Un claro día de mediados de mayo, Brianna vio a los trabajadores excavar la tierra para poner los cimientos de su invernadero. Pensó que era un pequeño sueño convertido en realidad, y echó hacia atrás la trenza que le caía sobre el hombro.
Sonrió al bebé que balbuceaba a su lado en un columpio portátil. Había aprendido a sentirse satisfecha con sueños pequeños, pensó al tiempo que se inclinaba para darle un beso a su sobrino sobre el rizado pelo negro.
—Ha crecido tanto en cuestión de semanas, Maggie…
—Sí, ya lo sé. Yo, afortunadamente, no —dijo, y se dio unas palmaditas en la barriga e hizo una ligera mueca—. Cada día me veo menos gorda, pero me pregunto si algún día perderé todo el peso que he ganado con el embarazo.
—Estás fabulosa.
—Eso es lo que yo le digo —añadió Rogan mientras le pasaba un brazo sobre los hombros a Maggie.
—¿Y qué sabes tú? Lo que pasa es que estás loco por mí.
—Eso es totalmente cierto.
Brianna desvió la mirada mientras Maggie y Rogan se sonreían el uno al otro. Qué fácil era la vida para ellos, reflexionó. Tan cómodamente enamorados y con un bebé precioso a su lado No le importó la punzada de envidia ni la sensación de anhelo.
—¿Dónde está nuestro yanqui esta mañana?
Brianna volvió a fijar la mirada en su hermana y se preguntó incómodamente si Maggie le estaba leyendo la mente.
—Se ha marchado con la primera luz del día sin desayunar siquiera.
—¿Adonde ha ido?
—No lo sé. Sólo me gruñó. Bueno, por lo menos creo que el gruñido era para mí. Estos últimos días el humor de Gray es totalmente impredecible. El libro le está dando guerra, a pesar de que dice que lo está limpiando, lo que significa, según me dijo, que está jugando con él, sacándole brillo.
—¿Entonces le falta poco para terminar? —preguntó Rogan.
—Sí, está a punto de acabar. —Y después… Brianna estaba siguiendo la filosofía de Gray y no pensaba en los «después»—. Su editora lo llama bastante por teléfono y le envía paquetes por correo continuamente con cosas sobre el libro que va a salir al mercado en verano. Al parecer eso lo irrita, porque tiene que pensar en ese libro mientras está trabajando en el otro. —Posó la mirada en los trabajadores—. Es un buen lugar para el invernadero, ¿no os parece? Me encanta la idea de poder verlo desde la ventana.
—Es el lugar del que has estado hablando durante meses —apuntó Maggie, rehusando que su hermana cambiara de tema—. ¿Van bien las cosas entre tú y Gray?
—Sí, muy bien. Está un poco enfurruñado estos días, como os he dicho, pero el mal humor no le dura mucho. Ya os he contado cómo se las ingenió para hacer una tregua con mamá…
—Sí, fue muy listo. Y con una baratija de Nueva York. Mamá fue muy amable con él en el bautizo de Liam. Yo tuve que dar a luz antes de poder lograr casi lo mismo.
—Mamá está como loca con Liam —comentó Brianna.
—El bebé es un amortiguador entre nosotras —murmuró Maggie antes de que Liam empezara a lloriquear—. Hay cambiarle el pañal, eso es todo —dijo, y levantando al bebé Maggie le dio unas palmaditas en la espalda para tranquilizarlo.
—Déjame cambiarlo.
—Te ofreces como voluntaria más rápido que su padre. —Sacudiendo la cabeza, Maggie se rio—. No te preocupes; yo lo cambio; sólo tardaré un momento. Tú sigue mirando tu invernadero.
—Maggie sabe que quiero hablar contigo —dijo Rogan, guiando a Brianna hacia las sillas de madera que estaban puestas cerca de los endrinos.
—¿Pasa algo malo?
