Capítulo 18

Un Rogan cabizbajo fue el que salió de la casa de su abuela y se dirigió a la galería justo antes de que cerraran. No quería creer que había visto lo que sabía que había visto. Como Maggie le había dicho una vez, cuando una pareja tenía intimidad, se notaba.

Su abuela, por Dios santo, estaba coqueteando con el tío cara de luna de Maggie que vivía en Galway. No, decidió al entrar en la galería, no soportaba la idea de pensar en ello. Sí, claro, había recibido las señales, pero con seguridad las había malinterpretado. Después de todo, su abuela tenía más de setenta años y era una mujer de gusto exquisito, carácter impecable y gran estilo. Y Niall Feeney era… era sencillamente indescriptible, concluyó Rogan.

Lo que necesitaba, pensó Rogan, era un par de horas de silencio y tranquilidad en su despacho de la galería, que estaba lejos de la gente, los teléfonos y cualquier cosa remotamente personal. Sacudió la cabeza mientras cruzaba la habitación. Empezaba a parecerse a Maggie.

De repente escuchó voces airadas. Una conversación acalorada tenía lugar al otro lado de la puerta. Mientras sus buenas maneras lo habrían hecho retroceder, la curiosidad lo hizo abrir la puerta. Se encontró con Patricia y Joseph discutiendo con vehemencia.

—Te digo que no estás usando la cabeza que Dios te dio —gritó Joseph—. No voy a ser la causa de una pelea entre tú y tu madre.

—Me importa un comino lo que piense mi madre —gritó Patricia, lo que hizo que Rogan abriera la boca de par en par ante la sorpresa—. Esto no tiene nada que ver con ella.

—El hecho de que digas eso demuestra que tengo razón: no estás usando la cabeza. Ella… Rogan… —La cara furiosa de Joseph se transformó en una piedra—. No sabía que estuvieras aquí.

—Eso es obvio —dijo, y miró con cautela a Joseph y luego a Patricia—. Y al parecer os estoy interrumpiendo.

—Tal vez tú puedas desmontar el absurdo orgullo de Joseph —dijo Patricia a Rogan con los ojos echando chispas; se retiró el pelo hacia atrás antes de continuar—. Yo no he podido.

—Esto no tiene nada que ver con Rogan —contestó Joseph con voz tranquila, aunque en el fondo se sentía amenazado.

—Oh, claro, no debemos dejar que nadie sepa nada… —A Patricia le rodó una lágrima por la mejilla, que se secó de inmediato—. Debemos seguir ocultándonos como… como… como adúlteros. Pues bien: no voy a hacerlo más, Joseph. Estoy enamorada de ti y no me importa quién se entere. —Patricia giró hacia Rogan—. ¿Y bien? ¿Qué tienes que decir a esto?

Rogan levantó una mano, como tratando de recuperar el equilibrio.

—Creo que mejor os dejo solos.

—No hay necesidad —replicó Patricia, corriendo a coger su bolso—. Joseph no quiere escucharme y ha sido error mío pensar que iba a hacerlo, que él sería el único que realmente me escucharía.

—Patricia…

—Qué Patricia ni qué Patricia —interrumpió, deteniéndose ante Joseph—. Toda mi vida me han dicho qué debo hacer y cómo debo hacerlo. Lo que es apropiado, lo que es aceptable, y estoy hasta la coronilla. Toleré que me criticaran cuando decidí que quería abrir la guardería y la creencia tácita de mis amigos y mi familia de que voy a fracasar en mi empresa. Pues bien: no voy a fracasar. —Se giró hacia Rogan otra vez, como si él hubiera dicho algo—. ¿Has oído lo que he dicho? No voy a fracasar y voy a hacer exactamente lo que quiero, y lo voy a hacer bien. Pero no voy a tolerar que critiquen mi gusto en cuanto a amantes. No voy a aceptar la crítica ni de ti, ni de mi madre, ni del amante que he escogido. —Con la barbilla levantada, miró a Joseph con ojos llorosos—. Si no me quieres, sé honesto y dímelo. Pero no te atrevas a decirme lo que es mejor para mí.

Joseph dio un paso hacia ella, pero Patricia ya estaba dirigiéndose hacia la puerta.

—¡Patty! ¡Maldita sea! —Mejor dejarla ir, pensó Joseph. Mejor para ella—. Lo siento, Rogan —se disculpó con seriedad—. Habría buscado una manera de evitar esta escena si hubiera sabido que vendrías.

