Estaban terminando de desayunar en la biblioteca cuando llamaron a la puerta de la casa.
Ambos hermanos se pusieron en pie de un salto, las tostadas estuvieron a punto de caerse al suelo cuando depositaron precipitadamente sus platos sobre la mesa de té.
Griffin miró a Helen.
—Quédate aquí.
Sin esperar su respuesta, salió de la habitación detrás de su hermano, con la mano puesta en la hoz que colgaba a un lado de su cintura.
Helen esperó en el silencio de la biblioteca tal como le habían dicho, aunque se acercó con sigilo hasta la puerta, aguzando el oído para enterarse de lo que ocurría en la entrada.
Retrocedió de un salto casi de inmediato al ver que Darius y Griffin regresaban por el recibidor.
—No finjas que no estabas espiando. —Griffin fue el primero en entrar en la habitación, cargando en sus brazos con cuatro paquetes grandes embalados con papel marrón y cuerda—. Te he visto.
—Me he quedado en la habitación, tal como me dijiste —insistió ella.
—Tu interpretación de las instrucciones es de lo más libre. —Darius se sentó, recogió su plato y continuó con su desayuno.
Helen ignoró el comentario mientras Griffin colocaba los paquetes en el pequeño sofá donde ella había estado comiendo.
—Son para ti —dijo.
Se agachó, y vio su nombre escrito con letras inclinadas en la parte superior.
—¿Mi ropa? —Trató de no parecer nerviosa. Resultaba difícil ser la única chica entre tanto hombre.
—Eso parece. —Griffin sonrió abiertamente, al percatarse de su fingida despreocupación—. ¿Por qué no te cambias y así podemos empezar a entrenar en la sala de baile?
Un rato después ella fue a buscarlo a la biblioteca. La tela de su extraña falda nueva le rozaba las piernas al caminar. Como no lo encontró allí, buscó en las habitaciones restantes de la planta baja hasta hallarlo finalmente en la cocina. Estaba agachado junto a la puerta trasera y murmuraba algo ininteligible a alguien a quien ella no veía.
Se aproximó con sigilo para no sobresaltarlo.
—¿Griffin?
—¿Eh? ¿Qué? —Se dio la vuelta, claramente sobresaltado, a pesar de los esfuerzos de ella—. ¡Ah, Helen! Sí que te has dado prisa.
Cerró la puerta rápidamente a sus espaldas.
Ella hizo un ademán señalándola.
—¿Con quién estabas hablando?
Él fingió sorpresa.
—Con nadie. Ahí no hay nadie.
Ella ladeó la cabeza, intentando descifrar su extraña conducta.
—Pero si estabas hablando con alguien.
Él sacudió la cabeza y se apoyó en la puerta como si con eso pudiese impedir que ella la abriera.
Helen se le acercó dando un par de largas zancadas, y tendió la mano hacia el pomo.
—No seas ridículo. Te he oído hablar con alguien. —Tiró del pomo, tratando de abrir, pero él no se movía—. ¡Griffin! ¿Por qué actúas de un modo tan extraño? —Y continuó sin esperar respuesta—. Me doy cuenta de que aún no nos conocemos bien, aunque seguro que me conoces ya lo bastante como para saber que no me voy a marchar hasta que no abras esa puerta y vea yo misma lo que hay al otro lado.
Él se la quedó mirando fijamente durante un segundo antes de apartarse con un suspiro.
—Muy bien. Pues entonces échale un vistazo a mi pequeño compañero.
Ella sostuvo su mirada un momento más, intrigada con lo que acababa de decir, y abrió la puerta.
No había nadie allí. Se quedó parada en el mismo porche en el que había estado cuando escapó de la casa y siguió a Griffin y a Darius la primera noche, pero estaba vacío.
Al menos eso fue lo que pensó antes de escuchar el inconfundible maullido a sus pies.
Bajó la mirada y vio a un gatito negro y blanco lamiendo crema de leche de un fino plato de estampado floral. Entonces comprendió.
Levantó la vista hacia Griffin, apoyado en el marco de la puerta, ligeramente ruborizado ante la mirada de ella.
Él hizo un ademán como para quitarle importancia, antes de que ella pudiese hablar.
—No hay por qué armar escándalo por esto. El pobre bicho estaba hecho unos zorros la primera vez que vino hasta la puerta. Cualquiera en mi lugar le habría ofrecido un poco de leche.
