Para la tarde siguiente, Brianna seguía estando cautivada con Nueva York, tanto como para mirar hacia todas partes al mismo tiempo. No le importaba que pareciera obvio que era una turista: sacó todas las fotos que pudo y miró hacia arriba con la cabeza echada hacia atrás para ver la punta de todos los rascacielos. Si estaba sorprendida, ¿qué importaba? Nueva York era un espectáculo elaborado y ruidoso especialmente diseñado para dejar pasmados los sentidos.
En la suite se dedicó juiciosamente a recorrer la guía, haciendo cuidadosas listas y tachando todos los sitios que había visto. Pero ahora tenía que afrontar la perspectiva de un almuerzo de negocios con la agente de Gray.
—Arlene es una maravilla —le aseguró Gray a Brianna al tiempo que la apremiaba por la calle—. Te va a caer bien.
—Pero este almuerzo —a pesar de que disminuyó la velocidad, Gray no dejó que se rezagara, como hubiera preferido ella— es como una reunión de negocios. Yo debería esperarte en algún lugar o tal vez deberíamos reunimos cuando hayas terminado. Podría irme a la catedral de San Patricio ahora y…
—Te dije que te llevaría a la catedral después del almuerzo.
Y así lo haría, Brianna lo sabía. Gray estaba más que dispuesto a llevarla a cualquier lugar. Mejor dicho, a todas partes. Justo esa mañana habían estado en la cúspide del Empire State y Brianna se había quedado maravillada. También había montado en metro y había desayunado en un deli. Todo lo que había hecho, todo lo que había visto estaba dándole vueltas dentro de la cabeza como un caleidoscopio de colores y sonidos.
Y, sin embargo, Gray le había prometido más.
Pero la perspectiva de almorzar con una agente neoyorquina, obviamente una mujer formidable, era intimidante. Brianna habría encontrado una manera irrevocable de excusarse, tal vez incluso inventarse que tenía dolor de cabeza o que estaba cansada, si Gray no hubiera parecido tan emocionado con la idea.
Vio cómo Gray metía casualmente un billete en una taza de metal que tenía un hombre que estaba recostado contra una pared de un edificio. Nunca dejaba pasar uno. Sin importar lo que dijera el letrero escrito a mano: indigente, desempleado o veterano del Vietnam, todas las personas que pedían en la calle llamaban su atención. Y su billetera.
A Gray todo le llamaba la atención, reflexionó Brianna. No se perdía detalle de nada y lo veía todo. Y esos pequeños actos de bondad hacia los extraños que otras personas ni admitían que existían eran una parte inherente a él.
—Eh, amigo, ¿necesita un reloj? Tengo unos relojes muy bonitos aquí. Sólo veinte dólares. —Un hombre negro delgado abrió un maletín para exhibir una variedad de relojes Gucci y Cartier—. Tengo uno muy bonito para la señorita.
Para consternación de Brianna, Gray se detuvo.
—¿En serio? ¿Y funciona bien?
—Eh —dijo el hombre con una sonrisa—, ¿qué parezco? Los relojes cuentan el tiempo, amigo. Y tienen el mismo aspecto que los que cuestan mil dólares en la Quinta Avenida.
—A ver… —Gray escogió uno mientras Brianna se mordía el labio. A ella el hombre le pareció peligroso, la forma en que los ojos miraban de un lado a otro—. ¿Lo fastidian mucho en esta esquina?
—No. Tengo un representante. Ése es un buen reloj, de calidad, y le va bien a la señorita. Veinte dólares.
Gray sacudió el reloj y se lo puso cerca del oído.
—Bien. —Le pasó al hombre un billete de veinte—. Vienen un par de policías en esta dirección —dijo por lo bajo, y metió la mano de Brianna entre su brazo.
Cuando Brianna miró atrás, el hombre se había desvanecido.
—¿Eran relojes robados? —le preguntó a Gray asustada.
—Probablemente no. Mira, aquí tienes. —Le puso el reloj en la muñeca—. Puede que funcione un día, o un año. Nunca puedes saberlo con certeza.
—¿Entonces por qué lo has comprado?
—Pues porque el tipo tiene que ganarse la vida de alguna manera, ¿no? El restaurante está por aquí.
