Brianna nunca había pasado una noche ni remotamente parecida a ésa. Todos los factores apuntaban a que se convertiría en un recuerdo maravilloso: el atractivo hombre que parecía fascinado por cada una de sus palabras, la romántica decoración del castillo sin las incomodidades medievales, la magnífica cena y el delicado vino. No estaba segura de cómo podría pagarle por haberle concedido una noche tan maravillosa, y particularmente por haber logrado con sus encantos que el maître les diera una copia de la carta.
Entonces empezó de la única manera que sabía: preparando un desayuno especial.
Cuando Maggie entró en la cocina, el aire estaba inundado de exquisitos aromas y Brianna estaba cantando.
—Bueno, veo que estás teniendo una mañana espléndida.
—Sí, así es. —Brianna le dio la vuelta a una gruesa rebanada de pan de especias que estaba tostando—. ¿Quieres desayunar, Maggie? Hay de sobra.
—Ya he desayunado, gracias —dijo Maggie con pesar—. ¿Está Gray por aquí?
—No ha bajado todavía. Por lo general a esta hora ya anda olisqueando las sartenes.
—Entonces de momento estamos solas, ¿no?
—Sí. —El ánimo de Brianna se ensombreció. Con cuidado, puso la última rebanada de pan en una fuente y la metió en el horno para mantenerla tibia—. Has venido a hablar de las cartas.
—He dejado que te preocupes por ese tema demasiado tiempo, ¿verdad? Lo siento.
—Ambas necesitábamos pensar. —Brianna cruzó los brazos sobre el delantal y miró a su hermana—. ¿Qué quieres hacer, Maggie?
—Lo que quiero hacer es nada, fingir que nunca he leído las cartas y que no existen.
—Maggie…
—Déjame terminar —soltó, y empezó a caminar por la cocina como un gato malhumorado—. Quiero que sigamos como estamos y quiero que mis recuerdos de papá sigan siendo míos. No quiero preguntarme, o preocuparme, por una mujer que conoció y con la que se acostó hace un montón de tiempo. No quiero pensar en que en alguna parte tengo un hermano o una hermana que ya es un adulto. Tú eres mi hermana —dijo apasionadamente—. Tú eres mi familia. Me repito una y otra vez que esa tal Amanda y su hijo tienen una vida propia en alguna parte y que no nos agradecerían que apareciésemos ahora. Quiero olvidar todo el asunto, quiero que se desvanezca. Eso es lo que quiero, Brianna. —Se detuvo, se recostó contra la encimera y suspiró—. Eso es lo que quiero —insistió—, pero no es lo que tenemos que hacer. Papá pronunció su nombre; de hecho, casi lo último que dijo antes de morir fue su nombre. Amanda tiene derecho a saberlo. Y yo tengo derecho a maldecirla por ello.
—Siéntate, Maggie. No debe de ser bueno para ti que te alteres tanto.
—Claro que estoy alterada; las dos lo estamos, aunque tengamos diferentes maneras de manifestarlo. —Maggie agitó la cabeza desestimando la idea de Brie—. No necesito sentarme. Si el bebé no se ha acostumbrado a mi temperamento todavía tendrá que aprender. —Aun así, hizo un esfuerzo y respiró profundamente un par de veces tratando de calmarse—. Tendremos que contratar a un investigador, un detective, en Nueva York. Eso es lo que tú quieres, ¿no?
—Creo que es lo que debemos hacer —contestó Brianna cautelosamente—. Por nosotras, por papá. ¿Cómo lo podemos hacer?
—Rogan conoce a algunas personas que nos podrían ayudar. Puede llamarlas, ya que se le da tan bien lo del teléfono. —Maggie notó que Brianna necesitaba que sonriera, de modo que lo hizo—. Ésa será la parte fácil. La cuestión es que quién sabe cuánto tiempo nos costará encontrar a Amanda y a su hijo. Y sólo Dios sabe cómo reaccionaremos cuando los tengamos cara a cara, si es que logramos encontrarlos. Puede que esa tal Amanda se haya casado, sea madre de una docena de hijos y lleve una vida feliz.
—Sí, yo también he pensado en eso. Pero necesitamos saberlo, ¿no te parece?
—Sí, así es. —Maggie dio un paso adelante y puso cariñosamente las manos sobre las mejillas de su hermana—. No te preocupes tanto, Brie.
—No me preocuparé más si tú tampoco lo haces.
—Trato hecho —dijo Maggie, y le dio un ligero beso para sellarlo—. Ahora ve a alimentar a tu perezoso yanqui. Ya he encendido mi horno y tengo cosas que hacer.
