Capítulo 22

—Nunca jamás había tenido un momento de mayor satisfacción. —Casi ronroneando, Maggie se estiró en el asiento del copiloto del coche de Brianna y lanzó una última mirada hacia atrás a la casa de su madre mientras su hermana arrancaba.

—Regodearse no es un comportamiento apropiado, Margaret Mary.

—Apropiado o no, lo estoy disfrutando. —Se dio la vuelta y puso un sonajero en la mano que Liam estaba agitando; iba sentado en su sillita en el asiento trasero—. ¿Te has fijado en la cara que ha puesto, Brie? ¿Te has fijado?

—Sí, sí me he fijado. —Por un momento la dignidad se le desvaneció y se permitió sonreír—. Por lo menos has tenido el sentido común de no restregarle todo el asunto.

—Es que eso ha sido lo mejor de todo. Sólo hemos tenido que decirle que el dinero procede de una inversión que hizo papá antes de morir y que ahora está dando rendimiento. Y he podido resistirme a decirle, aunque me estaba muriendo por decirlo, que ella no se merecía esa tercera parte debido a que nunca creyó en él.

—La tercera parte le corresponde por derecho propio y ése es el fin de la discusión.

—No voy a discutir contigo, puesto que estoy demasiado ocupada regodeándome. —Saboreando el placer, empezó a tararear—. Bueno, cuéntame entonces qué planeas hacer con tu parte.

—Quiero hacer algunas reformas en la casa. Voy a empezar con el desván, que fue el que desató todo esto.

Liam lanzó alegremente el sonajero que tenía en la mano, así que Maggie sacó otro y se lo pasó.

—Pensaba que íbamos a Galway de compras.

—Sí, para allá vamos. —Gray había estado dándole la lata para que lo hiciera y después prácticamente la había echado de su propia casa. Sonrió al acordarse de la escena que habían tenido lugar ante la puerta principal—. Quiero comprarme un robot de cocina profesional, de los que se usan en los restaurantes y las exhibiciones gastronómicas.

—A papá le habría gustado mucho —comentó Maggie con una sonrisa—. ¿Sabes?, es como si fuera un regalo suyo.

—Eso pienso yo. Parece que es lo correcto. ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer con tu parte?

—Voy a invertir algo en el taller. El resto lo voy a ahorrar para Liam. Creo que a papá le habría gustado que fuera así. —Pasó lentamente los dedos sobre el salpicadero—. Este es un coche muy bonito, Brie.

—Sí, lo es. —Se rio y pensó que tenía que darle las gracias a Gray por haberla sacado de casa para que pasara el día fuera—. Imagínate, yo conduciendo hasta Galway sin tener que preocuparme de que se le va a caer algo al coche. Es tan típico de Gray hacer regalos extraordinarios y conseguir que parezca algo natural…

—Desde luego. Va y me regala un prendedor de diamantes tan alegremente como si fuera un ramillete de flores. Gray tiene un corazón dulce y generoso.

—Sí, así es.

—Hablando de él, ¿en qué anda?

—Pues se pasa el día trabajando o con los Carstairs.

—Qué personajes. ¿Sabes lo que me contó Rogan? Que cuando estuvieron en la galería, trataron por todos los medios de que les vendiera la mesa antigua que tiene en la sala del segundo piso.

—No me sorprende lo más mínimo. A mí Iris casi me ha convencido de que le compre, sin importar que no la haya visto, una lámpara que dice que es perfecta para mi sala. Y añadió que me haría un buen descuento. —Brianna se rio—. Los voy a echar de menos cuando se vayan mañana.

—Tengo el presentimiento de que volverán —repuso, e hizo una pausa—. ¿Cuándo se marcha Gray?

—Probablemente la semana que viene. —Brianna mantuvo la mirada en la carretera y procuró hablar con voz tranquila—. Ahora no está haciendo más que juguetear con el libro, me parece a mí.

—¿Crees que va a volver?

—Espero que así sea, pero no puedo contar con ello. No puedo.

—¿Le has pedido que no se vaya?

—Tampoco puedo hacer eso.

—No —murmuró Maggie—. No podrías. Yo tampoco podría en esas mismas circunstancias. —Sin embargo, pensó, Gray sería un grandísimo idiota si se marchaba—. ¿No querrías cerrar el hotel un par de semanas o pedirle a la señora O’Malley que se ocupe de él? Podrías venirte con nosotros a Dublín o irte a la villa.

