—Estás siendo muy cabezota, Maggie.
—¿Sabes? Estoy cansada de escuchar esa palabra aplicada a mí.
Con unas gafas para protegerse los ojos, Maggie estaba experimentando con otra técnica. Durante la última semana todo lo que había hecho le había parecido malo. Entonces, para cambiar el ritmo, había encendido seis antorchas y las había clavado, en pares enfrentados, a los lados de un banco, y ahora estaba calentando un tubo de vidrio en el fuego cruzado.
—Pues si se aplica a ti con tanta frecuencia, debe de ser porque es cierto —contestó Brianna—. Es la familia. Puedes reservar una noche para la familia.
—No es cuestión de tiempo. —Era cierto, aunque, por alguna razón, Maggie sentía que el tiempo le echaba la respiración en la nuca como si fuera un perro rabioso—. ¿Por qué habría de someterme a una cena con ella? —Con sumo cuidado y las cejas fruncidas, empezó a tirar y rotar el vidrio que empezaba a fundirse—. Te digo que no me apetece. Y estoy segura de que a ella tampoco.
—No sólo vendrá mamá a cenar. El tío Niall y la señora Sweeney también están invitados, y Lottie, por supuesto. Sería descortés no acudir.
—Ya me han dicho que soy descortés, igual que cabezota.
Como con todo lo que había tocado esos días, el vidrio rehusaba seguir la visión de su cabeza. La visión misma se estaba haciendo borrosa, lo que la enfurecía y la asustaba. Lo que hacía que siguiera trabajando era obstinación pura.
—No has visto al tío Niall desde el entierro de papá. Y viene con la abuela de Rogan, por Dios santo. Me dijiste que ella te caía muy bien.
—Y así es. —Maldita sea, ¿qué le pasaba a sus manos? ¿Qué le pasaba a su corazón? Unió una vara con la otra y las quemó; repitió la operación—. Tal vez una de las razones por la cuales no quiera estar ahí sea para que la señora Sweeney no tenga que presenciar una de nuestras felices cenas familiares.
El sarcasmo quemaba tanto como una de las llamas que Maggie había encendido. Brianna lo afrontó con hielo.
—No te costará mucho apartar tus sentimientos durante una noche. Si el tío Niall y la señora Sweeney se van a tomar la molestia de venir a visitarnos de camino a Galway, les vamos a dar la bienvenida. Todas.
—Deja de regañarme, ¿vale? Me estás dando la lata como si fueras un pato picoteándome. ¿No ves que estoy trabajando?
—Pero si no haces nada más, así que es necesario interrumpirte si quiero hablar contigo. Van a llegar dentro de poco, Maggie, y no voy a inventar excusas para encubrirte. —En un gesto parecido a la postura habitual de su hermana, Brianna cruzó los brazos—. Me voy a quedar aquí picoteándote hasta que hagas lo que se espera de ti.
—Está bien, está bien. ¡Jesús! Iré a la maldita cena.
Brianna sonrió serenamente. No esperaba menos.
—A las siete y media. Voy a servir a los huéspedes más temprano, para que tengamos una cena familiar privada.
—Ay, qué ocasión tan alegre la que nos espera.
—Saldrá bastante bien si prometes controlar esa lengua viperina que tienes. Sólo te pido que hagas un esfuerzo, aunque sea pequeño.
—Sonreiré, seré cortés y no comeré con la mano —replicó Maggie, que con un suspiro amargo se quitó las gafas y sacó de las llamas la figura que había nacido al final del tubo.
—¿Qué has hecho? —preguntó Brianna acercándose con curiosidad.
—Me he vuelto loca.
—Es bonito. ¿Es un unicornio?
