Capítulo 11

La cadena que aquella historia había echado alrededor del cuello de Gray lo mantuvo presa de su escritorio durante días. De vez en cuando, la curiosidad le vencía y abría la puerta de cuando en cuando a medida que los huéspedes iban y venían del hotel.

La había tenido sólo para él durante tantas semanas que pensó que el ruido y la conversación lo molestarían. Pero, por el contrario, fue acogedor, como el mismo hotel, y colorido, como las flores que estaban empezando a retoñar en el jardín de Brianna, brillante como esos primeros días preciosos de la primavera.

Cuando no salía de la habitación, siempre encontraba delante de su puerta una bandeja con comida. Y cuando lo hacía, cenaba y tenía nueva compañía en la sala. La mayoría de la gente que llegaba se quedaba sólo una noche, lo que le venía bien a Gray, que siempre había preferido el contacto rápido y poco complicado.

Pero una tarde bajó, con el estómago rugiéndole, y encontró a Brianna en el jardín delantero.

—¿Estamos solos?

Brianna lo miró por debajo del ala de su sombrero de jardinera.

—Durante uno o dos días. ¿Tienes hambre?

—Puedo esperar hasta que termines. ¿Qué estás haciendo?

—Estoy sembrando. Quiero unos pensamientos aquí. Siempre son arrogantes y engreídos. —Se sentó sobre las piernas—. ¿Has oído al cuco cantar, Grayson?

—¿Un reloj?

—No —dijo ella riéndose, y acomodó con ternura tierra alrededor de las raíces—. He oído al cuco cantar cuando he salido a andar con Concobar temprano esta mañana, lo que augura buen clima. Y después he visto dos urracas parloteando, lo que significa que habrá prosperidad —añadió, y se inclinó y continuó su trabajo—, así que tal vez otro huésped encuentre el camino hasta aquí.

—Superstición, Brianna. Me sorprendes.

—No veo por qué. Ah, está sonando el teléfono. Una reserva.

—Yo contesto. —Como Gray ya estaba de pie, le ganó a Brianna en llegar primero al teléfono de la sala—. Hotel Blackthorn, buenos días. ¿Arlene? Sí, soy yo. ¿Cómo estás, preciosa?

Frunciendo ligeramente los labios, Brianna se quedó en la entrada limpiándose las manos con un trapo que tenía metido en la cintura del pantalón.

—En cualquier lugar en donde pueda colgar mi sombrero —le dijo Gray a Arlene en respuesta a su pregunta de si se estaba sintiendo como en casa en Irlanda. Cuando vio que Brianna iba a salir de la habitación, le extendió una mano en gesto de invitación—. ¿Cómo va todo en Nueva York? —Vio a Brianna dudar, pero luego dio un paso adelante. Al acercarse a él, Gray entrelazó sus dedos con los de ella y empezó a darle besitos en los nudillos—. No, no me he olvidado, aunque no lo he pensado mucho tampoco. Sí, los ánimos me incitan, cariño —aunque Brianna frunció el ceño y tiró de la mano, él la mantuvo agarrada firmemente, sonriendo—. Me alegra escuchar eso. ¿Cuál es la oferta? —Hizo una pausa, mientras escuchaba y seguía sonriendo a Brianna—. Es muy generoso, Arlene, pero sabes lo que pienso sobre los compromisos a largo plazo Los prefiero de uno en uno, como siempre. —Mientras escuchaba lo que le decía Arlene al otro lado de la línea, hacía ligeros sonidos de aceptación e interés, al tiempo que le mordisqueaba a Brianna la muñeca. No le hacía mal a su ego sentir el pulso desbocado de ella—. Suena más que bien. Dales largas a los ingleses un poco más, si ves que puedes. No, no he leído el London Times… ¿En serio? Bien, pues es bastante útil, ¿no es cierto? No, no estoy siendo un sabiondo. Es maravilloso, gracias. Yo… ¿Qué? ¿Un fax? ¿Aquí? —Se rio por lo bajo, se inclinó hacia delante y le dio un beso rápido y amistoso en la boca a Brianna—. Que Dios te bendiga, Arlene. No, mándalo por correo postal. Mi ego puede esperar. Te avisaré tan pronto llegue, preciosa. Sí, estaré en contacto.

