Capítulo 4

En cuestión de días, Brianna se acostumbró a la rutina de Gray y ajustó su horario de acuerdo con ella. A él le gustaba comer y rara vez se saltaba alguna comida, aunque Brianna descubrió rápidamente que su cliente no tenía ningún respeto por los horarios. Brianna intuía que Gray tenía hambre cuando empezaba a rondar la cocina. Sin importar qué hora fuera, ella le servía algo. Y tuvo que admitir que apreciaba que él disfrutara tanto de la comida que le preparaba.

La mayoría de los días Gray salía de paseo, en lo que Brie llamaba sus correrías. Si Gray le preguntaba, ella le daba instrucciones o le sugería ir a tal o cual parte que tal vez él querría ver. Pero, por lo general, él se iba con mapa, cuaderno y cámara en mano.

Brianna le arreglaba la habitación cuando él salía. Toda persona que atiende a otra empieza a aprender cosas sobre ella. Brie descubrió, por ejemplo, que Grayson Thane era muy cuidadoso cuando se trataba de las cosas que le pertenecían a ella. Nunca encontraba las toallas buenas tiradas y mojadas en el suelo, ni tampoco manchas causadas por el olvido de una taza o un vaso sobre alguna mesa. Pero Gray era muy descuidado cuando se trataba de las cosas que le pertenecían a él. Se limpiaba la suela de las botas antes de pasar del campo a los relucientes suelos de la casa pero nunca se tomaba el trabajo de limpiar el fino cuero o de darles betún.

Entonces Brie lo hacía ella misma.

Toda su ropa era de marca de diferentes ciudades del mundo pero nunca la planchaba y con frecuencia la dejaba de cualquier manera sobre alguna silla o la colgaba descuidadamente en el armario. Entonces Brie empezó a lavar su ropa junto con la de ella y la verdad era que disfrutaba colgando las camisas de él de las cuerdas cuando el día estaba soleado.

Gray no guardaba recuerdos de familiares o amigos y no había hecho ningún intento de personalizar la habitación en la que estaba viviendo. Tenía libros, cajas de libros de misterio, novelas de terror, de espionaje y románticas, clásicos de la literatura, libros de no ficción sobre procedimientos policiales, armas y asesinatos, psicología, mitología, brujería, mecánica, lo que hizo que Brie sonriera, y temas tan variados que iban de arquitectura a zoología. Al parecer no había nada que no le interesara.

Brie descubrió que Gray prefería el café, pero que se tomaba el té sin rechistar si estaba suficientemente fuerte, y que era tan goloso como un niño de diez años, y tenía su misma energía.

Era curioso y no había pregunta que se abstuviera de hacer. Y debido a la amabilidad innata que proyectaba era difícil desairarlo. Nunca dejaba de ofrecerse para ayudarla con alguna tarea o recado y varias veces lo había visto dándole pedacitos de comida a Con cuando creía que ella no estaba mirando.

Era, desde cualquier punto de vista, un arreglo estupendo: el la proveía de compañía, ingresos y la posibilidad de hacer trabajo que le encantaba. Ella, por su parte, le daba una base de operaciones acogedora y agradable. Sin embargo, Brie no podía relajarse del todo cuando él estaba cerca. Gray no había mencionado para nada ese momento de atracción en el cual se les había nublado el entendimiento. Pero estaba allí, en cómo le saltaba el pulso cuando entraba en una habitación y lo encontraba allí sin haberlo esperado. En cómo su cuerpo respondía cuando él volvía esos ojos dorados hacia ella y sencillamente la miraba.

Brianna se culpaba a sí misma por ello. Había pasado mucho, mucho tiempo, desde la última vez que se había sentido profundamente atraída por un hombre. Desde Rory McAvery, que la había dejado con una cicatriz en el corazón y un hueco en su vida, no había vuelto a sentir ese revoloteo en el estómago. Y puesto que lo estaba sintiendo por un huésped, Brie pensaba que era su responsabilidad detenerlo.

Pero cada vez que alisaba el edredón de la cama de Gray y arreglaba sus almohadas, Brie se preguntaba adonde lo llevarían sus correrías.

Gray no había ido lejos. Esa mañana había decidido andar y vagar camino abajo bajo el cielo sombrío y amenazador. Pasó un par de pequeñas edificaciones, vio un cobertizo para tractores y fardos de heno apilados fuera. Supuso que eran de Murphy y empezó a imaginarse cómo sería ser granjero.

