Capítulo 24

Gray no se fue el primero de junio, como había planeado. Pudo haberlo hecho. Sabía que debía haberlo hecho, pero no le parecía correcto, y se le antojó cobarde irse antes de estar seguro de que Brianna estaba recuperada del todo.

Le quitaron los vendajes. Vio por sí mismo los moratones y le puso hielo sobre el hombro hinchado. Sufría cuando, estando dormida, Brianna se movía y se causaba dolor. La reñía cuando le pasaba con demasiada frecuencia.

No le había vuelto a hacer el amor.

La deseaba todo el tiempo. Al principio temía que incluso la más ligera de las caricias pudiera hacerle daño. Después decidió que era mejor así. Pensó que sería como un paso progresivo entre ser amantes, ser amigos y ser un recuerdo. Con certeza sería más fácil para los dos si pasaban sus últimos días juntos como amigos en lugar de absortos en la pasión.

Había terminado el libro, pero todavía no lo había enviado. Gray se convenció a sí mismo de que lo mejor sería desviarse rápidamente de su gira y pasar por Nueva York para entregárselo personalmente a Arlene. Si pensaba de cuando en cuando en que le había pedido a Brianna que se tomaran unas vacaciones juntos, se dijo a sí mismo que estaba mejor en el olvido. Por el bien de ella, por supuesto. Sólo estaba pensando en ella.

La vio, a través de la ventana, mientras descolgaba la ropa de las cuerdas. Tenía el pelo suelto y le ondeaba a la fuerte brisa de los condados del oeste. Detrás de ella se alzaba el invernadero terminado, que resplandecía al sol. A su lado, flores que ella misma había sembrado se balanceaban y bailaban al ritmo del viento. La vio mientras ella cogía cada pinza, la volvía a dejar en su lugar y pasaba a la siguiente mientras iba recogiendo las sábanas.

Brianna era, pensó Gray, como una postal. Personificaba un lugar, una época y un estilo de vida. Día tras día, pensó, y año tras año, Brianna colgaría su ropa y sus sábanas para que se secaran al sol y al viento. Y las recogería de nuevo. Y con ella, y las demás como ella, la repetición no sería monótona. Sería lo que hace la tradición, que la convertía en un ser fuerte y fiable. Extrañamente molesto, salió de la casa.

—Estás usando demasiado el brazo.

—El médico dijo que era bueno ejercitarlo —dijo, mirándolo por encima del hombro. La sonrisa que se le dibujó en la cara no alcanzó sus ojos, y había sido así los últimos días. El se estaba alejando de ella tan rápidamente que no podía seguirle el paso—. Apenas siento una punzada ahora. ¿No te parece un día magnífico? La familia que se está quedando con nosotros se ha ido a la playa de Ballybunion. Mi padre solía llevarnos a Maggie y a mí a esa playa para que nadáramos y nos compraba cucuruchos de helado.

—Si querías ir a la playa, sólo tenías que habérmelo dicho. Te habría llevado.

El tono de la voz de Gray hizo que a Brianna se le pusiera rígida la columna. Los movimientos de sus manos se hicieron más marcados a medida que seguía descolgando la ropa.

—Es muy amable por tu parte, Grayson, pero no tengo tiempo para ir a la playa. Tengo mucho trabajo que hacer.

—Lo único que haces es trabajar —explotó él—. Te partes el lomo por este lugar. Si no estás cocinando, estás fregando; si no estás fregando, estás lavando. Por Dios santo, Brianna, sólo es una casa.

—No. —Dobló por la mitad una funda de almohada y después otra vez por la mitad antes de ponerla en la cesta que tenía a los pies—. Es mi hogar y me complace cocinar en él, fregar en él y lavar en él.

—Y nunca ves más allá de él.

—¿Y hacia dónde estás mirando tú, Grayson Thane, que es tan importante? —Ahogó la rabia que le hervía dentro y la enmascaró con frialdad—. ¿Y quién te crees que eres para venir a criticarme por construir un hogar para mí misma?

—¿Es un hogar… o una trampa?

Brianna se dio la vuelta. Sus ojos no reflejaban ni calor ni frío, sino un enorme dolor.

—¿Es así como realmente piensas en el fondo de tu corazón? ¿Estás convencido de que ambas cosas son iguales y que así debe ser? Si es así, de verdad, lo siento mucho por ti.

—No quiero tu compasión —le espetó él—. Lo único que estoy diciendo es que trabajas demasiado por muy poco.

—No estoy de acuerdo contigo, ni tampoco es lo único que has dicho. Tal vez es lo único que has querido decir. —Se agachó y cogió la cesta de la ropa—. Y es más de lo que me has dicho durante estos últimos cinco días.

—No seas ridícula. —Se acercó para quitarle la cesta de las manos, pero ella retrocedió y no lo dejó—. Hablo contigo continuamente. Déjame llevar la cesta.