Se despidió y colgó con la mano de Brianna todavía entre la suya. Cuando Brie habló, la frialdad de su voz bajó diez grados la temperatura de la habitación.

—¿No crees que es grosero coquetear con una mujer por teléfono cuando estás dándole besos a otra?

La ya complacida expresión de Gray se iluminó aún más.

—¿Celosa, querida?

—Por supuesto que no.

—Sólo un poco. —Tomó su otra mano antes de que pudiera escaparse y se las llevó a la boca—. Bueno, al menos es un progreso. Casi odio decirte que Arlene es mi muy casada agente, que, aunque ocupa un lugar importante en mi corazón y en mi chequera, es veinte años mayor que yo y la orgullosa abuela de tres niños.

—Ah… —Brianna odiaba sentirse tonta tanto como odiaba sentirse celosa—. Supongo que ahora sí quieres comer, ¿no?

—Por una vez, en lo último en lo que estoy pensando es en comida. —Estaba claro en sus ojos en qué estaba pensando, de modo que la atrajo hacia sí—. Estás preciosa con ese sombrero.

Brianna ladeó la cabeza justo a tiempo de esquivar la boca de Gray. Sus labios apenas acariciaron la mejilla de ella.

—¿Entonces son buenas noticias? ¿El motivo de la llamada?

—Muy buenas. A mi editor le han gustado los capítulos de muestra que le mandé hace un par de semanas y ha hecho una oferta.

—Qué bien. —A Brianna le pareció que Gray debía de tener bastante hambre por la manera en que le estaba mordisqueando la oreja—. Supongo que vendes tus libros antes de escribirlos, como un contrato.

—No hago contratos múltiples. Me hacen sentir enjaulado. —Tanto, que acababa de rechazar una oferta espectacular por tres novelas—. Negociamos un libro cada vez. Y con Arlene jugando en mi equipo, todo funciona muy bien.

Una extraña calidez estaba propagándose por el cuerpo de Brianna mientras los labios de Gray descendían lentamente por su cuello.

—Me dijiste cinco millones. A mí me cuesta trabajo imaginarme tanto dinero.

—No esta vez —dijo, y pasó a su mandíbula—. Arlene ha logrado negociarlo por seis y medio.

Impresionada, Brianna retrocedió.

—¿Millones? ¿De dólares americanos?

—Parece dinero del Monopoly, ¿verdad? —Se rio—. Arlene no está conforme con la oferta de los ingleses, y puesto que mi último libro está estable en el número uno de la lista del London Times, los está presionando un poco. —Con aire ausente, la tomó de la cintura y presionó sus labios contra las cejas de ella, en la sien—. Punto de apoyo se estrena el próximo mes en Nueva York.

—¿Se estrena?

—Mmmm. La película. Arlene pensó que tal vez yo querría ir al estreno.

—De tu propia película. Pues deberías.

—El debería no existe, además parece una noticia trasnochada. Ahora estoy en Escenas del pasado.

Los labios de Gray se detuvieron a juguetear con las comisuras de los labios de Brianna. A ella le resultaba difícil respirar.

—¿Escenas del pasado?

—El libro en el que estoy trabajando ahora. Es lo único que importa. —Entrecerró los ojos, su mirada se perdió—. Él tiene que encontrar el libro. Mierda, ¿cómo se me ha podido pasar eso? Es el punto central. —Gray se separó de Brianna y se pasó una mano por el pelo—. Una vez que lo encuentre, no tendrá opción, ¿no es cierto? Eso es lo que lo hace personal.

Cada terminación nerviosa del cuerpo de Brianna estaba vibrando debido a la huella de los labios de Gray.

