Capítulo 14

La inauguración es mañana y él me ha echado de allí. —Con la barbilla apoyada sobre un puño, Maggie miró a Brianna por la espalda—. Y me ha confinado a tu cocina para que seas mi guardiana.

Con paciencia, Brianna terminó de glasear los petit fours, que había preparado para el té. Tenía ocho huéspedes, contando a Gray y a tres activos chicos.

—Margaret Mary, ¿no te dijo el médico que no pasaras mucho tiempo de pie y que dado que el bebé ya ha encajado la cabeza puedes dar a luz antes de lo previsto?

—¿Qué sabe él? —Irritada como un niño, Maggie frunció el ceño—. Voy a seguir embarazada el resto de mi vida. Y si Sweeney cree que me va a prohibir ir mañana a la inauguración de la galería, está muy equivocado.

—Rogan no ha dicho que pretenda hacer eso. No quiere que… —Brie por poco dijo «estorbes», pero alcanzó a pensar mejor sus palabras—. No quiere que despliegues demasiada actividad mañana.

—También es mi galería —murmuró. Le dolía la espalda como si fuera una muela y estaba sintiendo contracciones.

Sólo punzadas, se aseguró a sí misma, probablemente por el cordero que había comido a mediodía.

—Claro que lo es —contestó su hermana conciliadoramente. Y todos estaremos allí mañana para la inauguración. La publicidad en los periódicos me pareció preciosa. Estoy segura de que será un gran éxito.

—¿Dónde está el yanqui? —preguntó Maggie después de gruñir.

—Está trabajando. Se encerró para evitar que la niña alemana siga entrando a curiosear en su habitación. —Sonrió al recordarlo—. Es un encanto con los niños. Anoche jugó con ella un buen rato, lo que hizo que la niña se enamorara de él y ahora no lo quiera dejar en paz.

—Y tú estás pensando en que sería un padre fantástico.

—No he dicho eso —repuso Brianna—. Pero sí, lo sería. Deberías verlo cuando… —Se interrumpió cuando oyó que la puerta principal se abría—. Si llegan más huéspedes, tendré que dejarles mi habitación y dormir en la sala.

—O podrías dejar de hacerte la difícil y dormir en la habitación de Gray —comentó Maggie, pero después hizo una mueca cuando reconoció las voces que venían del vestíbulo—. Ah, justo a tiempo. Tenía la esperanza de que hubiera cambiado de opinión y se hubiera quedado a vivir en Francia.

—No empieces, Maggie —le dijo Brie mientras sacaba otros petit fours.

—Las viajeras están de vuelta —dijo alegremente Lottie cuando entró en la cocina seguida de Maeve—. Qué casa tan espléndida tienes, Maggie, parece un palacio. Lo hemos pasado maravillosamente.

—Habla por ti —espetó Maeve al tiempo que ponía su bolso sobre la encimera—. Sólo hemos visto a un montón de extranjeros medio desnudos corriendo a lo largo de la playa.

—Algunos de los hombres eran una verdadera belleza —Lottie se rio—. Había un viudo norteamericano que coqueteó con Maeve.

—Sólo era un adulador —dijo, pero Maeve no pudo evitar sonrojarse—. Estaba perdiendo el tiempo, pues yo no le presto atención a los de su estilo. —Sentándose, le echó una mirada severa a Maggie. Disfrazó su preocupación con una mueca en los labios—. Se ve que ya estás a punto. Pronto apreciarás lo que sufre una madre cuando pare.

—Muchas gracias.

—Ah, pero si la chica es fuerte como una yegua —le dijo Lottie a Maggie con voz cálida y dándole palmaditas en la mano—. Y tan joven como para tener media docena de hijos.

Maggie entornó los ojos y logró reírse.

—No sé quién de vosotras dos me deprime más.

—Qué bien que hayáis vuelto a tiempo para la inauguración de la nueva galería; es mañana. —Brianna cambió de tema sutilmente mientras servía el té.

—Ja. ¿Qué voy a hacer yo perdiendo el tiempo en una galería de arte? —soltó Maeve.

—No nos perderíamos la inauguración por nada del mundo. —Lottie lanzó una mirada severa en dirección a Maeve—. Maeve, sabes muy bien que me dijiste que te gustaría ver el trabajo de Maggie y todo lo demás.

