Era bueno estar de vuelta en casa. Las aventuras y el glamour de viajar estaban muy bien, pensó Brianna, pero también lo estaban los placeres sencillos de la propia cama, el propio techo y el paisaje familiar que se veía a través de la ventana de su propia casa. No le importaría viajar de nuevo a alguna parte mientras tuviera un hogar adonde volver.
Contenta con su rutina, Brianna trabajó en su jardín, poniéndoles estacas a las espuelas de caballero y a los acónitos que estaban a punto de florecer mientras se deleitaba con el perfume de la lavanda en flor que inundaba el aire. Las abejas zumbaban un poco más allá, coqueteando con el altramuz.
Del extremo de la casa procedía el sonido de niños jugando y de los ladridos emocionados de Con, que corría detrás de una pelota que sus jóvenes visitantes estadounidenses le lanzaban para que la persiguiera.
Nueva York parecía estar tan lejano y parecía tan exótico como las perlas que Brianna había guardado muy en el fondo de uno de los cajones de su cómoda. Y el día que había pasado en Gales era como un juego colorido y extraño.
Levantó la mirada, ajustándose el ala del sombrero mientras examinaba la ventana de Gray. Había estado trabajando prácticamente sin parar desde que habían llegado. Brianna se preguntó dónde estaría ahora, en qué lugar, en qué tiempo y qué clase de personas lo rodearían. Y cómo estaría su humor cuando saliera de su encierro y la buscara de nuevo.
Probablemente estaría irritable si la escritura no había fluido, pensó. Susceptible como un perro callejero. Si las cosas le habían salido bien, tendría hambre, de comida y de ella. Sonrió para sí misma y con cariño ató las delicadas ramas a las estacas.
Qué maravilloso era sentirse deseada como él la deseaba. Era sorprendente para ambos, reflexionó Brianna. Gray no estaba más acostumbrado a la sensación que ella. Y le preocupaba un poco. Lentamente pasó un dedo sobre las campanillas, acariciándolas.
Gray le había contado cosas sobre sí mismo que ella sabía que no le había contado a nadie más. Y eso le preocupaba también. Qué absurdo haber pensando que ella podía menospreciarlo por lo que había tenido que pasar y lo que había tenido que hacer para sobrevivir.
Brianna sólo podía imaginarse el miedo y el orgullo de un muchacho que nunca había conocido el amor y las exigencias, el dolor y el consuelo de tener una familia. Cuan solo debía de haber estado y cuan solo se había obligado a estar después debido a ese miedo y a ese orgullo. Y, sin embargo, de alguna manera había logrado convertirse en un hombre admirable y cariñoso.
No, por supuesto que no lo menospreciaba ni pensaba mal de él. Saber sólo había hecho que lo amara más.
La historia de Gray la había hecho pensar en la suya y repasar su propia vida. Sus padres no se habían amado, y eso doloroso. Pero Brianna sabía que su padre la había querido. Siempre lo había sabido y ése había sido su consuelo. Tenía un hogar y unas raíces que le mantenían el cuerpo y el alma anclados.
Y muy a su manera, Maeve la quería. Por lo menos su madre había sentido suficiente obligación hacia las hijas que había parido como para quedarse con ellas. Habría podido darles la espalda en cualquier momento, reflexionó Brianna. Esa opción no se le había ocurrido antes y ahora meditaba sobre ella mientras disfrutaba de las labores de jardinería.
Su madre habría podido abandonar a la familia que había creado y que no le gustaba. Habría podido volver a la carrera que había significado tanto para ella. Incluso si era sólo obligación lo que la había hecho quedarse, era más de lo que Gray había tenido.
Maeve era una mujer dura y amarga y con mucha frecuencia tergiversaba el significado de las Sagradas Escrituras que leía tan religiosamente para que se acomodara a su propia conveniencia. Podía usar el canon de la Iglesia como un martillo. Pero se había quedado.
Suspirando ligeramente, Brianna se dispuso a ponerle las estacas a la siguiente planta. Ya llegaría el tiempo para perdonar. Tenía la esperanza de que pudiera abrigar perdón en su corazón.
—Se supone que debes estar feliz cuando trabajas en el jardín, no preocupada.
Poniéndose una mano sobre el sombrero, Brianna levantó la cabeza para mirar a Gray. De un solo vistazo pudo deducir que era un buen día. Cuando Gray tenía un buen día, podían sentirse vibraciones de placer emanando de él.
—Estaba permitiendo que mi mente vagara.
—Yo también. Me he levantado un momento y he mirado por la ventana; entonces te he visto aquí abajo y eso ha sido todo: no he podido pensar en nada más.
