Capítulo 13

Un codo en las costillas sacó brumosamente a Brianna del sueño. Lo primero que vio esa mañana después de una noche de amor fue el suelo. Si Gray se acomodaba en otro milímetro más de cama, sencillamente ella se caería al suelo.

Le tomó sólo un par de segundos y un estremecimiento de frío en esa mañana helada darse cuenta de que no la estaba cubriendo ni una esquinita de sábana o manta. Por su parte, Gray estaba cómodamente envuelto a su lado, como una mariposa en su capullo.

Estaba atravesado en el colchón y dormía como un tronco. Brianna deseó haber podido pensar que la posición fetal de aquel hombre y su codo enterrándose cerca de sus riñones eran demostraciones de afecto, pero más bien le parecieron de avaricia. Intentó empujarlo y moverlo, pero él no se dio por enterado.

De modo que así era el asunto, pensó. Obviamente, Gray no estaba acostumbrado a compartir. Brianna se habría quedado a luchar por su parte, sólo por principios, pero el sol brillaba fuera y tenía cosas que hacer.

Sus esfuerzos para deslizarse de la cama silenciosamente para no despertarlo fueron innecesarios. En el momento en que sus pies tocaron el suelo, Gray gruñó y luego se dio la vuelta para acaparar el último extremo del colchón que no había invadido todavía.

Sin embargo, los vestigios del romance estaban por toda la habitación. Las velas se habían consumido en su propia cera durante la noche. La botella de champán estaba vacía dentro de la cubitera de plata y las flores perfumaban el aire. Las cortinas abiertas atrapaban rayos de sol en lugar de rayos de luna.

Gray había organizado todo perfectamente para ella, recordó. Había sabido cómo hacerlo perfecto.

Pero ese amanecer no estaba siendo como ella se lo había imaginado. Durante el sueño, Gray no parecía un chico inocente que soñaba, sino un hombre muy satisfecho consigo mismo. No había habido suaves caricias o murmullos de buenos días para darle la bienvenida a su primer día como amantes. Sólo un gruñido y un empellón para enviarla a hacer sus cosas.

Los muchos estados de ánimo de Grayson Thane, reflexionó Brianna. Tal vez podría escribir un libro sobre ese tema ella misma.

Divertida, recogió del suelo su pijama, se lo puso y se dirigió hacia abajo.

Pensó que le iría bien una taza de té para que la sangre fluyera por su cuerpo. Y dado que el tiempo parecía tan prometedor, podría lavar la ropa y tenderla para aprovechar el aire matutino. También se le ocurrió que a la casa le sentaría bien ser ventilada, de manera que empezó a abrir las ventanas a medida que avanzaba por ella. Cuando llegó a la de la sala, vio a Murphy inclinado bajo el capó del coche.

Lo observó un momento, sintiendo las emociones combatiendo en su interior. La furia luchaba contra la lealtad y el afecto que sentía por él, pero empezó a perder la batalla a medida que Brie salió de la casa y se acercó por el camino del jardín.

—No esperaba verte aquí —empezó diciéndole.

—Te dije que iba a echarle un vistazo… —replicó él, volviéndose a mirarla. Brie estaba de pie en el camino, en pijama con el pelo revuelto y descalza. A diferencia de Gray, a Murphy no se le calentó la sangre. Para él, ella era sencillamente Brianna. Se tomó un momento para adivinar en su expresión algún signo de ira o perdón y, al no encontrarlo, volvió al trabajo—. El arranque del motor está bastante mal —murmuró Murphy.

—Eso me han dicho.

—El motor está enfermo, como un caballo viejo. Puedo conseguir algunos repuestos y reparártelo, pero te va a costar bastante dinero.

—Si pudiera sobrevivir hasta el verano, hasta el otoño… —Brie caminó hacia Murphy mientras él maldecía entre dientes. Sencillamente no podía ser fría con él. Murphy había sido su amigo desde que tenía memoria. Y había sido por amistad, era consciente, por lo que él había hecho lo que había hecho—. Murphy, lo siento.

Entonces él se enderezó y se giró hacia ella; en sus ojos se adivinaba claramente todo lo que estaba sintiendo.

—Yo también. Nunca quise hacerte daño, Brie. Dios es testigo.

—Ya lo sé. —Se acercó y le pasó el brazo alrededor del torso—. No debí ser tan dura contigo, Murphy. Contigo no, contigo nunca.

