Para cuando Gray volvió con la cena, la habitación de Brianna parecía su jardín. Ramos de rosas y freesias, de altramuces y lirios y de alegres margaritas y claveles llenaban el marco de la ventana y la mesa que estaba junto a la cama.
Gray bajó el enorme ramo que llevaba en la mano para poder ver por encima de él y sacudió la cabeza.
—En comparación, mis flores parecen poca cosa.
—Claro que no. Son preciosas. Es increíble que armen tanto alboroto por un golpe en la cabeza. —Cogió el ramo de Gray con la mano ilesa, como si estuviera acunando a un bebé, y hundió la cara entre las flores—. Pero lo estoy disfrutando. Maggie y Rogan me han traído ésas, y Murphy, ésas de allá. Y ese último ramo lo han mandado los Carstairs. ¿No es un gesto bonito por su parte?
—Estaban realmente preocupados. —Gray dejó a un lado la gran bolsa de papel que llevaba en una mano—. Me pidieron que te dijera que se van a quedar una o dos noches más, dependiendo de cuándo te den el alta.
—No hay problema, por supuesto. Y saldré de aquí mañana aunque tenga que descolgarme por la ventana pared abajo. —Le lanzó una mirada anhelante a la bolsa de papel—. ¿En serio has traído algo de comer?
—Sí. Me las he arreglado para pasar la bolsa a escondidas sin que la enfermera que está de guardia, que tiene un ojo de águila, se diera cuenta.
—Ah, la señora Mannion… Terrorífica, ¿no es cierto?
—Sí, a mí también me asusta. —Acercó una silla a la cama, se sentó y metió la mano en la bolsa—. Bon appétit —le dijo a Brianna al tiempo que le pasaba una hamburguesa—. Ah, pero ven, dame las flores. —Se levantó de nuevo y le quitó el ramo de los brazos—. Supongo que necesitan agua, ¿no te parece? Ve comiendo —dijo, y le pasó las patatas fritas—, voy a buscar un florero.
Cuando Gray salió de la habitación, Brianna trató de mirar qué más había en la bolsa que él había dejado en el suelo, pero el hombro no la dejó moverse mucho. Entonces se recostó otra vez, mordisqueó la hamburguesa y trató de no hacer pucheros. El sonido de pasos que se dirigían a su habitación hizo que se le dibujara una amplia sonrisa en el rostro.
—¿Dónde quieres que te las ponga? —le preguntó Gray.
—En esa mesita que está allí. Sí, así. Qué bonito. Ven, Gray, que se te va a enfriar la comida.
Gray gruñó, se sentó de nuevo y sacó su hamburguesa de la bolsa.
—¿Te sientes mejor?
—No me siento lo suficientemente mal como para que me mimen de esta manera, pero me alegra que te hayas quedado a cenar conmigo.
—Es sólo el principio, cariño —replicó. Le guiñó el ojo, y con la hamburguesa a medio comer en una mano, metió la otra en la bolsa.
—Ay, Gray, un pijama… Un pijama de verdad. —Era blanco, de algodón y sin ningún adorno. Un gesto que la llenó de gratitud hasta las lágrimas—. No te imaginas todo lo que aprecio esto. Me parece horrible esta bata que te ponen aquí.
—Después de cenar te ayudo a ponértelo. Pero hay más.
—¡También unas zapatillas! Ay, y un cepillo para el pelo, gracias a Dios.
—En realidad, no puedo atribuirme el mérito por estas cosas. Fue idea de Maggie.
—Que Dios la bendiga. Y a ti.
—Me ha dicho que la blusa que llevabas puesta se ha echado a perder. —Recordó que Maggie le había dicho que había quedado cubierta de sangre y tuvo que tomarse un segundo para tranquilizarse—. Mañana nos haremos cargo de eso si te dan el alta. Bueno, ¿qué más tenemos aquí? Un cepillo de dientes, un frasquito de esa crema que usas todo el tiempo… Y casi me olvido de las bebidas. —Le ofreció un vaso de cartón que tenía una tapa de plástico con un hueco para meter una pajita—. Una cosecha excelente, me han dicho.
