Fue una vaca lo que la despertó. Sus grandes y acuosos ojos examinaron el bulto durmiente acurrucado entre el pasto. Como las vacas no piensan mucho, salvo en comer y que las ordeñen, ésta en particular sólo olisqueó a Maggie en la cara un par de veces, mugió y luego se dedicó a pastar a su lado.
—Dios, ten piedad de mí. ¿Qué es ese ruido?
Con la cabeza, retumbándole como un enorme tambor de orquesta, Maggie se volvió hacia un lado y se tropezó con una de las patas delanteras de la vaca; entonces abrió los ojos, que tenía legañosos y enrojecidos.
—¡Dios santo!
El grito de Maggie reverberó dentro de su cabeza como un gong, y tuvo que llevarse las manos a las orejas, porque sintió como si le fueran a explotar. La vaca, estupefacta como ella misma, mugió y entornó los ojos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Sosteniéndose firmemente la cabeza, logró arrodillarse—. ¿Qué estoy haciendo yo aquí? —Como había quedado a la altura de la cabeza de la vaca, se miraron a los ojos la una a la otra con incredulidad—. He debido de quedarme dormida, ay. —Como defensa contra la terrible resaca, se llevó las manos de las orejas a los ojos—. Ay, la penitencia por tomarme un trago de más. Tan sólo me voy a sentar un momento aquí, si no te importa, mientras reúno fuerzas para levantarme.
Después de entornar los ojos nuevamente, la vaca siguió pastando.
La mañana estaba clara y tibia, llena de sonidos. Dentro de la cabeza dolorida de Maggie retumbaban el zumbido de un tractor, el ladrido de los perros y el canto de los pájaros. La boca le sabía como si hubiera comido carbón y tenía la ropa empapada por el rocío de la mañana.
—Pues está muy bien pasar la noche a la intemperie como un vagabundo borracho.
Finalmente pudo levantarse, se tambaleó una vez y se quejó. La vaca movió la cola, como demostrando compasión. Maggie se desperezó con cuidado y cuando dejaron de crujirle los huesos, estiró el resto del cuerpo para librarse del entumecimiento y echó una mirada alrededor por el campo.
Más vacas que no tenían ningún interés en su visitante humana, sólo pastaban. En el terreno contiguo se veía el círculo de piedras tan antiguas como el aire que los locales llamaban Druid’s Mark. Se acordó entonces de haberle deseado buenas noches a Murphy y haberse dirigido al campo, bajo la luna, con la canción de su amigo rondándole en la cabeza. Y los sueños que había tenido al dormir bajo la luz plateada la asaltaron de nuevo, tan vívidamente, tan impactantes, que olvidó que le dolía la cabeza y que tenía agarrotadas las articulaciones.
La luna, resplandeciente de luz, palpitaba como un corazón, inundando el cielo y la tierra con una fría luz blanca. Luego se había incendiado, estaba caliente como una antorcha hasta que llovió colores, sangró azules, rojos y dorados tan hermosos que, incluso estando dormida, la hicieron llorar.
Entonces Maggie se había puesto de pie y se había estirado hacia arriba y más arriba y más, hasta que había podido tocar la luna. La sintió suave, sólida y fría cuando la acunó entre sus manos. Y se había visto a sí misma en la esfera de plata, y en lo profundo, en algún lugar muy, muy profundo, entre los colores que nadaban en la luna, estaba su corazón.
La visión le daba vueltas en la cabeza; era mucho más que un efecto de la resaca. Impulsada por ella, corrió por el campo, hacia el taller, dejando a las vacas con su pastar y la mañana con el canto de los pájaros.
En menos de una hora Maggie estaba ya en el taller, desesperada por convertir en realidad su visión. No necesitaba dibujarla, pues tenía la imagen grabada en la cabeza. No había comido nada, pero no necesitaba hacerlo. Con la emoción del descubrimiento centelleando sobre ella como una capa, hizo la primera acumulación. Luego la suavizó en el mármol para enfriarla y centrarla. Después empezó a soplarla.
Cuando estuvo caliente y maleable de nuevo, Maggie pasó la burbuja sobre colorantes en polvo. Luego la puso al fuego otra vez hasta que el color se derritió entre la piel del vaso.
Repitió el proceso una y otra vez, añadiendo vidrio, fuego, aliento, color. Dándole vueltas a la vara tanto contra como con la gravedad, suavizó la esfera brillante con unas palas para que no perdiera la forma.
