Capítulo 18

No tuvieron que esperar mucho tiempo. Cinco escasos minutos después de que Smythe-White hubiera entrado en la oficina de correos, salió de nuevo. Después de echar un vistazo rápido a la derecha y a la izquierda, apretó el paso calle arriba, con el paraguas balanceándose de su brazo como un péndulo.

—Maldición. La mujer lo ha echado a perder.

—¿Qué?

—Vamos, rápido. —Gray tomó la mano de Brianna y se apresuró tras Smythe-White—. La empleada de la oficina de correros, o quienquiera que sea, le ha dicho que estamos haciendo preguntas.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque de pronto tiene prisa. —Gray miró a uno y otro lado de la calle y, maldiciendo, zigzagueó con Brianna entre un camión y un sedán. El corazón le palpitó en la garganta a la joven cuando ambos conductores respondieron con toda la furia de sus respectivos cláxones. Alertado, Smythe-White miró hacia atrás y los vio, y entonces empezó a correr.

—Quédate aquí —le ordenó Gray a Brianna.

—Por supuesto que no —replicó, y corrió detrás de él; sus largas piernas la mantuvieron apenas tres pasos más atrás La presa habría podido escapar y desaparecer, empujando a la gente a su paso, pero difícilmente era una carrera pareja con dos perseguidores jóvenes y saludables pisándole los talones.

Como si hubiera llegado a la misma conclusión, se detuvo, jadeando, delante de una farmacia. Sacó del bolsillo un pañuelo blanco impecable y se enjugó el sudor de la frente; luego se dio la vuelta y abrió los ojos de par en par detrás de sus gafas con expresión de sorpresa.

—Vaya, señorita Concannon, señor Thane, qué sorpresa tan inesperada. —Tuvo la agudeza y las fuerzas para sonreír placenteramente mientras se apretaba la mano contra el corazón desbocado—. Sí que es cierto que el mundo es un lugar pequeño. ¿Están en Gales de vacaciones?

—No más que usted —le dijo Gray bruscamente—. Tenemos asuntos que discutir, amigo. ¿Quiere hablar aquí o en la comisaría?

Rodeado de un halo de inocencia, Smythe-White pestañeó. Tras hacer ese gesto que ya era familiar, se quitó las gafas y limpió los cristales.

—¿Asuntos? Me temo que no le entiendo. ¿Se trata del infortunado incidente ocurrido en su hotel, señorita Concannon? Como le dije entonces, no perdí nada y no tengo ninguna queja al respecto.

—No es una sorpresa que no haya perdido nada, dado que fue usted mismo quien puso patas arriba el hotel. ¿Por qué tuvo que tirar todas mis especias por el suelo?

—¿Discúlpeme?

—Bueno, parece que nos toca ir a la policía —dijo Gray, y tomó a Smythe-White del brazo.

—Me temo que no tengo tiempo de charlar ahora mismo, aunque me ha parecido maravilloso encontrármelos de esta manera tan imprevista —repuso el hombre tratando de zafarse de Gray, aunque infructuosamente—. Como probablemente hayan notado, tengo prisa. Tengo una cita de la cual me había olvidado totalmente, y ahora voy a llegar muy tarde.

—¿Quiere que le devolvamos el certificado o no? —Gray tuvo el placer de ver al hombre dudar, hacer una pausa y reconsiderar la situación. Detrás de los cristales de sus gafas, sus ojos cambiaron de expresión cautelosamente y de pronto se leyó en ellos astucia.

—Me temo que no entiendo lo que dice.

—Por supuesto que lo entiende perfectamente, igual que nosotros. Una estafa es una estafa en cualquier país y en cualquier idioma. No estoy seguro de cuál es la pena por fraude, abuso de confianza y falsificación en el Reino Unido, pero en mi país suelen ser bastante severos con los profesionales en estas lides. Por otra parte, usted usó el correo, Smythe-White, lo que probablemente fue un error. Una vez que uno le pone un sello y usa el servicio de correos para enviarlo, el fraude se convierte en fraude por correo, que es un delito mucho peor. —Dejó sudar a Smythe-White antes de continuar—. Y además está el asunto de que escogió Gales como base de operaciones, pero estafando al otro lado del mar de Irlanda, lo que hace internacional todo este asunto. Puede que le caiga una condena bastante larga.