—Admito que me asustaste. —La abrazó con fuerza—. Pasé toda la noche preocupado, temía que no pudieras perdonarme… y que no me hornearas más panecillos.

Brianna se rio, que era lo que Murphy esperaba que hiciera. Entonces sacudió la cabeza y le dio un beso debajo de la oreja.

—Estaba más furiosa al pensar en todo el asunto que realmente contigo. Yo sé que lo hiciste porque me quieres. Y también Maggie. —Sintiéndose segura con la cabeza apoyada en el hombro de Murphy, cerró los ojos—. Pero mi madre, Murphy, ¿por qué haría algo así?

—No lo sé, Brie.

—No me lo dirías, más bien —murmuró, y se apartó de él para mirarlo a la cara. Era un hombre tan atractivo, pensó, con un corazón tan bondadoso… No era correcto pedirle que condenara o defendiera a su madre. Le dieron ganas de verlo sonreír—. Dime, Murphy, ¿Rory te hizo mucho daño?

Murphy hizo un sonido de burla, puramente masculino, pensó Brianna.

—Lo que Rory tenía eran puños débiles sin una pizca de estilo. No me habría puesto una mano encima si no me hubiera atacado por sorpresa.

Brianna metió la lengua entre los dientes, de medio lado.

—Sí, estoy segura de que así habría sido. ¿Y le rompiste la nariz por mí, Murphy?

—Eso y más. La nariz le sangraba copiosamente cuando terminé con él, y había perdido uno o dos dientes.

—Eso fue muy heroico por tu parte —dijo, y le dio un beso ligero en cada mejilla—. Lamento que mi madre te usara de esa manera.

—Me alegra que fuera yo el que le plantara el puño en la cara —repuso él encogiéndose de hombros—, ésa es la verdad. Nunca me cayó bien ese bastardo.

—No —contestó ella suavemente—. Ni a ti ni a Maggie. Al parecer vosotros dos veíais algo que yo no podía ver. O yo veía algo que no existía.

—No te preocupes ya más por eso, Brie. Han pasado diez años. —Murphy iba a darle una palmadita en la espalda, pero se dio cuenta de que tenía las manos llenas de grasa—. Entra en casa o te ensuciarás. ¿Qué estás haciendo aquí fuera sin zapatos?

—Haciendo las paces contigo —respondió sonriendo, y entonces se volvió hacia la carretera, pues oyó que un coche se acercaba. Era Maggie. Brianna cruzó los brazos y frunció el ceño—. La has avisado, ¿no? —le murmuró a Murphy.

—Pensé que era lo más adecuado —afirmó, y a continuación pensó que sería mejor retroceder y alejarse de la línea de fuego.

—Bueno, se me ocurrió —empezó Maggie, que apareció por detrás de una aguileña, sin quitarle a Brianna los ojos de encima— que tal vez querrías hablar conmigo.

—Sí, así es. ¿No crees que tenía derecho a saber, Maggie?

—No era eso lo que me preocupaba, sino tú.

—Yo lo amaba. —El suspiro profundo que exhaló era en parte alivio de que el sentimiento perteneciera ya totalmente al pasado—. Y lo amé más tiempo del que lo habría hecho si hubiera sabido la verdad.

—Tal vez tengas razón, lo lamento por eso, pero no soportaba la idea de decírtelo. —Para incomodidad de los tres, a Maggie se le aguaron los ojos—. Sencillamente, no pude. Estabas tan dolida, tan triste y tan perdida… —Apretando los labios, luchó por no llorar—. No sabía qué era lo mejor.

—Fue decisión de ambos —añadió Murphy—. No queríamos que volvieras con él, Brie.

—¿Acaso creéis que habría querido seguir con él? —Una oleada de calor, y una aún más grande de orgullo, la recorrió por dentro. Sacudió la cabeza, echándose el pelo para atrás—. ¿Me tenéis en tan bajo concepto? Rory creyó lo que mamá le dijo. Por supuesto que no hubiera vuelto con él. —Exhaló atropelladamente y después respiró despacio otra vez—. Y estoy pensando que si yo hubiera estado en tus zapatos, Margaret Mary, probablemente habría hecho lo mismo. Te quiero lo suficiente como para haber hecho lo mismo. —Se frotó las manos les hizo un gesto de invitación—. Vamos dentro y os preparo té. ¿Ya has desayunado, Murphy?

—Nada que valga la pena mencionar.