—Has pensado en todo.
—Absolutamente. Incluso en cómo entretenernos.
—Ah, ¡un libro!
—Una novela romántica. Tienes varias en la estantería de tu habitación.
—Me gustan. —Brianna no tuvo corazón para decirle que el dolor de cabeza no le permitiría leer—. Te has tomado muchas molestias.
—Sólo han sido unas compras rápidas. Trata de comer un poco más.
Titubeando, Brianna mordió una patata.
—Cuando vuelvas a casa, ¿podrías decirle a la señora O’Malley que le agradezco mucho toda la ayuda y que no se ponga a fregar? Yo fregaré los platos cuando vuelva.
—No voy a volver antes que tú.
—Pero no te puedes quedar aquí toda la noche…
—Claro que puedo. —Gray le dio el último mordisco a la hamburguesa, arrugó la envoltura y la tiró a la papelera—. Tengo un plan.
—Grayson, tienes que ir a casa y descansar un poco.
—Éste es el plan —le dijo, haciendo caso omiso de sus palabras—: Cuando se termine la hora de visita, me escondo en el baño hasta que las enfermeras terminen la ronda, hayan pasado por aquí y haya silencio.
—Eso es absurdo.
—No, en absoluto. Seguro que funcionará. Después seguramente apagarán las luces y tú ya estarás arropada. Entonces podré salir.
—¿Y te vas a quedar sentado en la oscuridad el resto de la noche? Grayson, no estoy en mi lecho de muerte. Quiero que te vayas a casa.
—No puedo hacerlo. Y no nos vamos a quedar en la oscuridad. —Con una sonrisa engreída en la cara, sacó su última compra de la bolsa—. ¿Ves esto? Es una lámpara para leer. Se sujeta al libro así, ¿ves?, y se usa para no molestar a tu compañero de cama cuando quieres leer hasta tarde.
—Has perdido la razón —le contestó sorprendida, y sacudió la cabeza.
—Por el contrario, estoy extremadamente lúcido. De esta manera no estaré en el hotel preocupándome y tú no estarás aquí sintiéndote sola y triste. Además, puedo leerte hasta que te canses.
—¿Leerme? —repitió Brianna en un murmullo—. ¿Vas a leerme?
—Claro. No puedo pretender que enfoques la mirada en estas letras minúsculas teniendo una contusión, ¿no te parece?
—No. —Brianna supo que nada, absolutamente nada en toda su vida la había conmovido más—. Debería hacer que te fueras, pero quiero tanto que te quedes…
—Entonces ya somos dos. ¿Sabes?, el libro parece bastante bueno según lo que dice la contraportada. «Una alianza mortal —leyó—. Katrina nunca podrá ser domada. De belleza fiera, rostro de diosa y alma guerrera, arriesgará todo por vengar el asesinato de su padre. Incluso casándose y acostándose con su más feroz enemigo». —Gray arqueó una ceja—. Vaya, qué mujer esa tal Katrina. Y el héroe no se queda atrás: «Ian nunca se rendirá. El líder de las tierras altas, audaz y marcado por la batalla, al que apodan el Señor Oscuro, luchará contra amigos y enemigos para proteger su tierra y a su mujer. Enemigos implacables, amantes implacables, esta pareja formará una alianza que la llevará hacia un destino inexorable colmado de pasión». —Le dio la vuelta al libro para ver la cubierta mientras cogía una patata—. Bastante bueno, ¿no? Y sale una pareja que también tiene bastante buen aspecto. Mira, la historia se desarrolla en Escocia en el siglo XII. Katrina es la hija única de un terrateniente viudo que la ha dejado crecer salvajemente, así que la chica hace cosas de hombres. Sabe luchar con espada y cazar con arco. Entonces urden un plan perverso y asesinan al padre, lo que convierte a Katrina en la dueña de la tierra y la siguiente presa del villano malvado y ligeramente loco. Pero nuestra Katrina no es ninguna perita en dulce.
—¿Ya lo has leído? —le preguntó Brianna sonriendo al tiempo que lo cogía de la mano.