Ser dueño de un pedazo de tierra, meditó, ser responsable de ella. Plantar, sembrar, cuidar y ver cosas crecer. Estar pendiente del cielo y olisquear el aire para identificar cualquier cambio climático.

Ésa no era vida para él, pensó, pero supuso que a algunas personas les parecería una vida gratificante. Había percibido un sencillo orgullo de pertenencia en la manera de andar de Murphy Muldoon, como el de un hombre que sabe que sus pies están plantados en su propia tierra.

Pero ser dueño de una tierra, o de cualquier cosa, significaba estar atado a ella. Tendría que preguntarle a Murphy cómo se sentía con respecto a eso.

Desde el punto donde estaba parado, Gray podía ver el valle y el nacimiento de las colinas. A lo lejos escuchaba los ladridos espontáneos y felices de un perro. Con, tal vez buscando aventuras antes de irse a casa y recostar su cabeza sobre el regazo de Brianna.

Gray envidiaba al perro tal privilegio.

Sonriendo, se metió las manos en los bolsillos. Había estado haciendo un esfuerzo sobrehumano para mantener esas manos lejos del cuerpo de su sutilmente sensual casera.

Se dijo a sí mismo que Brianna no usaba esos delantales remilgados ni se peinaba con esos moños que siempre estaban a punto a caerse para seducirlo. Pero así funcionaban. Era muy poco probable que anduviera de un lado a otro de la casa oliendo a flores silvestres y clavos sólo para volverlo loco. Pero Gray estaba sufriendo.

Más allá de la parte física, que ya era suficientemente difícil, Brie siempre tenía un aire triste y lleno de secretos. A Gray todavía le faltaba atravesar ese fino muro de reserva para poder descubrir qué era lo que la perturbaba, lo que le empañaba los ojos.

No era que le interesara involucrarse, se aseguró a sí mismo. Sólo sentía curiosidad. Se le daba bien hacer amigos por su naturaleza compasiva y porque demostraba interés sincero en las otras personas. Pero tener amigos cercanos, con los cuales un hombre se mantiene en contacto a lo largo de los años, por los cuales se preocupa y a quienes echa de menos, no estaba en su plan maestro. Grayson Thane viajaba ligero y viajaba con frecuencia.

La pequeña cabaña con la puerta delantera pintada audazmente hizo que Gray se detuviera en su camino. Estaban construyendo un anexo en la parte sur que era del mismo tamaño que la cabaña original. La tierra que habían sacado para construir los cimientos se había convertido en una colina de barro que habría hecho las delicias de cualquier niño de cinco años.

¿Sería ése el sitio que estaba al final del camino?, se preguntó Gray. ¿Donde vivía la hermana de Brianna con su marido algunas épocas del año? Decidió que la puerta magenta tenía que ser obra de Maggie, así que atravesó la verja del jardín y se acercó para echar un vistazo.

Durante los siguientes minutos Gray se regodeó en husmear dentro de la nueva construcción. Se notaba que sabían exactamente lo que estaban haciendo allí, pensó. Los cimientos eran resistentes, y los materiales, de óptima calidad. Una ampliación para el bebé, supuso Gray mientras caminaba hacia el fondo. Entonces fue cuando vio la edificación que se alzaba en la parte trasera.

El taller de Maggie. Complacido por su descubrimiento, salió de la construcción y caminó sobre el pasto húmedo en dirección hacia el taller. Una vez que llegó allí, Gray pegó la nariz contra una de las ventanas y ahuecó las manos a los lados de los ojos para ver mejor. Se veían hornos, bancos y herramientas que avivaron su curiosidad y su imaginación. Las repisas estaban llenas de trabajos sin terminar. Sin ningún reparo, se separó de la ventana y fue a abrir la puerta.

—¿Quieres que te parta los dedos?

Gray se volvió. Maggie estaba de pie detrás de él, al final del camino que conducía de la cabaña al taller, con una taza humeante en una mano. Llevaba puesto un suéter amplio y pantalones de pana desgastados y tenía el ceño fruncido. Gray sonrió.

—No especialmente. ¿Aquí es donde trabajas?

—Así es. ¿Cómo tratas a la gente que entra en tu estudio sin ser invitada?