—¿De qué estás hablando? ¿De qué libro?

—El diario de Delia, que es lo que une pasado y presente. Él no va a poder zafarse una vez que lo haya leído. Va a tener que… —Sacudió la cabeza, como un hombre saliendo, o entrando, de un trance—. Necesito ponerme a trabajar.

Gray estaba a mitad de las escaleras y a Brianna el corazón todavía le retumbaba dentro del pecho.

—¿Grayson?

—¿Qué?

Brie notó, entre irritada y divertida, que Gray ya estaba inmerso en su propio mundo. Tenía en los ojos esa chispa de impaciencia y Brie dudó de que la viera siquiera.

—¿No quieres comer?

—Déjame una bandeja en la puerta cuando puedas. Gracias —añadió, y terminó de subir deprisa.

Bien. Pues Brianna se llevó las manos a las caderas y logró reírse. Aquel hombre la había seducido completamente y ni siquiera se había dado cuenta. Se había ido con Delia y su diario, con sus asesinatos y sus mutilaciones, y la había dejado con el cuerpo quejándose como un reloj averiado.

Pero así era mejor, se aseguró. Todos esos besos y mordiscos la habían debilitado. Y era absurdo, ¿no es cierto?, dejarse debilitar por un hombre que se iría de su casa y de su país tan despreocupadamente como se había ido de la sala.

Pero, ah, pensó mientras caminaba hacia la cocina, la hacía preguntarse cómo sería. Cómo sería tener toda esa energía, toda esa atención, toda esa habilidad concentradas sólo en ella, aunque fuera por un período corto de tiempo. Aunque fuera sólo por una noche. Entonces sabría lo que es darle placer a un hombre. Y recibir el placer de un hombre. La soledad podría ser amarga después, pero el momento podría ser dulce.

Podría. Demasiados «podría», se advirtió a sí misma, y le preparó a Gray una bandeja con una generosa porción de cordero frío y croquetas de queso. La subió y la dejó dentro de la habitación, sin hablar. Gray no se percató de su presencia, ni ella esperaba que lo hiciera. No cuando estaba volcado sobre su pequeño ordenador, con los ojos entrecerrados fijos en la pantalla y los dedos galopando sobre las teclas. Ni siquiera gruñó cuando Brie sirvió el té y le dejó la taza sobre el escritorio.

Cuando Brie se sorprendió a sí misma sonriendo y con la urgencia de acariciar el sedoso pelo de puntas doradas de Gray, decidió que era buen momento de caminar hasta casa de Murphy para pedirle que le arreglara el coche.

El ejercicio la ayudó a aliviar los últimos vestigios inquietos de necesidad. Ésa era su época favorita del año, la primavera, cuando los pájaros trinaban, las plantas florecían y las colinas resplandecían de verde, tanto que uno tenía que admirarlas.

La luz estaba dorada y el aire tan claro que Brianna podía escuchar el ronroneo del tractor de Murphy dos campos más allá. Encantada con el día, balanceó la cesta que llevaba en la mano y empezó a cantar para sí misma. Salvó un pequeño muro de piedra y sonrió al ver a un potro de patas temblorosas que lactaba ávidamente de su madre mientras ésta pacía con tranquilidad. Se detuvo un instante a admirar a la madre y a la cría y después continuó su camino.

Tal vez después de ver a Murphy fuese a casa de Maggie, pensó. Ya sólo quedaban unas semanas para que su sobrino naciera. Alguien necesitaba cuidar del jardín de Maggie y lavarle la ropa. Entonces vio a Con galopar por el campo en su dirección. Riéndose, se detuvo y se agachó a saludarlo.

—¿Qué has estado haciendo? ¿Sembrando? ¿O sólo cazando conejos? No, no es para ti —le dijo levantando la cesta antes de que el perro metiera la nariz dentro—. Pero hay un buen hueso esperándote en casa. —Al escuchar el saludo de Murphy, se enderezó y levantó una mano para saludarlo.