—No. —Rogan percibió cierta irritabilidad bajo la calma forzada de Brianna que no era habitual en ella, pero decidió, con un ligero fruncimiento de ceño, que sería labor de Maggie averiguar qué le pasaba a su hermana—. Quiero hablar contigo sobre los negocios con Triquarter Mining. O, mejor dicho, la falta de negocios con esa empresa. —Se sentó y descansó las manos sobre las rodillas—. No hemos tenido la oportunidad de charlar sobre el tema puesto que primero estuve en Dublín y después fue el bautizo de Liam. A Maggie le parece bien dejar las cosas así, pues ahora está más concentrada en disfrutar del bebé y volver a trabajar en su taller que en finiquitar ese asunto.
—Así es como debe ser.
—Para ella tal vez. —Rogan no mencionó lo que era obvio para ambos: ni él ni Maggie necesitaban la compensación monetaria que podría resultar de una demanda—. Pero yo debo admitir, Brianna, que a mí no me parece bien. Por principios.
—Puedo comprenderlo, puesto que eres un hombre de negocios —dijo, y le sonrió ligeramente—. Además, nunca conociste al señor Carstairs. Es difícil guardarle rencor después de conocerle.
—Por un momento separemos las emociones de la cuestión legal.
Brianna sonrió más ampliamente. Se imaginó que ése era el tono enérgico que su cuñado usaba para tratar a cualquier subalterno poco eficiente.
—Está bien, Rogan.
—Carstairs cometió un delito, y aunque puede que no te apetezca verlo entre rejas, es más que lógico esperar que sufra algún tipo de castigo. Entiendo que en los últimos años se ha convertido en un hombre de negocios exitoso. He hecho algunas averiguaciones discretamente por mi cuenta y parece que sus negocios actuales están en regla y son bastante lucrativos, así que perfectamente puede compensarte por su falta de honestidad con tu padre. Para mí sería muy sencillo ir a Londres y arreglarlo todo.
—Es muy amable por tu parte —empezó Brianna, que cruzó los brazos y respiró profundamente—, pero voy a desilusionarte, Rogan, aunque lo lamente mucho. Entiendo que tu sentido de la ética se vea afectado por este asunto y que quieres que se haga justicia.
—Sí, así es. —Desconcertado, Rogan sacudió la cabeza—. Brie, comprendo la actitud de Maggie. Ahora para ella lo más importante es el bebé y volver a su trabajo, además de que ella siempre ha sido una persona que aparta cualquier cosa que interfiera en su concentración. Pero tú eres una persona práctica.
—Sí, lo soy —estuvo de acuerdo Brianna—, pero me temo que también he debido de heredar algo de mi padre. —Extendió una mano y la puso sobre la de su cuñado—. ¿Sabes?, hay gente que, por la razón que sea, se ve obligada a empezar en terreno inestable y puede que las decisiones que toma no sean de admirar. Un porcentaje de esas personas lleva ese tipo de vida, porque es mas fácil, porque es a lo que está acostumbrada o, incluso, porque es lo que prefiere. Otro porcentaje se desliza hacia terreno más estable sin demasiado esfuerzo porque tiene un golpe de suerte o porque le llega el momento correcto. Y un porcentaje menor, unas pocas personas especiales —continuó, con Gray en mente—, luchan por abrirse paso hacia terreno firme y logran hacer de sí mismas algo digno de admiración. —Se quedó en silencio, mirando las colinas, con el corazón lleno de deseos.
—Me he perdido, Brie.
—Ah, perdona. —Sacudió una mano y volvió a la realidad—. Lo que quiero decir es que no sé cuáles fueron las circunstancias que hicieron que el señor Carstairs pasara de un estilo de vida a otro, pero la verdad es que en la actualidad no le hace daño a nadie. Maggie tiene lo que quiere, y yo, lo que me satisface. Entonces, ¿para qué tomarnos la molestia?
—Eso es lo que Maggie me dijo que dirías. —Levantó las manos en señal de derrota—. Pero yo tenía que intentarlo.
—¡Rogan! —Maggie llamó a su marido desde la puerta de la cocina; tenía al bebé recostado contra su hombro—. Te llaman por teléfono, de Dublín.
—No puedo creerlo. En nuestra propia casa no se digna a coger el maldito aparato, pero sí lo hace aquí.
