Quedaron en la biblioteca para repasar los planos que les había dejado el joven recadero de Galizur.
—¿Estás bien? —preguntó Darius, mirando distraídamente su brazo.
—Como una rosa. —No le dijo que la herida le palpitaba cada vez que movía un músculo.
Él asintió a modo de respuesta y desvió la mirada hacia Griffin, quien estaba de pie al lado de ella. Un cambio imperceptible se produjo tras la expresión acorazada de Darius. Una mirada escrutadora, como si presintiese que algo había cambiado entre Helen y Griffin en las dos horas transcurridas desde las prácticas en el salón de baile.
Griffin mantenía los labios apretados en una fina línea. Ella solo había visto esa expresión en su rostro un par de veces, aunque ya sabía lo que significaba: estaba preparado para enfrentarse a su hermano, costara lo que costase.
Un instante después, Darius volvió su atención al largo rollo de papel que había encima del escritorio.
—Estos son los planos de la mansión de Victor Alsorta en las afueras de la ciudad. Tenemos que repasarlos hasta que conozcamos cada pulgada de los terrenos y todas las entradas y salidas de la casa. Ahí es donde entras tú, hermano.
Helen lo miró interrogante.
—Griffin es un experto en la interpretación de dibujos como este. Arquitectónicos, de ingeniería… —Se encogió de hombros—. Mi hermano es capaz de leerlos todos.
Griffin no dijo nada mientras Darius desenrollaba el papel y lo extendía sobre la superficie del escritorio. Usó extraños objetos para sostener las esquinas que se rizaban. Helen y Griffin se inclinaron sobre el plano para fijarse en las marcas obvias que señalaban la casa y sus terrenos.
—Lo primero que necesitamos es un camino de entrada y otro de salida. Aunque un par en reserva en ambos extremos no estaría de más. —Darius plantó la punta del dedo en una marca circular del papel. A simple vista, esa zona se encontraba a cierta distancia de los terrenos. Darius prosiguió—. Hay una entrada a un subterráneo justo dentro del jardín que conecta la casa con los túneles del alcantarillado de Londres. Si entramos por aquí…
—Perdona —lo interrumpió Helen—. ¿Has dicho túneles de alcantarillado?
Darius sonrió abiertamente.
—Eso he dicho, princesa.
Helen tomó aire.
—¿Por qué no podemos saltar?
—Porque según los planos de los caminos y terrenos de los alrededores, no hay farolas cerca de la casa. Y aunque las hubiera, no estoy seguro de que pudiéramos encontrar la manera de pasar de la valla.
—Estupendo —suspiró ella, tratando de no imaginarse las alcantarillas. Ahora mismo no le convenía pensar en ellas.
Darius asintió.
—Hay como cinco millas hasta esta salida. Si nos damos prisa y no tenemos ningún problema por el camino…
—¿Qué clase de problema podríamos encontrarnos? —A Helen no se le había ocurrido que pudieran encontrarse con algún problema antes de llegar a la finca de Victor.
Los ojos de Darius no ocultaban en absoluto su exasperación, cuando respondió.
—Espectros, demonios, ratas, ladrones. Cualquier cosa de ese tipo. Helen asintió, tratando de no dejarse arrastrar por el pánico.
—Vale.
Darius se la quedó mirando un momento antes de continuar, como si quisiera asegurarse de que no iba a interrumpirlo de nuevo.
—A menos que haya algún problema, deberíamos poder hacer el trayecto a pie en unas dos horas.
—¿Y luego qué? —preguntó Helen.
—Iremos aquí. —Griffin dio un golpecito sobre el círculo y comenzó a trazar una línea desde allí hasta la casa—. Luego seguiremos por este sendero. Estará a oscuras y será fácil de transitar sin que nos vean.
—¿Qué hay de los vigilantes? —preguntó Darius—. ¿Se señala en el plano dónde están apostados?