Murphy apagó el tractor y salió de un salto mientras ella andaba hacia él a través de la tierra recién removida.

—Buen día para sembrar.

—El mejor —estuvo de acuerdo Murphy, y miró de reojo la cesta—. ¿Qué tienes ahí, Brie?

—Un soborno.

—Bah, estoy hecho de la materia más fuerte.

—Bizcocho esponjoso.

Murphy cerró los ojos y suspiró exageradamente.

—Soy tu hombre.

—Claro que lo eres —dijo ella, pero mantuvo la cesta tentadoramente fuera del alcance de Murphy—. Se trata nuevamente de mi coche.

—Brianna, cielo —empezó Murphy mirándola con dolor es hora de celebrar su funeral. Su tiempo ha pasado.

—¿No podrías echarle un vistazo?

La miró y después miró la cesta.

—¿Me vas a dar todo el bizcocho?

—Cada migaja.

—Hecho. —Tomó la cesta y la puso sobre el asiento del tractor—. Pero te lo advierto: necesitarás comprar un coche nuevo antes de que llegue el verano.

—Si no queda otro remedio, lo haré. Pero tengo el corazón puesto en mi invernadero, así que necesito que el coche aguante un poco más. ¿Tuviste tiempo de ver los dibujos que hice del invernadero, Murphy?

—Sí, y puede hacerse. —Aprovechando una pausa, sacó un cigarrillo y lo prendió—. Sólo les hice un par de ajustes.

—Eres un hombre encantador, Murphy —replicó Brie, y, sonriendo, le dio un beso en la mejilla.

—Eso me dicen todas las mujeres. —Se tiró de un mechón rizado que le caía sobre la cara—. ¿Y qué pensaría tu yanqui si pasara por aquí y te viera coqueteando conmigo en mi propia tierra?

—No es mi yanqui. —Brianna se cambió de lugar cuando Murphy levantó una ceja—. Te cae bien, ¿no?

—Es difícil que no le caiga bien a uno. ¿Te está preocupando, Brianna?

—Tal vez un poco —suspiró, y cedió. No había nada en su mente y en su corazón que no pudiera decirle a Murphy—. De hecho, mucho. Me gusta mucho y no sé exactamente qué hacer al respecto. Le tengo mucho afecto, tanto que no te lo imaginas. Y es tan diferente de lo que sentía con Rory…

Con la sola mención del nombre, Murphy frunció el ceño y bajó la mirada hacia la punta encendida de su cigarrillo.

—Rory no se merece ni uno solo de tus pensamientos.

—No desperdicio tiempo pensando en él, pero ahora, con Gray, me acuerdo. Verás, Murphy… él se va a ir… como se fue Rory. —Desvió la mirada. Podía decirlo, pero no toleraba la compasión en los ojos de Murphy al hacerlo—. Trato de entenderlo, de aceptarlo. Me digo que sería más fácil si por lo menos supiera por qué. Me falta eso…

—No te falta nada, Brie —dijo Murphy de golpe—. Olvídalo.

—Lo he hecho. Lo hice… o casi. Pero yo… —Sintiéndose abrumada, se dio la vuelta para mirar hacia las colinas—. ¿Qué es lo que tengo, o no tengo, que aleja a un hombre? ¿Le pido demasiado o no lo suficiente? ¿Acaso proyecto algún tipo de frialdad que los espanta?

—No hay nada frío en ti. Deja de culparte por la crueldad de otra persona.

—Es que sólo me tengo a mí misma para preguntarme. Han pasado diez años. Y ésta es la primera vez en todo este tiempo que siento algo por alguien. Me asusta porque no sé cómo podré superar otra desilusión. Gray no es Rory, lo sé, sin embargo…

—No, no es Rory. —Furioso de verla tan perdida, tan triste, tiró el cigarrillo lejos—. Rory es un idiota que no pudo ver lo que tenía y prefirió creer cualquier mentira que le dijeron. Deberías dar gracias a Dios de que se marchase.