—Te llamo cuando esté listo, entonces. —Tomó a Maggie de la mano y, cuando se dio la vuelta en dirección a la casa, vio a Gray de pie en la entrada. No hubo manera de detener la avalancha de color que le inundó la cara, una combinación de placer y bochorno que hizo que se le desbocara el pulso. Pero logró que la voz le sonara lo suficientemente estable y el saludo le saliera natural—. Buenos días, Grayson. Estoy a punto de empezar a preparar el desayuno.

Así que Brianna quería que parecieran fríos y normales, pensó Gray, y devolvió el saludo con un movimiento de cabeza.

—Veo que voy a tener compañía en la mesa esta mañana. Buenos días, Maggie.

Maggie lo estudió mientras caminaba con Brianna hacia la casa.

—Buenos días para ti también, Gray. Se te ve… descansado.

—Me viene bien el aire irlandés. —Se hizo a un lado para dejarlas pasar—. Voy a ver en qué anda Murphy. —Caminó hasta el coche y se detuvo junto al capó abierto—. ¿Cuál es el veredicto?

Murphy se recostó contra el coche y lo miró.

—Puede decirse que sigue fuera de servicio.

Entendiendo que ninguno de los dos estaba hablando de motores, Gray se metió los pulgares en los bolsillos delanteros del pantalón y se balanceó sobre los talones.

—¿Sigues estando pendiente de ella? No puedo culparte por ello, pero ten claro que yo no soy Rory.

—Nunca he pensado que lo seas. —Murphy se rascó la barbilla, pensando—. Nuestra Brie es una mujer fuerte, pero ¿sabes?, incluso las mujeres recias pueden sufrir cuando se las trata con descuido.

—No pretendo ser descuidado —dijo, y levantó una ceja—. ¿Estás pensando en darme una paliza, Murphy?

—Todavía no. —Sonrió—. Me caes bien, Grayson, así que espero que no me llamen para romperte los huesos.

—Eso va por los dos. —Satisfecho, Gray volvió la mirada hacia el motor—. ¿Vamos a darle a esta cosa un entierro decente?

Murphy suspiró larga y sentidamente.

—Ojalá pudiéramos.

En armonía, los dos hombres se inclinaron bajó el capó a ver qué se podía hacer.

En la cocina, Maggie esperó hasta que el café empezara a perfumar el ambiente y Con engullera alegremente su desayuno. Brianna se había vestido apresuradamente y, con el delantal en su sitio, estaba atareada cortando lonchas de beicon.

—Hoy me he levantado tarde —empezó a decir Brianna—, así que no tengo tiempo de preparar panecillos o bizcochos frescos, pero tengo bastante pan.

Maggie se sentó a la mesa, pues sabía que su hermana prefería que no la ayudaran a hacer sus cosas.

—¿Estás bien, Brianna?

—¿Por qué no habría de estarlo? ¿También vas a querer salchichas?

—Lo que sea. Brie… —Maggie se pasó una mano por el pelo—. Ha sido tu primera vez, ¿no? —Cuando Brianna dejó a un lado el cuchillo y no dijo nada, Maggie se levantó y fue hacia ella—. ¿Creíste que no me daría cuenta simplemente viéndoos juntos? Con esa manera que tiene de mirarte… —Con gesto ausente, se acarició la abultada barriga mientras caminaba de un lado a otro—. Y por el aspecto que tienes, también.

—¿Acaso llevo un letrero alrededor del cuello que dice «pecadora»? —le preguntó Brianna fríamente.

—Maldición, sabes que no es eso lo que he querido decir. —Exasperada, se paró frente a su hermana y se encaró con ella—. Cualquier persona con un poco de agudeza se habría dado cuenta de lo que hay entre vosotros. —Y su madre era aguda, pensó Maggie sombríamente. Maeve estaría de regreso en cuestión de días—. No quiero intervenir ni dar consejos que no me están pidiendo. Sólo quiero saber… Necesito saber que estás bien.

Entonces Brianna sonrió y dejó que se le relajaran los hombros.

—Estoy bien, Maggie. Gray fue muy bueno conmigo. Muy suave y gentil. Es un hombre amable y cordial.

Maggie tocó la mejilla de su hermana con un dedo y le pasó la mano por el pelo.

—Estás enamorada de él.

—Sí.

—¿Y él?

—Está acostumbrado a vivir por su cuenta, a ir y venir a su antojo, sin ninguna atadura.