Una vez que hubo transferido el vaso de la caña al puntel, lo puso a alta temperatura. Luego sostuvo un palo húmedo muy cerca de la boca de la pieza, para que la presión del vapor agrandara la forma.
Toda su energía se concentró en ello. Sabía que el agua del palo se evaporaría. La presión podía romper las paredes del vaso. En ese momento, pensó, necesitaría a un ayudante, otro par de manos que le pasara las herramientas o que le hiciera otra acumulación de vidrio, pero nunca había contratado a nadie. Empezó a refunfuñar puesto que se vio obligada a hacer los viajes ella misma, de vuelta al horno, de vuelta a los colorantes, de vuelta a la silla.
El sol se alzó más alto en el cielo, derramando sus rayos por las ventanas del taller y coronando a Maggie con una aureola de luz. Así fue como la encontró Rogan cuando abrió la puerta. Estaba sentada en la silla con una bola de color fundido bajo las manos y la luz del sol rodeándola. Maggie lo vio de reojo.
—Quítate ese maldito abrigo y la corbata y ven aquí, necesito tus manos.
—¿Qué?
—Necesito tus manos, maldita sea. Haz exactamente lo que te digo y no me hables.
Rogan no estaba seguro de poder. Por lo general no lo pillaban por sorpresa, pero en ese momento, con la oleada de calor y el resplandor del sol, Maggie parecía una fiera diosa creando nuevos mundos. Soltó a un lado su maletín y se quitó el abrigo.
—Sujeta esto firmemente —dijo Maggie en cuanto se levantó de la silla— y dale vueltas al puntel igual que yo. ¿Ves? Lenta y constantemente, sin hacer pausas o temblar o tendré que matarte. Necesito una gota de vidrio.
Rogan estaba tan estupefacto de que ella confiara en él tratándose de su trabajo que se sentó en la silla sin decir ni una palabra. Sintió la caña tibia entre sus manos; era más pesada de lo que se había imaginado. Maggie mantuvo la suya sobre la de Rogan hasta que sintió que él había cogido el ritmo.
—No te detengas —advirtió—. Créeme cuando te digo que tu vida depende de ello.
Rogan no dudó que así fuera. Maggie fue hasta el horno, acumuló una gota y volvió.
—¿Has visto cómo he hecho eso? No hay mucho misterio en esa parte. Quiero que lo hagas tú la próxima vez. —Cuando la pared se hubo suavizado, Maggie cogió una herramienta y empujó dentro del vidrio—. Ahora hazlo tú. —Maggie agarró la caña de Rogan y continuó trabajando con ella—. Puedo cortar si acumulas demasiado.
El calor del horno dejó sin aliento a Rogan. Hundió la caña, siguiendo las instrucciones de Maggie, y le dio vueltas bajo la fundición. Vio el vidrio acumularse y pegarse, como lágrimas calientes.
—Pásame el vidrio por detrás del banco y a la derecha. —Anticipándose, le arrebató el mango y tomó el control del puntel a pesar de que Rogan lo tenía dirigido hacia ella.
Maggie repitió el proceso, sacando chispas de la cera, uniendo vidrio con vidrio, color con color. Cuando se sintió satisfecha con el diseño interior, volvió a soplar dentro del vaso, convirtiéndolo en una esfera nuevamente, dándole forma con aire.
Lo que vio Rogan fue un círculo perfecto del tamaño de un balón de fútbol. En el interior del orbe de vidrio transparente había una explosión de colores y formas, sangraba y palpitaba con ellos. Si hubiera sido un hombre soñador, habría dicho que parecía que el vidrio tenía vida y respiraba como él mismo. Los colores giraban increíblemente vividos en el centro para después fluir hacia las tonalidades más delicadas al seguir hacia las paredes.
«Sueños —pensó Rogan—. Es un círculo de sueños».
—Dame la lima —dijo Maggie de pronto.
—¿La qué?
—La lima. ¡Venga! —exclamó, y se dirigió al banco, que estaba recubierto de material ignífugo.
Apuntaló el puntel a una vara de madera y extendió la mano como si fuera un cirujano pidiendo un escalpelo. Rogan le pasó la lima.
Entonces Rogan pudo escuchar la respiración constante de ella, respirar, pausa, respirar, al tiempo que pegaba la lima al vidrio. Golpeó el puntel. Y la bola rodó cómodamente sobre el banco.
—Guantes —ordenó—. Los pesados que están junto a mi silla. ¡Deprisa!
