Por primera vez desde que Brianna había abierto su casa para recibir huéspedes, quiso que todos se fueran al diablo. Le molestaba la intromisión de otras personas en su intimidad con Gray. Y a pesar de que la avergonzaba, también le molestaba el tiempo que él pasaba encerrado en su habitación terminando el libro que lo había llevado hasta ella.
Trató de pelear contra sus propias emociones e hizo todo lo posible para evitar que resultaran evidentes. A medida que los días fueron pasando, se aseguró a sí misma que esa sensación de pánico e infelicidad se desvanecería. Su vida era tan cercana a lo que siempre había querido que fuera… Tan, tan cercana…
No tenía el marido y los hijos que siempre había anhelado tener, pero tenía muchas otras cosas que la llenaban. La ayudaba, por lo menos un poco, hacer el recuento de las cosas buenas que tenía mientras avanzaba en su rutina diaria.
Llevó la ropa de cama limpia, recién descolgada de las cuerdas, a las habitaciones del segundo piso. Como la puerta de la habitación de Gray estaba abierta, entró. Dejó las sábanas a un lado, pues era prácticamente innecesario cambiarlas, dado que Gray había estado durmiendo en su cama todas las últimas noches. Pero la habitación necesitaba una buena limpieza, decidió al examinarla de cerca aprovechando que él había salido. Su escritorio era un desastre, sin lugar a dudas, de modo que empezó por ahí.
Vació el cenicero, que estaba desbordado de colillas, y organizó los libros y los papeles. Tenía la esperanza de encontrar algún fragmento de la historia que Gray estaba escribiendo, pero lo que encontró fueron sobres rasgados, correspondencia sin contestar y algunas notas garabateadas sobre supersticiones irlandesas. Divertida, leyó:
Ten cuidado de no hablar mal de las hadas los viernes, porque ese día están presentes y no tendrán reparo en lanzar algún hechizo si se ofenden.
Si una urraca llega hasta tu puerta y te mira de frente, es señal certera de muerte y nada podrá evitarla.
La persona que pase debajo de una cuerda de cáñamo tendrá una muerte violenta.
—Me sorprendes, Brianna. ¿Fisgoneando?
Poniéndose tan roja como un tomate, Brianna soltó la libreta y entrelazó las manos detrás de la espalda. Ah, era tan típico de Grayson Thane, pensó Brianna, aparecer tan sigilosamente…
—No estaba fisgoneando, estaba limpiando el polvo.
Gray bebió lentamente de la taza de café que había ido a preparar a la cocina. Pensó que nunca la había visto más desconcertada.
—Pero si no veo que tengas un trapo… —apuntó él.
Sintiéndose desnuda, Brianna no pudo más que cubrirse de dignidad.
—Estaba a punto de traer uno. Tu escritorio está hecho lamentable desastre, y estaba ordenando antes de ponerme a limpiar.
—Estabas leyendo mis notas.
—Estaba poniendo la libreta a un lado. Tal vez haya echado un vistazo a lo que has escrito. Sólo son anotaciones sobre supersticiones, de maldad y muerte.
—Me gano la vida con la maldad y la muerte. —Sonriendo, Gray atravesó la habitación y se dirigió a ella; levantó la libreta—. Me gusta ésta: en Hallowtide… que es el primero de noviembre…
—Sé perfectamente qué día es Hallowtide.
—Por supuesto que sí. En cualquier caso, en Hallowtide, cuando el aire está colmado de la presencia de los muertos, todo es símbolo del destino. Si en esa fecha llamas a alguien del más allá y repites su nombre tres veces, el resultado es fatal —dijo, y se rio para sí mismo—. Me pregunto de qué podría acusarte la policía si lo haces.
—Es una tontería —replicó ella, pero se estremeció.
—Una tontería fabulosa. La he metido en el libro. —Puso a un lado la libreta y miró a Brianna fijamente. El intenso rubor todavía no se le había desvanecido del todo de las mejillas—. ¿Sabes cuál es el problema con la tecnología? —Cogió uno de los disquetes y se dio golpecitos con él en una de las palmas de las manos mientras la examinaba con ojos risueños—. Que no hay papeles arrugados que el escritor frustrado haya tirado y que el curioso pueda alisar y leer.
—Como si yo hubiera hecho algo así… —comentó Brie, que se alejó y fue a recoger la ropa de cama—. Tengo que ir a hacer las camas.
—¿Quieres leer una parte?
Brianna se detuvo a medio camino de la puerta y se giró para mirar a Gray por encima del hombro con suspicacia.
—¿De tu libro?
—No, del parte meteorológico… Pues por supuesto que de mi libro, Brie. De hecho, hay un fragmento que quería mostrarte porque me vendría bien la opinión de algún nativo, para ver si he logrado captar el ritmo del diálogo, la atmósfera y la manera de relacionarse.