Eso distrajo a Brianna lo suficiente como para que empezara a tirar de la chaqueta de su vestido. Se sentía como una campesina aburrida y tonta con su bolso de «I Love New York» en el que llevaba los souvenirs que había comprado del Empire State.
Tonterías, se aseguró a sí misma. Conocía gente nueva todo el tiempo. Le gustaba la gente nueva. El problema era, pensó mientras Gray la metía en el Four Seasons, que esta vez era la gente de Gray. Trató de no mirar alrededor mientras Gray la guiaba escaleras arriba.
—Señor Thane, cuánto tiempo ha pasado. —El maître lo saludó cálidamente—. La señora Winston ya está aquí.
Atravesaron el recinto, que estaba flanqueado por una larga y reluciente barra; las mesas cubiertas con manteles ya estaban repletas con la gente que iba a almorzar. Una mujer se levantó en cuanto vio a Gray.
Lo primero que vio Brianna fue el hermoso vestido rojo y el resplandor dorado de la solapa y de las orejas. Entonces vio el corto, sedoso y rubio cabello y la espontánea y amplia sonrisa antes de que la mujer se envolviera en el abrazo entusiasta de Gray.
—Qué bueno verte, belleza.
—Mi trotamundos favorito… —Tenía la voz ronca con un ligero tinte arenoso.
Arlene Winston era una mujer pequeña. Apenas alcanzaba el metro y medio de estatura, pero se notaba que hacía ejercicio semanalmente, pues tenía una figura atlética. Gray le había dicho a Brianna que Arlene tenía nietos, pero prácticamente no tenía arrugas en la cara y sus ojos color miel contrastaban con su complexión suave y sus rasgos como de duende. Con los brazos todavía alrededor de la cintura de Gray, Arlene le extendió una mano a Brianna.
—Y tú debes de ser Brianna. Bienvenida a Nueva York. ¿Nuestro chico te ha mantenido entretenida?
—Sí, así es. Es una ciudad estupenda. Me complace conocerla, señora Winston.
—Por favor, llámame Arlene y trátame de tú.
Por un breve momento, Arlene tomó la mano de Brianna entre las suyas y le dio un golpecito. A pesar de que el gesto fue amistoso, Brianna se dio cuenta de que Arlene la estaba tanteando. Gray se mantuvo al margen, sonriendo.
—¿No es una belleza?
—Sí que lo es. Venga, sentémonos. Espero que no os importe, pero he pedido champán. Una pequeña celebración.
—¿Los ingleses? —le preguntó Gray mientras se acomodaba.
—Así es. —Arlene sonrió al tiempo que les llenaban los vasos con el agua de manantial de la botella que estaba sobre la mesa.
—¿Quieres que despachemos ese negocio de una vez o prefieres esperar a después del almuerzo?
—Despachémoslo de una buena vez. Complaciente, Arlene despidió al camarero y entonces alcanzó su maletín y sacó de él una pila de faxes.
—Aquí está el acuerdo con los ingleses.
—Menuda mujer eres, Arlene —le dijo Gray, y le guiñó un ojo.
—Las otras ofertas por derechos internacionales están ahí, y por el audio. Apenas estamos empezando a hablar con la gente de los estudios cinematográficos. Y aquí tengo tu contrato. —Cambió de posición para darle tiempo a Gray de que mirara los papeles, y entonces sonrió a Brianna—. Gray me ha contado que eres una cocinera increíble.
—A él le gusta comer.
—Sí, es cierto. Administras un hotel divino, por lo que he oído. Blackthorn, ¿no es así?
—Blackthorn Cottage, así es. No es un lugar muy grande.
—Hogareño, me imagino. —Arlene examinó a Brianna por encima del borde de su vaso de agua—. Y tranquilo.
—Tranquilo, ciertamente. La gente viene al oeste por los paisajes.
—Que me han dicho que son espectaculares. Nunca he estado en Irlanda, pero te aseguro que Gray me ha aguijoneado la curiosidad. ¿Cuántas personas puedes atender?
—Tengo cuatro habitaciones para huéspedes, así que depende del tamaño de las familias. Ocho se pueden quedar cómodamente, pero a veces tengo doce o más con niños.
—¿Y tú cocinas para todos y administras el hotel sola?
