París estaba caluroso, sofocante y lleno de gente. El tráfico era espantoso. Coches, autobuses y motocicletas hacían estruendo, viraban bruscamente y aceleraban. Parecía que los conductores, encorvados sobre el volante, quisieran retarse unos a otros a duelos en la carretera. En las aceras, la gente caminaba deprisa y se pavoneaba como si participara en un desfile colorido. Las mujeres, todas con falda corta, como había anunciado Joseph, parecían esbeltas, aburridas e increíblemente chics. Los hombres, igual de sofisticados, las veían pasar desde las pequeñas mesas de los cafés, en donde bebían vino tinto o café solo bien cargado.
Las flores eran una explosión de color, estaban abiertas por todas partes: rosas, gladiolos, caléndulas, dragones amarillos y begonias, todas brillaban en los puestos de venta de flores, en los parques y en los brazos de jóvenes parisinas cuyas piernas brillaban al sol como cuchillas.
Se veían muchachos patinando con mochilas de las cuales sobresalían largas barras de pan. Y hordas de turistas caminaban de aquí para allá cámara en mano tomando fotos a diestro y siniestro para dejar plasmada su visita a París.
Y también había perros, montones de ellos. Toda la ciudad parecía una jauría de perros. Iban de la correa de sus dueños, merodeaban en los callejones y revoloteaban frente a las tiendas de alimentación. Incluso el perro callejero más ordinario parecía exótico, maravillosamente extranjero y arrogantemente francés.
Maggie vio todo eso desde la ventana de su hotel, que miraba a la plaza de la Concordia. Estaba en París. El aire estaba lleno de aromas, sonidos y luz deslumbrante. Y su amante dormía como un tronco en la cama que había detrás de ella.
O eso pensaba Maggie.
Rogan había estado observándola mientras ella miraba por la ventana. Maggie estaba recostada contra el gran ventanal, sin importarle que el pijama de algodón le dejase al descubierto el hombro izquierdo. Se había mostrado totalmente indiferente a la ciudad cuando llegaron la noche anterior. Abrió los ojos de par en par cuando entraron en el lujoso vestíbulo del Hotel de Crillon, pero no hizo ningún comentario cuando se registraron. Tampoco dijo mucho cuando entraron en la amplia y majestuosa suite, sólo la recorrió mientras Rogan le daba la propina al botones. Y cuando Rogan le preguntó si le gustaba la habitación, Maggie contestó que estaba bien. La respuesta lo hizo reír y arrastrarla hasta la cama.
Pero en ese momento no actuaba con tanta displicencia, notó Rogan. Podía ver la emoción destellar a su alrededor mientras miraba hacia las calles y absorbía la bulliciosa vida de la ciudad. Nada podía complacerlo más que darle París.
—Si te inclinas mucho más, vas a detener el tráfico.
Maggie se sobresaltó y quitándose el pelo de la cara miró hacia donde él estaba, entre sábanas revueltas y una montaña de almohadas.
—Ni una bomba podría detener ese tráfico. ¿Por qué quieren matarse?
—Es una cuestión de honor. ¿Qué opinas de la ciudad a la luz del día?
—Está llena de gente, peor que Dublín. —Cediendo, le sonrió—. Es preciosa, Rogan. Como una mujer vieja y malhumorada que es el centro de atención. Allí abajo hay un vendedor rodeado por un mar de flores. Y cada vez que alguien se detiene a mirar o comprar, él hace caso omiso de la persona, como si estuviera más allá de su dignidad prestarle atención. Pero recibe el dinero y cuenta cada moneda. —Maggie volvió a la cama y se acostó estirada sobre Rogan—. Entiendo perfectamente cómo se siente el vendedor —murmuró—. Nada te puede poner de peor genio que vender lo que amas.
—Si no vendiera las flores, se morirían —replicó Rogan sujetándole la barbilla—. Si no vendieras lo que amas, parte de ti moriría también.
—La parte que necesita comer se moriría, sin lugar a dudas. ¿Vas a llamar a uno de esos botones tan elegantes para que nos traiga el desayuno?
—¿Qué te apetece?
A Maggie le bailaron los ojos.
—Humm, de todo. Empezando por esto… —dijo, y quintándole las sábanas de encima, comenzó a besarlo.