—Sí, un unicornio, sólo le hace falta un toque de oro en el cuerno para completarlo. —Se rió y empezó a dar vueltas a la figura en el aire—. Es una broma, Brie, de las pesadas. Una broma que me gasto a mí misma. La próxima vez haré cisnes, estoy segura. O esos perritos con una raya en lugar de cola. —Puso la figura a un lado y apagó enérgicamente las antorchas—. Bueno, eso es todo, supongo. Creo que difícilmente haré hoy algo que valga la pena, así que estaré lista para tu cena esta noche. Que Dios te proteja.
—¿Por qué no descansas un rato, Maggie? Tienes aspecto de estar muy cansada.
—Tal vez lo haga después de empaquetar algunas piezas. —Apartó las gafas y se frotó las manos contra la cara. Estaba cansada, notó. Horriblemente cansada—. No tienes de qué preocuparte, Brie, ni tendrás que mandar a los perros a por mí. Ya te he dicho que ahí estaré.
—Te lo agradezco. —Brianna se inclinó para apretarle una mano a su hermana—. Tengo que irme. Todavía me falta ultimar algunos detalles para que todo esté perfecto. A las siete y media, Maggie.
—Ya lo sé.
Maggie acompañó a su hermana hasta la entrada. Y para mantener la cabeza ocupada en cuestiones prácticas, cogió una de las cajas que había hecho y la llenó de serrín. Después de extender el plástico de burbujas sobre la mesa, se dirigió a los estantes que había en la parte de atrás del taller. Sólo había una pieza allí: la última que había finalizado antes de que Rogan fuera a verla.
Era alta y robusta; el tronco era largo y luego se curvaba, fluyendo hacia abajo en extremidades delgadas y graciosas que casi parecían balancearse. Se sostendría como el sauce que la había inspirado. Se inclinaría y daría frutos al tiempo que se mantendría fiel a sí misma. Era de un azul profundo y puro que fluía hacia arriba desde la base palideciendo suavemente a medida que llegaba a las delicadas puntas.
La envolvió cuidadosamente, sintiendo que era más que una escultura. Era el último trabajo que había podido llevar a buen término desde lo más profundo de su corazón. Nada de lo que había intentado hacer después había tenido éxito. Había trabajado día tras día sólo para tener que volver a fundir el vidrio una y otra vez. Día tras día se acercaba más a dejar salir el pánico que se estaba gestando dentro de ella.
Era culpa de Rogan, se dijo mientras terminaba de cerrar bien la caja. Era culpa suya por tentarla con fama y fortuna, por exponer su vanidad a un éxito tan sorprendente y demasiado rápido. Ahora estaba seca por dentro y bloqueada. Tan vacía como el tubo al que le había dado la forma de un unicornio. Rogan la había hecho desear demasiado. Lo deseaba a él demasiado. Y luego se había ido y la había hecho ver, de una manera brutal, lo que era no tener nada.
Maggie no iba a ceder ni a darse por vencida. Se prometió a sí misma que por lo menos mantendría su orgullo. Mientras su horno rugía burlonamente, se sentó en su silla, sintiendo la familiaridad de su forma.
Lo que pasaba era que había estado trabajando demasiado. Se había estado presionando para hacer un trabajo mejor con cada nueva pieza. La presión de seguir teniendo éxito la había bloqueado, eso era todo. No podía dejar de pensar en que a medida que su exposición siguiera de gira después de París, el público la encontraría deficiente. Y que le parecería que ella era deficiente. Que nunca más podría levantar su caña de nuevo sólo para ella misma, sólo por el placer de hacerlo. Rogan había cambiado eso. Rogan la había cambiado a ella, como ella misma le había dicho que haría.
¿Y cómo era posible, se preguntó cerrando los ojos, cómo podía ocurrir que un hombre la hiciera amarlo al alejarse?
—Lo has hecho muy bien tú sólita, ¿no, cariño? —Niall, embutido en uno de sus trajes de tono chillón, como una salchicha feliz, sonrió ampliamente a Brianna—. Siempre dije que eras una chica lista. Lo has sacado de mi querida hermana, ¿verdad?
