¿Matrimonio? La palabra se le atragantó en la garganta, amenazando con ahogarla. No se atrevió a repetirla.
—Estás completamente loco.
—Créeme, he considerado la posibilidad —dijo Rogan, que cogió el tenedor y comió, con aspecto de estar muy cuerdo. Pero el dolor, inesperado y crudo, lo arañó—. Eres cabezota, descortés con frecuencia, egoísta más que ocasionalmente y no poco temperamental.
Maggie se quedó boquiabierta.
—¿Ah, sí?
—Sí, ya lo creo que eres todo eso. Y un hombre tiene que haber perdido la razón y estar fuera de sí para querer ese tipo de carga el resto de su vida, pero —añadió, y sirvió el agua para el té que había estado hirviendo—, aquí estás. Creo que es costumbre que se use la iglesia de la novia, así que nos casaremos en Clare.
—¿Costumbre? Cuelga tus costumbres, Rogan, y ahórcate tú con ellas. —¿Era pánico lo que sentía bajar por su columna? Seguro que no. Debía de ser ira. No tenía nada que temer—. No me voy a casar contigo ni con nadie. Nunca.
—Eso es absurdo. Por supuesto que te vas a casar conmigo. Estamos increíblemente hechos el uno para el otro, Maggie.
—Hace un momento yo era cabezota, descortés y temperamental.
—Así eres, pero me viene bien que seas así. —La agarró de la mano y, haciendo caso omiso de su resistencia, tiró de ella y se la llevó a los labios—. Me viene muy, pero que muy bien.
—Pues a mí no, en absoluto. Puede que ahora sea más suave ante tu arrogancia, Rogan, pero eso está a punto de cambiar. Y te lo aseguro —continuó, liberando de un tirón su mano de las de él—: No voy a ser la mujer de ningún hombre.
—De ningún hombre, excepto mía.
Maggie maldijo entre dientes. Cuando Rogan sonrió como respuesta, se le incendiaron los ánimos. Una pelea, pensó, sería satisfactoria pero no resolvería nada.
—Me has traído aquí para esto, ¿no?
—En realidad, no. Pensé tomarme más tiempo antes de poner mis sentimientos a tus pies. —Con cuidado y deliberadamente, apartó el plato que tenía frente a él—. Sabía muy bien que me los ibas a devolver de una patada. —Sus ojos se mantuvieron a la misma altura que los de ella, pacientes—. Ya ves, te conozco muy bien, Margaret Mary.
—No, no me conoces. —Los ánimos caldeados y el pánico que no quería admitir empezaron a escapar de ella, dejando espacio para el dolor—. Tengo razones para conservar entero mi corazón y para no considerar la posibilidad de casarme nunca.
Rogan sintió curiosidad y alivio al darse cuenta de que no era la idea de casarse con él lo que Maggie rechazaba, sino la idea del matrimonio en sí misma.
—¿Cuáles son esas razones?
Maggie bajó la mirada hacia su taza. Después de dudarlo un momento, agregó las tres cucharadas de azúcar que solía poner en su té y lo removió.
—Tú perdiste a tus padres —afirmó Maggie.
—Así es. —Rogan levantó una ceja. Ése no era el camino que él esperaba que ella tomara—. Hace casi diez años.
—Es difícil perder a la familia. Te despoja de una capa de seguridad y te expone al simple y frío hecho de la mortalidad. ¿Los querías?
—Mucho. Maggie…
—No. Me apetece escuchar lo que tienes que decir sobre eso. Es importante. ¿Te querían ellos a ti?
—Sí, me querían.
—¿Cómo lo sabes? —Bebió de su taza, sosteniéndola con ambas manos—. ¿Es porque te dieron una buena vida, una casa elegante?
—No tiene nada que ver con la comodidad material. Sabía que me querían porque podía sentirlo, porque me lo demostraban. Y además podía ver que ellos también se querían.
—¿Hubo amor en tu casa? ¿Y risas? ¿Había risas en tu casa, Rogan?
—Muchas. —Todavía podía recordarlo—. Fue devastador para mí cuando murieron. Tan de repente, tan brutalmente inesperado… —Se le quebró la voz, pero hizo un esfuerzo por recuperar la fuerza—. Sin embargo, después, cuando pasó lo peor, me alegré de que se hubieran ido los dos. Ambos habrían estado sólo medio vivos sin el otro.