—Yo puedo cargarla sola, no soy una maldita inválida. —Con impaciencia, se acomodó la cesta entre el brazo y la cadera—. Has hablado a mi alrededor y te has dirigido a mí, Grayson, estos últimos días, pero hablarme a mí, de cualquier cosa que hubieras estado pensando o sintiendo realmente, no, no lo has hecho. No me has hablado y tampoco me has tocado. ¿No sería más honesto que me dijeras simple y llanamente que ya no me deseas?

—No… —Brianna ya estaba pasando de largo frente a él y hacia la casa. Gray extendió la mano para detenerla, pero se contuvo y no lo hizo—. ¿De dónde has sacado esa idea tan absurda?

—Todas las noches —empezó, y después de entrar, Brianna soltó la puerta, que casi se estrelló contra la cara de Gray— duermes conmigo, pero no me tocas. Y si me vuelvo hacia ti, me das la espalda.

—Pero ¡si acabas de salir del puto hospital!

—Hace dos semanas que salí del hospital. Y no sueltes tacos. O si necesitas hacerlo, por lo menos no mientas. —Puso la cesta sobre la mesa de la cocina—. Lo que pasa es que estás ansioso por irte de aquí y no sabes cómo hacerlo con estilo. Y estás cansado de mí. —Sacó una sábana de la cesta y la dobló con pulcritud, esquina con esquina—. Pero tampoco sabes cómo decírmelo.

—Eso es una mierda, ¡pura mierda!

—Cómo merma tu habilidad con las palabras cuando te enfureces… —Pasó la sábana sobre el brazo en un movimiento experto para unir el extremo superior con el inferior—. Estás pensando: «Pobre Brie, se le va a partir el corazón por mí». Pues entérate: no será así. —Hizo otro doblez y la sábana quedó convertida en un pulcro cuadrado que puso sobre la limpia mesa de la cocina—. Me iba bastante bien antes de que llegaras y será igual cuando te vayas.

—Palabras bastante frías para provenir de alguien que dice estar enamorada.

—Estoy enamorada de ti, Grayson. —Sacó otra sábana y empezó tranquilamente la misma rutina—. Lo que sin lugar a dudas me convierte en una imbécil, por amar a un hombre tan cobarde que le teme a sus propios sentimientos. Tiene miedo de amar porque no tuvo amor cuando era un niño. Y tiene miedo de tener un hogar porque nunca ha tenido uno.

—No estamos hablando de lo que fui —dijo Gray llanamente.

—No, claro que no. Tú crees que puedes huir de tu pasado y lo haces cada vez que preparas el equipaje y saltas al próximo avión o tren. Pero resulta que a la larga no puedes hacerlo. No más que yo quedándome en un solo lugar y fingiendo que crecí feliz en él. A mí también me hizo falta mi cuota de amor, pero no lo temo. —Más calmada ahora, puso sobre la mesa la segunda sábana doblada—. No tengo miedo a amarte, Grayson. Y no tengo miedo a dejarte ir. Pero lo que sí temo es que ambos lamentemos después no habernos separado honestamente.

Gray no podía escaparse de la comprensión sosegada que reflejaban los ojos de Brianna.

—No sé qué quieres, Brianna —dijo, y sintió miedo, por primera vez en su vida adulta, de no saber por sí mismo qué era lo que quería. Para sí mismo.

Era difícil para ella decirlo, pero pensó que sería incluso más difícil no hacerlo.

—Quiero que me toques, que te acuestes conmigo. Y si ya no me deseas más, me dolería mucho menos si me lo dijeras claramente.

Gray se quedó mirándola en silencio. No podía ver lo difícil que era para ella, porque ella no se lo permitía. Sólo se quedó de pie allí, con la espalda recta y la mirada levantada, esperando.

—Brianna, no puedo respirar sin desearte.

—Entonces tómame, ahora, a la luz del día.

Sintiéndose derrotado, Gray se acercó a ella y le puso las manos alrededor de la cara.

—Quería hacértelo más fácil.

—No lo hagas. Simplemente quédate conmigo ahora, por ahora. —Gray la levantó entre sus brazos, lo que la hizo sonreír, y entonces presionó los labios contra la garganta de él—. Justo como en el libro.

—Mejor —le prometió él mientras la llevaba hacia la habitación—. Esto será mejor que cualquier libro. —La volvió a dejar en el suelo y le quitó de la cara el pelo revuelto por el viento antes de empezar a desabrocharle los botones de la blusa.

—He sufrido estando acostado a tu lado sin tocarte.

—No había necesidad.

—Pensaba que sí. —Suavemente dibujó con el dedo los contornos de las marcas amarillentas que había en la piel de ella—. Todavía tienes moratones.

—Ya están desapareciendo.