Maeve se revolvió incómodamente en su silla.

—Lo que dije fue que me sorprendía que montaran tanto revuelo por unas fruslerías de vidrio. —Maeve frunció el ceño en dirección a Brianna antes de que Lottie la abochornara aún más—. No he visto tu coche a la entrada. ¿Se ha estropeado del todo?

—Me dijeron que no tenía remedio. Pero tengo uno nuevo, el azul que está aparcado delante.

—Uno nuevo… —Maeve bajó la taza de golpe—. ¿Despilfarrando el dinero en un coche nuevo?

—Es su dinero —espetó Maggie acaloradamente, pero Brianna la interrumpió con una mirada.

—No es nuevo, excepto para mí. Es un coche usado, y yo no fui quien lo compró. —Se preparó para la embestida de su madre— Grayson me lo regaló.

Hubo silencio por un momento. Lottie bajó la mirada hacia su taza de té y frunció los labios. Maggie se preparó para saltar en defensa de su hermana y trató de hacer caso omiso de las punzadas que sentía.

—¿Te lo regaló? —La voz de Maeve sonó dura como una roca—. ¿Has aceptado semejante regalo de un hombre? ¿Acaso no te importa lo que la gente vaya a pensar o decir?

—Me imagino que la gente va a pensar que fue un gesto muy generoso, y eso mismo es lo que va a decir. —Puso a un lado la espátula del glaseado y se llevó su taza de té a los labios. Las manos le iban a empezar a temblar de un momento a otro. Lo sabía, y lo odiaba.

—Lo que va decir es que te vendiste por un coche. ¿Lo has hecho? ¿Es eso lo que has hecho?

—No. —La palabra le salió absolutamente calmada—. El coche es un regalo y lo acepté como tal. No tiene nada que ver con que seamos amantes.

Así que lo he podido decir, pensó Brie. Tenía el estómago encogido y sus manos estaban a punto de temblar, pero lo había dicho.

Maeve se levantó de la mesa de un golpe. Tenía la boca blanca y los ojos le relampagueaban.

—¡Te has vuelto una prostituta!

—No es cierto. Me he entregado a un hombre al que le tengo cariño y a quien admiro. Y me he entregado por primera vez —le contestó, sorprendida de que las manos no le hubieran empezado a temblar—. A pesar de que una vez dijiste algo diferente.

Maeve miró a Maggie, llena de amargura e ira.

—No he sido yo quien se lo ha dicho —confesó Maggie con suficiente calma—. Tenía que haberlo hecho, pero no lo hice.

—Realmente poco importa cómo me he enterado. —Brianna cruzó los brazos. Sintió un enorme frío en su interior, una terrible gelidez, pero iba a terminar con aquello—. Perdí cualquier oportunidad de felicidad que habría podido tener con Rory.

—Él no era nada —soltó Maeve—. El hijo de un granjero que nunca se iba a convertir en un hombre. Sólo habrías tenido una casa llena de niños berreando.

—Yo quería tener hijos. —Una punzada de dolor atravesó el hielo—. Yo quería tener una familia y un hogar, pero nunca sabremos si lo hubiera logrado con Rory. Tú te encargaste de evitarlo e involucraste a un buen hombre en tus mentiras. ¿Para mantenerme a salvo, madre? No lo creo, aunque quisiera creerlo. Lo hiciste para mantenerme atada. ¿Quién te habría seguido atendiendo y cuidando de esta casa si me hubiera casado con Rory? Tampoco lo sabremos.

—Hice lo que era mejor para ti.

—Mejor para ti, mamá.

Maeve tuvo que sentarse, sentía las piernas débiles.

—¿Entonces así es como me pagas todo lo que he hecho por ti? ¿Entregándote en pecado al primer hombre que se te aparece en el camino?

—Me he entregado con amor al único hombre que me ha tocado.

—¿Y qué vas a hacer cuando te plante un hijo en el vientre y se vaya silbando por donde llegó?

—Ése es mi problema.

—Ahora está hablando como tú. —Enfurecida, Maeve se volvió hacia Maggie—. ¡La has puesto en mi contra!