—Aquí, aquí y aquí. —Griffin señaló con el dedo tres equis sobre el mapa. Una en el jardín, otra en la entrada principal de la casa y otra en la parte trasera.
Darius entrecerró los ojos.
—Parece poca cosa para un hombre de la posición de Alsorta.
—Estos son solo los que nosotros conocemos —dijo Griffin—. Seguramente dentro habrá más.
—¿Y qué pasa con los vigilantes de la entrada al jardín? —preguntó Helen—. Parecen estar cerca de nuestro punto de entrada.
—No tan cerca como parece sobre el papel —dijo Griffin—. Pero sí. Tendremos que ir con cuidado y sin hacer ruido cuando salgamos del túnel hasta que consigamos orientarnos.
Helen se estaba formando las imágenes mentalmente. Podía ver los terrenos, el sendero flanqueado por árboles descrito en los planos extendidos por la mesa. Visualizó la imponente casa de piedra a lo lejos, a pesar de no tener ni idea del aspecto que tendría. No importaba. Su mente solo necesitaba algunas referencias, para de ese modo poder calcular las opciones con que contaban.
—De acuerdo —dijo Helen—. Así que salimos de los túneles sin ser vistos. ¿Y después qué? ¿Nos plantamos en el sendero y entramos en la casa?
—Eso es —afirmó Griffin—. Aquí hay una zona que está a oscuras. —Señaló con el dedo dando golpecitos en la parte de los terrenos a la izquierda de la casa y Helen distinguió una gran parcela de líneas diagonales dibujadas cerca del edificio—. Hay árboles por casi todo el camino hasta la casa, y solo hay un pequeño punto de luz cerca de la fachada. Podemos usar la zona arbolada y eludir los terrenos más abiertos. Deberíamos ser capaces de encontrar la forma de entrar desde allí.
—¿Deberíamos? —Darius enarcó las cejas dirigiéndose a su hermano.
Griffin se encogió de hombros sonriendo.
—Es lo mejor que podemos hacer.
Darius bajó la vista, inspeccionando la parte central del plano.
—¿Cómo sabremos dónde está él una vez estemos dentro de la casa?
—No lo sabremos —se limitó a decir Griffin—. Podría estar en cualquier parte. Y como puedes ver, es un edificio bastante grande. Pero Galizur ha confirmado que está en casa. El resto depende de nosotros.
Se hizo el silencio en la habitación mientras contemplaban los planos extendidos frente a ellos.
—¿Cuándo salimos? —preguntó Helen por fin.
—A las nueve en punto —dijo Darius—. Para entonces ya será completamente de noche y será más fácil entrar en los túneles sin que nos vean. Hasta ese momento, será mejor descansar y prepararse. Va a ser una noche muy larga.
Se despidió de Griffin con un casto beso ante la puerta de su habitación, y aunque no se entretuvieron igual que antes, Helen sintió cómo se derretía otra vez entre sus brazos. Esta vez, fue ella quien se apartó. Le iba a resultar demasiado fácil perderse en la sensación de su boca sobre la suya, de la presión de su cuerpo contra el suyo.
Y no era momento para distracciones.
Quedaron en encontrase en el pasillo justo antes de las nueve en punto, y Helen cerró la puerta tras de sí muy decidida. Apenas llevaba recorrida la mitad de la habitación cuando oyó una voz desde las sombras en una esquina.
—Ha sido enternecedor.
—¡Oh, Dios mío! —El susto que se llevó fue descomunal.
—Espero que perdones mi entrada poco convencional. —Era una voz masculina con cierto tinte irónico—. Pensé que mi presencia no sería bienvenida en la puerta principal.
Ella miró fijamente a las sombras y descubrió finalmente una masa oscura sobre el sillón orejero.
—¿Raum?
Él se puso en pie y se encaminó hacia ella.
—El único e incomparable.
