Capítulo 6

Brianna necesitaba una pizca de primavera. Sabía que era arriesgado que empezara demasiado temprano, pero no se le pasaría esa necesidad. Reunió las semillas que había estado guardando, cogió su radio portátil y salió en dirección al pequeño cobertizo que había convertido en un invernadero temporal.

No valía gran cosa, ella era la primera en admitirlo. No tenía más de dos metros cuadrados y el suelo era de tierra dura, lo que hacía del cobertizo un sitio mejor para almacenar cosas que para plantar nada. Aun así, le había pedido a Murphy que le pusiera cristal y que dentro instalara un calentador. Ella misma había construido los bancos, con muy poca pericia pero con mucho orgullo.

El cobertizo no contaba con el suficiente espacio ni con los equipos necesarios para el tipo de experimentación con el cual Brie soñaba. Sin embargo, podía darles a sus semillas un inicio anticipado en las macetas que había pedido por correo de un catálogo de material de jardinería.

Tenía toda la tarde para ella, se dijo. Gray estaba encerrado trabajando y el señor Smythe-White estaba dando un paseo en coche por el Anillo de Kerry. Ya había terminado la cuota del día de cocina y limpieza, así que le tocaba el turno al ocio.

Muy pocas cosas hacían más feliz a Brianna que trabajar la tierra con sus manos. Resoplando ligeramente, puso la pesada bolsa de abono sobre un banco. Se prometió que para el año siguiente tendría un invernadero profesional. No muy grande, pero de la mejor calidad. Plantaría los esquejes y cuidaría los bulbos para poder tener una muestra primaveral en cualquier momento del año que se le antojara. Tal vez hasta intentara hacer algunos injertos. Pero, por el momento, estaba contenta de mimar sus semillas.

En unos días, pensó mientras tarareaba al ritmo de la radio, los primeros retoños tiernos empezarían a brotar de la tierra. Ciertamente era muy caro darse el lujo de gastar combustible para calentar el cobertizo. Habría sido una decisión más sabia usar ese dinero para arreglar el coche, pero, sin lugar a dudas, no hubiera sido ni remotamente tan divertido.

Brianna empezó a sembrar las semillas dándole ligeros golpecitos a la tierra mientras dejaba vagar la mente.

Qué dulce había sido Gray la noche anterior, recordó, al haberla abrazado en la cocina. No la había amedrentado tanto, ni, admitió, la había excitado tanto como cuando la había besado. Esa vez la experiencia había sido suave y tranquilizadora, y se había sentido tan natural que, por un instante, había sido como si ambos, juntos, pertenecieran a ese espacio.

Alguna vez, hacía mucho tiempo, Brianna había soñado con compartir dulces momentos como ése con alguien. Con Rory, pensó, y sintió una antigua y sorda punzada. En esa época había pensado que se iba a casar y que iba a tener hijos a quienes amar y una casa que cuidar. Qué planes había hecho, pensó ahora, rosas y tibios, con finales felices para siempre. Pero entonces ella era sólo una niña y estaba enamorada. Una niña enamorada cree cualquier cosa. Cree todo. Pero ya no era una niña.

Brianna había dejado de creer cuando Rory le rompió el corazón y la dejó con dos dolorosas mitades. Sabía que vivía cerca de Boston, con su esposa y sus hijos. Y, estaba segura no se le debía de pasar ni un pensamiento por la cabeza sobre aquella encantadora primavera en la que la había cortejado y le había hecho promesas y se había comprometido con ella.

Eso había sido hacía demasiado tiempo, recordó Brie.

Ahora sabía que el amor no siempre perdura y que no siempre se cumplen las promesas que se hacen. Si ella todavía llevaba dentro una semilla de esperanza que anhelaba florecer, no le hacía daño a nadie, salvo a ella misma.

—¡Aquí estás! —Con los ojos bailando, Maggie entró en el cobertizo—. He oído la música. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Estoy sembrando flores. —Distraída, Brianna se frotó una mano en la mejilla, ensuciándose de tierra—. Cierra la puerta, Maggie, que estás dejando salir el calor. ¿Qué pasa? Parece que vas a estallar.

—No lo adivinarías, ni en un millón de años. —Riéndose, Maggie dio un rodeo dentro del pequeño cobertizo y tomó a su hermana del brazo—. Adelante, inténtalo.

—Vas a tener trillizos.

—¡No! Dios no lo quiera.

