Si París la había asombrado, el sur de Francia, con sus extensas playas y montañas cubiertas de nieve, dejó a Maggie pasmada. No había bullicio de tráfico en la villa de Rogan, que miraba hacia las aguas extremadamente azules del Mediterráneo, ni había hordas de gente haciendo ruido y dirigiéndose a las tiendas y los cafés. Las personas que se veían en la playa no eran más que parte del paisaje que acompañaba el agua y la arena, los botes flotando en el agua y el cielo sin fin.
El campo, que se podía ver desde una de las terrazas que embellecían la casa, se extendía en perfectos cuadrados de tierra limitados por cercas de piedra, como las que veía desde su propia casa, en Clare. Pero en Francia la tierra era inclinada e iba desde los huertos de las partes más bajas para subir hacia el verde intenso de los bosques y más allá, donde empezaban las faldas de los magníficos Alpes.
Las tierras de Rogan eran ricas en flores y plantas, olivos, bojes y fuentes chispeantes. La tranquilidad sólo se veía perturbada por los gritos de las gaviotas y el sonido del mar.
Contenta, Maggie se acomodó en una tumbona en una de las terrazas bañadas por los rayos del sol y se dispuso a pintar.
—Pensé que te encontraría aquí. —Rogan salió a la terraza y le dio un beso en la coronilla, un beso espontáneo e íntimo a la vez.
—Es imposible quedarse dentro con un día así. —Lo miró con los ojos entornados por el reflejo del sol; entonces él cogió unas gafas oscuras que ella había dejado sobre la mesa y se las puso a Maggie—. ¿Has terminado de trabajar?
—Por ahora. —Se sentó junto a ella procurando no taparle la vista—. Perdona que haya estado tanto tiempo recluido, pero una llamada me ha llevado a otra y…
—No te preocupes. Me gusta estar a solas.
—Ya lo he notado. —Echó un vistazo al cuaderno de dibujo de Maggie—. ¿Un paisaje marino?
—Esto es irresistible. Así que pensé dibujar algunos de los paisajes para que Brie los vea. Lo pasó muy bien en París.
—Qué pena que sólo pudiera quedarse un día.
—Pero fue un día maravilloso. Es casi increíble que haya podido pasear con mi hermana junto al Sena. Las hermanas Concannon en París. —Todavía se reía al pensar en ello—. Brie no lo va a olvidar jamás, Rogan. —Se metió el lápiz detrás de la oreja y le cogió la mano—. Y yo tampoco.
—Ya me lo habéis agradecido suficiente las dos. Y la verdad es que no hice nada más que un par de llamadas. Hablando de llamadas, una de las que me ha entretenido era de París. —Inclinándose, robó una uva del frutero que estaba sobre la mesa—. Tienes una oferta, Maggie, del conde de Lorraine.
—¿De Lorraine? —Haciendo una mueca con los labios, hurgó en su memoria—. Ah, sí, el hombrecito delgado y viejo que llevaba bastón y hablaba en susurros.
—Exacto. —A Rogan le divirtió escuchar la descripción que hizo Maggie de uno de los hombres más ricos de Francia—. Quiere encargarte el regalo para la boda de su nieta, que es en diciembre.
Ella levantó las cejas instintivamente.
—No hago trabajos por encargo, Rogan. Dejé eso bien claro desde el principio.
—Así fue, es cierto. —Rogan cogió otra uva y se la metió a Maggie en la boca para hacerla guardar silencio—. Pero es mi obligación informarte sobre cualquier encargo o petición. No estoy sugiriendo que aceptes, pero desde luego sería apuntarte un buen tanto, y también para Worldwide. Sólo estoy cumpliendo con mi deber como agente tuyo que soy.
Mirándolo, Maggie se tragó la uva. Notó que el tono de Rogan era tan azucarado como la fruta que se acababa de comer.
—No voy a hacerlo.
—Es decisión tuya, naturalmente —añadió, y luego cambió de tema—. ¿Quieres que pida algo frío de beber? ¿Limonada, té helado?
—No. —Maggie se quitó el lápiz de detrás de la oreja y empezó a tamborilear con él sobre el cuaderno—. No estoy interesada en hacer piezas por encargo.