Un poco más tarde, Maggie salió de la ducha y se envolvió en el elegante albornoz blanco que estaba colgado detrás de la puerta del baño. Al salir, encontró a Rogan sentado a la mesa junto a la ventana de la sala sirviendo el café y leyendo el periódico.
—Ese periódico está en francés —dijo olisqueando una cestita llena de cruasanes—. ¿Lees en francés y en italiano?
—Mmmm. —Rogan tenía los ojos clavados en la sección financiera. Estaba pensando en llamar a su corredor de bolsa.
—¿Qué más?
—¿Qué más qué?
—Qué más lees, hablas. Qué otros idiomas, quiero decir.
—Sé algo de alemán y suficiente español para hacerme entender.
—¿Gaélico?
—No. —Pasó la página, buscando las noticias sobre las subastas de arte—. ¿Y tú?
—Mi abuelo materno hablaba gaélico, él me enseñó. —Le untó mermelada ávidamente a un cruasán caliente—. Ya no sirve de mucho, supongo, salvo para maldecir. No te servirá para conseguir la mejor mesa en un restaurante francés, en cualquier caso.
—Es valioso. Hemos perdido tanto de nuestra herencia… —Eso era algo sobre lo que pensaba con frecuencia—. Es una pena que en Irlanda sólo unos pequeños grupos aislados todavía hablen irlandés. —Y dado que la conversación le recordaba la idea que venía considerando desde hacía tiempo, dobló el periódico y lo puso a un lado—. Di algo en gaélico.
—Estoy comiendo.
—Dime algo, Maggie, en la lengua antigua. —Maggie emitió un sonido de impaciencia, pero pronunció algunas palabras. Aquel idioma sonó musical, exótico y tan ajeno a él como el griego—. ¿Qué has dicho?
—Que es un placer ver tu cara por las mañanas. —Sonrió—. Como verás, es un idioma útil tanto para halagar como para maldecir. Ahora dime tú algo en francés.
Rogan hizo más que hablarle en francés. Se inclinó hacia delante, tocó con sus labios ligeramente los de ella y le dijo en voz baja:
—Me reveiller à côte de toi, c’est le plus beau de tous les rêves.
A Maggie el corazón le dio un largo y lento vuelco.
—¿Qué significa?
—Que despertar a tu lado es más hermoso que cualquier sueño.
Maggie bajó la mirada.
—Bueno, parece que el francés es un idioma más dado a los sonidos bonitos que el inglés.
Su reacción inmediata, sin premeditación y muy femenina, excitó y divirtió a Rogan.
—Te he conmovido. Debí hablarte en francés antes.
—No seas tonto —replicó, pero era cierto que la había conmovido, profundamente. Combatió la debilidad dedicándose a su desayuno—. ¿Qué estoy comiendo?
—Huevos Benedictine.
—Están deliciosos —dijo con la boca llena—. Muy buenos. ¿Qué vamos a hacer hoy, Rogan?
—Todavía estás sonrojada, Maggie.
—Claro que no. —Lo miró a los ojos y entornó los suyos, retadores—. Quisiera saber qué planes tienes. Prefiero creer que esta vez los vas a discutir conmigo primero, en lugar de arrastrarme como a un perro idiota.
—Estoy empezando a encariñarme con esa avispa que llamas lengua —dijo amablemente—. Probablemente esté perdiendo la razón, pero antes de que me aguijonees de nuevo, pensaba que primero querrías ver algo de la ciudad. Sin lugar a dudas te encantará el Louvre. Así que he dejado la mañana libre para hacer turismo, ir de compras o hacer cualquier cosa que te apetezca. Después, por la tarde, iremos a la galería.
La idea de caminar por el maravilloso museo le llamó mucho la atención. Llenó la taza de café de Rogan y luego se preparó su propia taza de té.
—Me gustaría caminar por ahí, supongo. En cuanto a ir de compras, quisiera buscar algo bonito para Brianna.
—Deberías comprarte algo tú también.
—Yo no necesito nada. Además, no puedo permitirme el lujo.
—Eso es absurdo. No tienes necesidad de negarte un regalo o dos. Te lo has ganado.
—Ya me he gastado lo que gané. —Lo miró por encima de la taza—. ¿Tienen el valor de llamar a esto té?
—¿Qué quieres decir con que te has gastado lo que ganaste? —preguntó Rogan poniendo el tenedor sobre el plato—. Hace tan sólo un mes te di un cheque de seis cifras. No puede ser que lo hayas malgastado tan pronto.