El ánimo de Maggie estaba tan exaltado que logró enganchar a Brianna en el improvisado juego.

—Le has vendido una pieza de vidrio al presidente de Estados Unidos por un millón de libras.

—Ay, qué ideas son ésas… Aunque deberíamos enviarle un catálogo. Pero no, no te has acercado nada. Te doy una pista: la abuela de Rogan ha llamado.

—¿Qué clase de pista es ésa? —contestó Brie soplándose un mechón de pelo suelto que le caía sobre la cara.

—Sería una buena si estuvieras prestando suficiente atención. Brie, ¡se van a casar! La señora Sweeney y el tío Niall se van a casar la semana que viene, en Dublín.

—¡¿Qué?! —Brianna abrió la boca de par en par—. ¿La señora Sweeney y el tío Niall se van a casar?

—¿No es una noticia fantástica? Te acordarás de que ella estaba enamorada de él cuando era niña, en Galway. Entonces, después de más de cincuenta años, se reencontraron por culpa mía y de Rogan. Y ahora, gracias a todos los santos del cielo, van a casarse. —Sacudió la cabeza hacia atrás y se rio—. Así que Rogan y yo, además de ser marido y mujer, vamos a ser primos.

—El tío Niall… —repitió Brianna, que al parecer no pudo decir nada más.

—Tenías que haber visto la cara de Rogan cuando recibió la llamada, parecía un pez. Abría y cerraba la boca sin poder decir nada. —Riéndose a carcajadas, se recostó contra el banco de trabajo de Brianna—. No ha podido acostumbrarse a la idea de que están juntos. Incluso más que estar juntos, si lo pienso bien. Pero supongo que sería difícil para cualquier hombre imaginarse a su abuelita de pelo blanco amancebada en pecado.

—¡Maggie! —Recuperada, Brianna se cubrió la boca con una mano. Las risitas se convirtieron en carcajadas.

—Pues ahora van a legalizar su relación, y nada menos que con un arzobispo oficiando la ceremonia. —Maggie respiró profundamente y miró a su alrededor—. ¿Tienes algo de comer por aquí?

—No. ¿Cuándo es la ceremonia? ¿Dónde?

—El próximo sábado, en casa de la señora Sweeney, en Dublín. Me dijo que va a ser una ceremonia íntima, sólo para la familia y los amigos más cercanos. Imagínate, Brie, el tío Niall tiene ochenta años, aunque no lo parezca.

—¡Es fantástico! Me parece una gran noticia. Los llamaré en cuanto termine aquí y haya dejado todo limpio.

—Rogan y yo nos vamos a Dublín hoy. Ahora está al teléfono, que Dios lo bendiga, haciendo los preparativos. —Sonrió ligeramente—. Está tratando de tomarse todo este asunto como un hombre maduro.

—Una vez que se acostumbre a la idea, se alegrará mucho por ellos —dijo, y la voz de Brianna empezó a hacerse vaga en cuanto empezó a preguntarse qué clase de regaló les podría hacer a los novios.

—Será por la tarde, pero tal vez sea buena idea que llegues la noche anterior para que tengas más tiempo.

—¿Llegar? —Brianna se concentró en su hermana de nuevo—. Pero si no puedo ir, Maggie. Tengo un huésped en casa, no puedo dejarlo aquí.

—Por supuesto que vas a ir. —Maggie se enderezó en el banco y apretó la mandíbula—. Se trata del tío Niall, Brianna, él espera que estés allí. Es sólo un maldito día.

—Tengo obligaciones aquí, Maggie, y no tengo cómo ir y volver de Dublín.

—Rogan te mandará su avión.

—Pero…

—Ay, deja a Grayson Thane. Puede cocinar durante un día. Tú no eres su criada.

A Brianna se le tensaron los hombros y se le heló la mirada.

—No, no lo soy. Soy una mujer de negocios que ha dado su palabra. No puedo irme el fin de semana a Dublín y decirle a Grayson que se atienda a sí mismo.

—Entonces que venga contigo. Si te preocupa que ese hombre se muera si no le atiendes, invítalo.

—¿Invitarlo dónde? —Gray abrió la puerta y miró a ambas mujeres con cautela. Había visto desde la ventana de su habitación a Maggie entrando en el cobertizo. Finalmente, la curiosidad lo había hecho salir e ir hasta allí, y los gritos habían hecho el resto.

