—Estate quieta. Puede que duela un poco.
Griffin se arrodilló ante ella en el suelo de su habitación. La había instalado en la silla del tocador y había salido para regresar con un cuenco de agua caliente y lo que parecían vendas.
La cogió de la mano, y se la giró para dejar a la vista la suave piel de la cara interna del antebrazo. Ella notó un cosquilleo al tacto de sus cálidos dedos. Intentaba convencerse de que era por la herida y el susto, pero cuando sus miradas se encontraron, decidió que no se mentiría a sí misma.
Ya no.
Hasta con el brazo ensangrentado, no podía negar la sensación que recorría su cuerpo, que partía del estómago hasta llegar a sus mejillas, haciendo que le ardiera la cara. Jamás había estado tan cerca de un hombre y con tanta intimidad como con Griffin en aquellos últimos días. Y sin embargo reconocía esa sensación de deseo, como si hubiese formado parte de ella desde siempre y hubiese estado al acecho esperando a que Griffin la tocara.
Él inclinó su cabeza sobre el brazo, y retiró despacio las tiras de tela que le había atado para detener la hemorragia. Sus dedos tocaban su piel con dulzura, calmaban su dolor, incluso cuando tuvo que arrancar una tira de tela que se le había quedado adherida. Cuando por fin el brazo estuvo desnudo, lo acercó al cuenco.
—¿Puedes echarte un poco hacia delante? —preguntó.
Ella lo hizo y él bajó la mano que tenía libre para sacar del recipiente un trapo empapado.
—Creo que así dolerá menos que si lo frotamos. —Sosteniendo el trapo sobre la herida del brazo, lo estrujó, y el agua se derramó sobre el corte.
Ella dio un pequeño respingo.
—¿Duele? —preguntó, mirándola.
Helen sacudió la cabeza.
—La verdad es que no. Es que pensaba que iba a doler.
Él asintió, repitiendo la acción hasta que el brazo quedó limpio. La herida seguía sangrando, pero mucho menos que antes. Lo apoyó sobre su rodilla, mientras desenrollaba las vendas limpias.
—No quiero mancharte los pantalones, protestó ella.
—Bobadas. —Él sacudió la cabeza—. Se pueden limpiar. Y ya casi hemos terminado.
Levantando su brazo con la mayor de las delicadezas, comenzó a envolverlo con el vendaje. Ella trató de no estremecerse cuando depositó la primera capa de tejido sobre el corte. Se dio cuenta del cuidado que estaba teniendo, de su deseo de no hacerle ningún daño, y se quedó tranquilamente sentada mientras él se lo vendaba, hasta que no se vio ya ni rastro de sangre.
Tras poner los vendajes sobrantes a un lado, él levantó la cabeza para mirarla.
—Ya está. Creo que con eso bastará —dijo—. ¿Qué tal lo notas?
Ella se observó el brazo.
—Bien, creo. Bueno, tan bien como cabría esperar.
Griffin se puso en pie y levantó la palangana. Su semblante era serio, con un gesto tan hermético que ella no tenía ni idea de lo que estaba pensando. Depositó la palangana encima del lavamanos pegado a la pared, y se enjuagó las manos.
La visión de su fuerte espalda y sus anchos hombros encorvados sobre el aguamanil provocó en ella una inesperada oleada de ternura. Tenía sangre en la manga de la camisa, y de repente parecía cansado y también necesitado de cuidados.
Ella se puso en pie y cruzó la habitación sin una idea clara acerca de sus intenciones. Cuando estuvo a dos pasos de distancia de su espalda, él se quedó muy quieto, como si la hubiese oído acercarse y temiera espantarla. Por un momento la indecisión la paralizó. Ahora había una frontera entre ambos. Casi podía notar sus vibraciones en el aire. Una vez la cruzara, ya nada volvería a ser lo mismo.
Dio un paso adelante y posó con cuidado una mano sobre su espalda.
—Gracias. —Vaciló antes de continuar—. Yo… siento todas las molestias.
Él se volvió despacio hasta que se encaró con ella, su cuerpo a tan solo unas pulgadas de distancia.
—Tú no eres ninguna molestia, Helen —lo dijo con tono grave y en voz baja.