—Siempre recordaré cómo eran. Y cómo se me encogió el estómago cuando los vi y cómo me ponía tenso cuando gemías mientras dormías. —Con un poco de desesperación, Gray fijó la mirada en los ojos de ella—. No quiero que nadie me importe tanto, Brianna.

—Ya lo sé. —Se inclinó hacia él y presionó la mejilla contra la suya—. No te preocupes por eso ahora. Aquí sólo estamos los dos, y te he echado tanto de menos… —Con los ojos a medio cerrar, dibujó una línea de besos sobre la mandíbula de Gray mientras le abría la camisa—. Ven a la cama conmigo, Grayson —murmuró al tiempo que le quitaba la camisa—. Ven conmigo.

El colchón suspiró, se escuchó un crujir de sábanas y ya estaban cada uno en los brazos del otro. Brianna levantó la cara y buscó la boca de él. El primer estremecimiento de placer la recorrió y después de nuevo cuando el beso se hizo más profundo.

Los dedos de Gray se sentían fríos contra la piel de Brianna. La desnudó con maniobras suaves y entonces empezó a recorrer con los labios los moratones que estaban desvaneciéndose, como si con el mero deseo pudiera hacerlos desaparecer del todo.

Un pájaro trinó desde un pequeño peral del jardín y la brisa hizo que el móvil de las hadas, que Brianna había colgado en cuanto había podido, cantara y que las cortinas de encaje ondearan. El viento también acarició la espalda desnuda de Gray, que se puso sobre ella y descansó su mejilla sobre el corazón de Brianna, un gesto que la hizo sonreír y acunar la cabeza de él entre sus manos.

Todo era tan sencillo… Un momento dorado que Brianna atesoraría toda su vida. Y cuando Gray levantó la cabeza y sus labios buscaron los de ella otra vez, le sonrió a los ojos.

Entonces irrumpió la necesidad, pero sin prisas, y el anhelo, sin desesperación. Si alguno de los dos pensó que ésa podría ser su última vez juntos, buscó saborear en lugar de urgir. Brianna suspiró su nombre, con el aliento entrecortado. Gray tembló.

Entonces la penetró, manteniendo un ritmo dolorosamente lento. Ambos mantuvieron los ojos abiertos y entrelazaron los dedos, palma con palma, cerrando el vínculo de sus manos.

Un rayo de sol entró por la ventana y motas de polvo bailaron en el resplandor. Se escuchó la llamada de un pájaro y los ladridos de un perro. Y el ambiente se colmó del perfume de las rosas, el aroma a cera de limón y a madreselva. Y la sensación de Brianna, la tibia y húmeda sensación de su cuerpo cediendo debajo del de él, ascendiendo para encontrarse con él. Todos sus sentidos se concentraron en el acto, como un microscopio que se enfoca en algo.

Entonces todo fue placer. La sencilla y pura alegría de perder todo lo que Gray era dentro de ella.

Para la cena Brianna supo que Gray se iba. Ya lo había sabido en su corazón cuando se habían quedado abrazados en silenció después de hacer el amor, contemplando los rayos de sol que se colaban por la ventana.

Les sirvió la cena a sus huéspedes y escuchó su alegre cháchara sobre su espléndido día en la playa. Como siempre, ordenó la cocina, fregó los platos, los secó y los guardó en el armario. Limpió los fuegos, pensando otra vez que tendría que reemplazarlos pronto. Tal vez en invierno. Tendría que comenzar a mirar precios.

Con empezó a olisquear por debajo de la puerta y Brianna lo dejó salir para que se diera su caminata de última hora. Se quedó un momento allí, viendo a su perro correr sobre las colinas a la brillante luz del sol de la larga tarde veraniega.

Se preguntó qué se sentiría al correr como él. Sencillamente correr como Con lo estaba haciendo en ese momento y olvidarse de todos los pequeños detalles de preparar la casa para la noche. Olvidarse, más que nada, de lo que iba a tener que afrontar. Pero, por supuesto, volvería. Ése era el lugar al que ella siempre volvería. Se dio la vuelta y cerró la puerta tras de sí. Se dirigió a su habitación un instante antes de subir a la de Gray.

Él estaba de pie junto a la ventana, mirando hacia el jardín delantero. La luz que todavía brillaba en el cielo del oeste iluminaba a Gray de tal manera que la hizo pensar, como lo había hecho tantos meses antes, en piratas y poetas.

—Temía que ya hubieras terminado de hacer las maletas. —Brianna le echó una mirada a la maleta abierta casi llena que descansaba sobre la cama. Apretó los dedos contra el suéter que llevaba entre las manos.

—Iba a bajar a hablar contigo. —Preparado, se volvió hacia Brianna, deseando poder leer algo en la expresión de ella. Pero Brie había logrado encontrar la manera de cerrarse a él—. Creo que podría llegar a Dublín esta noche.

—Es un viaje largo, pero tendrás luz todavía un rato más.