—Cierra la puerta —le dijo Brianna automáticamente. Trató de evitar sentirse avergonzada de que Gray hubiera entrado justo en medio de una discusión familiar. Exhaló un suspiro. El pequeño cobertizo estaba demasiado concurrido—. ¿Necesitas algo, Grayson?

—No. —Levantó una mano y con el dedo pulgar le frotó la mejilla a Brianna en un gesto que hizo que Maggie entrecerrara los ojos—. Tienes la cara sucia, Brie. ¿En qué andas metida?

—Estoy tratando de sembrar unas semillas… Pero ahora prácticamente no hay espacio para ponerlas.

—Cuida tus manos, chico —murmuró Maggie.

Grayson sólo sonrió y metió las manos en los bolsillos del pantalón.

—He oído mencionar mi nombre. ¿Hay algún problema?

—No lo habría si Brie no fuera tan obstinada. —Maggie levantó el mentón y decidió echar toda la culpa a los pies de Gray—. Necesita ir a Dublín el próximo fin de semana, pero dice que no te va a dejar aquí solo.

La sonrisa de Gray se amplió en señal de satisfacción y pasó la mirada de Maggie a Brianna.

—¿En serio?

—Pagaste alojamiento y alimentación… —empezó a decir Brianna.

—¿A qué tienes que ir a Dublín? —la interrumpió Gray.

—Nuestro tío se casa —contestó Maggie—. Y quiere que Brie esté allí, y así es como debe ser. Le he dicho que si no quiere dejarte solo, que te lleve con ella.

—Maggie, Gray no quiere irse un fin de semana para estar con gente que no conoce. Está trabajando y no puede…

—Claro que puedo —la cortó Grayson—. ¿Cuándo nos vamos?

—Estupendo. Te puedes quedar en nuestra casa. Entonces todo arreglado. —Maggie se frotó las manos—. Ahora, ¿quién se lo va a decir a mamá?

—Pues yo… —empezó Brie.

—No. Lo haré yo —decidió Maggie antes de que su hermana pudiera contestar. Sonrió—. Lo va a odiar. Haremos que el avión la recoja el sábado por la mañana, así no te estará molestando todo el viaje, Brie. ¿Has traído algún traje, Gray?

—Sí, tengo un par —murmuró él.

—Entonces no hay más que hablar —repuso Maggie, que se inclinó hacia delante y besó con fuerza a Brie en ambas mejillas—. Estad listos para viajar el viernes —les ordenó—. Os llamaré desde Dublín.

Gray se pasó la lengua sobre los dientes al tiempo que Maggie daba un portazo tras de sí.

—Cómo es de mandona, ¿no?

—Sí —respondió Brianna pestañeando y sacudiendo la cabeza—. Pero no es su intención, es sólo que siempre está segura de que tiene razón. Además, le tiene un profundo cariño al tío Niall y a la abuela de Rogan.

—La abuela de Rogan…

—Sí, es con ella con quien se va a casar —dijo Brie, que se dio la vuelta y volvió a sus semillas con la esperanza de que el trabajo le ayudara a aclarar sus ideas.

—Parece una gran historia.

—Lo es. Gray, es muy amable por tu parte ser tan condescendiente, pero no es necesario. No me van a echar de menos, de verdad, y es mucho pedirte que vayas.

—No tengo ningún problema en ir un fin de semana a Dublín. Y tú quieres ir, ¿no es así?

—Esa no es la cuestión. Maggie te ha puesto en una situación difícil.

Gray la tomó por el mentón y le levantó la cara.

—¿Por qué te cuesta tanto trabajo contestar preguntas? Quieres ir, ¿no es cierto? ¿Sí o no?

—Sí.

—Bien, entonces iremos.

Los labios de Brianna empezaron a curvarse en una sonrisa, hasta que Gray empezó a inclinarse hacia ellos.

—No me beses —le dijo, debilitándose.

—Bien, eso sí es un problema para mí. —Pero se contuvo y retrocedió—. ¿Quién te hizo daño, Brianna?

Brie bajó los párpados y las pestañas semiocultaron sus ojos.

—Puede que yo no conteste preguntas porque tú haces demasiadas.

—¿Lo amabas?

—Sí, mucho —le contestó volviendo la cabeza hacia las macetas.

Era una respuesta, pero Gray se dio cuenta de que no lo satisfacía.

—¿Todavía estás enamorada de él?