—La tengo amenazada: si no contesta cuando suena, dejaré de hornearle pan y bizcochos.
—Ninguna de mis amenazas funciona —comentó, levantándose—. Como estaba esperando una llamada, le di a mi secretaria tu número por si no contestábamos en casa.
—No hay problema. Tómate todo el tiempo que necesites. —Sonrió cuando vio que Maggie se dirigía hacia ella con el bebé—. Bien, Margaret Mary, ¿vas a compartir a tu hijo conmigo o te lo vas a quedar todo para ti sola?
—Justamente ahora Liam estaba preguntando que dónde estaba su tía Brie. —Riéndose, Maggie le pasó el bebé a su hermana y se acomodó en la silla que Rogan había dejado libre—. Ay, qué maravilla poderme sentar. Liam dio la lata anoche y te juro que entre Rogan y yo caminamos hasta Galway y volvimos.
—¿Será que ya le están saliendo los dientes? —Arrullando a Liam, Brianna le acarició la encía con un nudillo, tratando de comprobar si estaba hinchada.
—Puede ser, porque está babeando como un perro. —Cerró los ojos y dejó descansar su cuerpo—. Ah, Brie, ¿quién habría pensado que uno puede amar tanto? Me he pasado la mayor parte de mi vida sin saber que Rogan Sweeney existía, y ahora no podría vivir sin él. —Abrió un ojo para verificar que su marido seguía en la cocina y no la había oído ponerse tan sentimental—. Y el bebé… Es una cosa enorme esta sensación que atenaza el corazón. Cuando estaba embarazada, creía que entendía lo que era amar a ese bebé que llevaba dentro, pero ahora que puedo abrazarlo, el sentimiento es mucho más intenso, lo fue desde la primera vez que lo sostuve en brazos. —Se estremeció y se rio temblorosamente—. Ay, madre, son las hormonas otra vez. Me están convirtiendo en un flan.
—No son las hormonas, Maggie —replicó Brianna, que frotó su mejilla contra la cabeza de Liam y se llenó del maravilloso olor del bebé—, es que eres feliz.
—Quiero que tú también seas feliz, Brie, y veo perfectamente que no lo eres.
—Eso no es cierto. Por supuesto que soy feliz.
—Pero si ya lo estás viendo irse y te estás obligando a aceptarlo incluso antes de que haya pasado.
—Si Gray escoge irse, no lo puedo detener. Siempre lo he sabido.
—¿Por qué no puedes? —le preguntó Maggie—. ¿Por qué? ¿Acaso no lo amas lo suficiente como para luchar por él?
—Lo amo demasiado como para luchar por él. Y tal vez carezco del valor para hacerlo. No soy tan valiente como tú.
—Ésa es sólo una excusa. Lo que siempre has sido es demasiado valiente, santa Brianna.
—Si es sólo una excusa, es mía —dijo suavemente, y se prometió que no se dejaría involucrar en una discusión—. Gray tiene razones para irse, y aunque puede que yo no esté de acuerdo con ellas, puedo entenderlas. No me lo reproches, Maggie —añadió tranquilamente, tratando de evitar otra explosión de su hermana—, porque me duele. Y cuando esta mañana Gray ha salido de casa, he notado que ya está preparándose para marcharse.
—Entonces haz que se quede. Gray te ama, Brie. Se le ve en la cara cada vez que te mira.
—Creo que es así, pero eso sólo acrecienta el dolor. Por esa razón de un momento a otro le entró la prisa y la necesidad de seguir adelante. Y también tiene miedo. Teme la posibilidad de volver.
—¿Cuentas con que vuelva?
—No —contestó Brianna, que en realidad quería contar con que volvería. Lo quería profundamente—. El amor no siempre es suficiente, Maggie. Podemos verlo en lo que le pasó a papá.
—Eso es diferente.