—Bien, bien. No veo por qué hay que hacer uso de amenazas. —Smythe-White sonrió de nuevo, pero la frente se le había perlado de sudor—. Somos gente razonable y éste es un asunto pequeño, muy pequeño, que podemos resolver satisfactoria y fácilmente para todos.

—¿Por qué no hablamos sobre el tema?

—Sí, sí, por supuesto —contestó, y su semblante se iluminó de inmediato—. Podemos tomarnos algo mientras lo hablamos. Será un placer para mí invitarlos a un trago. Justo cruzando la esquina hay un pub. Es muy tranquilo. Podemos tomarnos amigablemente una o dos cervezas y aclarar bien todo el tema. ¿Qué me dicen?

—Claro, ¿por qué no? ¿Brie?

—Pero creo que deberíamos…

—Hable —le dijo Gray suavemente, y, todavía con la mano aferrada al brazo de Smythe-White, tomó con la otra el brazo de Brie—. ¿Desde cuándo está metido en este asunto? —Le preguntó al hombre en tono de conversación.

—Ah, desde antes de que ninguno de ustedes hubiera nacido, supongo. Ya estoy fuera, de verdad, completamente. Justo hace dos años mi esposa y yo compramos una tienda de antigüedades en Surrey.

—Pensé que su esposa había muerto —apuntó Brianna mientras Smythe-White los guiaba hacia el pub.

—Oh, no, Iris está muy bien de salud, gracias. Haciéndose cargo del negocio mientras yo le ponía a este asunto el punto final. Nos va bastante bien —añadió al tiempo que entraban en el pub—. Bastante bien, sin lugar a dudas. Además de la tienda, tenemos acciones en otras empresas. Les aseguro que todo legal. —Siendo un caballero hasta el final, cogió una silla y le cedió el paso a Brianna para que se sentara—. Una agencia de viajes, First Flight Tours. Puede que hayan oído hablar de ella.

Impresionado, Gray arqueó una ceja.

—Se ha convertido en una de las más importantes de Europa.

—Me gusta pensar que mis habilidades administrativas tienen algo que ver en ello —respondió Smythe-White pavoneándose—. Inicialmente empezó como un pequeño negocio clandestino de contrabando. —Le sonrió a Brianna como disculpándose—. Querida, espero que no esté muy afectada.

—En este punto nada más puede impresionarme —le contestó Brianna sacudiendo la cabeza.

—¿Nos tomamos una cerveza? —preguntó jugando al anfitrión comedido—. Parece lo más apropiado. —Smythe-White lio por sentada la aceptación de Brianna y Gray y entonces pidió las tres cervezas—. Como les he dicho, pasábamos de contrabando algunas cosas, principalmente tabaco y licor. Pero la verdad es que no nos gustaba mucho y los viajes empezaron a dar más ganancias, y sin tener que correr ningún riesgo. Y cuando Iris y yo empezamos a envejecer, decidimos retirarnos, por decirlo de alguna manera. El asunto de las acciones fue una de las últimas estafas que hicimos. A mi Iris siempre le han gustado las antigüedades, de modo que usamos las ganancias de ese negocio para comprar la tienda y abastecerla. —Guiñó un ojo y sonrió sosamente—. Supongo que es de mal gusto mencionar esto.

—Pero no deje que lo detenga, continúe. —Gray se acomodó en el asiento después de que les sirvieran la cerveza.

—Entonces imagínense nuestra sorpresa y consternación cuando recibimos su carta, señorita Concannon. He seguido manteniendo ese apartado de correos aquí en Gales porque tenemos negocios aquí, pero Triquarter Mining estaba ya enterrado en el pasado y totalmente olvidado. Me da pena decir que su padre, que en paz descanse, se coló por las rendijas de nuestros esfuerzos por reorganizarnos. Pero déjeme decirle que en verdad me pareció que su padre era un hombre absolutamente encantador.

—Gracias —apenas pudo replicar Brianna en un suspiro.

—Iris y yo casi nos dejamos llevar por el pánico cuando recibimos la carta. Si nos relacionaran con esa antigua vida, nuestra reputación y nuestro pequeño negocio, que hemos construido con tanto amor durante los últimos años, podrían verse echados a perder. Y eso sin mencionar las… ah… —Se llevó el pañuelo a los labios y añadió—: Implicaciones legales.

—Habrían podido hacer caso omiso de la carta —le dijo Gray.