—Es muy parecido a administrar una familia —le explicó Brianna—. La mayoría de la gente se queda sólo una o dos noches y sigue su camino.
Casualmente, Arlene hizo que Brianna se explayara, y ella midió cada palabra, cada inflexión, juzgándola. Gray era más que un cliente para ella. Mucho más. Decidió que era una mujer interesante. Reservada, un poco nerviosa. Obviamente muy capaz, reflexionó, tamborileando un dedo de perfecta manicura contra el mantel mientras seguía pidiéndole detalles a Brianna sobre la campiña irlandesa.
A Arlene le pareció también que Brianna era una mujer que se cuidaba, de buenos modales y… ah… vio que la mirada de Brianna vagaba, sólo por un segundo, para posarse sobre Gray. Y vio lo que quería ver.
Brianna devolvió la mirada y vio que Arlene había arqueado las cejas, así que entonces luchó por no sonrojarse.
—Grayson me dijo que tienes nietos.
—Así es. Y después de una copa de champán es muy probable que saque sus fotos y las empiece a mostrar.
—Me encantaría verlas. De verdad. Mi hermana acaba de tener un bebé. —Todo en ella era cálido, su voz, sus ojos—. Y también tengo fotos.
—Arlene —dijo Gray levantando los ojos de la carpeta y concentrándose de nuevo—, eres la reina de los agentes.
—Y no te olvides nunca de ello. —Le pasó un bolígrafo y llamó al camarero para que les trajera el champán y el menú—. Firma el contrato, Gray, y vamos a celebrarlo.
Brianna calculó que había bebido más champán desde que conocía a Gray que en toda su vida anterior. Mientras jugaba con la copa, examinó el menú y trató de no hacer una mueca al ver los precios.
—Vamos a tomar unas copas con Rosalie al final de la tarde —estaba diciendo Gray, refiriéndose a la reunión que había planeado con su editora— y después vamos al estreno. Vas a ir, ¿no?
—No me lo perdería por nada del mundo —le aseguró Arlene—. Yo quiero pollo —añadió devolviéndole el menú al camarero que los estaba atendiendo—. Bueno —continuó después de que los tres hubieran pedido—, cuéntame cómo va el libro.
—Va bien. De hecho, increíblemente bien. Nunca me había pasado que todo encajara tan bien como esta vez. Tanto, que ya casi tengo el primer borrador finalizado.
—¿Tan rápido?
—Está fluyendo —contestó Gray descansando la mirada en Brianna— casi como si fuera magia. Tal vez sea la atmósfera. Irlanda es un lugar mágico.
—Gray trabaja mucho —apuntó Brianna—. A veces no sale de la habitación durante varios días seguidos. Y no sirve de nada interrumpirlo, porque te echa corriendo como si fuera un terrier.
—¿Y tú insistes?
—Por lo general no. —Brianna sonrió cuando Gray le puso una mano encima de la suya—. Estoy acostumbrada a ese tipo de comportamiento porque mi hermana es igual.
—Ah, sí, la artista. Entonces ya tenías experiencia en lidiar con el temperamento artístico…
—Así es —dijo Brianna riéndose—. La gente creativa tiene una vida más difícil que el resto de nosotros, creo yo. Gray necesita tener cerrada la puerta de su mundo cuando está dentro de él.
—¿No es perfecta?
—Creo que es así —le contestó Arlene, complaciente. Y como era una mujer paciente, esperó hasta el final del almuerzo para hacer el siguiente movimiento—. ¿Vas a pedir postre, Brianna?
—No podría, gracias.
—Gray sí; no engorda ni un gramo —dijo sacudiendo la cabeza—. Pide algo pecaminoso, Gray. Brianna y yo iremos al tocador de señoras, donde podremos hablar de ti en privado.
Cuando Arlene se puso de pie, Brianna no tuvo otra opción que seguirla. Le lanzó una mirada confundida a Gray por encima del hombro mientras se alejaba con la mujer.
El tocador de señoras era tan glamouroso como el resto del restaurante. Sobre una repisa había frascos de agua de colonia y lociones y hasta cosméticos. Arlene se sentó frente al espejo, cruzó las piernas y le hizo un ademán a Brianna para que se sentara a su lado.