—¿Estás alimentando al gato? —dijo Helen. Una sonrisa asomó a las comisuras de su boca—. ¿Y estabas hablando con él?
—Bueno, técnicamente, hay más de uno. No me parece bien darle la espalda a los amigos de Ratonero. —Se agachó para coger al gatito, ahora ocupado con su plato de leche—. ¿Verdad que sí, Ratonero?
—¿Ratonero? —dijo Helen, tratando de reprimir su sonrisa.
Él cogió en brazos la bola de pelusa, como había hecho miles de veces antes.
—Necesitaba un nombre. —En su voz se notaba cierto tono defensivo—. Y la primera noche que apareció en los escalones, me traía un ratón, como si quisiera intercambiarlo por algo de comida.
—Es un nombre perfecto. —Tendió la mano con cuidado hacia el gatito y dejó que se la olisqueara antes de tocarlo con suavidad—. Y, para que conste, me gusta la gente que adopta gatos callejeros. —Miró sonriente a Griffin, y notó que algo fuerte y cálido la invadía al acariciar la sedosa piel del animal, rozando la mano de Griffin mientras él hacía lo mismo.
—Supongo que deberíamos entrenar en la sala de baile antes de que anochezca —dijo él, volviendo a poner en el suelo al gato, muy a su pesar—. Vas a necesitar buena luz para entrenarte con la hoz.
Ella tuvo que reprimir las ganas de protestar. No quería entrenar con algo tan afilado y peligroso. Y ahora, mientras salían de la cocina, pretendía disculparse de antemano por el fiasco en que se convertiría seguramente su entrenamiento con la hoz.
—No se me dan nada bien los ejercicios físicos… —comenzó a decir mientras enfilaban un pasillo que no había visto nunca.
Él sonrió de oreja a oreja mientras caminaban.
—Pues a mí me cuesta creerlo.
Ella se percató de su tono insinuante y sintió cómo se ruborizaban sus mejillas.
—Ya sabes a lo que me refiero.
Su carcajada fue algo más espontánea incluso de lo que había sido el día anterior.
—Sí, pero no tienes por qué preocuparte. He encontrado las hoces de entrenamiento que Darius y yo usábamos cuando éramos más jóvenes. Están hechas de madera.
Helen no pudo evitar dejar escapar un suspiro de alivio. Pensó que Griffin se reiría otra vez de ella, pero en lugar de eso, él le tocó el brazo. Ella se paró a su lado en la oscuridad del pasillo.
—Helen. —Hablaba en voz baja, para enfatizar la confidencialidad de sus palabras—. No tienes de qué tener miedo mientras estés conmigo. ¿Lo sabes, verdad?
Ella asintió, con las palabras atrapadas en su garganta.
—Bien —dijo él, reanudando la marcha—. Aun así, es mejor estar preparado para cualquier cosa.
Recorrieron un largo corredor. Estaba suntuosamente alfombrado y a cada pocos pasos había brillantes apliques de bronce que lo iluminaban.
Helen miró a Griffin mientras caminaban.
—¿Puedo preguntarte algo?
Él pareció sobresaltarse.
—Claro.
Ella vaciló, ligeramente avergonzada por la cuestión que tenía en mente.
—¿La casa está… encantada?
—¿Encantada?
—Sí. Todo está tan perfectamente cuidado y atendido, pero aún no he visto a nadie salvo a ti y a Darius. Pensaba que igual era… mágica o algo así.
Él se echó a reír, mirándola con ternura.
—Tenemos un chico, en realidad es huérfano, que se ocupa de la casa. Es bastante asustadizo. Nosotros mismos lo vemos rara vez, aunque me alegro de que esté atendiéndote con tanta eficiencia.
Ella asintió, sintiéndose estúpida e ingenua. Un instante después dieron la vuelta a una esquina para entrar en una enorme habitación casi vacía. La luz del sol entraba por las ventanas que se alzaban hasta el techo y motas de polvo danzaban en el aire como un velo cuando Helen pisó el suelo de tarima.
—Es preciosa. —Se giró en redondo, admirando las lámparas de araña del techo, y las obras de arte con marcos dorados en las paredes.
—Hace bastante tiempo que no se usa. —Griffin se dirigió hacia una mesita—. Yo ni siquiera era lo bastante mayor para asistir al último baile que se celebró aquí.
