Capítulo 17

Gray rodó por encima de Brianna y se quedó mirando el techo. Sabía que podía maldecirse, pero no podía deshacer lo que había hecho. Todo el cuidado que había tenido antes, toda la precaución, y, en un instante, había echado todo a perder de un plumazo.

Ahora ella estaba acurrucada a su lado, temblando. Y él tenía miedo de tocarla.

—Lo siento —le dijo finalmente, y saboreó la inutilidad de la disculpa—. Nunca ha sido mi intención tratarte así. He perdido el control.

—Has perdido el control… —murmuró Brianna, y se preguntó cómo era posible que un cuerpo pudiera sentirse débil y lleno de energía al mismo tiempo—. ¿Crees que lo necesitabas? —La voz le sonó temblorosa, notó Gray, y ronca, se imaginó él que por la impresión.

—Sé que una disculpa es bastante inaceptable. ¿Quieres que te traiga algo? ¿Agua? —Cerró los ojos con fuerza y se maldijo otra vez—. Hablemos de conductas inaceptables. Déjame traerte tu pijama. Seguro que quieres ponértelo.

—No, así estoy bien. —Brianna cambió de posición de tal manera que pudo levantar la cara y examinarlo. Él no se volvió a mirarla, notó ella, sino que se quedó mirando el techo—. Grayson, no me has hecho daño.

—Por supuesto que sí. Te saldrán moratones que lo demostrarán.

—No soy frágil —le dijo con un ligero tono de exasperación.

—Te he tratado como… —No pudo decirlo, a ella no—. Debí ser suave.

—Ya lo has sido. Me gusta saber que has hecho un esfuerzo por ser suave. Y me gusta saber que algo que hice logró que te olvidaras de serlo. —Sonrió al acariciarle un mechón de pelo que tenía sobre la frente—. ¿Crees que me has asustado?

—Sé que te he asustado. —Se giró y se sentó—. Pero no me ha importado.

—Sí, me has asustado —replicó Brie, y luego hizo una pausa—. Pero me ha gustado. Te amo.

Gray hizo una mueca y le apretó la mano que ella había puesto sobre la de él.

—Brianna… —empezó sin tener ni idea de cómo continuar.

—No te preocupes. No necesito que tú también me lo digas.

—Escúchame: muchas veces las personas confunden el sexo con el amor.

—Me imagino que tienes razón, pero, Grayson, ¿crees que estaría aquí contigo si no fuera así? ¿Crees que habría estado contigo como lo he estado si no te amara?

Gray era bueno con las palabras. Docenas de excusas razonables y estratagemas le rondaron por la cabeza. Sin embargo, contestó:

—No. —Era mejor escoger la verdad—. No lo creo. Lo que lo hace aún peor —murmuró, y se levantó y se puso los pantalones—. Nunca debí dejar que las cosas llegaran tan lejos. Debí suponerlo. Es culpa mía.

—No es culpa de nadie. —Extendió la mano y tomó la de él para que se sentara de nuevo en la cama en lugar de que se pusiera a caminar de un lado a otro—. No debería entristecerte saber que eres amado, Grayson.

Pero así era. Lo hacía sentirse triste, asustado y, sólo por un momento, esperanzado.

—Brie, no puedo corresponderte como tú quisieras o te mereces. No hay futuro conmigo, no vamos a tener una casita en la pradera ni niños jugando en el jardín. No está dentro de mis planes.

—Es una lástima que opines así, pero no te estoy pidiendo eso.

—Es lo que quieres.

—Es lo que quiero, pero no lo que espero. —Le dirigió una sonrisa sorprendentemente tranquila—. Ya me han rechazado antes. Y sé muy bien lo que es amar y que la persona que amas no te corresponda, o al menos no tanto como quieres o necesitas. —Sacudió la cabeza antes de que él pudiera hablar—. A pesar de todo lo que quisiera seguir adelante contigo, Grayson, podría sobrevivir sin ti.

—No quiero hacerte daño, Brianna. Me importas. Me importas mucho.

—Ya lo sé —contestó arqueando una ceja—. Y sé que te preocupa porque te importo más de lo que nadie te había importado antes.

Gray abrió la boca, la cerró y después sacudió la cabeza.

—Sí, es cierto. Es terreno nuevo para mí. Para los dos. —Todavía sin mucha certeza de cómo debía moverse, le cogió una mano y se la besó—. Te daría más si pudiera. Y siento no haberte preparado un poco mejor para esta noche, aunque hubiera sido sólo un poco. Tú eres la primera… mujer sin experiencia con quien he estado, así que he tratado de que nos lo tomáramos con calma.

Intrigada, Brianna inclinó la cabeza.

—La primera vez debiste de estar tan nervioso como yo, supongo.

—Más. —Le besó la mano otra vez—. Mucho más, créeme. Estoy acostumbrado a mujeres que tienen experiencia y conocen las reglas. Mujeres experimentadas o profesionales, y tú…

—¿Profesionales? —Abrió los ojos de par en par—. ¿Le has pagado a una mujer para que tenga relaciones contigo?

Gray la miró. Debía de estar más aturdido de lo que había calculado para haber dicho algo así tan abruptamente.