—Lo he hojeado mientras hacía cola en la caja registradora para pagarlo. Hay una escena increíblemente erótica en la página 251. Bueno, pero ya llegaremos allí. Probablemente la enfermera vendrá a tomarte la tensión, y no queremos que la tengas desbocada. Y mejor nos deshacemos de las pruebas del delito —añadió, recogiendo las bolsas de las hamburguesas; apenas había terminado de esconderlas cuando la puerta se abrió.
La enfermera Mannion entró enérgicamente y haciendo ruido. Era enorme, como un jugador de rugby.
—Señor Thane, la hora de visita casi ha llegado a su fin.
—Sí, señora.
—Bueno, señorita Concannon, ¿cómo se siente? ¿Tiene mareo, náuseas, visión borrosa?
—No, en absoluto. Me siento bien, de verdad. De hecho, me estaba preguntando si…
—Muy bien, muy bien. —Con facilidad, la enfermera pasó por encima de la petición de Brianna, que se esperaba, de que le dieran el alta mientras tomaba notas en la historia clínica que colgaba a los pies de la cama—. Debería tratar de dormir. Estaremos haciendo rondas por las habitaciones durante la noche, cada tres horas. —Con movimientos bruscos, la enfermera puso una bandeja sobre la mesa que estaba junto a la cama.
Brianna se puso pálida con sólo echar un vistazo al contenido.
—¿Qué es eso? Ya le he dicho que me siento bien, no necesito que me pongan ninguna inyección. No quiero que me pinchen. ¡Grayson!
—Yo… —Sólo bastó que la enfermera le dedicara una mirada fulminante para que a Gray se le desvaneciera cualquier pretensión de hacerse el héroe.
—No es una inyección, sólo necesitamos una muestra de sangre.
—¿Para qué? —Dejando a un lado cualquier vestigio de dignidad, Brianna se encogió—. Ya he perdido suficiente. Tome la muestra de ésa.
—Déjese de tonterías. Páseme el brazo.
—Brie, mira aquí. —Gray entrelazó los dedos con los de ella—. Mírame. ¿Alguna vez te he hablado de mi primer viaje a México? Conocí a unas personas y me fui con ellas en su barco. Estábamos en el golfo, que es una verdadera belleza. El aire es suave y el mar, azul y cristalino. Y de repente vimos una barracuda pequeña nadando junto a nosotros. —Por el rabillo del ojo vio a la enfermera Mannion meter la aguja en la piel de Brianna y sintió que el estómago le daba un vuelco—. El caso —continuó hablando deprisa— es que uno de los tipos se fue a coger la cámara. Cuando volvió se inclinó sobre la borda para tomar la foto, pero en ese momento saltó del agua la barracuda mamá. Fue como un cuadro congelado. Miró a la cámara y sonrió con todos sus dientes, como si estuviera posando. Entonces volvió a zambullirse en el agua, empujó a su bebé y se alejaron nadando.
—Te lo acabas de inventar.
—No, es la pura verdad —le contestó, mintiendo desesperadamente—. Y el tipo sacó la foto. Me parece que se la vendió al National Geographic, o tal vez al Enquirer. Lo último que supe era que el hombre seguía en el golfo de México; tenía la esperanza de repetir la experiencia.
—Listo —dijo la enfermera poniéndole un esparadrapo en la parte interna del brazo, donde la había pinchado—. En un rato le traerán su cena, si todavía le apetece, a pesar de haberse comido una hamburguesa.
—Ah, no, gracias de todos modos. Creo que ahora sólo voy a descansar.
—Cinco minutos, señor Thane.
Grayson se rascó la barbilla cuando la puerta se cerró detrás de la enfermera Mannion.
—Supongo que no nos hemos salido con la nuestra tan bien como había pensado.
—Me has dicho que ibas a patearle el trasero a quien viniera con agujas —le dijo Brianna con un puchero.
—Ella es mucho más grande que yo. —Se inclinó sobre ella y la besó suavemente—. Pobre Brie.
Brianna golpeteó con los dedos en el libro, que yacía sobre la cama junto a ella.