Se puso los guantes con los ojos clavados a la bola. Ay, cómo quería sostenerla, acunarla en sus manos desnudas como había hecho en su sueño. Pero, en cambio, escogió un tenedor de metal cubierto de asbesto y llevó la esfera hacia el horno. Dispuso el temporizador y se quedó un minuto allí de pie, mirando hacia el vacío.
—Es la luna —dijo suavemente—. Controla las mareas del mar, las nuestras. Cazamos según ella, sembramos según ella y dormimos según ella. Y, si tenemos suerte, podemos sostenerla entre las manos y soñar según ella.
—¿Cómo vas a llamarla?
—No va a tener nombre. Cada cual verá en ella lo que más quiera. —Y como si saliera de un sueño, se llevó las manos a la cabeza—. Estoy exhausta —afirmó, y caminó cansinamente hacia su silla, se sentó y dejó caer la cabeza hacia atrás.
Estaba pálida como la leche y había perdido el brillo de energía que la cubría cuando estaba trabajando.
—¿Has trabajado toda la noche otra vez?
—No. Anoche dormí —respondió Maggie sonriendo para sí—, en los campos de Murphy, bajo la luz de la luna.
—¿Has dormido a la intemperie?
—Estaba borracha. —Bostezó, se rió y abrió los ojos—. Bueno, sólo un poco. Fue una noche espléndida.
—¿Y quién es Murphy? —preguntó Rogan acercándose a ella.
—Un hombre que conozco y que se habría sorprendido si me hubiera encontrado dormida en sus tierras. ¿Me pasas algo de beber? —Maggie se rió cuando Rogan levantó una ceja—. Un refresco, por favor. Mira, allí está la nevera. Y saca otro para ti, si quieres… Eres un buen ayudante, Sweeney.
—Me alegro —respondió al tomar las palabras de Maggie como un cumplido. Mientras ella tamborileaba con los dedos en la lata que Rogan le había pasado, él examinó la habitación. Se notaba que no había estado desocupada, puesto que tenía varias piezas nuevas diseminadas por ahí; eran su interpretación de la exposición de arte indígena norteamericano. Se acercó a un plato poco profundo de bordes gruesos que estaba decorado con colores intensos—. Bonita pieza.
—Mmmm. Es un experimento que ha resultado bien. Combiné vidrio opaco con transparente. —Bostezó otra vez, ampliamente—. Luego ahumé el plato con metal.
—¿Ahumar con metal…? No importa —dijo cuando vio que ella le iba a dar una complicada explicación del proceso—. Probablemente no voy a entender de qué me estás hablando. La química nunca ha sido mi fuerte. Sencillamente disfrutaré del resultado final.
—Se supone que debes decir que es fascinante, como yo.
Rogan se volvió para mirarla e hizo una mueca con los labios.
—Has estado leyendo tus reseñas, ¿no? Que Dios nos ayude ahora. ¿Por qué no vas a descansar un rato? Hablaremos más tarde. Te invito a cenar.
—No has venido hasta aquí sólo para llevarme a cenar.
—Lo disfrutaría de todas maneras.
Había algo diferente en él, pensó Maggie. Un sutil cambio bajo esos ojos encantadores. Fuera lo que fuera, Rogan lo tenía bien controlado. Pero un par de horas con ella arreglaría eso, concluyó, y le sonrió.
—Vamos a casa. Podemos tomar el té y comer algo. Entonces me podrás contar por qué has venido.
—Para verte, antes que nada.
Algo en su tono le dijo que tenía que aguzar sus adormilados sentidos.
—Pues ya me has visto.
—Sí, así es. —Cogió su maletín y abrió la puerta—. Me vendría bien ese té.
—Bueno, puedes prepararlo tú mismo. —Maggie echó un vistazo hacia dentro sobre su hombro al salir—. Si es que sabes.
—Creo que podré hacerlo. Tu jardín está precioso.
—Brie lo arregló mientras estuve fuera. ¿Qué es esto? —preguntó al tropezar con una caja de cartón que estaba en la puerta trasera.
—Algunas cosas que he traído. Tus zapatos, por ejemplo; te los dejaste en la sala.
Rogan le pasó su maletín a Maggie y metió la caja en la cocina. Después de dejarla sobre la mesa, miró a su alrededor.
—¿Dónde está el té?
—En la alacena que hay sobre el horno.
Mientras él se puso a preparar el té, Maggie abrió la caja. Momentos después estaba sentada desternillada de la risa.