—No recientemente. En cualquier caso…

—¿Por qué tendrías que haberlo hecho? ¿Alguien con tu apariencia, con tu sensibilidad?

—Mira, fue hace mucho tiempo. En otra vida. No me mires así —le espetó—. Cuando tienes dieciséis años y estás solo en la calle, nada es gratis. Ni siquiera el sexo.

—¿Por qué estabas solo y en la calle a los dieciséis años?

Gray se puso de pie, en retirada, pensó Brianna, y pudo adivinar vergüenza en sus ojos, e ira.

—No voy a hablar de eso.

—¿Por qué?

—Dios. —Temblando un poco, se pasó las manos por el pelo—. Es tarde. Necesitamos dormir.

—Grayson, ¿así de difícil es hablar conmigo? Prácticamente no hay nada que no sepas de mí. Tanto las cosas buenas como las malas. ¿Crees que pensaría mal de ti si me hablas de ti?

Gray no estaba seguro y se dijo que le daba igual.

—No es importante, Brianna. No tiene nada que ver con la persona que soy ahora ni con que estemos en este lugar.

Los ojos de ella se enfriaron y se levantó a ponerse el pijama que había dicho que no quería.

—Desde luego, es cosa tuya dejarme fuera…

—No es eso lo que estoy haciendo.

—Como tú digas —le contestó después de meterse el pijama por la cabeza y abrochárselo.

—¡Maldición! Eres buena, ¿lo sabías? —Furioso con ella, se metió las manos en los bolsillos.

—No entiendo qué quieres decir.

—Sabes exactamente lo que quiero decir —le respondió de golpe—. Haciendo que la gente se sienta culpable, esparciendo un poco de hielo para salirte con la tuya.

—Estamos de acuerdo en que no es de mi incumbencia —dijo, y caminó hacia la cama y empezó a estirar las sábanas que habían arrugado momentos antes—. Pero si te sientes culpable, no es a causa mía.

—Tú llegas hasta mí. Sabes exactamente cómo llegar hasta mí. —Derrotado, siseó entre dientes—. ¿Quieres oírlo? Pues bien, siéntate, que te voy a contar una historia. —Le dio la espalda y hurgó en uno de los cajones en busca del paquete de cigarrillos que siempre llevaba, pero que sólo necesitaba cuando estaba trabajando—. La primera cosa que recuerdo es el olor. La basura justo antes de empezar a pudrirse, moho, colillas de cigarrillos trasnochados —empezó mientras observaba irónicamente el humo que se enroscaba hacia el techo—. Hierba. No como la de tu prado, sino la que se fuma. Probablemente nunca has olido la marihuana, ¿verdad?

—No, nunca. —Estaba sentada muy quieta con las manos sobre el regazo y los ojos clavados en Gray.

—Pues bien, ése es mi primer recuerdo real. El sentido del olfato es el más fuerte, los olores se quedan contigo, para bien o para mal. También recuerdo los sonidos. Las voces acaloradas, la música a gran volumen, alguien manteniendo relaciones sexuales en la habitación de al lado. Recuerdo tener hambre, pero no poder salir de mi habitación porque ella me había encerrado de nuevo. Se pasaba drogada la mayor parte del tiempo y no siempre se acordaba de que tenía un hijo que necesitaba comer. —Miró a su alrededor lentamente, buscando un cenicero, y luego se recostó contra la cómoda. Descubrió que después de todo no era tan difícil hablar de ello. Era casi como inventarse una escena. Casi—. Una vez me dijo que se había ido de casa a los dieciséis. Quería escapar de sus padres, de todas las reglas. Eran demasiado anticuados y tradicionales, me dijo, y casi enloquecieron cuando descubrieron que su hija estaba fumando marihuana y metiendo hombres en su habitación. Ella sólo estaba viviendo su propia vida, haciendo sus propias cosas. Así que un día sencillamente se fue y haciendo autoestop se encontró en San Francisco. Allí podía jugar a ser una hippy, pero terminó metiéndose drogas duras, experimentando con mucha mierda, la cual pagaba rogando por ella o vendiéndose por ella. —Acababa de decirle a Brianna que su madre era una prostituta y una drogadicta, así que esperaba algún tipo de exclamación. Pero cuando ella sólo siguió en silencio, mirándolo con esos ojos fríos y cautelosos, él se encogió de hombros y continuó su relato—. Probablemente tenía como dieciocho años cuando se quedó embarazada de mí. Según ella, ya había abortado dos veces, así que le dio miedo hacerlo otra más. Nunca pudo estar muy segura de quién era el padre, pero tenía casi la certeza de que era uno de tres tipos. Se mudó con uno de ellos y decidió quedarse conmigo. Cuando yo tenía más o menos un año, se aburrió de él y se mudó con un tipo que hacía las veces de proxeneta y la proveía de drogas, pero le pegaba demasiado, de modo que lo echó. —Apagó el cigarrillo y guardó silencio el tiempo suficiente para que Brianna hiciera algún tipo de comentario, pero ella no dijo nada. Se quedó sentada en la cama como estaba, con las manos cruzadas sobre el regazo—. Bueno, podemos adelantarnos un par de años. Por lo que yo recuerdo, las cosas siguieron siendo bastante parecidas a como lo habían sido siempre. Ella pasaba de hombre en hombre y seguía enganchada a las drogas duras. Supongo que se podría decir que tenía una personalidad adictiva. Me pegaba de cuando en cuando, pero no puedo decir que me diera palizas, eso hubiera requerido demasiado esfuerzo e interés. Con frecuencia me encerraba para que no saliera a vagar cuando ella estaba en la calle o con el traficante de drogas que la proveía. Vivíamos en la miseria, y recuerdo el frío. En San Francisco el tiempo es realmente frío. Así fue como empezó el incendio. Alguien del edifico volcó un calefactor portátil. Yo tenía cinco años y estaba solo y encerrado en mi habitación.