—¿Y tú quieres cambiarlo? —le preguntó Maggie ladeando la cabeza.

—¿Crees que no puedo? —le respondió con un ligero refunfuño y entonces se dio la vuelta hacia el horno.

—Creo que Gray es un imbécil si no te ama. Pero cambiar a un hombre es como caminar sobre melaza: demasiado esfuerzo para avanzar muy poco.

—Pero la cuestión no es tanto cambiarlo como hacer que vea las opciones que tiene. Puedo construir un hogar para él, Maggie, si me deja. —Sacudió la cabeza—. Ay, pero es demasiado pronto para pensar tanto. Por ahora me ha hecho feliz, y eso es suficiente de momento.

Maggie deseó que así fuera.

—¿Qué vas a hacer con respecto a mamá?

—En lo que concierne a Gray, no voy a dejar que ella lo estropee. —A Brianna se le helaron los ojos cuando se volvió para poner unas patatas en cuadraditos dentro de la sartén cuanto a lo otro, no lo he decidido aún. Pero lo voy a manejar yo sola, Maggie. ¿Me entiendes?

—Por supuesto. —Pesada como estaba, entrando en su octavo mes de embarazo, decidió sentarse—. Ayer nos llamó el detective de Nueva York.

—¿En serio? ¿Ha encontrado a Amanda?

—Es un asunto más complicado de lo que pensamos. El detective ha encontrado a un hermano de Amanda, un policía retirado que vive en Nueva York.

—Puede ser un buen principio, ¿no es cierto? —Brianna empezó a batir la masa para hacer tortitas.

—Más bien un escollo, me temo. Al principio el hombre se negó incluso a admitir que tenía una hermana. Cuando el detective lo presionó, tenía una copia del certificado de nacimiento de Amanda y otros papeles, ese tal Dennis Dougherty le dijo que no había visto ni hablado con ella en más de veinticinco años. Que ella ya no era su hermana y etcétera porque se había metido en problemas y había tenido que huir de casa. Le dijo que ni sabía ni le importaba dónde estaba.

—Qué triste para él, ¿no? —murmuró Brianna—. ¿Y los padres de Amanda?

—Ambos murieron ya. La madre el año pasado. También tiene una hermana. Está casada y vive en la costa oeste del país. El detective habló con ella también, y aunque parecía más noble de corazón, tampoco fue de ninguna ayuda.

—Pero ella debe saber… —protestó Brianna—. Con seguridad debe saber cómo encontrar a su propia hermana.

—Ése no parece el caso. Por lo visto, hubo un revuelo familiar cuando Amanda contó que estaba embarazada y no quiso decir quién era el padre de la criatura. —Maggie hizo una usa y apretó los labios—. No sé si estaba protegiendo a papá, a ella misma o al bebé. Pero, según la hermana, se dijeron palabras amargas por ambos lados. Al parecer, son irlandeses muy tradicionales y cuando se vieron con una hija embarazaba y sin casarse, fue como si Amanda hubiera enfangado el nombre de la familia. Querían que se escondiera en algún lugar, tuviera el niño y lo diera en adopción. Al parecer, ella no estuvo de acuerdo, así que sencillamente se marchó. Si se puso en contacto con sus padres después, el hermano no lo sabe o no quiere decirlo, y la hermana tampoco.

—Así que no tenemos nada.

—Casi. El detective descubrió que cuando Amanda vino a Irlanda y conoció a papá, venía con una amiga, así que ahora está siguiendo su rastro.

—Entonces tendremos paciencia. —Brie puso en la mesa una tetera y frunció el ceño—. Estás pálida, Maggie.

—Sólo es que estoy cansada. Dormir ya no es tan fácil como solía serlo.

—¿Cuándo tienes la próxima cita con el médico?

—Esta misma tarde. —Maggie sonrió mientras se servía una taza de té.

—Yo te llevo. No creo que debas conducir.

—Pareces Rogan —le dijo con un suspiro—. Va a venir desde la galería para llevarme personalmente.

—Bien. Entonces te quedarás aquí conmigo hasta que venga a buscarte. —Más preocupada que complacida cuando Maggie no argumentó nada, Brianna fue a llamar a los hombres para servirles el desayuno.