—Es un día magnífico para estar fuera. Y has empezado trabajar casi de madrugada. —Con un movimiento rápido y extrañamente tierno, ató otra rama a su estaca—. ¿Te va bien?
—Increíblemente bien. —Se sentó junto a ella y se deleitó con el perfume del aire—. A duras penas puedo seguirme el ritmo. Hoy he matado a una joven encantadora.
Brianna estalló en risas.
—Y pareces bastante complacido contigo mismo.
—Le tenía mucho afecto, pero debía irse. Su asesinato es el detonante de la indignación que desembocará en la caída del asesino.
—¿El asesinato se llevó a cabo en las ruinas adonde fuimos hace un tiempo?
—No, en otra parte. Este personaje encontró su destino en el Burren, cerca del Altar del Druida.
—Ah. —Brianna se estremeció, a pesar de sí misma—. Siempre le he tenido afecto a ese lugar.
—Yo también. El asesino la dejó extendida sobre la roca, como una ofrenda para un dios sediento de sangre. Desnuda, por supuesto.
—Por supuesto. Y supongo que un pobre e infortunado turista es quien la va a encontrar.
—Ya la ha encontrado. Un estudiante yanqui que está recorriendo Europa a pie. —Gray chasqueó la lengua—. No creo que pueda volver a ser el mismo después de haberla encontrado. —Inclinándose hacia Brianna, le dio un beso en el hombro—. ¿Y cómo va tu día?
—No tan lleno de sucesos. He despedido a los encantadores recién casados de Limerick esta mañana y después me he ocupado de los niños norteamericanos mientras sus padres dormían hasta tarde. —Con ojo de águila, vio una maleza en el lecho de flores y la arrancó sin piedad—. Me han ayudado a hacer bizcochos. Después toda la familia se ha ido a pasar el día a Bunratty, ¿sabes?, el parque tradicional. Y han llegado apenas hace un rato. Esta noche debe llegar otra familia, de Edimburgo. Se quedó aquí hace un par de años. Son una pareja y dos hijos adolescentes, que se enamoraron un poquito de mí esa vez.
—¿En serio? —Con lentitud, le recorrió el hombro con un dedo—. Voy a tener que intimidarlos.
—Bah, yo creo que ya han debido de superarlo. —Levantó la cabeza y sonrió con curiosidad cuando Gray se carcajeó—. ¿Qué pasa?
—Sólo estaba pensando que probablemente les arruinaste la vida a esos pobres chicos, porque nunca van a encontrar a alguien que se pueda comparar contigo.
—Qué tonterías dices —replicó, extendiendo el brazo para alcanzar otra estaca—. También he hablado con Maggie esta tarde. Parece que se van a quedar en Dublín una o dos semanas más. Cuando regresen, van a bautizar a Liam. Murphy y yo seremos los padrinos.
Gray cambió de posición y se sentó con las piernas cruzadas.
—¿Qué significa eso exactamente en el credo católico?
—No hay mucha diferencia, me imagino, con cualquier otro credo. Estaremos con el bebé durante el servicio como sus padrinos y prometeremos cuidarlo y criarlo si algo les llegara a pasar a Maggie y a Rogan.
—Parece una tremenda responsabilidad.
—Es un honor —dijo sonriendo—. ¿A ti no te bautizaron, Gray?
—No tengo ni idea. Probablemente no. —Encogió los hombros y arqueó una ceja ante la expresión pensativa de Brianna—. ¿Y ahora qué? ¿Te preocupa que vaya a arder en el infierno porque nadie me salpicó con agua la cabeza?
—No. —Incómoda, desvió la mirada—. El agua es sólo un símbolo. Le limpia a uno el pecado original.
—¿Y cómo de original es?
Brianna lo miró de nuevo y sacudió la cabeza.
—Tú no quieres que te explique el catecismo y esas cosas y yo tampoco estoy tratando de convertirte. Sin embargo, sé que a Maggie y a Rogan les encantaría que asistieras al bautizo.
—Por supuesto que iré. Será interesante. ¿Cómo está el niño, por cierto?
—Maggie me ha dicho que Liam crece como la mala hierba —Brianna se concentró en lo que estaba haciendo y trató de impedir que el corazón le doliera mucho—. Le he contado lo del señor Smythe-White… Quiero decir, el señor Carstairs.
—¿Y qué ha dicho?