—Brianna…

—Quiero darte esto —lo interrumpió, hablando deprisa. Por favor, quiso suplicar, sin excusas, sin disculpas—. Lo he hecho para ti.

Gray bajó la mirada hacia las manos de Brianna. Recordó la lana de color verde oscuro, cómo ella había estado tejiendo esa noche en la que él había ido a su habitación tarde y le había reñido. Recordaba cómo se había derramado sobre el blanco de su pijama.

—¿Lo has hecho para mí?

—Sí. Es un suéter. Puede que te sirva durante el otoño o el invierno. —Caminó hacia él y levantó el suéter para medirlo—. He hecho las mangas un poco más largas porque tienes los brazos largos.

El ya de por sí inestable corazón de Gray dio un brinco en cuanto tocó el suéter. En toda su vida nadie le había hecho nada.

—No sé qué decir.

—Siempre que me has dado un regalo me has dicho que diga gracias.

—Así es. —Lo tomó entre las manos, sintió la suavidad y la calidez en sus palmas—. Gracias.

—De nada. ¿Necesitas ayuda para terminar de guardarlo todo? —Sin esperar una respuesta, tomó el suéter, lo dobló y lo metió en la maleta—. Tú debes de tener más experiencia con el equipaje, lo sé, pero supongo que puede parecerte tedioso hacerlo.

—Por favor, no. —Le puso una mano sobre el hombro, pero cuando ella no levantó la mirada, la dejó caer de nuevo—. Tienes todo el derecho a estar molesta.

—No, no lo tengo. Y no lo estoy. No me hiciste ninguna promesa, Grayson, de modo que no has incumplido ninguna. Sé que eso es importante para ti. ¿Ya has revisado los cajones? Te sorprendería saber lo que a veces olvida la gente en los cajones.

—Tengo que irme, Brianna.

—Ya lo sé. —Para mantener las manos ocupadas, abrió y cerró cada uno de los cajones de la cómoda. Sintió una angustia dolorosa al comprobar que todos estaban vacíos.

—No puedo quedarme aquí. Cuanto más tiempo me demore, más difícil será. Y yo no puedo darte lo que necesitas. O lo que pienso que necesitas.

—Lo siguiente que me vas a decir es que tienes alma de cíngaro, pero no hay necesidad de que lo hagas. Ya lo sé. —Cerró el último cajón y se dio la vuelta—. Lamento lo que te he dicho hace un rato. No quiero que te vayas recordando las palabras amargas que nos hemos dicho, cuando ha habido mucho más que eso. —Cruzó las manos, haciendo acopio de todo su control—. ¿Quieres que te prepare algo de comer para el viaje? ¿O un termo de té, tal vez?

—Déjate del rollo de la anfitriona comedida. Por Dios santo, te estoy abandonando, Brianna. Te estoy dejando.

—Te vas —le contestó con voz fría y calmada—, como siempre me dijiste que harías. Tal vez sería más fácil para tu conciencia que llorara, rogara y montara una escena, pero ese comportamiento no va conmigo.

—Entonces así están las cosas —le dijo Gray, y echó con furia unos calcetines en la maleta.

—Hiciste tu elección y te deseo toda la felicidad del mundo. Eres bienvenido a volver, por supuesto, si viajas de nuevo por estas tierras.

—Te lo haré saber —dijo. La miró con agudeza y cerró la maleta de un golpe.

—Te ayudo a bajar tus cosas —replicó, y se acercó para coger la bolsa de lona, pero él la agarró primero.

—Yo las metí, yo las sacaré.

—Como quieras. —Entonces se le desgarró el corazón al acercarse a él y darle un beso ligero en la mejilla—. Cuídate, Grayson.

—Adiós, Brie. —Bajaron juntos la escalera. Gray no dijo nada más hasta que llegaron a la puerta principal—. No te voy a olvidar.

—Eso espero.

Brianna lo acompañó parte del camino hacia el coche, pero se detuvo en la puerta del jardín. Lo vio meter las maletas en el maletero y luego ponerse al volante. Le sonrió, levantó una mano y se despidió agitándola; después caminó de vuelta hacia la casa y entró sin mirar atrás.

Una hora más tarde, Brianna estaba sola en la sala con su cesta de costura. Escuchó las risas que se oían al otro lado de la ventana y cerró los ojos un momento. Cuando Maggie entró con Rogan y Liam, estaba cortando una hebra de hilo y sonriendo.

—Vaya, qué tarde andáis hoy fuera de casa.

—Liam estaba inquieto. —Maggie se sentó y levantó los brazos para que Rogan pudiera pasarle al bebé—. Pensamos que tal vez le gustaría tener algo de compañía. Y he aquí la imagen: la dueña de la casa sentada en la sala remendando.

—Tengo un montón de cosas por remendar acumuladas. ¿Queréis tomar algo? ¿Rogan?

—No podría rechazar un trago —contestó Rogan dirigiéndose al aparador—. ¿Maggie?