—¿Y por qué habrías de hacerlo? —dijo muy razonablemente—. La exposición de París ha tenido tanto éxito como la de Dublín. Tengo plena confianza en que esto se repetirá en Roma y en las otras galerías. Vas por buen camino, Margaret Mary —continuó, y se inclinó y la besó—. Aunque hay que considerar que la petición del conde no es una pieza de encargo. Está dispuesto a dejar que tú decidas qué quieres hacer.
Con cautela, Maggie se bajó las gafas hasta la punta de la nariz y examinó a Rogan por encima de ellas.
—Estás tratando de convencerme.
—Para nada. —Pero, por supuesto, así era—. Debo añadir, sin embargo, que el conde, que es un conocedor de arte muy respetado, está dispuesto a pagar bastante bien.
—No estoy interesada. —Se colocó de nuevo las gafas en su sitio y luego maldijo—. ¿Cuánto es bastante bien?
—El equivalente a cincuenta mil libras. Pero ya sé lo inflexible que eres en cuanto al dinero, así que no necesitas pensarlo más. Le dije que era poco probable que tú estuvieras interesada. ¿Quieres bajar a la playa? ¿Paseamos un poco?
Antes de que Rogan pudiera ponerse de pie, Maggie lo agarró del cuello de la camisa con las dos manos.
—Eres sibilino, Sweeney.
—Cuando es necesario.
—¿Puedo hacer lo que quiera? ¿Cualquier cosa que me apetezca?
—Así es —respondió, acariciándole con un dedo el hombro desnudo, que estaba empezando a ponerse del color de un albaricoque al sol—, excepto…
—Ah, ahí vamos…
—Azul —dijo Rogan, y sonrió—. Quiere que sea azul.
—¿Azul? —La risa la empezó a sacudir—. ¿Alguna tonalidad de azul en particular?
—El mismo azul de los ojos de su nieta. El conde dice que son tan azules como un cielo de verano. Al parecer, es su nieta favorita, y después de ver tu trabajo en París, sólo quiere que tenga algo hecho especialmente para ella por tus preciosas manos.
—¿Esas son palabras de él o tuyas?
—Un poco de ambos —contestó besando una de esas preciosas manos.
—Lo voy a pensar.
—Tenía la esperanza de que lo hicieras. —Sin importarle ya si le tapaba la vista o no, se inclinó sobre ella para mordisquearle los labios—. Pero piénsalo después, ¿vale?
—Excusez moi, monsieur —dijo de repente un empleado de expresión vacía que estaba de pie en el borde de la terraza; los brazos le caían a los lados y miraba discretamente hacia el mar.
—Oui, Henri?
—Vous et mademoiselle, voudriez vous déjeuner sur la terrasse maintenant?
—Non, nous allons déjeuner plus tard.
—Très bien, monsieur —replicó Henri, que se evaporó silenciosamente como una sombra.
—¿Qué ha dicho? —preguntó Maggie.
—Quería saber si queríamos almorzar ya, pero le he dicho que más tarde. —Cuando Rogan empezó a inclinarse de nuevo sobre ella, Maggie lo detuvo poniéndole una mano sobre el pecho—. ¿Algún problema? —murmuró Rogan—. Puedo llamarlo y decirle que, después de todo, sí queremos almorzar ya.
—No, no quiero que lo llames. —Pensar en Henri o en los otros empleados, fisgoneando en las esquinas, esperando a servir, hizo que se sintiera incómoda y se sentó—. ¿Nunca quieres estar solo?
—Estamos solos. Por eso quería traerte aquí.
—¿Solos? Debes de tener al menos seis personas merodeando por la casa. Jardineros y cocineros, criadas y mayordomos. Si chasqueara los dedos ahora mismo, uno de ellos vendría de inmediato.
—Ése es exactamente el propósito de tener servicio.
—Pues bien, no lo quiero. ¿Sabes que una de las criadas quería lavarme la ropa interior?
—Eso es porque su trabajo consiste en atenderte, no porque quisiera revolver en tus cajones.
—Yo puedo atenderme a mí misma, Rogan. Quiero que los despaches. A todos.
—¿Quieres que despida a los empleados? —preguntó poniéndose de pie, sorprendido.
—No, por supuesto que no. No soy un monstruo que vaya a dejar en la calle a esa gente. Sólo quiero que no estén en la casa. Dales vacaciones o lo que sea.
—Puedo darles un día libre, si quieres.
—No un día. Toda la semana. —Suspiró ante el desconcierto de él—. Sé que no tiene sentido para ti, ¿y por qué habría de ser diferente? Estás tan acostumbrado a tener empleados que no los ves.