Brianna pasó el día de bastante buen humor, mimando a Maggie y acomodando a una pareja de estadounidenses que ya se habían quedado en Blackthorn hacía un par de años. Gray se fue con Murphy en busca de algunos repuestos para el coche El cielo se mantuvo despejado y el aire, tibio. Después de despedir a Maggie y a Rogan, Brianna le dedicó una hora de jardinería a su pequeño sembrado de especias.

Ropa de cama recién lavada ondeaba al viento colgada de las cuerdas, se escuchaba música que salía por la ventana abierta, sus huéspedes disfrutaban de unos bizcochos en la sala y su perro dormitaba a su lado en un retazo de sol.

No habría podido ser más feliz.

Con levantó las orejas y ella misma alzó la cabeza cuando escuchó que dos coches se acercaban.

—Ése es el camión de Murphy —le dijo a Con, pero éste ya estaba de pie moviendo la cola—. No reconozco el otro. ¿Crees que será otro cliente?

Contenta ante la perspectiva, Brianna se puso de pie, se sacudió la tierra del delantal y caminó alrededor de la casa. Con corrió delante de ella, ladrando alegremente a modo de saludo.

Entonces vio a Murphy y a Gray, ambos luciendo una sonrisa tonta en la cara mientras el perro los saludaba como si hubieran pasado días en lugar de horas desde la última vez que los había visto. Su mirada se detuvo en el bien cuidado sedán azul de un modelo reciente que estaba aparcado delante del camión de Murphy.

—Pensaba que había oído dos coches —dijo, y miró alrededor con ansiedad—. ¿Ya han entrado?

—¿Quiénes? —preguntó Gray.

—Las personas que han venido en este coche. ¿Traen equipaje? Tendré que preparar más té.

—Yo he venido conduciendo este coche —le contestó Gray—. Aunque me encantaría tomarme un té.

—Eres un tipo valiente —dijo Murphy por lo bajo—. Yo no tengo tiempo para tomarme un té —añadió, dirigiéndose hacia el camión y preparándose para marcharse—. Mis vacas deben de estar buscándome —afirmó, y entornó los ojos hacia Gray, sacudió la cabeza y se subió al camión.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Brianna en voz alta viendo el camión de Murphy alejarse por la carretera—. ¿Qué os traéis entre manos y por qué has venido conduciendo tú este coche si ya tienes uno?

—Alguien tenía que hacerlo, y a Murphy no le gusta que nadie aparte de él conduzca su camión. ¿Qué te parece? —De una manera muy masculina, Gray pasó una mano a lo largo del parachoques delantero del automóvil tan amorosamente como lo habría hecho sobre un hombro suave y sedoso.

—Es muy bonito, supongo.

—Anda como los mejores. ¿Quieres ver el motor?

—No, no creo, pero gracias. —Frunció el ceño, mirándolo—. ¿Te has cansado del otro?

—¿Del otro qué?

—Coche. —Se rio y se echó el pelo hacia atrás—. ¿Qué estás tramando, Grayson?

—¿Por qué no te sientas dentro? Así podrás sentirlo. —Animado por la risa de Brianna, la tomó del brazo y la empujó hacia el asiento del conductor—. Tiene apenas treinta mil kilómetros. —Murphy le había advertido que llevarle un coche nuevo a Brianna sería tan absurdo como escupir al viento.

Dispuesta a darle gusto a Gray, Brianna se subió al coche y puso las manos sobre el volante.

—Está muy bien. Parece un coche.

—Pero ¿te gusta? —Apoyó los codos en el marco de la ventana y le sonrió.

—Es un buen coche, Gray, y estoy segura de que disfrutarás conduciéndolo.

—Es para ti.

—¿Para mí? ¿Qué quieres decir con que es para mí?

—Ese cacharro tuyo se ha ido al cielo de los chatarreros. Murphy y yo estábamos de acuerdo en que no tenía remedio, así que te he comprado éste.

Gray tuvo que saltar hacia atrás cuando Brianna abrió de un golpe la puerta y le pegó con el borde en la barbilla.

—Pues bien, puedes llevártelo por donde lo has traído —dijo con voz inquietantemente fría—. No estoy lista para comprar un coche nuevo y, cuando lo esté, yo tomaré la decisión.

—Tú no lo vas a comprar —le dijo Gray frotándose la dolorida barbilla—, yo voy a comprarlo. Mejor dicho, ya lo he comprado. —Se enderezó y se dispuso a razonar ante la frialdad de la joven—. Necesitas un medio de transporte fiable y te lo estoy dando. Así que deja de ser tan orgullosa.