—Sí, un whisky me vendría bien, gracias.

—¿Brie?

—Bueno, gracias. Un whisky también. —Enhebró la aguja e hizo un nudo al final del hilo—. ¿Va bien tu trabajo, Maggie?

—Es fantástico poder volver a trabajar. Sí, va bien —respondió, plantándole un ruidoso beso a Liam en los labios—. Hoy he terminado una pieza. Fue Gray con su cháchara sobre esas ruinas a las que les tiene tanto afecto quien me dio la idea. Me parece que ha quedado bien. —Cogió el vaso que Rogan le ofrecía y lo levantó—. Brindemos por una noche tranquila.

—No voy a discutirte ese brindis —le dijo su marido con fervor, y bebió.

—Liam no cree que entre las dos y las cinco de la mañana sea hora de dormir. —Riéndose, Maggie recostó a Liam contra su hombro—. Queríamos decirte, Brie, que el detective ha rastreado a Amanda Dougherty hasta… ¿Cómo se llama ese lugar, Rogan?

—Michigan. Tiene una pista de ella y el hombre con quien se casó. —Le lanzó una mirada a su mujer—. Y su hija.

—Tuvo una niña, Brie —murmuró Maggie, abrazando a su bebé—. El detective encontró el certificado de nacimiento. Amanda la llamó Shannon.

—Por el río —susurró Brianna, y sintió que las lágrimas le subían por la garganta—. Tenemos una hermana, Maggie.

—Así es. Puede que la encontremos pronto, para bien o para mal.

—Eso espero. Me alegra que hayáis venido a contármelo. —Ayudaba un poco, aliviaba en algo el ardor que tenía en el corazón—. Será bueno pensar en ello.

—Tal vez tengamos que pensarlo un rato largo —les advirtió Rogan—. El detective está siguiendo una pista que tiene veinticinco años.

—Entonces tendremos paciencia —contestó Brianna quedamente.

Lejos de estar segura de qué le parecía todo eso, Maggie cambió de posición a Liam y buscó otro tema de conversación.

—Me gustaría mostrarle las piezas que he terminado a Gray, para ver si reconoce la inspiración. ¿Dónde está? ¿Trabajando?

—Gray se ha ido. —Brianna pasó con exactitud la aguja por el agujero de un botón.

—¿Adonde se ha ido? ¿Al pub?

—No. A Dublín, creo, o a cualquier parte que lo lleve el camino.

—¿Quieres decir que se ha marchado? ¿Del todo? —Maggie se levantó de golpe, lo que hizo que Liam se riera de regocijo por el movimiento inesperado.

—Sí, hace como una hora.

—¿Y tú estás aquí cosiendo?

—¿Qué debería estar haciendo? ¿Azotándome?

—Azotándolo a él, más bien. Ese yanqui bastardo… Y pensar que había llegado a caerme bien…

—Maggie… —Rogan le puso una mano en el brazo en señal de advertencia—. ¿Estás bien, Brianna?

—Estoy bien, gracias, Rogan. No te lo tomes tan en serio, Maggie. Gray está haciendo lo que es correcto para él.

—Al diablo lo que es correcto para él. ¿Qué hay de ti? Coge a Liam, ¿vale? —le dijo con impaciencia a Rogan. Después, con los brazos libres, fue a arrodillarse ante su hermana—. Sé lo que sientes por él, Brie, y no logro entender cómo ha podido irse de esta manera. ¿Qué te respondió cuando le pediste que se quedara?

—No le pedí que se quedara.

—No le… ¿Por qué diablos no?

—Porque habérselo pedido nos habría hecho infelices a los dos. —Se pinchó en el pulgar con la aguja y entonces maldijo por lo bajo—. Además, tengo mi orgullo.

—De mucha utilidad es ese enorme orgullo tuyo. Apuesto a que le ofreciste hacerle sándwiches para el camino.

—Así es.

—¡Dios! —Molesta, Maggie se puso de pie y empezó a caminar de un lado a otro—. No hay manera de razonar contigo. Nunca la ha habido.

—Estoy seguro de que estás haciendo sentir a Brianna mucho mejor con tu rabieta —le dijo Rogan a su mujer secamente.

—Sólo estaba… —empezó, pero se mordió la lengua al ver la mirada de su marido—. Por supuesto, tienes razón. Lo siento, Brie. Si quieres, puedo quedarme un rato acompañándote. O, si prefieres, puedo coger algunas cosas para Liam y ambos nos quedaremos a pasar la noche contigo.

—No, Maggie, gracias. Los dos debéis estar en vuestro hogar. Estaré bien sola. Siempre ha sido así.

Gray estaba casi llegando a Dublín y la escena seguía repitiéndose en su cabeza. El final del libro, el maldito final, no estaba bien. Por eso se mostraba tan irritable.