—Nada pesado, espero.
Maggie le dirigió una sonrisa por encima de un hombro mientras caminaba hacia la puerta.
—Conozco mis límites —replicó.
—No es cierto, Margaret Mary —contesto Brianna en voz alta al tiempo que la puerta se cerraba de un golpe. Se quedo de pie allí un momento, perdida en sus pensamientos, hasta que la cola de Con, que repiqueteaba en el suelo rítmicamente, la devolvió a la realidad—. ¿Quieres salir? Bien, anda a ver qué está haciendo Murphy.
En el instante en que Brianna abrió la puerta, Con se precipitó fuera. Después de un ladrido de satisfacción, corrió hacia el campo. Brie cerró la puerta para que no entrara el aire húmedo y pensó en qué hacer. Eran más de las diez y tenía tareas pendientes. Si Gray no bajaba a desayunar, entonces le subiría el desayuno.
Ver la carta de Dromoland Castle sobre la mesa la hizo sonreír de nuevo, así que empezó a tararear mientras preparaba la bandeja con el desayuno. Haciendo un esfuerzo, la levantó y subió las escaleras. La puerta de Gray estaba cerrada, lo que la hizo dudar. Llamó suavemente, pero no obtuvo respuesta, de modo que empezó a morderse el labio. Tal vez Gray se hubiera puesto enfermo. Preocupada, llamó otra vez con más fuerza y pronunció su nombre.
Como creyó escuchar un gruñido, haciendo equilibrios con la bandeja en una mano, abrió la puerta con la otra. Parecía que la cama había sido el escenario de una pequeña batalla. El edredón estaba revuelto y a punto de caerse al suelo por los pies. El cuarto estaba más frío que una piedra. Entonces Brie dio un paso adelante y lo vio.
Gray estaba sentado delante del escritorio con el pelo despeinado y los pies descalzos. Había una pila de libros a su lado y sus dedos corrían raudos sobre el teclado de su pequeño ordenador. Junto a uno de sus codos descansaba un cenicero lleno de colillas. El aire apestaba a humo.
—Perdón —dijo Brie, pero no hubo respuesta. A la joven empezaron a dolerle los músculos del brazo por el peso de la bandeja—. Grayson.
—¡¿Qué?!
Aquella palabra fue pronunciada como una bala que la hizo retroceder. Gray levantó la cabeza rápidamente.
De nuevo el pirata, pensó Brie. Tenía un aspecto peligroso, casi violento. Gray trató de enfocarla sin mostrar señales de reconocerla, lo que hizo que Brie se preguntara si aquel hombre había enloquecido durante la noche.
—Espera —le ordenó Gray, y atacó el teclado otra vez. Brianna esperó, desconcertada, durante casi cinco minutos. Entonces Gray se recostó en el respaldo de la silla y se frotó con fuerza la cara con las manos, como un hombre que acabara de despertar de un sueño. O, pensó Brianna, de una pesadilla. Entonces se volvió a mirarla de nuevo con esa sonrisa espontánea y ya familiar para ella—. ¿Me has traído el desayuno?
—Sí… Son más las diez y media, y como no bajabas…
—Lo siento. —Se levantó, cogió la bandeja y la puso sobre la cama. Cogió un trozo de beicon con los dedos y se lo llevó a la boca—. La inspiración me vino en plena madrugada. Creo que lo que la provocó fue la historia de los fantasmas. Dios, sí que está frío el cuarto.
—Pues no es de sorprender. Estás tentando a la muerte, andando descalzo y con la chimenea apagada.
Gray sólo sonrió cuando Brianna se arrodilló frente a la chimenea y empezó a organizar el carbón para prenderlo. Parecía una madre regañando a su hijo por tonto.
—Me he dejado llevar.
—Eso está muy bien, pero no es bueno para tu salud sentarte ahí con este frío y fumar en lugar de tomar un desayuno decente.
—Por el olor yo diría que es mucho más que decente. —Con paciencia, Gray se puso en cuclillas al lado de Brie y le pasó una mano por la espalda en un gesto descuidado y amigable—. Brianna, ¿me harías un favor?
—Si puedo, por supuesto.
—Sal de aquí.
Sorprendida, volvió la cara hacia él, boquiabierta. Gray se no y puso las manos de ella entre las suyas.
—No te ofendas, cariño, pero suelo morder si me interrumpen mientras estoy trabajando. Y en este momento, la historia me bulle por dentro.
—Te aseguro que no pretendía estorbarte.