—¿Estás emocionada por el estreno de esta noche?
—Sí. Es un gran momento para Gray, ¿no? Sé que ya han hecho películas sobre sus libros; una vez vi una, pero me pareció mejor el libro.
—Buena chica. —Arlene se río y sacudió la cabeza—. ¿Sabías que antes de ti Gray nunca había traído a una mujer para que yo la conociera?
—Yo… —Brianna dudó. No sabía cuál sería la mejor respuesta.
—Me parece que eso dice mucho. Nuestra relación es mucho más que puramente profesional.
—Lo sé. Él te tiene tanto afecto… y habla de ti como si fueras su familia.
—Yo soy su familia. O lo más cercano que él se permitiría tener. Lo quiero profundamente. Y me sorprendí enormemente cuando me dijo que iba a venir a Nueva York contigo. —Con aire natural, Arlene abrió su cajita de polvos compactos y se los aplicó bajo los ojos con ligeros golpecitos—. Me pregunté cómo se las habría arreglado una lagarta irlandesa para enredar a mi muchacho. —Cuando a Brianna se le helaron los ojos y se le abrió la boca, Arlene levantó una mano antes de pudiera decir nada—. Ésa es la primera reacción de una madre sobreprotectora. Y tengo que decirte que mi opinión ha cambiado después de conocerte. Así que, por favor, perdóname.
—Por supuesto —dijo Brianna, pero su voz resultó rígida y formal.
—Ahora estás molesta conmigo, y claro que deberías estarlo. Conozco a Gray desde hace más de diez años, y lo adoro. Todos estos años me he preocupado por él, lo he acosado, lo he tranquilizado. Y he guardado la esperanza de que pudiera encontrar a alguien a quien pudiera querer, alguien que lo hiciese feliz, porque no lo es. —Cerró la polvera y, más por costumbre que por cualquier otra cosa, sacó un lápiz de labios—. Probablemente Gray sea la persona mejor adaptada que conozco, pero tiene una enorme falta de felicidad en algún rincón de su corazón.
—Lo sé —murmuró Brianna—. Está demasiado solo.
—Lo estaba. ¿Te has dado cuenta de cómo te mira? Casi parece atontado. Eso me habría preocupado si no hubiera visto cómo lo miras tú a él.
—Lo amo —se escuchó decir Brianna.
—Ay, querida, ya he notado eso. —Arlene tomó una de las manos de Brianna—. ¿Te ha contado Gray algo de sí mismo?
—Muy poco. Se lo guarda para él solo y finge que no está ahí.
—No es una persona que comparta sus sentimientos —le contestó Arlene después de asentir con la cabeza y apretando los labios—. He estado tan cerca de él todos estos años, lo más cerca que uno puede estar de alguien, y prácticamente tampoco sé nada. En una ocasión, después de ganar por primera vez un millón de dólares, se emborrachó un poco y me contó más de lo que habría querido. —Sacudió la cabeza—. Pero creo que no debo contarte nada, porque es como si hubiera sido un sacerdote en confesión… Supongo que lo entiendes.
—Sí.
—Sólo te voy a decir lo siguiente: Gray tuvo una infancia miserable y una juventud difícil. A pesar de ello, o tal vez por ello, es un hombre bondadoso y generoso.
—Sé que lo es. A veces es demasiado generoso. ¿Cómo logras que deje de comprarte cosas?
—Nada, lo dejas, porque es algo que necesita hacer. El dinero no es importante para él. El símbolo del dinero sí es vital, pero el dinero en sí mismo no es nada más que un medio para llegar a un fin. Y estoy a punto de darte un consejo, aunque no me lo hayas pedido: no desfallezcas, sé paciente. El único hogar de Gray es su trabajo, y él se encarga de que así sea. Me pregunto sí se ha dado cuenta de que tú le estás preparando un hogar en Irlanda.
—No. —Brianna se relajó lo suficiente para sonreír—. No se ha percatado de ello. Ni yo misma lo había hecho hasta hace muy poco tiempo. Sin embargo, su libro está casi terminado.
—Pero tú no. Y ahora tienes a alguien que está de tu lado, si sientes que lo necesitas.