—Su nombre es Henri, el cocinero se llama Jacques y la empleada que se ofreció tan irrespetuosamente a lavarte la ropa interior es Marie. —O, tal vez, Monique, pensó.
—No quiero empezar una pelea. —Se acercó a Rogan y tomó sus manos entre las suyas—. No puedo relajarme como tú con todas esas personas merodeando por la casa. Sencillamente no estoy acostumbrada, y no creo que quiera acostumbrarme. Hazlo por mí, Rogan, por favor. Dales unos días libres.
—Espera aquí.
Cuando Rogan salió, Maggie se quedó de pie en la terraza sintiéndose como una idiota. Allí estaba ella, reflexionó, descansando en una villa mediterránea con todo lo que pudiera desear al alcance de la mano y aun así no estaba satisfecha.
Había cambiado, comprendió. En los pocos meses que habían pasado desde que conocía a Rogan había cambiado. No sólo quería más ahora, sino que codiciaba más de lo que no tenía. Quería la comodidad y el placer que puede dar el dinero, y no sólo para su familia, sino para ella también.
Había lucido diamantes y había bailado en París. Y quería hacerlo de nuevo.
Sin embargo, en lo más profundo de su ser, persistía esa pequeña y cálida necesidad de ser sólo ella, de no necesitar nada ni a nadie. Si perdía eso, pensó Maggie con un latigazo de pánico, lo perdería todo.
Agarró su cuaderno de dibujo y pasó las páginas. Pero, durante un momento aterrador, se le puso la mente en blanco, tan en blanco como la página que tenía ante ella. Luego empezó a dibujar frenéticamente, con una violenta intensidad que estalló como un vendaval.
Se dibujó a sí misma. Dos caras entrelazadas pero divididas tratando de unirse nuevamente. Pero ¿cómo podrían hacerlo, cuando eran tan opuestas la una a la otra?
Por un lado, el arte por el arte. La soledad por la cordura. La independencia por el orgullo. Y, por el otro lado, ambición, avidez y necesidades.
Observó el dibujo terminado, sorprendida de que le hubiera salido tan rápidamente. Y ahora sentía una terrible calma. Quizá fueran esas dos fuerzas opuestas las que la hacían ser quien era. Y quizá si alguna vez pudiera estar realmente en paz, sería menos de lo que podía ser.
—Ya se han ido.
Con la mente todavía vagando, le lanzó una mirada vacía a Rogan.
—¿Qué? ¿Quién se ha ido?
Riéndose, Rogan sacudió la cabeza.
—El personal. Eso era lo que querías, ¿no?
—¿El personal? Oh. —Se le aclaró la mente, se sosegó—. ¿Los has despachado? ¿A todos?
—Sí, aunque sólo Dios sabe qué vamos a comer estos días. Pero…
Se interrumpió cuando ella saltó a sus brazos, como si fuera una bala y la hubieran disparado hacia él. Rogan se tambaleó, tratando de mantener el equilibrio de ambos para no caerse contra la puerta de vidrio que estaba detrás de ellos o barandilla abajo.
—Eres un hombre maravilloso, Rogan. Un príncipe.
Rogan se alejó de la barandilla con ella en sus brazos y miró con recelo la caída.
—Por poco soy un hombre muerto.
—¿Estamos solos? ¿Completamente solos?
—Completamente. Y me he ganado la gratitud eterna de todo el personal, desde el mayordomo para abajo. Una de las criadas ha llorado de alegría. —Como él se imaginaba que iba a hacer, debido a las vacaciones extra que les había dado a todos los empleados—. Así que ahora pueden irse a la playa o a donde su corazón los lleve. Y así tenemos toda la casa para nosotros.
Maggie lo besó con fuerza.
—Y estamos a punto de usar cada centímetro de ella. Empezaremos con ese sofá que está en la sala.
—¿De verdad? —Divertido, Rogan no protestó cuando ella empezó a desabotonarle la camisa—. Hoy estás llena de exigencias, Margaret Mary.
—El asunto de los empleados era una petición. Lo del sofá es una orden.
Rogan levantó una ceja.
—La tumbona está más cerca.
—Entonces que así sea —dijo Maggie, y se rió cuando él la empujó hacia la tumbona—. Que así sea.
