Capítulo 10

Con la escena del pub que había imaginado dándole vueltas en la cabeza, Gray no pasó una noche apacible. A pesar de que no podía borrarla, al parecer tampoco podía escribirla. Al menos no como le gustaría.

Una cosa que despreciaba era la idea del bloqueo del escritor. Por lo general, él podía quitárselo de encima y seguir trabajando hasta que la desagradable amenaza pasaba. A veces pensaba que era como si el bloqueo fuera una nube negra que le pasara por encima y después fuera a posarse sobre otro escritor infortunado.

Pero esa vez estaba atascado. No podía moverse dentro de la escena ni más allá de ella. Se había pasado gran parte de la noche frunciéndoles el ceño a las palabras que había escrito. Frío, pensó. Se estaba enfriando. Por eso la escena resultaba fría.

Ansioso era lo que estaba, admitió amargamente. Se sentía frustrado sexualmente por una mujer que podía hacerlo retroceder con una sola mirada sosegada.

Le servía de mucho obsesionarse con su casera, cuando más bien debería estar obsesionado por el asesinato…

Farfullando para sí mismo, decidió levantarse del escritorio y caminó hacia la ventana. Fue sólo suerte que lo primero que viera cuando se asomó fuera a Brianna.

Allí estaba ella bajo su ventana, bien colocada como una monja, vestida con un mojigato vestido rosa y con el pelo recogido en un sometido moño. ¿Por qué tenía puestos unos tacones?, se preguntó, y se acercó más a la ventana. Suponía que Brianna debía de pensar que esos zapatos sencillos y sin adornos eran cómodos, pero dibujaban sus piernas maravillosamente.

Mientras él seguía observando por la ventana, Brianna se subió al coche por el asiento del conductor, con movimientos tanto prácticos como llenos de gracia. Primero pondría el bolso sobre el asiento del copiloto, pensó Gray. Y así lo hizo. Después, se puso con cuidado el cinturón de seguridad y revisó los espejos; nada de acicalarse en el espejo retrovisor, notó Gray, sólo un rápido ajuste para asegurarse de que estaba bien alineado. Entonces giró la llave.

A pesar de que tenía la ventana cerrada, Gray oyó las toses del cansado motor. Brianna lo intentó una segunda vez. Y una tercera. Para entonces, Gray ya había sacudido la cabeza y se encontraba bajando las escaleras.

—¿Por qué diablos no has hecho arreglar esa cosa? —le gritó al tiempo que salía por la puerta delantera.

—Qué desastre. —Brianna ya estaba fuera del coche tratando de levantar el capó—. Funcionaba bien hace un par de días.

—Este cacharro no debe de haber funcionado bien en diez años —dijo, y la apartó, sintiéndose molesto porque rebosaba frescor y él se sentía como ropa sucia—. Si necesitas ir al pueblo a por algo, llévate mi coche. Veré qué puedo hacer con éste.

Como defensa ante las palabras secas de Gray, Brianna levantó la mandíbula.

—Muchas gracias, pero no voy al pueblo, sino a Ennistymon.

—¿Ennistymon? —Incluso habiendo logrado ubicar el pueblo en su mapa mental, levantó la cabeza de debajo del capó el tiempo suficiente para quedarse mirándola—. ¿A hacer qué?

—Voy a echarle un vistazo a la galería nueva. La van a inaugurar en un par de semanas y Maggie quiere que vaya a verla. —Brie se quedó detrás de Gray, mirándole la espalda mientras él luchaba con cables y maldecía—. Te he dejado una nota en la cocina y comida que puedes calentar, puesto que estaré fuera la mayor parte del día.

—Esto no te llevará a ninguna parte. La correa del ventilador está rota, la manguera de la gasolina está goteando y es bastante probable que el arranque del motor haya tenido suficiente. —Se enderezó y notó que Brianna llevaba puestos unos pendientes, unos finos aros de oro que apenas le rozaban el lóbulo de las orejas. Le añadían un aire de celebración que lo irritaba sin motivo aparente—. No tienes nada que hacer al volante de esta chatarra.

—Pues es lo que tengo. Te agradezco que te tomes la molestia, Grayson. Veré si Murphy puede…

—No representes esa película de reina del hielo conmigo —comentó, y cerró de un golpe el capó, con tanta fuerza que Brianna se sobresaltó. «Bien, prueba que tiene sangre en las venas», pensó él—. Y no me hables de Murphy. Él no puede hacer más que yo. Métete en mi coche, vuelvo enseguida.

—¿Y por qué habría de subirme a tu coche?

—Para que pueda llevarte al maldito Ennistymon.