—Ah, por supuesto que puedo ayudarte. Me alegrará hacerlo.
—Brie, te mueres de ganas de ver el manuscrito. ¿Por qué no me lo has pedido?
—Después de vivir con Maggie sé que las cosas no son así de fáciles. —De nuevo, puso a un lado la ropa de cama—. La propia vida corre peligro si uno osa entrar en su taller cuando está trabajando en una pieza nueva.
—Yo soy un poco menos temperamental —replicó él, y con movimientos diestros, encendió el ordenador y metió el disquete apropiado—. Es una escena que transcurre en el pub. Presento a algunos personajes y doy el color local. Es la primera vez que McGee ve a Tulia.
—Tulia. Es gaélico.
—Así es. Significa pacífico. Veamos si puedo encontrarla… —Empezó a pasar páginas—. Tú no hablas gaélico, ¿no?
—Sí, sí lo hablo. Mi abuela nos enseñó tanto a Maggie como a mí.
Gray levantó la cabeza y se quedó mirándola fijamente.
—Soy un imbécil. No se me ocurrió preguntártelo. ¿Sabes cuánto tiempo he invertido en buscar palabras? Sólo quería unas pocas regadas por el texto, aquí y allá.
—Sólo habrías tenido que preguntarme.
—Ya es muy tarde —le dijo, y gruñó—. Sí, aquí está. McGee es un policía cansado del mundo y de todo que tiene raíces irlandesas. Ha venido a Irlanda a indagar en la historia pasada de su familia para tal vez encontrar así el equilibrio y algunas respuestas sobre sí mismo. Más que nada, lo que quiere es que lo dejen en paz para poder recuperarse. Hace un tiempo participó en un arresto que salió mal, un arresto durante el cual murió accidentalmente un niño de seis años, y se siente responsable de ello.
—Qué triste.
—Sí, tiene sus problemas. Pero Tulia tiene los suyos también, y bastantes. Es viuda. Perdió a su marido y a su hijo en un accidente en el cual ella sobrevivió. Está tratando de reponerse, pero lleva una carga muy pesada. Su marido no era ninguna joya, y hubo veces en las que ella deseó que él estuviera muerto.
—De modo que se siente culpable de que él haya muerto, pero también carga las secuelas de que le hayan quitado a su hijo, y lo vive como si hubiera sido un castigo por sus pensamientos.
—Más o menos. En cualquier caso, esta escena se desarrolla en el pub local. Sólo ocupa unas páginas. Ven, siéntate. Ahora presta atención a lo que voy a decirte. —Se inclinó sobre el hombro de ella y le tomó la mano—. ¿Ves estas dos teclas?
—Sí.
—Ésta sube la página y esta otra la baja. Cuando termines de leer lo que está en la pantalla y quieras avanzar, presiona esta tecla. Si quieres volver a leer algo de nuevo, presiona esta otra. Y, Brianna…
—¿Sí?
—Si presionas alguna otra tecla, tendré que cortarte los dedos.
—Claro, dado que tú eres menos temperamental.
—Así es. Tengo copias del archivo, pero no queremos que desarrolles ningún mal hábito, ¿no es cierto? —Le dio un beso en la coronilla—. Voy a salir a ver cómo va avanzando el invernadero. Si crees que algo no cuadra o que no es fiel a la realidad, puedes hacer anotaciones en esta libreta.
—Está bien. —Empezando a leer le hizo un gesto con la mano para que se fuera—. Vete ya.
Gray bajó las escaleras y salió de la casa. Las seis capas de piedra que servirían de base al invernadero estaban casi terminadas. No le sorprendió ver a Murphy colocando piedras con sus propias manos.
—¡No sabía que además de granjero eras albañil! —le gritó Gray a Murphy.
—Ah, es que hago un poco de esto y un poco de aquello. Procura no hacer la argamasa tan suelta esta vez —le ordenó a un adolescente flacucho que estaba trabajando cerca de él—. Éste es Tim McBride, mi sobrino. Ha venido de visita desde Cork. Tim no se cansa de escuchar vuestra música country.
—¿Randy Travis, Wynonna, Garth Brooks?
—Todos me encantan —dijo Tim al tiempo que esbozaba una amplia sonrisa muy parecida a la de su tío.
Gray se agachó y cogió una piedra para pasársela a Murphy mientras discutía el mérito del country con el chico. Al poco rato ya estaba ayudando a mezclar la argamasa y haciendo masculinos sonidos de satisfacción a propósito del trabajo con sus compañeros.
—Tienes un buen par de manos para ser escritor —apuntó Murphy.
—Un verano, hace mucho tiempo, trabajé como albañil. Mezclaba la argamasa y la transportaba en una carretilla mientras el sol me freía los sesos.