—No tienes idea de lo afortunado que eres. Qué suerte tienes de haber crecido en un hogar feliz y lleno de amor. Yo no sé lo que es eso. Nunca voy a saberlo. No había amor entre mis padres, sólo rabia, culpa y obligación, pero no amor. ¿Te imaginas lo que es crecer en un hogar donde a las dos personas que te crearon no les importa el otro? Seguían allí sólo porque su matrimonio era una prisión que los mantenía cautivos a causa de la conciencia y la ley de la iglesia…
—No, no puedo imaginármelo —replicó Rogan poniendo una mano sobre una de las de ella—. Y siento mucho que tú sí puedas.
—Me juré, cuando todavía era pequeña, me juré a mí misma que nunca me encerraría en una prisión como ésa.
—El matrimonio no sólo puede ser una prisión, Maggie —dijo suavemente—. El de mis padres fue una alegría.
—Y eso tendrás algún día, pero no conmigo. Yo no voy a poder. Uno hace lo que sabe hacer, Rogan. Y no se puede cambiar el lugar del que se proviene. Mi madre me odia. —Rogan habría protestado, pero Maggie lo dijo tan contundentemente, con tanta sencillez, que no pudo—. Me odió incluso antes de que hubiera nacido. Esa hija que creció dentro de ella le arruinó la vida, y eso es lo que me dice cada vez que puede. En todos estos años no he sabido lo profundo que era su odio hasta que tu abuela me contó que mi madre había tenido una carrera.
—¿Una carrera? —Hizo un esfuerzo por recordar—. ¿El canto? ¿Qué tiene que ver eso contigo?
—Todo. ¿Qué más podía hacer sino abandonar su carrera? No tenía opción. ¿Qué clase de carrera habría tenido siendo madre soltera en un país como el nuestro? Ninguna. —Sintió frío, tembló ligeramente y se le escapó un suspiro. Le dolía decirlo de esa manera, en voz alta—. Ella quería algo para sí misma. Yo puedo entender eso, Rogan. Sé lo que es tener ambiciones. Y puedo imaginarme, demasiado bien, lo que debió de ser verlas frustradas. Nunca se habrían casado si no me hubieran concebido. Un momento de pasión, de necesidad, eso fue todo. Mi padre tenía más de cuarenta y mi madre más de treinta. Ella soñaba, supongo, con el amor y él vio a una mujer hermosa. Ella fue hermosa una vez. Hay fotos. Antes de que la amargura la devorara. Y yo fui la semilla de ese encuentro. El bebé de siete meses que la humilló y arruinó sus sueños. Y los de él también. Sí, los de él también.
—No puedes culparte por haber nacido, Maggie.
—Sí, ya lo sé. ¿No crees que lo sé? Aquí arriba lo sé —dijo, golpeándose la cabeza fieramente—. Pero en mi corazón… ¿es que no lo ves? Sé que mi existencia, cada respiración, ha sido una carga para dos personas más allá de cualquier medida. Provengo sólo de la pasión, y cada vez que mi madre me mira, le recuerdo que pecó.
—Eso no sólo es ridículo, Maggie, sino absurdo.
—Tal vez. Mi padre me dijo un día que sí la había amado, puede que sea cierto. —Se lo imaginó entrando a O’Malley’s y viendo a Maeve, escuchándola cantar y dejando que su corazón romántico volara. Pero se había estrellado demasiado pronto. Para ambos—. Tenía doce años cuando mi madre me dijo que yo no había sido concebida dentro del matrimonio. Así es como ella lo dice. Tal vez se dio cuenta de que yo estaba dando el paso entre niña y mujer. Había empezado a mirar a los chicos y había estado coqueteando con Murphy y otros niños del pueblo. Y una tarde nos pilló a Murphy y a mí, en el granero, intentando darnos un beso. Fue sólo un beso, nada más, junto al heno en una cálida tarde de verano, ambos éramos jóvenes y curiosos. Fue mi primer beso, y fue bonito… Suave, tímido e inofensivo. Pero ella nos pilló. —Cuando Maggie cerró los ojos, la escena se repitió vívidamente—. Se puso pálida, del color del hueso, y gritó, me riñó y me arrastró hasta casa. Me dijo que yo era malvada y que era una pecadora, y puesto que mi padre no estaba en casa para detenerla, me pegó.