Con los dientes apretados, Brianna se llevó las manos a las caderas.

—Es muy amable por tu parte ofrecerte, pero…

—Súbete al coche —le ordenó Gray mientras caminaba hacia la casa—. Necesito empaparme la cabeza.

—Yo te la dejaría en remojo —murmuró Brianna.

De un tirón abrió la puerta de su coche y sacó su bolso. ¿Quién le había pedido que la llevara?, quiso saber. Porque prefería recorrer a pie todos y cada uno de los kilómetros que había a Ennistymon antes que sentarse junto a un hombre como ése. Y si quería llamar a Murphy, pues… maldición, claro que lo haría.

Pero primero quería sosegarse.

Respiró hondo, otra vez, antes de caminar lentamente entre sus flores. La tranquilizaba, como siempre, el verde claro que apenas empezaba a retoñar. Necesitaban un poco de trabajo y cuidado, pensó, inclinándose para cortar una hoja de maleza. Si al día siguiente hacía buen tiempo, empezaría. Para Semana Santa su jardín estaría en pleno esplendor.

Las fragancias, los colores… Sonrió al ver el pequeño y valiente narciso que estaba brotando.

Entonces escuchó el portazo. Su sonrisa se evaporó, se levantó y se dio media vuelta.

Gray no se había tomado la molestia de afeitarse, notó Brie. Tenía el pelo húmedo y recogido en una coleta con una cinta de cuero, y su ropa se veía limpia aunque un poco andrajosa. Ella sabía perfectamente bien que aquel hombre tenía ropa decente. ¿Acaso no se la lavaba y planchaba ella misma?

Gray le lanzó una mirada y sacó las llaves del coche del bolsillo de los vaqueros.

—Al coche.

Ah, desde luego Gray necesitaba que le bajaran los humos, y bastante. Brianna caminó hacia él despacio; tenía hielo en los ojos y fuego en la lengua.

—¿Y qué es lo que te tiene tan alegre esta mañana?

Algunas veces, incluso un escritor entendía que las acciones podían hablar más claramente que las palabras. Sin darle a ninguno de los dos tiempo de pensar, la atrajo hacia sí, la miró con satisfacción al notar la sorpresa en su cara y le planto con fuerza un beso en la boca.

Fue un beso brusco y ávido, lleno de frustración. A Brianna el corazón le dio un vuelco y sintió como si la cabeza le fuera a explotar. Tuvo un momento para temer, un momento para ansiar, pero entonces él la separó de sí otra vez.

Sus ojos, oh, sus ojos tenían una expresión feroz… Los ojos de un lobo, pensó Brianna atontadamente, llenos de violencia y fuerza increíbles.

—¿Lo has entendido? —le soltó él, furioso con ella, consigo mismo, cuando Brie sólo pudo quedarse allí, mirándolo. Como un niño, pensó, a quien acaban de golpear sin ninguna razón. Era una sensación que recordaba demasiado bien—. Dios, estoy enloqueciendo. —Se frotó las manos contra la cara, tratando de enjaular a la fiera—. Lo siento. Súbete al coche, Brianna. No te voy a asaltar. —Le hirvió la sangre otra vez cuando ella no se movió, ni siquiera parpadeó—. ¡Te he dicho que no voy a tocarte, maldita sea!

Brianna logró hablar, finalmente, aunque la voz no le salió tan firme como lo hubiera deseado.

—¿Por qué estás furioso conmigo?

—No lo estoy —contestó, y dio un paso atrás. Control, se recordó a sí mismo. Por lo general era bastante bueno en ello—. Lo siento —repitió—. Deja ya de mirarme como si te acabara de golpear.

Pero lo había hecho. ¿Acaso no sabía él que la ira, las palabras duras y el resentimiento hacían más daño que una mano violenta?

—Voy dentro. —Brie encontró sus defensas, el fino muro que contenía el enojo—. Necesito llamar a Maggie para avisarle de que no voy a poder ir.

—Brianna. —Trató de detenerla, pero entonces levantó ambas manos en un gesto que era en partes iguales frustración y súplica—. ¿Cómo de mal quieres que me sienta?

—No lo sé, pero supongo que te sentirás mejor después de comer.

—No, ahora me va a preparar el desayuno… —dijo, y cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de calmarse—. ¿Acaso no hace mucho dijiste que yo tenía un humor similar todo el tiempo? —le preguntó en voz baja y mirándola de nuevo—. Pues estás bastante más que un poco lejos de la realidad. Los escritores somos unos bastardos miserables, Brie. Somos temperamentales, malvados, egoístas y egocéntricos.