—Nunca te olvidas de nada, Rogan. Si nunca contesto al teléfono, ¿por qué habría de prestar atención a un estúpido contestador?
—Porque te mataré si no lo haces.
—Ah, claro. —Se levantó y sacó de la caja un calendario de pared—. Impresionistas franceses —murmuró examinando las ilustraciones que adornaban cada mes—. Bueno, por lo menos es bonito.
—Úsalo —dijo, y puso la tetera al fuego—, y usa el contestador, y esto… —añadió, y sacó de la caja un estuche largo de terciopelo. Sin ninguna ceremonia, lo abrió y extrajo un pequeño reloj de oro con la esfera ambarina rodeada de diamantes.
—Dios santo, yo no puedo usar este reloj. Es un reloj de mujer. Puede que me olvide de que lo llevo puesto y me bañe con él.
—Es resistente al agua.
—Se me va a romper.
—Entonces te compraré otro. —La tomó del brazo y empezó a desabotonarle la manga de la camisa—. ¿Qué diablos es esto? —Se alarmó cuando vio la quemadura—. ¿Qué te ha pasado?
—Es sólo una quemadura. —Todavía estaba examinando el reloj, así que no vio la furia en los ojos de Rogan—. No tuve mucho cuidado.
—Maldita sea, Maggie, no tienes derecho a ser descuidada. Ningún derecho. ¿Acaso tengo que empezar a preocuparme de que te vayas a prender fuego?
—No seas ridículo. ¿Es que crees que lo hice a propósito? —Hubiera retirado la mano, pero él la tenía agarrada firmemente—. Rogan, por Dios, una persona que trabaja con vidrio se quema de vez en cuando, no es grave.
—Claro que no —contestó serio, y trató de apaciguar la rabia que sentía por el descuido de Maggie; entonces le puso el reloj en la muñeca—. No quiero volver a oír que no has tenido cuidado —añadió, soltándole la mano y metiéndose la suya en el bolsillo—. No es grave, entonces.
—No. —Maggie lo miró cansinamente cuando fue a retirar la tetera del fuego—. ¿Preparo unos sándwiches?
—Como quieras.
—No me has dicho cuánto tiempo te vas a quedar.
—Regreso esta noche. Sólo quería hablar contigo en persona en lugar de por teléfono. —Terminó de preparar el té y se sintió de nuevo al mando. Llevó la tetera a la mesa—. Te he traído los recortes que le pediste a mi abuela.
—Ah, los recortes… —Maggie miró hacia el maletín de Rogan—. Qué amable por parte de tu abuela haberse acordado. Los leeré después. —Cuando estuviera sola, pensó.
—Bueno, y hay otra cosa que quería darte en persona.
—Algo más… —Cortó unas rebanadas del pan de Brianna—. Día de regalos.
—Esto no es exactamente un regalo —replicó Rogan. Abrió el maletín y sacó un sobre—. Tal vez quieras abrirlo ahora.
—Está bien. —Se sacudió las manos y rasgó el sobre. Tuvo que agarrarse al respaldo de la silla para no desmayarse al leer la cantidad reflejada en el cheque—. Santa María, madre de Dios.
—Vendimos todas las piezas a las que les habíamos puesto precio. —Más que satisfecho por su reacción, la vio desplomarse en la silla—. Diría que la inauguración fue bastante exitosa.
—Todas las piezas… —repitió Maggie—. Por tanto dinero… —Pensó en la luna, en sueños, en cambios. Sintiéndose débil, puso la cabeza sobre la mesa—. No puedo respirar. Se me han cerrado los pulmones. —Y era verdad que apenas podía hablar—. Me he quedado sin aliento…
—Claro que puedes. —Rogan se levantó, se colocó detrás de ella y le dio un masaje en los hombros—. Dentro y fuera, date un minuto para calmarte.
—Son casi doscientas mil libras.
—Bastante cerca. Con el interés que generemos a partir de la gira de tu obra, y sólo vendiendo algunas piezas, podremos incrementar el precio. —El sonido ahogado que emitió Maggie lo hizo reír—. Dentro, fuera, Maggie. Sólo aspira y luego espira… Haré las gestiones necesarias para mandar las piezas nuevas que has terminado. La gira será en otoño, ya que has acabado tantas piezas. Tal vez quieras tomarte un tiempo libre y divertirte. Irte de vacaciones.
—Vacaciones —repitió ella incorporándose—. No puedo pensar en eso ahora. De hecho, no puedo pensar en nada.