—Hoy el tiempo está agradable. —Satisfecho con el progreso, Murphy hizo una pausa para fumarse un cigarrillo—. Si sigue así, es probable que tengamos todo listo dentro de una semana.
Una semana, reflexionó Gray, era prácticamente lo que le quedaba a él.
—Es muy amable por tu parte sacar tiempo de tus propias ocupaciones para ayudarla con el invernadero.
—Eso es comhair —le contestó Murphy tranquilamente—. Comunidad. Así es como vivimos aquí. Nadie debe hacer las cosas por su cuenta si tiene familia y vecinos. Llegarán aquí tres o más hombres cuando sea hora de poner los marcos y el vidrio. Y otros cuantos más vendrán si hace falta ayuda para construir las bancas y las demás cosas. Para cuando hayamos terminado, todos sentiremos que poseemos un pedazo de este lugar. Y Brianna le dará a todo el mundo esquejes y plantas —añadió, exhalando el humo—. Verás, es una relación circular. Eso es comhair.
Gray entendió el concepto. Era lo que había sentido, y lo que había envidiado por un momento, en la iglesia del pueblo durante el bautizo de Liam.
—¿Alguna vez te… coarta la libertad saber que si aceptas un favor estás obligado a hacer otro a cambio?
—Cómo sois los yanquis… —Riéndose, Murphy le dio una última calada a su cigarrillo y lo aplastó contra una piedra. Pero, como conocía a Brianna, se metió la colilla en el bolsillo en lugar de tirarla al suelo—. Siempre calculando y pensando que os toca pagar. «Obligado» no es la palabra exacta. Si necesitas un término más formal, sería «seguridad», es una seguridad. Es saber que sólo tienes que extender la mano para que alguien te ayude si lo necesitas. Y es saber que tú harías lo mismo. —Se volvió hacia su sobrino—. Bueno, Tim, vamos a limpiar las herramientas. Tenemos que volver a casa ya. Y Grayson, por favor, dile a Brianna que nada de juguetear con estas piedras. Necesitan asentarse.
—Por supuesto. Yo… Ay, Dios. Me he olvidado de ella. Nos vemos luego —dijo, y se apresuró hacia la casa.
Un vistazo al reloj de la cocina le obligó a hacer una mueca. La había dejado sola con el libro durante más de una hora.
Y Brianna estaba, descubrió cuando entró en la habitación, exactamente donde la había dejado.
—Te lleva bastante tiempo leer medio capítulo, ¿no? —A pesar de que la entrada abrupta de Gray la sorprendió, esta vez Brianna no se sobresaltó. Cuando levantó la mirada del ordenador para mirarlo, tenía los ojos llenos de lágrimas—. ¿Tan mal está? —le preguntó Gray, sonriendo ligeramente. Se sorprendió al darse cuenta de que estaba nervioso.
—Es maravilloso —respondió Brie, que sacó del bolsillo del delantal un pañuelo de papel—. En serio. En esa parte en la que Tulia está sentada sola en su jardín pensando en su hijo logras que uno realmente sienta su dolor. Es como si no fuera una persona inventada.
Gray se sorprendió por segunda vez al comprender que debía sentir vergüenza. Hasta ese momento, el elogio de Brianna había sido perfecto.
—Pues ésa era la idea.
—Tienes un don maravilloso, Gray, para hacer que las palabras se conviertan en emociones. He seguido leyendo un poco más allá del fragmento que querías que leyera. Lo lamento, pero me ha atrapado totalmente.
—Estoy halagado —dijo, y se fijó en que Brianna había leído más de cien páginas—. Me encanta que lo hayas disfrutado.
—Mucho. Tiene algo… diferente —replicó, sintiéndose incapaz de explicar qué era— con respecto a tus otros libros. Claro, es temperamental, como lo son siempre, y rico en detalles. Y da miedo. Durante el primer asesinato, el que ocurre en las ruinas, pensé que se me iba a salir el corazón del pecho. Y también es sangriento. Alegremente sangriento.
—No te detengas —dijo. Le pasó una mano por el pelo y después fue a recostarse en la cama.
—Pues… —repuso, cruzando las manos y dejándolas descansar sobre el borde del escritorio mientras escogía sus palabras— tu humor está ahí también. Y tu mirada, que no se pierde nada. Y la escena del pub es muy real. He estado en ella incontables veces a lo largo de mi vida. He estado ver a Tim O’Malley tras la barra y a Murphy tocando una canción. Le va gustar que lo hayas descrito tan guapo.
—¿Crees que se va a reconocer?
—Ah, por supuesto que sí. Aunque no sé qué tal le parecerá ser uno de los sospechosos, o el asesino, si es lo que se descubre al final. —Brianna guardó silencio y aguardó, esperanzada, pero Gray sólo sacudió la cabeza.