—Ay, Dios mío, Grayson —dijo Brie, y presionó las manos contra la boca—. Dios santo.

—Me desperté ahogándome —continuó en la misma voz distante—. La habitación estaba llena de humo y podía escuchar las sirenas y los gritos. Yo mismo estaba gritando y pateando la puerta. No podía respirar y estaba asustado. Recuerdo que me tiré al suelo y lloré. Entonces un bombero entró tumbando la puerta y me cogió. No recuerdo que me sacara, no recuerdo el fuego en sí mismo, sólo el humo de mi habitación. Desperté en el hospital con una trabajadora social a mi lado. Una joven hermosa de grandes ojos azules y manos delicadas. Y también estaba un policía. Me puso nervioso porque me habían enseñado a desconfiar de cualquier persona que representara la autoridad. Me preguntaron si sabía dónde estaba mi madre, pero no lo sabía. Para cuando me recuperé y me dieron el alta, ya me habían metido en el sistema: me mandaron a un orfelinato mientras buscaban a mi madre. Nunca la encontraron. Nunca la volví a ver.

—No volvió a por ti.

—No, nunca volvió. Pero el cambio no fue tan malo. El orfelinato era limpio y nos alimentaban con regularidad. El gran problema para mí radicaba en que era un lugar estructurado y yo no estaba acostumbrado al orden. Estuve en hogares de acogida, pero me aseguré de que no funcionara. No quería ser una imitación del hijo de nadie, sin importar cómo de buena o de mala fuera la gente que me acogía, y hubo gente realmente buena. Pero yo era lo que llamaban un «intratable». Y me gustaba que fuera así. Ser un «buscalíos» me daba una identidad, así que me busqué muchos líos. Era un chico realmente rudo de lengua larga y mala actitud. Me gustaba pelear, porque era fuerte y rápido y por lo general podía ganar. Era predecible —comentó, riéndose—, eso era lo peor de todo. Era el resultado del ambiente del que procedía y estaba muy orgulloso de ello. Ningún maldito consejero, loquero o trabajador social iba a comprenderme. Me habían enseñado a odiar la autoridad, y ésa fue una cosa que mi madre me enseñó bien.

—Pero la escuela… El orfelinato… ¿Se portaron bien contigo?

Un destello de burla brilló en los ojos de Gray.

—Sí, maravillosamente. Tenía una habitación de dos por dos y una cama. —Exhaló un suspiro impaciente ante la expresión turbada de Brianna—. Uno es una estadística, Brianna, un número. Un problema. Y hay montones de estadísticas y de problemas de los cuales hay que hacerse cargo. Por supuesto, viéndolo en retrospectiva puedo decirte que sí hay algunas personas a las cuales les importa, que realmente tratan de marcar una diferencia, pero de todas maneras son el enemigo. Con todos sus exámenes y todas sus preguntas, sus reglas y su disciplina… Así que siguiendo el ejemplo de mi madre, me escapé a los dieciséis. Sobreviví en la calle gracias a mi ingenio. Nunca probé las drogas ni me prostituí, pero no hay mucho más que no haya hecho para sobrevivir. —Se despegó de la cómoda y empezó a caminar por la habitación—. Robé, engañé y estafé. Y un día tuve una revelación cuando un tipo al que estaba timando se dio cuenta y me dio una paliza que casi me mata. Se me ocurrió, mientras corría hacia un callejón con la boca llena de sangre y varias costillas rotas, que probablemente podría encontrar una manera mejor de ganarme la vida. Entonces me vine a Nueva York y vendí muchos relojes por la Quinta Avenida —continuó con una ligera sonrisa—. Fui trilero en la calle y empecé a escribir. Había recibido una educación aceptable en el orfelinato y me gustaba escribir. No podía admitirlo a los dieciséis, cuando era semejante gamberro, pero a los dieciocho, en Nueva York, no parecía tan malo. Lo que sí parecía malo, lo que sí empezó a parecerme realmente malo de repente, era que yo me había convertido en lo mismo que ella. Entonces decidí ser alguien más. Me cambié el nombre, me cambié a mí mismo. Conseguí un trabajo de verdad en un pequeño restaurante del Village sirviendo mesas. Me deshice de ese pequeño bastardo capa por capa hasta que me convertí en Grayson Thane. Y no miro atrás nunca. Porque no tiene sentido.

—Porque te duele —le dijo Brianna quedamente—. Y te pone furioso.