—¿Te pegó? —preguntó Rogan, a quien la impresión lo hizo levantarse de la silla—. ¿Me estás diciendo que te pegó porque besaste a un chico?
—Me pegó —repitió Maggie lacónicamente—. Y fue mucho más que la palmada con el dorso de la mano a la que yo ya estaba acostumbrada. Sacó un cinturón y me pegó hasta que pensó que iba a matarme. Mientras me golpeaba, gritaba versículos de las Escrituras y bramaba cosas sobre la marca del pecado.
—Tu madre no tenía derecho a tratarte así —dijo Rogan, arrodillándose ante ella y sujetando la cara de Maggie entre sus manos.
—Nadie tiene ese derecho, pero sucede de todas formas. Vi el odio en ella ese día, y también el miedo. El miedo, entendí después, a que terminara igual que ella, con un bebé en la barriga y un vacío en el corazón. Siempre supe que ella no me amaba como se supone que una madre ama a sus hijos. Sabía que era un poco más suave con Brianna, que la trataba mejor, pero hasta ese día no supe por qué.
No pudo seguir sentada. Se levantó y fue hasta la puerta que daba paso a un pequeño empedrado, repleto de macetas de barro llenas de brillantes geranios.
—No necesitas hablar más de esto —dijo Rogan detrás de ella.
—Tengo que terminar. —El cielo estaba cuajado de estrellas y la brisa era un suave susurro entre los árboles—. Me dijo que yo estaba marcada. Y me pegó para que la marca se viera por fuera también, para que yo entendiera la carga que tiene que soportar una mujer, porque es ella la que lleva en su vientre al hijo.
—Eso es una vileza, Maggie. —Incapaz de controlar sus propias emociones, le dio la vuelta y la agarró por los hombros con fuerza; tenía los ojos azul hielo, y furiosos—. Tú eras sólo una niña.
—Si lo era, dejé de serlo ese día. Porque entendí, Rogan, que ella quería decir exactamente lo que dijo.
—Era una mentira, Maggie, una horrible mentira.
—No para ella. Para mi madre era la verdad. Me dijo que yo era su castigo, que Dios la había castigado conmigo por su noche de pecado. Ella lo creía, totalmente, y cada vez que me miraba, se acordaba. Ni siquiera el dolor de darme a luz fue suficiente enmienda. Porque por mí estaba atrapada en un matrimonio que despreciaba, unida a un hombre que no podía amar y, además, era madre de una hija que no quería tener. Y para completar la ecuación, como descubrí hace poco, también fui la causante de la ruina de todo lo que ella realmente quería. Tal vez la ruina de todo lo que ella era.
—Ella es quien debió ser azotada. Nadie tiene derecho a abusar de un niño ni, aún peor, usar una imagen de Dios distorsionada como látigo.
—Qué gracioso. Mi padre dijo prácticamente lo mismo cuando llegó a casa y vio lo que ella había hecho. Pensé que iba a pegar a mi madre. Fue la única vez en mi vida que lo vi tan cerca de la violencia. Tuvieron una pelea horrible. Oírlos insultarse fue casi peor que la paliza. Subí a mi habitación para no escucharlos y Brie vino con una pomada. Me curó como una madre pequeñita y dijo tonterías todo el tiempo para tratar de ocultar los alaridos que venían de abajo. Le temblaban las manos. —No opuso resistencia cuando Rogan la abrazó, pero sus ojos se mantuvieron secos, y su voz, calmada—. Pensé que mi padre se iría. Se dijeron cosas tan horribles… No pensé que dos personas pudieran seguir viviendo juntas después de tratarse así. Pensé que ojalá nos llevara con él; si Brie y yo hubiéramos podido irnos con él, a cualquier parte, todo habría ido bien de nuevo. Después le oí decir que él también estaba pagando. Estaba pagando por haber creído alguna vez que la amaba y la deseaba. Que se iría a la tumba pagando. Por supuesto, no la dejó. —Maggie se separó de Rogan y dio un paso atrás—. Se quedó más de diez años después de eso, y ella no volvió a tocarme de nuevo, de ninguna manera. Pero ninguno de nosotros olvidó ese día, creo que ninguno quería. Mi padre trató de compensarme dándome más, amándome más. Pero no pudo. Si la hubiera dejado y nos hubiera llevado con él, las cosas habrían sido diferentes. Pero no pudo hacerlo, así que tuvimos que vivir en esa casa como pecadores en el infierno. Y yo sabía, sin importar cuánto me quisiera mi padre, que tenía que haber ocasiones en que él pensara que ojalá no hubiera sucedido, que ojalá yo no hubiera nacido, pues entonces él habría sido libre.
