Capítulo 15

Fue bastante fácil evitar temas serios durante la semana siguiente. Gray se sumergió en su trabajo y Brianna tuvo que estirar su tiempo entre los huéspedes del hotel y su nuevo sobrino. Cada vez que tenía un minuto libre, encontraba una excusa para ir a la casa de Maggie a mimarlos a ella y al bebé. Maggie estaba tan cautivada por su hijo que prácticamente no se había quejado más de cinco segundos por no haber podido ir a la inauguración de la nueva galería.

Gray tuvo que admitir que el niño era un verdadero triunfador. Se había acercado hasta la casa de Maggie un par de veces que necesitaba estirar las piernas y aclarar la mente.

Al final de la tarde era la mejor hora, cuando la luz tornaba ese brillo luminoso tan característico de Irlanda, y el aire era tan claro que Gray podía ver a kilómetros más allá de las colinas color esmeralda con el sol sumergiéndose en la delgada cinta que era el río y que lo hacía resplandecer como una espada de plata.

Esa tarde encontró a Rogan en camiseta y vaqueros viejos; estaba en el jardín delantero desyerbando laboriosamente.

Una visión interesante, pensó Gray, puesto que Rogan era un hombre que podía contratar a una cuadrilla de jardineros.

—¿Qué tal, papá? —Sonriendo, Gray se inclinó sobre la puerta del jardín.

Rogan se dio la vuelta sobre los talones de sus gastadas botas.

—Ah, un hombre. Ven a hacerme compañía. Me han desalojado. Mujeres… —Inclinó la cabeza hacia la cabaña—. Brie y Kate, la hermana de Murphy, y otras mujeres del pueblo están visitando a Maggie y discutiendo la lactancia y las historias de guerra de la sala de partos.

—Dios santo. —Gray le echó una mirada de dolor a la cabaña y abrió la puerta para entrar—. A mí me suena más a que has escapado en lugar de que te han echado fuera.

—Es cierto. Como había tanta gente, no me podía acercar a Liam. Y Brianna apuntó que Maggie no debía desyerbar el jardín todavía, y la verdad es que ya era hora de limpiarlo. Entonces levantó una ceja hacia mí de esa manera que tiene de hacerlo y no tuve más remedio que entender la indirecta. —Miró anhelosamente hacia la cabaña—. Podríamos entrar silenciosamente en la cocina para sacar un par de cervezas.

—Es más seguro estar aquí fuera. —Gray se sentó y cruzó las piernas. Para ayudar, se inclinó y arrancó una mala hierba. O al menos lo parecía—. Quería hablar contigo de todas formas. Sobre el certificado de las acciones.

—¿A qué certificado te refieres?

—Al de Triquarter Mining.

—Ah, sí. Me había olvidado del asunto con todo lo que ha pasado. Ya han contestado a Brianna, ¿no es cierto?

—Alguien escribió. —Gray se rascó la barbilla—. Le pedí a mi corredor que investigara un poco y lo que ha encontrado es interesante.

—¿Estás pensando en invertir?

—No, y no podría si así fuera. No existe ninguna empresa con ese nombre. Ni en Gales ni en ningún lugar que mi corredor pudiera encontrar.

—¿Habrá quebrado? —Rogan frunció las cejas.

—No parece que alguna vez haya existido Triquarter Mining, lo que debería significar que el certificado que tienes no vale nada.

—Es extraño entonces que alguien esté dispuesto a pagar mil libras por él. A tu hombre se le ha debido de pasar algo por alto. Tal vez la empresa sea muy pequeña y por eso no aparece en las listas más habituales.

—Eso pensé yo, y él también. Entonces fue lo suficientemente curioso como para buscar un poco más, e incluso llamó al teléfono que está impreso en la carta.

—¿Y?

—El número no existe. Se me ocurrió que cualquier persona puede mandar imprimir papelería con un membrete, al igual que cualquiera puede alquilar un apartado de correos como el apartado de Gales al que ha escrito Brianna.

—Es cierto. Pero eso no explica por qué alguien pagaría por algo que no existe. —Rogan estiró a medias las cejas—. Tengo que atender unos negocios en Dublín. Aunque no creo que Brianna me perdone por llevarme a Maggie y a Liam, tenemos que irnos al final de la semana. Sólo me ocupará unos días, así que puedo verificar este asunto mientras esté allí.