—Tal vez. Pero sobre todo porque no tiene nada que ver con la persona que soy ahora.

Brianna quiso decirle que tenía todo que ver con la persona que era, con lo que había hecho de sí mismo. Pero, en lugar de hacerlo, se puso de pie y se enfrentó a él.

—Amo a la persona que eres ahora —afirmó, y sintió una punzada sabiendo que él retrocedía ante lo que ella quería darle—. ¿Es tan angustioso para ti saberlo y saber que puedo sentir pena por el niño y por el joven, y al mismo tiempo admirar en lo que se han convertido?

—Brianna, el pasado no tiene importancia. No para mí —insistió—. Es diferente para ti. Tu pasado se remonta a siglos atrás. Tú estás anclada en él, en la historia, la tradición. Te ha formado y, por esa razón, el futuro para ti es igual de importante. Tú eres una planificadora a largo plazo. Yo no. No puedo serlo. Maldición, no quiero serlo. Sólo existe el ahora y las cosas como están ahora.

¿Acaso pensaba Gray que Brianna no podía entender eso después de lo que le había contado? Ella podía verlo demasiado bien: el niño maltratado, aterrorizado por el pasado, aterrorizado de no tener futuro, aferrándose desesperadamente a cualquier cosa que pudiera encontrar en el presente.

—Pues bien, estamos juntos ahora, ¿no es cierto? —Con ternura, tomó la cara de él entre sus manos—. Grayson, no puedo dejar de amarte para hacer que te sientas más cómodo. No puedo hacerlo para que yo me sienta más cómoda. Sencillamente así es. Perdí mi corazón contigo y no puedo recuperarlo. Dudo que lo hiciera incluso si pudiera. Esto no significa que tengas que recibirlo, aunque sería absurdo por tu parte no hacerlo, porque no te ha costado nada.

—No quiero hacerte daño, Brianna —replicó, y puso sus manos alrededor de las muñecas de ella—. No quiero hacerte sufrir.

—Ya lo sé —dijo, aunque la haría sufrir, por supuesto. Brie se preguntó si él comprendía que también se haría daño a sí mismo—. Nos concentraremos en el presente y estaremos agradecidos por él. Pero, dime una cosa —le dijo, y lo besó ligeramente—: ¿cómo te llamabas?

—Dios, no te rindes, ¿no?

—No. —Sonrió espontáneamente, sorprendentemente segura—. No es algo que considere un defecto.

—Logan —murmuró—. Michael Logan.

Brianna se rio, logrando que él se sintiera como un tonto.

—Irlandés. ¡Debí darme cuenta! Con esa labia que tienes y todo el encanto del mundo…

—Michael Logan —repitió él con ira— era un ladronzuelo mezquino, malvado y que no valía un comino.

—Michael Logan —retomó ella con un suspiro— era un muchacho al que no le prestaron atención y que tenía problemas y necesitaba que lo amaran y lo cuidaran. Y estás equivocado al odiarlo tanto. Pero lo vamos a dejar en paz.

Entonces lo desarmó al lanzarse entre sus brazos y descansar la cabeza sobre su hombro. Le acarició la espalda de arriba abajo, tranquilizándolo. Debía estar asqueada por lo que le había contado. Debía estar horrorizada por cómo la había tratado en la cama. Sin embargo, estaba allí, abrazándolo y ofreciéndole una aterradora fuente de amor.

—No sé qué hacer contigo —confesó él.

—No hay nada que tengas que hacer. —Brie acarició con sus labios el hombro de Gray—. Me has dado los meses más maravillosos de mi vida. Y te vas a acordar de mí, Grayson, hasta el último día de tu vida.

Gray suspiró largamente. No podía negarlo. Por primera vez en su vida iba a dejar un pedazo de sí mismo cuando se marchara.

Fue Gray quien se sintió extraño a la mañana siguiente. Desayunaron en la sala de la suite disfrutando de la vista del parque que se apreciaba desde la ventana. Gray estuvo esperando todo el tiempo que ella le lanzara a la cara algo de lo que le había contado la noche anterior. Había infringido la ley, había dormido con prostitutas y se había revolcado en las alcantarillas de las calles.

Sin embargo, ella estaba sentada frente a él, tan fresca como una mañana de Clare y hablando alegremente sobre la visita que harían a Worldwide antes de dirigirse al aeropuerto.

—¿Por qué no desayunas, Grayson? ¿No te encuentras bien?

—Estoy bien —contestó, y cortó sin mucho entusiasmo las tortitas que había pensado que quería—. Supongo que estoy empezando a echar de menos tu cocina.

Las palabras de Gray fueron la cosa más apropiada que hubiera podido decir. La mirada preocupada de Brianna se convirtió en una sonrisa encantada.

—Pues la tendrás de nuevo mañana. Te prepararé algo especial.

Gray respondió con un gruñido. Había pospuesto decirle que antes de ir a Clare irían a Gales porque no quería estropearle la diversión de Nueva York. En ese momento se preguntó por qué había pensado que podría, si nada de lo que le había soltado la noche anterior había perturbado su compostura.