—Tú no eres ninguna de esas cosas. —Brie no pudo explicar por qué se sintió obligada a salir en su defensa—. Tal vez temperamental, pero ninguna de las otras.

—Lo soy, dependiendo de cómo vaya el libro. Y en este momento va bastante mal, así que me comporto mal. Me he chocado contra una pared, una maldita fortaleza, y me he desahogado contigo. ¿Quieres que me disculpe de nuevo?

—No —le dijo suavizándose, levantó una mano y le acarició la mejilla sin afeitar—. Pareces cansado, Gray.

—No he pegado ojo en toda la noche —repuso, manteniendo las manos en los bolsillos y la mirada fija en los ojos de ella—. Ten cuidado con lo compasiva que eres, Brianna. El libro es sólo parte de lo que me está haciendo sentir mal esta mañana. Tú eres el resto. —Brianna retiró la mano de la cara de Gray como si hubiera tocado una llama. Su respuesta, tan inmediata, hizo que Gray sonriera—. Te deseo. Me duele desearte de esta manera.

—¿De veras?

—No deberías estar tan complacida contigo misma.

—No he querido… —contestó Brie sonrojándose.

—Ése es parte del problema. Ven, sube al coche. Por favor —añadió—. Se me a soltar un tornillo si me quedo hoy aquí tratando de escribir algo.

Ésa era la tecla correcta que había que presionar. Brianna se subió al coche y esperó a que Gray se subiera por el otro lado.

—Tal vez si mataras a alguien más…

Gray soltó una carcajada; qué bien se sentía al reírse a pesar de todo.

—Sí, lo estoy pensando.

La galería Worldwide del condado de Clare era una joya. Recién construida, había sido diseñada como una elegante casa solariega rodeada de jardines. No se parecía a la espaciosa catedral de Dublín, ni al opulento palacio de Roma, pero era una edificación majestuosa concebida especialmente para albergar y exhibir el trabajo de artistas irlandeses. Una vez había sido el sueño de Rogan y hoy era su realidad y la de Maggie.

Brianna había diseñado los jardines. Y aunque no había podido sembrar ella misma las plantas, los jardineros habían usado sus planos para hacerlo: los caminos enladrillados estaban flanqueados por rosas y en enormes lechos semicirculares habían sembrado altramuces y amapolas, claveles y dedaleras, aguileñas, dalias y todas sus flores favoritas.

Toda la galería estaba construida en ladrillo de color rosa pálido, con largos y gráciles ventanales terminados en gris opaco. En el imponente vestíbulo, el suelo estaba cubierto por baldosas blancas y azules, del techo colgaba una gran araña Waterford y se veía la curva de la escalera de caoba que subía al segundo piso.

—Ésta es obra de Maggie —murmuró Brianna, cautivada por la escultura que dominaba la entrada principal.

Gray vio dos figuras entrelazadas, vidrio helado con sólo una chispa de calor. La figura era explícitamente sexual, extrañamente romántica.

—Es Entrega. Maggie se la regaló a Rogan antes de que se casaran. Y él, por supuesto, no la tiene a la venta.

—Puedo ver por qué —dijo, y tuvo que tragar saliva. El vidrio sinuoso era una bofetada erótica para su ya alterado sistema—. Es un impresionante inicio del recorrido.

—Maggie tiene un don especial, ¿no te parece? —Suavemente, apenas con las puntas de los dedos, Brianna acarició el frío vidrio que su hermana había creado a punta de fuego y sueños—. Un don especial hace que la persona que lo tiene se vuelva temperamental, supongo. —Sonriendo ligeramente se volvió para mirar por encima del hombro a Gray. Se le veía tan inquieto, pensó. Tan impaciente con todo, especialmente consigo mismo—. Y difícil, porque siempre se está exigiendo demasiado a sí misma.

—Y les hace la vida un infierno a quienes están alrededor cuando no consigue lo que quiere. —Gray se le acercó y en lugar de tocar el vidrio, la tocó a ella—. No me guardes rencor, ¿vale?

—¿Qué sentido tendría? —Encogiéndose de hombros, Brianna dio una vuelta, admirando las líneas claras y sencillas del vestíbulo—. Verás, Rogan quería que la galería fuera un hogar para el arte. Así que tiene una sala, una sala de dibujo, incluso un comedor y salitas auxiliares arriba. —Tomó a Gray de la mano y lo llevó hacia unas puertas dobles que estaban abiertas—. Todas las pinturas, las esculturas e incluso los muebles son obra de artistas y artesanos irlandeses. Y… ¡ay! —Se quedó paralizada y miró hacia dentro. Primorosamente acomodado sobre un brazo y el respaldo de un diván yacía un suave cobertor de un verde azulado fuerte que iba difuminándose hasta llegar a verde claro. Se acercó y lo acarició—. Yo hice este cobertor —murmuró—, se lo regalé a Maggie por su cumpleaños. Y lo ha puesto aquí. Lo han puesto en una galería de arte.