—Yo creo que valdría la pena un viaje a Gales. —Gray se encogió de hombros mientras Rogan lo miraba detenidamente—. Tú estás un poco atareado en este momento, pero yo no.

—¿Estás pensando en ir a Gales tú mismo?

—Siempre he querido jugar a los detectives. ¿No te parece que es demasiada coincidencia que poco después de que Brianna encontrase el certificado y enviase la carta alguien haya puesto patas arriba el hotel? —Volvió a mover los hombros—. Me gano la vida atando cabos y convirtiéndolos en una trama.

—¿Y le vas a contar a Brianna lo que estás pensando hacer?

—En parte, en todo caso. He estado pensando en hacer un viaje relámpago a Nueva York… A Brianna tal vez le apetezca un fin de semana en Manhattan.

—Me imagino que es posible, si puedes convencerla de dejar el hotel durante la temporada alta —le contestó levantando las cejas.

—Creo que ya tengo eso solucionado.

—Y Nueva York queda a un paso de Gales…

—No debe de ser difícil desviarse cuando regresemos a Clare, creo yo. Y tomarse un par de días más de vacaciones. Pensaba ir por mi cuenta, pero si tengo que hablar con alguien oficial, creo que la voy a necesitar a ella, o a Maggie o a la madre. —Sonrió de nuevo—. Pero considero que Brie es mi decisión obvia.

—¿Cuándo os vais?

—En un par de días.

—Te mueves rápido —comentó Rogan—. ¿Crees que vas a poder lograr que Brianna se mueva igual de rápido?

—Voy a necesitar todo mi encanto, pero he estado ahorrando.

—Bueno. Si lo logras, por favor, mantente en contacto conmigo. En cualquier caso, averiguaré lo que pueda por mi parte. A propósito, si necesitas un incentivo extra, puedes mencionar que tenemos varias piezas de Maggie en exhibición en la Worldwide de Nueva York.

El sonido de risas femeninas llenó el aire. Salieron de la casa rodeando a Maggie, que tenía a Liam acunado en un brazo. Parlotearon animadamente, se despidieron, le hicieron unos mimos de última hora a Liam y, finalmente, se subió cada una en su bicicleta y se pusieron en marcha.

—Déjame cogerlo. —Gray se acercó a Maggie y tomó al bebé entre sus brazos. Le encantaba la manera en que Liam lo miraba con sus solemnes ojos azules—. ¿Qué? ¿No estás hablando todavía? Rogan, creo que es tiempo de que alejemos a este chico de tantas mujeres y nos lo llevemos al pub a que se tome una cerveza.

—Ya tuvo su ración de la tarde, me temo —le contestó—, pero gracias. Leche materna.

Gray le acarició a Liam la barbilla.

—¿Cómo es posible que te hayan puesto un vestido? Estas mujeres te están volviendo un mariquita, chico.

—No es un vestido. —Brianna se inclinó para darle un beso al bebé sobre la cabeza—. Es un faldón. Muy pronto empezará a usar pantalones. Rogan, sólo tienes que calentar la cena que os he traído cuando os entre hambre. —Frunció el ceño al ver el intento de arreglar el jardín de su cuñado—. No es bueno jugar con la maleza, tienes que arrancarla de raíz.

Rogan sonrió, se le acercó y le dio un beso en la mejilla.

—Sí, señora.

Apartándolo, Brianna se rio.

—Bueno, me voy. Gray, devuelve al bebé. Los Sweeney han tenido más que suficiente compañía por un día. ¿Has puesto en alto las piernas? —le preguntó a Maggie.

—Lo haré. Gray, haz que ella también las levante —le ordenó—. Ha estado llevando dos casas durante días.

Gray tomó a Brianna de la mano.

—Si quieres, puedo llevarte en brazos de regreso.

—No seas tonto. Vosotros dos, cuidaos. —Dejó su mano en la de Gray mientras caminaban fuera del jardín y hacia el camino—. Ya ha crecido tanto… —murmuró—. Y ahora sí sonríe, sonríe directamente. ¿Alguna vez has pensado qué se le cruza por la mente a un bebé cuando te está mirando?

—Me imagino que se pregunta si esta vida será muy diferente de la pasada.

Sorprendida, Brianna volvió la cabeza para mirarlo.

—¿De verdad crees en ese tipo de cosas?

—Claro. Un solo viaje nunca ha tenido mucho sentido para mí. Nunca logramos hacer las cosas bien en un solo intento. Y al estar en un lugar como éste, puedes sentir el eco de las almas viejas cada vez que respiras.