—Tienes tiempo. —Le acarició la cabeza y luego pasó a su lado para servir el té—. Entonces, ¿cenas conmigo esta noche para celebrarlo?
—Sí —murmuró—. No sé qué decir, Rogan, Nunca creí que fuera posible… Simplemente no creía… —Se llevó las manos a la boca. Durante un momento, Rogan temió que fuera a empezar a llorar, pero fue risa lo que salió de su boca, jubilosa y salvaje, que explotó en carcajadas—. ¡Soy rica! ¡Soy una mujer rica, Rogan Sweeney! —Saltó hacia él, lo besó y dio vueltas alrededor de la cocina—. Oh, ya sé que esto es una nimiedad para ti, pero para mí, Rogan, para mí es la libertad. Se rompieron las cadenas, quiera ella o no.
—¿De qué estás hablando?
Maggie sacudió la cabeza, pensando en Brianna.
—De sueños, Rogan, sueños maravillosos. Ay, tengo que ir a contárselo, ahora mismo. —Le arrebató el cheque de la mano y se lo guardó instintivamente en el bolsillo trasero de los pantalones—. Por favor, quédate. Tómate el té, prepara algo de comer, usa el teléfono que tanto adoras, lo que quieras, pero quédate.
—¿Adónde vas?
—No tardaré —contestó, y sintió como si tuviera alas en los pies cuando volvió a donde él estaba para besarlo, pero con la prisa no atinó en los labios, así que le plantó el beso en la barbilla—. No te vayas —repitió, salió corriendo y atravesó el campo.
Maggie resollaba como un tren de vapor cuando se subió a la cerca de piedra que limitaba el terreno de Brianna. Pero ya estaba sin aliento antes de empezar a correr. Por poco pisó los pensamientos de su hermana, un pecado que hubiera tenido que pagar caro, y casi se resbaló cuando pasó por el camino de piedra que conducía a la casa atravesando un parterre.
Tomó aire para gritar, pero se ahorró el esfuerzo al ver a Brianna más allá, en el jardín, tendiendo la ropa de cama en las cuerdas. Con pinzas en la boca y sabanas mojadas en la mano, Brianna vio a Maggie entre margaritas y rosas, con la mano en el corazón. Sin decir nada, Brianna extendió con pericia la sábana y empezó a ponerle las pinzas para sostenerla en la cuerda.
Maggie se dio cuenta de que todavía el rostro de su hermana reflejaba dolor. Y rabia. Todo ello enfriado con la mezcla especial de Brianna de orgullo y control. El perro empezó a ladrar feliz y salió a correr para saludar a Maggie, pero se detuvo ante la queda orden de Brianna. Miró apesadumbradamente a Maggie y regresó a los pies de su ama, que sacó otra sábana de la cesta que tenía en el suelo y la extendió y la colgó.
—Hola, Maggie.
El viento sopló frío desde su lado, pensó Maggie, y se metió las manos en los bolsillos traseros del pantalón.
—Hola, Brianna. ¿Tienes huéspedes?
—Sí. Estamos al completo en este momento. Hay una pareja de norteamericanos, una familia inglesa y un joven belga.
—Casi las Naciones Unidas —dijo, y respiró profundamente—. Tienes una tarta en el horno.
—Tengo varias enfriándose en el marco de la ventana. —Puesto que no le gustaban las confrontaciones de ningún tipo, Brianna mantuvo los ojos fijos en su tarea mientras hablaba—. He pensando sobre lo que me dijiste, Maggie, y quiero decirte que lo siento. Debí haber estado allí por ti. Debí haber encontrado la manera de ir.
—¿Y por qué no lo hiciste?
Brianna respiró profundamente, su única señal de perturbación.
—Nunca pones las cosas fáciles, ¿no?
—No.
—Tengo obligaciones… No sólo con ella —dijo Brianna antes de que Maggie pudiera hablar—, sino con este hotel. Tú no eres la única que tiene ambiciones o sueños.
Las palabras ardientes que le quemaban la lengua a Maggie se enfriaron y se desvanecieron. Se volvió para examinar la casa. La pintura estaba fresca y blanca; las ventanas, abiertas para que entrara la tarde soleada, resplandecían. Cortinas de encaje bailaban al viento, tan románticas como el velo de una novia. Las flores poblaban el jardín y se derramaban de macetas y vasijas.
—Has hecho muy buen trabajo aquí, Brianna. Tendrías la total aprobación de la abuela.
—Pero no la tuya.