Durante los días siguientes tomaron el sol en la terraza, caminaron por la playa y se bañaron perezosamente en la piscina en forma de laguna con el murmullo de las fuentes de fondo. Se las apañaron, sin mucho éxito, para preparar algo y comer en la cocina, y por las tardes pasearon por el campo. También hubo, para el gusto de Maggie, demasiado teléfono.
Debían ser unas vacaciones, pero Rogan estuvo siempre a una llamada o un fax de distancia de su trabajo. Algo pasó con la fábrica de Limerick, algo más con una subasta en Nueva York y luego oyó unos susurros ininteligibles sobre un terreno para construir otra sucursal de Worldwide.
Eso habría disgustado a Maggie si no hubiera empezado a entender que para Rogan su trabajo era tan parte de su identidad como su arte lo era para ella. Dejando a un lado las diferencias, Maggie no podía quejarse de que Rogan pasara un par de horas encerrado en su despacho todos los días cuando él aceptaba que el desarrollo de sus dibujos la absorbiera.
Si Maggie hubiera creído que un hombre y una mujer pueden encontrar el tipo de armonía necesaria para pasar toda una vida juntos, habría pensado que la había encontrado con Rogan.
—Déjame ver lo que has hecho.
Con un bostezo de satisfacción, Maggie le pasó el cuaderno de dibujo. El sol se estaba poniendo, el cielo brillaba en mil colores. Entre ellos, la botella de vino que Rogan había escogido de su bodega descansaba en una cubitera de plata. Maggie levantó su copa, bebió y se recostó en la tumbona para disfrutar de su última noche en Francia.
—Vas a estar ocupada cuando llegues a casa —comentó Rogan mirando los dibujos—. ¿Cómo vas a escoger con cuál empezar?
—El dibujo me va a escoger a mí. Y a pesar de todo lo que he disfrutado haciendo el vago, estoy ansiosa por volver a casa y encender el horno.
—Si quieres, puedo hacer que enmarquen los dibujos que hiciste para Brianna. Para ser simples dibujos a lápiz están bastante bien. Me gusta particularmente… —Se interrumpió cuando pasó la página y se encontró con algo totalmente diferente de un dibujo del mar o un paisaje—. ¿Y qué tenemos aquí?
Demasiado perezosa para moverse, Maggie sólo miró por encima de la botella.
—Ah, sí. Por lo general no hago retratos, pero ése fue irresistible.
Era un dibujo de él, estirado sobre la cama, con el brazo en el aire como si estuviera tratando de alcanzar algo. Tratando de alcanzarla a ella.
El dibujo lo pilló por sorpresa y no lo complació mucho. Entonces frunció el ceño.
—Me dibujaste cuando estaba dormido.
—No quise despertarte y romper el momento. —Se llevó la copa a los labios y sonrió dentro de ella—. Estabas durmiendo tan dulcemente… Tal vez quieras colgar ese dibujo en tu galería de Dublín.
—Estoy sin ropa.
—Es un «desnudo», te recuerdo que ésa es la palabra que se usa para referirse a una obra de arte. Y desnudo resultas muy artístico, Rogan. Lo firmé para que puedas venderlo a buen precio.
—Creo que no lo haré.
Maggie presionó la lengua contra la mejilla, maliciosamente.
—Como mi agente es tu obligación vender mi trabajo. Siempre estás diciendo eso. Y éste, si me permites decirlo, es uno de mis mejores dibujos. Si te fijas en la luz y cómo se refleja sobre los músculos de tu…
—Ya veo —contestó con voz ahogada—. Y así lo verá todo el mundo.
—No tienes que ser modesto. Estás en buena forma, y creo que lo he capturado aún mejor en este otro dibujo.
A Rogan, sencillamente, se le heló la sangre.
—¿Otro?
—Sí, mira… —Se inclinó hacia él para pasar las páginas ella misma—. Aquí está. Incluso muestra un poco más de… contraste cuando estás de pie, creo. Y se trasluce un poco de esa arrogancia también.
Rogan se quedó sin palabras. Lo había dibujado de pie en la terraza, con una mano sobre la barandilla y una copa de brandy en la otra, Y estaba sonriendo, una sonrisa soberbia le remataba la expresión del rostro. Era todo lo que llevaba puesto.
—Nunca he posado así. Y nunca he estado desnudo tomando brandy en la terraza.