—Se ha reído tanto que incluso pensé que iba a estallar. Cree que ahora Rogan se va a tomar el asunto menos a la ligera, pero ambas estamos de acuerdo en que eso era muy típico de mi padre, meterse en un lío como ése. Es un poco como tenerlo de vuelta por un momento. «Brie, si no arriesgas un huevo, no vas a tener una gallina», diría. Y tengo que decirte que Maggie estaba muy impresionada por cómo lograste seguir al señor Carstairs y cómo lo dedujiste todo, y me pidió que te ofreciera el trabajo del detective que contratamos para lo otro.
—¿No habéis tenido suerte en la búsqueda?
—La verdad es que ha encontrado algo —respondió, sentándose sobre las pantorrillas y poniendo las manos sobre los muslos—. A alguien, a uno de los primos de Amanda Dougherty, creo; dijo que tal vez ella se hubiera ido al norte de Nueva York, hacia las montañas. Parece que ya había estado allí antes y que le gustaba mucho. El detective va a viajar a… hummm… ¿cómo se llama? El sitio donde Rip van Winkle se quedó dormido.
—¿Catskills?
—Sí, eso es. Así que, con suerte, encontrará algo allí.
Gray cogió una de las estacas para las plantas y se planteo qué tal sería como arma.
—¿Qué vas a hacer si descubres que tienes un hermanastro o una hermanastra?
—Pues creo que primero escribiría a la señorita Dougherty. —Ya lo había pensado cuidadosamente—. No quiero herir los sentimientos de nadie. Pero, por el tono de las cartas que le dirigió a mi padre, creo que es una mujer a quien le alegraría saber que ella y su hijo o su hija son bienvenidos.
—¿Y lo serían? —murmuró, poniendo a un lado la estaca—. ¿Ese muchacho o muchacha extraño de cuántos años veintiséis, veintisiete, sería bienvenido?
—Por supuesto. —Brie inclinó la cabeza, sorprendida de que Gray dudara de que así sería—. Él o ella lleva la sangre de mi padre en las venas, ¿no? Como Maggie y como yo. Él no querría que le volviéramos la espalda a la familia.
—Pero él… —Gray se interrumpió y luego se encogió de hombros.
—Tú crees que él lo hizo —dijo Brianna suavemente—. No sé si las cosas ocurrieron así. Nunca sabremos, supongo, qué hizo cuando supo que Amanda estaba embarazada. Pero volverle la espalda, no, nunca. No era su naturaleza. Guardó las cartas y, conociéndolo, debió de sufrir por el niño que nunca pudo llegar a conocer. —Brianna dejó vagar su mirada, que siguió el vuelo de una mariposa moteada—. Mi padre era un soñador, Grayson, pero antes que nada era un hombre de familia. Sacrificó algo muy grande para mantener unida a su familia. Más de lo que nunca me hubiera imaginado hasta que leí esas cartas.
—No lo estoy criticando. —Pensó en la tumba y el lecho de flores que Brianna había sembrado encima—. Es sólo que odio verte angustiada.
—Me preocuparé menos cuando encontremos lo máximo que se pueda encontrar.
—¿Y tu madre, Brianna? ¿Cómo crees que va a reaccionar si todo esto sale a la luz?
A Brianna se le enfriaron los ojos y la barbilla empezó a temblarle obstinadamente.
—Ya lidiaré con eso si pasa y cuando pase. Ella tendrá que aceptar las cosas como son. Por una vez en su vida, tendrá que aceptarlas.
—Todavía estás enojada con ella —observó Gray—, por lo de Rory.
—Rory está superado y olvidado. Y así ha sido. —Gray la tomó de las manos antes de que pudiera alcanzar las estacas. Y aguardó pacientemente—. Está bien, estoy enojada. Por lo que hizo entonces y por cómo te habló. Pero tal vez más que nada porque hizo que lo que siento por ti pareciera malo. No se me da bien estar furiosa. Me produce dolor de estómago.
—Entonces espero que no te vayas a poner furiosa conmigo —le dijo él, y entonces escucharon el sonido de un coche que se aproximaba.
—¿Por qué habría de estarlo?
Sin decir nada, Gray se levantó, poniéndola a ella de pie también. Juntos vieron el coche acercarse y detenerse. Lottie se inclinó hacia la ventanilla y los saludó con la mano antes de que ella y Maeve salieran del vehículo.
—He llamado a Lottie —murmuró Gray, y le apretó la mano cuando la de ella se tensó dentro de la suya—. Las he invitado a que vinieran a visitarnos.
—No quiero otra discusión con ella teniendo huéspedes en casa. —La voz le sonó helada—. No debiste llamarlas, Grayson. Yo iba a ir a verlas mañana; hubiera preferido discutir en la casa de mi madre y no en la mía.