—Tienes un hogar precioso. —Christine aceptó el vaso que Brianna le ofreció—. Y tus jardines son sencillamente impresionantes, bellísimos.
—Muchas gracias. Me encanta trabajar en ellos, es un placer para mí.
—Rogan me contó cuánto disfrutó de su estancia aquí —continuó Christine con un suspiro, sintiéndose contenta de estar allí, al calor de la chimenea y bajo una luz tenue—, y ya veo por qué.
—Ella tiene el toque. —Niall le dio a Brianna un abrazo quebrantahuesos—. Se lleva en la sangre. Y no se puede renegar de ella.
—Eso parece. Conocí a tu abuela bastante bien.
—Chrissy estaba por ahí todo el tiempo —dijo Niall con un guiño—, pero nunca reparé en ella. Tímido que era yo.
—Tú no has sido tímido ni un segundo de tu vida —contestó Christine con una carcajada—. Más bien pensabas que yo era una molestia.
—Si era así, he cambiado de opinión —dijo, y se inclinó y ante los ojos perplejos de Brianna le dio un beso en la boca a Christine.
—Te ha costado más de cincuenta años.
—Parece que fue ayer.
—Bueno —terció una desconcentrada Brianna que se aclaró la garganta—, creo que tengo que… Esas deben de ser mamá y Lottie —anunció cuando escuchó voces airadas en la entrada.
—Conduces como una ciega —se quejó Maeve—. Prefiero volver andando a Ennis antes que montarme en ese coche contigo otra vez.
—Si te parece que puedes hacerlo mejor, deberías conducir tú. Así sabrías lo que es sentirse independiente. —Evidentemente despreocupada, Lottie entró en la sala quitándose la bufanda del cuello—. Está helando —dijo. Tenía las mejillas rosadas y una gran sonrisa en el rostro.
—Y por haberme sacado de casa con semejante tiempo me tendré que quedar en cama una semana.
—Mamá —dijo Brianna un poco abochornada, ayudando a su madre a quitarse el abrigo—, te presento a la señora Sweeney, señora Sweeney, mi madre, Maeve Concannon, y nuestra amiga Lottie Sullivan.
—Es un placer conocerlas a las dos. —Christine se levantó y estrechó la mano a ambas mujeres—. Fui amiga de su madre, señora Concannon. Crecimos juntas en Galway. Por aquel entonces me apellidaba Rogan.
—Ella hablaba de usted —contestó Maeve—. Encantada de conocerla. —Su mirada pasó de Christine a su tío y entornó los ojos—. ¿Tío Niall? Hace bastante que no nos honrabas con una visita.
—Que emoción verte, Maeve. —La abrazó poniendo sus enormes manos en la espalda rígida de ella—. Espero que los años se hayan portado bien contigo.
—¿Por qué habría de ser así? —Tan pronto Niall la liberó del abrazo, Maeve se sentó en una silla junto a la chimenea—. El fuego está apagándose, Brianna.
No era así, pero de todas maneras Brianna se acercó a la chimenea para ajustar el tiro.
—Deja de molestar —ordenó Niall con un movimiento de mano casual—. El fuego está bien. Todos sabemos que Maeve vive para quejarse.
—¿Verdad que sí? —Lottie habló con placer mientras sacaba las agujas de tejer de la cesta que llevaba consigo—. Pero yo no le presto atención. Supongo que se debe a que he criado a cuatro hijos.
Sin saber muy bien qué paso era apropiado dar, Christine se concentró en Lottie.
—Qué tejido tan bonito, señora Sullivan.
—Muchas gracias. A mí también me gusta cómo está quedando. ¿Han tenido un buen viaje desde Dublín?
—Sí, absolutamente encantador. Me había olvidado de lo bella que es esta parte del país.