—No, aunque gracias por ofrecérmelo. Es muy amable por tu parte, pero me sentiré más contenta en mi hogar.

Probablemente ésa era la verdad, pensó Maggie, de manera que no discutió.

—En cualquier caso, si cambias de opinión, sólo tienes que decírmelo. —Haciendo un esfuerzo a propósito por aligerar los ánimos, se volvió hacia su hermana y le preguntó—: ¿Qué te parece, Brie? ¿Nos compramos algo inútil cuando lleguemos a Shop Street? Lo primero que se nos antoje. Algo que no sirva para nada y que sea caro; una de esas fruslerías que solíamos mirar con la nariz pegada al cristal del escaparate cuando papá nos traía.

—Como esas muñequitas que llevan unos vestidos preciosos o los joyeros que tenían a unas bailarinas dando vueltas encima.

—Humm, creo que podemos encontrar algo más apropiado para nuestra edad, pero sí, ésa es la idea.

—Está bien. Dalo por hecho.

Tal vez porque habían estado hablando de su padre, a Brianna los recuerdos le bullían por dentro cuando llegaron a Galway. Aparcaron el coche y se unieron al tráfico peatonal: compradores, turistas, niños…

Brianna vio a una niña pequeña sobre los hombros de su padre. Su propio padre solía cargarla así también, recordó. Las llevaba a ella y a Maggie por turnos y, algunas veces, corría para que la que estuviera arriba se balanceara y gritara de felicidad. O las tomaba de la mano firmemente mientras caminaban sin rumbo fijo y entre la muchedumbre y les contaba historias.

«Cuando llegue nuestro barco, Brianna, mi amor, te compraré vestidos preciosos como ésos que tienen en ese escaparate, mira. Un día vendremos a Galway con los bolsillos rebosantes de dinero. Espera y verás, cariño».

Y a pesar de que ella sabía que eran puros cuentos, sólo sueños, no había disminuido el placer de lo que veía, de lo que olía y de lo que escuchaba.

En ese momento ni los recuerdos echaron a perder la sensación. El color y el movimiento de Shop Street la hicieron sonreír, como siempre. Disfrutaba de las voces que contrastaban con el cadencioso acento irlandés: el tono nasal y arrastrado de los norteamericanos, el acento gutural de los alemanes y la impaciencia de los franceses. Podía oler en el ambiente un ligero aroma que provenía de la bahía de Galway, que traía la brisa, y el chispeante olor de la grasa que salía de un pub cercano.

—Mira —dijo Maggie empujando el cochecito de Liam hasta el escaparate de una tienda—, es perfecto.

Brianna maniobró entre la muchedumbre hasta que pudo acercarse a Maggie y mirar por encima de su hombro.

—¿Qué es eso?

—Esa vaca enorme que está allí. Es justo lo que quiero.

—¿Quieres una vaca?

—Parece porcelana —murmuró Maggie, examinando el cuerpo brillante en blanco y negro y la tonta y sonriente cara bovina—. Apuesto a que es ridículamente cara, lo que la hace incluso mejor. Me la voy a comprar. Entremos en la tienda.

—Pero ¿qué vas a hacer con ella?

—Dársela a Rogan, por supuesto. Y cerciorarme de que la ponga en esa atestada oficina que tiene. Ay, y espero que pese una tonelada.

Y así era, de modo que le pidieron al dependiente que se la guardara mientras terminaban de hacer sus compras. Y sólo después de que comieran y de que Brianna hubiera sopesado los pros y los contras de seis robots de cocina, finalmente encontró su objeto inútil.

Las hadas estaban hechas de bronce pintado y bailaban colgadas de hilos que pendían de una varilla de cobre. Brianna las acarició con el dedo, lo que hizo que sus alas chocaran entre sí musicalmente.

—Las voy a colgar en la ventana de mi habitación, por fuera. Me recordarán todas las historias de hadas que papá solía contarnos.

—Es una elección perfecta. —Maggie le pasó un brazo alrededor de la cintura a su hermana—. No, no mires el precio —le dijo cuando Brianna trató de ver qué decía la pequeña etiqueta—. Eso forma parte de la diversión. Sin importar lo que cueste, es la elección correcta. Anda a comprar tu fruslería, después decidiremos cómo llevar la mía hasta el coche.