—Puesto que no lo has hecho, tal vez quieras explicarme qué ha pasado. —Igual de tenso que Joseph, Rogan caminó hacia su escritorio y se sentó, asumiendo su posición de autoridad—. De hecho, insisto.

A Joseph no le importó el cambio de papel de Rogan de amigo a jefe.

—Es obvio que he estado saliendo con Patricia.

—Creo que el término que ha usado Patricia ha sido «ocultarse».

Joseph se sonrojó.

—Nosotros… Yo pensé que sería mejor que fuéramos discretos.

—¿En serio? —Los ojos de Rogan lanzaron chispas—. ¿Y tratar a una mujer como Patricia como si fuera una de tus conquistas ocasionales es tu idea de discreción?

—Estaba preparado para tu desaprobación, Rogan. —Debajo de su traje hecho a la medida, los hombros de Joseph estaban rígidos como el acero—. La esperaba.

—Y bien merecida que la tienes —contestó Rogan llanamente.

—Igual que esperaba la reacción de su madre cuando Patricia me llevó a cenar a su casa anoche. —Tenía las manos apretadas—. El encargado de una galería sin una gota de sangre azul. Lo único que le faltó fue decirlo, porque se le veía en los ojos: su hija podría conseguir algo mejor. Y por Dios que es cierto. Pero no voy a tolerar que te quedes tan tranquilo diciendo que esto es una conquista ocasional —añadió con un tono de voz que había ido en aumento a medida que hablaba, hasta que terminó casi gritando.

—¿Entonces qué es?

—Estoy enamorado de ella; lo he estado desde que la vi por primera vez, hace casi diez años. Pero entonces llegó Robert… y después tú.

—Nunca ha habido nada entre Patricia y yo. —Desconcertado, Rogan se restregó la cara con las manos. ¿Se estaba volviendo loco todo el mundo?, se preguntó. Su abuela y el tío de Maggie, él y Maggie y ahora Joseph y Patricia—. ¿Cuándo sucedió esto?

—Una semana antes de que te fueras a París. —Joseph recordó esas horas vertiginosas, esos días y esas noches maravillosas antes de que la realidad irrumpiera en su fantasía—. No lo planeé, pero creo que eso no cambia nada. Comprendo que tal vez quieras hacer algunos cambios ahora que lo sabes.

—¿Qué cambios? —preguntó Rogan dejando caer las manos.

—Para llevar la galería.

Lo que necesitaba, pensó Rogan, era irse a casa y tomarse un par de aspirinas.

—¿Por qué? —inquirió.

—Soy tu empleado.

—Lo eres y espero que sigas siéndolo. Tu vida privada no tiene nada que ver con tu trabajo. Dios santo, ¿acaso parezco algún tipo de monstruo que te despediría sólo por decir que estás enamorado de una amiga mía? —Trató de calmar su dolor de cabeza presionando las palmas de las manos contra sus ojos—. Llego aquí, a mi oficina, te recuerdo, y os encuentro peleándoos como dos perros. Antes de poder respirar, Patricia me riñe por no creer que sea capaz de dirigir su guardería. —Sacudió la cabeza y dejó caer las manos—. Nunca he pensado que no sea capaz de hacer lo que quiera. Patricia es una de las mujeres más inteligentes que conozco.

—Es sólo que has aparecido en el peor momento —contestó Joseph en voz baja, y cedió a la necesidad de fumarse un cigarrillo.

—Así parece. Tienes derecho a decirme que no me incumbe, pero como alguien que te conoce desde hace diez años y que conoce a Patricia desde hace mucho más, pues me interesa. ¿Por qué diablos os estabais peleando?

Joseph exhaló el humo.

—Quiere que nos fuguemos.

—¿Fugaros? —Si Joseph le hubiera dicho que Patricia quería bailar desnuda en la plaza de St. Stephen, no habría estado más sorprendido—. ¿Patricia?

—Se le ha ocurrido la loca idea de que nos vayamos a Escocia. Parece que tuvo una discusión con su madre y ha llegado aquí furiosa y diciendo pestes contra ella.

—No sabía que Patricia se pusiera furiosa. Su madre se opone a la relación, según entiendo por lo que me dices.

—Totalmente —contestó Joseph con una sonrisa débil—. La verdad es que piensa que Patricia debería insistir contigo.

Rogan no se sorprendió ante las noticias.