—No hay nada más que campo y vacas —soltó Maeve, disgustada porque la conversación se escapaba a su control—. Es mejor vivir en Dublín y pasear en un agradable día de otoño. Si viene en invierno, esta zona no le parecerá tan encantadora —añadió, y habría continuado con el tema, pero en ese momento llegó Maggie.
—¡Vaya! Si es el tío Niall, tan grande como un oso —dijo riéndose, y se echó a sus brazos.
—La pequeña Maggie Mae, toda una mujer.
—Soy mayor desde hace ya un tiempo. —Dio un paso atrás y se rió de nuevo—. Lo has perdido ya prácticamente todo, ¿eh? —comentó con afecto, frotándole la calva con una mano.
—Es una cabeza tan buena que el Señor no vio la necesidad de cubrirla con pelo. He oído lo bien que te va, cariño. Estoy orgulloso de ti.
—La señora Sweeney te lo ha contado para poder alardear de su nieto. Es un placer volver a verla, señora Sweeney —dijo Maggie a Christine—. Espero que no deje que el tío Niall la agote mientras estén en Galway.
—Creo que puedo seguirle el ritmo. Estaba deseando, si no tienes inconveniente, que me dejaras visitar tu taller mañana, antes de irnos.
—Por supuesto. Me encantaría enseñárselo. Hola, Lottie, ¿estás bien?
—Tan afinada como un violín —contestó mientras sus agujas repicaban alegremente—. Me gustaría que vinieras a casa un día para que nos hablaras de tu viaje a Francia.
Esa sugerencia de Lottie hizo que Maeve resoplara estruendosamente. Maggie se volvió hacia ella y examinó sus rasgos.
—Mamá.
—Margaret Mary, veo que has estado ocupada con tus propias cosas, como de costumbre.
—Sí, así es.
—Brianna encuentra tiempo para venir a verme dos veces a la semana y confirmar que tengo todo lo que necesito.
Maggie asintió con la cabeza.
—Entonces no es necesario que yo haga lo mismo.
—Serviré la cena ya, si todo el mundo está listo —interrumpió Brianna.
—Siempre estoy listo para comer —repuso Niall, que no soltó ni un momento la mano de Christine, y con la otra le dio un apretón en el hombro a Maggie mientras se dirigían hacia el comedor.
El salón estaba precioso. El mantel relucía sobre la mesa y los floreros tenían flores frescas; la luz de las velas titilaba sobre el aparador. La cena fue abundante y exquisita. La velada debía ser placentera, agradable, pero, por supuesto, no fue así.
Maeve fue apartando la comida de su plato y hurgó en ella. Cuanto más distendidos se ponían los ánimos en la mesa, más oscuros se volvían los de ella. Le envidiaba a Christine su vestido fino y de buen corte, el collar de perlas que llevaba alrededor del cuello, el perfume discreto y caro que desprendía su piel y la piel misma, suave y mimada por la abundancia.
La amiga de su madre, pensó Maeve, su compañera de juegos de la infancia, de su misma clase. La vida que Christine Sweeney había llevado debió ser la de ella, pensó. Habría sido la suya, salvo por un error. Salvo por Maggie. Habría podido llorar de rabia por ello, de vergüenza y de impotencia.
A su alrededor, la velada fluía chispeante, como un champán caro; conversación espumosa y ligera sobre flores y viejos tiempos, sobre París y Dublín, sobre los hijos.
—Qué suerte haber tenido una familia grande —estaba diciendo Christine a Lottie—. Siempre lamenté que Michael y yo no hubiéramos podido tener más hijos. Aunque amamos profundamente a nuestro hijo, y luego a Rogan.
—Un hijo —murmuró Maeve—. Un hijo nunca olvida a su madre.
—Es cierto, es un vínculo muy especial. —Christine sonrió, con la esperanza de suavizar la dureza que se reflejaba alrededor de la boca de Maeve—. Pero confieso que siempre quise tener una hija. Usted recibió la bendición de haber tenido dos, señora Concannon.