—No creerás que te voy a decir quién es el asesino, ¿no?
—Pues… no. —Suspiró y descansó la barbilla sobre un puño—. En cuanto a Murphy, probablemente va a disfrutar del libro. Y se nota tu afecto por el pueblo, por la tierra y su gente. En pequeñas descripciones, como la de la familia que espera que la lleven a casa desde la iglesia vestida con su ropa de domingo, el anciano que pasea con su perro por el arcén del camino bajo la lluvia, la niña que baila con su abuelo en el pub…
—Es fácil escribir tales cosas cuando en un lugar hay tanto que ver.
—Me refiero a que es mucho más de lo que ves con los ojos. —Levantó las manos y las dejó caer de nuevo. Ella no estaba llena de palabras, como él, para establecer el significado correcto—. Es el corazón de todo. Lo que es diferente es esa profundización hacia el corazón de todo. Cómo McGee lucha con ese impulso guerrero que tiene dentro por lo que debe hacer… Cómo desea hacer algo, aunque sabe que no puede. Y Tulia no se queda atrás: cómo sobrelleva el dolor cuando está a punto de partirla en dos y trabaja para que su vida sea lo que necesita ser otra vez. No puedo explicarlo…
—Pues estás haciendo un trabajo bastante bueno —murmuró Gray.
—Me ha conmovido. No puedo creer que lo hayas escrito aquí, en mi hogar.
—No creo que hubiera podido escribirlo en ninguna otra parte. —Se levantó y la desilusionó al presionar las teclas, que empezaron a pasar el texto en la pantalla del ordenador. Brianna tenía la esperanza de que Gray la dejara leer más.
—Le has cambiado el título —apuntó ella cuando apareció la primera página en la pantalla—. Redención final. Me gusta. Ése es el tema, ¿no es cierto? Los asesinatos, lo que les ha pasado antes a McGee y a Tulia y los cambios que suceden después de que se conozcan…
—Así es como está construida la historia. —Gray pulsó otra tecla y apareció la página de la dedicatoria. De todos los libros que había escrito, ése era el segundo que le dedicaba a alguien. El primero, y único, había sido para Arlene.
Para Brianna, por tantos regalos invaluables.
—Ay, Grayson. —Se le quebró la voz bajo el flujo de lágrimas que le crecía en la garganta—. Me siento muy honrada. Voy a empezar a llorar de nuevo —murmuró, y volvió la cara hacia el brazo de él—. Muchas, muchas gracias.
—Hay tanto de mí en este libro, Brie. —Le levantó la cara con la esperanza de que ella pudiera entenderlo—. Y eso es algo que puedo darte.
—Lo sé, y lo atesoraré. —Temiendo echar a perder el momento con lágrimas, Brianna se pasó enérgicamente las manos por el pelo—. Estoy segura de que quieres ponerte a trabajar de nuevo. Y yo he perdido ya bastante tiempo. —Se levantó y cogió la ropa de cama, aunque sabía que se pondría a llorar en el mismo momento en que estuviera detrás de una puerta cerrada—. ¿Quieres que te suba el té cuando sea la hora?
Gray inclinó la cabeza y entrecerró los ojos mientras la examinaba. Se preguntó si ella se habría reconocido en Tulia. Esa compostura, la gracia sosegada y casi imperturbable…
—No, bajaré yo. Ya casi he terminado lo que tenía que hacer hoy.
—Dentro de una hora, entonces.
Brianna salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí. En ese instante, ya solo, Gray se quedó mirando largamente la corta dedicatoria.
Una hora después, las voces y las risas procedentes de la sala hicieron que Gray se dirigiera allí en lugar de a la cocina. Los huéspedes de Brianna estaban reunidos alrededor de la mesa del té, probando las delicias de la casera o llenándose el plato con ellas. Brianna estaba allí también, arrullando suavemente a su sobrino, que dormía plácidamente sobre su hombro.
—Es mi sobrino —estaba explicando—. Se llama Liam. Lo voy a cuidar una o dos horas. Ah, Gray. —Brianna sonrió cuando vio a Gray—. Mira a quién tengo aquí.
—Vaya… —Atravesó la sala hacia Brianna y el niño y le acarició la cara a Liam con un dedo. Entonces él abrió los ojos de par en par; los tenía un poco soñolientos, hasta que se enfocaron en Gray y se quedaron mirándolo solemnemente—. Siempre me mira como si supiera todos y cada uno de los pecados que he cometido. Es intimidante. —Gray se dirigió hacia la mesa y casi había decidido qué iba a comer cuando vio que Brianna salía sigilosamente de la sala. La alcanzó cerca de la puerta de la cocina—. ¿Adonde vas?
—Voy a acostar al bebé.
—¿Para qué?