—Eso lo has hecho tú misma.

—No involucres a Maggie en esto. —En un gesto protector, Brianna puso una mano sobre el hombro de su hermana—. Este asunto es entre tú y yo, mamá.

—Habrá alguna posibilidad de… —Feliz de haber tenido una tarde de escritura exitosa, Gray entró en la cocina para encontrarse con semejante compañía. A pesar de que sintió la tensión en el ambiente, trató de sonreír amigablemente—. Buenas tardes, señora Concannon, señora Sullivan. Qué bien que ya hayan vuelto.

Maeve apretó las manos.

—Maldito bastardo… Te vas a quemar en el infierno con mi hija a tu lado.

—Cuida tus palabras en mi casa, mamá. —La orden aguda de Brianna los sorprendió a todos más que las palabras amargas de Maeve—. Gray, te pido disculpas por la grosería de mi madre.

—No te disculpes ante nadie por mí.

—No. —Gray estuvo de acuerdo, asintiendo con la cabeza hacia Maeve—. Puede decirme lo que quiera, señora Concannon.

—¿Le prometiste amor y matrimonio y devoción de por vida para meterla en tu cama? ¿Acaso crees que no sé lo que dicen los hombres para conseguir lo que desean?

—No me prometió nada —empezó Brianna, pero Gray la interrumpió con una mirada seria.

—No, no le hice ninguna promesa. Brianna no es una persona a la que le diría mentiras. Y tampoco es alguien a quien le daría la espalda si alguien me dijera algo de ella que no me gustara.

—¿También le has contado nuestros asuntos familiares? —Maeve se giró hacia Brianna—. ¿No es suficiente para ti haber condenado tu alma al infierno?

—¿Te vas a pasar toda la vida condenando a tus hijas al infierno? —le espetó Maggie antes de que Brianna pudiera hablar—. ¿Puesto que tú no pudiste ser feliz tienes siempre que tratar de que nosotras también seamos infelices? Brie lo ama Si fueras capaz de ver a través de tu propia amargura, te darías cuenta de ello, y eso es lo que debería importarte. Pero Brianna ha estado a tu servicio y a tu disposición toda su vida, así que no puedes soportar la idea de que pueda encontrar algo, a alguien para ella.

—Ya basta, Maggie —murmuró Brianna.

—No basta. Tú no se lo vas a decir, nunca lo has hecho, de modo que tendrá que oírlo de mí. Me ha odiado desde el momento en que nací y a ti te ha usado. Para ella no somos hijas, sino penitencia y sostén, respectivamente. ¿Acaso me ha deseado felicidad, aunque fuera una sola vez, con Rogan o con el bebé?

—¿Y por qué habría de haberlo hecho? —le respondió Maeve con los labios temblorosos—. ¿Para que me echaras en cara mis buenos deseos? Nunca me has dado el amor que es el derecho de una madre.

—Lo habría hecho. —A Maggie el aire empezó a faltarle cuando se levantó de la mesa con rabia—. Dios sabe que quise hacerlo y que Brianna lo ha intentado. ¿Alguna vez le has agradecido todo lo que ha dejado para tu conveniencia? Por el contrario, arruinaste cualquier oportunidad que tuvo de tener la familia y el hogar que quería. Pues bien, no lo vas a hacer de nuevo, esta vez no. No vas a venir a su casa a hablarles a ella y al hombre que ama de esa manera.

—Le hablo a mi propia carne y sangre como me da la gana.

—Ya basta. —La voz de Brianna sonó aguda como un latigazo. Estaba pálida y helada, y el temblor que había logrado mantener a raya se había convertido en estremecimientos—. ¿Siempre tenéis que atacaros de esa forma? No voy a ser el espacio que uséis para haceros daño. Tengo huéspedes en la sala prefiero que no se enteren de las miserias de mi familia. —Respiró inestablemente—. Maggie, siéntate y tranquilízate.

—Entonces libra tus propias batallas —le contestó su hermana con furia—. Me voy —y cuando lo decía, tuvo que aferrarse al respaldo de la silla, pues una punzada de dolor la atravesó.

—Maggie. —Aterrorizada, Brianna la sostuvo—. ¿Qué te pasa? ¿Es el bebé?