Horas más tarde, Gray le subió el cierre del vestido a Brianna, lo que la hizo pensar en las palabras de Arlene. Era el gesto de un amante, reflexionó mientras Gray le daba un beso sobre el hombro. De un marido.
Brianna le sonrió en el espejo.
—Estás guapísimo, Grayson.
Así era. Estaba resplandeciente en su traje negro sin corbata, con esa sofisticación tan natural que ella siempre había asociado a las estrellas de cine y los músicos.
—¿Quién me va a mirar cuando estés a mi lado?
—¿Todas las mujeres?
—Ése es un buen pensamiento. —Sonriendo, le puso el collar de perlas alrededor del cuello y cerró el broche—. Casi perfecto —dijo al tiempo que le daba la vuelta para verla de frente.
El tono azul medianoche del vestido resaltaba cálidamente en la piel cremosa de Brianna. La línea del cuello era una curva escotada que rozaba la suave sinuosidad de los senos y dejaba desnudos los hombros. Se había peinado con el pelo recogido, de tal manera que Gray pudiera juguetear con los mechones que le colgaban sobre las orejas y la nuca.
Brianna se rio cuando Gray le dio una vuelta lentamente.
—Hace un rato has dicho que estaba perfecta.
—Así es. —Se sacó un estuche del bolsillo y lo abrió. Dentro había más perlas: dos lágrimas luminosas que pendían de un solitario de diamante cada una.
—Gray…
—Ssh —replicó, y le puso un pendiente en cada lóbulo. Un movimiento ya practicado, suave y natural, pensó ella irónicamente—. Ahora sí lo estás.
—¿Cuándo has comprado estos pendientes?
—Los escogí cuando compramos el collar. Marcia se puso muy contenta cuando la llamé y le dije que me los mandara también.
—Apuesto a que sí. —Incapaz de hacer nada más, levantó una mano y acarició uno de los pendientes. Sabía que todo era real, a pesar de que no pudiera imaginárselo: Brianna Concannon en una lujosa suite de un hotel palaciego de Nueva York, usando perlas y diamantes mientras el hombre que amaba le sonreía—. Supongo que no sirve de nada decirte que no debiste comprarlos.
—Absolutamente de nada. Sólo di que gracias.
—Gracias. —A modo de aceptación, presionó su mejilla contra la de él—. Ésta es tu noche, Grayson, y me has hecho sentir como una princesa.
—Piensa en lo estupendos que vamos a salir si alguno de los fotógrafos de la prensa se toma la molestia de sacarnos una foto.
—¿Si se molestan en sacarte una foto? —Brianna alcanzó a coger su bolso mientras Gray la arrastraba hacia fuera—. Es tu película, tú la escribiste.
—Yo escribí el libro.
—Eso es lo que he dicho.
—No. —Le pasó el brazo sobre los hombros mientras iban caminando hacia el ascensor. Puede que Brianna se viera como si fuera una extraña glamourosa, pero seguía oliendo a ella misma, suave, dulce y sutil—. Has dicho que es mi película, pero no lo es. Es la película del director, del productor, de los actores. Y del guionista. —Al abrirse las puertas, la dejó pasar primero y presionó el botón del vestíbulo—. El novelista está al final de la lista, cariño.
—Pero eso es ridículo. Es tu historia, son tus personajes.
—Eran. —Le sonrió. Brianna estaba indignada por él, y eso le pareció encantador—. Vendí la historia, así que sin importar qué cosa hayan hecho, para bien o para mal, no me oirás quejarme. Y seguro que esta noche los focos no estarán dirigidos a «basada en la novela escrita por».
—Pues así debería ser. No tendrían nada sin ti.
—Muy cierto.
Brianna lo miró de reojo al salir del ascensor al vestíbulo del hotel.
—Te estás burlando de mí.
—No, no lo estoy haciendo. Lo que estoy haciendo es adorándote. —La besó para demostrarlo y después la llevó hacia la puerta, donde los esperaba la limusina—. El truco para sobrevivir a una venta a Hollywood es no tomárselo demasiado personalmente.
—Habrías podido escribir el guión tú mismo.