Al final decidieron que lo mejor era que Maggie se quedara esperando en la tienda con la vaca, con Liam y con el resto de las compras mientras Brianna iba a por el coche y los recogía después.

Disfrutando de su ligero estado de ánimo, Brianna caminó hacia el aparcamiento. Colgaría a sus hadas en el mismo momento en que llegara a casa. Y luego jugaría con su nuevo juguete de cocina. Pensó lo maravilloso que sería hacer una mousse de salmón o cortar en cuadraditos los champiñones con un instrumento de tal precisión.

Tarareando, se sentó ante el volante del coche y arrancó. Tal vez podía idear algo para acompañar el pescado a la parrilla que tenía pensado preparar para la cena. ¿Qué le apetecería a Gray?, se preguntó mientras conducía hacia la salida para pagar la tarifa antes de irse. Un puré de patatas y repollo, quizá, y un postre de grosellas, si encontraba suficientes grosellas maduras.

Pensó que la temporada de bayas empezaba los primeros días de junio, pero Gray ya se habría ido para entonces. Trató de hacer caso omiso de la angustia que sintió en el corazón. Bueno, en cualquier caso sería a principios de junio, se dijo a sí misma mientras salía del aparcamiento, y quería que Gray tuviera su postre especial antes de que se fuera.

Brianna escuchó el grito cuando estaba doblando la curva. Desconcertada, volvió la cabeza. Sólo tuvo tiempo de coger aire para gritar antes de que un coche, que llegaba en dirección contraria a la suya y había tomado la curva muy cerrada y por el carril equivocado, se estrellara de frente contra el suyo. Escuchó el chirrido del metal desgarrándose y el sonido del vidrio haciéndose pedazos. Después no oyó nada en absoluto.

—Así que Brianna se ha ido de compras —comentó Iris mientras se unía a Gray en la cocina—. Qué bien. Nada pone a una mujer de mejor humor que una buena sesión de compras.

Gray no pudo imaginarse a la práctica Brianna en semejante situación.

—Se ha ido a Galway con su hermana. Le dije que podíamos arreglárnoslas solos aunque no pudiese volver a la hora del té. —Sintiéndose un poco propietario de la cocina, Gray sirvió en fuentes la comida que Brianna había preparado antes de irse—. En cualquier caso, sólo seremos tres esta noche.

—Entonces quedémonos aquí en la cocina, que es tan acogedora —dijo Iris mientras llevaba la jarra del té a la mesa—. Hiciste bien al convencerla de que se tomara el día libre y saliera con su hermana.

—Casi tuve que arrastrarla hasta el coche. Está tan aferrada a este lugar…

—Tiene raíces profundas y fértiles. Ésa es la razón por la cual Brianna florece. Al igual que las flores de su jardín. Nunca había visto un jardín ni remotamente parecido al de ella. Justo esta mañana estaba… Johnny, querido, por fin llegas. Justo a tiempo.

—He dado la caminata más vigorizante que puedas imaginarte —repuso Carstairs, que colgó el sombrero que había llevado puesto en el perchero y luego se frotó las manos—. ¿Sabías, querida mía, que aquí todavía la gente corta su propia leña?

—No me digas.

—Sí, así es. He encontrado un sitio donde tienen leños secándose al viento y al sol. Me he sentido como si hubiera retrocedido un siglo. —Le dio a su mujer un beso en la mejilla antes de dirigir su atención a la mesa—. Humm, ¿qué tenemos aquí?

—Johnny, lávate las manos para que podamos tomarnos el té. Yo sirvo, Grayson, así que siéntate.

Gray la complació. Disfrutaba de la compañía de la pareja y de cómo se trataban el uno al otro.

—Iris, hay algo que he estado queriendo preguntarte, pero espero que no te ofendas.

—Mi querido muchacho, puedes preguntarme lo que sea.

—¿Lo echas de menos?

Iris no fingió que no le entendía. Le pasó el azúcar y respondió:

—Sí, de cuando en cuando. Lo que más echo de menos tal vez sea la sensación de vivir al límite. Es estimulante. —Sirvió el té primero en la taza de su marido y después se sirvió en la de ella—. ¿Y tú? —Se rio cuando Gray sólo arqueó una ceja—. Los semejantes se reconocen.

—No —le contestó Gray después de una pausa—. Para nada echo de menos esa vida.