—Creo que es una contracción —dijo, pero se convirtió en una oleada que la dejó pasmada.

—Te has puesto pálida. Siéntate y no discutas conmigo.

Lottie, que era enfermera retirada, se levantó deprisa de la silla y fue hasta Maggie.

—¿Cuántas contracciones has tenido, querida?

—No sé. Creo que han ido y venido toda la tarde. —Exhaló un suspiro de alivio cuando pasó el dolor—. No es nada, de verdad. Me faltan dos semanas todavía, o algo parecido.

—El médico dijo que podía ser en cualquier momento a partir de ahora —le recordó Brianna.

—¿Qué sabe el médico?

—Es cierto, es cierto. —Lottie empezó a masajearle los hombros a Maggie—. ¿Te duele algo más, querida?

—La espalda, un poco —admitió Maggie—. Me ha estado enloqueciendo todo el día.

—Mmmm. Bien, respira tranquilamente y relájate. No, no le des más té, Brianna —dijo antes de que Brie pudiera servirlo—. Veremos poco a poco.

—No estoy de parto —aseguró Maggie, y levantó la cabeza un poco mareada ante la idea—. Es sólo el cordero que me he comido.

—Puede ser, sí. Brie, no le has servido té a tu joven amigo.

—Estoy bien. —Gray pasó la mirada de una mujer a otra tratando de decidir qué debía hacer. Irse, pensó, era la mejor opción para todos—. Creo que voy a seguir con mi trabajo.

—He disfrutado mucho de tus libros —le dijo Lottie alegremente—. He leído dos mientras hemos estado de vacaciones. Me pregunto cómo logras imaginarte historias así y ponerlas con todas esas palabras tan maravillosas. —Lottie siguió parloteando y mantuvo a Gray y a todos los demás distraídos hasta que Maggie contuvo el aliento—. Ya está, con sólo cuatro minutos de diferencia, diría yo. Respira, cariño, así, muy buena chica. Brie, creo que deberías llamar a Rogan ya, que se reúna con nosotros en el hospital.

—¡Ay! —Por un momento Brianna no pudo pensar y mucho menos moverse—. Debería llamar al médico.

—Eso estaría bien. —Lottie tomó la mano de Maggie y la sostuvo con fuerza mientras Brianna corría de un lado a otro—. No te preocupes, cariño. He ayudado a traer muchos bebés a este mundo. ¿Tienes una maleta preparada en casa, Maggie?

—Sí, en mi habitación. —Exhaló un suspiro cuando pasó la contracción. Qué extraño, pensó ya más tranquila—. Dentro del armario.

—Nuestro joven amigo irá a por ella, ¿verdad?

—Por supuesto —respondió Gray, contento de poder salir de la casa, lejos de la aterradora perspectiva de un alumbramiento—. Voy de inmediato.

—Tranquilo, Gray. —Con una nueva sensación de calma envolviéndola, Maggie logró reírse—. No voy a dar a luz sobre la mesa de la cocina.

—Bien —dijo, y le sonrió inciertamente y salió deprisa.

—Voy a traerte tu abrigo —le dijo Lottie a Maggie, y le lanzó a Maeve una mirada expresiva—. No te olvides de respirar constantemente.

—No. Gracias, Lottie. Estaré bien.

—Estás asustada. —Lottie se inclinó y le acarició una mejilla a Maggie con afecto—. Y es natural. Pero lo que te está pasando es igual de natural. Algo que sólo una mujer puede hacer, algo que sólo una mujer puede entender. El buen Señor sabe que si los hombres pudieran hacerlo, habría menos personas en el mundo.

La idea hizo que Maggie sonriera.

—Sólo estoy un poquito asustada. Pero no sólo por el dolor, sino por saber qué debo hacer después.

—Lo sabrás. Pronto vas a ser madre, Margaret Mary. Que Dios te bendiga.

Maggie cerró los ojos cuando Lottie salió de la cocina. Podía sentir los cambios dentro de su cuerpo, su magnitud. Se imaginó el cambio en su vida, el giro que iba a dar. Sí, pronto sería madre. Pronto iba a poder acunar entre sus brazos al bebé que ella y Rogan habían creado, en lugar de tenerlo dentro de su vientre. «Te amo —pensó—. Te juro que sólo te voy a demostrar amor».