—Es totalmente diferente, pero papá vivió sin Amanda y construyó una vida lo mejor que pudo. Y como soy hija suya, puedo hacer lo mismo. No te preocupes por mí —murmuró mientras acariciaba al bebé—. Sé lo que Amanda debió de sentir cuando escribió que estaba agradecida por el tiempo que pasaron juntos. Yo no cambiaría estos últimos meses con Gray por nada del mundo. —Miró hacia la casa y se quedó en silencio cuando vio la expresión adusta en la cara de Rogan que se dirigía hacia ellas.
—Puede que hayamos encontrado algo sobre Amanda Dougherty —dijo al llegar donde estaban las mujeres y el bebé.
Gray no volvió a casa para la hora del té. Brianna se preguntó dónde estaría, pero no se preocupó; en cambio, se dedicó a servirles a sus huéspedes el té con sándwiches y bizcocho. Mientras el día fue avanzando, la información que Rogan les había dado sobre Amanda Dougherty permaneció en el fondo de sus pensamientos.
El detective no había encontrado nada en su búsqueda inicial por los pueblos y ciudades de la zona de Catskills, y a Brianna no le sorprendió que nadie recordara a una mujer irlandesa embarazada que debía de haber pasado por allí hacía más de veinticinco años. Pero como Rogan era un hombre meticuloso, contrataba a gente meticulosa. El detective había mirado los registros de la zona y había visto certificados de nacimiento, matrimonio y defunción de un período de cinco años a partir de la fecha de la última carta de Amanda. Y la había encontrado en un pueblo escondido en lo más profundo de las montañas.
Amanda Dougherty, de treinta y dos años, se había casado con un hombre de treinta y ocho llamado Colin Bodine en un juzgado de paz. La única dirección que aparecía en el certificado decía Rochester, Nueva York, así que el detective se puso en camino hacia allá para continuar la búsqueda de Amanda Dougherty Bodine.
La boda se había llevado a cabo cinco meses después de la última carta dirigida a su padre, calculó Brianna. Entonces Amanda debía de estar cerca del parto, de modo que lo más probable era que el hombre con el cual se iba a casar supiera que ella estaba embarazada de otro. ¿Acaso él la había amado?, se preguntó Brianna. Esperaba que así hubiera sido. Le pareció que sólo un hombre fuerte y de corazón bondadoso le daría su nombre al hijo de otro.
Brianna se descubrió a sí misma mirando el reloj de nuevo preguntándose adonde habría ido Gray. Molesta consigo misma, pedaleó en su bicicleta hasta la casa de Murphy para contarle cómo iba la construcción del invernadero, pero la verdad es que tenía la esperanza de que Gray estuviera visitando a su amigo, como hacía con frecuencia.
Era hora de ultimar los detalles de la cena cuando volvió a casa. Murphy le había prometido que iría al día siguiente a verificar por sí mismo que los cimientos hubieran quedado bien, pero su propósito subyacente se había visto frustrado.
Y ahora, cuando habían transcurrido más de doce horas desde que Gray se había ido, Brianna pasó de la incertidumbre a la preocupación. Se inquietó y no pudo comer nada mientras sus huéspedes se daban un festín de caballa con salsa de grosellas. Desempeñó su papel de anfitriona a la perfección, sirvió brandy a quienes quisieron beber y le ofreció una ración extra de pudin de limón al niño al que se le hacía la boca agua con sólo ver el postre. Comprobó que las botellas de whisky que había en todas las habitaciones estuvieran llenas y que las toallas estuvieran limpias para quien quisiera tomar un baño nocturno. Conversó con sus clientes en la sala y les dio juegos de mesa a los niños.
A las diez de la noche, cuando las luces se apagaron y la casa quedó en silencio, Brianna pasó de la preocupación a la resignación. Gray llegaría cuando llegara, pensó, y se acomodó en su propia habitación, con su labor sobre el regazo y su perro a sus pies.
Todo un día de conducir, caminar y observar el paisaje no había hecho mucho por mejorar el estado de ánimo de Gray. Estaba irritado consigo mismo y por el hecho de que le habían dejado una luz encendida que alumbraba la ventana.
La apagó en cuanto entró en la casa, como si quisiera demostrarse a sí mismo que ni necesitaba ni quería esa señal hogareña. Empezó a subir las escaleras con un movimiento deliberado, lo sabía, para probar que iba por su cuenta y era un hombre independiente.