Gray hizo una mueca de impaciencia. Estaba tratando de ser diplomático, ¿no?
—Necesito fluir con ella mientras brota, ¿entiendes? Así que sencillamente olvídate de que estoy aquí arriba.
—Pero tu habitación… Necesitas que te cambie las sábanas, que arregle el baño…
—No te preocupes por nada. —Ahora el fuego resplandecía en la chimenea, igual que la impaciencia dentro del cuerpo de Gray, que levantó a Brie del suelo—. Arreglarás lo que quieras cuando llegue a un punto muerto. Te agradecería que me dejaras algo de comer de cuando en cuando ante la puerta; eso es lo único que necesito.
—Está bien, pero… —Gray la fue llevando hacia la puerta. Brie estaba rabiosa—. No tienes que sacarme a empellones, ya me voy.
—Gracias por el desayuno.
—De… —empezó, pero entonces él le cerró la puerta en las narices— nada —concluyó entre dientes.
Durante el resto del día y los dos siguientes, Brianna ni vio ni escuchó nada de Gray. Trató de no pensar en el estado de la habitación, si Gray mantenía el fuego prendido o si dormía o no. Lo que sí sabía con certeza era que sí estaba comiendo, pues cada vez que le llevaba una bandeja con comida reciente, ante la puerta encontraba la bandeja anterior, y muy rara vez dejaba algo más que una migaja en el plato.
Brianna podría pensar que estaba sola en la casa si no hubiera sido tan consciente de la presencia de Gray. Sin embargo dudaba que él pensara en ella aunque fuera un momento.
Y Brianna tenía razón. Gray dormía de cuando en cuando siestas cortas llenas de sueños y visiones. Comía para alimentarse de la misma manera que la historia alimentaba su mente y bramaba dentro de su cuerpo. En tres días había escrito más de cien páginas, un borrador al que en algunos pasajes le faltaba movimiento, pero capturaba el espíritu de la historia.
Ya tenía un asesinato, que era placentero y sigiloso. Y tenía desesperanza y dolor, desesperación y mentiras.
Gray estaba en la gloría.
Cuando la historia se agotó finalmente, Gray casi gateó hasta la cama, se tapó con el edredón hasta la cabeza y durmió como un tronco.
Cuando se despertó, le echó un vistazo con detenimiento a la habitación y decidió que una mujer tan fuerte como Brianna no se desmayaría con el espectáculo. Sin embargo, al examinarse a sí mismo en el espejo del baño, pensó que en cuanto a él la reacción sería distinta. Se frotó con la mano la barba sin arreglar y pensó que parecía una criatura que hubiera salido del retrete.
Se quitó la camisa, hizo una mueca por el olor que despedía, no sólo la camisa, sino él mismo, y se metió en la ducha. Treinta minutos después se puso ropa limpia; se sentía alegre, aunque un poco rígido por la falta de ejercicio. Pero la emoción lo recorría de arriba abajo. Abrió la ventana de par en par e inhaló profundamente la mañana lluviosa.
Un día perfecto, pensó, en el lugar perfecto.
La bandeja del desayuno estaba ante la puerta, con la comida fría. Se dio cuenta de que había dormido mucho, y entonces cogió la bandeja deseando poder lograr que Brianna le calentara el desayuno otra vez.
Y tal vez accediera a dar un paseo con él. Le sentaría bien un poco de compañía. Tal vez podría convencerla de que fuera con él a Galway y que pasaran el día juntos entre la muchedumbre. Siempre podrían…
Se detuvo en la puerta de la cocina y una amplia sonrisa se dibujó en su rostro. Allí estaba Brie, con las manos metidas hasta las muñecas en la masa del pan; tenía el pelo recogido y la nariz empolvada de harina.
Era una escena magnífica y Gray se sentía muy feliz. Dejó la bandeja sobre la mesa con un estruendo que sobresaltó a Brianna y la hizo levantar la mirada. Apenas había empezado a sonreír cuando Gray caminó rápidamente hacia ella, tomó su rostro entre sus manos y la besó con fuerza en la boca.
Brie clavó las manos en la masa y la cabeza empezó a darle vueltas. Antes de que pudiera reaccionar, Gray dio un paso atrás.
—¡Hola! Que día tan maravilloso, ¿no te parece? Me siento increíblemente bien. ¿Sabes?, es imposible saber que se va a presentar de esta manera, pero cuando es así, es como un tren que corre a toda máquina a través de tu cabeza y no puedes detenerlo.