—¿Te parezco orgullosa? Pues eres tú el que está siendo arrogante, Grayson Thane, al ir y comprarme un coche sin consultarme siquiera. No voy a permitir que se tomen tales decisiones sin mi consentimiento. Y no necesito que me cuiden como si fuera una niña.

Brianna quería gritar, y Gray podía ver que estaba luchando contra el impulso con cada respiración y que la furia creciente daba paso a una dignidad helada, lo que le daba ganas de sonreír. Pero, como era un hombre listo, su expresión permaneció seria.

—Es un regalo, Brianna.

—Un regalo es una caja de bombones.

—Una caja de bombones es un cliché —la corrigió, y entonces decidió volver a empezar—. Digamos, pues, que ésta es mi versión de la caja de bombones. —Se volvió y la apresó entre su cuerpo y el lateral del coche—. ¿Quieres que me angustie cada vez que conduces hasta el pueblo?

—No tienes por qué angustiarte.

—Por supuesto que sí. —Antes de que Brianna pudiera escapar, Gray la abrazó—. Te veo caminando tambaleándote por la carretera con nada más que el volante en la mano.

—Hay que culpar a tu imaginación por ello. —Giró la cabeza, pero Gray logró besarle en el cuello—. Detente. No vas a lograr salirte con la tuya de esta manera.

Él, sin embargo, pensó que sí.

—¿De verdad tienes cien libras para malgastar en una causa perdida, mi práctica Brianna? ¿Y de verdad quieres pedirle al pobre Murphy que venga a echarle un vistazo a esa cosa inútil todos los días sólo para que puedas conservar tu orgullo? —Brianna empezó a protestar, pero Gray le cubrió la boca con un beso—. Sabes que no —murmuró—. Es sólo un coche, Brianna, una cosa.

A Brie la cabeza le empezó a dar vueltas.

—Pero no puedo aceptar una cosa así. ¡Deja de besarme! Tengo huéspedes en la sala.

—He estado esperando todo el día para besarte. De hecho, he estado esperando todo el día para llevarte de nuevo a la cama. Hueles deliciosamente.

—Es romero, de mi semillero de especias. Déjame ya, que no puedo pensar.

—No pienses, simplemente bésame. Aunque sea sólo una vez.

Si la cabeza no le hubiera estado dando vueltas, habría tenido más cuidado. Pero los labios de Gray ya estaban sobre los de ella, que se empezaron a suavizar, a abrir. En señal de bienvenida.

Gray la tomó despacio, profundizando el beso lentamente, grado a grado, saboreando el calentamiento paulatino de ella, el suave perfume de las especias que se desprendía de sus manos, que se alzaron hacia la cara de él, y el cuerpo de ella cediendo al suyo, despacio, casi con renuencia.

—Tienes una boca tan maravillosa, Brianna. —Se la mordisqueó, complaciéndose—. Me pregunto cómo he conseguido mantenerme lejos de ella tanto tiempo.

—Estás tratando de distraerme.

—Te he distraído a ti, y a mí mismo también. —La alejó de sí tanto como largos eran sus brazos, sin quitarle las manos de los hombros; estaba maravillado de que un beso que él pretendía que fuera juguetón lo hubiera dejado con el corazón a toda máquina—. Olvidémonos de lo práctico y de todas las otras razones intelectuales que iba a usar para convencerte de que te quedaras con el maldito coche. Quiero hacer esto por ti, porque es importante para mí. Me haría muy feliz que te lo quedaras.

Brianna habría podido mantenerse firme contra lo práctico, habría podido hacer caso omiso de las razones intelectuales, pero ¿cómo podía negarse a esa suave petición o abstraerse de esa mirada seria?

—No es justo que apeles a mi corazón —murmuró.

—Ya lo sé —maldijo con impaciencia—. Por supuesto que lo sé. Debería alejarme de ti en este momento, Brianna. Hacer las maletas, marcharme y no volver —maldijo de nuevo mientras ella mantenía la mirada fija en sus ojos—. Seguramente llegará un momento en el que desearás que así hubiera sido.

—No, no será así. —Cruzó los brazos, asustada de que si lo tocaba, podría no querer soltarlo jamás—. ¿Por qué me has comprado este coche, Grayson?

—Porque lo necesitas —soltó, y después se tranquilizó un poco—. Porque necesitaba hacer algo por ti. No es gran cosa, Brie. El dinero no significa nada para mí.