—Brie, tienes el jardín como de postal —le dijo Lottie Mientras se acercaba—. Y qué día tan esplendoroso para lucirlo. —Abrazó a Brianna de esa manera maternal tan suya y le dio un beso en la mejilla—. ¿Lo habéis pasado bien en Nueva York?
—Sí, mucho.
—Viviendo la gran vida —dijo Maeve con un resoplido— y dejando atrás la decencia.
—Ay, Maeve, deja de dar la lata —replicó Lottie agitando la mano con impaciencia—. Yo quiero escuchar todas las historias de Nueva York.
—Vamos a casa y tomemos un té —las invitó Brianna. Os he traído algunos souvenirs.
—Qué encanto eres. Maeve, souvenirs de América. —Sonrió a Gray mientras caminaban hacia la casa—. ¿Y tu película, Grayson? ¿Está bien?
—Mucho. —Gray tomó la mano de Lottie y la pasó a través de su brazo; le dio una palmadita—. Y después tuve que competir con Tom Cruise por la atención de Brianna.
—¡No! ¿En serio? —chilló Lottie abriendo los ojos de par en par por el asombro—. ¿Has oído eso, Maeve? ¡Brianna ha conocido a Tom Cruise!
—Yo no les presto atención a los actores de las películas —gruñó Maeve, impresionada hasta el tuétano—. Esa gente lleva una vida desenfrenada y todo son divorcios.
—¡Ja! Si nunca se pierde una película de Errol Flynn cuando las ponen en la tele. —Habiendo anotado un punto, Lottie bailó por la cocina y se dirigió hacia el fuego—. Yo preparo el té, Brianna. Así puedes ir a traernos los regalos.
—Tengo unas tartaletas de bayas para acompañar el té. —Brianna le lanzó una mirada a Gray mientras se dirigía a su habitación—. Las he horneado esta mañana.
—Ah, qué maravilla. ¿Sabes, Grayson? Mi hijo mayor, Peter, fue a Estados Unidos a visitar a unos primos que tenemos allí, en Boston. Conoció la bahía en donde vosotros los yanquis tirasteis el té de los ingleses del barco. Y ha vuelto dos más y ha llevado a sus hijos. Y uno de ellos, Shawn, se va mudar allí, pues ha conseguido trabajo. —Siguió charlando sobre Boston y su familia mientras Maeve guardaba un silencio hostil. Unos momentos después, Brianna regresó con dos cajitas en las manos.
—Hay tantas tiendas en Nueva York… —comentó, totalmente decidida a parecer alegre—. Mires donde mires hay algo en venta. Ha sido difícil decidir qué traeros de regalo.
—Sea lo que sea será precioso. —Ansiosa por ver su regalo, Lottie puso sobre la mesa una fuente con las tartaletas y cogió la caja que le ofrecía Brianna—. Ay, mira esto… Qué belleza —comentó, y levantó hacia la luz un pequeño frasco decorativo, que lanzó destellos de azul intenso.
—Es para el perfume, si uno quiere, o sencillamente para ponerlo de adorno.
—Es precioso —dijo Lottie—. Mira las flores que tiene talladas en el vidrio. Son lirios. Qué amable por tu parte, Brianna. Ay, Maeve, el tuyo es rojo como un rubí, y tiene amapolas talladas. ¿No van a quedar divinos sobre la cómoda?
—Sí, son bonitos. —Maeve no pudo resistir la tentación de pasar el dedo por las flores grabadas sobre el vidrio. Si Maeve tenía una debilidad, eran las cosas bonitas; y siempre había sentido que no le habían tocado las suficientes—. Ha sido muy amable por tu parte acordarte aunque fuera ligeramente de mí mientras estabas alojándote en un hotel elegante y tratando con estrellas de cine.
—Tom Cruise —dijo Lottie, haciendo caso omiso del sarcasmo con facilidad—. ¿Es tan guapo como sale en las películas?
—Absolutamente, y también encantador. Puede que él y su mujer vengan a quedarse alguna vez.
—¿Aquí? —Deslumbrada ante la posibilidad, Lottie se puso una mano en el corazón—. ¿Aquí, en el hotel, en Blackthorn?
—Por lo menos eso dijo —le contestó Brianna con una sonrisa.
—Eso está por verse —murmuró Maeve—. ¿Por qué habría de quedarse un hombre rico y cosmopolita en un sitio como éste?
—Por la tranquilidad —respondió Brianna fríamente— y por algunas buenas cenas. Lo que todo el mundo quiere cuando viene a quedarse aquí.