—Puede que te hayas retirado demasiado temprano y entonces no tengas el mismo tipo de apego emocional. O puede que sí, y ésa es la razón por la cual nunca has usado tus experiencias anteriores, por llamarlas de alguna manera, en ninguno de tus libros.

—Quizá sea que no le veo sentido a mirar atrás —repuso encogiéndose de hombros y levantando su taza para llevársela a los labios.

—Yo, personalmente, siempre he pensado que no puedes tener una visión realmente clara de lo que te espera en el futuro si no echas una mirada por encima del hombro de cuando en cuando.

—A mí me gustan las sorpresas. Si uno ya tiene descifrado el futuro, entonces ¿para qué molestarse en vivirlo?

—La sorpresa consiste en que el futuro nunca es exactamente lo que uno piensa que será. Pero tú todavía eres joven —le dijo, y le sonrió maternalmente—, así que lo descubrirás con los años. ¿Cuando viajas llevas mapa?

—Por supuesto.

—Pues verás, para mí es como viajar con un mapa. Pasado, presente, futuro, todo trazado en un mapa. —Iris se mordió el labio inferior mientras medía con atención una minúscula cantidad de azúcar para ponerla en su té—. Puedes planear una ruta. Hay algunas personas que se atienen a ella estrictamente y sin importar nada, no se desvían a explorar; no se detienen si no lo tienen planeado a disfrutar de un bello atardecer en particular. Es una pena —reflexionó—. Ah, y cómo se quejan cuando les toca desviarse… Pero a la mayoría de nosotros nos gusta afrontar alguna aventura durante el camino, de manera que tomamos esa ruta que se desvía del camino principal. Tener una visión clara de ese destino final no quiere decir que no podamos disfrutar del trayecto. Por fin estás aquí, Johnny, querido. Te acabo de servir el té.

—Que Dios te bendiga, Iris.

—Le he puesto una gota de crema, como te gusta.

—Estaría perdido sin ella —le dijo Carstairs a Gray—. Ah, parece que vamos a tener compañía.

Gray miró hacia la puerta de la cocina al tiempo que Murphy la abría. Con entró y se dirigió hacia él, se sentó a sus pies y descansó la cabeza sobre su regazo. Gray empezó a levantar la mano para acariciarle, pero al ver la expresión de Murphy, se le desvaneció la sonrisa de saludo.

—¿Qué pasa? —Se levantó como un resorte haciendo temblar las tazas en la mesa. Murphy tenía la cara seria; los ojos, demasiado oscuros—. ¿Qué pasa? —repitió.

—Ha habido un accidente. Brianna está herida.

—¿Qué quieres decir con que está herida? —le preguntó en tono exigente por encima del murmullo angustiado de Iris.

—Me ha llamado Maggie. Brianna ha tenido un accidente cuando estaba saliendo con el coche del aparcamiento. Maggie y Liam la estaban esperando con las compras en una tienda. —Murphy se quitó la gorra, una cuestión de costumbre, y apretó los dedos sobre la visera—. Si quieres, te llevo hasta Galway. Brie está hospitalizada allí.

—Hospitalizada —repitió Gray, y sintió, físicamente, que la sangre se le estaba saliendo del cuerpo—. ¿Tan mal está? ¿Tan grave ha sido el accidente?

—Maggie no está segura. Me ha dicho que no cree que sea muy grave, pero estaba esperando a que el médico le diera el informe. Te llevaré a Galway, Grayson. He pensado que podríamos ir en tu coche, es más rápido.

—Necesito las llaves —dijo, y notó que su cerebro se atontaba, se volvía inútil—. Necesito coger las llaves.

—No le dejes conducir —le dijo Iris a Murphy cuando Gray salió de la cocina.

—No, señora, no le dejaré.

Murphy no tuvo que discutir. Cogió las llaves de la mano de Gray y se sentó detrás del volante. Dado que Gray no dijo nada, Murphy apretó el acelerador y condujo a la mayor velocidad que permitía el Mercedes. En otra ocasión, tal vez, habría apreciado la potencia con la que respondía el magnífico vehículo, pero esa vez sencillamente lo utilizó.

Para Gray el viaje fue eterno. El glorioso paisaje del oeste pasaba por la ventanilla a toda velocidad, pero parecía que no avanzaban. Era como estar en una caricatura, pensó difusamente, apresurándose de cuadro a cuadro de animación pero sin poder hacer nada más que estar sentado. Y esperar.