—Lo consideramos. Y al principio, de hecho, lo hicimos pero la señorita Concannon escribió de nuevo, de manera que sentimos que debíamos hacer algo: recuperar el certificado —tuvo la gracia de sonrojarse—. No es bueno aceptarlo, pero puse mi nombre legal en el certificado. Por arrogancia, supongo, y porque no lo estaba usando en esa época. Entonces que esto saliera a la luz pública, que las autoridades conocieran el certificado, podría resultar bastante extraño.

—Es como dijiste que era —le murmuró Brianna a Gray mirándolo fijamente—. Exactamente como dijiste.

—Es que soy bueno —le contestó, y le dio una palmadita en la mano—. Entonces decidió ir a Blackthorn a verificar la situación con sus propios ojos.

—Así es. Iris no pudo venir conmigo porque estábamos esperando que nos llegara un maravilloso pedido de piezas Chippendale. Tengo que admitir que me encantó la idea de andar de incógnito otra vez. Un poco de nostalgia, la sensación de aventura, ya saben. Y su hogar me cautivó, y también me preocupó saber que usted es familia política de Rogan Sweeney. Después de todo, él es un hombre importante, muy agudo. Me preocupó que él pudiera hacerse cargo de esto. Entonces, cuando la oportunidad se presentó, hice una pequeña búsqueda del certificado. —Puso una mano sobre la de Brianna y le dio un apretón fraternal—. Me disculpo por el desorden y todas las inconveniencias. Como se imaginarán, no tenía certeza de cuánto tiempo estaría solo en la casa y tenía la esperanza de que si podía hacerme con el certificado, podríamos ponerle punto final a este infortunado asunto. Pero…

—Le di el certificado a Rogan para que lo guardara —le dijo Brianna.

—Ah, me temía algo así. Me pareció raro que el señor Sweeney no hubiera hecho ningún seguimiento.

—Su mujer estaba a punto de dar a luz y tenía entre manos la apertura de una nueva galería. —Brianna se detuvo, pues se dio cuenta de que prácticamente estaba disculpándose por su cuñado—. Además, yo podía manejar el asunto sola.

—Eso empecé a sospechar sólo unas horas después de estar en su casa. Un alma organizada es peligrosa para alguien con mi antigua ocupación. Una vez regresé, pensando que tensaría otra oportunidad, pero entre su perro y el héroe que tiene como huésped, tuve que volver por donde llegué.

—Usted estaba mirando por la ventana… —le dijo Brianna levantando la barbilla.

—Sin ninguna intención irrespetuosa, se lo prometo. Querida mía, tengo la edad suficiente como para ser su padre; además, estoy felizmente casado. —Resopló ligeramente, como si lo hubieran insultado—. Bien, le ofrecí comprarle las acciones, y la oferta sigue en pie.

—A diez centavos cada una —le recordó Gray secamente.

—Es el doble de lo que Tom Concannon pagó. Lo tengo por escrito, si quieren ver la prueba.

—Estoy seguro de que cualquier persona con su talento podría falsificar todos los papeles que quisiera.

—Estoy seguro de que usted se siente con el derecho de acusarme de ese tipo de comportamiento —le contestó Smythe-White con un largo y doloroso suspiro.

—Creo que la policía encontraría fascinante su comportamiento.

Con los ojos fijos en Gray, Smythe-White bebió precipitadamente de su cerveza.

—¿Y de qué serviría ahora? Somos dos personas en nuestros años dorados, que pagamos impuestos y somos esposos devotos. ¿Cuál es el sentido de arruinarnos y enviarnos a prisión por errores que hemos cometido en el pasado?

—Engañaban a la gente —le soltó Brianna—. Engañaron a mi padre.

—Le di a su padre exactamente lo que pagó, Brianna: un sueño. Después de cerrar el negocio conmigo fue un hombre feliz, con tantas esperanzas como muchas personas tienen de hacer algo con casi nada. —Le sonrió amablemente—. Lo único que él realmente quería era toda la esperanza que pudiera obtener.

Y como era cierto, Brianna no encontró nada que decir. Aunque al final repuso:

—Eso no hace que sea correcto lo que usted hizo.

—Pero nos enmendamos. Cambiar de estilo de vida es algo que requiere mucho esfuerzo, querida mía. Requiere trabajo, paciencia y determinación.

Brianna levantó la mirada y las palabras del hombre dieron justo en el blanco. Si lo que había dicho sobre sí mismo era cierto, en la mesa estaban sentadas dos personas que habían hecho ese esfuerzo. ¿Acaso condenaría ella a Gray por lo que había hecho en el pasado? ¿Acaso querría ver surgir algún error suyo del pasado que lo hundiera en el presente?