—La maldición, más bien.
—Prueba los champiñones, Maeve. —Deliberadamente, Lottie sirvió a Maeve una cucharada más—. Están justo en su punto. Tienes muy buena mano, Brianna.
—Aprendí el truco de mi abuela —contestó Brianna—. Siempre le estaba dando la lata para que me enseñara a cocinar.
—Y siempre me reprochaba que no quisiera amarrarme al horno —intervino Maeve sacudiendo la cabeza—. No me gusta la cocina. Apuesto a que usted no pasa mucho tiempo en la cocina, señora Sweeney.
—No, no mucho, me temo. —Consciente de que se le había helado la voz, Christine hizo un esfuerzo por aligerar el tono de nuevo—. Y debo admitir que ninguno de mis esfuerzos se acerca siquiera a lo que nos has servido hoy, Brianna. Rogan tenía razón al elogiar tus dotes culinarias.
—De eso vive, de cocinar, atender y dar alojamiento a extraños.
—Déjala en paz —dijo Maggie severamente, pero la mirada que le lanzó fue tan cortante como un grito—. Dios sabe que te atendió y te dio de comer a ti también.
—Como era su deber. Nadie en esta mesa negará que es obligación de las hijas atender a su madre. Lo que es más de lo que tú has hecho en tu vida, Margaret Mary.
—O de lo que haré, mamá, así que agradécele a Dios la bendición de que Brianna te tolere.
—No hay ninguna bendición que agradecer, teniendo en cuenta que mis hijas me echaron de mi propia casa y me dejaron sola y enferma.
—Pero si no has estado enferma ni un día, Maeve —dijo Lottie de buena gana—. ¿Y cómo puedes decir que estás sola, si yo estoy contigo todo el día y toda la noche?
—A lo cual te impulsa el sueldo semanal que te pagan por estar allí. Debería ser mi propia sangre la que me atendiera. Pero no, mis hijas me vuelven la espalda y a mi tío, que tiene una buena casa en Galway, no le importa un comino.
—Está visto que no has cambiado nada, Maeve —dijo Niall con lástima—. Ni una pizca. Me disculpo, Chrissy, por el comportamiento de mi sobrina, que deja mucho que desear.
—Creo que podremos tomar el postre en la sala. —Brianna se levantó tranquilamente; estaba pálida—. Por favor, vayan pasando hacia allí, que ahora lo llevo.
—Sí, es mucho más acogedora —estuvo de acuerdo Lottie—. Déjame ayudarte, Brianna.
—Si me disculpan, tío Niall y señora Sweeney, quisiera hablar un momento con mi madre antes de acompañarlos. —Maggie esperó a que salieran todos antes de empezar a hablar—. ¿Por qué tenías que hacerlo? —preguntó a Maeve—. ¿Por qué tenías que estropearle la velada a Brianna? ¿Era tan difícil crear la ilusión, aunque fuera sólo durante una cena, de que somos una familia?
La vergüenza sólo hizo que la lengua de Maeve se afilara.
—Yo no tengo ilusiones y ninguna necesidad de impresionar a la señora Sweeney de Dublín.
—Pues la has impresionado de todas formas, pero negativamente. Y se ha reflejado en todos.
—¿Crees que puedes ser mejor que el resto de nosotros, Margaret Mary? ¿Mejor porque te fuiste de viaje a Venecia y París? —Con los nudillos palideciendo en el borde de la mesa, Maeve se inclinó hacia delante—. ¿Crees que no sé lo que has estado haciendo con el nieto de esa mujer? Prostituyéndote sin tener ni una gota de vergüenza. Ah, él ve que has obtenido el dinero y la gloria que siempre habías querido. Sólo tuviste que vender tu cuerpo y tu alma para obtenerlos.
Maggie apretó las manos por debajo de la mesa para tratar de controlar el temblor que se apoderaba de ellas.