Helen retrocedió un paso, demasiados pensamientos rondando por su cabeza. Consideró solo de pasada la posibilidad de gritar o echar a correr en busca de ayuda. Para cuando llegaran Darius o Griffin, Raum ya se habría marchado. Y además, él la había ayudado, por así decirlo, a descubrir la identidad de Victor Alsorta. O al menos le había abierto los ojos para hacerlo.
—Tu «poco convencional» entrada no tiene excusa. —Se adentró en la habitación y se detuvo ante el pequeño sofá frente a la chimenea para quitarse las botas—. Se puede decir, sin lugar a dudas, que no eres bienvenido por ninguna puerta o ventana a la casa de los Channing.
—No me sorprende. —Él se detuvo al lado de su cama—. Me parece que ya no soy bienvenido en ninguna parte. Ni siquiera en los pocos sitios que me ofrecían consuelo.
Su sarcasmo estaba empapado de tristeza. Helen lo miró, tratando de ver más allá de su duro exterior.
—¿A qué te refieres?
Él soltó una risilla.
—Digamos solo que mi jefe no ha quedado muy contento con mi último trabajo.
—¿Alsorta?
Él hizo un ademán como desdeñando la cuestión.
—No importa. Ya estaba solo mucho tiempo antes de conocer a Alsorta. No me resulta extraño el aislamiento.
Sus palabras no eran una estratagema para despertar compasión. No había nada de victimismo en ellas. Más bien eran displicentes, y durante un fugaz instante comprendió lo que Raum se había jugado al dejarla con vida.
Tomó aire, dejando de lado la compasión que había amenazado con aflorar a la superficie, y preguntó:
—¿Qué haces aquí, Raum?
—Tengo entendido que has descubierto que Alsorta tiene que ver con el asesinato de tus padres.
La mención de la muerte de sus padres le hizo sentir de nuevo la pena de su pérdida. Tragó saliva para mitigarla.
—¿Cómo lo sabes?
Él se dirigió hacia el tocador, levantó un tarro de polvos faciales y lo sostuvo a la luz para inspeccionarlo como si se tratase de un objeto extraño.
—Me entero de muchas cosas.
Que él supiera de su descubrimiento le heló la sangre.
—¿Por Alsorta?
Raum se echó a reír, volviendo a dejar el tarro de polvos sobre el tocador.
—Alsorta solo sabe de lo que se puede comprar con dinero. Hay conocimientos que no se pueden obtener a cambio de ningún precio.
Ella trató de descifrar las crípticas palabras mientras Raum cogía su frasco de perfume y apretaba la perilla. Cerró los ojos.
—Huele igual que tú.
Ella se sonrojó y cruzó los brazos sobre el pecho en actitud defensiva.
—¿Cómo sabes a qué huelo?
Él abrió los ojos despacio, como remiso a despertar de un sueño agradable.
—Ni idea. Simplemente lo sé.
La afirmación se asentó entre ellos hasta que Helen reunió el coraje suficiente para volver a hablar.
—Deberías marcharte. Ya he dejado que te quedes demasiado, y sin causa justificada. Podría llamar ahora mismo a los Channing. Te mereces todo lo que te pase después de lo que les has hecho a nuestras familias.
Su expresión se volvió más sombría. Se giró hacia la ventana.
—Lo siento, Helen. Ya te lo dije; no sabía que eras tú. Ni siquiera sabía que fueras uno de ellos.
Ella se acercó a él y se detuvo a unos pocos pasos de distancia. Se deleitó con la rabia que despertaban en ella sus palabras. La rabia era mejor que nada, y ciertamente mejor que la pena que amenazaba con apoderarse de ella si pensaba demasiado detenidamente en todo lo que había perdido.
—El hecho de que digas tal cosa tan solo confirma lo despreciable que eres en realidad. —Prácticamente le escupió las palabras.
Él tardó unos segundos en responderle.
—¿Crees que soy despreciable?
—¿Cómo lo llamarías tú? Has asesinado a personas —familias, niños— en tu propio provecho.