—¿De verdad culpas a la niña, Maggie?
—Los pecados de los padres… —dijo, sacudiendo la cabeza—. Ésa es una de las expresiones favoritas de mi madre. No, Rogan, no culpo a la niña, pero eso no cambia el resultado. —Suspiró profundamente. Se sentía mejor al haberle contado su historia—. No voy a arriesgarme a encerrarme en esa prisión.
—Tú eres una mujer demasiado inteligente como para creer que lo que les pasó a tus padres le pasa a todo el mundo.
—No, no a todo el mundo. Un día, ahora que ya no está subyugada por las exigencias de mi madre, Brie se casará. Ella quiere tener una familia.
—Y tú no.
—No, yo no —contestó, pero las palabras sonaron vacías—. Tengo mi trabajo y la necesidad de estar sola.
Rogan la sujetó por la barbilla y la miró.
—Tienes miedo.
—Si es así, tengo derecho a tenerlo —replicó, soltándose de él—. ¿Qué clase de madre o esposa podría ser teniendo en cuenta de dónde provengo?
—Sin embargo, me acabas de decir que tu hermana va a ser tanto madre como esposa.
—La situación afectó a Brie de manera diferente. Ella siente la misma necesidad de tener gente alrededor y un hogar que yo de no tenerlos. Tenías razón al decir que soy cabezota, descortés y egoísta. Soy las tres cosas.
—Tal vez tenías que serlo, pero eso no es todo lo que eres, Maggie. También eres una persona compasiva, leal y cariñosa. No sólo me he enamorado de una parte de ti, sino de ti como un todo. Quiero pasar mi vida contigo.
Algo tembló dentro de Maggie, como si una mano descuidada hubiera golpeado un frágil cristal.
—¿No has escuchado todo lo que acabo de decir?
—He escuchado cada palabra. Ahora sé que no sólo me amas, sino que me necesitas.
Maggie se llevó ambas manos a la cabeza, se agarró unos cuantos mechones y tiró de ellos llena de frustración.
—Yo no necesito a nadie.
—Claro que sí. Tienes miedo de admitirlo, pero es comprensible. —Rogan sintió una enorme pena por la niña que Maggie había sido, pero no podía dejar que ese sentimiento cambiara los planes que tenía para la mujer—. Te has encerrado en una prisión, Maggie. Una vez que admitas esas necesidades, la puerta se abrirá.
—Soy feliz con las cosas como están. ¿Por qué tienes que cambiarlas?
—Porque quiero pasar más que unos pocos días al mes contigo. Quiero pasar toda la vida contigo, quiero tener hijos contigo. —Le acarició el pelo y bajó la mano hasta la nuca—. Porque eres la primera y única mujer a la que he amado. No te voy a perder, Maggie. Y no voy a dejar que tú me pierdas a mí.
—Te he dado todo lo que soy capaz de dar, Rogan. —Su voz sonó temblorosa, pero siguió adelante, firme—. Es más de lo que le he dado a nadie. Confórmate con lo que puedo dar, porque de lo contrario tendré que ponerle fin a esto.
—¿Puedes?
—Tendré que poder.
Rogan le apretó ligeramente el cuello y luego la soltó.
—Cabezota… —dijo con un rastro de risa para esconder el dolor—. Bueno, pues yo también tendré que poder. Puedo esperar a que vengas a mí. No, no me digas que no vendrás —continuó al tiempo que Maggie abría la boca para protestar—. Sólo te lo estás poniendo más difícil, y será más difícil cuando me busques. Pero está bien, dejaremos las cosas como están, Maggie, salvo por un detalle.
El alivio que entonces sintió Maggie se convirtió en recelo.
—Que es…
—Te amo —dijo, y la abrazó con fuerza y la besó en los labios—. Tendrás que acostumbrarte a escuchar estas palabras.