—Algunas veces siento que he caminado por aquí antes —dijo, y se detuvo y se apartó del camino para acariciar unas fucsias rojas en flor que estaban en un extremo—, pero en un tiempo diferente, en una piel diferente.

—Cuéntame una historia.

—Se respira tranquilidad en el aire, una especie de paz. El camino sólo tiene una variante, que es angosta pero está bien delineada. Puedo oler el carbón quemándose en las chimeneas. Estoy cansada, pero está bien porque voy a casa, donde alguien me espera. Mi hombre me espera justo delante. Algunas veces incluso puedo verlo allí de pie, con la mano levantada saludándome. —Se detuvo nuevamente y sacudió la cabeza ante su propio disparate—. Es absurdo. Sólo estaba imaginando.

—No tiene por qué serlo. —Gray se inclinó y cortó una flor silvestre de la linde del camino; se la dio—. La primera vez que caminé por aquí no pude verlo rápidamente ni el suficiente tiempo. Y no sólo era porque era nuevo para mí, sino porque era como recordar. —En un impulso, Gray se volvió hacia ella, la tomó entre sus brazos y la besó.

Entonces era eso, comprendió Gray. Ahora y antes, cuando la abrazaba y tenía su boca sobre la de ella, veía una imagen de ello en algún lugar de su cabeza. Era como si recordara.

Alejó la sensación. Decidió que era hora de empezar a convencer a Brianna de que hiciera lo que él quería.

—Rogan me ha dicho que tiene que volver a Dublín durante un tiempo. Maggie y Liam se van con él.

—Ah. —Sintió una rápida puñalada de pesar antes de poder aceptarlo—. Bueno, ellos tienen una vida allí también. Tiendo a olvidarlo cuando están aquí.

—Los vas a echar de menos.

—Sí, así es.

—Yo también necesito hacer un viaje.

—¿Un viaje? —En ese instante sintió un ataque de pánico que luchó por controlar—. ¿Adonde vas?

—A Nueva York, al estreno. ¿Te acuerdas?

—Tu película. —Se esforzó por sonreír—. Debe de ser emocionante para ti.

—Podría serlo si vienes conmigo.

—¿Ir contigo? —Se detuvo en seco y lo miró—. ¿A Nueva York?

—Un par de días. O tres o cuatro. —La acunó entre sus brazos de nuevo y la llevó en un vals improvisado—. Podríamos quedarnos en el Plaza, como Eloise.

—¿Eloise? ¿Quién…?

—No importa. Después te lo explico. Podemos tomar el Concorde y estaremos allí en menos de lo que canta un gallo. También podemos ir a conocer la Worldwide de allá —añadió como incentivo extra— y hacer todas esas cosas que hacen los turistas y cenar en restaurantes ridículamente caros. Creo que incluso hasta podrías traerte unos nuevos menús.

—Pero no puedo. De verdad. —La cabeza le daba vueltas y no tenía nada que ver con los rápidos giros del baile—. El hotel…

—La señora O’Malley me dijo que ella podía reemplazarte.

—¿Reemplazarme?

—Sí, ayudar mientras no estés —dijo, elaborando la idea—. Quiero que vengas conmigo, Brianna. La película es importante, pero no será divertida si no estás conmigo. Es un gran momento para mí, y no quiero que sólo sea una obligación tener que ir.

—Pero Nueva York…

—Está a un pestañeo de distancia en el Concorde. Murphy con gusto cuidaría de Con y la señora O’Malley se haría cargo del hotel.

—Ya has hablado con ellos —repuso, tratando de detener la danza vertiginosa, pero Gray seguía dándole vueltas.

—Por supuesto. Sabía que dirías que no irías si no estaba todo arreglado.

—No iría, y no puedo…

—Haz esto por mí, Brianna. —Sin misericordia, sacó su mejor arma: la confianza—. Te necesito allí.

Brianna exhaló un largo y lento suspiro.

—Grayson.

—¿Eso es un sí?

—Debo de estar loca —contestó, y se rio—. Sí.

Dos días después, Brianna se encontró a bordo del Concorde atravesando el Atlántico. Tenía el corazón atorado en la garganta. Y así había estado desde que había cerrado la maleta. Iba a Nueva York, así como así. Había dejado su negocio en manos de otra persona. Manos capaces, estaba segura, pero no las suyas.