—Mi trabajo es lo que vendo, así que puede que tengas razón en cuanto a mi alma. Pero mi cuerpo es mío, y se lo he dado a Rogan libremente.
Mueve se puso pálida al ver que te confirmaban sus sospechas.
—Y pagarás por ello como he tenido que hacerlo yo. Un hombre de su clase no quiere de las mujeres como tú sino lo que le pueden dar en la oscuridad.
—Tú no sabes nada de cómo son las cosas. Ni lo conoces siquiera.
—Pero te conozco a ti. ¿Qué le pasará a tu elegante carrera cuando descubras que llevas un bebé en el vientre?
—Me encontraría con un hijo al que criar. Y le ruego a Dios que pueda hacerlo mejor que tú. No lo abandonaría todo ni nos envolvería a mí y al niño en una tortura perpetua.
—De eso no sabes nada —dijo Maeve cortante—. Pero sigue por ese camino y lo sabrás. Sabrás lo que es ver detenerse tu vida y que se te rompa el corazón.
—Pero no tuvo por qué ser así. Otros cantantes tienen familia.
—La Providencia me otorgó un don. —Para su propia desgracia, Maeve sintió las lágrimas calientes a punto de brotar—. Y me lo quitó por ser arrogante, igual que lo eres tú. No ha habido música en mí desde el momento en que te concebí.
—Podría haberla habido —susurró Maggie— si lo hubieras querido lo suficiente.
¿Haberlo querido? Incluso ahora, tantos años después, podía sentir la vieja herida hormiguear sobre su corazón.
—¿Qué puede tener de bueno querer algo? —preguntó en tono de exigencia—. Toda la vida lo has deseado y ahora te arriesgas a que te lo quiten por la emoción de tener a un hombre entre las piernas.
—Él me ama —se oyó decir Maggie.
—En la oscuridad es fácil para un hombre hablar de amor. Nunca serás feliz. Naciste en el pecado, vives en el pecado y morirás en el pecado. Y sola, así como yo estoy sola.
—Odiarme ha sido la gran obra de tu vida, y qué buen trabajo has hecho. —Despacio, sintiéndose un poco inestable, Maggie se levantó—. ¿Sabes qué me asusta? ¿Sabes qué me aterra hasta lo más profundo de los huesos? Me odias porque te ves a ti misma cuando me miras. Que Dios me ayude si tienes razón.
Salió de la habitación y corrió hacia la noche.
El trago más difícil de superar fue tener que disculparse, y Maggie lo pospuso dándole vueltas, distrayéndose a sí misma al mostrarles el taller a Christine y a Niall. En la fría luz de la mañana, el malestar de la noche anterior se desvaneció un poco. Pudo tranquilizarse al explicarles para qué servían algunas herramientas y en qué consistían algunas técnicas, e incluso, cuando Niall insistió, al guiar a su tío para que hiciera su primera burbuja de vidrio.
—No es una trompeta. —Maggie tomó la caña mientras Niall empezaba a levantarla hacia lo alto—. Si sigues fanfarroneando así, sólo lograrás salpicarte de vidrio caliente por todo el cuerpo.
—Creo que me quedaré con el golf. —Guiñó un ojo y le ofreció la caña a Maggie—. Un artista en la familia es suficiente.
—Y es verdad que tú haces tu propio vidrio… —comentó Christine mientras caminaba por el taller; llevaba puestos unos pantalones hechos a medida y una blusa de seda—, con arena.
—Y otras cosas. Arena, sosa, cal, feldespato, dolomía, un poco de arsénico.
—Arsénico —dijo Christine abriendo los ojos de par en par.
—Y algunas cosas más —dijo Maggie con una sonrisa—. Guardo mis fórmulas celosamente, como un hechicero sus encantamientos. Dependiendo del color que uno quiera, le añado otros productos químicos. Diversos colorantes cambian en diferentes bases de vidrio. Cobalto, cobre, manganeso. Y luego están los carbonatos y los óxidos. El arsénico, por ejemplo, es un excelente óxido.