El suave ladrido de Con lo detuvo. Se dio la vuelta y le frunció el ceño al perro.
—¿Qué quieres? —Con sólo se sentó y continuó meneando la cola—. No tengo que cumplir un horario de llegada y no necesito que un perro estúpido me espere levantado. —El animal lo miró y entonces levantó una pata, como anticipando el saludo habitual de Gray—. ¡Mierda! —Gray bajó las escaleras, tomó la pata, la sacudió y le rascó vigorosamente la cabeza a Con—. Ya está. ¿Te sientes mejor? —Con se levantó y caminó hacia la cocina. Entonces se detuvo, miró hacia Gray y se sentó de nuevo. Era obvio que lo estaba esperando—. Me voy a la cama —le dijo Gray. Como si estuviera de acuerdo, el perro se puso de pie de nuevo, como esperando para guiarlo hacia su ama—. Vale, lo haremos a tu manera. —Gray se metió las manos en los bolsillos y siguió al perro a lo largo del pasillo y de la cocina hasta la habitación de Brianna.
Gray sabía que estaba de mal humor y no parecía poder cambiarlo. Era a causa del libro, por supuesto, pero había más. Podía admitir, aunque fuera sólo ante sí mismo, que se había estado sintiendo intranquilo desde el bautizo de Liam.
Algo del bautizo, del ritual en sí mismo, lo había alterado. Ese rito antiquísimo, pomposo y extrañamente tranquilizador, lleno de palabras, color y movimiento… Las costumbres, la música, la luz, todo se había unido, o eso le había parecido a él para hacer que el tiempo se acelerara.
Pero lo que lo había tocado en lo más profundo de su ser había sido la sensación de comunidad del ritual, ese sentido de pertenencia que había percibido en cada vecino y amigo que había ido al bautizo de Liam.
Lo había conmovido más allá de la curiosidad por el rito del interés del escritor por las escenas y los sucesos. Lo había conmovido el flujo de palabras, la fe inquebrantable y el río de continuidad que corría de generación en generación en la pequeña capilla del pueblo, y todo se había intensificado por el gemido indignado del bebé, por la luz fragmentada de las vidrieras y por la madera desgastada gracias a las genuflexiones de cientos y cientos de personas. Era tanto familia como creencia compartida, y comunidad tanto como dogma.
Y su deseo repentino y asombroso de pertenecer a algo lo había dejado inquieto y furioso.
Irritado consigo mismo, y con Brianna, Gray se detuvo en la entrada del cuarto de la televisión y la vio tejer, las agujas se movían rítmicamente. La lana de color verde oscuro se derramaba sobre su regazo, cubierto con el pijama de algodón blanco. La lámpara que tenía prendida a su lado le permitía verificar que la labor fuera bien, pero nunca miraba sus propias manos.
Se escuchaba el murmullo de la televisión, que estaba al otro lado de la sala y en la que se veía una película antigua en blanco y negro. Cary Grant e Ingrid Bergman vestidos con elegantes trajes de noche se abrazaban en una bodega. Encadenados, pensó Gray. Una historia de amor, recelo y redención. Por razones que decidió no indagar, el hecho de que Brianna hubiera elegido esa película lo molestó incluso más.
—No tenías por qué esperarme despierta.
—No te estaba esperando —le contestó Brianna después de mirar por encima del hombro hacia donde estaba parado él sin detener las agujas. Se le veía cansado, pensó ella, y malhumorado. Al parecer, Gray no había encontrado lo que estuviera buscando en ese largo día a solas—. ¿Ya has cenado?
—He tomado algo en un pub por la tarde.
—Entonces debes de tener hambre —dijo, y empezó a poner la labor en la cesta que tenía al lado, en el suelo—. Te serviré la cena.
—Yo mismo podría servírmela si quisiera comer —le soltó—. No necesito que me andes cuidando. No eres mi madre.
A Brianna el cuerpo se le tensó, pero simplemente se sentó y sacó la labor de nuevo.
—Como quieras.
—¿Y bien? —Gray entró en la habitación con actitud desafiante.