—¿Qué mentira?

El fuego que ardía en los ojos de Murphy se enfrió.

—La que fuese. Bueno, tengo que ponerme a trabajar, Brie. Mañana paso a ver tu coche.

—¿Qué mentira? —insistió, poniéndole una mano sobre el brazo. Tenía un ligero pitido en los oídos, un puño apretado en el estómago—. ¿Qué sabes al respecto, Murphy, que no me has contado?

—¿Qué podría saber? Rory y yo nunca fuimos amigos.

—No, no lo fuisteis —dijo ella despacio—. A él nunca le caíste bien. Tenía celos de ti porque tú y yo somos amigos. Nunca entendió que tú eres como un hermano para mí. Nunca pudo verlo —continuó, mirando a Murphy con cautela—. Y una o dos veces discutimos debido a ello, porque Rory decía que yo era muy ligera de besos cuando se trataba de ti.

Algo se adivinó en la cara de Murphy antes de que pudiera evitarlo.

—Pues bien, ¿no te he dicho que era un imbécil?

—¿Le dijiste algo sobre eso? ¿Él te dijo algo? —Brianna aguardó. El frío que le estaba creciendo dentro del cuerpo la desbordó—. Vas a decírmelo, por Dios que tienes que hacerlo. Tengo derecho. Lloré como una loca por él, sufrí viendo cómo todos me compadecían. Vi a tu hermana casarse con el vestido que cosí con mis propias manos para mí. Durante diez años he sentido un enorme vacío por dentro.

—Brianna…

—Vas a decírmelo. —Decidida, inquebrantable, lo miró directamente a los ojos—. Sé que tienes la respuesta. Si eres mi amigo, dímelo.

—No es justo.

—¿Acaso ha sido justo dudar de mí todos estos años?

—No quiero hacerte daño, Brianna. —Suavemente, le acarició una mejilla—. Antes me cortaría un brazo.

—Me haría menos daño saber.

—Tal vez. Tal vez. —No podía saberlo. Nunca había podido saberlo—. Maggie y yo pensamos…

—¿Maggie? —lo interrumpió sorprendida—. ¿Maggie también lo sabe?

Ay, estaba metido hasta el cuello, pensó Murphy, y no había marcha atrás sin hundirlos a todos.

—El amor que te tiene tu hermana es tan fiero, Brianna… Haría cualquier cosa por protegerte.

—Te digo lo que ya le he dicho a ella miles de veces: no necesito que me protejan. Ahora cuéntame lo que sabes.

Diez años, pensó, era demasiado tiempo para guardar un secreto para un hombre honesto. Diez años era, también, demasiado tiempo de culpar para una mujer inocente.

—Un día vino a buscarme; yo estaba aquí fuera, trabajando en el campo. Apareció de la nada, me pareció a mí, y me atacó. Y, como a mí tampoco me caía bien él, fui a su encuentro. No fui muy vehemente, hasta que dijo lo que dijo: que tú… habías estado conmigo. —Todavía se sentía avergonzado, y bajo la vergüenza, descubrió, seguía yaciendo la rabia aguda que no se había apaciguado con el tiempo—. Dijo que nos habíamos burlado de él a sus espaldas y que no iba a casarse con una puta. Le rompí la nariz por eso —dijo con fiereza. Al recordarlo, apretó los puños—. No lo lamento. Habría podido romperle los huesos también, pero me dijo que había sido tu propia madre quien se lo había dicho. Le dijo que habías estado acostándote conmigo a escondidas y que era probable que llevaras un hijo mío en tu vientre.

Brianna se puso tan pálida como la muerte y el corazón le crujió.

—¿Mi madre le dijo eso?

—Le dijo que su conciencia no le permitía dejar que se casara contigo en la iglesia sabiendo que habías pecado conmigo.

—Ella sabía que no era cierto —susurró Brie—. Ella sabía que tú y yo no habíamos hecho nada.