—¿Y por qué no habrían de hacerlo? Es precioso… —Con curiosidad, Gray se acercó para verlo mejor—. ¿Tú lo tejiste? ¿En un telar?

—Sí, no tengo mucho tiempo para tejer en telar, pero… —se interrumpió, pues temía empezar a llorar—. Imagínate. Está en una galería de arte, entre todas estas pinturas y cosas maravillosas.

—Brianna —dijo entonces una voz masculina.

—Joseph.

Gray observó al hombre mientras atravesaba la habitación para terminar envolviendo a Brianna en un abrazo fuerte y cálido. Del tipo artístico, pensó Gray frunciendo el ceño. Llevaba un pendiente de turquesa en una oreja, el pelo recogido en una coleta que le caía sobre la espalda y vestía un traje italiano. Entonces recordó: lo había visto en la boda de Dublín.

—Cada vez que te veo estás más hermosa.

—Y tú cada vez dices más tonterías —repuso, pero se rio—. No sabía que estuvieras aquí.

—He venido sólo a pasar el día, para ayudar a Rogan con algunos detalles.

—¿Y Patricia?

—Se ha quedado en Dublín. Entre la niña y la guardería no ha podido venir.

—Ah, la niña, ¿cómo está?

—Preciosa, igual que la madre. —Entonces Joseph reparo en Gray y le tendió la mano—. Tú debes de ser Grayson Thane. Yo soy Joseph Donahue.

—Ay, lo siento. Gray, Joseph es el encargado de la galena de Rogan en Dublín. Pensé que os habíais conocido en la boda.

—Técnicamente no. —Gray le dio un apretón de mano amistoso a Joseph. Recordaba que tenía una esposa y una hija.

—Voy a tener que quitármelo de encima y decirte que soy un gran fan tuyo.

—No es problema.

—He traído un libro pensando que podría pedirle a Brie que te lo llevara para que me lo firmaras. ¿Será mucha molestia?

Gray pensó que probablemente, después de todo, Joseph Donahue podría llegar a caerle bien.

—En absoluto, lo haré con mucho gusto.

—Eres muy amable. Voy a avisar a Maggie de que ya estáis aquí. Quiere enseñaros la galería ella misma.

—Es un trabajo bellísimo el que habéis hecho aquí, Joseph. Todos vosotros.

—Vale cada hora de locura que hemos tenido. —Echó una mirada rápida y satisfecha al recinto—. Iré a por Maggie. Curiosead un poco mientras tanto. —Se detuvo en la puerta de salida, se dio media vuelta y sonrió—. Y aseguraos de preguntarle sobre la venta de una pieza al presidente.

—¿El presidente? —repitió Brianna.

—Sí, el presidente de Irlanda, querida. Esta mañana ha hecho una oferta por Indomable.

—Imagínate… —susurró Brianna cuando Joseph se marchó—. El presidente de Irlanda conoce el trabajo de Maggie.

—Puedo asegurarte que todo el mundo conoce a Maggie.

—Sí, ya lo sé, pero parece… —Se rio al sentirse incapaz de describirlo—. Qué maravilloso es esto. Mi padre habría estado tan orgulloso… Y Maggie, ay, debe de estar flotando. Tú sabes qué se siente, ¿no es cierto? Cuando alguien lee uno de tus libros.

—Sí, lo sé.

—Debe de ser fantástico tener talento, tener algo que dar que conmueva a la gente.

—Brie. —Gray levantó un extremo del suave cobertor—. ¿Cómo le llamas a esto?

—Ah, eso es algo que cualquiera puede hacer, sólo lleva tiempo. A lo que me refiero es al arte, a algo que perdure. —Se acercó a una pintura audaz, un paisaje colorido del ajetreado Dublín—. Siempre he deseado… No es que sienta envidia de Maggie. Aunque sí sentí un poco cuando se fue a estudiar a Venecia y yo me quedé en casa. Pero ambas hicimos lo que necesitábamos hacer. Y ahora ella está haciendo algo importante.

—Igual que tú. ¿Por qué haces eso? —le espetó, irritado con ella—. ¿Por qué piensas que lo que haces y lo que eres es de segunda clase? Tú puedes hacer más que cualquier otra persona que haya conocido.