Había accedido a ir a otro país, a atravesar un océano entero con un hombre que ni siquiera era de su familia, en un avión que era bastante más pequeño de lo que se había imaginado.

Con seguridad había perdido la razón.

—¿Nerviosa? —Gray le cogió la mano y se la llevó a los labios.

—Gray, no tenía que haber hecho esto. No sé qué mosca me ha picado —dijo, pero por supuesto que lo sabía. Era él. Él se le había metido en el cuerpo de todas las maneras posibles.

—¿Estás preocupada por la reacción de tu madre?

Había sido espantoso. Las palabras hirientes, las acusaciones, las predicciones… Pero Brianna sacudió la cabeza. Había decidido hacer caso omiso de los sentimientos de Maeve en cuanto a Gray y la relación que estaba manteniendo con él.

—Sólo hice las maletas y me fui.

—Difícilmente —se burló Gray—. Has hecho docenas de listas, has cocinado como para un mes y metiste la comida en el congelador, has limpiado el hotel de cabo a rabo… —Se interrumpió porque se dio cuenta de que Brianna más que nerviosa parecía aterrorizada—. Cariño, relájate. No hay nada de qué asustarse. Nueva York no es tan mala como dicen.

No era Nueva York en lo que Brianna tenía puesta la cabeza cuando enterró la cara en el hombro de Gray. Era en él. Entendía, aunque él no, que ella no habría hecho eso por nadie más en el mundo, salvo por su familia. Entendía, aunque Gray no, que él se había convertido en una parte intrínseca y vital de su vida, como si fuera su carne y su sangre.

—Háblame de Eloise otra vez.

—Es una niña pequeña —empezó Gray, manteniendo aferrada la mano de ella entre la suya, calmándola— que vive en el Plaza con su niñera, su perro Weenie y su tortuga Skipperdee.

Brianna sonrió, cerró los ojos y dejó que Gray le contara la historia.

Cuando llegaron, había una limusina esperándolos en el aeropuerto. Gracias a Rogan y Maggie, Brianna ya había estado en una antes, de modo que no se sintió como una completa imbécil. En el lujoso asiento trasero de la limusina encontró un precioso ramo de tres docenas de rosas blancas y una botella helada de Dom Perignon.

—Grayson. —Abrumada, Brianna sumergió el rostro entre las flores.

—Lo único que tienes que hacer es disfrutar —dijo. Descorchó la botella de champán y dejó que burbujeara hasta el borde—. Y yo, que seré tu genial anfitrión, te voy a mostrar todo lo que hay que ver en la Gran Manzana.

—¿Por qué la llaman así?

—No tengo ni idea. —Le pasó una copa de champán y cuando Brianna la cogió, brindó con ella—. Eres la mujer más hermosa que he conocido en mi vida.

Brianna se sonrojó y se pasó la mano a tientas por el pelo despeinado por el viaje.

—Seguro que estoy estupenda —repuso.

—No, estás mejor con tu delantal. —Cuando ella se rio, Gray se inclinó y le mordisqueó la oreja—. De hecho, estaba preguntándome si podrías usarlo para mí alguna vez.

—Pero si lo uso a diario…

—No, no. Me refiero a sólo el delantal.

Entonces el color le inundó las mejillas a Brianna y le echó una mirada distraída a la nuca del chófer a través del vidrio de seguridad.

—Gray…

—Está bien, lidiaremos con mis fantasías lascivas más tarde. ¿Qué quieres hacer primero?

—Yo… —empezó, pues todavía estaba tartamudeando ante la idea de estar en su cocina sin nada más que el delantal.

—Vamos de compras —decidió Gray—. Después de que nos registremos en el hotel y yo haga un par de llamadas, nos vamos de compras.

—Quiero comprar algunos recuerdos. Y quisiera pasar por esa tienda de juguetes; esa que es tan importante.

—F.A.O. Schwartz.

—Sí, ésa. Tendrán algo fantástico para Liam, ¿no es cierto?

—Absolutamente. Pero yo estaba pensando más bien en la Quinta con la 47.

—¿Qué es eso?

—Te llevaré.

Gray apenas le dio tiempo a Brianna para que admirara la arquitectura palaciega del Plaza, el opulento vestíbulo del hotel con su alfombra roja y sus deslumbrantes arañas, el fantástico uniforme del personal, los magníficos arreglos florales y las gloriosas vitrinas que exhibían joyas asombrosas.