—Entonces está condenada a la desilusión —dijo—, porque tengo otros planes. Y si os sirve de algo, se lo aclararé completamente.

—No sé si serviría de algo. —Joseph dudó, pero después se sentó, como solía hacer, en la esquina del escritorio de Rogan—. ¿No te importa, entonces? ¿No te molesta?

—¿Por qué habría de molestarme? Y en cuanto a Anne, Dennis se encargará de ella.

—Eso fue lo que dijo Patricia. —Joseph examinó el cigarrillo y le dio vueltas entre los dedos, después sacó su cenicero portátil y lo apagó en él—. Ella piensa que si nos fugamos y nos casamos, pronto su madre aceptará la idea como si hubiera sido de ella todo el tiempo.

—Puedo apostar a que así será. Al principio tampoco quería a Robbie.

—¿En serio? —La expresión del rostro de Joseph era la de un hombre que había empezado a ver la luz.

—No estaba muy segura de que él fuera lo suficientemente bueno para su querida hija. —Especulando, Rogan se meció en la silla—. Pero no le costó mucho empezar a sentir afecto por él. Claro que, por supuesto, Robbie no llevaba ningún pendiente.

La sonrisa de Joseph resplandeció al tiempo que levantó una mano para acariciarse el aro.

—A Patty le gusta.

—Hmmm —fue lo único que a Rogan se le ocurrió decir—. Anne puede ser un poco difícil. —Hizo caso omiso del gruñido descortés de Joseph—. Pero, a fin de cuentas, lo que ella más desea es que su hija sea feliz, y si tú la haces feliz, Anne terminará aceptándote. ¿Sabes?, aquí nos las podremos arreglar bien si tienes que hacer un viaje repentino a Escocia.

—No podría. No sería justo con ella.

—Es tu problema, claro, pero —añadió Rogan, estirándose en la silla— yo creo que a una mujer le parecería muy romántico cruzar la frontera intempestivamente, casarse en una vieja capilla y pasar la luna de miel en los Highlands.

—No quiero que después Patricia se arrepienta —repuso Joseph, que empezó a parecer menos seguro.

—Yo creo que la mujer que acaba de salir de aquí sabe exactamente lo que quiere.

—Así es, y parece que también sabía lo que yo quería —dijo Joseph levantándose del escritorio—. Mejor me voy a buscarla. —Se detuvo en la puerta y sonrió por encima del hombro—. Rogan, ¿puedo tomarme una semana libre?

—Tómate dos. Y besa a la novia de mi parte.

El telegrama que le llegó a Rogan tres días después, en el que le decían que los Donahoe estaban bien y felices, le demostró que no era un hombre de corazón duro. De hecho, se sintió bien al pensar que él había desempeñado un papel importante en el hecho de apoyar que los amantes siguieran su propio camino. Pero había otros amantes que él habría querido ver que seguían caminos diferentes. De hecho, todos los días tenía la fantasía de enviar a Niall Feeney de regreso a Galway. Al principio, Rogan trató de hacer caso omiso de la situación. Pero cuando había transcurrido más de una semana y Niall seguía instalado en casa de Christine Sweeney, intentó ser paciente. Después de todo, se dijo, ¿cuánto tiempo aguantaría una mujer con el gusto y la sensibilidad de su abuela a un provinciano ordinario, aburrido y sin encanto?

Después de dos semanas, decidió que había llegado el momento de intentar razonar.

Rogan esperó en la sala, esa sala, se recordó a sí mismo, que reflejaba el estilo y la distinción de una mujer encantadora, sensata y generosa.

—Querido Rogan —cuando Christine entró, su nieto pensó que resultaba demasiado atractiva para una mujer de su edad—, qué sorpresa tan encantadora. Pensé que ibas de camino a Limerick.

—Sí, he pasado un momento a saludarte, pero voy ahora hacia el aeropuerto —aclaró, y le dio un beso y miró por encima de su hombro—. ¿Estás sola?

—Sí. Niall ha salido a hacer algunas compras. ¿Tienes tiempo de comer algo antes de irte? La cocinera ha hecho unas tartas divinas. Niall la tiene encantada, tanto que se dedica a preparar dulces tres veces al día.

—¿Encantada? —Rogan entornó los ojos mientras su abuela se sentaba.

—Sí. Niall aparece en la cocina de tanto en tanto para adularla por su forma de cocinar. Que qué delicia de sopa, o de pato o de tal otro plato. Así que ella no puede dejar de cocinar para él.