—No quiero que ni usted ni su esposa vayan a prisión, señor Smythe-White.

—Él conoce las reglas —la interrumpió Gray al tiempo que le daba un apretón fuerte en la mano—. Si juegas, tienes que pagar. Tal vez podamos obviar a las autoridades, pero la cortesía vale más que mil libras.

—Como le expliqué… —empezó a decir Smythe-White.

—Las acciones no valen un comino —lo interrumpió Gray—. Pero el certificado es otra cosa, y yo diría que bien vale unas diez mil.

—¿Diez mil libras? —vociferó Smythe-White. Brianna no pudo decir nada, sólo se quedó con la boca abierta—. Eso es chantaje. Es un robo a mano armada. Es…

—Una libra por acción —terminó la frase Gray—. Lo que es más que razonable si se tiene en cuenta de lo que se van a librar. Y considerando el sustancioso beneficio que les sacaron a los inversores, yo creo que el sueño de Tom Concannon debe hacerse realidad. Yo no creo que sea chantaje, sino justicia, y la justicia no es negociable.

Pálido, Smythe-White se acomodó en su silla de nuevo y volvió a sacar el pañuelo del bolsillo para limpiarse la cara con él.

—Muchacho, me está estrangulando el corazón.

—No, el corazón no, la chequera, que está lo suficientemente abultada como para poder pagar lo que le pido. Le causó muchos problemas a Brie, la hizo sufrir y preocuparse. Puso patas arriba su casa. Ahora bien, aunque puede ser que yo sienta compasión por sus apuros, creo que usted no entiende bien lo que esa casa significa para ella. La hizo llorar.

—Oh, ¿en serio? —Smythe-White sacudió el pañuelo y se enjugó la cara otra vez—. Me disculpo muy sinceramente. Eso es espantoso, realmente espantoso. No tengo ni idea de qué diría Iris.

—Si es una mujer inteligente —replicó Gray arrastrando las palabras—, diría que pague y que le agradezca a Dios todo lo que tiene.

El hombre suspiró y se metió el pañuelo húmedo en el bolsillo.

—Diez mil libras. Es usted un hombre implacable, señor Thane.

—Herb, creo que puedo llamarte Herb, ¿no es cierto? Porque en este momento ambos sabemos que yo soy tu mejor amigo.

—Infortunadamente cierto —asintió tristemente, y, cambiando de táctica, miró esperanzadamente a Brianna—. Sé que te he causado angustias, y lo siento profundamente. Aclararemos todo este asunto. Me pregunto si podríamos cancelar la deuda con un trueque. ¿Qué tal un viaje para usted? ¿O muebles para su hotel? Tenemos unas piezas preciosas en la tienda.

—Dinero contante y sonante —dijo Gray antes de que Brianna pudiera pensar en una respuesta.

—Un hombre implacable —repitió Smythe-White dejando caer los hombros—. Supongo que no tengo mucha opción. Le voy a extender un cheque.

—No, tendrá que pagar en efectivo.

—Claro, por supuesto —dijo, y suspiró de nuevo—. Está bien. Haremos los preparativos. Naturalmente, como entenderán, no llevo esa cantidad conmigo cuando viajo por negocios.

—Naturalmente —concedió Gray—, pero puede conseguirla. La queremos para mañana.

—Yo creo que necesitaré uno o dos días a lo sumo; es un tiempo más razonable —empezó a decir Smythe-White, pero cuando vio el resplandor en los ojos de Gray, cedió—. Sin embargo, puedo llamar a Iris para que me envíe el dinero. No habrá problema en tenerlo aquí mañana.

—Nunca he creído que fuera un problema.

—Si me disculpan, necesito ir al baño —dijo Smythe-White sonriendo cálidamente. Y, sacudiendo la cabeza, se levantó y caminó hacia el fondo del pub.

—No entiendo nada —susurró Brianna cuando Smythe-White estuvo fuera de su vista—. He guardado silencio porque no has hecho más que darme puntapiés por debajo de la mesa, pero…

—Sólo te he tocado ligeramente —la corrigió Gray—, sólo ligeramente.

—Sí, claro. Voy a tener un moratón durante más de una semana. Pero lo que quiero decir es que le estás dejando ir y le estás haciendo pagar una cifra astronómica. No me parece correcto.