—Hum, Brie, me había olvidado de decirte que vamos a desviarnos ligeramente en nuestro viaje de regreso a Irlanda.

—¿En serio? —Frunciendo el ceño, puso la taza de té de nuevo en su plato—. ¿Tienes que hacer algo en otra parte?

—No exactamente. Vamos a Gales.

—¿Gales?

—Sí. Quiero que vayamos a ver lo de tus acciones. ¿Recuerdas que te dije que le iba a pedir a mi corredor de bolsa que investigara la empresa?

—Sí. ¿Encontró algo raro?

—Brie, Triquarter Mining no existe.

—Pues claro que existe. Tengo el certificado y la carta.

—No hay ninguna compañía con ese nombre registrada en ninguna bolsa de valores del mundo. Y el teléfono que figura en el membrete de la carta no está operativo.

—¿Cómo es posible? Si me ofrecieron mil libras…

—Por esa razón vamos a ir a Gales. Me parece que vale la pena hacer el viaje para que investiguemos el asunto personalmente.

—Estoy segura de que tu corredor es muy competente Gray —le dijo sacudiendo la cabeza—, pero debió de pasar algo por alto. Si una compañía no existe, no emite acciones y mucho menos ofrece comprarlas de nuevo.

—Emitiría acciones si fuera una fachada —le contestó pinchando una tortita mientras ella lo miraba—. Una estafa Brie. Tengo un poco de experiencia en ese tipo de timos. Lo que se hace es alquilar un apartado de correos, un número de teléfono y buscar clientes —le explicó—, es decir, gente que quiera invertir, que quiera ganar dinero rápido. Uno consigue un buen traje, hace alarde de su mejor labia, organiza el papeleo, imprime certificados y documentos falsos y ya está. Uno coge el dinero y después desaparece.

Brianna se quedó en silencio, digiriendo las palabras de Gray. Podía ver a su padre cayendo en una trampa así. Tom siempre se había metido en negocios sin tener ningún tipo de cuidado y sin prever nada. Y la verdad era que ella no había esperado nada cuando había empezado a indagar en el asunto.

—Entiendo esa parte, creo. Y está muy acorde con la suerte de mi padre en los negocios. Pero ¿cómo explicas que me hayan contestado y, encima, me hayan ofrecido dinero?

—No puedo explicarlo —respondió, aunque se le habían ocurrido algunas ideas—. Por eso vamos a Gales. Rogan hizo los preparativos necesarios para que su avión nos espere en Londres y nos lleve a Gales. Cuando hayamos terminado, nos llevará de vuelta al aeropuerto de Shannon.

—Ya veo. —Con cuidado puso el cuchillo y el tenedor a un lado—. Has discutido este asunto con Rogan, porque es un hombre, y entre los dos habéis planeado lo que debe hacerse.

Gray se aclaró la garganta y se pasó la lengua sobre los labios.

—Quería que disfrutaras del viaje a Nueva York sin preocuparte por nada. —Cuando ella sólo le clavó sus fríos ojos verdes, Gray se encogió de hombros—. Estás esperando una disculpa, pero no vas a obtenerla. —Brianna cruzó las manos sobre el borde de la mesa y no dijo nada—. Se te da bien la frialdad —comentó Gray—, pero esta vez no te va a servir de nada. El fraude está fuera de tu alcance. Habría hecho este viaje solo, pero es probable que te necesite, puesto que el certificado está a nombre de tu padre.

—Y puesto que está a nombre de mi padre, es problema mío. Es muy amable por tu parte querer ayudar.

—¡A la mierda con eso!

Brianna se sobresaltó y sintió que se le encogía el estómago ante el inevitable enfrentamiento.

—¡No uses ese tono conmigo, Grayson!

—¡Entonces no uses tú ese tono irritado de maestra de escuela conmigo! —Cuando ella se puso de pie, a Gray los ojos le centellearon de la ira—. ¡No me dejes hablando solo, maldición!

—No voy a tolerar que me maldigan, me griten o me hagan sentir mal porque sólo soy la hija de un granjero de los condados del oeste.

—¿Y qué diablos tiene eso que ver con nada? —Cuando ella siguió caminando hacia la habitación, Gray se puso de pie de un golpe y se dirigió hacia ella. La cogió de un brazo y le dio la vuelta. Un destello de pánico le cruzó la cara a Brianna—. ¡Te he dicho que no me dejes hablando solo!

—Voy y vengo como me place, igual que tú, así que me voy a vestir ya y me voy a preparar para el viaje que tan bien has organizado.

—Si quieres morderme y arrancarme un pedazo de carne, adelante, está bien, pero vamos a finiquitar este asunto.

—Me da la impresión de que tú ya te has hecho cargo de eso. Me estás haciendo daño, Grayson.

—Lo siento —dijo él, y le soltó el brazo y metió las manos en los bolsillos—. Mira, sí pensé que ibas a estar un poco molesta, pero no creí que alguien tan razonable como tú fuera a sacar todo esto de quicio.

—Has organizado las cosas a mis espaldas, has tomado decisiones por mí, decidiste que yo no iba a ser capaz de hacerlo por mi cuenta y ¿soy yo la que está sacando las cosas de quicio? Bien, está muy bien entonces. Seguro que debería estar avergonzada de mí misma.