Subieron en el ascensor hasta el último piso y Brie deambuló por la suntuosa suite, que estaba tan alta que se veía por completo el verde exuberante de Central Park. Gray la apremió para que entrara y para cuando Brianna se había refrescado un poco del viaje, estaba esperándola impacientemente para que se diese prisa en salir.

—Vamos a caminar. Es la mejor manera de ver Nueva Cork. —Gray tomó el bolso de Brianna y se lo cruzó sobre el pecho, de tal manera que colgaba de un hombro y caía a un lado de la cadera—. Ponte el bolso siempre así, y ponle una mano encima. ¿Son cómodos esos zapatos que llevas puestos?

—Sí.

—Entonces estás lista. —Brianna todavía estaba tratando de recuperar el aliento cuando Gray la sacó del hotel—. Nueva York es una ciudad espléndida en primavera —le dijo Gray mientras empezaban a caminar por la Quinta Avenida.

—Qué de gente…

Brianna vio a una mujer caminar apresuradamente con las piernas desnudas bajo una corta y brillante falda de seda. Y otra con unos amplios pantalones rojos de cuero que tenía tres pares de aros colgando de la oreja izquierda.

—A ti te gusta la gente.

—Sí —contestó ella mientras observaba a un hombre que marchaba junto a ellos gritando órdenes por su teléfono móvil.

Gray la sacó del camino de una bicicleta que iba a toda prisa.

—A mí también. De vez en cuando.

Gray le llamó la atención sobre diferentes cosas, le prometió que la dejaría quedarse el tiempo que quisiera en la gran tienda de juguetes y disfrutó viéndola asombrarse con los escaparates de las tiendas y la maravillosa variedad de gente que corría por las calles.

—Una vez estuve en París —le dijo, sonriendo al vendedor callejero de perritos calientes— para asistir a una exposición de Maggie. Pensé que nunca iba a ver algo más grandioso que eso —añadió, y riéndose le apretó la mano a Gray con fuerza—, pero esta ciudad lo es.

A Brianna Nueva York le encantó. El constante y casi violento ruido del tráfico, las resplandecientes ofertas que exhibían los escaparates tienda tras tienda, la gente, absorta en sí misma, apresurada y ocupándose de sus propios asuntos, y los imponentes rascacielos que se levantaban en todas partes y convertían las calles en cañones.

—Aquí.

Brianna observó el edificio de la esquina, donde cada uno de los escaparates exhibía joyas y gemas.

—Ah, ¿qué es esto?

—Es un bazar, querida. —Zumbando de emoción de tan sólo estar allí con ella, Gray abrió la puerta de un golpe—. Un carnaval.

El aire de la tienda estaba colmado de voces. Los compradores chocaban unos con otros a lo largo de los pasillos, mirando las vitrinas. Brianna vio diamantes, anillo tras anillo resplandeciendo a través del vidrio. Piedras de colores como un arco iris, el brillo seductor del oro…

—Vaya, qué lugar. —A Brie le encantó caminar por los pasillos de la mano de Grayson. Parecía que estuvieran en otro mundo, con todos los vendedores y compradores discutiendo el precio de collares de rubí y anillos de zafiro. Cuántas cosas que contar cuando volviera a Clare. Se detuvo frente a una vitrina y se rio—. Dudo mucho que encuentre mis recuerdos aquí.

—Yo sí. Perlas, creo. —Le hizo una señal con un dedo a la dependienta para que se mantuviera alejada y examinó él mismo las piezas del escaparate—. Las perlas son lo indicado.

—¿Vas a comprar un regalo?

—Exacto. Éste. —Le hizo un gesto a la dependienta. Ya tenía una imagen en la cabeza, y las tres hileras de perlas encajaban perfectamente. Escuchó a medias la cháchara de la mujer que exaltaba la belleza y el valor del collar. Tradicional, dijo, sencillo y elegante. Una reliquia. Y, por supuesto, una ganga. Gray tomó el collar entre sus dedos, lo sopesó y examinó los brillantes orbes—. ¿Qué opinas, Brianna?

—Es magnífico.

—Por supuesto que lo es —contestó la dependienta sintiendo que era probable que hiciera una venta—. No va a encontrar nada que se le compare, ciertamente no a ese precio. Un estilo clásico como ése lo puede usar con cualquier cosa: un vestido de noche, un traje de día, con un suéter de cachemir, una blusa de seda o un sencillo vestido negro.