Tomó una tostada fría de la bandeja y se dispuso a morderla. Estaba todavía a medio camino de su boca cuando la realidad chocó contra él. Fijó los ojos en los de Brie y dejó caer la tostada en el plato. El beso sólo había sido el mero reflejo de su estado de ánimo, ligero, exuberante. Pero ahora lo estaba inundando una reacción tardía que le presionó los músculos y le subió columna arriba.
Brianna simplemente se quedó allí, mirándolo, con la boca entreabierta por la sorpresa y los ojos como platos.
—Espera un momento —murmuró Gray al tiempo que acercaba a ella de nuevo—. Espera sólo un momento.
Brie no habría podido moverse aunque se le hubiera estado cayendo el techo encima. A duras penas pudo respirar cuando Gray puso sus manos de nuevo a los lados de su cara pero suavemente, como un hombre que experimenta con la textura. Mantuvo los ojos abiertos con una expresión no del todo complacida mientras esta vez se inclinaba hacia ella.
Brie sintió los labios de Gray acariciando los suyos suave, amorosamente. Era el tipo de contacto que no encendería fuego en la sangre, pero, sin embargo, su sangre se calentó. Gray la giró, apenas lo suficiente para que sus cuerpos se quedaran frente a frente, y le inclinó la cabeza hacia atrás ligeramente para que el beso fuera profundo.
La garganta de Brianna emitió un sonido, de angustia o de placer, antes de que sus puños se aflojaran.
La boca de Brianna estaba hecha para saborearla, pensó Gray. Tan colmada, generosa, complaciente. Un hombre no debía apresurarse con una boca como aquélla. Gray frotó ligeramente sus dientes sobre el labio inferior de Brianna y le encantó, escuchar el grave e impotente ronroneo con el que ella le respondió. Lentamente, observando cómo ella abría y cerraba los ojos, le dibujó los labios con la lengua y luego la introdujo en la boca de ella. Había allí tantos sabores sutiles…
Era maravillosa la manera en que Gray podía sentir que se le iba entibiando la piel a Brie, cómo se le aflojaban los músculos y le latía el corazón. O tal vez era su propio corazón. Algo rugía dentro de su cabeza, vibraba en su sangre. Y sólo cuando sintió que la avidez le empezaba a invadir, junto con la violencia taimada que la acompaña siempre, se despegó de ella.
Brianna estaba temblando y el instinto advirtió a Gray de que si se dejaba llevar, podría hacerle daño a ella y a sí mismo.
—Esto ha sido mejor de lo que me había imaginado —pudo decir Gray—, y eso que tengo una imaginación desbordante.
Sintiéndose un poco temblorosa, Brie se apoyó en la encimera. Las rodillas le flaqueaban. Sólo el temor a la vergüenza hizo que no le temblara también la voz.
—¿Así es como te comportas siempre que sales de tu cueva?
—No siempre tengo la suerte de tener a una mujer hermosa a mano. —Gray inclinó la cabeza y la examinó. Todavía le latía el pulso en la garganta y tenía ruborizada la piel. Pero, a menos que estuviera equivocado, ella ya estaba reconstruyendo ese delgado muro de defensa—. Esto no ha sido normal. Y no tiene ningún sentido fingir que lo ha sido.
—Normalmente mis huéspedes no me besan cuando estoy haciendo el pan. No puedo saber lo que es normal para ti, ¿no te parece? —A Gray le cambió la mirada, los ojos se le oscurecieron con una pizca de furia y dio un paso hacia ella. Brie, por su parte, dio un paso atrás—. Por favor, no.
—Sé más clara —le dijo él entrecerrando sus oscuros ojos.
—Tengo que terminar esto. La masa tiene que crecer otra vez.
—Estás huyendo, Brianna.
—De acuerdo. No me beses así otra vez. —Brie respiró entrecortadamente—. No cuento con las defensas apropiadas.
—Esto no tiene por qué ser una batalla, Brianna. Quiero acostarme contigo.
Para ocupar sus nerviosas manos, Brie cogió un paño y empezó a limpiarse la masa que le colgaba de los dedos.
—Vaya, eso es un poco brusco.
—Es honesto. Si no estás interesada, sencillamente di que no.
—Yo no me tomo las cosas tan informalmente como tú, con un simple sí o no y listo. —Luchando por calmarse, dejo con decisión el paño y lo puso a un lado—. Además, no tengo experiencia en estos temas.
Maldita Brianna por mostrarse tan fría cuando a él le hervía la sangre.
—¿Qué temas?
—De los que estás hablando. Ahora sal de mi camino para que pueda volver a mi pan.