—Ian nunca se hubiera amedrentado.
—Ya, pero mira qué pinta tiene. Podría luchar con un caballo y ganarle. Yo nunca podría ser el Señor Oscuro.
—En cualquier caso me quedo contigo. Barracudas sonrientes —le dijo, y se rio—. ¿Cómo se te ocurren tales cosas?
—Talento, cielo. Simple y llano talento. —Fue hasta la puerta y echó un vistazo fuera—. No la veo. Voy a apagar la luz y me meto en el baño. Le daremos diez minutos.
Gray le leyó a Brianna durante dos horas y la guio por las peligrosas y románticas aventuras de Katrina e Ian bajo la pequeña luz de la lámpara del libro. De vez en cuando le acariciaba la mano, regodeándose en el contacto.
Brianna supo que recordaría siempre el sonido de la voz de Gray, cómo imitaba el acento escocés en los diálogos sólo para divertirla. Y cómo se le veía, pensó, cómo la lamparita iluminaba su rostro y hacía que los ojos resultaran oscuros y que una sombra se proyectara sobre los pómulos. Gray era su héroe, pensó. Ahora y siempre. Cerró los ojos y dejó que las palabras que le leía fluyeran a lo largo de su cuerpo.
«"Eres mía", dijo Ian atrayéndola hacia sus brazos, brazos fuertes que temblaban por la necesidad que lo invadía. "Por ley y por derecho, eres mía. Y estoy comprometido contigo, Katrina, desde este día, desde esta hora". "¿Y tú eres mío, Ian?". Sin temor, ella pasó sus dedos por el pelo del hombre y lo atrajo hacia sí. "¿Eres mío, Señor Oscuro?". "Nadie te ha amado más que yo", le juró él. "Nunca nadie te amará más que yo"».
Brianna se quedó dormida deseando que las palabras que Gray leía fueran suyas.
Gray la miró. Por el sonido de la respiración constante y lenta de Brianna supo que se había dormido. Entonces se permitió desmoronarse y hundió la cara en las manos.
Mantenerse fuerte. Se había prometido mantenerse fuerte, pero ahora la tensión se estaba apoderando de él.
Brianna no estaba herida de gravedad, pero sin importar cuántas veces se lo recordara, no podía deshacerse del profundo terror que lo había invadido desde el momento en que Murphy había entrado en la cocina esa tarde.
No quería que ella estuviera en el hospital, toda llena de moratones y vendas. Nunca había querido pensar en el dolor de ella de ninguna manera. Pero ahora siempre lo recordaría, siempre sabría que algo había podido sucederle a Brie. Que podría no estar siempre tarareando en la cocina o cuidando de sus flores, que era como él quería que estuviera siempre.
Le enfurecía pensar que ahora tendría esa imagen de ella en el recuerdo junto a las otras. Y le enfurecía aún más saber que ella había llegado a importarle tanto como para saber que esas imágenes no se desvanecerían con el tiempo, como se le habían desvanecido cientos en el pasado.
Se acordaría de Brianna, y esa relación sería difícil de dejar. Era necesario hacerlo rápido. Meditó sobre eso ansiosamente mientras esperaba que la noche terminara. Cada vez que una enfermera entraba a ver a Brianna, Gray escuchaba desde el baño las preguntas ahogadas y las respuestas soñolientas de ella. Una vez, cuando volvió a su lado, Brie lo llamó suavemente.
—Duérmete —le dijo, y le retiró un mechón de pelo de la cara—. Todavía no ha amanecido.
—Grayson —dijo, y adormilada buscó la mano de él—, todavía estás aquí.
—Sí —replicó él, que la miró y frunció el ceño—, todavía estoy aquí.
Cuando Brianna se despertó de nuevo, ya había claridad. Sin acordarse de nada, trató de sentarse, pero el dolor sordo del hombro le devolvió de golpe a su memoria lo que había pasado. Más molesta que angustiada, se tocó con los dedos el vendaje que tenía en la cabeza y buscó con la mirada a Gray. Al no verlo, deseó que hubiera encontrado alguna cama vacía o algún sofá en la sala de espera en donde hubiera podido acostarse. Sonrió al ver las flores que él le había llevado y pensó que debía haberle dicho que se las pusiera más cerca para poder tocarlas.