—¿Y bien qué?
—¿No vas a empezar a interrogarme? ¿No vas a preguntarme dónde he estado, qué estaba haciendo, por qué no te he llamado?
—Como ya has apuntado, no soy tu madre. Tus asuntos son cosa tuya.
Por un momento sólo se escuchó el sonido de las agujas y la voz angustiada de la mujer de un anuncio que se había manchado la blusa nueva de patatas fritas.
—Sí que eres una persona fría —murmuró Gray, y caminó hacia la televisión y la apagó de golpe.
—¿Estás tratando de ser grosero? —le preguntó Brianna—. ¿O acaso es que no puedes evitarlo?
—Estoy tratando de llamar tu atención.
—Bien, pues ya la tienes.
—¿Tienes que hacer eso cuando te estoy hablando?
Como al parecer no había manera de evitar la confrontación que era obvio que Gray quería, Brianna dejó la labor sobre su regazo.
—¿Así está mejor?
—Necesitaba estar solo. No me gusta estar entre multitudes.
—No te he pedido explicaciones, Grayson.
—Sí me las has pedido, sólo que no en voz alta.
—¿Así que ahora tienes la capacidad de leerme la mente? —inquirió, sintiendo que la impaciencia empezaba a bullirle en el cuerpo.
—No es tan difícil. Estamos durmiendo juntos, prácticamente estamos viviendo juntos, y tú sientes que yo estoy obligado a decirte lo que estoy haciendo.
—¿Eso es lo que siento?
Gray empezó a andar de un lado a otro, como un gato encerrado en una jaula que no puede quedarse quieto y tiene que moverse continuamente.
—¿Te vas a quedar ahí sentada tan tranquila y me vas a decir que no estás enojada conmigo?
—Creo que importa poco lo que pueda decirte, si tienes la capacidad de leerme el pensamiento. —Entrelazó los dedos y descansó las manos sobre la lana. No iba a discutir con él, se dijo a sí misma. Si el tiempo que les había tocado pasar juntos estaba llegando a su final, entonces no permitiría que los últimos recuerdos fueran discusiones y malos sentimientos—. Grayson, déjame decirte que yo tengo mi propia vida. Tengo un negocio por el cual debo velar y muchos intereses personales. Así que puedo llenar mis días bastante bien.
—¿Entonces te importa un comino si estoy aquí o no? —Tenía que irse, ¿no? Entonces ¿por qué le enfurecía la idea?
—Sabes que me complace tenerte aquí —le dijo con un suspiro—. ¿Qué quieres que te diga? ¿Que estaba preocupada? Tal vez lo he estado por un momento, pero tú eres un hombre adulto que es capaz de cuidarse solo. ¿Que me parece que fue descortés por tu parte no avisarme de que ibas a tardar cuando tienes la costumbre de pasar aquí todas las noches? Tú sabes que así es, de modo que no tiene mucho sentido que te lo repita. Entonces, si ya estás satisfecho, me voy a la cama. Si así lo quieres, eres bienvenido a acostarte conmigo. Si no, vete a tu habitación y enfurrúñate solo.
Antes de que Brianna pudiera ponerse de pie, Gray puso las manos sobre los brazos de la silla, encajonándola. A la joven se le agrandaron los ojos, pero mantuvo la mirada al mismo nivel que la de él.
—¿Por qué no me gritas? —le espetó—. ¿Por qué no me lanzas algo a la cabeza? ¿Por qué no me echas de tu casa?
—Puede que esas reacciones te hicieran sentir mejor —le contestó Brianna en un tono llano—, pero no es mi labor hacerte sentir mejor.
—¿Entonces eso es todo? Olvidémonos de todo el asunto y vámonos a la cama. En lo que a ti respecta, puede que yo hubiera estado con otra mujer.
Durante un tembloroso instante, las llamas centellearon en los ojos de ella, igualando la furia de los de él. Entonces Brianna se recompuso, cogió la lana que tenía sobre el regazo y la puso en la cesta.
—¿Estás tratando de que me enfade?