—¿Malgastarlo? —Señaló peligrosamente con el cuchillo—. ¿Acaso parezco una cabeza loca?
—Dios santo, no.
—¿Y qué se supone que significa eso? ¿Que no tengo el gusto o el criterio necesarios para gastar bien mi dinero?
Rogan levantó una mano en señal de paz.
—Sólo significa no. Pero si has malgastado todo el dinero que te di, quisiera saber cómo.
—No he malgastado nada. Además, no es de tu incumbencia.
—Tú eres de mi incumbencia, Maggie. Y si no eres capaz de manejar tu dinero, yo puedo hacerlo por ti.
—Por supuesto que no. Es mi dinero, tacaño pomposo. Y se ha ido, la mayoría, por lo menos. Así que lo que tienes que hacer es ver cómo consigues vender más piezas y darme más dinero.
—Eso es precisamente lo que voy a hacer. Ahora dime qué hiciste con el que te di —insistió, cruzando los brazos en espera de una respuesta.
—Me lo gasté. —Furiosa, abochornada, se levantó de golpe de la mesa—. Tengo gastos, necesitaba materiales y fui tan tonta que me compré un vestido.
—Has gastado en un mes casi doscientas mil libras en materiales y un vestido.
—Tenía una deuda —dijo con un gruñido—. ¿Y por qué tendría que explicártelo? En tu maldito contrato no dice nada sobre cómo debo gastar mi dinero.
—El contrato no tiene nada que ver con esto —dijo Rogan pacientemente, porque podía ver que no era tanto ira sino humillación lo que la impulsaba—. Sólo te estoy preguntando adónde ha ido el dinero. Pero es cierto que no tienes obligación legal de contestarme.
El tono conciliador de Rogan no hizo sino acrecentar la humillación de Maggie.
—Le compré una casa a mi madre, a pesar de que nunca me lo va a agradecer. Y tuve que amueblársela, por supuesto, porque de lo contrario le hubiera quitado todo a Brianna, hasta el último cojín. —Totalmente frustrada, se llevó las manos al pelo—. Y tuve que contratar a Lottie y comprarles un coche. Y hay que pagarle todas las semanas, así que le di a Brie el dinero de seis meses de salario y el necesario para la manutención de mi madre. Y luego estaba la hipoteca de la casa, aunque Brie se va a poner furiosa cuando sepa que la pagué. Pero tenía que hacerlo, pues mi padre hipotecó la casa para darme el dinero. Así que ya está hecho. Le di mi palabra y la cumplí, y no voy a tolerar que tú vengas a decirme qué debo o no debo hacer con mi dinero.
Mientras hablaba, había ido de un lado a otro de la estancia, pero ahora que había terminado se detuvo junto a la mesa, donde Rogan continuaba sentado en silencio, pacientemente.
—Si me permites resumir —dijo—, le compraste una casa a tu madre, la amueblaste, compraste un coche y contrataste a una asistenta. Pagaste la hipoteca, lo que disgustará a tu hermana, pero sentiste que era tu responsabilidad hacerlo. Le diste a Brianna suficiente dinero para mantener a tu madre seis meses y compraste materiales. Y con lo que te quedó te compraste un vestido.
—Así es. Eso es lo que he dicho. ¿Y qué?
Maggie se quedó de pie junto a la mesa, temblando de la furia, con los ojos brillantes y agudos, ávidos de confrontación. Rogan pensó que podría decirle que la admiraba por su increíble generosidad y su lealtad a su familia. Pero dudó de que ella pudiera apreciar el esfuerzo.
—Eso lo explica todo. —Levantó su taza de café—. Me encargaré de que recibas un anticipo.
Maggie no estaba segura de que pudiera hablar. Pero cuando su voz brotó sonó como un siseo peligroso.
—No quiero tu maldito anticipo. No lo quiero. Sólo quiero el dinero que me haya ganado.
—Te lo estás ganando, y bastante bien. No es caridad, Maggie, ni siquiera un préstamo. Es una simple transacción de negocios.
—Malditos sean tus negocios. —Tenía la cara roja de la vergüenza—. No recibiré ni un penique que no me haya ganado. Acabo de saldar muchas deudas y no me voy a meter en otras.