Brianna sonrió y se volvió a mirarlo.

—Tan sólo es que a ti te gusta cómo cocino.

—Sí, me gusta tu cocina. —No sonrió—. Y cómo tejes, y tus flores. La manera en que haces que huela el aire, la manera en que doblas el pico de las sábanas cuando haces la cama. Cómo tiendes la ropa en las cuerdas y cómo planchas mis camisas. Haces todas esas cosas y más y, encima, haces que parezcan fáciles.

—Bueno, es que no se requiere mucho…

—Sí, sí lo requiere —la interrumpió sintiendo que se le caldeaban los ánimos sin que pudiera encontrar una razón aparente—. No sabes cuántas personas no pueden hacer un hogar, o no les importa, no saben cómo cocinar, no saben cómo cultivar. Prefieren tirar todo lo que tienen por la borda antes que cuidarlo. Tiempo, cosas, hijos…

Se detuvo, sorprendido de lo que le había brotado, sorprendido de que hubiera estado allí esperando a salir. ¿Durante cuánto tiempo había estado escondiéndose allí?, se preguntó. ¿Y qué se necesitaba para enterrarlo de nuevo?

—Gray…

Brianna levantó una mano para acariciarle la mejilla, para tranquilizarlo, pero él dio un paso atrás. Nunca se había considerado una persona vulnerable, o no en demasiados años. Pero en ese momento se sintió demasiado frágil para dejarse tocar.

—A lo que me refiero es que lo que haces es importante. No deberías olvidarte de eso. Quiero dar una vuelta —anunció, y le dio la espalda abruptamente, apuró el paso hacia la puerta lateral y salió.

—Bien… —Maggie entró por la puerta del vestíbulo—. Ése ha sido un arrebato interesante.

—Necesita una familia —murmuró Brianna.

—Brie, es un hombre adulto, no un bebé.

—La edad no erradica la necesidad. Está demasiado solo, Maggie, y ni siquiera lo sabe.

—No puedes acogerlo como si fuera un gato callejero. —Ladeando la cabeza, Maggie se acercó más a Brie—. ¿O sí?

—Tengo sentimientos hacia él. No pensé que pudiera volver a sentir esto por nadie más. —Bajó la mirada hacia sus manos, que había entrelazado al frente. Deliberadamente, las soltó—. No, no es cierto. Esto es diferente de lo que sentía por Rory.

—Maldito Rory.

—Como siempre dices… —empezó Brianna, sonriendo—, ésa es la familia. —Le dio un beso en la mejilla a su hermana—. Dime, ¿qué se siente ante el hecho de que el presidente quiera comprarte una pieza?

—Siempre y cuando su dinero sea bueno… —replicó, y entonces Maggie echó la cabeza hacia atrás y se rio—. Es como ir a la luna y volver. No puedo evitarlo. Nosotros los Concannon no somos lo suficientemente sofisticados como para tomarnos las cosas con calma. Ay, cómo quisiera que papá…

—Ya lo sé.

—Bueno… —Maggie respiró hondo—. Debo decirte que el detective que contrató Rogan todavía no ha podido encontrar a Amanda Dougherty. Está siguiendo pistas, signifique lo que signifique.

—Tantas semanas, Maggie, lo que debe de estar costando…

—No empieces a fastidiarme para que acepte tu dinero. Me casé con un hombre rico.

—Y todo el mundo sabe que lo único que querías era su riqueza.

—No. Quería su cuerpo. —Le guiñó el ojo y enganchó su brazo en el de su hermana—. Y tu amigo Grayson Thane tiene uno que no pasaría desapercibido para ninguna mujer, me he dado cuenta.

—Yo también me he dado cuenta.

—Bien. Eso demuestra que no te has olvidado de cómo mirar. Recibí una postal de Lottie.

—Yo también. ¿Te importa que se queden una tercera semana?

—En lo que a mí respecta, mamá puede quedarse el resto de su vida en esa villa. —Suspiró ante la expresión de Brianna—. Está bien, está bien. Me alegro de que se lo esté pasando bien, aunque no lo vaya a admitir.

—Mamá te está agradecida, Maggie. Es sólo que su naturaleza no le permite decírtelo.

—Ya no necesito que me lo diga. —Puso una mano sobre su abultada barriga—. Tengo todo lo que quiero, y eso supone una gran diferencia. Nunca supe que podía sentir algo tan fuerte por nadie. Pero entonces llegó Rogan. Después, pensé que no podía sentir nada más fuerte por nadie ni por nada. Y ahora me pasa esto. Así que tal vez entienda un poco cómo el hecho de que una mujer no quiera y no ame al niño que crece dentro de ella pueda ser la mayor desgracia, así como quererlo y amarlo puede ser la mayor alegría.