—Te equivocas. —Tratando de disculparse, Maggie puso una mano sobre el brazo de su hermana—. No digo que entienda cómo lo haces o por qué quieres hacerlo, pero no es de mi incumbencia. Si este lugar es tu sueño, Brie, lo has hecho resplandecer. Siento haberte gritado.
—Bah, estoy acostumbrada a eso. —A pesar del tono de resignación, estaba claro que se había relajado—. Si esperas a que termine con esto, pondré a hacer el té y lo tomaremos con un bizcocho.
El estómago vacío de Maggie respondió al ofrecimiento con ansiedad, pero ella negó con la cabeza.
—No tengo tiempo. He dejado a Rogan en casa.
—¿Lo has dejado allí? Tenías que haberlo traído contigo. Uno no puede dejar así como así a un huésped solo en una casa.
—El no es un huésped, es… Bueno, no sé cómo lo llamaríamos, pero no importa. Quiero enseñarte algo.
Aunque su concepto de las buenas maneras se sintió ofendido, Brianna cogió la última funda y la colgó.
—Está bien, enséñame lo que sea. Y luego vuelve a casa con Rogan. Si no tienes qué darle de comer, tráelo aquí. El hombre viene desde Dublín y tú…
—Deja ya de preocuparte por Sweeney —la cortó Maggie impacientemente, y sacó el cheque del bolsillo— y mira esto.
Con una mano sobre la cuerda, Brianna observó el papel. Abrió la boca de par en par y se le cayó la pinza. La funda flotó al viento.
—¿Qué es esto?
—Es un cheque, ¿estás ciega? Un hermoso y sustancioso cheque. Lo ha vendido todo, Brie. Todo lo que puso a la venta.
Brianna no podía sino ver todos los ceros.
—¿Por tanto dinero? ¿Cómo puede ser?
—Soy un genio. —Maggie agarró a Brianna de los hombros y empezó a bailar con ella—. ¿No has leído mis reseñas? Tengo una profunda creatividad que todavía debe aflorar. —Riéndose, arrastró a su hermana a una especie de danza tribal—. Ah, y hay algo con respecto a mi alma y mi sexualidad. No me lo he aprendido de memoria.
—Maggie, espera, la cabeza me da vueltas,
—Déjala. Somos ricas, ¿no lo ves? —Se tiraron al suelo juntas, Maggie riéndose y Con saltando frenéticamente alrededor de ellas—. Ahora puedo comprar ese torno de vidrio que quiero y tú puedes comprar esa cocina nueva que has estado tratando de hacerme creer que no necesitas. Y nos iremos de vacaciones. A cualquier parte del mundo, cualquiera que queramos. Me voy a comprar una cama nueva. —Se puso de rodillas otra vez para jugar con Con—. Y tú puedes construir una nueva ala en el hotel, si quieres.
—No puedo asimilar la noticia, no puedo.
—Compraremos una casa, del tipo que ella quiera. Y contrataremos a alguien para que la atienda —dijo al tiempo que seguía jugando con el perro.
Brianna cerró los ojos y luchó contra la primera llamarada de culpa.
—Puede que ella no quiera…
—Se hará como ella quiera. Escúchame. —Maggie tomó una de las manos de Brianna y la apretó—. Ella se va a ir, Brie. Y nos encargaremos de que la cuiden bien. Tendrá todo lo que quiera. Mañana iremos a hablar con Pat O’Shea, de Ennis, el que vende casas. Le compraremos una buena casa, tan grande como podamos, y lo más rápido posible. Le prometí a papá que iba a cuidar de vosotras y eso es lo que voy a hacer.
—¿No tenéis ninguna consideración? —gritó entonces Maeve, que apareció en el camino de piedra del jardín con un chal alrededor de los hombros a pesar del calor del sol. El vestido que llevaba puesto había sido almidonado y planchado por Brianna, Maggie estaba segura de ello—. Vosotras aquí fuera chillando y riéndoos mientras yo intento descansar. —Se ajustó el chal y apuntó con un dedo a su hija menor—. Levántate del suelo. ¿Qué te pasa? Comportándote como un muchacho adolescente sin acordarte de que tienes huéspedes en la casa…
Brianna se levantó con rigidez y se sacudió los pantalones.
—Hace un día muy bonito. Tal vez quieras sentarte al sol un rato.
—Sí, quizá. Y llama a ese perro espantoso.
—Siéntate, Con. —Con un gesto protector, Brianna puso una mano en la cabeza del perro—. ¿Quieres que te traiga un té?