—No tengo estudio. ¿Qué tal si me haces un tour?

Maggie no se molestó en disimular su disgusto y exhaló un suspiro furioso.

—Eres un atrevido, ¿no? Está bien, te lo enseñaré puesto que al parecer no estoy haciendo nada. Ese hombre se va. —Se quejó mientras caminaba sobre el pasto— y ni siquiera me despierta. Simplemente me ha dejado una nota en la que me decía que tenía que tomar un desayuno decente y poner los pies en alto.

—¿Y le has hecho caso?

—Lo habría hecho si no hubiera escuchado a alguien me rodeando en mi propiedad.

—Lo siento —repuso, y siguió sonriéndole—. ¿Cuándo nace el bebé?

—En primavera. —Maggie se suavizó a pesar de sí misma, sólo hizo falta mencionar al bebé—. Todavía quedan semanas para el parto, y si ese hombre sigue tratando de consentirme, tendré que asesinarlo. Bien, entremos, ya que estás aquí.

—Veo que la graciosa hospitalidad corre por la sangre de la familia.

—No es así. —Maggie sonrió ampliamente—. Brianna fue la que heredó toda la amabilidad. Escucha —le dijo al tiempo que abría la puerta—, si tocas algo, te parto los dedos.

—Sí, señorita. Esto es fantástico —comentó cuando empezó a explorar el espacio, se dirigió a los bancos y se inclinó para ver los hornos—. Estudiaste en Venecia, ¿no?

—Sí, así es.

—¿Qué te hizo interesarte en el vidrio? Dios, odio que me hagan esa pregunta. No me contestes, no importa: —Se rio para sí y caminó hacia las cañas. Se moría por tocarlas. Con cautela, volvió la cabeza hacia ella, midiéndola—. Soy más grande que tú.

Maggie asintió con la cabeza y le contestó.

—Pero yo soy más mala.

Sin embargo, Maggie cedió lo suficiente como para acercarse hasta él, tomar un puntel y dárselo.

Gray lo sopesó y le dio vueltas.

—Es una maravillosa arma asesina.

—Lo tendré en mente la próxima vez que alguien me interrumpa cuando estoy trabajando.

—Entonces, ¿cómo es el proceso? —Gray levantó la mirada hacia los dibujos que estaban esparcidos sobre un banco—. ¿Dibujas tus ideas?

—Con frecuencia. —Bebió un poco de té, mirándolo. La verdad era que había algo en la manera en que se movía, ligero y fluido, sin ningún aspaviento, que hizo que Maggie deseara tener a mano su cuaderno de dibujo—. ¿Quieres un curso rápido?

—Siempre. Esto debe de calentarse bastante cuando los hornos están encendidos. Derrites las cosas ahí y ¿después qué?

—Hago una acumulación —empezó Maggie. Durante los siguientes treinta minutos, Maggie le explicó paso a paso a Gray el proceso de soplar y formar un vaso con vidrio.

Estaba lleno de preguntas, pensó Maggie del escritor. Preguntas intrigantes, tuvo que admitir ella, del tipo que hacen que uno tenga que ir más allá de los procesos técnicos y entrar en el ámbito del propósito creativo que se esconde detrás de ellos. Maggie habría podido rechazarlas, pero el entusiasmo de Gray lo hacía más difícil. Y en lugar de frenarlo, Maggie se encontró contestando a sus preguntas, haciendo demostraciones y riéndose con él.

—Sigue así y te tendré que contratar como ayudante. —Divertida, Maggie se frotó la barriga con una mano—. Ven, te invito a un té.

—¿Será que tienes algunas de las galletas de Brianna?

—Sí, sí que tengo —le contestó arqueando una ceja.

Unos momentos después, Gray estaba sentado a la mesa de la cocina de Maggie con una bandeja de galletas de jengibre delante.

—De verdad que Brianna podría vender estas galletas —dijo Gray con la boca llena—. Haría una fortuna.

—Antes preferiría dárselas a los niños del pueblo.

—Me sorprende que Brie no tenga una horda de hijos propios. —Gray esperó un momento—. Me he dado cuenta de que ningún hombre va a visitarla.

—Y tú eres del tipo que se fija en todo, ¿no, Grayson Thane?

—Forma parte del paquete. Brianna es una mujer hermosa.

—Estoy de acuerdo —coincidió Maggie, que sirvió agua hirviendo en una tetera tibia donde ya había puesto té.