Helen asintió, pensando en sus propias experiencias, recuerdos que atesoraría para siempre, antes del asesinato de su familia y la destrucción de su casa.
—Apuesto a que estaba maravilloso. —Ella le sonrió cuando él regresó a su lado sosteniendo algo entre sus manos—. Con todas las luces encendidas, quiero decir.
Él asintió. Cuando sus miradas se encontraron, en ambas se reflejaba el dolor de la pérdida.
Él le ofreció algo. Helen lo cogió, cerrando su mano alrededor de la suave madera de la hoz de entrenamiento.
—Mientras estés aprendiendo, no te harás daño, pero podrás experimentar las ventajas y los peligros de un arma con una forma tan extraña. Supongo que habrás practicado esgrima, ¿no?
Helen no pudo contener su sorpresa.
—¿Cómo lo sabes?
Él se encogió de hombros.
—Para la mayoría de nosotros ha sido parte de nuestra educación. Además de latín, historia religiosa, estrategia defensiva…
—¿Estrategia defensiva? —Recordaba las clases de latín e historia religiosa, y las más recientes de esgrima, pero no recordaba nada parecido a estrategia defensiva.
—Puede que no la hayamos recibido en forma de lecciones. A nuestros padres los mataron antes de que pudiésemos estudiarla abiertamente. Pero cuando éramos pequeños, nos enseñaban las lecciones en forma de juegos.
—¿Qué clase de juegos? —Aunque Helen ya sabía qué diría.
—Juegos como encuentra la salida o qué harías si… —Ladeó la cabeza—. ¿Tú jugabas a eso, verdad?
Ella asintió, estaba colocando mentalmente en su sitio las piezas del rompecabezas.
—No me di cuenta de que eran algo más que juegos hasta que escapé por el túnel subterráneo de mi casa, la noche del incendio. Salí a la altura del Claridge.
Griffin enarcó las cejas.
—¿Eso quiere decir que lo conocías?
—Mi padre me llevaba allí a merendar una vez a la semana. Luego, a menudo nos paseábamos por las calles de los alrededores. Pasábamos por delante de esta misma casa, estoy segura.
—Debía de ser difícil prepararnos sin decirnos realmente nada. Seguro que no era nada fácil enseñar esas cuestiones a unos niños —dijo él—. Según vaya pasando el tiempo, irás descubriendo un montón de cosas que ni siquiera imaginabas que sabías.
Ella recordó la voz desesperada de su madre la noche del incendio. Sabes más de lo que tú crees, Helen.
—Ahora, cuando sostengas la hoz… —Griffin se echó hacia atrás y la observó con más detenimiento, fijando sus ojos en el dobladillo de su falda—. Me gusta tu ropa nueva, Helen, aunque… bueno, tu falda parece más corta de lo normal.
Ella se había preguntado si acaso Griffin se daría cuenta de las excentricidades de su indumentaria.
Suspirando, bajó la mano que tenía libre y levantó la tela que cubría sus piernas, para que él pudiera apreciar el corte del diseño.
—En realidad no es una falda.
Su desconcierto se transformó en un susto.
—¿Llevas pantalones?
—¡No son pantalones! —protestó ella—. Es una falda un poco más corta cosida por el centro para que me pueda mover con mayor libertad.
—Sí —admitió Griffin, riéndose—. ¡Pantalones! Ya decía yo.
Ella le dio una palmadita en el hombro.
—Los vestidos están hechos para pasearse y bordar. No creo poder defenderme con toda esa tela extra sobre mis piernas. Esto puede pasar por una falda ligeramente corta, y al mismo tiempo me permite alguna libertad de movimientos. Además —bajó la vista para mirarse, sintiendo cierto orgullo—, creo que lo diseñé bastante bien en un momento, y Andrew lo ha confeccionado estupendamente.
—Vale. —Griffin se restregó la barba incipiente, apenas visible en su barbilla—. Entiendo lo que quieres decir.
Retrocedió unos cuantos pasos más, y empezó a explicar el uso de la hoz. Helen escuchaba atentamente, pues aunque estuviesen practicando con madera, en cualquier momento podría tener que sostener la afilada hoja de una hoz auténtica, y su vida dependería de su habilidad para usarla.
No era muy distinto a las posturas de la esgrima, según le explicó Griffin. Le recordó que tenía que desplazar el peso sobre el pie de atrás para calcular la situación y llevarlo luego al de delante al comenzar la ofensiva.