Brianna no habría ido a Galway si él no se hubiera empeñado. La había presionado para que saliera, para que se tomara el día libre. Y Brie se había ido a Galway y ahora estaba… Dios santo, no sabía cómo estaba, qué le había pasado, y no soportaba ni imaginárselo.

—Debí haber ido con ella.

Con el coche a toda velocidad, Murphy no se molestó en volverse a mirarlo.

—Te vas a poner malo si sigues pensando así. Ya estamos muy cerca de Galway, así que enseguida veremos qué ha ocurrido.

—Yo le compré ese maldito coche.

—Es cierto. —Gray no necesitaba compasión, pensó Murphy, sino un poco de sentido práctico—. Y tú no eres el que iba conduciendo el otro vehículo. Según mi manera de ver las cosas, si Brie hubiera ido en esa chatarra oxidada que tenía antes, las cosas habrían sido mucho peores.

—Pero si no sabemos cómo está…

—Pero pronto lo sabremos, así que mantén la calma mientras llegamos. —Murphy tomó una salida, disminuyó la velocidad y empezó a maniobrar entre el tráfico lento de la ciudad—. Es muy probable que esté bien y que nos eche la bronca por haber venido hasta aquí.

Murphy dobló la curva para entrar en el aparcamiento del hospital. Acababan de bajarse del coche y se dirigían hacia la puerta cuando vieron a Rogan, que estaba dándole una vuelta a Liam.

—Brianna… —fue todo lo que pudo decir Gray.

—Está bien. El médico quiere dejarla en observación por lo menos esta noche, pero está bien.

Gray dejó de sentir las piernas y entonces se apoyó en el brazo de Rogan, tanto para mantener el equilibrio como para hacer hincapié.

—¿Dónde? ¿Dónde está?

—La acaban de trasladar a una habitación de la sexta planta. Maggie todavía está con ella. He traído a Maeve y a Lottie que también están con ella. Brie está… —se interrumpió y le cortó el paso a Gray, que estaba empezando casi a correr hacia la puerta—. Está llena de golpes y yo, personalmente, creo que mucho más dolorida de lo que demuestra, pero el médico dice que ha tenido mucha suerte. Tiene moratones del cinturón de seguridad, que es lo que ha evitado que el golpe haya sido peor. Se le ha dislocado un hombro, que es lo que más le duele, tiene un chichón en la cabeza y varios cortes en el cuerpo. El médico dice que debe estar en reposo durante veinticuatro horas.

—Necesito verla.

—Ya lo sé —repuso Rogan, que siguió bloqueándole el paso a Gray—, pero Brie no necesita ver lo alterado que estás. Es de las personas que se lo toman todo muy a pecho y se preocupan.

—Está bien. —Luchando por mantener el equilibrio, Gray se apretó los puños contra los ojos—. Está bien. Voy a recobrar la calma, pero tengo que verla.

—Voy contigo —dijo Murphy, y lo guio hacia dentro. Se guardó para sí mismo los consejos mientras esperaban ante el ascensor.

—¿Por qué están todos aquí? —preguntó en tono exigente—. ¿Por qué están todos aquí, Maggie, su madre, Rogan, Lottie, si Brianna está bien?

—Porque es su familia. —Murphy presionó el botón donde ponía seis—. ¿Dónde iban a estar? Hace tres años me rompí un brazo y me hice una fisura en el cráneo jugando al fútbol. No podía deshacerme de una hermana cuando ya estaba la otra en la puerta. Mi madre se quedó conmigo durante dos semanas, sin importarle lo que le dije o lo que hice para que se fuera a su casa. Y, a decir verdad, estaba encantado de que me mimaran. Mucho cuidado con las muestras de cariño —le advirtió a Gray en cuanto se detuvo el ascensor—. Las enfermeras irlandesas son muy estrictas. Mira, allí está Lottie.

—Bueno, parece que habéis volado hasta aquí —dijo dirigiéndose hacia ellos con una amplia sonrisa tranquilizadora—. Brie está bien, la están cuidando estupendamente. Rogan se ha encargado de que le dieran una habitación individual para que tenga privacidad y silencio. Ya ha empezado a decir que quiere irse a casa, pero como tiene una contusión, el médico ha dicho que es mejor que se quede en observación.