Con cautela, se abrió la parte de arriba del pijama y se mordió el labio al verse. Tenía un arco iris de moratones por todo el esternón y el torso, donde la había sujetado el cinturón de seguridad. Al verse, agradeció que Gray la hubiera ayudado a ponerse el pijama en la oscuridad. Pensó que no era justo ni correcto que en los últimos días que iban a pasar juntos ella estuviera tan maltrecha. Quería estar guapa para él.
—Buenos días, señorita Concannon. Veo que ya se ha despertado. —Una enfermera entró en la habitación, toda sonrisas, juventud y salud rozagante. Brianna intentó odiarla.
—Sí, ya estoy despierta. ¿A qué hora viene el médico a darme de alta?
—Pronto empezará la ronda, no se preocupe. La enfermera Mannion me ha dicho que ha pasado una noche tranquila. —Mientras hablaba, le tomó la tensión y le metió un termómetro bajo la lengua—. ¿No se ha mareado? Eso está muy bien —dijo después de que Brianna negara con la cabeza. Vio que la tensión estaba bien, asintió con la cabeza, le sacó el termómetro de la boca y asintió de nuevo al ver el resultado—. Bueno, al parecer está usted de maravilla, ¿no?
—Estoy lista para irme a casa.
—Estoy segura de que debe de estar ansiosa. —La enfermera hizo anotaciones en la historia clínica de Brianna—. Su hermana ha llamado esta mañana, y también el señor Biggs. Un americano. Ha dicho que era él quien había chocado contra su coche.
—Sí.
—Les hemos asegurado a los dos que usted estaba descansando cómodamente. ¿Le duele el hombro?
—Un poco.
—Ya le podemos dar algo para el dolor —le dijo, leyendo la historia clínica.
—No quiero inyecciones.
—Podemos darle calmantes por vía oral —replicó con una sonrisa—. En un momento le traerán el desayuno. Ah, la enfermera Mannion me dijo que habría que traerle dos bandejas. ¿Una es para el señor Thane? —Disfrutando de la broma abiertamente, le echó una mirada a la puerta del baño—. Me voy en un segundo, señor Thane, para que pueda salir. La enfermera Mannion también me ha dicho que es un hombre de lo más atractivo —le susurró la enfermera a Brianna—. Dice que tiene una sonrisa matadora.
—Así es.
—Qué suerte la suya. Le voy a traer algo para el dolor.
Cuando la enfermera se fue y cerró la puerta tras de sí, Gray salió del cuarto de baño, frunciendo el entrecejo.
—¿Acaso esa mujer tiene un radar?
—¿Realmente estabas en el baño? Ay, Gray, pensaba que habrías encontrado algún lugar donde dormir. ¿Has estado despierto toda la noche?
—Estoy acostumbrado a estar despierto toda la noche. Oye, estás mucho mejor. —Se le acercó y las arrugas del ceño se fueron desvaneciendo para ser sustituidas por una expresión de alivio—. Realmente tienes mucho mejor aspecto.
—No quiero pensar en la pinta que tengo. Tú pareces cansado.
—No me siento cansado ahora. Lo que estoy es muerto de hambre —le contestó, poniéndose una mano sobre el estómago—, pero cansado no. ¿Qué crees que nos darán de comer?
—No vas a llevarme en brazos hasta la casa.
—Por supuesto que voy a hacerlo. —Gray dio la vuelta al coche y abrió la puerta del copiloto—. El médico ha dicho que podías venir a casa sólo si te lo tomabas con calma, descansabas todas las tardes y evitabas levantar peso.
—Pues bien, no estoy cargando nada, ¿no es cierto?
—Tú no, pero yo estoy a punto de hacerlo. —Teniendo cuidado de no golpearle el hombro, deslizó un brazo por detrás de la espalda de Brianna y el otro por debajo de las rodillas—. Se supone que las mujeres piensan que este tipo de cosas son románticas.