—Es una licencia artística —contestó Maggie despreocupadamente y encantada de haberlo desconcertado tanto—. Conozco tan bien tu cuerpo que puedo dibujarlo de memoria. Habría estropeado el tema si me hubiera tomado la molestia de dibujarte con ropa.
—¿El tema? ¿Cuál es el tema?
—Amo de la casa. Creo que ése es el título que le voy a poner. A los dos, de hecho. Debes venderlos como una serie.
—No los voy a vender.
—¿Y por qué no? Quiero saber la razón. Has vendido varios de mis dibujos que no son ni remotamente tan buenos como estos dos. Y no quería que los vendieras, pero como firmé en la línea de puntos, los vendiste. Pero ahora sí quiero que pongas a la venta esta serie. —Le bailaron los ojos—. De hecho, insisto, como creo que es mi derecho, contractualmente hablando.
—Entonces los compraré yo.
—¿Cuál es tu oferta? Mi corredor me dice que el precio está subiendo.
—Me estás chantajeando, Maggie.
—Sí. —Le dio un golpecito a la copa de Rogan con la suya, brindando, y bebió—. Tendrás que darme lo que te pida.
Rogan le echó un último vistazo al dibujo antes de cerrar decididamente el cuaderno.
—¿Y cuánto quieres?
—Veamos… Creo que si me llevaras arriba y me hicieras el amor hasta que la luna esté en lo alto, podríamos cerrar el negocio.
—Tienes un acertado sentido de los negocios.
—He aprendido de un maestro —replicó, y empezó a levantarse, pero él la agarró del brazo y la atrajo hacia sí.
—No quiero que caigamos en lagunas jurídicas en este negocio. Creo que los términos eran que debía llevarte arriba.
—Tienes razón. Supongo que ésa es la razón por la cual necesito un agente. —Maggie enredó sus dedos en el pelo de Rogan mientras él la conducía en brazos hacia la casa—. Sabes, por supuesto, que si no quedo satisfecha con el resto de los términos, el negocio se cancela.
—Estarás muy satisfecha.
En lo alto de las escaleras, Rogan se detuvo para besarla. La respuesta de Maggie fue, como siempre, inmediata y urgente, y, como siempre, le aceleró el corazón. Rogan entró en la habitación con ella en brazos. La tenue luz del atardecer se colaba por las ventanas. Pronto el cielo se pondría gris y oscurecería. No pasarían a oscuras su última noche solos.
Pensando en eso, la depositó sobre la cama y cuando ella extendió las manos para atraerlo hacia sí, él se escabulló para ir a encender unas velas. Estaban dispersas por toda la habitación, algunas eran anchas y bajas, mientras que otras eran delgadas y largas, pero todas estaban quemadas hasta diferentes puntos. Maggie se arrodilló en la cama mientras Rogan las encendía e inundaba de luz dorada la habitación.
—Qué romántico… —Maggie sonrió y se sintió extrañamente conmovida—. Parece que un poco de chantaje merece la pena.
Rogan se detuvo, con una cerilla encendida entre los dedos.
—¿He sido poco romántico, Maggie?
—Sólo estaba bromeando —respondió, y se echó para atrás el pelo. La voz de Rogan había sonado demasiado seria—. No necesito romanticismo. La lujuria sincera es bastante para mí.
—¿El eso lo que tenemos? —Pensativo, encendió otra vela y apagó la cerilla—. Lujuria.
Riéndose, Maggie extendió los brazos hacia él.
—Si dejaras de pasearte por la habitación y vinieras aquí, te mostraría exactamente lo que tenemos.
Maggie estaba deslumbrante a la luz de las velas y con los últimos colores del día colándose por la ventana junto a la cama. Tenía el pelo en llamas, la piel dorada por esos días al sol, y los ojos, alerta y burlones, eran una indudable invitación.
En otros días o noches, probablemente Rogan habría cedido y se habría sumergido en esa invitación, la habría aceptado y se habría deleitado en ella y en la tormenta de fuego que podían generar juntos. Pero le había cambiado el ánimo. Caminó lentamente hacia ella y la tomó de las manos antes de que Maggie pudiera tirar de él ávidamente hacia la cama; se las llevó a los labios y se las besó mientras la miraba fijamente.
—Ese no fue el trato, Margaret Mary. Debía hacerte el amor. Hace ya tiempo que es así. —Mantuvo las manos de Maggie entre las suyas y le puso los brazos a los lados al tiempo que se inclinó hacia ella para besarle los labios—. Ya es hora de que me dejes.