—¿Acaso parezco un masoquista? —Casi se estremeció ante la idea—. Gracias, pero trabajar con un editor es lo más cercano que quiero estar jamás de escribir a comisión. —Se acomodó en el asiento mientras el vehículo se abría paso entre el tráfico neoyorquino—. Me pagan bien, ponen mi nombre en la pantalla unos pocos segundos y si la película es un éxito, y los chismes parecen indicar que ésta lo será, las ventas de mis libros se disparan.
—¿Y no te importa?
—En absoluto.
Les tomaron una foto en el momento en que llegaron al cine. Brianna pestañeó contra las luces, sorprendida y más que un poco desconcertada. Gray había anticipado que no le iban a prestar ninguna atención y, sin embargo, ya le habían clavado un micrófono en la cara antes de que hubiera dado dos pasos. Contestó a las preguntas con espontaneidad, siempre con la mano de Brianna firmemente entre la suya hasta que se abrieron paso hasta el cine.
Obnubilada, Brianna miró a su alrededor. Vio personas que sólo había visto en el papel cuché de las revistas o en la pantalla del cine o de la televisión. Algunas estaban paradas en el vestíbulo, como gente común, fumándose el último cigarrillo, charlando mientras bebían algo, chismorreando o hablando del trabajo. Gray le presentó gente aquí y allá. Respondió de la manera que le pareció más apropiada y se empapó de nombres y caras para contárselo luego a sus amigos de Clare.
Algunas personas estaban muy arregladas, otras bastante menos. Vio diamantes, pero también vaqueros. Vio gorras de béisbol y vestidos de miles de dólares. Olió a palomitas, como en cualquier cine de cualquier continente, al igual que el dulce perfume del chicle mezclado con otros olores más sutiles. Pero todo estaba cubierto con una fina y brillante aura de glamour.
Cuando se sentaron en su sitio en la sala, Gray pasó el brazo sobre el respaldo del asiento de Brianna y se volvió, de tal manera que le pudo susurrar al oído:
—¿Impresionada?
—Totalmente. Me siento como si hubiera entrado en una película en lugar de en la sala donde voy a ver una.
—La razón es que actos como éstos no tienen nada que ver con la realidad. Espera a que vayamos a la fiesta posterior a la película.
Brianna suspiró cautelosamente. Había recorrido un largo camino desde Clare, pensó. Un camino muy largo.
Pero no tuvo mucho tiempo para pensar. Se apagaron las luces, se iluminó la pantalla y en cuestión de segundos sintió la aguda y plateada emoción de ver el nombre de Gray aparecer un instante y después desvanecerse.
—Es maravilloso —susurró—; es algo realmente maravilloso.
—Veamos si el resto es igual de bueno —dijo él.
Brianna pensó que sí lo era. La acción se desarrolló con ese ritmo que mantiene a los espectadores al borde de la butaca y que la sumergió totalmente en la historia. No parecía importar que ya hubiera leído el libro y que ya supiera los giros de la trama o que reconociera bloques completos de las palabras de Gray en los diálogos. A pesar de eso, estuvo todo el rato con el estómago encogido, los labios apretados y los ojos bien abiertos. En algún momento Gray tuvo que ponerle un pañuelo en las manos para que pudiera secarse las lágrimas.
—Eres el público perfecto, Brie. No me explico cómo he podido ir al cine sin ti.
—Ssh —lo calló, y lo tomó de la mano, que mantuvo apretada entre las suyas a lo largo del intenso clímax y hasta el final de los créditos, cuando el cine estalló en aplausos.
—Diría que estamos ante un éxito.
—No se lo van a creer —le dijo Brianna cuando salieron del ascensor en su piso del Plaza varias horas después—. Ni siquiera yo me creería que he bailado con Tom Cruise. —Riéndose, un poco exaltada por el vino y la emoción, dio una pequeña pirueta—. ¿Tú te lo crees?
—Tengo que creerlo —le contestó abriendo la puerta—, pues lo he visto con mis propios ojos. Tom estaba encantado contigo.
—Bah, sólo quería hablar sobre Irlanda; me dijo que le tenía mucho cariño. Es encantador, y está locamente enamorado de su mujer. Y pensar que tal vez de verdad vayan a quedarse en el hotel…
—Después de esta noche no me sorprendería encontrar Blackthorn lleno de famosos. —Bostezando, Gray se quitó los zapatos—. Has encantado a todos los que han hablado contigo.