—Sus razones para creerlo o decirlo sólo son de su incumbencia. Maggie llegó cuando me estaba limpiando y le conté todo antes de pensarlo mejor. Al principio pensé que iría a darle una paliza a Maeve con sus propios puños y tuve que detenerla hasta que se calmó un poco. Hablamos y Maggie dijo que Maeve lo había hecho para que no te fueras de casa.

Ah sí, pensó Brianna. Una casa que nunca había sido un hogar.

—Para que la atendiera y cuidara de la casa y de mi padre.

—No sabíamos qué hacer, Brianna. Te juro que yo mismo te habría arrastrado del altar con mis propias manos si hubieras seguido adelante con la idea de casarte con ese gusano. Pero se fue al día siguiente, y estabas tan dolida… No tuve el valor ni Maggie tampoco, de decirte lo que el muy cerdo había dicho.

—No tuviste el valor —repitió ella, apretando los labios. Lo que no teníais, Murphy, ni tú ni Maggie, era derecho a ocultarme la verdad. No teníais derecho, igual que mi madre no tenía derecho a decir semejantes cosas.

—Brianna…

Ella retrocedió antes de que Murphy pudiera tocarla.

—No, déjame. No puedo hablar contigo en este momento. No puedo —dijo, y se dio media vuelta y corrió.

No lloró. Tenía las lágrimas congeladas en la garganta y rehusó dejarlas derretirse. Corrió a través de los campos, sin ver nada, nada más que la bruma de lo que había sido. O de lo que casi había sido. Toda su inocencia quedó hecha trizas. Todas sus ilusiones se pulverizaron. Toda su vida era un montón de mentiras. Había sido concebida en una mentira, había sido criada en una mentira, la habían alimentado en una mentira.

Cuando llegó a su casa, estaba sollozando. Se detuvo y apretó las manos tan fuerte como pudo, hasta que las uñas se le enterraron en la carne. Los pájaros todavía estaban trinando y las flores que ella misma había sembrado continuaban bailando al viento, pero ya no la conmovieron. Se vio a sí misma como había ocurrido hacía tanto tiempo, sorprendida y horrorizada cuando la mano de Rory la había empujado haciéndola caer. Todos esos años después, todavía podía visualizar la escena perfectamente, el desconcierto que había sentido al levantar la cabeza para mirarlo, la rabia y el disgusto en la cara de él antes de darse la vuelta y dejarla allí tirada…

La habían tachado de puta, ¿no es cierto? Su propia madre. El hombre que amaba. Qué broma tan divertida, puesto que no sabía lo que era tener el peso de un hombre encima.

Abrió la puerta sin hacer ruido y la cerró tras de sí. De modo que su destino había sido decidido por su madre esa mañana de hacía tanto tiempo. Pues bien, ahora, ese mismo día, ella iba a tomar las riendas de su destino en sus propias manos.

Resuelta, subió las escaleras, abrió la puerta de la habitación de Gray y la cerró después de entrar.

—¿Grayson?

—¿Sí?

—¿Me deseas?

—Pues claro. Más tarde. —Volvió en sí, la miró sólo enfocando a medias—. ¿Qué? ¿Qué me has dicho?

—¿Me deseas? —repitió. Tenía la columna tan rígida como la pregunta—. Me dijiste que así era y te comportaste como si fuera así.

—Yo… —Hizo un esfuerzo sobrehumano para dar el paso de la imaginación a la realidad. Brianna estaba tan pálida como el hielo, los ojos le brillaban como si en ellos hubiera gotas de hielo y, notó Gray, dolor—. Brianna, ¿qué sucede?

—Es una pregunta sencilla. Te agradecería que me la contestaras.

—Por supuesto que te deseo. ¿Cuál es el…? ¿Qué diablos estás haciendo? —Saltó de la silla como un resorte y en dos zancadas estuvo al lado de Brie, al tiempo que ella se empezaba a desabotonar la camisa con rapidez—. Detente. Maldición, ¡deja eso!