Gray la tomó por un brazo y la miró directamente a los ojos. ¿Sería virgen?, se preguntó, dejando que la idea le diera vueltas en la cabeza y luego se asentara. ¿Una mujer tan bella como Brianna, que además respondía de esa manera?
—¿Acaso los hombres de esta región tienen algún problema? —preguntó Gray en tono ligero, tratando de aliviar un poco la tensión. Pero el resultado fue un destello de dolor en los ojos de Brianna que lo hizo sentir como un gusano.
—¿No te parece que es asunto mío cómo decido vivir? —contestó ella con voz helada—. Yo he respetado tus deseos y tu trabajo estos últimos días, así que haz lo mismo y déjame continuar con mi trabajo.
—Está bien —dijo él, y la soltó y dio un paso atrás—. Voy a salir un rato, ¿quieres que te traiga algo?
—No, gracias. —Brianna volvió a hundir las manos en la masa y empezó a amasar—. Está lloviznando —dijo llanamente—, así que es probable que quieras ponerte un impermeable.
Gray caminó hasta la puerta y se dio la vuelta.
—Brianna —dijo, y esperó a que ella levantara la cabeza y lo mirara para continuar—, no me has dicho si estás interesada o no. Tendré que suponer que vas a pensártelo.
Y diciendo eso, salió de la cocina. Brie no pudo respirar de nuevo hasta que oyó que la puerta se cerraba tras él.
Gray quemó el exceso de energía paseando hasta los acantilados de Moher. Para darse tiempo de calmarse, y dárselo a Brianna se detuvo en Ennis y almorzó en un pub, donde se tomó enorme ración de pescado y patatas fritas. Después camino por las estrechas calles del pueblo. Algo en un escaparate le llamó la atención y entonces, siguiendo un impulso, entró en la tienda, lo compró y pidió que se lo envolvieran.
Para cuando regresó a Blackthorn, Gray casi se había convencido de que lo que había experimentado con Brianna en la cocina era más el resultado de la alegría que sentía por su trabajo que de la química.
Sin embargo, cuando entró en su habitación y se la encontró arrodillada en el suelo del baño, con un balde y un trapo en la mano, la balanza se inclinó hacia el otro lado. Si no era cierto que los hombres viven obsesionados con el sexo, ¿entonces cómo era posible que una visión como aquélla le hiciera bullir la sangre?
—¿Sabes con cuánta frecuencia te he encontrado en esa posición?
Brianna lo miró por encima de un hombro.
—Es una manera decente de ganarme la vida —respondió, y se sopló un mechón de pelo que tenía sobre la cara—. Y déjame decirte, Grayson Thane, que vives como un cerdo cuando estás trabajando.
—¿Les hablas así a todos tus clientes? —le preguntó arqueando una ceja.
Gray la había pillado. Brie se ruborizó ligeramente y siguió limpiando el suelo con el trapo.
—Si vas a volver a trabajar, tranquilo, que enseguida termino. Esta noche llega otro cliente.
—¿Esta noche? —Gray frunció el ceño. Le gustaba tener la casa para él solo. Tenerla a ella para él solo—. ¿Quién es?
—Un inglés. Llamó poco después de que te fueras esta Mañana.
—Bueno, pero ¿quién es? ¿Cuánto tiempo se va a quedar?
¿Y qué diablos quería?, pensó.
—Una o dos noches —contestó ella espontáneamente—. Como ya sabes, no interrogo a mis huéspedes.
—Es sólo que me parece que hay cosas que tendrías que preguntar. No puedes permitir que cualquier extraño entre en tu casa.
Divertida, Brie se sentó sobre las piernas, sacudió la cabeza y lo miró. Era una combinación de desaliño y elegancia pensó ella, con sus mechones dorados en una coleta al estilo pirata, esos hermosos ojos malhumorados, las botas caras, los vaqueros desgastados y la camisa nueva.
—Pues eso es exactamente lo que hago. Si no recuerdo mal, tú mismo entraste en ella en plena noche no hace mucho tiempo.
—Eso es diferente —replicó, y ante la anodina mirada de Brie, se encogió de hombros—. Sencillamente es diferente. ¿Podrías levantarte y dejar de limpiar el suelo? Ya se podría comer en él.
—Es obvio que el paseo de hoy no te ha sentado demasiado bien, ¿no?
—No ha estado mal —contestó; recorrió la habitación con la mirada y resopló al ver el escritorio—. Has estado husmeando en la mesa.
—He retirado tres centímetros de polvo y ceniza, si eso es lo que quieres decir. No he tocado tu ordenador, salvo para levantarlo y volverlo a poner en su sitio —le aclaró, aunque había tenido la tentación de encenderlo y echarle un vistazo a lo que estaba escribiendo.