—Estoy tratando de ayudarte. —Gray levantó la voz de nuevo, de modo que hizo un esfuerzo por mantener su tono y su temperamento bajo control—. No tiene nada que ver con que seas la hija de un granjero. Tiene que ver con que no tienes experiencia. Alguien irrumpió en tu casa. ¿No ves relación?

Lo miró en silencio un momento y se puso pálida.

—No. Explícamela.

—Escribiste a la compañía preguntando por las acciones y al poco tiempo alguien entra en tu casa y la pone patas arriba, la registraron deprisa y descuidadamente. Tal vez con desesperación. No mucho después de eso, notamos que hay alguien al otro lado de la ventana. ¿Cuánto tiempo has vivido en esa casa, Brianna?

—Toda mi vida.

—¿Alguna vez había pasado algo así?

—No, pero… No.

—Entonces tiene sentido unir los puntos. Quiero ver cómo se ve el dibujo completo.

—Debiste haberme dicho todo esto antes. —Temblorosa, se sentó sobre el brazo de la silla—. No debiste ocultarme lo que estabas pensando.

—Es sólo una teoría. Por Dios, Brie, has tenido tantas cosas en qué pensar durante este tiempo… Tu madre, Maggie y el bebé, yo… El asunto de buscar a esa mujer con quien tu padre estuvo relacionado. No quería añadir más cosas a la lista.

—Estabas tratando de protegerme. Estoy intentando entender eso.

—Por supuesto que estaba tratando de protegerte. No me gusta verte preocupada. Te… —se interrumpió, sorprendido. ¿Qué era lo que casi acababa de decir? Dio un gran paso atrás; mentalmente, de esas palabras engañosas, físicamente, de ella—. Te aprecio, Brianna, y me importas mucho —dijo con cautela.

—Está bien. —Sintiéndose cansada de repente, se echó el pelo hacia atrás—. Lamento haber montado un escándalo por esto, pero no me vuelvas a ocultar cosas, Gray.

—No lo haré. —Le acarició una mejilla y el estómago le tembló—. Brianna…

—¿Sí?

—Nada —le contestó, y dejó caer la mano—. Nada. Es mejor que nos apresuremos si queremos pasar por Worldwide antes de irnos.

Estaba lloviendo en Gales y era demasiado tarde como para hacer nada más que registrarse en el hotelito grisáceo en el que Gray había reservado una habitación. Brianna sólo pudo hacerse una ligera impresión por la ventanilla del coche de la ciudad de Rhondda, de las sombrías hileras de casas apiñadas en bloques y los cielos tristes que cubrían la calle de lluvia. Les sirvieron una cena que ella no probó y luego cayeron como troncos en la cama, totalmente exhaustos.

Gray esperaba que Brianna se quejara. El alojamiento no era el mejor y el viaje había sido brutal, incluso para él, que estaba acostumbrado. Pero ella no dijo nada a la mañana siguiente, sólo se vistió y le preguntó qué debían hacer a continuación.

—Creo que primero debemos visitar esa oficina de correos y ver a dónde nos lleva. —La observó mientras ella se recogía el pelo con movimientos precisos y cuidados; tenía sombras bajo los ojos—. Estás cansada.

—Un poquito. El cambio de hora, me imagino. —Miró hacia la ventana; fuera, un sol acuoso luchaba por abrirse paso a través del vidrio—. Siempre pensé que Gales era un lugar silvestre y hermoso.

—Mucho del territorio es así. Las montañas y la costa son espectaculares. La península de Lleyn es preciosa, aunque es un poco turística y por lo general en vacaciones está llena de ingleses; y las tierras altas, dedicadas al pastoreo y muy apegadas a las tradiciones galesas. Si vieras los páramos a la luz de la tarde, te darías cuenta de lo hermoso y silvestre que es el país.

—Has estado en tantos lugares, Gray… Me sorprende que puedas recordarlos todos y diferenciar uno de otro.

—Siempre hay algo que se te fija en la mente. —Miró en redondo la habitación del hotel—. Siento mucho esto, Brie, pero era lo más conveniente. Si quieres tomarte uno o dos días, podría mostrarte los alrededores.

Brianna sonrió ante la perspectiva, ante la idea de dejar a un lado sus responsabilidades e irse de viaje con Gray por colinas y costas extranjeras.

—Necesito llegar a casa una vez que hayamos terminado lo que hemos venido a hacer aquí. No puedo imponerle a la señora O’Malley un viaje mucho más largo. —Se dio la vuelta desde el espejo—. Además, tú ya quieres ponerte a trabajar. Se te nota.

—¡Me has pillado! —La tomó de las manos—. Cuando termine el libro, tendré un poco de tiempo antes de que me toque viajar a promocionar el que está a punto de salir. Podríamos ir a alguna parte, a cualquier lugar que quieras: Grecia o el Pacífico Sur. Las Indias Occidentales. ¿Te gustaría? Algún lugar donde haya palmeras y playas, agua azul y cristalina, sol radiante.