—¿Una contusión?

—Es leve, en realidad. —Lottie trató de tranquilizarlos mientras los guiaba a lo largo del pasillo—. No parece que haya estado inconsciente más que unos momentos. Y tuvo la lucidez suficiente para decirle al hombre del aparcamiento dónde la estaba esperando Maggie. Mira, Brianna, ha llegado una nueva visita.

Gray sólo vio a Brianna, blancura contra sábanas blancas.

—Oh, Gray, Murphy, no teníais por qué venir hasta aquí. Enseguida estaré de vuelta en casa.

—Claro que no —dijo Maggie con voz firme—. Vas a quedarte aquí esta noche.

Brianna trató de girar la cabeza, pero el dolor la hizo cambiar de opinión.

—No quiero pasar la noche aquí. Lo único que tengo son moratones y chichones. Ay, Gray, el coche. Lo siento tanto… Está fatal; uno de los lados está totalmente hundido, los faros se han roto y…

—Cállate, ¿vale?, y déjame verte bien. —La tomó de la mano y se la apretó ligeramente. Brianna estaba pálida y le había salido un enorme moratón en un pómulo. Sobre él tenía entre la ceja y la sien, una venda blanca. Y debajo de la bata de hospital que le habían puesto, Gray pudo ver otras vendas en el hombro. A Gray la mano empezó a temblarle, así que soltó la de Brianna y se metió la suya en el bolsillo del pantalón—. Te duele, lo veo en tus ojos.

—Me duele la cabeza —replicó Brianna sonriendo ligeramente y llevándose la mano a la venda—. Me siento como si me hubiera pasado por encima todo un equipo de rugby.

—Deberían darte algo para el dolor.

—Me lo darán si lo necesito.

—Le tiene miedo a las agujas —dijo Murphy, y se inclinó para besarla ligeramente. Su propio alivio al ver a Brianna de una pieza se hizo evidente en una enorme y descarada sonrisa—. Recuerdo oírte aullar, Brianna Concannon, un día que el doctor Hogan te estaba poniendo una inyección y yo estaba en la sala de espera del consultorio.

—Y no me avergüenza reconocerlo. Las agujas son una cosa espantosa. No quiero que me pinchen más de lo que ya me han pinchado. Y quiero irme a casa.

—Te vas a quedar justo donde estás. —Maeve habló desde una silla que estaba bajo la ventana—. Una o dos inyecciones difícilmente bastan para compensar el susto que nos has dado.

—Madre, no es culpa de Brianna que a un yanqui imbécil se le haya olvidado por qué lado debía conducir. —A Maggie los dientes le rechinaron de sólo pensarlo—. Y que a ellos no les haya pasado nada… Apenas tienen un rasguño.

—No seas tan dura con el norteamericano, Maggie. Fue un error que casi mata del susto al conductor y a sus acompañantes. —Las palpitaciones dentro de la cabeza de Brianna se intensificaron ante la idea de una discusión—. Me quedaré si no tengo más remedio, pero ojalá pudiera preguntárselo al médico otra vez.

—Vas a dejar en paz al médico y vas a descansar, tal y como te ha dicho. —Maeve se puso de pie—. Y no puede haber descanso con tanta gente molestando. Margaret Mary, es hora de que lleves a tu bebé a casa.

—No quiero dejar sola a Brie aquí —empezó a decir Maggie.

—Yo me quedo. —Gray se dio la vuelta y le mantuvo la mirada a Maeve sin titubear—. Yo me quedo con ella.

Maeve movió un hombro.

—Por supuesto. No es de mi incumbencia lo que vosotros hagáis. Se nos ha pasado la hora del té —dijo—, de modo que Lottie y yo vamos a comer algo a la cafetería mientras Rogan se encarga de que nos lleven a casa. Haz lo que te digan, Brianna, y no armes alboroto. —Se inclinó, un poco rígida, y le dio un beso a Brianna en la mejilla sana—. Nunca te has curado con rapidez, así que no espero que en esta ocasión sea diferente. —Durante un instante descansó sus dedos en el lugar donde le había dado el beso, pero luego se apresuró a salir de la habitación y llamó a Lottie para que la siguiera.

—Ha rezado dos rosarios de camino aquí —murmuró Lottie—. Descansa —añadió, y le dio un beso de despedida a Brianna y salió detrás de Maeve.