—Eso sería una estupidez.

—Ésa no es una respuesta.

—Sí lo es. ¿Acaso yo me paso el día respirándote en la nuca cuando estás trabajando?

—No —respondió Gray, quien, sin embargo, no dio un paso atrás—. Pero tú tienes una nuca muy atractiva. —Y para demostrarlo, pasó sus labios sobre la nuca de Brianna. No le hizo daño a su ego sentirla temblar—. Anoche soñé contigo, Brianna, y esta mañana escribí sobre ello.

La mayoría de las semillas se esparcieron sobre el banco en lugar de por la tierra y Brie trató de recogerlas.

—¿Has escrito sobre el sueño?

—He hecho algunos cambios, pero básicamente sí. En el libro eres una viuda joven que lucha por reconstruir su vida después de haber tenido un pasado doloroso.

A pesar de sí misma, Brianna se interesó; entonces se giró hacia él y se quedó mirándolo.

—¿Me vas a incluir en tu libro?

—Fragmentos tuyos. Tus ojos, esos maravillosos ojos tristes que tienes. Tu pelo —dijo, y extendió una mano y lo acarició— grueso, sedoso, del color del más frío atardecer. Tu voz, con ese suave acento. Tu cuerpo, espigado como un sauce y con la gracia inconsciente de una bailarina. Tu piel, tus manos. Te veo cuando escribo, y entonces escribo sobre ti. Y, más allá del aspecto físico, veo tu integridad, tu lealtad. —Sonrió ligeramente—. Además, están tus tartas. El héroe del libro está tan fascinado con ella como yo lo estoy contigo. —Gray puso las manos sobre el banco a cada lado de Brianna, encerrándola—. Y él sigue estrellándose contra esa misma barrera protectora que vosotras dos tenéis. Me pregunto cuánto tiempo me costará hacer que él la derribe.

Nadie había hablado nunca de ella de semejante manera, ni tampoco le habían hablado a ella así. Una parte de Brianna quiso regodearse en las palabras de Gray como si fueran de seda, pero otra parte retrocedió cautelosamente.

—Estás tratando de seducirme.

—¿Y cómo me va? —le preguntó levantando una ceja.

—No puedo respirar.

—Ese es un buen principio. —Se inclinó hacia Brie hasta que sus labios quedaron a un suspiro de distancia de los de ella—. Déjame besarte, Brianna.

Y entonces lo hizo, de esa manera lenta y penetrante que tenía él que hacía que a ella se le aflojaran todos los músculos. Boca a boca, algo tan sencillo que, sin embargo, provocaba que todo en el mundo de Brie diera un vuelco. La llevó más allá, hasta que la hizo temer que nunca más volvería a ser la de siempre.

Grayson era hábil. Hábil y paciente, y bajo la habilidad y la paciencia yacía la violencia reprimida que Brianna había percibido en él. La combinación se dispersó por su cuerpo como una droga, debilitándola, mareándola.

Brianna deseaba como una mujer desea. Y temía como teme la inocencia.

Suavemente, Gray le cogió los dedos, que los tenía atenazados al banco, le abrió las manos y le levantó los brazos.

—Abrázame, Brianna —dijo Gray. Dios, cómo necesitaba que ella lo abrazara—. Devuélveme el beso.

Como el crujido de un látigo, las suaves palabras de Gray la espolearon. Entonces se aferró a él con la boca salvaje y dispuesta. Asombrado, se tambaleó hacia atrás y la apretó contra sí. Los labios de ella estaban calientes, ávidos, y su cuerpo vibraba como la cuerda de un arpa en tensión. La pasión de Brianna hizo erupción como la lava abriéndose paso a través del hielo: frenética, inesperada y peligrosa.

Podía percibirse el olor elemental de la tierra, en la radio sonaba el lamento de las gaitas irlandesas y Gray tenía en la boca el sabor suculento a mujer y la temblorosa tentación del cuerpo de ella entre sus brazos.

Entonces se volvió ciego y sordo a todo, salvo a ella. Las manos de Brianna se enredaron en su pelo y sus jadeos le llenaron la boca. Más, sólo deseando más, Gray la empujó contra la pared del cobertizo. La escuchó chillar, por la impresión, el dolor y la excitación, antes de ahogar el sonido, devorándolo y devorándola a ella.