—Suena maravilloso —replicó, y pensó que él, que nunca hacía planes, estaba haciéndolos ahora. También pensó que era mejor no decírselo—. Aunque puede ser difícil poder volver a salir pronto de nuevo. —Le apretó fuerte las manos antes de soltárselas e ir a por su bolso—. Estoy lista.

Encontraron con facilidad la oficina postal, pero la mujer que estaba detrás del mostrador pareció inmune al encanto de Gray. No era su labor dar los nombres de las personas que tenían alquilado un apartado de correos, les dijo tajantemente. Podían alquilar uno ellos mismos, si querían, y ella tampoco lo discutiría con extraños.

Cuando Gray le preguntó si conocía una compañía llamada Triquarter Mining, sólo recibió como respuesta un encogimiento de hombros y un fruncimiento de cejas. El nombre no le decía nada a la empleada. Entonces Gray consideró el soborno. Miró atentamente la expresión remilgada de la boca de la mujer y se arrepintió.

—Primer intento —dijo Gray en cuanto pusieron un pie fuera de la oficina de correos.

—No puedo creer que consideraras en algún momento que iba a ser fácil.

—No, pero algunas veces uno logra dar en el blanco cuando menos se lo espera. Vamos a tratar con algunas de estas compañías mineras.

—¿No deberíamos poner en conocimiento de las autoridades locales todo lo que sabemos?

—Ya llegaremos a eso.

Gray verificó incansablemente oficina tras oficina, haciendo las mismas preguntas y obteniendo las mismas respuestas. Nadie en Rhondda había oído hablar de Triquarter. Brianna dejó que él tomara el control de la situación por el simple placer de verlo trabajar. Le parecía que Gray podía adaptarse como un camaleón a cualquier personalidad que escogiera. Podía ser encantador, tajante, ejecutivo o taimado. Brianna supuso que así era como investigaba sobre un tema sobre el cual quisiera escribir.

Entonces Gray hizo incontables preguntas, a veces halagando y a veces intimidando. Después de cuatro horas, sabían más de las minas de carbón y de la economía de Gales de lo que Brianna quería recordar. Pero nada de Triquarter Mining.

—Necesitas un sándwich —decidió Gray.

—No podría decirle que no a uno.

—Bien. Entonces vamos a repostar combustible y a pensar de nuevo.

—No quisiera que te desilusionara que no hayamos encontrado nada.

—Pero si lo hemos hecho… Sabemos sin asomo de duda que no existe y nunca ha existido una compañía llamada Triquarter Mining. El apartado de correos es una farsa y es muy probable que todavía lo tenga alquilado quienquiera que haya organizado la charada.

—¿Por qué crees que es así?

—Lo necesitan hasta que cancelen el tema contigo y con cualquier otro inversor que tengan pendiente. Me imagino que ya deben de tener prácticamente resuelto todo. Probemos aquí —le dijo metiéndola en un pequeño pub. Los olores fueron lo suficientemente familiares como para hacerla sentir morriña, pero las voces le sonaron tan extrañas como para que pensara que eran exóticas. Se sentaron a una pequeña mesa y Gray cogió de inmediato la carta de plástico—. Mmm, pastel de carne. No debe de ser tan bueno como el tuyo, pero cumplirá su cometido. ¿Quieres probarlo?

—Está bien. Y un té.

Gray pidió y se inclinó hacia delante.

—¿Sabes, Brie? Estoy pensando que la muerte de tu padre, ocurrida tan poco después de que comprara las acciones, tiene mucho que ver con esto. Me dijiste que habías encontrado el certificado en el desván, ¿no es así?

—Sí así es. No revisamos las cajas después de que mi padre muriese. Mi madre… Bueno, Maggie no tuvo el valor suficiente para hacerlo y yo lo dejé pasar porque…

—Porque Maggie tenía el corazón partido y tu madre te habría acosado.

—No me gustan las escenas. —Apretó los labios y miró hacia la mesa—. Es más fácil tomar distancia. —Levantó la mirada y luego echó un vistazo a lo lejos otra vez—. Maggie era la luz de la vida de mi padre. A mí me quería, sé que así era, pero la relación que ellos mantenían era muy especial. Y era sólo entre ellos dos. Cuando mi padre murió, Maggie estaba desolada, y ya había mucho revuelo porque él me dejó la casa a mí en lugar de a mi madre. Ella estaba enojada y amargada, así que dejé pasar las cosas. Verás, quería empezar mi negocio cuanto antes, de modo que fue fácil hacer caso omiso de las cajas. Les quitaba el polvo de cuando en cuando diciéndome siempre que ya tendría tiempo de mirarlas.

—Y finalmente lo tuviste.

—No sé por qué escogí ese día. Supongo que porque las cosas estaban acomodándose bastante bien. Mi madre tenía su propia casa y Maggie y Rogan estaban juntos. Y yo…

—Y tú ya no tenías tanto dolor en el corazón por él. Había pasado suficiente tiempo para que hicieras lo que había que hacer.

—Sí, es cierto. Pensé que podría revisar lo que él había guardado en el desván sin que me doliera tanto o sin desear tanto que las cosas hubieran sido diferentes. Y en parte también actué movida por la ambición —añadió con un suspiro—. Quería convertir el desván en otra habitación para huéspedes.