—Es totalmente correcto. Tu padre quería su sueño y lo va a conseguir. El viejo Herb sabe bien que a veces una estafa puede resultar amarga, y uno tiene que aceptarlo. Tú no quieres meterlo en prisión y yo tampoco.

—No, no quiero, pero aceptar el dinero…

—Él aceptó el de tu padre. Además, esas quinientas libras, por lo que me has contado, debían de suponer mucho dinero para tu familia y no debió de ser fácil compensar esa falta.

—Es cierto, pero…

—Brianna, ¿qué habría dicho tu padre?

Derrotada, apoyó la barbilla sobre el puño.

—Le habría parecido una broma estupenda.

—Exactamente. —Gray dirigió la mirada hacia el baño de los hombres y entrecerró los ojos—. Está tardando demasiado. Espera un minuto.

Brianna frunció el ceño hacia su vaso de cerveza y entonces se le curvaron los labios en una sonrisa. Sí, sin duda era una broma estupenda. Una que su padre habría apreciado enormemente.

No esperaba ver nada de dinero, y menos una cantidad tan grande. Para nada. Era suficiente con saber que habían aclarado las cosas y sin daño para ninguna de las partes.

Al levantar la mirada, vio acercarse a Gray, con los ojos en llamas, a toda prisa desde el baño de hombres y hacia la barra, donde tuvo una corta conversación con el camarero antes de volver a la mesa. La expresión de la cara se le aclaró de nuevo mientras se sentó a la mesa y bebió de su cerveza.

—¿Y bien? —Brianna le preguntó después de un momento de silencio.

—Se ha ido. Ha saltado por la ventana. Es muy astuto ese viejo bastardo…

—¿Se ha ido? —Sorprendida por el giro de los acontecimientos, Brie cerró los ojos—. Se ha ido —repitió—. Y pensar que estaba logrando que me cayera bien y que le creyera…

—Eso es exactamente lo que se supone que debe hacer un artista de la estafa. Pero, en este caso, creo que tenemos la sartén por el mango, como se suele decir.

—¿Por qué? ¿Qué crees que debemos hacer? Yo no quiero denunciarlo a la policía, Gray. No podría vivir sabiendo que ese hombrecillo y su mujer están en prisión. —Un pensamiento repentino emergió en su conciencia haciéndola abrir los ojos de par en par—. ¡Maldición! ¿Crees que es cierto que tiene esposa?

—Probablemente. —Bebió de su vaso, considerando la posibilidad—. Pero con lo que sabemos hasta ahora, ya podemos volver a Clare y dejar reposar a Smythe-White. Lo esperaremos. Será bastante fácil encontrarlo de nuevo si queremos, o cuando queramos.

—¿Cómo?

—Por medio de First Flight Tours. O con esto. —Ante los ojos atónitos de Brianna, Gray sacó una cartera del bolsillo—. Se la quité cuando estábamos en la calle, por seguridad —le explicó, pero ella sólo pudo mirarlo en silencio—. Después de todos estos años, ni siquiera me he oxidado. —Sacudió la cabeza—. Debería avergonzarme de mí mismo —añadió, pero entonces sonrió y golpeó la cartera contra la palma de su mano—. No me mires con esa expresión de espanto. Sólo hay un poco de dinero y documentos. —Con calma, sacó los billetes y se los guardó en el bolsillo—. Todavía me debe cien libras, más o menos. Yo diría que guarda todo el dinero que lleva en un clip. Aquí hay una dirección en Londres —continuó, guardando la cartera—. He revisado la cartera en el baño de hombres. Y también hay una foto de una mujer mayor bastante atractiva. Iris, supongo. Ah, y su nombre no es Smythe-White, sino John B. Carstairs.

Brianna se presionó con los dedos entre los ojos.

—La cabeza me da vueltas.

—No te preocupes, Brie. Te garantizo que vamos a tener noticias de él otra vez. ¿Lista para irnos?

—Supongo —contestó, levantándose de la silla, todavía con la cabeza dándole vueltas por los sucesos del día—. Sí que tiene coraje ese tipo. Nos ha estafado incluso con las bebidas. No nos ha invitado, como dijo.

—No, sí nos ha invitado. —Gray pasó el brazo por encima del de ella y se despidió con la mano del camarero mientras salían del local—. Es el dueño del maldito pub.

—Él… —se interrumpió Brie, que miró a Gray fijamente y empezó a reírse.