—Dios, sí que eres obstinada. —Tamborileó con los dedos sobre la mesa tratando de analizar la reacción de Maggie y entender su arranque de pasión. Si era la necesidad de mantener su orgullo intacto, él podía ayudarla a hacerlo—. Está bien. Entonces haremos esto de otra manera. Nos han hecho varias ofertas por tu Entrega, ofertas que he rechazado.
—¿Las has rechazado?
—Sí. La última, creo, fue de treinta mil.
—¡Libras! —La palabra salió de ella como lava—. ¿Ofrecieron treinta mil libras por ella y tú dijiste que no? ¿Estás loco? Puede parecer muy poco o nada para ti, Rogan Sweeney, pero yo puedo vivir bien con esa cantidad durante más de un año. Si así es como te ocupas de…
—Cállate. —Y como Rogan habló tan calmadamente, en tono un poco ausente, ella guardó silencio—. Rechacé la oferta porque quiero comprar la escultura para mí, después de que vuelva de la gira. Aunque ahora te la compraré de una vez, pero seguirá en la gira como parte de mi colección. Te daré treinta y cinco mil libras por ella.
Rogan mencionó la cantidad como si se tratara de unas monedas que se ponen casualmente sobre el escritorio.
—¿Por qué? —preguntó Maggie sintiendo que algo dentro de ella palpitaba como el corazón de un pájaro asustado.
—Por ética no puedo comprar una obra para mí por la misma cantidad que ha ofrecido un cliente.
—No, quiero decir que por qué la quieres.
Rogan dejó de hacer cuentas mentales y la miró fijamente.
—Porque es una pieza bellísima, un trabajo íntimo. Y porque cada vez que la miro recuerdo la primera vez que te hice el amor. Tú no querías venderla. ¿Creíste que no me di cuenta de la expresión de tu rostro el día que me la mostraste? ¿Realmente pensaste que yo no podría entender cuánto te dolía tener que entregarla? —Sin poder hablar, Maggie negó con la cabeza y le dio la espalda—. La escultura era mía, Maggie, aun antes de que la terminaras. Tanto, creo, como es tuya. Y nadie más la tendrá. Nunca he tenido la intención de venderla ni de dejar que nadie más la tenga.
Sin decir palabra, Maggie se fue hacia la ventana.
—No quiero que pagues por ella.
—No seas absurda…
—No quiero tu dinero —lo interrumpió, y habló, aprovechando que podía—. Tienes razón. Esa pieza es muy importante para mí y me encantaría regalártela. —Dejó salir un suspiro largo, mientras seguía con los ojos pegados a la ventana—. Me complacería saber que es tuya.
—Nuestra —contestó Rogan en un tono que hizo que Maggie se volviera a mirarlo—. Como estaba destinada a ser.
—Nuestra, entonces —dijo con un nuevo suspiro—. ¿Cómo puedo seguir estando furiosa contigo? —añadió quedamente—. ¿Cómo puedo rechazar lo que me haces?
—No puedes.
Maggie sintió temor de que él tuviera razón. Pero tenía la esperanza de poder, al menos, hacer su voluntad en una cosa.
—Te agradezco que me hayas ofrecido el anticipo, pero no lo quiero. Para mí es importante recibir sólo lo que me he ganado cuando me lo he ganado. Todavía tengo suficiente dinero para un tiempo. No quiero más por ahora. Lo que quedaba por hacer, ya se hizo, así que el dinero que llegue de aquí en adelante es para mí.
—Sólo es dinero, Maggie.
—Es muy fácil decirlo cuando tienes más de lo que vas a necesitar en toda tu vida. —El reproche que había en su voz, tan parecido al de su madre, la hizo detenerse en seco. Aspiró profundamente y dejó salir lo que tenía guardado en su corazón—. El dinero, su falta, era como una herida abierta en mi casa, igual que la habilidad de mi padre para perderlo y la constante exigencia de mi madre, que quería más y más. No quiero depender del dinero para ser feliz, Rogan. Y me asusta y me avergüenza pensar que podría ser así.
Así que, pensó Rogan examinándola, ésa era la razón por la cual había discutido todo el tiempo.
—¿No me dijiste una vez que no levantabas tu caña todos los días pensando cuánto dinero podrías ganar con ella?
—Sí, pero…
—¿Piensas en ello ahora?