—No tienes por qué estar detrás de mí limpiando todo el tiempo. —Gray exhaló un suspiro entre dientes y metió las manos en los bolsillos cuando ella se quedó de pie con el balde en la mano mirándolo—. Maldición, pensaba que ya había solucionado esto. Y no le está haciendo bien a mi ego saber que ni siquiera estás tratando de confundirme. —Cerró los ojos y respiro profundamente—. Muy bien. Intentémoslo de nuevo. Te he traído un regalo.
—¿De veras? ¿Por qué?
—¿Y por qué diablos no? —Cogió la bolsa que había dejado sobre la cama y se la pasó a Brianna—. En cuanto lo vi pensé que te gustaría.
—Es muy amable por tu parte —dijo Brie sacando la caja de la bolsa y rompiendo la cinta que la mantenía cerrada.
Brianna olía a jabón, flores y desinfectante. Gray apretó los dientes.
—A menos que quieras que te lance a la cama que acabas de hacer, sería muy inteligente por tu parte que te alejes de mí. —Brianna levantó la mirada, sorprendida y con las manos paralizadas sobre la caja—. Hablo en serio.
Con cautela, Brie se humedeció los labios con la lengua.
—Está bien. —Dio primero un paso hacia atrás y después otro—. ¿Así está mejor?
Lo absurdo de la situación se hizo evidente. Sin poder hacer nada más, Gray le sonrió.
—¿Por qué me fascinas, Brianna?
—No tengo ni la más remota idea. En absoluto.
—Ésa debe de ser la razón —murmuró—. Abre tu regalo.
—Estoy intentándolo —dijo, y finalmente pudo romper la cinta, abrió la tapa y buscó dentro del papel cebolla—. ¡Ay, qué bonito! —exclamó, y la alegría le iluminó la cara mientras giraba la cabaña de porcelana en la mano. Era delicada, con la puerta principal abierta en señal de bienvenida y un jardincito cuidado lleno de flores de pétalos perfectamente formados—. Parece como si de verdad pudieras entrar en ella.
—Me hizo pensar en ti.
—Gracias. —Su sonrisa era más tranquila ahora—. ¿Me la has comprado para ablandarme?
—Primero dime si ha surtido efecto.
—No, no me vas a ablandar —le dijo Brianna riéndose—. Ya tienes suficiente ventaja con como están las cosas.
—¿En serio?
A Brianna se le encendieron todas las alarmas por el ronroneo que distinguió en el tono de Gray, de modo que se concentró en volver a poner la pequeña cabaña en su lecho de papel dentro de la caja.
—Tengo que ir a preparar la cena. ¿Quieres que te la traiga en la bandeja?
—Esta noche no. Ya ha pasado la primera oleada.
—El nuevo huésped me dijo que llegaría a las cinco, así que tendrás compañía para la cena.
—Fantástico.
Gray se había preparado para que no le cayera bien el inglés. Pensó que se estaba comportando como un perro semental ejerciendo sus derechos territoriales, pero era difícil sentirse amenazado por aquel hombrecillo bien arreglado de calva resplandeciente y acento esnob de colegio privado.
Se llamaba Herbert Smythe-White y era un viudo jubilado de Londres que se encontraba en la primera etapa de un viaje de seis meses por Irlanda y Escocia.
—Me estoy mimando un poco —le contó a Gray durante la cena—. Nancy y yo no fuimos bendecidos con hijos y ella murió hace un par de años, así que estuve mucho tiempo rumiando mis penas de un lado a otro de la casa. Habíamos planeado hacer un viaje así, pero yo siempre estaba ocupado trabajando. —Sonrió con pesar—. Entonces decidí hacer el viaje yo solo, como una especie de homenaje a mi mujer. Creo que le habría gustado.
—¿Es ésta su primera parada?
—Así es. Llegué en avión a Shannon y allí alquilé un coche —dijo riéndose entre dientes al tiempo que se quitaba las gafas de montura metálica y limpiaba los cristales con un pañuelo—. Llevo todas las armas del turista: mapas y guías de viaje. Pienso quedarme uno o dos días antes de seguir hacia el norte. —Volvió a ponerse las gafas sobre su prominente nariz—. Sin embargo, me temo que he elegido lo mejor para el principio. La señorita Concannon es una excelente cocinera.
—Desde luego, en ese punto no voy a contradecirle. —Estaban sentados en el comedor, degustando un suculento salmón—. ¿A qué se dedicaba usted?