—Y en Blackthorn uno encuentra bastante de ambas cosas —apuntó Gray—. Yo he viajado mucho, señora Concannon y puedo decirle que nunca he estado en un sitio más encantador y cómodo que este hotel. Tiene que sentirse muy orgullosa del éxito de Brianna.
—Humm. Me imagino perfectamente que debes de estar muy cómodo aquí, en la cama de mi hija.
—Sólo un idiota no lo estaría —repuso Gray amablemente antes de que Brianna pudiera decir nada—. Y es a usted a quien hay que elogiar por criar a una hija tan cálida y de naturaleza tan bondadosa, que además es lo suficientemente inteligente y dedicada como para administrar un negocio exitoso. Brianna no deja de sorprenderme. —Con sus palabras, Gray dejó a Maeve fuera de juego, así que ésta no pudo más que quedarse en silencio. El cumplido había sido una pelota que no había estado esperando, de modo que se quedó rumiándolo en busca de un insulto disimulado mientras Gray se levantó y se dirigió a la encimera—. Yo también les he traído a ambas un regalito. —Había dejado la bolsa en la cocina antes de salir a ver a Brianna. Había preparado la escena, pensó ahora, como quería que se desarrollara.
—Ay, qué amable por tu parte… —Sorpresa y placer riñeron la voz de Lottie cuando aceptó la caja que Gray le ofrecía.
—Son naderías —dijo Gray sonriendo a Brianna, que se había quedado muda mirándolo, totalmente desconcertada. El grito sofocado de placer de Lottie lo complació enormemente.
—¡Es un pajarito! Mira, Maeve, un pajarito de cristal. Mira cómo atrapa la luz.
—Puede colgarlo de una cuerda en una ventana —le explicó Gray—. Así verá un arco iris todo el tiempo. Usted me hace pensar en un arco iris, Lottie.
—Qué adulador, Grayson. Un arco iris, dices… —Se le aguaron los ojos, y entonces se levantó y le dio un fuerte abrazo a Gray— lo voy a colgar en la ventana delantera de la casa. Gracias, Grayson. Eres un encanto de hombre. ¿No te parece un encanto, Maeve?
Maeve gruñó y dudó si abrir o no su caja con el regalo. Tenía derecho a lanzarle el regalo a la cara en lugar de aceptar algo de un hombre de su calaña, pero el pájaro de cristal de Lottie era una cosa tan bonita… Entonces la combinación de avaricia y curiosidad hizo que cediera y abriera la caja.
Sin poder hablar, levantó el corazón de cristal con visos dorados. También tenía una tapa, y cuando la abrió, sonó música.
—¡Una caja de música! —Lottie aplaudió, emocionada—. Qué cosa tan bonita y tan bien pensada. ¿Qué melodía es la que suena?
—Stardust —murmuró Mueve, y se dejó cautivar desde antes de empezar a tararear al ritmo de la canción—. Es una canción antigua.
—Es un clásico —añadió Gray—. No tenían nada irlandés, pero me pareció que esa canción le gustaría, señora Concannon.
Los labios de Maeve se curvaron en una sonrisa mientras la música la hipnotizaba. Se aclaró la garganta y le lanzó a Gray una mirada llana.
—Gracias, señor Thane.
—Gray —le contestó él tranquilamente.
Treinta minutos después, Brianna tenía las manos sobre las caderas. Ella y Gray estaban solos en la cocina y la fuente de las tartaletas estaba vacía.
—Eso ha sido como un soborno.
—No como un soborno —respondió él imitándola—. Ha sido un soborno. Y uno bastante bueno. Tu madre me ha sonreído antes de irse.
Brianna resopló.
—No sé de quién debería estar más avergonzada, si de ella o de ti.
—Considéralo como una ofrenda de paz. No quiero que tu madre te haga sufrir por mi culpa, Brianna.
—Eres astuto, Grayson. Mira que regalarle una caja de música…
—Pensé que sería un estupendo regalo para ella. Cada vez que escuche la caja de música va a pensar en mí. Antes de que nos demos cuenta se habrá convencido de que no soy tan mal tipo después de todo.
—Al parecer ya has averiguado cómo vencer sus defensas, ¿no? —le contestó Brianna sin querer sonreír. Era inaudito.
—Un buen escritor es un buen observador. Tu madre está acostumbrada a quejarse. —Abrió el refrigerador y sacó una cerveza—. El problema es que estos días no tiene muchos motivos, lo que debe de ser terriblemente frustrante. —Abrió la botella y dio un sorbo—. Además, está asustada de que te hayas cerrado a ella y no sabe qué movimiento es el que debe hacer para cerrar la brecha.