—No, Rogan…
—Estás luchando contra sombras, Maggie. —Se levantó y fue hasta ella—. La mujer que eres ya decidió que el futuro será muy diferente del pasado.
—No puedo volver atrás —murmuró—. Incluso si quisiera, no puedo.
—No, no puedes. Tú eres una persona que siempre irá hacia delante. —Le dio un beso sobre una ceja—. ¿Te vistes, Maggie? Déjame darte París.
Y eso fue lo que hizo Rogan. Durante casi una semana le dio todo lo que la ciudad podía ofrecer, desde la magnificencia de Notre Dame hasta la intimidad de los cafés de luz tenue. Todas las mañanas compró flores en la tienda que había frente al hotel para dárselas a Maggie hasta que la suite olió como un jardín. Caminaron a lo largo del Sena bajo la luz de la luna, Maggie con sus zapatos en la mano y la brisa del río en las mejillas. Bailaron en clubes al ritmo de música norteamericana no muy bien interpretada y cenaron gloriosamente con vino en Maxim’s.
Maggie observaba a Rogan cuando iba por las aceras valorando el arte callejero, en busca de otro diamante en bruto. Una vez Rogan frunció el ceño cuando Maggie compró un dibujo muy malo de la Torre Eiffel, pero ella se rió y le contestó que a veces el arte está en el alma, no en la ejecución.
El tiempo que pasaron en la galería de París fue igual de emocionante para ella. Mientras Rogan daba órdenes, dirigía y arreglaba asuntos, Maggie vio relucir su arte bajo el ojo vigilante de él.
Intereses creados, había dicho Rogan. Maggie no podía negar que él atendía bien sus intereses. Fue tan apasionado y atento con su arte durante esas tardes en la galería como lo era con su cuerpo por las noches.
Cuando liquidaran los detalles finales y la última pieza se puso en su lugar, Maggie pensó que la exposición sería tanto resultado de los esfuerzos de Rogan como de los de ella misma. Pero aquella unión no siempre significaba armonía.
—Maldita sea, Maggie, si sigues enredando ahí dentro, vamos a llegar tarde.
Era la tercera vez en varios minutos que Rogan golpeaba la puerta de la habitación, a la que Maggie le había echado el pestillo.
—¡Pues a pesar de tus protestas seguiremos llegando tarde! —gritó—. Vete. Mejor todavía, vete solo a la galería, que yo llegaré cuando esté lista.
—No eres una persona de fiar —murmuró, pero Maggie había aguzado el oído.
—No necesito a un vigilante, Rogan Sweeney. —Estaba sin aliento intentando alcanzar la cremallera del vestido—. Nunca había conocido a un hombre que se guiase tanto por las agujas del reloj.
—Y yo nunca había conocido a una mujer tan despreocupada por el tiempo. ¿Podrías quitarle el pestillo a la puerta? Es exasperante tener que gritar a través de ella.
—Está bien, está bien. —Casi dislocándose el brazo, logró subirse la cremallera. Metió los pies en los zapatos color bronce que había comprado, de tacones ridículamente altos, y se maldijo por haber sido tan tonta de seguir el consejo de Joseph. Entonces abrió la puerta—. No me habría llevado tanto tiempo si hicieran la ropa de mujer con la misma consideración con que hacen la de hombre; vosotros tenéis la cremallera al alcance de la mano. —Se detuvo y se tiró del corto vestido hacia abajo—. ¿Qué tal? ¿Te parece bien?
Rogan no contestó, sólo giró un dedo en señal de que quería que ella se diera la vuelta. Entornando los ojos, Maggie le concedió el capricho y lo hizo.
El vestido no tenía tirantas y apenas espalda, y la parte inferior llegaba, provocadoramente, hasta la mitad del muslo. Brillaba en tonos bronce, cobre, oro, lanzaba chispas de fuego a cada exhalación. El pelo rojizo de Maggie encajaba con el atuendo, haciéndola parecer una vela encendida, estilizada y brillante.
—Maggie, me dejas sin respiración.
—La diseñadora no fue muy generosa con la tela.
—Admiro su mezquindad.
Cuando Rogan siguió admirándola sin decir ni hacer nada, Maggie le espetó:
—Has dicho que teníamos prisa.
—Pues he cambiado de opinión.
Maggie levantó una ceja al verlo acercarse a ella.
—Te lo advierto. Si me sacas de este vestido, será responsabilidad tuya volverme a meter en él.