—El negro no le va bien —dijo Gray mirando a Brianna—. Un azul medianoche, colores pasteles, verde musgo, tal vez.

A Brianna el estómago empezó a contraérsele cuando la dependienta continuó con el tema.

—¿Sabe? Tiene razón. Con su constitución, debería elegir joyas de tonos pastel. No muchas mujeres pueden ponerse ambas cosas. Pruébeselo. Así podrá constatar usted misma lo maravillosamente que le sienta.

—Gray, no. —Brianna dio un paso atrás y se estrelló con otro comprador—. No puedes. Es ridículo.

—Querida —la interrumpió la mujer—, cuando un hombre quiere comprar un collar como éste, es absurdo oponerse. Y encima estando con el cuarenta por ciento de descuento.

—Yo creo que usted puede ser más convincente que eso —le dijo Gray descortésmente. No era cuestión de dinero; si a duras penas le había echado un vistazo a la pequeña etiqueta atada discretamente al broche de diamantes… Era por placer—. Veamos cómo te queda.

Brianna se quedó quieta con los ojos llenos de angustia mientras Gray le ponía el collar alrededor del cuello. Le cayó como un milagro sobre la sencilla blusa de algodón que llevaba puesta.

—No puedes comprarme algo como esto —negó, por más que los dedos le picaban por ir directos al collar y acariciar las perlas.

—Por supuesto que puedo. —Se inclinó hacia ella y le dio un beso informal—. Déjame que me divierta. —Se enderezó y la examinó con los ojos entrecerrados—. Creo que es exactamente lo que estaba buscando. —Le lanzó una mirada a la dependienta—. Convénzala mejor.

—Querida, prácticamente se las estoy regalando. Esas perlas le quedan perfectas.

—Mmmmm. —Gray giró el pequeño espejo que había sobre el mostrador hacia Brianna—. Mírate —le sugirió—. Vive con ellas un minuto. Déjeme ver ese prendedor de allá, el corazón de diamantes.

—Ah, ésa es una pieza muy bella. Usted tiene buen ojo. —Reverencialmente, la dependienta sacó el prendedor y lo puso sobre una almohadilla de terciopelo negro—. Veinticuatro brillantes tallados de la mejor calidad.

—Bonito. Brie, ¿no te parece que a Maggie le gustaría? Un regalo por el bebé.

—Oh… —A Brianna le estaba costando trabajo que la mandíbula no se le desencajara. Primero, por su propia imagen en el espejo luciendo un collar de perlas alrededor del cuello y, luego, por la idea de que Gray le comprara diamantes a su hermana—. Le encantaría, ¿cómo no, si es bellísimo? Pero no puedes…

—¿En cuánto me deja los dos?

—Pues… —La dependienta tamborileó con los dedos sobre su pecho. Como si le doliera, tomó una calculadora y empezó a hacer cuentas. Anotó una cantidad en una libreta que hizo que a Brianna se le detuviera el corazón.

—Gray, por favor…

El le hizo un gesto para que guardara silencio.

—Creo que puede ofrecerme algo mejor que eso.

—Me está matando usted —le respondió la mujer.

—Tal vez pueda aguantar un poco más de dolor.

La mujer refunfuñó, murmuró algo sobre los márgenes de ganancia y la calidad de su mercancía, pero volvió a hacer las cuentas, bajó un poco y se dio un golpecito sobre el corazón.

—Estoy cortando mi propia garganta.

Gray le guiñó el ojo a la dependienta y sacó la billetera.

—Envuélvalos y mándemelos al Plaza.

—Gray, no.

—Lo siento. —Le desabrochó el collar y se lo paso descuidadamente a la complacida dependienta—. Podrás tenerlo esta noche. No es buena idea andar por la calle con él puesto.

—No es eso lo que quiero decir y tú lo sabes.

—Tiene usted una voz muy hermosa —le dijo la dependienta a Brie para distraerla—. ¿Es irlandesa?

—Sí, así es. Gray, verás…

—Es su primer viaje a Estados Unidos y quiero que tenga algo especial que le quede de recuerdo. —Tomó la mano de Brianna y le besó cada dedo de tal manera que hizo que incluso el corazón cínico de la vendedora suspirara—. Eso es lo que más quiero.

—No tienes que comprarme cosas.

—Ésa es parte de la belleza del asunto. Nunca pides nada.