—Entonces se supone que yo debo hacerlo.
—Lo harás, porque ésa es tu naturaleza. Ella lo sabe, pero le preocupa que esta vez sea la excepción. —Le acarició la barbilla con la punta de un dedo—. Pero no lo es. La familia es demasiado importante para ti y tú ya has empezado a perdonarla.
Brianna le dio la espalda y empezó a ordenar la cocina.
—No siempre es cómodo tener a alguien que puede ver a través de uno como si estuviera hecho de vidrio —dijo, pero suspiró, tratando de escuchar a su propio corazón—. Tal vez ya haya empezado a perdonarla, pero no sé cómo de largo será el proceso. —Se puso a lavar las tazas meticulosamente. Probablemente tu táctica de hoy lo haya acelerado.
—Ésa era la idea. —Se paró detrás de ella y la abrazó pasándole los brazos alrededor de la cintura—. Entonces no estás enfadada.
—No, no estoy enfadada. —Se dio la vuelta y apoyó la cabeza en la curva del hombro de Gray, que era donde más le gustaba apoyarse—. Te amo, Grayson.
Gray le acarició el pelo mientras miraba por la ventana sin decir ni una palabra.
Los siguientes días transcurrieron en un ambiente más bien opaco, lo que hacía que trabajar en su habitación fuera para Gray como estar en un crepúsculo eterno. Era fácil para él perder la noción del tiempo y dejarse absorber por el libro sin tener mucha conciencia del mundo que lo rodeaba.
Estaba cercando al asesino, en ese final y violento encuentro. Gray había desarrollado un sentido del respeto por la mente de su villano, reflejando perfectamente las mismas emociones de su héroe. Ese hombre era tan listo como retorcido, aunque no estaba loco, reflexionó Gray, mientras otra parte de su mente visualizaba la escena que estaba creando.
Algunas personas considerarían que el villano era un demente, pues no podían concebir que la crueldad y la falta de piedad de los asesinatos pudieran provenir de una mente que no hubiera perdido la razón. Pero Gray pensaba igual que su héroe. El asesino no estaba loco; por el contrario, estaba muy cuerdo, pero tenía la sangre demasiado fría. Sencillamente sin ningún retorcimiento, era malvado.
Gray ya sabía exactamente cómo iba a desarrollarse la caza final, casi cada paso y cada palabra estaban claros en su mente. En la lluvia, en la oscuridad, a través de las ruinas azotadas por el viento donde antes ya se había derramado sangre, Gray sabía que su héroe vería, sólo por un momento, lo peor de sí reflejado en el hombre que estaba persiguiendo.
Y esa batalla final sería mucho más que simplemente el bien contra el mal, lo correcto contra lo incorrecto. La lucha que se llevaría a cabo en ese precipicio castigado por la lluvia y donde el viento aullaba sería una lucha desesperada por la redención.
Pero ése no sería el fin. Y en busca de esa escena final desconocida corría Gray. Casi desde el principio se había imaginado a su héroe abandonando el pueblo y a la mujer. Ambos habían cambiado irremediablemente debido a la violencia que había hecho añicos la tranquilidad de ese lugar. Y debido a lo que había sucedido entre ellos. Entonces cada uno seguiría con su vida, o por lo menos lo intentaría. Pero por separado, porque Gray los había creado como dos fuerzas dinámicas opuestas, que se atraían, ciertamente, pero no a largo plazo.
Sin embargo, ahora no estaba tan claro. Se preguntó adonde iría su héroe y por qué. Y por qué la mujer se daría la vuelta lentamente, como él lo había planeado, en dirección a la puerta de la cabaña sin mirar atrás. Debía de ser sencillo y satisfactorio, pues era ser fiel a sus personajes, pero a medida que se iba acercando a ese momento, se iba poniendo más y más intranquilo.
Echando hacia atrás la silla, Gray miró la habitación. No tenía ni la más mínima idea de qué hora sería o cuánto tiempo había estado encadenado a su trabajo, pero sabía una cosa: había llegado a un punto muerto.
Necesitaba dar una caminata, decidió, lloviera o relampagueara. Y necesitaba dejar de anticiparse a sí mismo y permitir que la escena final se desarrollara a su manera y a su propio ritmo.
Empezó a bajar las escaleras y le sorprendió que hubiera tanto silencio, pero entonces se acordó de que la familia escocesa ya se había ido. Le había parecido divertido, cuando había reptado fuera de su cueva el suficiente tiempo para darse cuenta, cómo los dos adolescentes se habían pasado el tiempo husmeando alrededor de Brianna y compitiendo por su atención.
Era difícil culparlos.