—A mí tampoco me quería.

—¿Qué te hace decir algo así?

—Ella misma me lo dijo. —Brianna se dio cuenta de que sintió que se le quitaba un peso enorme de encima al pronunciarlo en voz alta—. Deber. Me concibió sólo por deber. Y no para con papá, sino para con la Iglesia. Es una forma muy fría de ser traído al mundo.

Maggie sabía que no era ira lo que Brianna necesitaba, de modo que actuó en concordancia. Le puso las manos alrededor de la cara.

—Peor para ella, Brie. No te sientas culpable. Y en lo que a mí respecta, si no hubiera cumplido con su deber, yo habría estado sola.

—Él nos amaba. Papá nos amaba.

—Así es. Y eso fue suficiente. Ven, no te preocupes más por ello. Quiero mostrarte lo que hemos hecho en el segundo piso.

Detrás de la pared del vestíbulo, Gray dejó escapar un largo suspiro. La acústica de la edificación era demasiado buena para contar secretos. Pensó que ahora entendía en parte la tristeza que rondaba los ojos de Brianna. Era extraño que tuvieran en común la falta de cuidado materno.

No era que esa carencia lo torturara a él, se aseguró. Había superado eso hacía años. Había dejado atrás al niño solitario y asustado en las habitaciones del Simón Brent Memorial.

Pero ¿quién era Rory?, se preguntó. ¿Y por qué Rogan había tenido que contratar a un detective para buscar a una mujer llamada Amanda Dougherty?

Gray había descubierto hacía mucho que la mejor manera de encontrar respuestas era haciendo las preguntas adecuadas.

—¿Quién es Rory?

La pregunta sacó violentamente a Brianna de sus sosegadas ensoñaciones mientras Gray conducía ligeramente por la carretera sinuosa y angosta que los alejaba de Ennistymon.

—¿Qué?

—No qué, sino quién. —Tuvo que orillarse cuando un Volkswagen que venía en dirección contraria dobló una curva por su lado del camino. Probablemente un yanqui sin experiencia, pensó con un alto grado de suficiencia—. ¿Quién es Rory? —repitió.

—Has estado escuchando los chismes del pub, ¿no?

En lugar de interpretarlo como una advertencia, la frialdad en la voz de Brianna lo incitó más.

—Desde luego, pero no fue allí donde escuché el nombre. Tú lo mencionaste cuando estabas hablando con Maggie en la galería.

—Entonces estabas escuchando a hurtadillas una conversación privada.

—Eso es redundante. No es escuchar a hurtadillas a menos que sea una conversación privada.

Brianna se enderezó en su asiento.

—No necesito que corrijas mi gramática, gracias.

—No es gramática, es… No importa. —Dejó que sus ánimos, y los de ella, se calmaran por un momento—. Entonces, ¿quién es?

—¿Y por qué habría de importarte?

—Sólo estás logrando que sienta más curiosidad.

—Es un chico a quien conocía. Estás tomando el camino equivocado.

—En Irlanda no hay caminos equivocados. Lee las guías turísticas. ¿Fue él quien te hizo daño? —La miró de reojo y asintió—. Bueno, eso lo contesta. ¿Qué pasó?

—¿Quieres ponerlo también en uno de tus libros?

—Tal vez, pero primero es un interés personal. ¿Lo amabas?

—Mucho. Me iba a casar con él.

Gray se descubrió a sí mismo frunciendo el ceño ante esa respuesta y golpeteando con un dedo sobre el volante.

—¿Y por qué no lo hiciste?

—Porque me dejó plantada a dos pasos del altar. ¿He satisfecho tu curiosidad?

—No. Sólo me dice que Rory obviamente era un imbécil. —No pudo evitar la siguiente pregunta, y le sorprendió que deseara hacerlo—. ¿Todavía lo amas?

—Eso sería extremadamente idiota por mi parte, teniendo en cuenta que todo pasó hace diez años.

—Pero todavía te duele.

—Ser despreciado duele —contestó lacónicamente—. Ser objeto de lástima en el pueblo duele. Pobre Brie, pobre y querida Brie, abandonada dos semanas antes del día de la boda. Su novio la dejó con el vestido de novia y el ajuar y se fugó a Estados Unidos en lugar de convertirla en su esposa. ¿Es suficiente para ti? —Levantó la cara para mirarlo—. ¿Quieres saber si lloré? Sí, lloré. ¿Que si esperé a que volviera? Sí, también lo hice.

—Puedes golpearme si te hace sentir mejor.