—Bien. —Maggie respiró profundamente—. Creo que puedo confiar en que Grayson estará pendiente de que te portes bien. Voy a buscar a Rogan, a ver cómo hacemos para que mamá y Lottie lleguen a casa. Volveré antes de marcharme, por si Gray necesita ayuda.

—Voy contigo, Maggie. —Murphy le dio una palmadita a Brianna en la rodilla por encima de la sábana—. Brie, si vienen a pincharte, sólo vuelve la cara y cierra los ojos. Eso es lo que yo hago.

Brianna se río y cuando la habitación quedó vacía, levantó la mirada hacia Gray.

—Anda, siéntate. Sé que estás nervioso.

—Estoy bien. —Gray temió que, si se sentaba, se resbalaría de la silla como si fuera de gelatina—. Me gustaría saber qué ha pasado, si te sientes con fuerzas para contármelo.

—Todo ha ocurrido muy rápido… —Permitiéndose estar incómoda y cansada, cerró los ojos un momento—. Compramos demasiadas cosas como para cargarlas, así que Maggie se quedó esperando con los paquetes mientras yo fui a por el coche para recogerla después. Justo en el momento en que estaba saliendo del aparcamiento oí que alguien gritaba. Era el vigilante, que había visto al otro coche ir en mi dirección. Pero para entonces ya no se podía hacer nada, no hubo tiempo. Me dio por un lado. —Empezó a darse la vuelta, pero el hombro le dolió—. La grúa iba a llevarse el coche a alguna parte, no recuerdo adonde.

—Ya no importa. Después nos haremos cargo de eso. Te has dado un golpe en la cabeza —afirmó, y acercó sus dedos con suavidad a las vendas, pero no las tocó, sólo los dejó muy cerca.

—Debí de darme un golpe, sí, porque lo siguiente que recuerdo es tener un montón de gente alrededor, y la americana no hacía más que llorar y preguntarme si estaba bien. Su marido se había ido a llamar a una ambulancia. Me sentía confundida. Creo que pedí que alguien fuera a llamar a mi hermana y después los tres, Maggie, Liam y yo, nos vinimos en la ambulancia. —Brianna omitió que hubo un montón de sangre, tanta que se asustó mucho, hasta que el auxiliar detuvo la hemorragia—. Lamento que Maggie no haya podido decir mucho más cuando llamó. Si hubiera esperado a que el médico terminara de examinarme, te habría ahorrado mucha preocupación.

—De todas maneras me habría preocupado. No… No puedo… —Gray cerró los ojos y luchó por encontrar las palabras—. Es difícil para mí lidiar con la idea de que estás herida, pero la realidad es, incluso, más difícil.

—Sólo son moratones y chichones.

—Y una contusión y un hombro dislocado. —Por el bien de los dos, Gray se enderezó—. Dime, ¿es cierto el mito de que si uno sufre una contusión no debe dormirse, porque si lo hace, puede que no vuelva a despertarse?

—Es un mito —contestó Brianna sonriendo de nuevo—. Pero estoy pensando seriamente en quedarme despierta uno o dos días, sólo por si acaso.

—Entonces querrás tener compañía.

—Me encantaría tener compañía. Creo que me volvería loca si me quedara sola en esta cama sin nada que hacer y sin nadie con quien hablar.

—Entonces ¿cómo lo hacemos? —Se sentó en la cama teniendo cuidado de no hacerle daño—. Probablemente aquí la comida sea asquerosa. Es una ley que cumplen todos los hospitales de los países desarrollados. Voy a salir a buscar algo de comer, unas hamburguesas con patatas fritas, tal vez, y cenaremos juntos.

—Eso me gustaría.

—Y si viene una enfermera a tratar de pincharte, le patearé el trasero.

—No me importaría que lo hicieras. ¿Harías algo más por mí?

—Simplemente dímelo.

—¿Podrías llamar a la señora O’Malley? Esta noche iba a preparar un abadejo para la cena. Sé que Murphy cuidará de Con, pero los Carstairs necesitan que los atiendan y mañana llegarán otros huéspedes.

Gray se llevó la mano de Brie a los labios y después descansó la frente sobre su palma.

—No te preocupes por nada. Déjame cuidarte.

Era la primera vez en su vida que Gray le hacía esa petición a alguien.