Christine miró dubitativamente los productos químicos que Maggie le estaba mostrando.
—Yo pensaba que sería más sencillo fundir vidrio comercial o usado.
—Pero entonces no sería mi vidrio, ¿no?
—No me había dado cuenta de que uno tiene que ser químico también para ser un artista.
—Nuestra Maggie siempre ha sido muy lista. —Niall le pasó un brazo sobre los hombros—. Sarah siempre me escribía diciendo lo brillante que era Maggie en el colegio y el temperamento tan dulce que tenía Brianna.
—Así era —contestó Maggie con risa—. Yo era brillante, y Brianna, dulce.
—También decía que Brie era brillante —dijo Niall incondicionalmente.
—Pero apuesto a que nunca dijo que yo era dulce. —Maggie se frotó la nariz contra el abrigo de su tío—. Me alegra tanto volver a verte… No sabía que me alegraría tanto.
—Te tengo abandonada desde que Tom murió, Maggie Mae.
—No te preocupes. Todos tenemos una vida propia y tanto Brie como yo entendimos que mamá no te lo ponía fácil para que vinieras a visitarnos. Y, en cuanto a eso… —Dio un paso atrás y respiró profundamente—. Quiero disculparme por la escena de anoche. No debí provocarla y sobre todo no debí marcharme sin dar las buenas noches.
—No necesitas disculparte por nada, ni tú ni Brianna, como le hemos dicho a ella esta mañana. —Niall le dio a Maggie una palmadita en la mejilla—. Maeve ya venía con el ánimo predispuesto. Tú no provocaste nada. Ni eres culpable de la manera en que ha escogido vivir su vida, Maggie.
—Sea culpable o no, en cualquier caso lamento que pasarais una velada incómoda.
—Yo la llamaría más bien reveladora —dijo Christine con calma.
—Supongo que así fue —asintió Maggie—. Tío Niall, ¿alguna vez la oíste cantar?
—Sí, por supuesto. Era tan encantadora como un ruiseñor. E inquieta. Como uno de esos felinos enormes que uno ve tras las rejas en los zoológicos. Nunca fue una niña fácil, Maggie, estaba feliz sólo cuando la gente se callaba y la escuchaba cantar.
—Entonces llegó mi padre.
—Sí, entonces llegó Tom. Por lo que me contaron en aquel momento, se quedaron ciegos y sordos ante todo el mundo salvo a sí mismos. Pero tal vez entre sí también. —Le pasó una de sus enormes manos por el pelo—. Puede que ninguno de los dos viera lo que había dentro del otro sino cuando ya estaban atados. Y cuando lo vieron, se dieron cuenta de que era diferente de lo que habían esperado. Maeve dejó que eso la amargara.
—¿Crees que si no se hubieran conocido ella habría sido diferente?
Niall sonrió ligeramente y siguió acariciándole el pelo con dulzura.
—Los vientos del destino nos arrastran, Maggie Mae. Pero una vez que llegamos a donde nos han llevado, somos nosotros los que hacemos lo que queremos.
—Siento pena por ella —dijo Maggie suavemente—. Nunca pensé que podría decir esto.
—Y te has portado bien con ella —añadió Niall dándole un beso en la ceja—. Ya es hora de que hagas lo que te apetezca.
—Estoy trabajando en ello —dijo, y sonrió de nuevo—, con mucho ahínco.
Satisfecha al ver que el momento era propicio, Christine terció:
—Niall, ¿serías tan amable de concederme un minuto con Maggie?
—¿Conversación de chicas? —Su cara de luna se iluminó con una sonrisa—. Tomaos vuestro tiempo; iré a dar un paseo.
—Bueno, tengo que hacerte una confesión. —Christine empezó a hablar en cuanto la puerta se cerró detrás de Niall—. Anoche, después de cenar, no me fui directamente a la sala; volví, porque pensaba que tal vez podría calmar un poco los ánimos entre tu madre y tú.