—Dudo que así sea.

Brianna hizo un sonido que era en parte molestia y en parte recuerdo.

—¿Por qué se fue?

—No sé, nunca lo he sabido. Ésa fue la peor parte. Vino un día y me dijo que no me quería, que no me aceptaría como su mujer y que nunca me perdonaría lo que le había hecho, y cuando traté de preguntarle qué quería decir, me empujó y me tiró al suelo.

—¿Hizo qué? —Gray apretó los dedos alrededor del volante.

—Me empujó y me hizo caer —contestó ella calmadamente. Y mi orgullo no me dejó ir tras él. Así que se fue, viajó a Estados Unidos.

—Bastardo.

—Con frecuencia he pensado eso mismo, pero la cosa es que no sé por qué me abandonó. Así que, después de un tiempo, regalé mi vestido de novia. Kate, la hermana de Murphy, lo usó cuando se casó con Patrick.

—Él no vale la tristeza que te embarga los ojos.

—Tal vez no. Pero el sueño sí. ¿Qué estás haciendo?

—Me detengo. Caminemos hasta los acantilados.

—No voy vestida para caminar sobre terreno agreste —protestó, pero él ya estaba fuera del coche—. No llevo los zapatos apropiados, Gray. Te puedo esperar aquí, si quieres ir a echar un vistazo.

—Quiero echar un vistazo contigo —afirmó, y la sacó del coche y después la cogió en brazos.

—¿Qué estás haciendo? ¿Te has vuelto loco?

—No queda muy lejos, y piensa en esas bonitas fotos nuestras que esos turistas van a llevarse a casa. ¿Sabes francés?

—No. —Desconcertada, volteó la cara para mirarlo de frente—. ¿Por qué?

—Se me ocurrió que si habláramos en francés, los turistas pensarían que somos, ya sabes, franceses. Entonces le contarían al primo Fred de Dallas la historia de esa pareja tan romántica que vieron cerca de la costa —dijo, besándola suavemente antes de ponerla de pie cerca del borde de una ladera rocosa.

Ese día el agua era del color de los ojos de Brianna, notó Gray. Ese brumoso y frío verde que inducía a soñar. El cielo estaba tan claro que podían ver los recios montículos de las Islas de Aran y el pequeño ferry que recorría el trayecto entre Innismore y el continente. Olía a fresco y el cielo, de un azul temperamental, podía, y probablemente lo haría, cambiar en cualquier momento. Los turistas, no muy lejos de ellos, hablaban con un fuerte acento texano que hizo sonreír a Gray.

—Esto es tan hermoso… Todo. Sólo tienes que girar la cabeza en esta parte del mundo para ver algo más que te quite el aliento. —Deliberadamente se volvió hacia Brianna—. Me quitas totalmente el aliento.

—Ahora estás tratando de halagarme para compensarme por fisgonear en mis asuntos.

—No, claro que no. Y no he terminado de fisgonear, y me gusta hacerlo, así que sería hipócrita si me disculpara por ello. ¿Quién es Amanda Dougherty y por qué la está buscando Rogan?

En la cara de Brianna se dibujó la sorpresa, la boca se le desencajó.

—Eres el hombre más grosero que existe.

—Eso ya lo sé. Cuéntame algo que no sepa.

—Voy al coche —afirmó, pero cuando se dio la vuelta, él sencillamente la tomó del brazo.

—Te cogeré dentro un minuto. Te partirás un tobillo con esos zapatos, especialmente si te vas a contonear por la ira.

—Yo no me contoneo, como dices tan floridamente. Además, eso no es de tu… —se interrumpió y exhaló ruidosamente—. ¿Para qué pierdo el tiempo diciéndote que no es de tu incumbencia?

—No tengo ni idea.

Brianna lo miró con los ojos entrecerrados. Imperturbable es lo que era. Y tan obstinado como dos mulas.

—Vas a seguir dándome la lata hasta que te lo cuente, ¿verdad?

—Ahora empiezas a entenderlo —dijo, pero no sonrió. En cambio, le quitó un mechón de pelo que se le había caído sobre la cara. Gray tenía la mirada intensa, inquebrantable—. Eso es lo que te tiene preocupada. Ella es quien te preocupa.

—No creo que comprendas nada.

—Te sorprendería saber lo que soy capaz de comprender. Ven, siéntate —ordenó. La guio hacia una roca y la obligó a sentarse, haciendo luego lo mismo junto a ella—. Cuéntame una historia. A veces es más fácil así.

Tal vez fuera así. Y tal vez contarlo todo la ayudaría a aligerar ese peso que cargaba en el corazón.

