Helen no tenía intención de ir a parar a los restos quemados de su casa. Era de día. No podía saltar para volver a casa de los Channing, lo cual estaba bien así. Quería caminar. Pensar en todo lo que Anna le había dicho y en todo lo que había aprendido.
Estuvo vagando sin rumbo fijo por las calles de la ciudad. Parecía que por fin los hermanos confiaban en que sabía cuidarse sola. A pesar de que Griffin aún se preocuparía si estaba fuera demasiado tiempo. Esperó a que pasara un carruaje para cruzar una calle, siguiendo el aroma a pan recién hecho. Momentos después, levantó la vista para contemplar la fachada en ruinas del hogar que había compartido con su madre y su padre.
Sonrió cuando chirrió la puerta de hierro del jardín. Ya no volvería a escuchar aquel chirrido. La próxima vez que volviese a ese lugar, lo haría para dar órdenes en la reconstrucción. No podía vivir para siempre con los Channing. A pesar de lo que hubiera sucedido entre ella y Griffin, no quería estar en deuda con nadie. Ni siquiera con él. Quería depender de sí misma. Tener una casa que fuera suya. Y sobre todo, quería poder contemplarla otra vez.
El salón. La biblioteca. El jardín donde merendaba en su día con un chico de ojos azules.
En eso estaba pensando cuando cruzó la puerta principal y se abrió paso por el vestíbulo. Entró en el salón en ruinas, y por un instante estaba tal como era. Padre con su periódico, refunfuñando acerca del estado de las cosas. Madre sentada al piano, tocando tan maravillosamente que a Helen se le saltaban las lágrimas. Giró sobre sí misma para abarcarlo todo. Recordarlo.
Se sorprendió al notarse las mejillas húmedas. Se llevó una mano a la cara y tocó las lágrimas. Por fin. Eran la prueba de que todo había sido real.
Y que tal vez, también ella lo era.
—Era un lugar precioso —dijo una voz desde la puerta—. Aún puedo verlo.
Ella se dio la vuelta, y se dio cuenta de que había estado esperando a Raum. Deseando que la encontrara allí.
Miró de nuevo toda la habitación, contemplándola por última vez antes de que se desvaneciese entre las cenizas que la rodeaban.
—Yo también lo veo.
Se quedaron en silencio. Raum avanzó cautelosamente hacia ella. Le tocó con suavidad el corte que se había hecho en la ceja, un recuerdo de su batalla contra Alastor.
—¿Te encuentras bien?
—¿Eso te importa? —preguntó ella con dulzura.
Él asintió.
—Me temo que sí. Mucho más de lo que me conviene.
—¿Entonces, por qué te marchaste?
Él inspiró hondo.
—Quería presentarme ante los Dictata con mis propias condiciones.
Aquello la dejó perpleja.
—¿Has… has visto a los Dictata?
Él asintió.
—Y qué… —Tenía miedo de preguntar. Miedo de saber lo que iban a hacerle.
Él se rio entre dientes.
—Bueno, es muy divertido. Resulta que después de todo no van a hacer nada. A menos que consideres trabajar como un esclavo un castigo. Y puede que lo sea.
Ella sacudió la cabeza.
—¿Qué quieres decir?
Una sonrisa vacilante levantó las comisuras de su boca.
—Al parecer los Dictata quieren que en el futuro tenga más iniciativa. Cógelos antes de que te cojan, podríamos decir.
—Me temo que sigo sin entenderlo. —Helen se sintió como una tonta, pero era cierto.
—Están ampliando el actual cuerpo de asesinos para formar un grupo de élite de combate que estará preparado para actuar contra amenazas como la Guardia Negra antes de que alcancen proporciones demasiado graves. Eso les brindará a los Descendientes una oportunidad de ponerse a su servicio, si así lo desean, aunque yo creo que será lo más adecuado para aquellos de nosotros con menos… talentos convencionales.