—En otras circunstancias. Puedo caminar, Grayson. No tengo nada malo en las piernas.
—Nada de nada. Al contrario, son fantásticas —dijo, y le dio un beso en la punta de la nariz—. ¿Acaso no lo había mencionado antes?
—Creo que no lo habías hecho. —Le sonrió, a pesar del hecho de que le había golpeado el hombro y le estaban doliendo los moratones del pecho. Después de todo, lo que contaba era la idea—. Bueno, ya que estás jugando a ser el Señor Oscuro, méteme en casa. Y espero que me des un beso. Un buen beso.
—Te has vuelto tremendamente exigente desde que te diste ese golpe en la cabeza —comentó él, y anduvo con ella en brazos a lo largo del camino de entrada—, pero creo que te perdonaré.
Antes de que llegaran a la puerta, ésta se abrió de golpe y Maggie salió como una exhalación.
—Por fin llegáis. Parece que habéis tardado una eternidad. ¿Cómo estás, Brie?
—Me estáis mimando, y si no tenéis cuidado, puede que me acostumbre a ello.
—Llévala dentro, Gray. ¿Hay algo en el coche que necesite mi hermana?
—Como ciento cincuenta mil flores.
—Yo las traigo. —Maggie se dirigió al coche mientras los Carstairs salieron al vestíbulo desde la sala.
—Ay, Brianna, pobrecilla, querida Brianna. Hemos estado tan preocupados… Johnny y yo a duras penas pudimos pegar ojo anoche. Te imaginábamos en el hospital toda magullada. A mí los hospitales me parecen de los sitios más deprimentes. No me imagino por qué hay gente que decide trabajar en uno, ¿tú sí? ¿Quieres tomar un té o prefieres que te traiga un pañito frío para la cabeza? ¿Necesitas algo?
—No, Iris, muchas gracias —logró contestar Brianna entre toda la verborrea de la mujer—. Lamento haberles preocupado, pero ha sido algo de poca importancia, de verdad.
—Tonterías. Un accidente automovilístico, una noche en el hospital, una contusión… Ay, ¿te duele la pobre cabecita?
Estaba empezando a dolerle.
—Nos alegra que estés de vuelta en casa —agregó Carstairs, y le dio unas palmaditas en la mano a su mujer para calmarla.
—Espero que la señora O’Malley les haya hecho sentir cómodos.
—Te aseguro que es un tesoro.
—¿Dónde quieres que te las ponga, Brie? —le preguntó Maggie detrás de una selva de flores.
—Ah, pues…
—Las voy a poner en tu habitación —decidió su hermana por sí misma—. Rogan vendrá a verte en cuanto Liam se despierte de la siesta. Y te ha llamado el pueblo entero y te han mandado suficientes tartas y bizcochos como para alimentar a un ejército durante una semana.
—Aquí está nuestra niña. —Lottie salió de la cocina secándose las manos en un trapo.
—Lottie, no sabía que estabas aquí.
—Por supuesto que sí. No me iré sin ver que estás instalada y bien cuidada. Grayson, llévala directamente a su habitación. Necesita descansar.
—No, por favor. Grayson, bájame.
Grayson sólo la acomodó mejor.
—Te superamos en número. Y si no te comportas, no te leeré el resto del libro.
—Esto es una tontería. —Sin importar sus protestas, Gray la llevó a su habitación y la acostó en la cama—. Me daría lo mismo que me llevaran de vuelta al hospital.
—No montes numeritos. Te voy a preparar un té —le dijo Lottie mientras le arreglaba la almohada y le estiraba la sábana—. Cuando te lo tomes, te echarás una siesta. Van a venir muchas personas a visitarte, y las primeras no tardarán, pero antes necesitas descansar.
—Al menos déjame tener mi labor a mano.
—Lo decidiremos después. Gray, por favor, acompáñala y comprueba que se comporte.
Brianna hizo un puchero y cruzó los brazos.
—Vete —le dijo—. No te necesito cerca si no puedo contar contigo.
—Vaya, vaya. Por fin la verdad sale a la luz. —Sin quitarle la mirada de encima, Gray se recostó contra el marco de la puerta—. Sí que eres una arpía, ¿verdad?