—Hace muchos años existió una mujer que tenía una voz de ángel, o eso era lo que decían. Ella deseaba con todo su corazón usar su voz para dejar una huella. Su vida como la hija de un mesonero no la satisfacía, así que se fue y empezó a pagarse su carrera con canciones. Un día tuvo que volver, porque su madre enfermó, y ella era una hija cumplidora de su deber, aunque no cariñosa. Una noche cantó en el pub del pueblo por puro gozo, para complacer al dueño y por unas pocas libras. Allí conoció a un hombre. —Brianna miró hacia el mar imaginándose a su padre viendo a su madre, oyéndola cantar—. Un destello ardió entre ellos. Pudo haber sido amor, pero no del tipo que perdura. Sin embargo, no se resistieron, o no pudieron hacerlo. Y así, no mucho después, ella se encontró encinta. La Iglesia, su educación y sus propias creencias no le dejaron otra opción que casarse y abandonar el sueño que albergaba en su corazón. Después de eso nunca pudo ser feliz ni tuvo la suficiente compasión para hacer feliz a su marido. Poco después de que la primera hija naciera, ella concibió otra vez. No debido al ruego, sino a su frío sentido del deber. Y una vez satisfecho ese deber, le negó a su marido su cama y su cuerpo de ahí en adelante. —Sólo verla hizo que Gray se mantuviera cerca de ella con su mano sobre la suya. Pero no habló. Todavía no.

—Un día, en algún lugar cerca del río Shannon, él conoció a otra mujer. Hubo amor allí, un amor profundo y duradero. Sin importar cuál fuera el pecado, su amor fue más grande. Pero él tenía una esposa, como sabes, y dos hijas pequeñas. Y tanto él como la mujer que lo amaba sabían que no había futuro para ellos. Entonces ella lo dejó y volvió a Estados Unidos, su país. Le escribió tres cartas, cartas de amor llenas de afecto y comprensión. Y en la tercera le contó que estaba esperando un hijo suyo. Había decidido irse lejos, le dijo, y él no debía preocuparse porque era feliz de llevar una parte de él creciendo dentro de ella. —Una gaviota graznó, lo que hizo que Brie levantara la mirada. La observó alejarse hacia el horizonte antes de continuar con la historia—. Ella nunca le volvió a escribir, pero él nunca la olvidó. Esos recuerdos probablemente lo consolaron a lo largo de su helado matrimonio por deber y de todos los años de vacío. Creo que así fue, pues el nombre de ella fue lo último que dijo antes de morir. Pronunció el nombre de Amanda mientras miraba hacia la inmensidad del mar. Y toda una vida después de que esas cartas fueran escritas, una de las hijas del hombre las encontró, guardadas en el desván, donde él las había mantenido atadas con una cinta roja que ya se había desteñido. —Levantó la mirada hacia Gray—. No había nada que ella pudiera hacer para echar atrás el reloj y conseguir que esas vidas fueran mejores de lo que habían sido. Pero ¿acaso una mujer que ha amado así no merece saber que nunca la olvidaron? ¿Y no tiene derecho ese hijo a conocer su propia sangre?

—Puede causarte más dolor encontrarlos. —Gray miró hacia abajo, donde estaban sus manos entrelazadas—. El pasado tiene muchas trampas desagradables. Es un lazo poco convincente, Brianna, el que existe entre el hijo de Amanda y tú. Lazos más fuertes se rompen todos los días.

—Mi padre la amaba —contestó llanamente—. Y el hijo que ella dio a luz es mi familia. No hay nada más que hacer salvo buscarlos.

—No para ti —murmuró mientras sus ojos recorrían la cara de ella. Vio fortaleza allí, mezclada con tristeza—. Déjame ayudarte.

—¿Cómo?

Conozco a mucha gente. Encontrar a alguien básicamente requiere investigación, llamadas telefónicas, relaciones.

—Rogan contrató a un detective en Nueva York.

—Ése es un buen inicio. Pero si él no encuentra algo pronto, déjame intentarlo, ¿vale? —Levantó una ceja—. Y no me digas que es amable por mi parte.

—Está bien, no lo diré, aunque es cierto. —Levantó sus manos entrelazadas y las acarició contra su mejilla—. Estaba furiosa contigo por presionarme, pero decírtelo me ha ayudado. —Inclinó la cara hacia la de él—. Sabías que así sería.

—Soy curioso por naturaleza.

—Sí que lo eres, pero sabías que me ayudaría.

—Por lo general así es. —Se puso de pie y la levantó de la roca—. Es tiempo de volver. Estoy listo para trabajar.