La voz de Brianna hizo que se dirigiera hacia la cocina.
—Buen día para ti, Kenny Feeney. ¿Estás aquí visitando a tu abuela?
—Así es, señorita Concannon. Nos vamos a quedar dos semanas.
—Me alegra verte. Cómo has crecido. ¿Quieres entrar a tomarte un té con un poco de tarta?
—Me encantaría, gracias. —Gray vio a un chico de aproximadamente doce años dedicarle una sonrisa de dientes torcidos a Brianna mientras entraba dejando atrás la lluvia. Llevaba algo grande y aparentemente pesado envuelto en papel de periódico—. Mi abuela le manda una pierna de cordero, señorita Concannon. Lo hemos sacrificado esta mañana.
—Vaya, es muy amable por su parte. —Aparentemente complacida, Brianna cogió el espeluznante paquete del niño Mientras Gray, autor de novelas sangrientas, sentía que el estómago se le revolvía.
—Tengo tarta de grosellas. ¿Te comes una ración y le llevas el resto a tu abuela?
—Por supuesto —dijo el niño, que, obedientemente, se quitó las botas de goma, el impermeable y la gorra. Entonces vio a Gray—. Buen día tenga usted, señor —añadió educadamente.
—Ah, Gray, no te he oído bajar. Mira, te presento al joven Kenny Feeney, nieto de Alice y Peter Feeney, que viven en la granja que está bajando por el camino. Kenny, él es Grayson Thane, uno de mis huéspedes.
—El yanqui —replicó Kenny al tiempo que le ofrecía la mano solemnemente a Gray—. Mi abuela dice que usted escribe libros sobre asesinatos.
—Eso es cierto. ¿Te gusta leer?
—Me gustan los libros sobre coches o sobre deportes. Tal vez usted pueda escribir un libro sobre fútbol.
—Lo tendré en mente.
—¿Quieres tarta, Gray? —le preguntó Brianna mientras Cortaba un trozo—. ¿O prefieres un sándwich?
Gray miró cautelosamente hacia el bulto que había debajo del papel de periódico y se lo imaginó balando.
—No, por ahora no quiero nada.
—¿Vive usted en Kansas City? —quiso saber Kenny—. Mi hermano vive allí. Se fue a Estados Unidos. Hará de eso tres años este invierno. Toca en una banda.
—No, no vivo allí, pero he estado de paso. Es una ciudad muy bonita.
—Pat, mi hermano, dice que no hay ningún lugar mejor en el mundo. Ahora yo estoy ahorrando para poder ir cuando sea mayor.
—¿Entonces nos vas a dejar, Kenny? —le preguntó Brianna, y le acarició las greñas color zanahoria.
—Cuando tenga dieciocho años —contestó, y se metió otro feliz bocado de tarta en la boca y se lo tragó con té—. Uno puede conseguir un buen trabajo allí, con buen sueldo. Tal vez pueda jugar para un equipo de fútbol yanqui. ¿Saben?, en pansas City tienen su propio equipo.
—Sí, he oído rumores —le dijo Gray, sonriendo.
—La tarta está buenísima, señorita Concannon —dijo Kenny comiéndose hasta la última migaja del plato.
Cuando Kenny se fue un poco más tarde, Brianna lo observó mientras se alejaba por los campos con la tarta bajo el brazo como si fuera uno de sus preciados balones de fútbol.
—Tantos muchachos se van… —murmuró—. Los perdemos día tras día, año tras año. —Cerró la puerta de la cocina de nuevo, sacudiendo la cabeza—. Bueno, voy a arreglarte la habitación, aprovechando que has decidido salir.
—Voy a dar un paseo, ¿quieres venir conmigo?
—Podría dar una caminata corta, pero antes déjame… —Sonrió como disculpándose cuando sonó el teléfono—. Buenas tardes, Blackthorn Cottage. Ah, hola, Arlene, ¿cómo estás? —Brianna extendió una mano para coger la de Gray—. Qué bueno escucharlo. Sí, yo también estoy bien, gracias. Gray está aquí. Te lo voy… ¿Cómo? —Arqueó las cejas y luego sonrió de nuevo—. Eso sería maravilloso. Por supuesto que tú y tu marido sois más que bienvenidos. Septiembre es una época preciosa. Me alegra mucho que vengáis. Ya lo tengo: el 15 de septiembre, durante cinco días. Sí, por supuesto. Desde aquí podéis hacer excursiones de un día. ¿Quieres que te mande información? No, será un placer para mí. Yo también estoy ansiosa de veros. Sí, como te he dicho, Gray está aquí conmigo. Un momento.