—¿Qué tonterías son ésas? —La voz de Maggie sonó tensa. Rogan empezó a besarla como lo había hecho sólo una vez antes, lenta, suavemente y con la mayor concentración—. He hecho más que dejarte un montón de veces.
—Así, no. —Rogan sintió las manos de ella flexionarse contra las de él y que su cuerpo retrocedía—. ¿Tanto miedo le tienes a la ternura, Maggie?
—Por supuesto que no. —No podía recuperar el aliento, a pesar de que podía escucharlo, sentirlo llegar despacio y pesado a través de sus labios. Todo el cuerpo le hormigueaba, a pesar de que él a duras penas la estaba tocando. Algo se le estaba escapando—. Rogan, no quiero…
—¿No quieres que te seduzca? —preguntó, levantando los labios de los de ella y paseándolos lentamente sobre su cara.
—No, no quiero —respondió, pero echó la cabeza hacia atrás cuando él empezó a acariciarle el cuello con los labios.
—Pues estás a punto de ser seducida.
Rogan le soltó las manos y la atrajo hacia sí. No fue un abrazo febril esta vez, sino una posesión ineludible. Maggie sintió los brazos increíblemente pesados cuando los pasó por detrás del cuello de Rogan. No pudo hacer más que aferrarse a él mientras la acariciaba en la cara y el pelo con la punta de los dedos, caricias que sentía tan ligeras como un susurro al viento.
Volvió a besarla en la boca y fue un beso húmedo, profundo, suntuoso, que duró una eternidad, hasta que Maggie se volvió tan maleable como cera entre sus brazos. Rogan se dio cuenta en ese momento, mientras la acostaba de nuevo sobre la espalda, de que había estado engañándose a él y engañándola a ella. Al dejar que sólo el fuego los rigiera, les había negado la posibilidad a ambos de experimentar los gozos cálidos y disponibles de la ternura.
Esa noche sería diferente. Esa noche la llevaría a través de un laberinto de sueños antes de llegar a las llamas.
El sabor de Rogan se filtró en ella, deslumbrándola y sorprendiéndola con ternura. El ansia que había sido hasta entonces una gran parte de su acto sexual se derritió en una perezosa paciencia que Maggie no pudo resistir ni rechazar. Mucho antes de que Rogan le abriera la blusa y le acariciara la piel con esos dedos suaves e inteligentes, ella ya estaba flotando.
Débilmente, los brazos de Maggie se resbalaron de los hombros de Rogan y cayeron a su costado. Contuvo el aliento y luego exhaló, al tiempo que él la lamía, buscando sabores secretos, regodeándose en ellos, saboreándola. A la deriva, durante ese lento recorrido de sensaciones, Maggie era consciente de cada punto que Rogan iba despertando y que estaba conectado con la fuerza interna que descansaba en lo más profundo de su ser. Era muy diferente de una explosión. Era mucho más devastador.
Maggie murmuró su nombre cuando Rogan le puso una mano en la nuca y levantó su cuerpo derretido hacia él.
—Eres mía, Maggie. Nadie más te traerá nunca hasta aquí.
Ella debió poner objeciones ante esa nueva exigencia de exclusividad, pero no pudo. La boca de Rogan estaba recorriéndola toda otra vez, como si tuviera años, décadas, para completar su exploración.
La luz de las velas titiló somnolientamente contra los párpados de Maggie. Olía las flores que había recogido esa mañana y que había puesto en el florero azul, junto a la ventana. Escuchó la brisa que anunciaba la noche mediterránea con el perfume de las flores y las estelas en el mar. Bajo los dedos y los labios de Rogan, su piel se suavizó y sus músculos temblaron.
¿Cómo era posible que Rogan no hubiera sabido que la deseaba así? Todos los fuegos amainaron, sólo quedaron brasas ardiendo y humo dispersándose. Maggie se movió bajo sus manos, impotente, incapaz de hacer nada más salvo absorber lo que él le daba, seguir hacia donde él la guiara. A pesar de que la sangre se le agolpaba en la cabeza, en las extremidades, Rogan fue capaz de seguir acariciándola suavemente, incitándola, esperándola, observando cómo se resbalaba de una sensación a otra.