—Por más atractiva que suene la idea, deberá esperar. Tengo un regalo para ti, y al parecer el destino guió mi mano al escogerlo. Complementa a la perfección tu vestido.
Del bolsillo interior de su esmoquin sacó una caja delgada de terciopelo.
—Ya me compraste un regalo. Ese enorme frasco de perfume.
—Ése era un regalo para mí. —Se inclinó para olerle el hombro desnudo. El olor ahumado del perfume bien podría haber sido creado con ella en mente—. Totalmente para mí. Esto es para ti.
—Bueno, como es demasiado pequeño para ser un contestador, lo acepto —dijo, riéndose, pero cuando abrió la caja, se le desvaneció la risa.
Sobre el fondo de terciopelo negro descansaba una gargantilla de rubíes, tres hileras de llamas cuadradas rodeadas de diamantes resplandecientes unidas entre sí por torzales de oro.
No era un adorno delicado, sino un destello audaz, un rayo de color, calor y resplandor.
—Algo para que te acuerdes de París —dijo Rogan mientras sacaba la gargantilla de la caja. Corría como sangre y agua entre sus dedos.
—Son diamantes, Rogan. No puedo llevar diamantes.
—Claro que puedes. —Le puso la gargantilla en el cuello y la miró a los ojos mientras cerraba el broche—. Tal vez no solos; resultarían fríos y no te quedarían bien. Pero con otras gemas… —Dio un paso atrás para apreciar el efecto—. Sí, totalmente apropiada. Pareces una diosa.
Maggie no podía dejar de tocar la gargantilla y acariciar las gemas. Las notaba tibias contra la piel.
—No sé qué decirte.
—Di: «Gracias, Rogan, es preciosa».
—Gracias, Rogan. —Sonrió ampliamente—. Es mucho más que preciosa, es deslumbrante.
—Igual que tú. —Se inclinó para besarla y luego le dio una palmada en el trasero—. Ahora apúrate o llegaremos tarde. ¿Dónde está tu abrigo?
—No tengo.
—Típico —murmuró él, y la sacó deprisa de la habitación.
Maggie pensó que estaba llevando su segunda inauguración con más estilo que la primera. No tenía el estómago tan revuelto ni estaba tan nerviosa. Y aunque consideró una o dos veces salir corriendo, se controló bastante bien.
Y si añoraba algo que no podía tener, se recordó que a veces el éxito tiene que ser suficiente por sí mismo.
—Maggie…
Se volvió dejando con la palabra en la boca a un francés que le hablaba con un acento muy fuerte y que no le había quitado los ojos del escote; vio con estupefacción que era su hermana.
—¿Brianna?
—Sí, soy yo. —Brianna se rió y abrazó a su atónita hermana—. Habría llegado hace una hora, pero ha habido problemas en el aeropuerto.
—Pero ¿cómo? ¿Cómo has llegado aquí?
—Rogan envió su avión a por mí.
—¿Rogan? —Desconcertada, Maggie lo buscó entre la gente hasta que lo encontró. Él sonrió, primero a ella y luego a Brianna, y después devolvió su atención a una enorme mujer vestida de encaje fucsia. Maggie llevó a su hermana a un rincón—. ¿Has venido en el avión de Rogan?
—Pensaba que iba a tener que defraudarte de nuevo, Maggie. —Más que abrumada al ver el trabajo de Maggie expuesto de esa manera en una sala llena de extranjeros exóticos, Brianna cogió a Maggie de la mano—. Así que empecé a organizarlo todo. Mamá está bien con Lottie, por supuesto, y sabía que podía dejar a Con con Murphy. Incluso le pedí a la señora McGee que se hiciera cargo del hotel durante uno o dos días. Pero luego estaba el problema de cómo venir.
—Querías venir… —dijo Maggie suavemente—. Querías hacerlo.
—Por supuesto que quería. Sólo quería estar contigo. Pero nunca me imaginé que sería así. —Brie miró al camarero de chaqueta blanca que le ofreció una copa de champán de su bandeja de plata—. Gracias.
—No pensé que te importara —repuso Maggie, que para aclarar la emoción de su voz dio un largo sorbo a su bebida—. Justo ahora estaba pensando que quería que te importara.
—Estoy orgullosa de ti, Maggie, muy orgullosa. Como ya te he dicho muchas veces.