Los ojos de ella se fijaron en su pecho. No se había dado cuenta antes de que no solo tenía sangre en la manga, sino también en la pechera de la camisa. Cerca de su clavícula pudo ver un triángulo de piel tersa. También ahí distinguió una mancha de sangre.
Ni siquiera se lo pensó cuando levantó la mano.
—Te he manchado —dijo, mientras sus dedos rozaban la tela de su camisa.
Él bajó la vista hacia su mano, y a Helen le pareció escuchar cómo aspiraba aire mientras ella le desabrochaba los botones.
Él le cubrió las manos con las suyas para detenerla.
—No hace falta.
Ella se soltó y continuó con la tarea de desabrochar su camisa.
—No seas tonto. Tú has hecho de enfermero conmigo. Deja que te ayude yo ahora, Griffin. Es lo menos que puedo hacer.
No le dijo que no quería detenerse, que le gustaba el tacto de su pecho bajo su mano y no habría podido parar aunque lo intentase.
Él asintió, sin decir nada más mientras ella terminaba con el último botón.
—Date la vuelta —le dijo con dulzura.
Él se giró hacia la palangana y le dio la espalda, y ella hizo deslizarse el lino desde sus hombros. Poco a poco fue quedando al descubierto su musculosa espalda, haciéndose lentamente visible el tatuaje que había visto en su habitación.
La imagen era impresionante. Se trataba del mismo símbolo que había aparecido en la extraña pantalla de Galizur, aunque este estaba minuciosamente trabajado en azules marinos, verdes y violetas. Sus dedos se movieron involuntariamente sobre él. El cuerpo de Griffin se envaró al trazar ella los círculos sobre los tendones de su espalda.
—Es… es impresionante —murmuró—. Es la flor de la vida ¿no?
Él asintió sin decir nada.
—¿Cuánto tiempo hace que la tienes? —preguntó ella, mientras sus dedos continuaban el viaje por su piel, deteniéndose en los lugares en los que los círculos parecían formar flores más pequeñas y abstractas. La imagen de la pantalla de Galizur era fría, científica. Pero, de algún modo, sobre la espalda de Griffin el símbolo se transformaba en algo sólido y hermoso. Su piel estaba caliente, mientras seguía el trazo del dibujo a lo largo de su columna, abriéndose paso con la punta de los dedos hacia el lugar en el que los círculos desaparecían bajo la cinturilla del pantalón.
Él carraspeó.
—Tras la muerte de nuestros padres. Darius y yo nos lo hicimos como recuerdo.
Sus dedos dejaron de moverse en la base de su columna, descansando aún sobre su piel.
—¿Cómo recuerdo de qué?
Al darse la vuelta, atrapó los dedos de ella en su mano como si le doliera que le tocase.
—De que aún estamos y estaremos siempre conectados con nuestros padres. Unos a otros. A los demás Guardianes y a las personas que habitamos este mundo.
—Es un recuerdo precioso. Y auténtico. —Extendió la mano para coger el paño húmedo y empezó a frotarle con suavidad la sangre que había salpicado su piel.
—¿Te importa? —preguntó él de pronto.
—¿Importarme qué?
—Ser uno de los Guardianes.
Ella reflexionó sobre la pregunta. Lo había perdido todo a causa de su cometido, desconocido hasta ahora, en la Alianza. Y aun así sus padres la habían entrenado para el papel, que obviamente deseaban que asumiera. Rechazarlo sería una deshonra para ellos, por no hablar de su relación afectiva con Griffin y Anna, e incluso, extrañamente, con Darius.
—No —dijo por fin—. No si ello significa que estoy conectada con mis padres. Y contigo.
Él se fijó en cómo lo miraba y de pronto ella se perdió en el océano verde y dorado de sus ojos. Él sacudió la cabeza repentinamente, como enojado.
—¿Qué pasa?
—No debí haber dejado que Darius te desafiase. Sé lo mucho que significa para ti ir armada. Pensé que se limitaría a entablar una discusión inofensiva y que tendrías tu arma. No tenía ni idea de que iba a llegar tan lejos como ha hecho.
Ella le dedicó una pequeña sonrisa.