Debía haberle mandado a Arlene el manuscrito por correo y olvidarse de él. De haberlo hecho, esa última escena no estaría ahora taladrándole el cerebro y él podría estar jugueteando con una nueva historia. Pero no podía pensar en otra cuando no era capaz de soltar la última en la que había trabajado.

McGee se había marchado porque había terminado lo que había ido a hacer a Irlanda. Iba a retomar su vida donde la había dejado, a continuar con su trabajo. Tenía que seguir adelante porque… porque tenía que hacerlo, pensó Gray, cada vez más irritado.

Y Tulia se había quedado porque su vida era su casa, la tierra que la rodeaba y la gente de su comunidad. Ella era feliz allí, tan feliz como nunca podría serlo en ninguna otra parte. Brianna… Tulia, se corrigió, se marchitaría sin sus raíces.

Ese final tenía sentido. Era perfectamente plausible y encajaba con la personalidad de ambos personajes y su temperamento. Pero, entonces, ¿por qué lo estaba fastidiando como una muela picada?

Ella no le había pedido que se quedara, pensó. Y no había derramado ni una lágrima. Cuando se sorprendió a sí mismo de nuevo pensando en Brianna en lugar de en Tulia, maldijo y apretó el acelerador hasta el fondo.

Así se suponía que debía ser, se recordó a sí mismo. Brianna era una mujer sensata y razonable. Esa característica era una de las que más admiraba. Y si era cierto que lo amaba tanto, lo mínimo que podía haber hecho habría sido decirle que lo iba a echar de menos.

No quería que lo echara de menos. No quería que le dejara una luz encendida en la ventana, ni que le doblara los calcetines ni que le planchara las camisas. Pero lo que más quería era que no se le colara en el pensamiento.

Él era un trotamundos, libre como el viento, siempre lo había sido y necesitaba serlo. Tenía lugares a los que ir, sólo era cuestión de clavar una chincheta en un mapa. Podía tomarse unas vacaciones en alguna parte antes de la gira y después se le abrirían nuevos horizontes que explorar.

Ésa era su vida. Empezó a golpetear impacientemente con un dedo sobre el volante. Le gustaba su vida. Y estaba a punto de retomarla, como McGee.

Como McGee, pensó, frunciendo el ceño.

Las luces de Dublín resplandecieron a manera de bienvenida. Le relajó verlas, saber que había llegado a donde tenía planeado llegar. No le importó el tráfico. Por supuesto que no le importó. O el ruido. Había pasado demasiado tiempo lejos de las ciudades.

Lo que necesitaba ahora era encontrar un hotel y registrarse. Lo único que quería era la oportunidad de estirar las piernas después de un viaje tan largo y tomarse uno o dos whiskys.

Gray aparcó y apagó el coche. Apoyó la cabeza en el respaldo del asiento. Lo único que quería era una cama, un trago y una habitación silenciosa. Eso era todo.

Brianna se levantó al alba. No tenía sentido quedarse acostada y fingir que podía dormir cuando no era así. Amasó el pan y lo dejó a un lado para que creciera antes de preparar la primera jarra de té.

Se tomó una taza en el jardín trasero, pero no pudo tranquilizarse. Ni siquiera un paseo por su invernadero la complació, de modo que decidió entrar en la casa de nuevo y poner la mesa para el desayuno.

Fue bueno que sus huéspedes planearan irse temprano. A las ocho de la mañana ya les había dado el desayuno y los había visto ponerse en camino.

Pero ahora estaba sola. Con certeza, encontraría sosiego si llevaba a cabo su rutina, de manera que organizó la cocina. Después, en el segundo piso, quitó las sábanas usadas de las camas y las cambió por las limpias que había descolgado de la cuerda el día anterior. Recogió las toallas húmedas y las reemplazó por otras secas.

Y se dijo a sí misma que no podía esperar, no debía hacerlo, así que entró en la habitación donde había trabajado Grayson. Necesitaba una buena limpieza, pensó después de pasar suavemente un dedo sobre el borde del escritorio. Entonces colocó la silla, apretando los labios.

¿Cómo habría podido saber que iba a sentirse tan vacía?

Se sacudió. Después de todo, no era más que una habitación, que ahora esperaba al nuevo huésped que acogería. Entonces se prometió que acomodaría allí a la próxima persona que llegara al hotel. Sería inteligente hacerlo así. Además, la ayudaría.

Se dirigió al baño y quitó las toallas que Gray había usado el día anterior de la percha en donde se habían secado. Todavía olían a él.

El dolor la invadió tan rápidamente, tan fieramente, que casi la hizo tambalearse. Sin poder ver con claridad y dando traspiés, se dirigió hacia la cama, se sentó en ella, hundió la cara en las toallas y lloró amargamente.

Gray la oyó llorar mientras subía las escaleras. Era un sonido salvaje de dolor que lo asombró e hizo que disminuyera la velocidad antes de tener que afrontarlo.