—Me vas a hacer sacártelo con sacacorchos —murmuró Gray—. ¿Brianna tiene a alguien o no?

—Podrías preguntárselo tú mismo. —Molesta, Maggie puso la tetera sobre la mesa y frunció el ceño. Gray tenía el talento, pensó, de hacer que uno quisiera decirle lo que él quería saber—. No —soltó, y puso con un golpe una taza sobre la mesa frente a él—. No hay ningún hombre a la vista. Los espanta o hace caso omiso de ellos. Prefiere pasar el tiempo atendiendo a sus huéspedes o corriendo a Ennis cada vez que nuestra madre resuella. Lo que mejor hace nuestra santa Brianna es sacrificarse.

—Estás preocupada por ella —susurró Gray—. ¿Qué es lo que la angustia, Maggie?

—Son asuntos de familia. No te metas. —Maggie espero un momento antes de servirle el té y luego se sirvió en su propia taza. Exhaló un suspiro y se sentó—. ¿Cómo sabes que algo la angustia?

—Se le nota en la mirada. Igual que a ti en estos momentos.

—Se solucionará pronto. —Maggie hizo un esfuerzo por dejar su preocupación a un lado—. ¿Siempre te metes en los asuntos privados de la gente?

—Claro que sí —contestó él, y después dio un sorbo de té. Estaba suficientemente fuerte como para pararse y bailar. Perfecto—. Ser escritor es una excelente coartada para los cotillas. —Entonces algo cambió en la mirada de Gray, sus ojos se tornaron serios—. Me gusta Brianna. Es imposible que no le guste a alguien, y me molesta verla triste.

—A Brie le vendría bien un amigo. Tú tienes el don de hacer que la gente hable; úsalo con ella. Pero ten cuidado —añadió antes de que Gray pudiera hablar—. Brie es frágil por dentro. Si hieres sus sentimientos, yo te haré daño a ti.

—Tomo nota —repuso Gray pensando que ya era hora de cambiar de tema. Se echó para atrás en la silla y puso un tobillo sobre una rodilla—. Entonces, ¿cuál es la historia de nuestro amigo Murphy? ¿De verdad el dublinés te sedujo bajo sus narices?

Fue una suerte que Maggie ya se hubiera tomado el trago de té, porque de lo contrario se habría ahogado. Empezó a reírse a carcajadas hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Me he perdido el chiste, ¿no? —dijo en ese momento Rogan desde la puerta de entrada—. Toma aire, Maggie, te estás poniendo colorada.

—Sweeney —empezó Maggie, que respiró riéndose todavía y extendió la mano para tomar la de Rogan—, éste es Grayson Thane. Me estaba preguntando si era cierto que tuviste que pasar por encima de Murphy para poder cortejarme.

—No por encima de Murphy —contestó Rogan amigablemente—, pero sí por encima de Maggie, y tuve que terminar con su cabeza, que necesitaba que le inyectaran un poco de sensatez. Es un placer conocerte —dijo dirigiéndose a Gray ofreciéndole la mano que tenía libre—. He pasado muchas horas entretenido con tus historias.

—Gracias.

—Gray me ha estado haciendo compañía —le dijo Maggie a Rogan—. Y ahora estoy de demasiado buen humor como para reñirte por no haberme despertado esta mañana.

—Necesitas dormir. —Rogan se sirvió té e hizo una mueca después del primer sorbo—. Por Dios, Maggie, ¿siempre tienes que dejar reposar tanto el té?

—Sí —Maggie se inclinó sobre la mesa y apoyó la mandíbula sobre una mano—. ¿De qué parte de Estados Unidos eres, Gray?

—De ninguna parte en concreto. Me mudo continuamente.

—Pero ¿dónde tienes tu hogar?

—No tengo hogar —respondió, llevándose otra galleta a la boca—. No lo necesito, teniendo en cuenta que me paso la vida viajando.

La idea le pareció fascinante a Maggie, que inclinó la cabeza y lo examinó.

—Sencillamente vas de un lugar a otro con ¿qué, la ropa en una mochila?

—Con algo más que eso, pero sí, básicamente así. Algunas veces termino comprando algo a lo que no puedo resistirme, como una escultura tuya en una galería de Londres. Tengo un apartamento alquilado en Nueva York, que es como un sitio para guardar cosas. Mi editor y mi agente viven allí, así que voy una o dos veces al año. Como puedo escribir en cualquier parte —dijo encogiendo los hombros—, pues así lo hago.