—Has dicho que me deseas. Te estoy complaciendo.

—He dicho que te detengas. —En un movimiento, se plantó frente a ella y empezó a cerrarle la camisa—. ¿Qué bicho te ha picado? ¿Qué ha ocurrido?

—No tiene importancia —contestó ella, y sintió que iba empezar a temblar, pero trató de controlarse—. Has estado intentando convencerme de que me acueste contigo y ya estoy lista. Si no tienes tiempo ahora, dímelo. —Sus ojos relampaguearon—. Estoy acostumbrada a que me dejen para después.

—No es cuestión de tiempo…

—Estupendo. —Se alejó de él y se dirigió a la cama—. ¿Prefieres las cortinas cerradas o abiertas? A mí me da igual.

—Deja las estúpidas cortinas. —La pulcra manera en que Brie dobló la colcha logró lo mismo de siempre: que el estómago se le cerrara en un puño de lujuria—. No vamos a hacer esto.

—Entonces no me deseas… —Cuando se enderezó, la camisa a medio abrir de Brianna permitió a Gray entrever un tentador fragmento de piel pálida y algodón blanco.

—Me estás matando —murmuró él.

—Bien. Entonces te dejo para que puedas morir en paz. —Con la cabeza en alto, Brie caminó hacia la puerta. Gray alcanzó a llevar una mano a la puerta de un golpe para mantenerla cerrada.

—No te irás a ninguna parte hasta que me expliques qué es lo que está pasando.

—Nada al parecer, al menos en lo que a ti respecta. —Se paró con la espalda pegada contra la puerta, olvidándose de cómo respirar despacio, constantemente, y cómo arrancarle el dolor a su voz—. Seguro que en alguna parte habrá un hombre dispuesto a dedicarme un rato para darme un revolcón.

—Estás haciendo que me enfade —le dijo apretando los dientes.

—Pues es una lástima. Te pido disculpas, siento haberte molestado. Es sólo que pensé que hablabas en serio. Verás, ése es mi problema —murmuró al tiempo que los ojos se le inundaban de lágrimas—: Siempre creo a la gente.

Tendría que lidiar con las lágrimas, comprendió Gray, y con cualquier otro embrollo emocional en el que ella estuviera envuelta sin tocarla.

—¿Qué ha pasado?

—Me he enterado… —Ya no tenía la mirada fría, sino devastada y desesperada—. Me he enterado de que nunca ha habido un hombre que me amara, que me amara de verdad. Y que mi propia madre mintió, mintió horriblemente, para quitarme incluso esa pequeña oportunidad de ser feliz. Le dijo que yo me había acostado con Murphy. Le dijo eso, y que era probable que yo estuviera encinta. ¿Cómo podía casarse conmigo creyendo tal cosa? ¿Cómo pudo creerla si me amaba?

—Espera un momento. —Gray hizo una pausa, tratando de organizar en su cabeza el borbotón de palabras de Brianna—. ¿Me estás diciendo que tu madre le dijo a ese tipo con el que te ibas a casar, el tal Rory, que habías estado acostándote con Murphy y que podrías estar embarazada de él?

—Se lo dijo para que no me fuera de esta casa. —Recostó la cabeza contra la puerta y cerró los ojos—. Esta casa como era antes. Y él la creyó. Creyó que yo podía hacer algo así, y la creyó tanto que ni siquiera me preguntó si era cierto. Sólo me dijo que no me quería y se fue. Y todo este tiempo Maggie y Murphy lo han sabido y no me lo habían dicho.

«Pisa con cuidado —se advirtió Gray—. Arena movediza emocional».

—Mira, viéndolo desde fuera y teniendo en cuenta que soy un observador profesional, yo diría que tu hermana y Murphy mantuvieron la boca cerrada porque no querían herirte más de lo que ya estabas.

—Es mi vida, ¿no te parece? ¿Entiendes lo que es no saber por qué no te quieren? ¿Ir por la vida sabiendo que no te quisieron pero sin saber por qué?