La vio desde el marco de la puerta: Brianna estaba meciéndose a sí misma para consolarse y tenía la cara hundida en unas toallas. No había vestigios de su frialdad.

Se frotó las manos contra la cara para quitarse el cansancio del viaje y la culpa que lo embargaba.

—Bueno —dijo en tono tranquilo—, está tan claro como el agua que me engañaste vilmente. —Brianna levantó la cabeza de golpe y Gray pudo ver en sus ojos el dolor de su corazón partido y las sombras que había bajo ellos. Iba a levantarse, pero él le indicó con la mano que se quedara sentada—. No, no dejes de llorar, continúa. Me hace bien saber lo farsante que eres. «Déjame ayudarte a hacer las maletas, Gray. ¿Quieres que te prepare algo de comer para el viaje? Me las arreglaré sin ti más que bien». —Brianna luchó contra las lágrimas, pero no pudo ganar, pues le manaban a borbotones; entonces volvió a meter la cara entre las toallas—. Me seguiste la corriente y realmente me convenciste. Ni siquiera te volviste a mirar atrás. Eso era lo que estaba mal en la escena, lo que no encajaba del todo. Nunca encajó. —Caminó hacia ella y le quitó las toallas de las manos—. Estás irremediablemente enamorada de mí, ¿no es cierto, Brianna? Totalmente enamorada, sin trucos, sin trampas ni frases trilladas.

—Ay, Grayson, vete. ¿Por qué has vuelto?

—Me he dejado algunas cosas.

—Aquí no hay nada.

—Tú estás aquí. —Se arrodilló ante ella y la tomó de las manos para evitar que ocultara las lágrimas—. Déjame contarte una historia. No, sigue llorando, si quieres —le dijo, cuando ella trató de soltarse—, pero escúchame. Pensaba que él tenía que irse. McGee.

—¿Has venido a hablarme sobre tu libro?

—Déjame contarte la historia. Pensaba que tenía que irse. Qué importaba que Tulia significara para él más de lo que nadie había significado antes. Qué importaba que ella lo amara, lo hubiera cambiado y le hubiera cambiado la vida entera, que se la hubiera completado. Estaban a años luz de distancia en todos los otros aspectos, ¿no? —Con paciencia vio rodar otra lágrima por la mejilla de Brianna. Sabía que ella estaba luchando por no llorar, pero estaba perdiendo—. McGee era un solitario —continuó Gray—; siempre lo había sido. ¿Qué diablos iba a hacer plantado en una cabañita perdida en un condado del oeste de Irlanda? Y ella lo dejó ir porque era demasiado testaruda, demasiado orgullosa y lo amaba demasiado como para pedirle que se quedara. Me preocupaba eso. Durante semanas la idea me enloqueció, dándome vueltas en la cabeza. Y ayer, durante el viaje hacia Dublín fui pensando en ello. Creía que no iba a pensar en ti si seguía rumiando la preocupación por el libro. Pero de repente me di cuenta de que McGee no se iría y de que ella no permitiría que lo hiciera —continuó—. Por supuesto que sobrevivirían el uno sin el otro, porque ambos son unos supervivientes natos, pero nunca se sentirían completos. No con la plenitud que sienten cuando están juntos. Entonces reescribí la escena, en el vestíbulo del hotel de Dublín.

Brianna tragó con fuerza intentando luchar contra las lágrimas y la humillación.

—Entonces solucionaste tu problema. Bien por ti.

—Uno de mis problemas. No vas a ninguna parte, Brianna. —Apretó los puños que mantenían presas las manos de ella hasta que dejó de tratar de soltarse—. Cuando terminé de re-escribir, pensé que quería tomarme un trago en alguna parte y después me acostaría. Pero en lugar de hacer eso, me vi a mí mismo montándome de nuevo en el coche, dando la vuelta y dirigiéndome hacia aquí otra vez. Porque me olvidé de que aquí he pasado los seis meses más felices de mi vida. Me olvidé de que quería escucharte cantar en la cocina por la mañana o verte al otro lado de la ventana de mi habitación. Me olvidé de que sobrevivir no siempre es suficiente. Mírame. Por favor. —Le secó una lágrima con el pulgar y después entrelazó los dedos con los de ella—. Y más que nada, Brianna, me olvidé de permitirme decirte que te amo. —Brianna no dijo nada, no pudo, pues los sollozos le cortaban el aliento, pero abrió los ojos de par en par y dos nuevas lágrimas brotaron y se estrellaron contra sus manos entrelazadas—. Para mí también fue una novedad —murmuró Gray—, un impacto. Todavía no sé muy bien cómo lidiar con esta realidad. Nunca había querido sentir esto por nadie y había sido fácil evitarlo hasta que te conocí. El amor significa ataduras y responsabilidades. Y significa que tal vez pueda vivir sin ti, pero que nunca voy a sentirme completo si no te tengo a mi lado. —Con delicadeza se llevó sus manos entrelazadas a los labios y saboreó las lágrimas de ella—. Pensaba que habías dejado de amarme bastante rápidamente por esa despedida tan fría de ayer. Eso empezó a aterrarme. Así que venía preparado para suplicarte cuando he entrado y te he oído llorando. Tengo que reconocer que ha sido como música para mis oídos.