Maggie se sintió contenta de estar en casa. En su hogar podía saborear la soledad, disfrutar de su propia compañía y de los largos días que se aferraban a la luz hasta las diez. En su casa, Maggie no tenía que pensar en nada más que en su trabajo. Para demostrarlo, permaneció tres días en el taller, tres días sin interrupción.
Estuvo muy productiva y le encantaron los resultados, que se estaban secando en el horno de templado. Y se sintió, por primera vez que ella pudiera recordar, sola.
Todo estaba en su cabeza, se dijo mientras observaba las primeras estrellas titilar en el firmamento, Rogan le había puesto una trampa al hacerla disfrutar de su compañía, del frenesí de las ciudades y la gente. La había hecho desear demasiado. Deseaba a Rogan demasiado.
Matrimonio… El mero pensamiento la estremeció, mientras cogía de la mesa de la cocina lo que quería. Por lo menos, él nunca podría hacerla desear eso. Estaba segura de que, dándole un poco de tiempo, él podría finalmente ver las cosas desde su punto de vista. Si no…
Salió de la casa, cerró la puerta. Era mejor no pensar en los «si no». Rogan era, por encima de todo, un hombre sensato.
Caminó despacio hacia la casa de Brianna mientras la noche caía a su alrededor. Una ligera neblina se arremolinaba a sus pies y una brisa que anunciaba helada susurraba a través de los árboles.
Como un faro que da la bienvenida, la luz de la cocina de Brianna resplandecía en la noche. Maggie apretó el paso, aferrándose a los dibujos que había hecho enmarcar.
A medida que se acercaba, escuchó un aullido que salía entre las sombras del sicomoro. Maggie llamó quedamente y le respondió un alegre ladrido. Con apareció entre la oscuridad y atravesó la neblina corriendo hasta donde estaba Maggie, y le habría saltado encima para demostrarle su amor y devoción si ella no hubiera extendido una mano para detenerlo.
—Preferiría que no me tumbaras, gracias —dijo, y le acarició la cabeza, y el cuello mientras él movía la cola frenéticamente rasgando la niebla—. Cuidando a tu princesa esta noche, ¿no? Vamos dentro a buscarla.
Tan pronto como Maggie abrió la puerta de la cocina, Con entró en estampida. Se detuvo ante la puerta que daba al corredor, siempre con la cola en movimiento.
—¿Está ahí? —Maggie puso los dibujos sobre la mesa y abrió la puerta. Oyó voces, risas y un acento inglés—. Tiene huéspedes —dijo a Con, al que desilusionó cuando volvió a la cocina llevándoselo con ella—. No la interrumpamos, así que quédate aquí en la cocina, conmigo, Con. —Para hacer más entretenida la espera, Maggie se dirigió a la despensa donde Brianna guardaba las galletitas del perro—. Bien, ¿qué truco vas a hacer para mí hoy?
Con vio la galletita que Maggie tenía en la mano y se relamió. Con increíble dignidad, se sentó sobre las patas traseras y levantó una de las delanteras, ofreciéndosela a Maggie.
—Muy bien, muchacho.
Una vez que tuvo la galletita entre los dientes, Con se dirigió hacia la alfombra que estaba ante la chimenea de la cocina, dio tres vueltas y se echó con un suspiro de placer.
—Yo podría ponerme a hacer algo.
Un rápido escrutinio por la cocina descubrió un tesoro. Un pan de jengibre, cortado hasta la mitad, reposaba bajo un paño protector. Maggie se comió una rebanada mientras la tetera se calentaba y luego se sentó con otra y una taza de té. Cuando Brianna entró en la cocina, Maggie estaba comiéndose las migajas del plato.
—Me preguntaba cuándo vendrías —dijo Brianna agachándose a acariciar a Con, que se había levantado para pegarse a las piernas de su ama.
—Habría venido antes si hubiera sabido que esto estaba esperándome. Veo que tienes huéspedes.
—Sí. Una pareja de Londres, un estudiante de Derry y dos encantadoras viejecitas de Edimburgo. ¿Qué tal tus vacaciones?
—Es un lugar precioso, los días han sido cálidos y soleados, y las noches, tibias. Te he dibujado algunos paisajes para que lo veas tú misma —añadió, señalando los dibujos.
Brie fue hasta la mesa. Su cara se iluminó de felicidad.
—Son maravillosos.
—Pensé que te gustarían más que una postal.