Con la vista puesta en el futuro, Helen trató de imaginar ese nuevo mundo en el cual ella ocuparía su puesto de Guardiana y otros como ella se ocuparían de cazar demonios para mantenerse a salvo, ellos mismos y su mundo.
Sería una difícil tarea para todos los involucrados.
Ella lo miró a los ojos.
—¿Y están de acuerdo en que tú formes parte de ese nuevo cuerpo?
Esta vez le resultó más fácil sonreír.
—Digamos que insisten. Creo que devolver la espada ha servido de mucho para demostrar mi lealtad.
Ella le sonrió, sabiendo que había más, y que no le gustaría lo más mínimo la parte que venía a continuación.
—¿Y ahora qué va a pasar?
Él apartó la mirada antes de volverla de nuevo hacia ella.
—Ahora me preparo para marcharme.
Ella asintió.
—¿Y a dónde vas?
Él se encogió de hombros.
—Supongo que donde me necesiten. Aún siguen con el reclutamiento. Aunque la idea general es que vayamos donde surjan posibles amenazas y las investiguemos en secreto. Si resultan ser reales, estamos capacitados para destruir a cualquier miembro de la Legión antes de que pueda infligir un daño significativo a los Guardianes. —Titubeó, dulcificando el tono de voz—. A ti.
La miró con ojos ardientes, y ella se dio la vuelta. No podía permitirse perderse de nuevo en aquellos ojos.
—¿Cuándo te marchas?
—En cuanto reciba mis órdenes. Probablemente mañana.
Ella notó su mano sobre el hombro.
—Mírame, Helen.
Ella tragó saliva, tratando de disimular su emoción antes de volverse para mirarlo.
—Ven conmigo —dijo.
Ella sacudió la cabeza.
—No puedo hacerlo.
—¿Por él? —Había amargura en su voz y ella sabía que se refería a Griffin.
—Por muchas cosas —dijo ella—. Soy una de ellos. Una Guardiana. Ahora me necesitan más que nunca.
—No tienes que renunciar a tu papel como Guardiana. Viven por todo el mundo. —Él le puso las manos en los hombros—. Ven conmigo, Helen. Quédate conmigo. Yo puedo protegerte.
Tenía sus ojos ardientes clavados en los de ella, y entre ellos se movía una extraña e indefinible corriente.
Ella quiso negarlo. Apartar la idea sin más. Pero durante una décima de segundo lo vio todo. Se vio a sí misma en brazos de Raum, viajando con él por el mundo. Amándolo.
Él se inclinó sobre ella, su boca a unas pulgadas de la suya. Sus labios eran suaves y blandos. Podía imaginárselos sobre los suyos. Imaginar el calor que fluiría entre sus cuerpos mientras se besaban. Su boca estaba tan cerca de la suya que podía sentir la calidez de su aliento. Puso sus manos abiertas sobre el pecho de él.
—No.
Él se detuvo y se quedó suspendido cerca de su boca.
—No puedo, Raum. —Hizo una pausa—. No lo haré.
Él se apartó despacio y el espacio que los separaba se fue enfriando mientras él se alejaba de ella.
—¿Lo amas? —preguntó él con voz quebrada.
—Os amo a los dos. —Y en cuanto lo dijo supo que era cierto.
Él giró alrededor de ella, sus ojos llenos de angustia.
—¿Entonces, por qué no?
Ella salvó el espacio que los separaba, mirándolo a los ojos.
—No solo se trata de amor. Han pasado demasiadas cosas entre nosotros, Raum. Demasiada tristeza. Demasiadas muertes.
Él asintió mientras ella decía las últimas palabras, como si ya lo supiera de antemano.
—Siempre he sentido… cariño por ti. —Le escocían los ojos por las lágrimas no derramadas. Estaba sorprendida de que después de tantos días de ser incapaz de derramarlas, ahora no pudiera contenerlas—. Pero las cosas que han pasado…
—Las cosas que he hecho —le corrigió él.