—Ya… —dijo Maggie bajando la mirada.
—Lo que hice, muy groseramente, fue escuchar. Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas y autocontrol para no entrar en el comedor y decirle a tu madre lo que pienso de ella.
—Sólo habría empeorado las cosas.
—Y por esa razón fue por la que no lo hice, a pesar de las ganas y de que habría sido muy justo. —Christine cogió a Maggie por los brazos y la sacudió ligeramente—. Tu madre no tiene ni idea de lo que hay en ti.
—Tal vez lo sabe demasiado bien. Vendí parte de lo que soy porque tengo la necesidad, igual que ella, de poseer más.
—Tú te has ganado tener más.
—Que me lo haya ganado o que me haya tocado como un don no cambia mucho las cosas. Yo quería estar contenta y satisfecha con lo que tenía, señora Sweeney. Lo deseaba, porque de lo contrario era admitir que no había habido suficiente. Que mi padre nos había fallado, y no es así. Antes de que Rogan entrara por esa puerta, me sentía satisfecha, o por lo menos me convencí de que podría estarlo. Pero ahora la puerta está abierta y he probado cómo es. No he podido hacer un trabajo decente en una semana.
—¿Cuál crees que puede ser la razón?
—Rogan me ha empujado a un rincón, ésa es la razón. Ya no puede ser sólo por mí, ya no puedo vivir sólo para mí misma. Él ha cambiado eso, y no sé qué hacer, yo, que siempre sé qué hacer.
—Tu trabajo proviene de tu corazón. Eso es evidente para cualquier persona que haya visto tu obra. Tal vez estás bloqueando tu corazón, Maggie.
—Si lo estoy haciendo, es porque tengo que hacerlo. No voy a hacer lo mismo que ella, ni lo mismo que mi padre. No voy a ser la causante de la pena de otra persona, ni la víctima de ella.
—Yo creo que tú ya eres víctima de esa pena, mi querida Maggie. Al dejarte sentir culpable por tener éxito, y al sentirte más culpable todavía por abrigar la ambición de triunfar. Y creo que te niegas a dejar salir lo que está en tu corazón porque una vez que lo hagas no podrás retroceder, y no te importa que te haga infeliz esa negación. Estás enamorada de Rogan, ¿verdad?
—Si lo estoy, él lo provocó.
—Estoy segura de que Rogan podrá lidiar con eso bastante bien.
Maggie se dio la vuelta y empezó a organizar las herramientas que estaban sobre el banco.
—Rogan no ha conocido a mi madre. Creo que me aseguré de que así fuera para que no viera que soy igual que ella: temperamental y malvada. E insatisfecha.
—Solitaria —dijo Christine suavemente, e hizo que Maggie la mirara directamente a los ojos—. Es una mujer sola, Maggie, pero no es culpa de nadie más que de ella misma. La culpa será tuya si decides quedarte sola también. —Se acercó a ella y tomó las manos de Maggie entre las suyas—. No conocí a tu padre, pero también tiene que haber algo de él en ti.
—Era un soñador. Yo también.
—Y tu abuela, con su mente aguda y su temperamento activo. Ella también está en ti. Y Niall, con sus maravillosas ganas de vivir. Todo eso está en ti también. Ninguna de las partes es el todo. Niall tiene razón en lo que ha dicho hace un rato, Maggie. Mucha razón. Tú harás de ti misma lo que quieras.
—Creía que ya lo había hecho, creía que sabía exactamente quién era yo y qué quería ser. Ahora todo está revuelto en mi cabeza.
—Cuando la cabeza no te da la respuesta, es mejor escuchar a tu corazón.
—No me gusta la respuesta que me está dando.
Christine se rió.
—Entonces, mi querida niña, puedes estar absolutamente segura de que es la respuesta correcta.