—Ésa es mi Brie —dijo, y la tomó de la mano—. Entonces él guardó el certificado en el desván por seguridad y los años pasaron sin que nadie lo encontrara o hiciera algo con él. Me imagino que los que están detrás de esto lo descartaron. ¿Para qué correr el riesgo de establecer contacto? Si verificaron algo, con seguridad se enteraron de que Tom Concannon había muerto y de que sus herederos no habían hecho nada con el certificado. Podía ser que se hubiera perdido, o dañado o traspapelado por equivocación. Pero entonces les escribiste una carta.

—Y henos aquí. Sin embargo, no explica por qué me ofrecieron dinero.

—Muy bien; vamos a suponer, que es uno de mis juegos favoritos. Supongamos que cuando hicieron el negocio, fue una estafa bastante sencilla, como te expliqué en Nueva York. Luego supón que alguien se volvió ambicioso o le sonrió la suerte y decidió expandir el negocio. Triquarter salió de escena, pero las fuentes, las ganancias, la organización todavía estaban allí. Tal vez decidieron montar otra estafa, o incluso un negocio legal. Tal vez usaron las reglas legales como fachada. Pero ¿no sería una sorpresa que las cosas empezaran a funcionar legalmente? Incluso a producir más ganancias que las estafas. Pero entonces tenían que cubrir ese lado oscuro o por lo menos esconderlo.

Brianna se frotó las sienes al tiempo que le pusieron el plato con la comida sobre la mesa.

—Es demasiado confuso para mí.

—Hay algo en esos certificados, pero es difícil decir qué. —Se llevó un buen bocado de pastel a la boca—. No. Ni siquiera está cerca del tuyo —aseguró, y después tragó—. Hay algo y esas personas lo quieren de vuelta e incluso están dispuestas a pagar por recuperarlo. Ah, pero no demasiado, no una cantidad que te hiciera sospechar o querer investigar más, sólo lo suficiente como para que pareciera que había valido la pena.

—Sabes cómo funciona este negocio, ¿no?

—Demasiado bien. Si no hubiera sido por la literatura… —Se interrumpió y se encogió de hombros. No era algo en lo hubiera que hacer hincapié—. Pero podemos considerar una suerte que yo tenga algo de experiencia en estas lides. Haremos un par de paradas después de comer y después iremos a la policía.

Brianna asintió, aliviada ante la idea de dejar todo ese asunto en manos de las autoridades. El almuerzo la ayudó a levantar los ánimos. A la mañana siguiente estarían de regreso en casa. Para cuando empezó a tomarse el té ya estaba soñando con su jardín, con saludar a Con, con trabajar en su propia cocina.

—¿Has terminado?

—¿Hmm?

—¿Andas dándote un viajecito? —le preguntó Gray sonriendo.

—Estaba pensando en casa. Mis rosas deben de estar floreciendo.

—Estarás en tu jardín mañana a esta hora —le prometió, y después de contar los billetes para pagar la cuenta, se levantó. Fuera, le pasó el brazo sobre los hombros—. ¿Quieres probar el transporte público local? Si tomamos un autobús, atravesaremos la ciudad mucho más rápido. Claro que podemos alquilar un coche, si lo prefieres.

—No seas tonto. Por supuesto que el autobús está bien.

—Entonces, vamos… Espera. —La giró y la escondió tras la puerta del pub—. Vaya, vaya. Sí que es interesante —murmuró mientras miraba calle abajo—. Es sencillamente fascinante.

—¿Qué pasa? ¡Me estás espachurrando!

—Lo siento. Quiero que te quedes lo más atrás que puedas y eches un vistazo hacia allá, justo cruzando la calle —dijo, y los ojos empezaron a brillarle—, en dirección a la oficina de correos. Mira al hombre del paraguas negro.

Brianna sacó la cabeza y miró hacia donde señalaba Gray.

—Sí —dijo después de un momento—, veo a un hombre con un paraguas negro.

—¿No te resulta familiar? Piensa en hace un par de meses. Recuerdo que nos serviste salmón y natillas.

—No entiendo cómo te puedes acordar siempre tan bien de lo que comes —comentó, y se inclinó un poco más hacia fuera y aguzó la vista—. Me resulta bastante común, como un abogado o un empleado de banco.

—¡Bingo! O eso fue lo que nos dijo. Fíjate, es nuestro banquero retirado de Londres.

—¡El señor Smythe-White! —exclamó Brie, a quien el nombre le vino a la mente como un rayo y la hizo reír—. Pues es extraño, ¿no? ¿Por qué nos estamos escondiendo de él?

—Porque es extraño, Brie. Porque es muy, pero muy extraño que ese huésped tuyo, que no estaba en el hotel porque andaba haciendo turismo justo cuando lo pusieron patas arriba, esté caminando por una calle de una ciudad de Gales y a punto de entrar en la oficina de correos. ¿Cuánto quieres apostar a que tiene alquilado un apartado?

—Oh, Santo Dios —dijo Brianna, que se volvió a meter detrás de la puerta—. ¿Qué vamos a hacer?

—Esperar. Después lo seguiremos.