Él tensó los hombros.
—No solo en mi provecho, y no de la forma que piensas. No es que me hayan pagado.
Ella sacudió la cabeza.
—No lo entiendo.
—Te lo dije: necesitaba algo. —No se dio la vuelta para hablar—. Algo. Alsorta me lo prometió.
Y de pronto Helen se dio cuenta. Vio a Raum como un niño pequeño, entregándole a ella la llave en el jardín. Oyó a Galizur hablando desde el fondo de su laboratorio, mientras el orbe terrenal giraba laboriosa y lentamente.
¿Has oído hablar del Guardián perdido?
Cuando llegó a oídos de los Dictata, los Baranova fueron expulsados de la Alianza. Andrei Baranova y su mujer se suicidaron poco tiempo después.
Ella se acercó aún más a Raum, quien seguía de cara a la pared.
—Quieres acceder a los registros.
Raum se giró para mirarla a los ojos. Entonces ella percibió su angustia abiertamente.
—Alsorta me prometió que si encontraba la llave y se la llevaba, me permitiría entrar en los registros para cambiar el pasado.
—Quieres tener de vuelta a tus padres. —Ella misma se dio cuenta de su tono de asombro—. Pero eso es… eso es un disparate.
Él se sonrojó de rabia.
—Dicho por alguien que no se ha quedado huérfano a los dieciséis años.
Ella se abalanzó sobre él y se detuvo solo a unas pulgadas de distancia de su cuerpo.
—Dicho por alguien que acaba de quedarse huérfana hace unos días. Por tu culpa.
—Tú no lo entiendes.
—Sí —dijo ella—. Entiendo que has tratado de aliviar tu propio sufrimiento, a costa de lo que sea. Hasta del asesinato. Hasta llevando ese sufrimiento a los demás.
Ella observó el movimiento de su garganta, como si sus propias palabras le hicieran daño.
—No es tan sencillo.
—Lo es, Raum. —Lo miró directo a los ojos—. Lo es.
—¿Qué habrías hecho tú? —dijo él de pronto—. ¿Qué harías tú ahora? ¿Si hubiese alguna forma de traer de vuelta a tus padres, de corregir tus errores, no lo harías? ¿No mentirías por hacerlo? ¿No matarías por hacerlo?
Parecía estar leyendo en lo más profundo de su ser. Helen se dio la vuelta para apartarse, y se dirigió hacia la chimenea. Varias preguntas daban vueltas en su cabeza. No quería pensar en las respuestas. No quería imaginarse a sí misma en el lugar de Raum. Y sobre todo, no quería encontrar ninguna justificación para la compasión que había sentido por él.
—Me gustaría que te marchases ahora —le dijo en voz baja.
Al principio le pareció que se había marchado. Que se habría ido por la ventana, por el mismo camino por el que había venido, sin decir ni una palabra. Pero entonces notó el tacto de sus manos en sus hombros. No se estremeció. Como si el hecho de que él la tocase fuese lo más natural del mundo.
—Lo siento, Helen. Yo… —Ella escuchó cómo respiraba a sus espaldas, como si extrajese fuerzas del aire de la habitación—. Ahora tengo más de un motivo para desear volver atrás.
La confesión provocó en ella una oleada de remordimiento.
—¿Volveré a verte?
Él no contestó de inmediato. Ella se preguntó si no habría ido demasiado lejos. Si no habría sobrepasado los límites de su extraña relación más allá de lo que hasta Raum podía soportar. Pero entonces él habló con voz queda.
—Si me necesitas, ahí estaré.
Ella se dio la vuelta justo a tiempo para verlo sentado en el alféizar de la ventana, con las piernas colgando hacia fuera, como preparándose para saltar.
—Y, Helen… —Se volvió para mirarla.
Ella tragó saliva, para tranquilizarse.
—¿Sí?
—Tened cuidado con los perros.