—Maggie dijo que era probable que quisiera echarse la siesta.
—Maggie no está aquí —dijo, quitándole a Liam de los brazos—, y nunca tenemos la oportunidad de jugar con él. —Para divertirse, le hizo muecas a Liam—. ¿Dónde está Maggie?
—Ha encendido el horno, y Rogan ha tenido que salir corriendo a la galería a solucionar no sé qué problema, de modo que Maggie ha venido corriendo hace un momento. —Riéndose, inclinó la cabeza cerca de la de Gray—. Pensaba que nunca iba a pasar, pero ahora te tengo enterito para mí sola —murmuró. Entonces escuchó que llamaban a la puerta y se enderezó—. Gray, procura que la cabeza del niño siempre esté apoyada en algo —le dijo, y fue a abrir.
—Sé cómo sostener a un bebé. Mujeres… —le dijo a Liam—. No creen que seamos capaces de hacer nada. Espera y verás. Ahora creen que eres lo máximo, chico, pero dentro de unos años estarán convencidas de que tu propósito en la vida es arreglar los aparatos eléctricos de la casa y matar insectos. —Como nadie estaba mirando, se inclinó y le dio un ligero beso en los labios a Liam. Y los vio curvarse en una sonrisa—. Así se hace. ¿Por qué no vamos a la cocina y…? —Se interrumpió al escuchar la exclamación de Brianna. Acomodó con más seguridad a Liam en la curva de su brazo y se apresuró hacia el vestíbulo.
Carstairs estaba de pie en el umbral de la puerta con un bombín de color café y una sonrisa amigable en el rostro.
—Grayson, ¡qué bueno verte otra vez! No estaba seguro de que todavía te fuera a encontrar. ¿Y qué tenemos aquí?
—Un bebé —contestó Gray brevemente.
—Por supuesto que es un bebé. —Carstairs le acarició a Liam la barbilla con un dedo e hizo ruiditos tontos—. Qué muchacho tan guapo, debo decir. Se parece mucho a ti, Brianna, por esta parte de la boca.
—Es el hijo de mi hermana. ¿Y a qué debemos el honor de su visita a Blackthorn, señor Carstairs?
—Sólo pasaba por aquí. Le he hablado tanto a Iris de este hotel que quería verlo con sus propios ojos. Está esperando en el coche. —Señaló el Bentley que estaba aparcado ante la puerta del jardín—. De hecho, teníamos la esperanza de que hubiera una habitación disponible para nosotros para pasar la noche.
—¡¿Quieren hospedarse aquí?! —le preguntó Brianna abriendo los ojos como platos.
—He presumido, tal vez poco sabiamente, de haber probado tu cocina. —Se inclinó hacia Brianna y le habló en tono confidencial—. Me temo que Iris se puso un poco celosa al principio. Ella también es muy buena cocinera, ya sabes, y ahora quiere comprobar si he estado exagerando.
—Señor Carstairs, usted es un hombre sin vergüenza.
—Puede ser, querida mía —le dijo pestañeando—. Puede ser.
Brianna resopló y luego suspiró.
—Pues bien, no deje a su pobre mujer en el coche. Dígale que entre a tomar el té.
—No puedo esperar a conocerla —dijo Gray, meciendo a Liam.
—Ella dice lo mismo de ti. Está bastante impresionada con que me sacaras la cartera del bolsillo sin que yo me diera cuenta. Yo solía ser bastante más rápido. —Sacudió la cabeza con lástima—. Pero también solía ser mucho más joven. Entonces ¿puedo traer el equipaje, Brianna?
—Tengo una habitación disponible, pero es más pequeña que la que usted tuvo cuando vino la última vez.
—Estoy seguro de que será preciosa, absolutamente preciosa —replicó, y salió a buscar a su esposa.
—¿Puedes creerlo? —dijo Brianna en voz baja—. No sé si reírme o esconder las cosas de plata. Si es que tengo algo de plata, claro.
—A ese hombre le caes demasiado bien como para robarte —meditó Gray—. Así que ésa es la famosa Iris.
La fotografía de la cartera de Carstairs hacía honor a la fotografiada, descubrió Brianna. Iris llevaba un vestido de flores que ondeaba al viento alrededor de unas bellas piernas. Le pareció que la mujer había utilizado el tiempo que había estado en el coche para peinarse y maquillarse, para que de esa manera se la viera fresca e increíblemente hermosa cuando entrase en la casa acompañada de su sonriente marido.