Gray cogió el teléfono, pero miró a Brianna.
—¿Arlene va a venir a Irlanda en septiembre?
—Sí, a pasar unas vacaciones con su marido. Al parecer le desperté la curiosidad. Habla con ella, que tiene noticias para ti.
—Mmmmm. Hola, preciosa —le dijo Gray a Arlene por el auricular—. ¿Vas a venir a jugar a los turistas a los condados del oeste? —Sonrió y asintió con la cabeza cuando Brianna le ofreció té—. No, creo que te va a encantar. ¿El clima? —le preguntó, y miró por la ventana hacia la lluvia pertinaz—. Magnífico. —Le guiñó el ojo a Brianna y bebió de su taza de té—. ¿Me has mandado un paquete? No, no lo he recibido todavía. ¿Qué me has enviado? —Asintiendo con la cabeza le murmuró a Brianna—: Reseñas sobre la película. —Luego hizo una pausa para escuchar a Arlene—. ¿A qué viene tanto bombo y platillo? Mmm. Brillante, me gusta brillante. Espera, repíteme eso. «De la fértil pluma de Grayson Thane» —repitió Gray para que Brianna estuviera al tanto—. «Es de la altura de un Oscar. De calidad excelsa». —Gray se rio ante ese comentario—. «Es la película más poderosa del año». No, no está mal, teniendo en cuenta que apenas estamos en mayo. No, no estoy tomándomelo a broma. Es fantástico. Mejor todavía. Elogios tempraneros para la última novela —le dijo a Brianna.
—Pero si todavía no la has terminado…
—No me refiero a la que estoy escribiendo, sino a la que sale en julio. Ése es el libro nuevo. En lo que estoy trabajando ahora es en el nuevo manuscrito. No, sólo estoy explicándole algunos conceptos básicos de edición a mi casera. —Gray frunció los labios mientras seguía escuchando a Arlene al otro lado del auricular—. ¿En serio? Me gusta. —Brianna se dirigió a la encimera a inspeccionar su pierna de cordero sin quitarle los ojos de encima a Gray, que hacía ruidos y comentaba ocasionalmente, o sonreía y sacudía la cabeza—. Es buenísimo. Menos mal que no llevo ropa muy estrecha, porque me estoy hinchando como un pavo. Sí, los de marketing me enviaron una carta eterna con los planes de la gira. Accedí a estar a su disposición durante tres semanas. No, tú decides ese tipo de cosas. Les cuesta demasiado tiempo enviarme cosas. Sí, tú también. Se lo diré, claro. Hablamos luego.
—¿Va bien la película? —le preguntó Brianna tratando de no presionarlo para que le contara la conversación.
—Ha hecho una taquilla de doce millones de dólares en la primera semana de exhibición, lo que no está nada mal. Y los críticos la han alabado. Y al parecer también les ha gustado el libro nuevo. Estoy en mi mejor momento —le dijo mientras se dirigía al bote de galletas y sacaba una—. He creado una historia de atmósfera densa con una prosa afilada como una daga. Con, hummm, giros que retuercen las entrañas y un humor negro y mordaz. No está mal.
—Deberías sentirte muy orgulloso.
—Escribí esa novela hace casi un año. —Se encogió de hombros y masticó la galleta—. Sí, está bien. Le tengo un afecto que irá menguando considerablemente a medida que avance la gira por treinta y una ciudades durante tres semanas.
—La gira de la que estabas hablando.
—Así es. Tengo que asistir a programas de televisión y dar charlas en librerías, ir de aeropuerto en aeropuerto y de hotel en hotel. —Con una risa, se metió la galleta restante en la boca—. Qué vida…
—Te va bien, me parece.
—Sí, está totalmente anclada a la tierra.
Brianna asintió con la cabeza, intentando no sentirse triste. Sacó la pierna de cordero de su envoltorio y la dejó sobre la encimera.
—Me dijiste que es en julio.
—Sí. El tiempo ha pasado tan lentamente que he perdido la noción. Imagínate, ya llevo cuatro meses aquí.
—A veces me parece que estás aquí desde siempre.
—Te estás acostumbrando a mí. —Se pasó una mano ausente por la barbilla y Brianna notó que Gray tenía la mente en otra parte—. Bueno, ¿qué tal si vamos a dar ese paseo?
—Creo que es mejor que me quede; tengo que hacer la cena.
—Puedo esperarte —dijo, y se recostó contra la encimera con un gesto de camaradería—. ¿Qué vamos a cenar?
—Pierna de cordero.
—Eso pensaba —le dijo, suspirando ligeramente.