—Claro que sí. Muchas gracias, Maggie. Tengo algunos recortes de periódico de tu exposición en París.
Maggie se sorprendió.
—¿Cómo los has conseguido?
—Le pedí a Rogan que me los enviara. ¿Quieres verlos?
—No, ahora no. Me pondrían nerviosa y el trabajo me ha salido bien estos días.
—¿Vas a ir a Roma cuando lleven la exposición allí?
—No sé. No lo he pensado todavía. Todo eso parece tan lejano…
—Como un sueño. —Brianna suspiró y se sentó—. Casi no puedo creer que haya estado en París.
—Ahora podrías viajar más, si quieres.
—Mmmm… —Quizá había lugares que quería conocer, pero su hogar la retenía—. Alice Quinn ha tenido un niño, le han llamado David. Ayer lo bautizaron. Lloró durante toda la ceremonia.
—Y seguro que Alice revoloteó a su alrededor como un pájaro.
—No, sencillamente lo sostuvo y lo tranquilizó. Después salió a darle de mamar. El matrimonio y la maternidad la han cambiado. No parece la misma.
—El matrimonio siempre cambia a la gente.
—Por lo general para mejor —comentó Brianna, que sabía en qué estaba pensando Maggie—. A mamá le está yendo bien.
—No he preguntado por ella.
—No —contestó Brianna sin alterar la voz—, pero te lo estoy contando. Lottie ha logrado convencerla para que se siente en el jardín a tomar el sol todos los días y para que dé pequeños paseos.
—¿Paseos? —A pesar de sí misma, a Maggie se le despertó la curiosidad—. ¿Mamá caminando?
—No sé cómo lo hace Lottie, pero tiene una manera de llevarla increíble. La última vez que las visité, mamá le estaba sosteniendo la lana mientras Lottie la enrollaba. Cuando entré, la tiró a un lado y empezó a gritar que esa mujer la iba a llevar a la tumba. Dijo que había despedido a Lottie dos veces, pero que ella no se quería ir. Mamá se quejó todo el tiempo mientras Lottie le empujaba la mecedora, sonreía y enrollaba la lana.
—Si esa mujer despide a Lottie…
—No, déjame terminar. —Brianna se inclinó hacia delante; tenía los ojos alegres—. Me quedé de pie tratando de disculparme con Lottie, inventando excusas y esperando lo peor. Después de un rato, Lottie dejó de mecerla y le dijo: «Maeve, deja de molestar a la niña. Pareces una urraca», y le pasó de nuevo la lana y me dijo que estaba tratando de enseñar a mamá a tejer.
—Enseñarla a… ¡Eso nunca va a pasar!
—La cuestión es que mamá siguió quejándose disimuladamente y discutiendo con Lottie. Pero al parecer estaba disfrutándolo. Tenías razón en lo importante que era para ella tener su propia casa, Maggie. Puede que no se haya dado cuenta todavía, pero es más feliz allí de lo que ha sido la mayor parte de su vida.
—La cuestión es que salió de aquí —replicó Maggie, quien, intranquila, se levantó y empezó a caminar de un lado para otro—. No quiero que te engañes diciéndote que lo hice movida por la bondad de mi corazón.
—Pero así fue —contestó Brianna quedamente—. Si no quieres que nadie lo sepa salvo yo, es decisión tuya.
—No he venido a hablar de ella, sino a ver cómo te va a ti. ¿Te has mudado a la habitación que está junto a la cocina, la que tenía ella?
—Sí, lo que me da arriba otra habitación más para los huéspedes.
—Te da privacidad.
—Sí, también. Tengo espacio para un escritorio donde puedo trabajar en los libros de cuentas y el papeleo. Y me gusta tener una ventana que da justo sobre el jardín. Murphy me ha dicho que se puede poner una puerta para entrar y salir sin tener que hacerlo atravesando la casa.
—Bien. —Maggie levantó un frasco de grosellas y volvió a ponerlo en su sitio—. ¿Tienes suficiente dinero para la mano de obra?
—Tengo suficiente. Ha sido un buen verano. Maggie, ¿no me vas a decir que te tiene inquieta?
—Nada —contestó Maggie abruptamente—. Tengo mucho en qué pensar, eso es todo.
—¿Te has peleado con Rogan?
—No —respondió, pensando que no podría llamársele pelea—. ¿Por qué supones que estaba pensando en él?