—Vosotros los yanquis os morís por el acento irlandés. —Se quitó el collar y lo acarició antes de meterlo en su estuche—. Estoy tan orgullosa de ti, Gray… Todo el mundo estaba diciendo que la película es maravillosa y toda esa cháchara sobre los Oscar. —Le sonrió mientras se quitaba los pendientes—. Imagínate: tú ganando un Oscar.
—No lo ganaría. —Se quitó el traje y lo tiró descuidadamente a un lado—. No he escrito la película.
—Pero… —Brianna hizo un sonido de disgusto, se quitó los zapatos y se bajó la cremallera del vestido—. No me parece que esté bien. Deberías ganar uno.
Gray sonrió y empezó a quitarse la camisa, y entonces se volvió a mirarla por encima del hombro. Sin embargo, la ocurrencia que iba a decir se secó como polvo en la punta de su lengua. Brianna se había quitado el vestido y estaba de pie, con sólo la ropa interior: el sujetador sin tirantes, también azul medianoche que le había comprado para ponerse con el vestido. Seda. Encaje.
Sin estar preparado, de improviso se puso duro como el acero cuando ella se inclinó a desabrocharse la media ahumada que llevaba colgada del liguero. Sus hermosas manos de uñas cuidadas pero sin pintar se deslizaron hacia abajo por un muslo largo y suave, sobre la rodilla y la pantorrilla, enrollando con cuidado la media.
Brianna estaba diciendo algo, pero Gray no pudo oírla debido al zumbido de su cabeza. Una parte de su cerebro le advirtió que controlara esa oleada violenta de deseo, pero la otra parte lo urgió a que la poseyera, tal como deseaba hacerlo. Con fuerza, rápido y sin pensar.
Con las medias perfectamente dobladas, Brianna levantó los brazos y se quitó las horquillas del pelo. Gray apretó los puños a cada lado de su cuerpo al ver derramarse sobre los hombros desnudos de ella los rizos de fuego dorado. Pudo escuchar su propia respiración, demasiado acelerada, demasiado tosca. Y casi pudo sentir bajo sus manos la seda desgarrándose, pudo sentir la carne subyacente calentarse y el sabor de ese calor mientras su boca se posaba ávidamente sobre ella.
Se obligó a sí mismo a darse la vuelta. Sólo necesitaba un momento, se aseguró, para reconquistar el control. No estaría bien asustarla.
—Será tan divertido contarle esto a todo el mundo… —Brianna puso el cepillo sobre el tocador y, riéndose de nuevo, hizo otra pirueta—. No puedo creer que sea tan tarde y que yo esté tan despierta. Como una niña que ha comido demasiados dulces. Siento como si no tuviera que volver a dormir nunca más. —Se giró hacia él y lo abrazó por la cintura, apretándose contra su espalda—. Lo he pasado tan bien, Gray, que no sé cómo darte las gracias por todo.
—No tienes que agradecerme nada. —La voz le sonó ronca; tenía cada célula de su cuerpo totalmente alerta.
—Pero es que tú estás acostumbrado a este tipo de cosas —inocentemente, Brianna le dibujó una línea de besos rápidos y amistosos a lo largo de la espalda, entre hombro y hombro. Gray apretó los dientes para no gemir—. No creo que puedas imaginarte realmente lo emocionante que ha sido todo esto para mí. Pero estás muy tenso… —Instintivamente, empezó a masajearle la espalda y los hombros—. Debes de estar cansado, y yo parloteando como una urraca. Ven, acuéstate para que te dé un masaje y te deshaga todos esos nudos de la espalda.
—¡Basta ya! —La orden se le escapó. Entonces se dio la vuelta deprisa y la agarró de las muñecas, para que no pudiera hacer nada más que quedarse de pie y mirar. Se le veía furioso. No, se fijó ella, se le veía peligroso.
—¿Qué te pasa, Grayson?