—Es más engañoso que la esgrima, porque el largo de la hoja no se interpone entre tú y tu adversario. —Se lo demostró acercándose más a ella. Empuñó la hoz de entrenamiento como si la estuviese atacando con la parte afilada—. Tienes que acercarte lo suficiente como para hacer daño, aunque eso también te coloca a ti lo bastante cerca como para que te hieran.
—¿Y cómo lo evitas? —preguntó Helen, trabajando ya mentalmente para encontrar una solución.
Él sonrió.
—Manteniéndolos muy ocupados con su ofensiva o quitándoles de las manos su propia arma.
Ella asintió, guardándose la información para después, mientras él se adelantaba y golpeaba su hoz contra la de ella.
—Otra cosa con la que tienes que tener cuidado es con el bloqueo. —Deslizó la hoja de su arma dentro de la de ella, de manera que se quedaron enganchadas en el centro de la V—. Si alguien te hace un bloqueo, es difícil que puedas zafarte sin hacerte daño. Esa es la mala noticia.
—¿Y cuál es la buena? —preguntó ella, con su hoz aún enganchada a la suya.
—Que tú les puedes hacer lo mismo a ellos. —Dio un buen tirón a su hoz, y la pieza de madera que ella tenía en la mano cayó y repiqueteó contra el suelo de la sala.
Ella se agachó a recogerla.
—Me parece que empiezo a entenderlo —dijo—. No se trata de un problema físico. Bueno, en realidad no. Lo parece, porque nos movemos dando vueltas. Pero en realidad es más matemático. Más científico.
Él alzó las cejas.
¿Científico?
A ella le gustaba la forma en que él la miraba a los ojos cuando hablaba. Como si de verdad quisiera oír lo que tenía que decir, y no se limitara simplemente a ser cortés.
—Sí. Probabilidad, causa y efecto, esa clase de cosas.
—Sigue —dijo él, frunciendo un poco el ceño.
Ella estudió la hoz.
—Usando esto como ejemplo, si mi adversario se acerca a menos de dos pies de distancia, la probabilidad de que haga uso de su mayor fuerza para hacerme daño es grande. Pero si consigo enganchar mi hoz en la suya antes de ese punto, o en el mismo momento en el que llegue a él, tengo más posibilidades de dejarlo totalmente desarmado.
Griffin sacudió la cabeza.
—No tendrías fuerza para desarmarlo.
—La fuerza no es un requisito imprescindible.
—No estoy seguro de estar de acuerdo con eso.
Ella levantó su hoz.
—Te lo demostraré.
Él levantó su brazo, empuñando en alto la hoz de madera, y esperó a ver qué hacía Helen. Una décima de segundo después, ella hizo restallar su arma contra la de él, y la atrapó en la V.
—A esto me refiero, Helen. Ahora estás atrapada.
Ella notó la fuerza con la que él tiraba desde su lado. Sus hoces estaban tirantes, y Helen reunió todas sus fuerzas para no moverse del sitio. Dejó pasar un par de segundos mientras Griffin se iba haciendo a la idea de desarmarla.
Entonces relajó la tensión de su brazo lo bastante como para que él retrocediese tambaleándose. Antes de poder recuperar el equilibrio, ella golpeó con fuerza la hoz de él, arrojándola al suelo de tarima, por el cual se deslizó.
Él asintió, mudando su expresión de sorpresa en admiración.
—Muy bien hecho.
Ella sonrió, le ardían las mejillas.
—Gracias.
Él se agachó a recoger su hoz antes de enfrentarse de nuevo a ella.
—Otra vez —dijo.
Estuvieron practicando el resto de la hora, y Helen se convirtió poco a poco en una experta con la hoz de madera. Su mente comenzó a imaginar soluciones prácticas para compensar su debilidad. Era más baja que Griffin, más baja que la mayoría de los hombres. Eso le permitía agacharse y esquivar golpes cuando no le quedaba otra salida. Si era paciente y no se dejaba llevar por el miedo, ya encontraría una oportunidad para que la suerte y la lógica jugasen a su favor frente a la fuerza y la experiencia.
Con una hoz real sería diferente, por supuesto, pero empezaba a pensar que con mucha cabeza, y un poquito de suerte, estaría lista para defenderse si fuera necesario.