Ella se encogió de hombros.
—¿Qué más dan las palabras que usemos? Eso no se puede borrar.
Él asintió.
—Tienes razón. Desde luego que sí.
Recordando algo, ella abrió la bolsa que llevaba colgada de la muñeca. A los pocos segundos encontró lo que buscaba y se lo ofreció.
—Esto te pertenece.
Él cogió el objeto, con mirada interrogante. Cuando abrió su mano vio una llave sin troquelar. Sacudió la cabeza.
—¿De dónde has sacado esto?
—Se te cayó en la fábrica aquella primera noche. —Titubeó hasta que su curiosidad pudo más que ella—. ¿Por qué las dejabas? En las escenas de los crímenes.
Él tomó aire.
—No lo sé. Supongo que una parte de mí deseaba que los Dictata supieran que había sido yo. Que podía robarles a ellos, lo mismo que ellos me robaron a mí, aunque, desde luego, esa no es la manera ¿verdad? —Su tono de voz estaba lleno de amargura y vergüenza, mientras cerraba sus dedos en torno a la llave y dejaba caer la mano a un lado.
—Quizás me recuerdes a mí y todo lo que hemos compartido cuando la mires. Quizás recuerdes así a esta chica seria y de manos suaves que aún te quiere.
Se quedaron entre las ruinas de la casa mirándose a los ojos. No quedaba nada más por decir y Helen se preparó para el momento en que él se fuera. El momento en que él se despediría para siempre.
En lugar de eso dijo algo inesperado.
—Antes de marcharme, tengo que preguntarte una cosa.
Ella asintió.
—¿Me perdonas? ¿De verdad me perdonas por todo lo que te he arrebatado?
Ella se quedó pensándolo un momento. Siempre habían sido honestos el uno con el otro. Al menos ya era algo.
Mirándolo a los ojos, vio el cielo azul de su infancia, y su respuesta fue de lo más clara.
—Sí. De verdad.
Él levantó su mano y la llevó a la mejilla de ella.
—¿Y qué hay de ti, Helen? ¿Alguna vez te perdonarás a ti misma?
Ella tragó saliva para contener la emoción que surgía de la garganta. ¿Cómo podía saber él que de todos los enemigos a los que se había enfrentado, aquel era el que más la había perseguido?
Intentó sonreír.
—Eso puede que sea más difícil.
—No debería serlo —dijo él, bajando la voz—. Perdónate a ti misma como me has perdonado a mí. Lo mismo que todos debiéramos perdonar nuestros propio errores. De otro modo, no creo que podamos ser libres.
Sus palabras la hicieron pensar.
¿Sería así de sencillo? ¿Podría bendecirse a sí misma con el perdón tal como había hecho con Raum? Desconocía la respuesta. Pero mientras se ponía de puntillas para besarlo en la mejilla, supo que lo intentaría. Trataría de recordar a la niña del jardín y a su amigo Raum. La inocencia y generosidad del uno con el otro al regalarse baratijas y simple amistad.
Lo recordaría todo y entregaría ese amor y aceptación a los que la rodeaban.
Y tal vez, solo tal vez, a sí misma.
Se encaminó hacia la salida y recorrió el sendero. Cerró tras ella la puerta chirriante. Reflexionó sobre lo que había dicho Raum en la oscuridad, fuera de la propiedad de Alastor y se preguntó si no tendría razón. Si tal vez todas las personas necesitaban simplemente a alguien que creyese en ellas.
No lo sabía. Pero mientras se alejaba de la casa y se encaminaba hacia su futuro, supo que tenía eso y más.
Dos hombres que conocían su parte oscura y aun así creían en ella, la amaban. Y aunque ella los quería a ambos, solo uno era su mejor amigo. Solo uno, que representaba todo el amor, honor y sacrificio al cual ella aspiraría.
Y la estaba esperando.