enseñado. Y éste sería también un caso claro de lectura. (Podríamos usar la expresión «Le hemos enseñado la regla del alfabeto».) Pero veamos: ¿qué nos hizo decir que ella derivaba las palabras habladas de las escritas por medio de la regla del alfabeto? ¿No es acaso todo lo que nosotros sabemos, que nosotros la enseñamos, que esta letra se pronunciaba de este modo, ésta de este otro, etc., y que después ella leyó palabras del escrito cirílico? Lo que se nos ocurre como contestación es que ella tiene que haber mostrado de algún modo que ella hacía realmente la transición de las palabras escritas a las habladas por medio de la regla del alfabeto que nosotros le habíamos dado. Y lo que entendemos por el hecho de que muestre esto resultará sin duda más claro si alteramos nuestro ejemplo y:
70) suponemos que lee un texto transcribiéndolo, digamos de letra de imprenta a escritura cursiva. Pues en este caso podemos suponer que la regla del alfabeto ha sido dada en la forma de una tabla que muestra el alfabeto de imprenta y el alfabeto cursivo en columnas paralelas. Entonces nos imaginaríamos la derivación de la copia respecto del texto del siguiente modo: La persona que copia consulta la tabla a intervalos frecuentes para cada letra, o se dice a sí misma cosas tales como «¿A qué se parece ahora una a pequeña?», o intenta visualizar la tabla, procurando no mirarla realmente.
71) ¿Pero qué sucedería si, haciendo todo esto, transcribiese una «A» por una «b», una «B» por una «c», y así sucesivamente? ¿No llamaríamos también a esto «leer», «derivar»? En este caso podríamos describir su procedimiento diciendo que ella usaba la tabla como la hubiésemos usado nosotros si no hubiésemos llevado la mirada en línea recta de izquierda a derecha de este modo:
sino de éste:
aunque, de hecho, cuando consultaba la tabla, pasaba horizontalmente de izquierda a derecha con sus ojos o con su dedo. Pero supongamos ahora
72) que realizando el proceso normal de consulta, ella transcri biese una «A» por una «n», una «B» por una «x», en resumen, que, como podríamos decir, actuase de acuerdo con un esquema de flechas que no mostrase una regularidad simple. ¿No podríamos llamar tam bién a esto «derivar»? Pero supongan que
73) no se atuvo a este modo de transcribir. En realidad lo cambió, pero de acuerdo con una regla sencilla: Después de haber transcrito «A» por «n», la siguiente «A» la transcribe por «o», la siguiente por «p» y así sucesivamente. Pero ¿dónde está la división clara entre este pro cedimiento y el de hacer una transcripción sin sistema alguno? Ahora bien, podría objetarse a esto diciendo: «En el caso 71) se dio por des contado que ella comprendía la tabla de modo diferente». Pero ¿a qué llamamos «comprender la tabla de un modo particular»? Pero cualquiera que sea el proceso que se imagine que es este 'comprender', es solamente otro eslabón interpuesto entre los procesos externo e interno de derivación que he descrito y la transcripción efectiva. En realidad, es evidente que este proceso de comprender podría describirse por medio de un esquema del tipo usado en 71), y podríamos decir entonces que en un caso determinado en que ella consultaba la tabla así
la entendía así
y la transcribía así:
Pero ¿significa esto que la palabra «derivar» (o «comprender») no tiene realmente ningún significado, ya que al seguir de cerca su significado éste parece desvanecerse en nada? En el caso 70) el significado de «derivar» se veía con bastante claridad, pero nos dijimos a nosotros mismos que éste era solamente un caso especial de derivación. Nos parecía que la esencia del proceso de derivar se presentaba aquí bajo un ropaje determinado y que alcanzaríamos la esencia despojándola de él. Ahora bien, en 71), 72) y 73) intentamos despojar a nuestro caso de lo que no parecía ser más que su ropaje peculiar, solamente para descubrir que lo que habían parecido meros ropajes eran las características esenciales del caso. (Actuamos como si hubiésemos intentado encontrar la alcachofa real despojándola de sus hojas.) El uso de la palabra «derivar» se exhibe realmente en 70), es decir, este ejemplo nos mostró un caso de la familia de ellos en que se usa esta palabra. Y la explicación del uso de esta palabra, como la del uso de las palabras «leer» o «ser guiado por símbolos», consiste esencialmente en describir una selección de ejemplos que exhiben rasgos característicos; algunos de los ejemplos muestran estos rasgos exagerados, otros muestran transiciones y determinada serie de ejemplos muestra el desvanecimiento de tales rasgos. Imaginen que alguien quisiese darles una idea de las características faciales de una determinada familia, la de los Tal y tal; lo haría mostrándoles un conjunto de retratos familiares y llamando su atención sobre ciertos rasgos característicos, y su tarea principal consistiría en la disposición adecuada de estos retratos, que, por ejemplo, les permitiría ver cómo determinadas influencias cambiaban gradualmente los rasgos, de qué modos característicos se hacían mayores los miembros de la familia o qué rasgos aparecían con más fuerza cuando lo hacían.
La función de nuestros ejemplos no era la de mostrarnos la esencia de 'derivar', 'leer', etc. a través de un velo de rasgos inesenciales; los ejemplos no eran descripciones de un fuera que nos permitiesen barruntar un dentro que, por una u otra razón, no podría mostrarse en su desnudez. Nos sentimos tentados a pensar que nuestros ejemplos son medios indirectos para producir una determinada imagen o idea en la mente de una persona, que insinúan algo que no pueden mostrar. Esto sería así en algún caso como el siguiente: Supongan que yo quiero producir en alguien una imagen mental del interior de una determinada habitación del siglo dieciocho en la que le está prohibido entrar. Para ello adopto este método: Le muestro la casa por fuera, señalando las ventanas de la habitación en cuestión y después le conduzco a otras habitaciones del mismo período.
Nuestro método es pigramente descriptivo; las descripciones que damos no son esbozos de explicaciones.