—Trabajaba en un banco. Es una pena que me haya pasado la mayor parte de mi vida preocupándome por cifras —dijo mientras se llevaba a la boca unas patatas con salsa de mostaza—. ¿Y usted, señor Thane? La señorita Concannon me dijo que era escritor. Nosotros, los de talante práctico, siempre envidiamos a los de talante creativo. Nunca me he tomado el tiempo necesario para leer por placer, pero le aseguro que ahora que nos hemos conocido, voy a leer alguno de sus libros. ¿Usted también está de viaje?
—De momento no. Me voy a quedar aquí un tiempo.
—¿Aquí, en el hotel?
—Así es. —Gray levantó la mirada hacia Brianna cuando ella entró en el comedor.
—Espero que les quede espacio para el postre —dijo la joven poniendo una enorme fuente de natillas sobre la mesa.
—Dios mío. —Detrás de los limpios cristales de sus gafas, los ojos de Smythe-White bailaron de placer, y tal vez con un poco de glotonería—. Creo que voy a pesar varios kilos más cuando me levante de la mesa.
—He puesto un poco de magia en el postre para que las calorías no cuenten —le dijo Brianna mientras servía unas generosas raciones en sendos platos—. Espero que haya encontrado cómoda su habitación, señor. Si necesita cualquier cosa, sólo tiene que pedírmela.
—Es exactamente lo que quería —le aseguró el hombre—. Debo volver cuando su jardín haya florecido.
—Espero que así sea —replicó, dejándoles una jarra con café y una botella de brandy.
—Una mujer encantadora —comentó Smythe-White.
—Así es.
—Y demasiado joven para administrar sola un negocio. Debería tener un marido, una familia, ¿no?
—Brianna es muy eficiente. —La primera cucharada de natillas se derritió en la boca de Gray. Eficiente no era la palabra apropiada, pensó. Aquella mujer era una maestra de la cocina—. Tiene una hermana que vive al final del camino con su marido. Y ésta es una comunidad muy unida. Siempre llama alguien a la puerta de la cocina.
—Eso es una suerte. Me imagino que de lo contrario sería un lugar bastante solitario. Aunque cuando venía para acá he notado que los vecinos son pocos y están separados por largas distancias. —Sonrió de nuevo—. Me temo que la ciudad me ha echado a perder y no me da vergüenza reconocer que disfruto de las multitudes y del ritmo frenético. Me costará cierto tiempo acostumbrarme al silencio de la noche.
—Aquí va a tener mucho. —Gray sirvió brandy en una copa y luego en una segunda cuando su acompañante asintió con la cabeza—. Estuve en Londres no hace mucho tiempo. ¿De qué parte es usted?
—Tengo un apartamento cerca de Green Park. No tuve el valor de seguir viviendo en la casa que Nancy y yo compartimos después de que ella muriera. —Suspiró y le dio vueltas a su brandy—. Déjeme darle un consejo, aunque no me lo haya pedido, señor Thane: haga que sus días sean significativos. No invierta todos sus esfuerzos en el futuro, porque de ser sí se perderá demasiado del presente.
—Ése es un consejo por el cual me rijo.
Horas más tarde, el simple hecho de pensar en las sobras del postre hizo que Gray se despegara de la cama tibia y del libro que estaba leyendo. La casa gimió ligeramente a su alrededor mientras se ponía unos pantalones de franela. Bajó a la cocina descalzo y fantaseando con atiborrarse de natillas.
Sin duda ésa no era su primera incursión nocturna en la cocina desde que estaba viviendo en Blackthorn. Ninguna de las sombras ni ninguno de los crujidos lo molestaron mientras caminaba por el pasillo y entraba en la oscura habitación. Encendió la luz que había sobre el fuego para no despertar a Brianna.
Entonces deseó no haber pensado en ella o en que estaba acostada durmiendo a tan sólo una pared de distancia. Probablemente tendría puesto ese largo pijama de algodón con botoncitos en el cuello. Era tan mojigato que la hacía exótica y conseguía que cualquier hombre, cualquiera de sangre caliente, se preguntara cómo era el cuerpo que escondía toda esa tela.
Si seguía por ese camino, ni todas las natillas del mundo podrían saciar su apetito.
Sólo un vicio a la vez, muchacho, se dijo, y sacó un plato, pero entonces oyó un sonido fuera que hizo que se quedara quieto un momento y escuchara. Justo cuando estaba a punto de no prestarle más atención al asunto, pensando que eran crujidos de la casa, oyó un rasgueo.