—Ah, señorita Concannon. Brianna, espero poder llamarte por tu nombre y tratarte de tú. Pienso en ti como en Brianna, después de haber escuchado tanto de ti y de tu precioso hotel. —La voz de la mujer resultaba suave y culta, a pesar de que sus palabras se atropellaban por salir. Antes de que Brianna pudiera responder, Iris se le acercó, con las manos extendidas, y tomó las de ella entre las suyas al tiempo que continuaba su perorata—. Eres tan encantadora como te describió Johnny. Qué amable de tu parte, qué dulce eres al darnos una habitación a pesar de que llegamos tan intempestivamente. Y tu jardín, querida mía, es una obra de arte, debo decirte que estoy colmada de admiración. ¡Qué dalias! Yo nunca he tenido ni pizca de suerte con ellas. Y tus rosas son magníficas. De verdad que tienes que decirme cuál es tu secreto. ¿Les hablas? Yo les hablo a mis plantas día y noche, pero nunca logro que florezcan de esa manera.
—Pues yo…
—Y tú y Grayson… —Iris sencillamente continuó hablando, sin que le importara el amago de respuesta de Brianna, y se dirigió a Gray. Había soltado una de las manos de la joven para poder tomar una de las de él—. Qué joven tan, pero tan listo que eres. Y qué guapo también. Caramba, si pareces una estrella de cine. Me he leído todos tus libros, todos y cada uno de ellos. Me han asustado casi hasta la muerte, pero nunca puedo soltarlos. ¿De dónde sacas esas ideas tan emocionantes? Ay, me estaba muriendo de las ganas de conoceros a los dos —siguió, sin soltar la mano de cada uno que tenía entre las suyas—. He estado volviendo loco al pobre Johnny para que me trajera. Pero bueno, finalmente estamos aquí.
Se hizo una pausa mientras Iris continuaba sonriéndoles a ambos.
—Sí —repuso Brianna, que descubrió que era muy poco más lo que se le ocurría decir—, finalmente están aquí. Por favor, pasen, sigan adelante. Espero que hayan tenido un viaje placentero.
—Oh, yo adoro viajar, ¿tú no? Y pensar que con todos los líos en los que nos metimos Johnny y yo en nuestra juventud descarriada nunca tuvimos la oportunidad de venir a esta parte del mundo… Es tan bonita como una postal, ¿no es cierto, Johnny?
—Lo es, mi pequeña, ciertamente lo es.
—Qué hogar más precioso. Absolutamente encantador. —Iris mantuvo firmemente aferrada la mano de Brianna en la de ella mientras miraba a todas partes—. Estoy segura de que uno no puede estar sino cómodo en este hotel.
Brianna le lanzó una mirada impotente a Gray, pero él sólo se encogió de hombros.
—Espero que así sea para ustedes. En la sala está servido el té, si les apetece, o puedo mostrarles su habitación primero.
—¿Nos la mostrarías? Yo creo que debemos dejar el equipaje primero. ¿No te parece, Johnny? Después tal vez podamos tener una agradable conversación.
Iris elogió efusivamente la escalera mientras subían al segundo piso, el descansillo y la habitación a la cual Brianna los guio. ¿Acaso no era bellísimo el cobertor de la cama; las cortinas de encaje, primorosas; y la vista que se apreciaba por la ventana, soberbia?
Al poco tiempo, Brianna se encontró en la cocina preparando otra jarra de té mientras los nuevos huéspedes se sentaban a la mesa, sintiéndose como en casa. Iris arrullaba alegremente a Liam sobre su regazo.
—¿No te parece que son un equipo formidable? —murmuró Gray mientras ayudaba a Brianna a sacar platos y tazas del armario.
—Iris me marea —susurró ella—, pero es imposible que a uno no le caiga bien.
—Exactamente. Uno nunca creería que se le pasan pensamientos poco escrupulosos por la cabeza. Es la tía favorita de todo el mundo o la vecina adorable. Me parece que después de todo sí es buena idea que escondas esas cosas de plata.
—Calla. —Brianna se dio la vuelta y llevó hacia la mesa tazas, platos y una fuente con comida. De inmediato, Carstairs se sirvió pan y mermelada.
—Espero que puedan acompañarnos —les dijo Iris, tomando un bizcocho y hundiéndolo en nata—. Johnny, querido, ¿no es cierto que queremos hablar de negocios antes que cualquier cosa? Es tan incómodo tener negocios pendientes enturbiando el ambiente…
—¿Negocios? —Brianna cogió a Liam de nuevo y lo acomodó sobre su hombro.
—Negocios inconclusos. —Carstairs se limpió la boca con una servilleta—. Debo decirte, Brianna, que este pan está delicioso. Pruébalo, Iris.
—Johnny hablaba con tanto entusiasmo de tu cocina, Brianna, que tengo que reconocer que me puse un poquito celosa. ¿Sabes?, yo también soy una cocinera bastante buena.
—Es más que buena, es una cocinera excelente —intervino el leal Carstairs tomando una mano de su mujer y besándosela profusamente—. Una cocinera magnífica.