—Sí, maldita sea. ¡Sí! —Retrocedió y se dio la vuelta—. Entonces por lo menos sería una pelea justa. No hay manera de derrotar esa serenidad helada tuya.
—Entonces sería una tontería apartar un arma tan formidable, ¿no te parece? —Se levantó—. Grayson, estoy enamorada de ti, pero me insultas cuando piensas que voy a usar ese amor para atraparte o para hacerte cambiar. Es por eso por lo que tendrías que disculparte.
Menospreciando el flujo crepitante de culpa que empezó invadirlo, Gray se volvió a mirarla. Ninguna otra mujer lo había hecho sentir culpable, jamás. Se preguntó si existiría otra persona en el mundo que pudiera, con tal razón sosegada, hacer que se sintiera como un estúpido.
—Ya me imaginaba que encontrarías la manera de lograr sacarme una disculpa antes de que todo esto terminara. —Brianna se quedó mirándolo un momento y, sin decir nada, se dio la vuelta y se dirigió hacia la habitación de al lado, donde estaba la cama—. ¡Dios! —Gray se frotó la cara con las manos y presionó los dedos contra sus ojos cerrados, para después dejar caer las manos. Se le ocurrió que sólo uno puede revolcarse en su propia imbecilidad durante tanto tiempo—. Estoy loco —dijo, entrando en el dormitorio detrás de ella. Brianna no le contestó. Sencillamente abrió un poco la ventana para que entrara el aire frío y fragante de la noche—. Lo siento, Brie. Siento mucho todo esto. Esta mañana me he levantado de un humor de mil demonios y sólo quería estar solo. —Brianna siguió en silencio, ni le respondió ni lo alentó, simplemente dobló el cobertor de la cama a los pies de ésta—. No me trates con esa indiferencia helada, Brie. Es lo peor que puedes hacerme. —Se paró detrás de ella y le puso una mano dubitativa sobre el pelo—. Estoy teniendo problemas con el libro, y ha estado mal por mi parte desahogarme contigo.
—No espero que cambies tus estados de ánimo para que se adapten a mí.
—Sencillamente no esperas —murmuró él—. No es bueno para ti.
—Yo sé lo que es bueno para mí —dijo, y empezó a alejarse de Gray, pero él le dio la vuelta para que lo mirara a la cara y, haciendo caso omiso de la rigidez del cuerpo de ella, la abrazó.
—Debiste haberme echado —murmuró Gray.
—Ya me has pagado el mes completo.
—Ahora estás siendo malvada —le dijo riéndose, y hundió la cara en su pelo. ¿Cómo se suponía que una mujer podía estar sintonizada con sus estados de ánimo? Cuando Brie trataba de alejarlo, él sólo se le acercaba más—. Tenía que alejarme de ti —le dijo, y comenzó a acariciarle la espalda de arriba abajo, tratando de relajarla—. Tenía que demostrarme que puedo alejarme de ti.
—¿No crees que eso ya lo sé? —Alejándose lo más que él le permitió, Brianna le puso las manos en la cara—. Grayson, sé que te vas a ir pronto y no voy a fingir que tu partida no va a dejarme el corazón roto. Pero será incluso más doloroso, para los dos, si nos pasamos estos últimos días peleándonos por eso.
—Pensé que sería más fácil si te enojabas conmigo o si me echabas de tu vida.
—¿Más fácil para quién?
—Para mí. —Descansó la frente en la de ella y le dijo lo que había evitado decirle durante los últimos días—. Me voy a finales de mes. —Brianna no dijo nada. Descubrió que no podía decir nada sobre el repentino dolor que sentía en el pecho—. Quiero tomarme un tiempo libre antes de que empiece la gira.
Brianna guardó silencio, esperando, pero Gray no le pidió, como lo había hecho una vez, que lo acompañara a alguna playa tropical. Luego asintió con la cabeza.
—Entonces disfrutemos el tiempo que nos queda antes de que te vayas —dijo ella, y volvió la cara para que sus bocas pudieran encontrarse. Gray la acostó en la cama lentamente.
Y cuando le hizo el amor, se lo hizo con ternura.