—Porque os he visto juntos, Maggie, y he notado cuánto afecto os tenéis.
—Eso debería ser suficiente, ¿no? —contestó molesta—. Le tengo afecto y él a mí. El negocio que tenemos juntos está siendo exitoso y parece que así va a seguir. Eso debería ser suficiente.
—No sé cuál es la respuesta a eso. ¿Estás enamorada de él?
—No. —No podía ser—. El cree que sí, pero no soy responsable de lo que ese hombre piense. No voy a cambiar mi vida por él ni por nadie. Aunque él ya me la ha cambiado. —Se abrazó a sí misma con fuerza, pues de repente había sentido frío—. Y, maldita sea, no puedo volver atrás.
—¿Atrás, adónde?
—A ser lo que era, lo que yo pensaba que era. Me ha hecho querer más. Sé que siempre quise más, pero Rogan me ha hecho admitirlo. No es suficiente con que yo crea en mi trabajo, ahora necesito que él crea también. Él se ha vuelto parte de todo y si fracaso no fracasaré sola. Y cuando tenga éxito, la satisfacción tampoco será sólo mía. Y creo que he hecho concesiones porque le he dado parte de mí, he puesto en sus manos lo mejor de mí.
—Maggie, ¿estás hablando sobre tu arte o sobre tu corazón? —Brianna miró fijamente a su hermana al hacerle la pregunta.
Maggie se sentó de nuevo, derrotada.
—No tengo uno sin el otro. Así que parece que le he dado a Rogan un pedazo de ambos.
Rogan se habría sorprendido al escuchar esa afirmación. Había decidido, después de mucho pensarlo, tratar su relación con Maggie igual que un negocio. Había hecho su oferta y ahora sólo le quedaba apartarse y esperar a que la otra parte considerara lo que le había ofrecido.
No tenía razones profesionales para contactar con ella. La exposición de París estaría abierta durante dos semanas más antes de seguir hacia Roma. Ya se habían escogido las piezas y el trabajo preliminar estaba hecho. En cuanto al futuro cercano, él tenía su trabajo, y ella, el suyo. Cualquier contacto de trabajo se podía hacer por medio de su personal.
En otras palabras, dejaría que Maggie «se cocinara lentamente».
Era importante para su orgullo y sus planes que Maggie no supiera cuánto le había dolido su rechazo. Estando separados podrían evaluar su futuro objetivamente. Si se quedaban juntos, terminarían en la cama. Y eso ya no era suficiente.
Rogan estaba seguro de que lo que se necesitaba era paciencia y mano firme. Y si Maggie seguía siendo reacia después de un tiempo prudencial, él usaría cualquier medio que estuviera a su alcance para convencerla.
Rogan llamó enérgicamente a la puerta de la casa de su abuela. No era usual que fuera a visitarla a esa hora, pero después de llevar en Dublín una semana, necesitaba el consuelo de su familia.
Saludó con la cabeza a la criada que le abrió la puerta.
—¿Está mi abuela en casa?
—Sí, señor Sweeney. Está en la sala principal. Le diré que está usted aquí.
—No es necesario.
Caminó a lo largo del pasillo y entró en la sala a través de las puertas, que estaban abiertas. Christine se levantó y le abrió los brazos.
—¡Rogan! Qué maravillosa sorpresa.
—Han suspendido una reunión, así que se me ha ocurrido venir a verte. —Se separó del abrazo de su abuela y, examinándole la cara, levantó una ceja—. Estás estupendamente bien.
—Me siento estupendamente bien. —Se rió y le indicó que se sentara—. ¿Te pido algo de beber?
—No, no tengo mucho tiempo. Sólo he venido un momento.
—He oído comentarios sobre lo bien que te ha ido en París. —Christine se sentó junto a él y se alisó las arrugas de la falda de lino—. La semana pasada almorcé con Patricia, ella me contó que había tenido un éxito arrollador.
—Así fue. Aunque no entiendo cómo ha podido enterarse Patricia —dijo, y pensó en su amiga con un leve sentimiento de culpa—. ¿Cómo está?
—Muy bien. Floreciendo, podría decirse. Y me parece que me dijo que fue Joseph quien le contó lo de París. Está trabajando mucho en su guardería y Joseph ha sido de gran ayuda para ella.