El dolor empezó a embargarla de nuevo y un largo quejido emergió de su garganta. Apretó los ojos con más fuerza y se concentró en respirar. A través de la bruma del dolor sintió una mano cubriendo la suya. Al abrir los ojos vio el rostro de su madre frente a ella; tenía lágrimas en los ojos y, tal vez por primera vez en su vida, vio en su expresión una verdadera comprensión.

—Te deseo felicidad, Maggie —le dijo Maeve despacio—, con tu bebé.

Por lo menos durante un momento fue como si se hubiera tendido un puente entre la brecha que las separaba. Maggie volvió la mano y apretó la palma de su madre contra la suya.

Cuando Gray regresó a toda prisa, llevaba aferrada la maleta en una mano. Lottie estaba ayudando a Maggie a subirse al coche de Brianna y todos los huéspedes estaban fuera despidiéndolas con la mano.

—Gracias por darte prisa. —Brianna cogió la maleta y miró alrededor distraídamente—. Rogan va de camino al hospital Colgó antes de que pudiera despedirme. Y el médico me ha dicho que había que llevarla ya al hospital. Tengo que ir con ella.

—Por supuesto. Estará bien.

—Ya lo sé. —Brianna se mordió la uña del pulgar—. Tengo que irme, pero… los huéspedes.

—No te preocupes por nada aquí, yo me hago cargo.

—Pero no sabes cocinar…

—Los llevaré a cenar a un restaurante, a todos. No te preocupes, Brie.

—No. Qué tonta, es que estoy distraída. Lo siento, Gray.

—No lo sientas. —Ya calmado, tomó el rostro de Brianna entre sus manos—. Ni siquiera pienses en nada de eso ahora. Sólo ve y ayuda a tu hermana a dar a luz.

—Así lo haré. ¿Podrías por favor llamar a la señora O’Malley? Su teléfono está en mi libreta. Dile que venga. Ella se encargará de todo hasta que yo vuelva a casa. Y también llama a Murphy, que quería saber. Y…

—Brie, vete. Llamaré a todo el condado. —A pesar del público, le dio un beso rápido y fuerte en la boca—. Dile a Rogan que me mande un puro.

—Sí, está bien. Me voy —dijo, y se subió al coche deprisa.

Gray se quedó de pie fuera viéndolas alejarse, con Lottie y Maeve tras ellas.

Familias, pensó sacudiendo la cabeza y sintiendo un estremecimiento. Gracias a Dios él no tenía que preocuparse por eso.

Pero Gray se preocupaba por Brianna. Y más cuando la tarde se hizo noche. La señora O’Malley llegó a duras penas media hora después de que Gray la llamase para pedirle auxilio. Moviéndose entre sartenes y ollas, parloteó alegremente sobre la experiencia del parto hasta la saciedad. Gray se había retirado a su habitación.

Se sintió mejor cuando Murphy llegó y se tomaron un whisky para brindar por Maggie y el bebé. Pero a medida que el hotel se fue haciendo más y más silencioso y la hora más y más tardía, Gray no pudo ponerse a trabajar ni pudo dormirse dos actividades que siempre usaba como evasión.

Estar despierto le dio mucho tiempo para pensar. A pesar de que no quería pensar en la escena de la cocina, ésta se repetía en su cabeza una y otra vez. ¿En qué lío había metido a Brianna sólo por desearla y haber llevado a la práctica ese deseo? No había considerado su familia ni su religión. ¿Acaso Brianna creía lo mismo que su madre? Pensar en almas y la condenación eterna hizo que se sintiera incómodo. Todo lo eterno hacía que se sintiese incómodo. Y ciertamente la condenación era algo que encabezaba la lista.

¿O habría dicho Maggie lo que pensaba Brianna? Difícilmente eso era menos perturbador. Toda esa cháchara sobre el amor… Desde su punto de vista, el amor podía ser tan peligroso como la condenación, y él prefería no tener nada que ver con ninguna de las dos cosas en el plano personal.