Sus manos la recorrieron, ardientemente posesivas, invasivas. Y los jadeos de Brianna se tornaron en gemidos: por favor… Ella quería suplicarle algo a Gray. Ay, por favor. Tal dolor, profundo, agudo, glorioso. Pero no sabía cómo era el principio ni cómo podría terminar. Y el miedo la estaba acechando como un lobo escondido tras los arbustos. Miedo a él, a ella misma, a lo que todavía le quedaba por aprender.

Gray deseaba la piel de ella, la sensación y el sabor de esa carne. Deseaba moverse dentro de ella hasta que ambos quedaran vacíos. El aliento estaba abriéndose camino desgarrándole los pulmones a medida que asía su blusa, dispuesto a rasgarla y a que se despojara de ella.

Pero entonces sus ojos se encontraron.

Brianna tenía magullados los labios y le temblaban, sus mejillas estaban tan pálidas como el hielo, en sus ojos, abiertos de par en par, luchaban el terror y la necesidad. Gray bajó la mirada y vio que sus propios nudillos estaban blancos por la presión de sus puños. Y vio también que sus ávidos dedos habían dejado marcas en la preciosa piel de Brianna.

Entonces dio un paso atrás, como si ella lo hubiera abofeteado, y luego levantó las manos, sin estar muy seguro de a quién o qué estaba rechazando.

—Lo siento —apenas pudo decir Gray mientras Brianna permanecía contra la pared, tratando de respirar—. Lo siento tanto… ¿Te he hecho daño?

—No sé.

¿Cómo podía saberlo si lo único que podía sentir era ese terrible dolor pulsante? No había ni soñado que era posible sentirse de esa manera. Antes no sabía que se podía sentir tanto. Aturdida, se secó las lágrimas de las mejillas.

—No llores. —Gray le pasó una inestable mano por el pelo—. Ya me siento suficientemente sucio.

—No, no, es que… —Se tragó las lágrimas. No tenía ni idea de por qué estaba llorando—. No sé qué me ha pasado.

Por supuesto que no lo sabía, pensó Gray amargamente. ¿No le había dicho Brie que era inocente? Y, sin embargo, él la había abordado como un animal. Un minuto más y la habría tirado al suelo y habría terminado el trabajo.

—Te he presionado, y no tengo excusa. Sólo puedo decirte que he perdido la cabeza y te pido disculpas. —Le dieron ganas de acercársele de nuevo y retirarle el pelo que tenía enredado sobre la cara, pero no se atrevió—. He sido brusco y te he asustado. No pasará de nuevo.

—Sabía que lo serías. —Brie estaba más tranquila, tal vez porque él parecía demasiado afectado—. Todo el tiempo lo he sabido, y no es eso, Grayson. No soy de las frágiles.

Gray se dio cuenta de que, después de todo, podía sonreír.

—Pues claro que lo eres, Brianna. Y nunca había sido tan torpe. Éste puede ser un momento extraño para decírtelo, pero no tienes por qué tener miedo de mí, no te voy a hacer daño.

—Ya lo sé. Tú…

—Y voy a intentar no apremiarte —le dijo Gray interrumpiéndola—, pero te deseo.

Brianna descubrió que tenía que concentrarse en respirar rítmicamente otra vez.

—No siempre podemos tener lo que queremos.

—Nunca he creído tal cosa. No sé quién fue él, Brianna, pero ya se ha ido. En cambio, yo estoy aquí.

—Por ahora —contestó ella asintiendo con la cabeza.

—Sólo existe el ahora. —Gray sacudió la cabeza antes de que ella pudiera discutir—. Éste es un lugar tan poco conveniente para la filosofía como lo es para el sexo. Ambos estamos un poco exaltados, ¿no te parece?

—Supongo que sí.

—Vamos a casa. Esta vez, yo te prepararé el té a ti.

—¿Sabes cómo? —le preguntó ella sonriendo.

—Te he estado observando. Ven —dijo, y le extendió la mano. Brianna la miró, dudando. Después de echarle otra mirada cautelosa a la cara, que ahora se veía calmada, sin esa expresión feroz que era tan aterradora y excitante, deslizó su mano en la de él—. Tal vez sea una buena cosa que tengamos compañía esta noche.

—¿Cómo? —Brianna se volvió a mirarlo mientras salían del cobertizo.

—De lo contrario, es posible que te colaras en mi habitación esta noche y te aprovecharas de mí.

—Eres demasiado listo como para que alguien se aproveche de ti —le contestó Brie riéndose.