Cuando Maggie tembló, cuando otro gemido se escapó de sus labios, Rogan la tomó de las manos otra vez con una de las suyas, para que con la otra tuviera la libertad de urgiría sobre la primera cima.
Maggie arqueó el cuerpo y pestañeó. Rogan observó mientras ese primer puño de terciopelo le quitó el aliento. Entonces se volvió fluida otra vez, lánguida, y se relajó. El placer de ella brotó dentro de él.
El sol se ocultó. Las velas titilaron. Rogan la guió hacia arriba nuevamente, un pico más alto que la hizo gemir débilmente. El sonido hizo eco en suspiros y murmullos. Cuando el corazón se le colmó tanto que también pareció gemir, Rogan se introdujo dentro de ella y la tomó con ternura, mientras la luna ascendía en el cielo.
Tal vez dormitó. Supo que había soñado. Cuando abrió los ojos de nuevo, la luna estaba en lo alto y la habitación, vacía. Sintiéndose lánguida como una gata, consideró acurrucarse de nuevo, pero incluso al hundir la cabeza en la almohada sabía que no podría dormir sin él.
Se levantó, flotando ligeramente, pues todavía sentía los efectos del vino en la cabeza. Se puso una delicada bata de seda que Rogan había insistido en prestarle, que se acomodó suavemente sobre su piel, y salió a buscarlo.
—Debí suponer que te encontraría aquí. —Rogan estaba en la cocina, de pie y sin camisa ante el horno—. ¿Pensando en tu estómago?
—Y en el tuyo, cariño. —Apagó el fuego bajo la sartén antes de volverse para mirarla—. Huevos.
—¿Qué más? —Ninguno de los dos sabía cocinar—. No me sorprendería que mañana llegáramos a Irlanda cacareando. —Maggie se sentía inesperadamente extraña; entonces se pasó una mano por el pelo, y después otra vez—. Debiste haberme levantado para que preparara algo de comer.
—¿Obligarte a hacer algo? Si lo consiguiera, sería la primera vez —dijo, y alcanzó un par de platos.
—Bueno, simplemente habría preparado algo. No siento que haya cumplido con mi parte antes.
—¿Antes?
—Arriba, en la habitación. No he hecho exactamente mi trabajo.
—Un trato es un trato —replicó Rogan, sirviendo los huevos en ambos platos—. Y desde mi punto de vista, lo has hecho muy, muy bien. Verte disfrutar me produjo un increíble placer. —Uno que pretendía experimentar de nuevo muy pronto—. ¿Por qué no te sientas y comes? La luna se quedará en lo alto un buen rato todavía.
—Ya me imagino. —Sintiéndose más cómoda, se sentó junto a él a la mesa—. Y puede que esto me devuelva la energía. Yo no sabía —dijo con la boca llena— que el sexo pudiera debilitar tanto.
—Eso no ha sido sólo sexo.
Maggie detuvo el tenedor a mitad de camino entre el plato y su boca al escuchar el tono de voz de Rogan. Había dolor debajo del agudo disgusto, y Maggie lamentó haberlo causado. Se sorprendió de que pudiera herirlo.
—No he pretendido decirlo así, Rogan, no de forma tan impersonal. Cuando dos personas se tienen cariño…
—Yo no sólo te tengo cariño, Maggie, es mucho más… Estoy enamorado de ti.
El tenedor se le resbaló entre los dedos y cayó sobre el plato. El pánico se le clavó en la garganta como un par de colmillos hambrientos y afilados.
—No es cierto.
—Sí, sí lo es —repuso Rogan tranquilamente, aunque se maldijo a sí mismo por hacer semejante declaración en una cocina totalmente iluminada y mientras comían unos huevos bastante mal hechos—. Y tú estás enamorada de mí.
—No, no lo estoy. No es así. No puedes decirme cómo estoy o lo que soy.
—Puedo cuando eres demasiado tonta para decirlo tú misma. Lo que hay entre nosotros es mucho más que atracción física. Si no fueras tan cabezota, dejarías de fingir que sólo es eso.
—No soy cabezota.
—Sí que lo eres. Pero he descubierto que ésa es una de las cosas que me gustan de ti. —Estaba pensando fríamente ahora, complacido de haber recuperado el control—. Habríamos podido discutir esto en un ambiente más apropiado, pero conociéndote, la verdad es que no importa. Estoy enamorado de ti y quiero que te cases conmigo.