—Sin lugar a dudas es un hombre que come bien.

Christine sonrió con indulgencia.

—Sí, a él le encanta comer bien. A Niall.

—Y estoy seguro de que le encanta la comida gratis.

Ante el comentario, Christine levantó una ceja.

—¿Quieres que le cobre a un amigo por la cena, Rogan?

—Por supuesto que no, pero ya lleva un tiempo aquí —dijo Rogan, cambiando de táctica a continuación—, y estoy seguro de que debe de echar de menos su hogar y debe de tener negocios que atender.

—Niall está jubilado, y, como él mismo dice, un hombre no puede trabajar toda su vida.

—Si es que ha trabajado de verdad alguna vez —contestó Rogan entre dientes—. Abuela, estoy seguro de que es bueno para ti que te visite un amigo de la infancia, pero…

—Y lo ha sido, más que bueno, ha sido verdaderamente maravilloso. Me siento joven de nuevo —afirmó entre risas—, como una colegiala. Anoche fuimos a bailar; yo me había olvidado de lo buen bailarín que es Niall. Y cuando nos vayamos a Galway…

—¿«Vayamos»? —Rogan sintió que se puso pálido—. ¿«Cuando nos vayamos a Galway»?

—Sí, estamos planeando irnos en coche al oeste la semana que viene. Será un poco nostálgico para mí. Aunque, por supuesto, tengo curiosidad por ver cómo vive Niall.

—Pero no puedes, es absurdo. Tú no puedes irte alegremente a Galway con ese hombre.

—¿Y por qué no?

—Porque es… Tú eres mi abuela, por todos los santos, y no voy a permitirte…

—¿No vas a permitirme qué? —preguntó Christine con voz queda.

El tono, que reflejaba un tipo de ira que muy rara vez Christine le dirigía a su nieto, hizo que Rogan se controlara.

—Abuela, comprendo que te hayas dejado absorber por ese hombre, por los recuerdos, supongo, y no veo problema en ello. Pero la idea de que te vayas de viaje con un hombre que no has visto en más de cincuenta años es totalmente disparatada.

«Qué joven es —pensó Christine—, y qué preocupantemente apropiado».

—Creo que a mi edad disfrutaría mucho de hacer algo disparatado. Sin embargo, no creo que hacer un viaje a mi ciudad de nacimiento con un hombre al que le tengo mucho afecto y a quien conozco desde mucho antes de que tú nacieras encaje en esa categoría.

—No me estás diciendo, no estás queriendo decir que tú…

—¿Que me he acostado con él? —Christine se recostó en el respaldo del sofá donde estaba sentada y empezó a tamborilear con sus uñas bien arregladas sobre el brazo de éste—. Sin lugar a dudas, eso es sólo de mi incumbencia. Y no necesito tu aprobación.

—Por supuesto que no —replicó, y se escuchó a sí mismo empezar a tartamudear—, sólo estoy preocupado, como es natural.

—Tomo nota de tu preocupación. —Se levantó majestuosamente—. Lamento que te impacte mi comportamiento, pero no hay nada que yo pueda hacer al respecto.

—No estoy impactado… Maldita sea, por supuesto que lo estoy. Es sólo que no puedes… —No podía pronunciar las palabras, le resultaba imposible, y menos en el salón de su abuela—. No sé nada de ese hombre.

—Pero yo sí. Todavía no tengo planes definitivos de cuánto nos quedaremos en Galway, pero iremos a saludar a Maggie y a su familia. ¿Quieres que la salude de tu parte?

—No puede ser que hayas pensado bien esto.

—Me conozco a mí misma bastante bien, Rogan, mente y corazón, y sé lo que quiero. Al parecer tú no crees que sea así. Que tengas buen viaje.

Como se había despedido, Rogan no tenía más opción que darle un beso y marcharse. En cuanto entró en el coche, llamó a su secretaria.

—Eileen, por favor, retrase el viaje a Limerick para mañana… Sí, hay un problema —murmuró—. Tengo que ir a Clare.

Las primeras señales del otoño acariciaron el aire y agitaron los árboles, y parecía un pecado no disfrutarlas. Después de trabajar dos semanas sin descanso, Maggie decidió que se merecía un día libre. Pasó la mañana en el jardín, quitando malas hierbas con tanto entusiasmo que Brianna se habría sentido orgullosa. Y para premiarse, decidió ir en bicicleta hasta el pueblo y cenar en O’Malley’s.