—Querías que llorara…

—Tal vez, sí —dijo, y se puso de pie y le soltó las manos—. Pensaba que si hubieras llorado un poquito sobre mi hombro anoche, si me hubieras pedido que no te dejara, me habría quedado. Pero entonces después podría echarte la culpa si lo hubiera estropeado todo.

—Al parecer te he facilitado las cosas —le dijo riéndose y pasándose una mano por las mejillas.

—La verdad es que no —replicó, y se volvió a mirarla. Brianna estaba tan perfecta, notó él, con su pulcro delantal, esos mechones de pelo que se le salían de las horquillas y las lágrimas secándosele en las mejillas—. Tenía que llegar a este punto yo solo, así no tendré a nadie a quien culpar si arruino las cosas. Pero quiero que sepas que me voy a esforzar por no estropear lo que tenemos.

—Querías regresar… —afirmó Brie, y apretó una mano contra otra con fuerza. Era tan duro tener esperanza…

—Más o menos. De hecho, más. —El pánico todavía estaba presente, burbujeando en su interior. Sólo deseó que Brianna no lo notara—. He dicho que te amo, Brianna.

—Ya lo sé. Lo recuerdo. —Se esforzó por sonreír mientras se ponía de pie—. No te olvidas de la primera vez que lo escuchas.

—La primera vez que lo escuché fue la primera vez que te hice el amor. Tenía la esperanza de escucharlo de nuevo.

—Te amo, Grayson. Sabes que es así.

—Ya veremos —dijo, y metió una mano en un bolsillo y sacó un estuche pequeño.

—No tenías que comprarme un regalo. Con que volvieras a casa era suficiente.

—He pensado mucho en eso mientras conducía de vuelta desde Dublín. Venir a casa. Es la primera vez que lo hago —añadió, ofreciéndole el estuche— y me gustaría que fuera una costumbre. —Brianna abrió el estuche y, poniendo una mano sobre la cama detrás de ella, se sentó de nuevo—. Le di la lata al gerente del hotel de Dublín hasta que lo convencí de que abriera la tienda de regalos. Vosotros los irlandeses sois tan sentimentales que ni siquiera tuve que sobornarlo. —Tragó saliva—. Pensé que tendría mejor suerte con un anillo tradicional. Quiero que te cases conmigo, Brianna. Quiero que construyamos juntos un hogar que sea de los dos.

—Grayson…

—Sé que soy una mala apuesta —se apresuró a interrumpirla—. Sé que no te merezco, pero me amas de todas maneras. Puedo trabajar en cualquier parte y, además, puedo ayudarte con el hotel.

Brianna se quedó mirándolo en silencio; su corazón sencillamente se desbordó. Gray la amaba, la deseaba y estaba dispuesto a quedarse.

—Grayson…

—En cualquier caso me va a tocar viajar a veces —la cortó, sintiendo verdadero terror de que ella pudiera rechazarlo—, pero no será igual que antes. Y podrías venir conmigo si quieres. Siempre volveríamos aquí, Brie. Siempre. Este lugar ahora significa casi tanto para mí como significa para ti.

—Ya lo sé. Yo…

—No puedes saberlo —la interrumpió de nuevo—. Yo mismo no lo sabía hasta que me fui. Es mi hogar. Tú eres mi hogar, no una trampa —murmuró—. Un santuario. Una opción. Quiero construir una familia aquí. —Se pasó una mano por el pelo mientras ella lo miraba fijamente—. Dios santo. Quiero eso. Hijos, planes a largo plazo. Un futuro. Y saber que vas a estar justo aquí cada noche, cada mañana. Nadie podrá amarte nunca como yo te amo, Brianna. Quiero comprometerme contigo. —Exhaló un suspiro tembloroso—. Desde este día, desde esta hora.

—Ay, Grayson —dijo ella ahogadamente. Al parecer, los sueños sí podían convertirse en realidad—. He querido…

—Nunca había amado a nadie antes, Brianna. En toda mi vida no ha habido nadie más que tú. Así que te cuidaré, te lo juro. Ojalá tú…

—Por Dios, cállate ya, ¿vale? —le dijo entre risas y lágrimas—. Para que pueda decir que sí.

—¿Sí? —La levantó de la cama y la miró fijamente a los ojos—. ¿No me vas a hacer sufrir primero?

—La respuesta es sí. Sencillamente sí. —Lo abrazó y descansó la cabeza sobre el hombro de él. Y sonrió—. Bienvenido a tu hogar, Grayson.

F I N