—Ay, Johnny, continúa, continúa. —Iris se rio como una adolescente halagada antes de recuperar su mano. Luego frunció los labios y le sopló a su marido varios besos rápidos. El juego de la pareja hizo que Gray le frunciera el ceño a Brianna—. Claro, que ahora entiendo por qué mi Johnny estaba tan cautivado con tu cocina, Brianna. —Mordisqueó ligeramente su bizcocho—. Tenemos que encontrar el tiempo para intercambiar recetas mientras estemos hospedados aquí. Mi especialidad es el pollo con ostras. Y yo misma puedo decirte que es delicioso. El secreto es usar un buen vino, uno blanco seco, y una pizca de estragón. Pero mira, otra vez desviándome del tema y nada, que no finiquitamos el asunto de los negocios. —Tomó otro bizcocho de la fuente y señaló las sillas vacías—. Pero sentaos, por favor. Es mucho más agradable hablar de negocios mientras se toma el té.
De buena gana, Gray se sentó y empezó a servirse.
—¿Quieres que coja al niño? —le preguntó Gray a Brianna.
—No, estoy bien —contestó ella, y se sentó y puso a Liam cómodamente en la curva de su brazo.
—Es un ángel —dijo Iris tiernamente—. Y al parecer te llevas muy bien con los bebés. Johnny y yo lamentamos no haber tenido hijos, pero cuando éramos jóvenes íbamos de aventura en aventura, teníamos una vida plena.
—Aventuras —repitió Brianna. Pensó que era una manera interesante de referirse a las estafas.
—Éramos una pareja traviesa. —Iris se rio, y el brillo de sus ojos expresó que entendía perfectamente los sentimientos de Brianna—. Pero cómo nos divertimos… No sería exacto decir que nos arrepentimos de lo que hicimos, teniendo en cuenta que lo disfrutábamos tanto. Pero, claro, después uno se hace mayor.
—Sí, nos estamos haciendo viejos —la secundó Carstairs—. Y a veces uno pierde la agudeza. —Le lanzó a Gray una mirada bondadosa—. Muchacho, hace diez años no hubieras podido quitarme la cartera del bolsillo.
—No apueste por ello —le dijo, y bebió de su té—. Hace diez años yo era todavía mejor.
Carstairs se rio y echó la cabeza hacia atrás.
—¿No te dije que era un hacha, Iris? Ay, cómo me habría gustado que hubieras visto cómo me mantuvo a raya en Gales, cariño. Me quedé completamente admirado. Espero, Grayson, que estés considerando devolverme la cartera. O por lo menos las fotografías. Los documentos son fáciles de reemplazar, pero estoy muy apegado a mis fotos. Y, por supuesto, quisiera el dinero.
Gray sonrió espontánea y lobunamente.
—Pero si todavía me debes cien libras, Johnny.
Carstairs se aclaró la garganta.
—Por supuesto. Sin lugar a dudas. Verás, sólo cogí tu dinero para que todo el asunto pareciera un robo.
—Por supuesto. Sin lugar a dudas —repitió Gray—. Creo que ya discutimos sobre la compensación en Gales, antes de que tuvieras que irte tan intempestivamente.
—Me disculpo. Me pillaron por sorpresa y no me sentí cómodo llegando a un acuerdo con vosotros sin consultarlo primero con Iris.
—Somos vehementes defensores de las empresas en las que todas las decisiones se toman en conjunto —apuntó Iris.
—Así es. —Carstairs le dio una palmadita afectuosa a su esposa en la mano—. Puedo decir sin asomo de duda que Iris y yo tomamos todas nuestras decisiones entre los dos. Creemos que esto, combinado con un profundo afecto, es lo que nos ha permitido estar cuarenta y tres exitosos años juntos.
—Y, por supuesto, una buena vida sexual —añadió Iris cómodamente, y sonrió cuando Brianna se atragantó con el té—. El matrimonio sería bastante aburrido si no fuera así, ¿no te parece, querida?
—Sí, estoy segura de que tiene usted razón. —Esta vez Brianna carraspeó—. Creo que entiendo por qué han venido hasta aquí y se lo agradezco. Es bueno dejar las cosas claras.
—Queríamos disculparnos personalmente por cualquier inconveniente que te hayamos podido ocasionar. Yo también quería decirte que estoy de acuerdo contigo en que mi Johnny fue muy torpe y completamente inadecuado en su manera de buscar el certificado en tu bello hogar. —Le lanzó una mirada de reproche a su marido—. Careciste totalmente de elegancia, Johnny.
—Es cierto. Sí, totalmente cierto —repuso, e hizo una venia con la cabeza—. Estoy horriblemente avergonzado.
Brianna no estaba convencida del todo de que así fuera, pero asintió.
—Bueno, supongo que en realidad el daño no fue tan grave.