El aire era frío y el cielo cubierto de nubes hacia el oeste prometía lluvia antes del anochecer. Se puso el impermeable, hinchó el neumático de la bicicleta, que estaba a punto de desinflarse, y la llevó al otro lado de la casa y hacia el camino.

Empezó a pedalear con suavidad, disfrutando del paseo y fantaseando un poco. Las fucsias todavía estaban en flor a pesar de la amenaza de helada temprana. El paisaje cambiaría totalmente en cuanto llegara el invierno. Las tierras se volverían baldías y el viento amargo asolaría la región. Pero seguiría siendo hermosa. Las noches se harían más largas y la gente buscaría reunirse al calor de la chimenea. Llegarían las lluvias a través del Atlántico guiadas por el viento. Maggie deseaba que sucediera rápido y ya pensaba en el trabajo que haría en los helados meses que estaban por venir.

Se preguntó si sería capaz de convencer a Rogan de que fuera a visitarla durante el invierno. Y si iba, quién sabe si le encontraría encanto al traqueteo de las ventanas y el humo de las chimeneas. Deseó que así fuera. Y después de que dejara de castigarla, Maggie esperaba que las cosas pudieran volver a lo que habían sido antes de esa última noche en Francia.

Rogan entraría en razón, se dijo, y se agachó sobre la bicicleta y pedaleó contra el viento. Ella haría que así fuera. Incluso lo había perdonado por ser prepotente, demasiado seguro de sí mismo y dictatorial. En el momento en que estuvieran juntos de nuevo, ella estaría calmada y tranquila y cuidaría su lengua. Así podrían dejar atrás ese absurdo desacuerdo y…

Maggie apenas tuvo tiempo de gritar y de girar bruscamente hacia los setos cuando un coche apareció en la curva. Chirriaron los frenos, el vehículo se desvió y Maggie cayó, de culo, sobre un espino.

—Por Dios santo, ¿qué clase de imbécil, ciego e ignorante es el que trata de arrollar a gente inocente? —Se echó hacia atrás la capucha del impermeable, que, con la caída, le había cubierto la cara—. Ah, claro, tenías que ser tú.

—¿Estás herida? —Rogan salió del coche y estuvo junto a ella en cuestión de segundos—. No te muevas.

—Por supuesto que me voy a mover, maldita sea —dijo, rechazando las manos de Rogan, que la inspeccionaban para asegurarse de que estaba bien—. ¿En qué estabas pensando al conducir a tanta velocidad? Esto no es un circuito de carreras.

El corazón de Rogan, que se le había subido a la garganta, se liberó a sí mismo.

—No iba conduciendo tan rápido. Tú ibas por mitad del camino con la cabeza en las nubes y sin prestar atención. Si hubiera tomado esa curva un segundo antes, te habría atropellado como a un conejo.

—No estaba con la cabeza en las nubes, sólo iba pensando en mis propios asuntos y no esperaba que un dublinés imbécil viniera por la carretera a toda velocidad en un lujoso coche. —Se sacudió el trasero y pateó la bicicleta—. Mira lo que has hecho. Tengo un pinchazo.

—Tienes suerte de que sea el neumático el que esté pinchado y no tú.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó en tono de exigencia.

—Estoy poniendo este amago de vehículo en el coche. —Y una vez lo hubo hecho, se volvió hacia ella—. Ven, te llevo de vuelta a casa.

—No iba a casa. Si tuvieras algún sentido de la orientación, verías que me dirigía al pueblo, donde pensaba cenar.

—Eso tendrá que esperar —dijo, y la cogió por el brazo de esa manera tan impositiva que tenía y que a ella por lo general le parecía divertida, aunque esa vez lo olvidó.

—¿De verdad? Pues bien, tendrás que llevarme al pueblo o a ninguna parte, porque tengo hambre.

—Te llevaré a casa —repitió—. Tengo que discutir algo contigo en privado. Si esta mañana hubieras cogido el teléfono, habría podido avisarte de que venía y así tú no habrías ido por en medio de la carretera en bicicleta.

Y diciendo eso cerró la puerta del coche después de haber ayudado a Maggie a entrar, y lo rodeó para subirse por el otro lado.

—Si me hubieras localizado esta mañana y hubieras estado tan antipático como ahora, te habría dicho que no te molestaras en venir.