¿Por qué las personas no podían hacer fáciles las cosas?, se preguntó mientras se dirigía a la habitación de Brianna. Las complicaciones eran parte inherente a la ficción, pero en la realidad la vida era mucho más fácil mirada día a día.

Pero tuvo que admitir que era estúpido, e increíblemente ingenuo, pretender que Brianna Concannon no era una complicación. ¿Acaso no había tenido ya que admitir que ella era única? Intranquilo, destapó una botellita que estaba sobre su tocador; olía a Brie.

Gray sólo quería estar con ella por ahora, se dijo a sí mismo. Ambos disfrutaban de su mutua compañía y se gustaban. En ese momento particular y en ese lugar particular, ambos se venían muy bien el uno al otro. Por supuesto, él podría desistir en cualquier momento. Por supuesto que podría. Con un ligero gruñido tapó de nuevo la botellita, pero el aroma se quedó con él.

Brianna no estaba enamorada de él. Tal vez pensaba que así era, porque él era su primer hombre. Era natural. Y tal vez sólo tal vez, él estaba un poco más involucrado con ella de lo que había estado con nadie más. Porque ella no se parecía a nadie más. Así que también era natural.

A pesar de todo, cuando su libro estuviera terminado ellos tendrían que llegar a su final también. Él seguiría moviéndose. Levantó la cabeza y se vio en el espejo. No había sorpresas allí, pensó. Era la misma cara. Si en el fondo de sus ojos se veía una vaga luz de pánico, escogió hacer caso omiso de ella.

Grayson Thane se miró de nuevo con atención. El hombre que había creado de la nada. Un hombre con quien se sentía cómodo. Un hombre, se dijo ahora, que iba por la vida como se le antojaba. Libre, sin equipaje, sin arrepentimientos.

Tenía recuerdos, claro, pero podía bloquear los poco placenteros. Había estado haciéndolo durante años. Un día, pensó, miraría atrás y recordaría a Brianna, y eso sería suficiente.

¿Por qué diablos no había llamado Brianna?

Se miró una vez más en el espejo, pero se dio la vuelta antes de poder ver algo que prefería evadir. No había necesidad de que ella llamara, se dijo, y empezó a curiosear los libros que estaban sobre la repisa. Al fin y al cabo era un asunto de Brianna, un asunto de familia, y él no tenía parte en él. No quería ser parte de él. Sólo tenía curiosidad, eso era todo, por saber cómo estaban Maggie y el bebé. Si estaba esperando despierto, era solo por satisfacer su curiosidad.

Sintiéndose mejor, escogió un libro y se acomodó en la cama de Brianna a leer.

Brianna encontró a Gray en su cama a las tres de la madrugada. Se asombró con una mezcla de alegría y fatiga al verlo dormido sobre las mantas con un libro abierto sobre el pecho. Se quedó mirándolo tontamente, lo sabía, pero era una noche para tonterías.

Se desvistió en silencio, dejó la ropa doblada sobre una silla y se puso el pijama. En el baño, se quitó el cansancio de la cara y al ver su expresión sonriente en el espejo, se rio.

Al regresar a la habitación, se inclinó para acariciar a Con, que estaba acurrucado sobre la alfombra a los pies de la cama. Suspirando, apagó la luz y se acostó sin quitar las mantas. De inmediato, Gray se dio la vuelta hacia ella y le pasó el brazo por encima y le olió el pelo.

—Brie —le dijo, somnoliento—, te he echado de menos.

—Ya estoy aquí. —Se volvió, acomodándose a su abrazo—. Ahora duerme.

—Es difícil dormir sin ti. Hay demasiados sueños antiguos sin ti.

—Sssss. —Lo acarició y empezó a quedarse dormida—. Ya estoy aquí.

Entonces Gray tomó conciencia total de repente, pestañeando, confundido.

—Brie —dijo, y se aclaró la garganta y se sentó—, ya has vuelto.

—Sí. Te has quedado dormido leyendo.

—Ah, sí. —Después de frotarse la cara con las manos, se volvió y la vio en la tenue luz. Entonces recordó—. ¿Maggie?