—De todas formas, podrías intentarlo. —Aliviado porque ninguno de los dos siguiera temblando, pasó un brazo amigable sobre los hombros a Brianna—. ¿Por qué no acompañamos ese té con un trozo de tarta?

Brianna lo miró entrecerrando los ojos mientras se acercaban a la puerta de la cocina.

—¿La mía o la que prepara la mujer de tu libro?

—La de ella está sólo en mi imaginación, cielo. Ahora, la tuya… —Gray se quedó paralizado cuando abrió la puerta y miró hacia dentro. Instintivamente, puso a Brianna detrás de él—. Quédate aquí, justo aquí.

—¿Qué? ¿Qué te…? Ay, Dios santo.

Brie alcanzó a ver por encima del hombro de Gray el caos de la cocina. Habían tirado las ollas y vaciado las despensas. La harina, el azúcar, las especias y el té estaban dispersos por el suelo.

—Te he dicho que te quedaras ahí —repitió Gray cuando ella trató de empujarlo para que la dejara pasar.

—Pues claro que no. Mira este desastre.

Gray le bloqueó la entrada poniendo un brazo a través de la puerta.

—¿Guardas dinero en algún recipiente? ¿Joyas?

—No seas ridículo. Por supuesto que no —respondió, mirándolo fijamente—. ¿Crees que alguien estaba tratando de robar algo? No tengo nada que me puedan robar. Además, nadie querría hacerlo.

—Pues bien, alguien ha querido, y puede que todavía esté en la casa. ¿Dónde está el maldito perro? —murmuró.

—Debe de estar con Murphy —contestó Brie secamente—. Por lo general lo va a visitar por las tardes.

—Corre a casa de Murphy, entonces, o a la de tu hermana. Yo voy a echar un vistazo.

Brianna se puso muy rígida.

—Te recuerdo que ésta es mi casa, así que yo echaré un vistazo —replicó.

—Quédate detrás de mí —fue todo lo que contestó él.

Grayson revisó primero la habitación de Brie e hizo caso omiso de los obvios quejidos de incredulidad de ella al ver los cajones tirados por el suelo y toda su ropa revuelta.

—Mis cosas…

—Más tarde verificaremos si falta algo. Más vale que primero revisemos el resto de la casa.

—¿Qué clase de locura es ésta? —preguntó Brie exaltada, sintiendo que sus ánimos se caldeaban a cada paso que daba detrás de Grayson—. ¡Maldición! —exclamó cuando entró en la sala.

Había sido una búsqueda rápida, frenética y apurada, pensó Gray. Todo menos profesional, y tontamente arriesgada. Estaba reflexionando sobre esa idea cuando se le ocurrió otra.

—¡Mierda! —Subió las escaleras de dos en dos y corrió hacia su habitación, saltó sobre el desorden y buscó su ordenador—. Alguien va a morir —murmuró mientras lo encendía.

—Tu trabajo. —Brianna se quedó de pie, pálida y furiosa, en el marco de la puerta—. ¿Han echado a perder tu libro?

—No —le contestó mientras miraba la pantalla hasta que se sintió satisfecho—. Está completo. Y bien.

Brianna suspiró ligeramente de puro alivio antes de ir a ver la habitación del señor Smythe-White. Habían sacado toda la ropa de los cajones y del armario y la habían tirado al suelo.

—Santa María, madre de Dios, ¿cómo le voy a explicar esto?

—Creo que es más pertinente preguntarse que estarían buscando. Siéntate, Brianna —le ordenó Gray—. Pensemos mejor esto.

—¿Qué hay que pensar? —preguntó, pero le hizo caso y se sentó en el borde de la cama deshecha—. No tengo nada de valor aquí. Unas pocas libras y algunas baratijas, eso es todo. —Se frotó los ojos con impotencia, no podía contener las lágrimas que le brotaban de los ojos—. No habrá sido ninguna persona del pueblo ni de los alrededores. Seguro que ha sido algún vagabundo, un autoestopista quizá, que esperaba encontrar algo de dinero en efectivo. Pero que se debió de ir bastante decepcionado por lo que encontró aquí —añadió, y exhaló un suspiro tembloroso, levantó la mirada abruptamente y se puso pálida de nuevo—. ¿Y tú? ¿Tenías dinero en la habitación?