Con el plato en una mano fue hasta la puerta de la cocina y miró hacia fuera, pero no vio nada más que la oscuridad de la noche, aunque de repente la ventana se llenó de pelos y colmillos. Gray logró abstenerse de gritar y mantener el equilibrio para no caerse de espaldas. Entre maldiciones y risas, le abrió la puerta a Con.
—Del susto me has quitado diez años de vida, muchas gracias —dijo, acariciándole una oreja al perro y, puesto que Brianna no estaba presente, decidió compartir las natillas con su compañero canino.
—¿Qué crees que estás haciendo? —oyó entonces.
Gray se enderezó y se golpeó la cabeza con la puerta de la despensa, que se había quedado abierta. Una cucharada de natillas cayó en el plato de Con, que la engulló en un suspiro.
—Nada. —Gray se frotó la cabeza, que le palpitaba por el golpe—. Dios santo, tendré mucha suerte si tú y tu lobo me dejáis llegar a mi próximo cumpleaños.
—Con no debe comer eso —repuso Brie quitándole el plato a Gray—, no es bueno para él.
—Iba a comérmelo yo, pero ahora me conformaría con un par de aspirinas.
—Siéntate para que pueda ver el chichón que te has hecho en la cabeza, o la brecha, sea cual sea el caso.
—Muy tierna. ¿Por qué no vuelves a la cama y…? —Gray no pudo terminar la frase porque Con, que estaba entre ellos, de repente se erizó, empezó a gruñir y, con un rugido, saltó sobre la puerta que daba al pasillo, con tan mala suerte que Gray estaba justo en medio.
La fuerza de ochenta kilos de músculo lo hizo tambalearse y estrellarse contra la encimera. Vio las estrellas cuando uno de sus codos golpeó la madera y oyó entre nebulosas una tajante orden de Brianna.
—¿Te has hecho daño? —El tono de Brianna era maternal y tranquilizador, y transmitía sincera preocupación—. Grayson, te has puesto pálido. Ven, siéntate. ¡Con, quieto!
Gray empezó a oír campanas y a ver estrellas, y entonces lo mejor que pudo hacer fue desplomarse en la silla que Brianna le acercó.
—Todo esto por unas malditas natillas —comentó ella—. Bueno, ya está. Lo único que tienes que hacer es recuperar el aliento. Déjame verte el brazo.
—¡Mierda! —Gray abrió los ojos como platos cuando Brianna le dobló el codo y el dolor le invadió el brazo—. ¿Estás tratando de matarme sólo porque quiero desnudarte?
—¡Deja ese tema! —El reproche le salió débil y chasqueó la lengua en señal de desaprobación mientras examinaba el golpe—. Tengo un poco de tónico de olmo escocés.
—Creo que prefiero morfina —dijo Gray. Respiró ruidosamente y miró al perro con los ojos entrecerrados. Con seguía parado mirando hacia la puerta, inquieto y preparado para salir—. ¿Qué diablos le pasa?
—No sé. Con, deja de hacer tonterías y siéntate. —Brianna humedeció una servilleta con el tónico y se la puso en el brazo a Gray—. Probablemente sea el señor Smythe-White. Con andaba de correría cuando llegó, así que no los he presentado. Puede que lo haya olido en el aire.
—Es una suerte que al viejo no le haya dado antojo de natillas, entonces.
Brianna sólo sonrió y se enderezó para mirarle el golpe de la cabeza. Gray tenía un pelo hermoso, pensó Brianna. Era dorado y sedoso.
—Con no le haría daño, simplemente lo acorralaría. En fin, te va a salir un buen chichón en la cabeza.
—Lo dices muy complacida.
—Así aprenderás a no darle dulces al perro. Te voy a poner nielo en un trapo para que… —Brianna lanzó un chillido cuando Gray tiró de ella y la sentó sobre su regazo. Con levantó la orejas, pero sólo se acercó a ellos y le olisqueó una mano a Gray.
—Le caigo bien.
—Con es fácil de conquistar. Deja que me levante o le diré que te muerda.
—Con no me mordería, acabo de darle natillas. Quedémonos sentados aquí un momento, Brie. Estoy demasiado débil para hacerte nada.
—No te creo ni por un segundo —dijo en voz baja, cediendo.
Gray acunó la cabeza de Brie en su hombro y sonrió cuando Con descansó la suya sobre el regazo de ella.
—Esto es muy agradable.
—Mucho.
Brianna sintió que el corazón se le agrietaba cuando Gray la abrazó tranquilamente en la luz tenue de la cocina mientras la casa dormitaba a su alrededor.