Sí que lo sabía, lo sabía con exactitud, pero Gray no creyó que ésa fuera la respuesta que Brianna quería escuchar.

—Ese tipo no te merecía. Eso debería darte algo de satisfacción.

—Pues no. No en este momento. Pensaba que tú me la darías.

Gray dio un cauteloso paso atrás al tiempo que el aire se agotaba dentro de sus pulmones. Una mujer hermosa, una que, desde el primer momento, le había hecho hervir la sangre. Inocente. Ofreciéndose.

—Estás molesta —logró decir con voz tensa—. No estás pensando con claridad. Además, por más que me duela, existen reglas.

—No quiero excusas.

—Quieres un sustituto. —La rápida violencia de la afirmación los sorprendió a ambos. Gray no se había percatado de ese pequeño germen que había estado creciendo dentro de su cabeza, y entonces lo dejó salir—. No voy a ser el maldito suplente de un imbécil llorón que te abandonó hace diez años. El pasado apesta. Bien, pues bienvenida a la realidad. Cuando llevo a una mujer a la cama, ella debe estar pensando en mí. Sólo en mí.

Cualquier ligero color que hubiera subido a las mejillas de Brianna se desvaneció de nuevo.

—Lo siento. No quería que pensaras de esa manera. No era mi intención que lo interpretaras así.

—Se entiende así porque eso es exactamente lo que es. ¡Cálmate! —le ordenó, muerto del susto ante la posibilidad de que Brianna empezara a llorar nuevamente—. Cuando descubras qué es lo que quieres, házmelo saber.

—Yo sólo… necesitaba sentir que alguien, tú, me querías me deseabas. Pensé… Tenía la esperanza de que me quedara algo para recordar. Sólo una vez… quería saber lo que se siente cuando te toca un hombre a quien le tienes afecto. —El color le volvió a las mejillas y la humillación se le dibujó en la cara mientras Gray la miraba—. No importa. Y lo siento mucho.

Abrió la puerta de un tirón y desapareció.

Brianna lo sentía, pensó Gray, mirando hacia el espacio vacío donde ella había estado. Podía sentir el aire vibrar en la estela de su partida.

«Bien hecho, amigo», se dijo, disgustado, mientras caminaba de un lado a otro de la habitación. «Buen trabajo. Alguien que está en el suelo siempre se siente mejor cuando lo pateas». Pero, maldición, maldición, Brianna lo había hecho sentir tal como le había dicho. Como si fuera un reemplazo bastante conveniente del amor perdido. Gray se sintió miserable por ella, por tener que afrontar una traición tal, un rechazo de esa magnitud. No había nada que él entendiera mejor. Pero él lo había, superado, ¿no? Entonces también Brie podría.

Brianna quería que la tocara, sólo necesitaba que la calmara. Con la cabeza palpitando, caminó hasta la ventana y volvió. Lo deseaba, buscaba un poco de compasión, de comprensión. Un poco de sexo. Y él la había echado corriendo. Igual que el siempre popular Rory.

¿Qué se suponía que Gray debía haber hecho? ¿Cómo podía haberla llevado a la cama cuando alrededor de ella bullían todo ese dolor, ese miedo y esa confusión? No necesitaba las complicaciones de otras personas. No las quería.

Ah, pero cómo la deseaba…

Recostó la cabeza contra el cristal de la ventana y soltó un taco. Sencillamente podía irse. Nunca le había costado ningún trabajo poner distancia. Podía sentarse de nuevo, retomar los hilos de su historia y sumergirse en ella.

O… podía tratar de hacer algo que mitigara toda esa frustración que los embargaba a ambos.

El segundo impulso le pareció más atractivo, toda una vida más atractivo. Aunque también muchísimo más peligroso. La ruta segura era para los cobardes, se dijo. Entonces tomó las llaves de su coche, bajó las escaleras y salió de la casa.