—Está bien. De hecho, está de maravilla. Ha sido tan hermoso, Gray… —Emocionada de nuevo, se sentó y se abrazó las piernas—. Empezó a maldecir a Rogan y a jurar todo tipo de horribles venganzas contra él. Él se quedó besándole las manos y diciéndole que respirara. Entonces Maggie se rio, le dijo que lo amaba y empezó a maldecirlo de nuevo. Nunca había visto a un hombre más nervioso, sobrecogido y amoroso, todo al mismo tiempo. —Suspiró; no se había dado cuenta de que las lágrimas le resbalaban por las mejillas—. Hubo mucha confusión y cháchara, discusiones, tal como uno esperaría. Y cada vez que trataron de sacarnos, Maggie amenazó con levantarse e irse con nosotros. «Mi familia se queda, o me iré con ella», dijo. Así que nos quedamos. Y fue tan… maravilloso.

Gray le secó las lágrimas.

—¿Vas a decirme qué ha sido?

—Un niño. —Brianna resopló—. El más guapo de todos los niños. Tiene el pelo negro, como el de Rogan. Se le riza sobre la cabecita como un halo. Y tiene los ojos de Maggie. Ahora los tiene azules, por supuesto, pero la forma es la de los de Maggie. Y empezó a manotear, como maldiciéndonos por traerlo a este lío, con los dedos apretados en pequeños puños. Le han puesto Liam. Liam Matthew Sweeney. Y me han dejado cogerlo. —Descansó la cabeza sobre el hombro de Gray—. Y me ha mirado.

—¿Vas a decirme que te sonrió?

—No —contestó, pero ella sonrió—. No, no me sonrió. Sólo me miró muy serio, como preguntándose qué iba a hacer con todo esto. Nunca había tenido en mis brazos una vida tan nueva. No se parece a nada, a nada en el mundo. —Volvió la cara hacia el cuello de Gray—. Hubiera querido que estuvieras allí.

Para su sorpresa, Gray se dio cuenta de que él también lo hubiera querido.

—Pero alguien tenía que quedarse cuidando el rancho. Tu señora O’Malley vino en un suspiro.

—Dios la bendiga. Mañana la llamo para darle las gracias y las buenas nuevas.

—No cocina tan bien como tú.

—¿No te lo parece? —Sonrió para sí misma, encantada—. Quisiera que no lo repitieras.

—Soy la diplomacia en persona. Bueno, entonces —le dijo dándole un beso en la sien— ha tenido un niño. ¿Cuánto ha pesado?

—Tres kilos y medio.

—Y la hora. ¿Te has fijado a qué hora ha nacido?

—Humm, creo que era la una y media.

—Mierda. Al parecer el alemán va a ganar la apuesta.

—¿Perdón?

—La apuesta. Teníamos una apuesta con respecto al bebé. Sexo, peso, hora del nacimiento. Estoy casi seguro de que el alemán, Krause, es el que más se ha acercado.

—¿Una apuesta? ¿Y de quién fue la idea?

Gray se pasó la lengua sobre los dientes.

—De Murphy. Al parecer quiere apostar por todo.

—¿Y cuál fue tu apuesta?

—Niña, tres kilos y trescientos gramos, justo a la medianoche. —Le dio otro beso—. ¿Dónde está mi puro?

—Rogan te ha mandado uno muy fino. Lo tengo en el bolso.

—Lo llevaré al pub mañana. Alguien va a estar obligado a pagar unas cuantas rondas.

—También puedes apostar por eso. —Brianna exhaló ligeramente y entrecruzó los dedos—. Grayson, con respecto a esta tarde… mi madre…

—No tienes que decirme nada al respecto. Entré en mal momento a la cocina, eso es todo.

—Eso no es todo, y es absurdo fingir que así es.

—Está bien. —Sabía que ella iba a insistir en hablar al respecto, pero no soportaba ver que se le bajara el ánimo—. No vamos a fingir nada, pero no pensemos en ello esta noche. Hablaremos sobre el tema después, todo lo que necesites. Esta noche es para celebraciones, ¿no te parece?

El alivio la entibió. Las emociones la habían tenido en una montaña rusa lo suficiente todo ese día.

—Sí, tienes razón.

—Apuesto a que no has comido.

—No, es cierto.

—Puedo traer un plato de pollo frío que ha sobrado de la cena. ¿Quieres? Podemos comer en la cama.