—Bien. Me temo que no he tenido mucho tiempo esta semana en la galería. La verdad es que la ampliación de Limerick está exigiendo la mayor parte de mis esfuerzos.
—¿Cómo va?
—Bastante bien. Aunque han surgido algunas complicaciones. Es probable que tenga que viajar para solucionarlas allí mismo.
—Pero si apenas acabas de volver…
—No debería llevarme más de uno o dos días. —Inclinó la cabeza y se fijó en que su abuela estaba inquieta, se tiraba de la blusa, se pasaba la mano por el pelo—. ¿Pasa algo malo?
—No —respondió Christine, que sonrió ampliamente y obligó a sus manos a quedarse quietas—. En absoluto. Sin embargo, hay algo que quiero discutir contigo. Verás… —se interrumpió, pensando que era una miserable cobarde—. ¿Cómo está Maggie? ¿Le gustó París?
—Parece que sí.
—Es una época estupenda para pasar unos días en el sur. ¿Os hizo buen tiempo?
—Sí, muy bueno. ¿Es del tiempo de lo que quieres hablar, abuela?
—No, sólo estaba… ¿Estás seguro de que no quieres tomar nada?
A Rogan se le encendieron todas las alarmas.
—Si sucede algo malo, quiero saberlo ya, abuela.
—No pasa nada, cielo. Nada malo, en cualquier caso.
Para sorpresa de Rogan, su abuela se sonrojó como una colegiala.
—Abuela… —empezó, pero entonces lo interrumpió un estruendo procedente de las escaleras al que siguió un grito.
—¿Chrissy? ¿Dónde te has metido, ratoncito?
Rogan se puso de pie lentamente al tiempo que un hombre aparecía por la puerta. Era fornido, calvo como una bola de billar e iba vestido con un ordinario traje de color caléndula. Tenía la cara redonda y arrugada y brillaba como la luna.
—Aquí estás, querida mía. Pensaba que te había perdido.
—Estaba a punto de llamarte para tomar el té —dijo Christine, cuyo sonrojo se intensificó cuando el hombre caminó hacia ella y le besó ambas manos inquietas.
—Rogan, te presento a Niall Feeney. Niall, éste es mi nieto, Rogan.
—Así que éste es el famoso Rogan en persona. —Rogan sintió que le acaparaba la mano y se la agitaba con entusiasmo—. Es un placer. Es estupendo conocerte finalmente. Chrissy me lo ha contado todo de ti, muchacho. Tú eres la niña de sus ojos.
—Encantado de… conocerlo, señor Feeney.
—No, no. Nada de esas formalidades entre nosotros. No teniendo tantas conexiones familiares como tenemos —añadió, haciéndole un guiño y riéndose hasta que la barriga le tembló.
—¿Conexiones? —preguntó Rogan débilmente.
—Sí. Habiendo crecido no más lejos de Chrissy de lo que puede escupir una rana. Han pasado cincuenta años, por Dios, y ahora el destino ha hecho que tú seas quien se encargue de representar la obra de mi sobrina.
—¿Su sobrina? —La certeza le llegó como un puñetazo—. Usted es el tío de Maggie…
—Sí, así es. —Niall tomó asiento, demostrando que se sentía en casa, con la panza asomándole por encima del cinturón—. Estoy tan orgulloso de la chica como un pavo real, aunque debo decir que no entiendo un pimiento de lo que hace. Debo creer a Chrissy cuando dice que es buena.
—Chrissy… —repitió Rogan entre dientes.
—¿No te parece maravilloso, Rogan? —Una sonrisa nerviosa apareció en el rostro de Christine—. Brianna escribió a Niall a Galway contándole que Maggie y tú estabais trabajando juntos. Por supuesto, le mencionó que tú eres mi nieto, así que Niall me escribió y una cosa llevó a otra y ahora está aquí de visita.
—De visita. En Dublín.
—Sin duda es una ciudad estupenda. —Niall dio una palmada sobre el delicado brazo del sofá—. Habitada por las chicas más bellas de toda Irlanda —añadió, guiñándole un ojo a Christine—. Aunque, la verdad, yo sólo tengo ojos para una.
—Niall, no tienes remedio.
Rogan los miró con atención, mientras ellos se arrullaban y se piropeaban delante de sus narices.
—Abuela, creo que después de todo sí me voy a tomar esa copa. Un whisky, por favor.