—¡No tan grave! —Iris aceptó el reto—. Brianna, mi querida niña, estoy segura de que debiste de ponerte furiosa, y con toda la razón. Y debiste de angustiarte más allá de cualquier consideración.
—Sí, la hizo llorar.
—Grayson, lo hecho hecho está —terció Brianna, quien, avergonzada, fijó la mirada en el fondo de su taza.
—Sólo puedo imaginarme cómo debiste de sentirte, —la voz de Iris se había suavizado—. Johnny sabe lo importante que son mis cosas para mí. Me sentiría desolada si un día llegara a casa y la encontrara patas arriba. Sí, totalmente desolada. Sólo espero que puedas perdonar a mi Johnny por haber tenido ese impulso lamentable y por haber pensado como un hombre.
—Por supuesto. Ya lo he perdonado. Entiendo que estaba bajo mucha presión y… —Brianna se interrumpió y levantó la cabeza cuando se dio cuenta de que estaba defendiendo al hombre que había estafado a su padre y había violentado su hogar.
—Qué corazón tan bondadoso tienes, querida. —Iris continuó con su retahíla—. Entonces, si pudiéramos tocar por última vez ese tema tan incómodo del certificado… Primero, debo decir que fuisteis muy abiertos de mente y muy pacientes al no haber contactado con las autoridades después de marcharos de Gales.
—Gray dijo que ustedes aparecerían de nuevo.
—Es un muchacho muy listo —murmuró Iris.
—Y yo pensé que no tenía sentido hacerlo. —Brianna suspiró. Tomó de la fuente un trozo de pan y empezó a mordisquearlo—. Todo sucedió hace mucho tiempo y el dinero que perdió mi padre era de él. Para mí es suficiente saber cómo ocurrieron las cosas.
—¿Ves, Iris? Es como te dije.
—Johnny… —dijo Iris con un repentino tono de mando. Fijó la mirada en los ojos de su marido hasta que él exhaló un largo suspiro y bajó los ojos.
—Sí, Iris, por supuesto. Tienes toda la razón. Toda la razón. —Recuperándose, Carstairs metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó un sobre—. Iris y yo hemos discutido esto largamente y ambos queremos de todo corazón cerrar este tema de una manera satisfactoria para todos. Por favor, acepta nuestras disculpas, querida —le dijo Carstairs a Brianna ofreciéndole el sobre—. Y nuestros mejores deseos.
Un poco incómoda, Brianna abrió el sobre. El corazón se le cayó hasta el estómago y después le subió hasta la garganta.
—Es dinero. Dinero en efectivo.
—Un cheque nos habría complicado la contabilidad —explicó Carstairs—, sin considerar los impuestos que habríamos tenido que asumir. Una transacción en efectivo nos evita a ambas partes esas inconveniencias. Son diez mil libras. Libras irlandesas.
—Oh, pero no puedo…
—Claro que puedes —le espetó Gray.
—No es correcto.
Le ofreció el sobre a Carstairs para devolvérselo. Los ojos del hombre se iluminaron durante unos segundos al tiempo que extendió los dedos para recibirlo, pero su mujer le dio una palmada en la mano.
—Tu joven amigo tiene razón en cuanto a este tema, Brianna. Esto es lo correcto para todos los involucrados. No tienes que preocuparte porque ese dinero suponga una diferencia ostensible en nuestra vida. Nos va bastante bien. Me aligeraría la conciencia, la mente y el corazón que aceptaras el dinero. Y que nos devolvieras el certificado —añadió.
—Lo tiene Rogan —dijo Brianna.
—No. Le pedí que me lo diera —contestó Gray al tiempo que se ponía de pie y se dirigía a la habitación de Brianna.
—Toma el dinero, Brianna —le dijo Iris suavemente—. Guárdalo en el bolsillo de tu delantal. Lo consideraría un gran favor hacia nosotros.
—No les entiendo.
—Ya me imagino. Johnny y yo no lamentamos la manera en que hemos vivido. Hemos disfrutado cada minuto. Pero un pequeño seguro para la redención no nos haría daño. —Sonrió y se inclinó hacia delante para darle un apretón en la mano a Brianna—. Lo considero como un acto de bondad Ambos lo consideramos así, ¿no es cierto, Johnny?
—Sí, querida —contestó él dedicándole al sobre una última mirada anhelante.
Gray volvió a la cocina con el certificado en la mano.
—Esto es suyo, creo.
—Sí, por supuesto. —Ansioso, Carstairs cogió el papel se ajustó las gafas y miró con atención el certificado—. Iris —empezó a decir con orgullo mientras le pasaba el papel a su mujer para que lo examinara también—, hicimos un trabajo soberbio, ¿no te parece? Absolutamente perfecto.
—Es cierto, Johnny, querido. Ciertamente hicimos un trabajo perfecto.