—Sí, ya lo sé —respondió Brie arqueando una ceja—. Nadas en la abundancia, ¿no es cierto? ¿Acaso crees que me importa tu dinero, Grayson? ¿Crees que siento cariño por ti porque me puedes comprar coches nuevos?

Gray abrió la boca para contestar, pero tuvo que cerrarla de nuevo, ligeramente humillado.

—No, no lo creo. No creo que te importe lo más mínimo —contestó.

—Bien, entonces tenemos eso claro. —Gray estaba tan necesitado, pensó Brie, y ni siquiera lo sabía. El regalo había sido tanto para él como para ella. Y eso era algo que ella podía aceptar. Se dio la vuelta para echarle otra mirada al coche—. Es muy amable por tu parte lo que has hecho, y no te he dado las gracias correctamente, ni por pensarlo ni por hacerlo.

Gray se sintió extraño, como un niño que está a punto de ser perdonado por haber cometido alguna travesura descuidada.

—Entonces te vas a quedar con él…

—Sí. —Se giró hacia él y lo besó—. Y muchas gracias.

Gray sonrió ampliamente.

—Murphy me debe cinco libras.

—¿Habéis apostado sobre mí? —La diversión le tiñó la voz—. Es tan típico…

—Fue idea suya.

—Mmm. Déjame ver si mis huéspedes están contentos, después podemos ir a dar un paseo en mi coche nuevo.

Gray fue a buscarla esa noche, como ella esperaba que fuera, y de nuevo a la noche siguiente, mientras los clientes dormían pacíficamente en el piso de arriba. Tenía el hotel lleno, que era como más le gustaba. Cuando se sentó esa noche con su libro de cuentas, lo hizo con el corazón contento. Estaba a punto de poder comprar los materiales para construir el invernadero.

Gray la encontró sentada tras su pequeño escritorio, envuelta en su bata, con los ojos ensoñadores y tamborileando con un bolígrafo sobre sus labios.

—¿Estás pensando en mí? —le murmuró al oído, y le besó el cuello.

—En realidad, estaba pensando en la exposición al sol y el vidrio tratado.

—Voy después de un invernadero… —Estaba subiendo por la mandíbula de ella cuando sus ojos entrevieron la carta que Brie tenía abierta sobre el escritorio—. ¿Qué es eso? ¿La respuesta de la compañía minera?

—Sí, finalmente. Han organizado su contabilidad. Nos van a dar mil libras cuando devolvamos el certificado de las acciones.

—¿Mil? —Se enderezó frunciendo el ceño—. ¿Por diez mil acciones? No parece correcto.

Brianna sólo sonrió y se levantó de la silla para ir a peinarse. Por lo general era un ritual que Gray disfrutaba, pero esa vez se quedó de pie con la mirada fija en los papeles que había sobre el escritorio.

—No conociste a mi padre —le dijo—. Ya es mucho que, nos vayan a dar algo de dinero; es mucho más de lo que esperaba. De hecho, es una fortuna. Usualmente, sus proyectos costaban mucho más que lo que producían.

—Un décimo de libra por cada acción. —Levantó la carta—. ¿Cuánto dicen que tu padre pagó por las acciones?

—La mitad de eso, como puedes ver. No recuerdo nada que él haya hecho que haya producido tanto. Ahora sólo tengo que pedirle a Rogan que les mande el certificado.

—No lo hagas.

—¿No? —Hizo una pausa y se quedó con el cepillo en la mano—. ¿Por qué no?

—¿Rogan ha verificado qué tipo de compañía es?

—No. Ya tiene suficiente en qué pensar con Maggie y la apertura de la galería la semana que viene. Sólo le pedí que me guardara el certificado.

—Déjame llamar a mi corredor de bolsa. Mira, seguro no viene mal saber un poco más sobre esta empresa, tener algo de información. Unos pocos días de retraso no afectarán en nada a tu respuesta, ¿verdad?

—No, pero parece demasiado lío para ti.