—He tenido una mañana difícil, Maggie —dijo, resistiendo el deseo de llevarse las manos a las sienes para frenar el dolor de cabeza—. No me presiones.

Maggie empezó a hacerlo, pero luego se dio cuenta de que Rogan le había dicho la verdad. En sus ojos podía verse la preocupación.

—¿Tienes algún problema en el trabajo?

—No. De hecho, sí tengo algunas complicaciones con la ampliación de Limerick. Voy de camino hacia allá.

—Así que no te vas a quedar…

—No —contestó, mirándola de reojo—, no me voy a quedar. Pero no es de Limerick de lo que quiero hablarte. —Se detuvo frente a la puerta de la casa de Maggie y se bajó del coche—. Si no tienes nada de comer, puedo ir al pueblo y traerte algo.

—No, no es problema. Puedo preparar algo. —Maggie cedió lo suficiente como para cogerlo de la mano—. Me alegra verte, a pesar de que casi me pasas por encima.

—A mí también me alegra verte —dijo Rogan, y se llevó la mano de ella a los labios—, a pesar de que casi te me echas encima. Déjame bajar tu bicicleta.

—Ponla en la entrada —repuso Maggie, que se dirigió hacia la casa, y cuando iba por la mitad del sendero se volvió—. ¿Me vas a saludar apropiadamente, con un buen beso?

Era difícil resistirse a esa sonrisa fugaz y a la manera en que Maggie levantó las manos para entrelazarlas detrás de la cabeza.

—Yo sí tengo un buen beso para ti, apropiado o no.

Para Rogan era fácil dejarse invadir por el calor y dar rienda suelta a la energía. Lo difícil era tomar conciencia de esa necesidad, ese deseo instantáneo de empujarla por la puerta hacia la casa y hacerla suya.

—Tal vez sí estaba en las nubes hace un rato —dijo Maggie apretándose contra los labios de él—. Estaba pensando en ti y me preguntaba cuándo dejarías de castigarme.

—¿Qué quieres decir?

—Estando lejos de mí —respondió Maggie despreocupadamente al tiempo que abría la puerta de la casa.

—No estaba castigándote.

—Entonces sólo estabas lejos.

—Estaba dándote espacio y tiempo para que pensaras.

—Y para que te echara de menos.

—Para que me echaras de menos y cambiaras de opinión.

—Te he echado de menos, pero no he cambiado de opinión. ¿Por qué no te sientas? Tengo que traer carbón para encender el fuego.

—Te amo, Maggie.

Sus palabras la detuvieron y la hicieron cerrar los ojos un momento antes de volverse.

—Lo creo, Rogan, y aunque la idea me suena bonita, no cambia nada —dijo, y en cuanto terminó de hablar salió rápidamente.

No había ido a rogar, se recordó Rogan. Había ido a pedirle que lo ayudara con un problema. Aunque por su reacción, le pareció que las cosas estaban cambiando más de lo que ella estaba dispuesta a admitir. Caminó hasta la ventana, hacia el sofá hundido, y luego regresó al mismo sitio.

—¿Te vas a sentar? —preguntó Maggie cuando entró cargando con los bloques de carbón—. Vas a gastar el suelo. ¿Qué es lo que pasa en Limerick?

—Algunas complicaciones, eso es todo. —La vio arrodillarse ante la chimenea y empezar a prepararlo todo para encenderla. Se le ocurrió que nunca había visto a nadie encender una chimenea con carbón. Una visión tranquilizadora, meditó, que impulsaba a un hombre a buscar ese corazón rojo y tibio—. Estamos ampliando la fábrica.

—Ah. ¿Y qué hacen en esa fábrica?

—Porcelana. En su mayoría, las piezas baratas que se venden como recuerdos.

—¿Recuerdos? —Hizo una pausa en su labor, se inclinó hacia atrás y se sentó sobre las pantorrillas—. Como souvenirs, quieres decir. ¿Esas campanitas y tacitas de té que venden en las tiendas para turistas?

—Así es. Son piezas muy bien hechas.

Maggie sacudió la cabeza y se rió.

—Esto es fantástico. Me he dejado contratar por un hombre que fabrica platitos con tréboles pintados encima.

—¿Acaso tienes idea del porcentaje de nuestra economía que depende del turismo y de la venta de esos platitos con tréboles, suéteres tejidos a mano, prendas de lino y de encaje y las malditas postales?