—¿Y de qué parte de Irlanda es usted, querida?

—Del condado de Clare —murmuró Brianna, sabiendo que había perdido de nuevo—; queda al oeste.

—Estoy segura de que debe de ser muy bonito. Y van a ir a… —Cuando cogió la tarjeta de crédito de Gray, la mujer leyó el nombre y se sobresaltó—. ¡Grayson Thane! Por Dios, ¡me he leído todos sus libros! Soy una gran admiradora suya. Cuando se lo cuente a mi marido no se lo va a creer. Él también es un admirador suyo. La próxima semana vamos a ir a ver su película. Estamos que no podemos esperar. ¿Me daría un autógrafo? ¡Milt no se lo va a creer!

—Por supuesto. —Gray tomó la libreta que ella le ofrecía—. ¿Ésta es usted, Marcia? —le preguntó leyendo la tarjeta de presentación exhibida sobre el mostrador.

—Así es, ésa soy yo. ¿Vive en Nueva York? En la contraportada de sus libros nunca dice dónde vive.

—No, no vivo aquí —contestó, y le sonrió y le entregó de vuelta la libreta, tratando de distraerla para que no le hiciera más preguntas.

—Para Marcia —leyó la dependienta—. Una gema entre las gemas. Con cariño, Grayson Thane. —Después de leer le sonrió, pero no tanto como para olvidar hacerlo firmar el recibo de la tarjeta de crédito—. Venga cada vez que esté buscando algo especial. Y no se preocupe, señor Thane, haré que le envíen esto a su hotel de inmediato. Usted disfrute de su collar, querida. Y usted, de Nueva York.

—Gracias, Marcia. Salude a Milt de mi parte. —Complacido, Gray se volvió para mirar a Brianna—. ¿Quieres dar otra vuelta por la tienda?

Atontada, Brianna apenas pudo negar con la cabeza.

—¿Por qué haces eso? —le preguntó ella cuando salieron a la calle de nuevo—. ¿Cómo haces que sea imposible decirte que no cuando quiero decirte que no?

—Con gusto —le dijo ligeramente—. ¿Tienes hambre? Yo sí. Vamos a comernos un perrito caliente.

—Gray —lo detuvo Brianna—, es la cosa más bonita que he tenido en mi vida —le dijo solemnemente—. Igual que tú.

—Muy bien. —La tomó de la mano y la llevó a la siguiente esquina, calculando que ya la había ablandado lo suficiente como para que le dejara comprar el vestido perfecto para el estreno de la película.

Brianna discutió. Y perdió. Para equilibrar las cosas, Gray se apartó cuando ella insistió en pagar las baratijas que compró para llevar a Irlanda. Le divirtió ayudarla a calcular el cambio de esa moneda norteamericana desconocida para ella que le habían cambiado en el banco del aeropuerto. Le fascinó que ella pareciera más obnubilada con la tienda de juguetes que con la joyería o las tiendas de ropa que visitaron. Y cuando la inspiración hizo su aparición, la descubrió incluso más encantada con una tienda de utensilios de cocina especializados.

Encantado con ella, le cargó los paquetes y las cajas hasta el hotel, para luego llevarla a la cama, dejando pasar el tiempo con una larga y exuberante jornada de sexo.

Después la llevó a Le Cirque, donde cenaron y bebieron vino y, en un arranque de romanticismo nostálgico, la llevó más tarde a bailar al Rainbow Room, donde disfrutó tanto como ella de la decoración antigua y el sonido de la big band.

Después le hizo el amor otra vez, hasta que ella se durmió exhausta a su lado, mientras él permanecía despierto. Estuvo despierto un largo rato, oliendo las rosas que le había dado, acariciando la seda de su pelo y escuchando su queda y constante respiración.

En algún momento de ese duermevela, Gray pensó en cuántos hoteles había dormido solo. En cuántas mañanas se había levantado solo, con la única compañía de la gente que inventaba en su cabeza.

Pensó cuánto prefería esa forma de vida. Siempre había sido así. Y cómo, con ella acurrucada a su lado, no era capaz de capturar de nuevo la sensación de satisfacción solitaria que tenía antes.

Seguramente la recuperaría otra vez cuando se les terminara el tiempo. Incluso estando medio dormido se advirtió a sí mismo no pensar en el mañana, y ciertamente tampoco en el ayer.

El hoy era en donde vivía. Y el hoy era lo más cercano a la perfección.