—En absoluto. Sólo tengo que hacer una llamada. Y a mi corredor le encanta que le metan en líos. —Puso la carta sobre el escritorio de nuevo, se dirigió hacia ella y le quitó el cepillo de la mano—. Déjame hacerlo. —La volvió para que se mirara en el espejo y empezó a peinarla—. Eres como un cuadro de Tiziano —murmuró—. Todas esas sombras dentro de las sombras…

Brianna se quedó sentada muy quietecita mirándolo mientras la peinaba. Le impresionó darse cuenta de lo íntima que parecía esa escena, lo excitante que era dejar que él la peinara, ver sus dedos meterse entre su pelo después de pasar el cepillo. Mucho más de lo que le hormigueaba el cuero cabelludo. Entonces los ojos de él se fijaron en los de ella en el espejo. El deseo la aguijoneó cuando vio la llamarada de necesidad en la mirada de Gray.

—No, todavía no —le dijo, y la mantuvo sentada en su sitio cuando ella empezó a volverse hacia él. Puso el cepillo a un lado y le quitó el pelo de la cara—. Mira —murmuró, y bajó los dedos hacia el cinturón de su bata—. ¿Te has preguntado qué aspecto tenemos cuando estamos juntos? —La idea era tan impactante, tan emocionante, que Brianna no pudo hablar. Los ojos de Gray se mantuvieron fijos en los de ella a medida que abría la bata y la echó a un lado—. Yo me lo imagino. A veces la imagen no me deja trabajar, pero es difícil que me importe.

Sus manos subieron lentamente sobre los senos de Brianna haciéndola estremecerse antes de empezar a desabotonar el pijama de cuello alto. Impotente y sin poder hablar, observó las manos de él moverse sobre su cuerpo, sintió el calor irradiándose debajo de su piel, sobre su piel. Parecía que sus piernas se desvanecían sin dejarle otra opción que recostarse hacia atrás contra él. Como en un sueño, vio cómo le iba quitando el pijama desde los hombros y presionaba sus labios sobre la piel desnuda. Sintió una sacudida de placer, un destello de calor. Respiró con un ligero ronroneo de aceptación cuando Gray le lamió con la punta de la lengua la curva del cuello.

Era tan sorprendente ver al mismo tiempo que sentía. Abrió los ojos de par en par cuando Gray le sacó el pijama por la cabeza. No protestó. No pudo. Miró con asombro a la mujer en el espejo. A ella misma, pensó confusamente. Era a ella misma a quien observaba, pues podía sentir ese ligero y devastador contacto de las manos de él al ahuecarlas para acoger sus senos.

—Tan pálida… —dijo Gray con voz grave—. Como marfil cubierto de pétalos de rosas. —Con los ojos oscurecidos e intensos, le acarició los pezones con los pulgares y entonces la sintió estremecerse, la escuchó gemir.

Era hermoso y erótico ver su cuerpo curvarse hacia atrás, sentir el peso de ella ceder suavemente contra él mientras se apoderaba de ella el placer. Gray bajó la mano a través de su torso, sintiendo cada músculo temblar bajo su palma. El perfume del pelo de Brianna invadió sus sentidos, la suavidad de esas largas extremidades blancas y la visión de ellas estremeciéndose en el espejo.

Gray quería dar, darle como nunca antes había deseado darle a nadie. Quería calmar y excitar, proteger y encender. Y ella, pensó él presionando sus labios contra su garganta de nuevo, era tan perfecta, tan increíblemente generosa…

Sólo un contacto, pensó Gray, sólo se requería el contacto de su mano para derretir toda esa fría dignidad y esas maneras sosegadas.

—Brianna. —El aire se le atragantaba en los pulmones, pero se mantuvo impasible hasta que ella levantó la mirada nublada hasta el reflejo de la de él—. Mira lo que pasa cuando te llevo al clímax.

Brie empezó a hablar, pero la mano de Gray se deslizó hacia abajo suavemente, acogiéndola y tocándola donde ya estaba tibia y húmeda. A ella casi se le atragantó el nombre de él, medio enfadada, medio escéptica. Gray la frotó suavemente al principio, persuasivamente. Tenía los ojos en fiera concentración.

Era sorprendente, impresionante ver la mano de Gray poseerla allí y sentir esas largas y lentas caricias que evocaban un tirón en respuesta desde su centro. Sus propios ojos le mostraron que se estaba moviendo hacia él ahora, dispuesta, ansiosa, casi suplicante. Brianna olvidó y abandonó cualquier pensamiento de pudor al levantar los brazos y entrelazarlos tras la nuca de Gray; sus caderas respondían a su ritmo creciente.

Y a Brianna la atravesó una dulce lanza de placer. Su cuerpo todavía estaba estremeciéndose cuando Gray la levantó y la llevó hasta la cama para mostrarle más.