—No —resopló—, pero estoy segura de que me lo puedes decir al centavo. Dime, Rogan, ¿también haces negocio con enanitos de yeso y garrotes de plástico?

—No he venido aquí para justificar mis negocios ante ti ni el hecho de que la ampliación, que nos permitirá producir la porcelana más fina de Irlanda, generará más de cien nuevos puestos de trabajo en una parte del país donde el índice de desempleo es terrible.

Maggie agitó una mano para que parara.

—Lo siento, te he insultado. Estoy segura de que existe una necesidad creciente de ceniceros, tazas y platitos con tréboles. Es sólo que para mí es difícil de entender que un hombre que se viste con esos trajes elegantísimos sea el dueño de una fábrica que hace ese tipo de esperpentos.

—Que sea así permite a Worldwide subvencionar y dar becas a varios artistas cada año. Incluso si son unos esnobs.

Maggie se frotó el dorso de la mano contra la nariz.

—Me está bien empleado. Y como no quiero que desperdiciemos el tiempo que tenemos discutiendo, no se dirá ni una palabra más al respecto. ¿Te vas a sentar o te vas a quedar parado ahí mirándome con el ceño fruncido? Y no es que no estés guapo, incluso con esa mueca en la cara.

Rogan se derritió en un largo suspiro.

—¿El trabajo va bien?

—Muy bien. —Maggie cambió de posición y se sentó en la postura del loto—. Te mostraré las piezas nuevas antes de que te vayas, si tienes tiempo.

—Vamos un poco retrasados en la galería. Supongo que debería decirte que Joseph y Patricia se han fugado.

—Sí, ya lo sé. Me han enviado una postal.

—No pareces nada sorprendida —dijo, inclinando la cabeza.

—No lo estoy. Están locamente enamorados.

—Me parece recordar que me dijiste un día que Patricia estaba locamente enamorada de mí.

—Para nada. Dije que estaba enamorada de ti, y sigo convencida de ello, lo que sucede, me imagino, es que ella quería estar enamorada de ti, habría sido tan conveniente, después de todo… Pero terminó siendo Joseph el elegido. No es eso lo que te molesta, ¿verdad?

—No, admito que me pilló por sorpresa, pero no me molesta. Me he dado cuenta de que había dado por sentadas las habilidades de Joseph, así que estoy más que agradecido de que vuelva mañana.

—¿Entonces qué te molesta?

—¿Has recibido carta de tu tío Niall?

—Brianna. Ella es quien recibe cartas, porque es quien recuerda contestarlas. El tío Niall le contó que iba a ir a Dublín unos días y que era posible que pasara por aquí en su camino de regreso. ¿Lo has visto?

—¿Verlo? —Con un sonido de disgusto, Rogan se levantó de la silla donde se había sentado—. No puedo acercarme a mi abuela sin tropezarme con él. Se ha instalado en su casa desde hace dos semanas. Debemos decidir qué hacer al respecto.

—¿Por qué deberíamos hacer algo?

—¿No me estás escuchando, Maggie? Han estado viviendo juntos. Mi abuela y tu tío…

—Tío abuelo, de hecho.

—Lo que sea tuyo. ¡Están teniendo un apasionado romance!

—¿En serio? —Maggie explotó en una carcajada de aprobación—. ¡Es maravilloso!

—¿Maravilloso? Es de locos. Mi abuela ha estado actuando como una colegiala inquieta, ha salido a bailar con él y se han quedado en la calle hasta altas horas de la madrugada, y, además, ha estado compartiendo su cama con un hombre cuyos trajes son del color de los huevos fritos.

—¿Así que tienes objeciones con respecto a su gusto en el vestir?

—Tengo objeciones con respecto a todo él. No lo quiero bailando el vals en casa de mi abuela y plantándose en el salón como si fuera el suyo. No sé qué se trae entre manos, pero no permitiré que se aproveche del generoso corazón de mi abuela, ni de su vulnerabilidad. Si cree que podrá poner sus manos encima del dinero de…

—Espera —dijo Maggie, que se levantó de un salto como una tigresa—. Estás hablando de la sangre de mi sangre, Sweeney…

—Éste no es momento para ponerse hipersensible.

—Hipersensible… —repitió, dándole un golpe en el pecho—. Mira quién habla. Estás celoso porque tu abuela tiene a alguien más aparte de ti en su vida.

—Eso es ridículo.

—Está tan claro como el agua. ¿No crees que un hombre podría interesarse en tu abuela por la persona que es y no sólo por su dinero?