—No te creía, ay, Dios mío. —Sintió que las lágrimas iban a empezar a brotar de sus ojos, pero parpadeó fieramente para alejarlas.
—Debería darte vergüenza menospreciar mis sentimientos de esa manera —espetó Brie.
—Nunca demostraste ningún interés… —contestó.
—Demostré todo el interés que pude. No entiendo lo que haces, pero eso no significa que no me sienta orgullosa de ti. —Con segundad, Brianna bebió de su copa y miró el contenido—. Oh —murmuró—, qué maravilla. ¿Quién habría pensado que esto pudiera saber así?
En medio de un ataque de risa, Maggie le dio un fuerte beso a su hermana.
—Que Jesús nos ampare, Brie. ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Nosotras dos, bebiendo champán en París?
—Pues lo que es yo, voy a disfrutarlo. Tengo que darle las gracias a Rogan. ¿Crees que podría interrumpirlo un momento?
—Después de que me hayas contado el resto. ¿Cuándo lo llamaste?
—Yo no lo llamé, él me llamó a mí. Hace una semana.
—¿Él te llamó?
—Sí, y antes de que pudiera decirle nada, me dijo lo que debía hacer y cómo debía hacerlo.
—Ese es Rogan.
—Dijo que me iba a mandar el avión y que su chófer me iba a recoger en el aeropuerto de París. Traté de decirle algo, pero me lo impidió. El chófer me llevaría al hotel. ¿Habías visto alguna vez un sitio así, Maggie? Es como un palacio.
—Yo casi me tragué la lengua cuando entré. Pero sigue…
—Después debía arreglarme y el chófer me traería aquí. Lo que de hecho hizo, aunque pensé que nos iba a matar por el camino. Y cuando llegué al hotel, esto estaba en la habitación, con una nota de Rogan que decía que le gustaría que me lo pusiera. —Pasó una mano por el vestido de seda azul brumoso que llevaba puesto—. No lo habría aceptado, pero en la nota me lo pedía de tal manera que hubiera sido descortés no ponérmelo.
—A Rogan se le da muy bien eso. Y estás fantástica con él.
—Me siento fantástica. Confieso que todavía me da vueltas la cabeza de tanto avión, coche y todo eso. Todo esto —dijo mirando alrededor—. Estas personas, Maggie, todas están aquí por ti.
—Me alegra que tú estés aquí. ¿Te presento a la gente para que puedas encandilarla por mí?
—La gente ya está encandilada de veros a las dos. —Rogan se paró junto a ellas y tomó a Brianna de la mano—. Es un placer volver a verte, Brianna.
—Te estoy tan agradecida por invitarme, que no sé por dónde empezar.
—Tu presencia me basta. ¿Puedo presentarte a los invitados? El señor LeClair, allí, ¿lo ves? Ese hombre extravagante que está junto al Ímpetu de Maggie me acaba de confesar que se ha enamorado de ti.
—Vaya, se enamora fácilmente, pero me encantaría conocerlo. También me gustaría recorrer la sala. Nunca había visto el trabajo de Maggie expuesto de esta manera.
A Maggie le costó unos minutos llamar a Rogan a un aparte.
—No me digas que tengo que circular por ahí —soltó antes de que él le dijera que tenía hacer justamente eso—. Tengo algo que decirte.
—Dímelo rápido. No está bien visto que monopolice a la artista.
—No me va a llevar mucho decirte que lo que has hecho es lo más bonito que han hecho por mí. Nunca lo olvidaré.
Rogan hizo caso omiso de la mujer que le habló en francés por encima del hombro y se llevó la mano de Maggie a los labios.
—No quería que estuvieras triste otra vez. Y además traer a Brianna ha sido la cosa más sencilla del mundo de coordinar.
—Puede que haya sido sencillo —replicó Maggie, recordando al artista andrajoso que Rogan había recibido en la galería. Eso también había sido sencillo—, pero no hace que el gesto sea menos bonito. Y para demostrarte lo que significa para mí, no sólo me voy a quedar toda la velada, hasta que se haya ido el último de los invitados, sino que hablaré con todos.
—¿Amablemente?
—Amablemente. No importa cuántas veces escuche la palabra «visceral».
—Ésa es mi chica. —Le dio un beso en la punta de la nariz—. Ahora vuelve a trabajar.