—Cheques de viaje, más que nada, que siguen en su lugar. —Se encogió de hombros—. El intruso tan sólo se ha llevado unos pocos cientos de libras, eso es todo.

—¿Unos pocos… cientos? —Brie se levantó de la cama como un resorte—. ¿Se ha llevado tu dinero?

—No tiene ninguna importancia, Brie…

—¿Ninguna importancia? —lo cortó—. Estás viviendo bajo mi techo, eres un huésped en mi casa y te roban aquí. ¿Cuánto dinero era? Te lo pagaré todo.

—Por supuesto que no. Ahora siéntate y déjalo ya.

—Te digo que te voy a pagar.

A Gray se le acabó la paciencia, así que la tomó con firmeza de los hombros y la obligó a sentarse en la cama.

—Me pagaron cinco millones de dólares por mi último libro, antes de los derechos internacionales y cinematográficos. Unos cuantos cientos de libras no me van a llevar a la ruina. —Entrecerró los ojos cuando a Brie empezaron a temblarle los labios otra vez—. Respira profundo, una vez… Bien… Otra.

—No me importa si te gotea oro de los dedos —replicó Brie. Se le quebró la voz y se sintió humillada.

—¿Quieres llorar un poco más? —Gray suspiró, se sentó a su lado y se preparó para ello—. Está bien, deja que brote.

—No voy a llorar. —Brianna inspiró con fuerza y se pasó el borde de las manos por las mejillas para secarse las lágrimas—. Tengo mucho que hacer. Me va a llevar horas volver a poner las cosas en su lugar.

—¿Quieres llamar a la policía?

—¿Para qué? —Levantó una mano, pero la dejó caer de nuevo—. Si alguien hubiera visto a un extraño husmeando por la casa, mi teléfono ya estaría sonando. Alguien necesitaba dinero, de modo que lo cogió. —Recorrió la habitación con la mirada, preguntándose cuánto habría perdido su otro cliente, y, por tanto, qué agujero dejaría en sus ahorros—. No quiero que le cuentes nada a Maggie de lo que ha pasado.

—Maldición, Brie…

—Está de seis meses, Gray, y no quiero preocuparla. Lo digo en serio. —Lo miró fijamente con ojos todavía acuosos—. Dame tu palabra, por favor.

—Bien. Como quieras. Y ahora quiero que me des la tuya de que me vas a decir exactamente lo que se han llevado.

—Así lo haré. Voy a llamar a Murphy para contárselo. El puede preguntar por ahí. Si hay algo que debamos saber, lo sabremos antes de que caiga la noche. —Más calmada, se levantó—. Necesito empezar a poner las cosas en orden. Empezaré por tu habitación, para que puedas volver a tu trabajo.

—Yo mismo puedo ordenar mi habitación.

—Es mi deber…

—Me estás empezando a enfurecer, Brianna —dijo, y se levantó lentamente y caminó hacia ella hasta que la tuvo a un milímetro de distancia—. Aclaremos algo: no eres mi empleada, ni mi madre, ni mi esposa. Y yo puedo colgar mi propia ropa.

—Como quieras.

Maldiciendo, la tomó del brazo antes de que ella pudiera salir de la habitación. Brianna no se resistió, pero se quedó muy quieta, mirando por encima del hombro de Grayson.

—Escúchame: tienes un problema y quiero ayudarte. ¿Puedes meterte eso en la cabeza?

—¿Quieres ayudarme? —Inclinó la cabeza y le habló con la calidez de un glaciar—. Entonces ve a casa de Murphy y pídele que te preste un poco de té, porque al parecer nos hemos quedado sin nada.

—Puedo llamarlo de tu parte —le contestó Gray en el mismo tono— y pedirle que te traiga el té. No voy a dejarte aquí sola.

—Como te venga mejor. El teléfono de Murphy está en la libreta de la cocina, junto al… —Se quedó sin voz al ver en un destello la imagen de su primoroso cuartito. Cerró los ojos—. Gray, ¿me dejarías sola un momento? Me sentiré mejor después.

—Brianna… —empezó, y le acarició una mejilla.

—Por favor. —Brie se habría derrumbado completamente, humillándose, si él era amable en ese instante—. Estaré bien una vez que me ponga manos a la obra. Además, me gustaría tomarme un té. —Abriendo los ojos se esforzó por sonreír—. De verdad, me gustaría mucho.

—De acuerdo. Estaré en la cocina.

Agradecida, Brie se puso a trabajar.