—¿No te das cuenta de lo que me estás haciendo? —Cuando ella negó con la cabeza, Gray la apretó contra sí con fuerza, sus dedos clavándosele en la piel. Podía ver el desconcierto en los ojos de ella dando paso a la conciencia y después al pánico. Entonces no pudo más—. ¡Maldición! —Clavó la boca en la de ella, ávido, desesperado. Si ella lo hubiera rechazado, tal vez él habría retrocedido, pero, por el contrario, Brianna levantó una mano temblorosa y le acarició la mejilla. Entonces Gray se perdió—. Sólo una vez —murmuró arrastrándola hacia la cama—. Sólo una vez.
Y esa vez no fue el paciente y tierno amante que Brianna había conocido. Fuera de sí, fue salvaje y estuvo al borde de la violencia con sus manos apretando, rasgando y poseyendo Todo en él fue tosco, su boca, sus manos, su cuerpo. Por un instante, mientras él se ocupaba de revolucionarle los sentidos Brie pensó que sencillamente podría romperse como si fuera de vidrio.
Entonces la marea oscura de las necesidades de Gray la levantó impactándola, excitándola y aterrorizándola, todo al mismo tiempo.
Brianna gimió, aterrada, al tiempo que esos dedos incansables la llevaban sin piedad hasta la cima y más allá. Se le nubló la mirada, pero podía verlo a través de la bruma. A la luz que habían dejado encendida, los ojos de Gray resultaban feroces. Ella dijo su nombre otra vez, lo sollozó mientras él la levantó sobre las rodillas; entonces quedaron torso contra torso sobre la cama deshecha, las manos de él explorándola, empujándola implacablemente hacia la locura.
Impotente, Brianna se arqueó hacia atrás y se estremeció cuando él la mordisqueó con los dientes garganta abajo, sobre los senos. Le chupó los pezones con ansiedad, como si estuviera sediento de ella, mientras sus dedos impacientes la llevaban sin piedad mucho más alto.
Gray no podía pensar. Cada vez que le había hecho el amor a Brianna había luchado por mantener un rincón de su cabeza lo suficientemente frío para que sus manos se movieran suavemente, para que el ritmo fuera lento. Pero esa vez sólo sentía el calor, una especie de infierno alegre y glorioso que se le filtraba tanto por la mente como por el cuerpo y le quemaba hasta las cenizas su parte civilizada. Y ahora, bombardeado por su propia lujuria, y ansiando la de ella, el control estaba más allá de su alcance. Quería que ella se retorciera, se arqueara y gritara.
Y lo logró.
Incluso la seda desgarrada era demasiado estorbo. Entonces, frenéticamente, la arrancó desde el centro y empujó a Brianna sobre la espalda para poder devorar la nueva carne que había quedado al descubierto. Gray sentía las manos de ella aterrándosele al pelo, sus uñas enterrándose en sus hombros mientras él se abría paso hacia abajo, dándose un banquete. Entonces ella jadeó, se sacudió, gritó ahogadamente cuando la lengua de él se sumergió en ella.
Brianna se estaba muriendo. Nadie podía sobrevivir a ese calor, esa presión que seguía creciendo y explotando, creciendo y explotando hasta que su cuerpo fue sólo una masa temblorosa de nervios alterados y necesidades indescriptibles.
Las sensaciones la inundaron, agolpándose demasiado rápido como para separarlas. Sólo supo que Gray le estaba haciendo cosas, cosas increíbles, malvadas, deliciosas. El siguiente clímax la golpeó como un puñetazo.
Entonces se levantó y se aferró a él, luchando hasta que rodaron sobre la cama. La boca de ella lo recorrió, tan ávidamente e igual de frenética que antes la de él. Lo exploró con la mano y encontró su miembro erecto, lo acarició hasta que su sistema se estremeció con placer fresco y furioso cuando él gimió.
—Ya, ya. —Tenía que ser ya. Gray no podía detenerse. Sus manos resbalaron sobre la piel húmeda de ella y se aferraron con fuerza a sus caderas para levantarlas. Entonces la penetró profundamente, jadeando al tiempo que la ponía en posición para que ella tomara incluso más de él.
La penetró con fuerza, hundiéndose más cada vez que Brie se levantaba para encontrarlo. La miró a la cara mientras ella caía en picado sobre ese fiero pico final, sus nebulosos ojos se oscurecieron mientras sus músculos se contrajeron alrededor de él.
Con algo peligrosamente cercano al dolor, Gray se vació dentro de ella.