El orgullo de familia hizo que Rogan se pusiera rígido.

—Mi abuela es una mujer hermosa e inteligente.

—Estoy de acuerdo con eso. Y mi tío Niall no es un cazafortunas. Tiene suficiente dinero y vive bien después de haberse retirado de sus negocios. Puede que no tenga una villa en Francia ni que sus trajes estén hechos a medida por los malditos ingleses, pero le va lo suficientemente bien como para dedicarse a vivir la vida. Y no te voy a permitir que hables así de mi familia en mi propia casa.

—No ha sido mi intención ofenderte. He venido a hablar contigo porque, como su familia, depende de nosotros hacer algo al respecto. Y puesto que están planeando un viaje a Galway en los próximos días y van a pasar por aquí, tenía la esperanza de que pudieras hablar con él.

—Por supuesto que voy a hablar con él. Es mi tío, ¿no? No voy a ignorarle. Pero no te voy a ayudar a interferir en su vida. Tú eres el esnob, Rogan, y, además, un mojigato.

—¿Mojigato?

—Te ofende la idea de que tu abuela pueda tener una vida sexual activa y plena.

Rogan se encogió de hombros y siseó entre dientes.

—Por favor, no quiero ni imaginármelo.

—Ni deberías, pues es su vida privada. —Maggie hizo una mueca con la boca—. Sin embargo… es interesante.

—No lo es. —Sintiéndose abatido, Rogan se sentó de nuevo—. Si hay una imagen que no quiero que me dé vueltas en la cabeza es ésa.

—De hecho, yo misma no puedo imaginármela del todo. ¿No sería extraño si se casaran? Terminaríamos siendo primos. —Riéndose, le dio una palmada a Rogan en la espalda cuando él se atragantó—. ¿Quieres tomarte un whisky?

—Sí, Maggie, por favor —contestó Rogan respirando profundamente varias veces—. Maggie —la llamó mientras trasteaba en la cocina—, no quiero que sufra.

—Ya lo sé. —Maggie volvió con dos vasos en las manos—. Eso es lo que ha evitado que te haya roto la nariz cuando has hablado de mi tío Niall de esa manera. Tu abuela es una gran mujer, Rogan, y muy inteligente.

—Ella es… —Finalmente pudo decirlo en voz alta—: Ella es lo único que me queda de mi familia.

La mirada de Maggie se suavizó.

—No vas a perderla.

Rogan suspiró y se quedó mirando su vaso.

—Supongo que debes de pensar que me estoy comportando como un imbécil.

—No… No exactamente. —Maggie sonrió cuando él levantó la mirada hacia ella—. Es de esperar que un hombre actúe un poco tontamente cuando su abuela se echa novio. —Rogan frunció el ceño y Maggie se rió—. ¿Por qué no dejarla ser feliz? Si te quedas más tranquilo, les prestaré atención cuando vengan, a ver qué pinta tienen.

—Eso ya es algo, por lo menos —dijo, y brindó con ella y ambos se bebieron el whisky—. Tengo que irme.

—Pero si has estado muy poco tiempo. Ven al pub conmigo y comamos juntos. O podemos quedarnos aquí —añadió, poniéndole los brazos alrededor del cuello— y hacer que nos dé hambre.

No, pensó Rogan mientras la besaba en la boca, no les daría hambre en mucho tiempo.

—No puedo quedarme. —Dejó a un lado el vaso vacío y la cogió por los hombros—. Si lo hiciera, terminaríamos en la cama, pero eso no resuelve nada.

—No hay nada que resolver. ¿Por qué lo haces todo tan complicado? Estamos bien juntos.

—Así es —replicó Rogan, que puso sus manos alrededor de la cara de Maggie—. Estamos muy bien juntos. Y ésa es una de las razones por las cuales quiero pasar el resto de mi vida contigo. No, no te vayas. Nada de lo que me has dicho cambia lo que podemos tener. Una vez que lo comprendas, vendrás a buscarme. Puedo esperarte.

—¿Sencillamente te irás y te mantendrás alejado otra vez? Entonces, ¿es matrimonio o nada?

—Es matrimonio… —empezó, y la besó de nuevo— y todo. Voy a quedarme en Limerick una semana. En la oficina saben dónde encontrarme.

—No voy a llamar.

Rogan le acarició los labios con un dedo.

—Pero querrás hacerlo. Eso es suficiente por ahora.