—Sí. Y prepáralo bien esta vez —dijo Maeve acercándose a la mesa con sillas que Brianna había puesto en el jardín—. Ese muchacho, el belga, ha armado un escándalo por las escaleras dos veces hoy. Vas a tener que decirle que deje de hacer tanto ruido. Eso es lo que pasa cuando los padres dejan que sus hijos vagabundeen por todo el país.
—Te traeré el té enseguida. Maggie, ¿te vas a quedar?
—No a tomar el té, pero quiero hablar con mamá un minuto —respondió, y lanzó a su hermana una mirada fulminante para evitar cualquier discusión—. ¿Puedes estar lista a las diez para ir a Ennis, Brie?
—Yo… Sí, a las diez estaré lista.
—¿Qué es esto? —preguntó Maeve a Maggie cuando Brianna se iba hacia la cocina—. ¿Qué estáis planeando?
—Tu futuro. —Maggie se sentó en una silla junto a su madre y estiró las piernas. Le habría gustado que esa conversación se hubiera desarrollado de forma diferente. Después de lo que había empezado a saber sobre su madre, tenía la esperanza de que ambas pudieran encontrar un terreno neutral más allá de los viejos rencores. Pero los viejos resentimientos habían empezado ya a emerger en ella. Acordándose de la noche anterior, su luna y los pensamientos sobre sueños perdidos, trató de hablar tranquilamente—. Te queremos comprar una casa.
Maeve soltó un ruido de disgusto y se aferró a su chal.
—Tonterías. Ya estoy bien aquí, con Brianna, que me cuida.
—Estoy segura de que así es, pero eso se va a terminar. Por supuesto, contrataré a una asistenta. No debes preocuparte por tener que aprender a hacer las cosas por ti misma, pero vas a dejar de usar a Brie.
—Brianna entiende las responsabilidades de una hija hacia su madre.
—Más que eso —estuvo de acuerdo Maggie—. Brie ha hecho todo lo que ha estado en su mano para tenerte contenta, mamá. Pero no ha sido suficiente, y he empezado a entenderlo.
—Tú no entiendes nada.
—Puede que así sea, pero quisiera entender —respiró profundamente. Aunque no podía acercarse a su madre ni física ni emocionalmente, suavizó la voz—. De verdad que me gustaría hacerlo. Lamento mucho que hayas tenido que renunciar a cosas. Me enteré de que cantabas…
—No te atrevas a hablar de eso. —La voz de Maeve sonó helada. Su ya de por sí blanca piel se puso más pálida por el impacto del dolor que no había podido olvidar o perdonar—. Nunca jamás te atrevas a hablar de esa época.
—Sólo quería decirte que lo siento.
—No quiero tu compasión. —Con la boca tensa, miró a un lado. No podía soportar que le restregaran su pasado por la cara, que sintieran pena de ella porque había pecado y había perdido lo que más valoraba en la vida—. Nunca me vuelvas a hablar de eso.
—Está bien. —Maggie se inclinó hacia delante hasta que la mirada de Maeve se posó en ella—. Sólo voy a decirte esto: me culpas por lo que perdiste, y tal vez hacerlo te consuele. No puedo desear no haber nacido, pero voy a ayudarte en lo que pueda. Tendrás una buena casa y una mujer competente y respetable que satisfaga tus necesidades, alguien, espero, que pueda ser tanto tu amiga como tu compañía. Esto lo hago por papá y por Brie. Y por ti.
—Tú jamás has hecho nada por mí salvo causarme disgustos.
Así que no cedería, comprendió Maggie. No encontrarían un terreno neutral para entenderse.
—Así me lo has dicho una y otra vez. Encontraremos una casa cerca, para que Brie pueda ir a visitarte, porque sentirá que debe hacerlo. También te compraré muebles, los que tú quieras. Recibirás un dinero mensual, para comida, ropa… lo que necesites. Pero juro ante Dios que saldrás de esta casa y te irás a una tuya antes de un mes.
—Sueños de nada —dijo con un tono tajante y desdeñoso, y Maggie sintió un atisbo de miedo subyacente—. Estás llena de sueños vacíos y proyectos absurdos, como tu padre.
—Ni vacíos ni absurdos —repitió Maggie, que de nuevo sacó el cheque del bolsillo y se lo mostró. Por primera vez tuvo la satisfacción de ver cómo su madre abría los ojos de par en par—. Sí, es real y es mío. Me lo he ganado. Me lo he ganado gracias a que papá tuvo fe en mí y me dejó aprender, me dio la oportunidad de intentarlo.