—¿Una arpía, te parece? Me quejo porque no hacéis más que mangonear y darme órdenes: ¿eso me convierte en una arpía?
—Estás haciendo pucheros y quejándote porque te estamos cuidando y porque nos preocupamos por ti. Eso te convierte en una arpía.
Brianna abrió la boca para contestar, pero la cerró de nuevo.
—Pues bien, entonces lo soy —dijo finalmente.
—Ya es hora de que te tomes las pastillas —replicó Gray sacando de un bolsillo el frasco de pastillas y yendo al baño a llenar un vaso de agua.
—Me adormilan —murmuró Brianna cuando Gray se acercó con el vaso y la pastilla en la mano.
—¿Quieres que te tape la nariz para que tengas que abrir la boca y entonces te meta la pastilla y te obligue a tragar?
Imaginarse tal humillación hizo que le arrebatara de la mano la pastilla y el vaso.
—Ya está. ¿Contento?
—Estaré contento cuando te deje de doler.
Brianna no pudo seguir riñendo.
—Lo siento, Gray. Me estoy portando muy mal.
—Estás dolorida. —Se sentó en el borde de la cama y la tomó de la mano—. Yo también he estado así un par de veces. El primer día es un horror. El segundo, un infierno.
—Pensaba que hoy estaría mejor —dijo Brianna con un suspiro—. Y estoy furiosa porque no es así. No quería desquitarme contigo.
—Aquí está tu té, muñeca. —Lottie entró y le puso a Brianna el plato con la taza en la mano—. Y ahora vamos a quitarte los zapatos para que estés más cómoda.
—Lottie, gracias por estar aquí.
—No tienes que agradecerme eso. La señora O’Malley y yo nos encargaremos de que el hotel funcione hasta que te sientas bien de nuevo. No tienes que preocuparte por nada. —Le cubrió las piernas con una fina manta—. Grayson, procura que ahora descanse, ¿de acuerdo?
—Puede contar con ello. —Siguiendo un impulso, se puso de pie y le dio a Lottie un beso en la mejilla—. Es usted un encanto, Lottie Sullivan.
—Ay, no sigas —replicó, y sonrojándose de placer, Lottie se apresuró hacia la cocina.
—Tú también lo eres, Grayson Thane —murmuró Brianna—. Un encanto.
—Sigue, sigue —le dijo, y ladeó la cabeza—. ¿Lottie sabe cocinar?
Brianna se rio, que era lo que él esperaba que hiciera.
—Nuestra Lottie es muy buena cocinera. Y no te costará lograr que te prepare una tarta de fruta. Si es que te apetece.
—Lo tendré en mente. Maggie ha traído el libro —anunció, y lo cogió de la mesilla de Brianna, que era donde Maggie lo había dejado—. ¿Estás de ánimo para otro capítulo de abrasador romance medieval?
—Sí, claro.
—Anoche te quedaste dormida mientras te leía —le dijo mientras pasaba las páginas del libro—. ¿Qué es lo último que recuerdas?
—Que Ian le decía a Katrina que la amaba.
—Como si eso me indicara dónde nos quedamos.
—La primera vez. —Brianna le dio una palmada a la cama para invitar a Gray a que se sentara a su lado—. Nadie olvida la primera vez que oye que se lo dicen. —Los dedos de Gray se movieron por las páginas del libro, calmadamente, y él no dijo nada. Entendiendo, Brianna le tocó el brazo—. No debes dejar que te preocupe, Grayson. Se supone que lo que siento por ti no debe ser motivo de preocupación.
Pero le preocupaba. Por supuesto que le preocupaba. Sin embargo, había algo más, y Gray pensó que por lo menos podía darle eso.
—Me hace sentir humilde, Brianna. —Levantó la mirada, esos ojos de color café con vetas doradas tan inciertos—. Y me asombra.
—Un día, cuando recuerdes la primera vez que lo oíste, espero que te complazca. —Satisfecha por el momento, bebió de su té y sonrió—. Cuéntame una historia, Grayson.