—Lo que dije en la sala de baile era cierto, Griffin. Tenías que saber que podíais contar conmigo, y mientras demostraba mi propia inexperiencia como luchadora, al menos he comprobado que no soy una cobarde.
Su rostro mostró sorpresa.
—¿Cobarde? ¿Por qué dices eso? ¿Por qué se te ha ocurrido siquiera?
Ella apartó la vista.
—Nunca he hecho frente a nada. Realmente, no.
—Hasta ahora nunca has tenido que hacerlo —dijo él.
En realidad sí, pensó ella. He tenido tanto el motivo como la oportunidad cuando he estado a solas con Raum.
—Sí, porque no he sido más que una niña mimada —dijo, en cambio, sus palabras estaban llenas de amargura.
—Has sufrido más que la mayoría. —Su tono de voz era amable—. Todos nosotros. A lo largo de la historia los Guardianes han vivido protegidos durante la infancia antes de asumir su lugar entre los otros y vivir en la oscuridad hasta pasar su cometido a la siguiente generación. Tú ni siquiera has llegado a la Iluminación, y fíjate en todo lo que has sufrido.
—Eso no cuenta —insistió ella, testaruda—. En realidad no. No hasta que no haga algo. Y hoy, ha sido la primera vez que he sentido que puede que esté preparada para hacerlo. Que puede que esté preparada para actuar en lugar de quedarme al margen mientras otros se sacrifican.
—Helen. —Algo en su voz la obligó a mirarlo directamente a los ojos—. Me gustaría que pudieras ver lo que yo veo.
—¿Y qué ves? —susurró ella.
Él le cogió el paño de la mano y lo dejó sobre el lavamanos, sin apartar los ojos de ella.
—A una mujer valiente, inteligente y sincera.
—¿Sí? —dijo con voz entrecortada.
—Sí. —Sus manos siguieron el trazo de sus delicados pómulos. Se encontraban tan cerca que ella podía sentir su tibio aliento sobre su rostro—. Y preciosa.
—Tú… ¿tú crees que soy hermosa? —A ella nunca antes se le había ocurrido pensar que fuera hermosa. Ni siquiera se lo había planteado jamás. Ahora notaba cómo la invadía una oleada de calor al saber lo que pensaba Griffin.
Sus ojos se oscurecieron cuando bajó la vista para mirarla.
—La criatura más hermosa que he visto jamás.
No se le ocurría nada que decir mientras la mano de él se deslizaba desde su rostro hasta la curva de su cuello, para luego acariciar los mechones de pelo que se le habían soltado durante su combate con Darius. La distancia entre ellos fue reduciéndose, llenándose con sus cuerpos mientras iban acercándose. Cuando él inclinó su rostro hacia el suyo, ella se echó hacia delante y se encontró con él a medio camino.
Al principio sus labios se tocaron suavemente. Ella no estaba segura de qué hacer. De lo que vendría a continuación. Pero no importaba. Incluso con aquello bastaba, y se quedó tan quieta como pudo, deseando que aquel instante no se acabase. Deseando su boca en la suya para siempre. Entonces estalló la pasión entre los dos, y de pronto sus labios se abrieron sobre los suyos y ella cedió a la calidez de su beso.
El suelo desapareció bajo sus pies y se precipitó a un oscuro abismo en el que solo se encontraba Griffin. Solo él y su boca y sus cuerpos modelados juntos. Olvidó toda noción de tiempo mientras su beso la transportaba a un lugar en el que no había muerte, ni luto, ni Raum. Hasta que los labios de Griffin no abandonaron los suyos no se dio cuenta de lo impúdicamente pegada a él que había estado. Aunque esa constatación apenas era un murmullo frente al deseo que seguía zumbando por sus venas.
No se movieron. Sus dedos seguían enredados en su pelo, su respiración cada vez más acelerada y pesada mientras la miraba, sus ojos oscuros de deseo.
—Esto complicará las cosas —dijo.
—Sí —asintió ella—. A Darius no le va a gustar.
—Poco importa que le guste o no a Darius. —El tono de voz de Griffin se tornó un poco duro, y por un momento casi sonó como su hermano—. Él tiene lo que necesita. Siempre lo ha tenido. Ahora… —comenzó a decir.
—¿Sí? —lo animó ella.
—Yo te necesito —dijo él.