Los ojos de Maeve le desviaron rápidamente del cheque a la cara de Maggie, calculando.
—Lo que él te dio era mío también.
—El dinero para el viaje a Venecia, para estudiar y pagar el alquiler, eso es cierto. Lo otro no tiene nada que ver contigo. Y tendrás tu parte de eso. —Guardó el cheque de nuevo—. Luego ya no te deberé nada.
—Me debes la vida —soltó Maeve.
—La mía significa muy poco para ti. Puede que yo sepa la razón, pero no cambia en nada cómo me siento por dentro. Escúchame, te irás sin quejarte y sin hacerle la vida imposible a Brianna estos últimos días.
—No, no me voy a ir. —Maeve sacó del bolsillo un pañuelo con bordes de encaje—. Una madre necesita el consuelo de su hija.
—Tú no sientes más amor por Brianna que el que sientes por mí, ambas lo sabemos, mamá. Puede que ella crea que no es así, pero por lo menos seamos honestas. Tú has estado jugando con los sentimientos de Brie, ésa es la verdad. Y Dios sabe que ella se merecería todo el amor que puedas albergar en ese frío corazón tuyo. —Respiró profundamente y sacó el as que había estado guardando en la manga durante cinco años—. ¿Quieres que le cuente a Brie por qué Rory McAvery se fue a Estados Unidos y le rompió el corazón?
La mano de Maeve tembló ligeramente.
—No sé de qué estás hablando.
—Pues claro que lo sabes, mamá. Lo alejaste cuando te diste cuenta de que iba en serio con Brie. Y le dijiste que tu conciencia te dictaba que no podías dejar que entregara su corazón a tu hija cuando sabías que ella le había dado su cuerpo a otro. Lo convenciste de que Brie había estado acostándose con Murphy, y Rory era sólo un niño, después de todo.
—Eso es mentira. —A Maeve le temblaba la mandíbula y se adivinaba el miedo en sus ojos—. Eres una chica mala y mentirosa, Margaret Mary.
—Tú eres la mentirosa, y mucho peor que eso. ¿Qué clase de mujer le roba la felicidad a su propia hija sólo porque ella no tiene ninguna? Murphy me lo contó —dijo Maggie lacónicamente— después de que llegaran a las manos. Rory no le creyó cuando Murphy lo negó todo. ¿Por qué habría de creerle? La propia madre de Brianna se lo había dicho con lágrimas en los ojos.
—Brianna era demasiado joven para casarse —dijo Maeve rápidamente—. No quería que cometiera el mismo error que yo y arruinara su vida. El chico no era el adecuado para ella, te lo aseguro. Nunca habría llegado a nada.
—Brie lo amaba.
—El amor no trae comida a la mesa. —Maeve apretaba las manos, retorciendo el pañuelo—. ¿Por qué no se lo has contado?
—Porque pensé que sólo podría herirla más. Le pedí a Murphy que no dijera nada, porque habría sido peor, sabiendo lo orgullosa que es Brie. Se habría enfurecido al saber que Rory te había creído y habría pensado que no la amaba lo suficiente como para darse cuenta de que era mentira. Pero se lo diré ahora. Y si tengo que hacerlo, arrastraré al pobre Murphy hasta aquí para que confirme la historia. Entonces no tendrás a nadie. —Maggie nunca se había imaginado que el sabor de la venganza sería tan amargo. Se le esparció frío y desagradable por la lengua a medida que continuó—. No diré nada si me obedeces. Te prometo que te daré lo que necesites el resto de tu vida y que haré lo posible para que te sientas satisfecha. No puedo devolverte lo que tuviste antes de concebirme, pero puedo darte algo que podría hacerte lo más feliz que has sido desde entonces: tu propio hogar. Sólo tienes que acceder a cumplir lo que le diga para que tengas lo que siempre has deseado: dinero, una buena casa y una empleada para que te atienda.
Maeve apretó los labios. Ay, cuánto hería su orgullo tener que negociar con su hija.
—¿Cómo sé que vas a cumplir con tu palabra?
—Voy a cumplir porque te lo estoy diciendo, porque lo juro por el alma de mi padre. —Maggie se levantó—. Eso debería bastarte. Dile a Brianna que pasaré a por ella mañana a las diez —añadió, y dando por finalizada la conversación, Maggie dio media vuelta y se alejó.