—¿Y tu familia?

—Estás siendo cotilla, Margaret Mary —le dijo Rogan.

—Ha empezado Gray —contestó ella mirándolo.

—No tengo familia. ¿Ya habéis escogido nombre para el bebé? —preguntó Gray, cambiando sutilmente de tema.

Maggie se dio cuenta de la táctica y frunció el ceño. Rogan le apretó la rodilla por debajo de la mesa antes de que ella pudiera volver a hablar.

—Todavía no nos hemos puesto de acuerdo en ninguno. Esperamos llegar a un consenso antes de que el niño vaya a la universidad.

Suavemente, Rogan llevó la conversación hacia temas impersonales y nada polémicos hasta que Gray se levantó para irse. Una vez que Maggie estuvo a solas con su marido, empezó a tamborilear los dedos sobre la mesa.

—Habría descubierto más cosas sobre él si no hubieras intervenido.

—No es de tu incumbencia —dijo Rogan inclinándose sobre ella y besándola en la boca.

—Tal vez lo sea. Me cae bien, pero cuando habla de Brianna le cambia la expresión. Y no estoy segura de que me guste el asunto.

—Eso tampoco es de tu incumbencia.

—Brianna es mi hermana.

—Y muy capaz de cuidarse sola.

—Como si supieras mucho —gruñó Maggie—. Los hombres siempre piensan que conocen a las mujeres, pero en realidad no saben nada de nada.

—Te conozco a ti, Margaret Mary —dijo Rogan, que con un movimiento ágil la levantó de la silla y la abrazó.

—¿Qué estás tramando?

—Estoy a punto de llevarte a la cama, desnudarte y hacerte el amor muy meticulosamente.

—¿De veras? —Se echó el pelo hacia atrás—. Sólo estás tratando de distraerme del tema que tenemos entre manos.

—Pues veamos si lo logro.

Maggie sonrió y le pasó los brazos alrededor del cuello a su mando.

—Supongo que al menos debo dejar que lo intentes.

Cuando Gray volvió al hotel, encontró a Brianna de rodillas encerando el suelo de la sala en círculos lentos, casi amorosos. La crucecita de oro que a veces se colgaba al cuello de una cadena fina oscilaba como un péndulo y lanzaba destellos de luz. Había puesto música, una canción cadenciosa con la que Brie estaba cantando a la par en irlandés. Encantado, Gray caminó hacia ella y se acuclilló a su lado.

—¿Qué dice la canción?

Brie se sobresaltó. Gray tenía una manera de moverse que a duras penas agitaba el aire. Se sopló unos mechones de pelo suelto que le caían sobre la cara y continuó sacando brillo al suelo.

—Habla de ir a la guerra.

—Resulta demasiado alegre como para ser sobre la guerra.

—Ah, es que a los irlandeses nos alegra luchar. Llegas más temprano de lo normal. ¿Quieres tomar el té?

—No, gracias. Ya lo he tomado en casa de Maggie.

Brie levantó la mirada hacia él.

—¿Has visitado a Maggie?

—Pensé en dar un paseo y terminé en su casa. Me dio un tour por su taller.

Brianna se rio, pero luego, cuando se dio cuenta de que Gray hablaba en serio, se sentó sobre las piernas.

—¿Y cómo diantres has conseguido semejante proeza?

—Pidiéndolo —respondió, y sonriendo añadió—: Se puso un poco refunfuñona al principio, pero después cedió, —se inclinó hacia Brianna y la olió—. Hueles a limón y cera de abejas.

—No es de sorprender —dijo Brianna, que tuvo que aclararse la garganta—, pues con eso estoy abrillantando el suelo.

Luego emitió un sonido ahogado cuando Gray le cogió una mano.

—Deberías ponerte guantes cuando hagas trabajos pesados.

—Me incomodan. —Agitó la mano, pero Gray no la soltó. A pesar de que trató de parecer firme, sólo pudo parecer angustiada—. Y tú me estás incomodando ahora.

—Ya me levanto. —Brianna estaba tan guapa, pensó, arrodillada en el suelo con su trapo para sacar brillo y las mejillas sonrosadas—. Ven conmigo esta noche, Brie, déjame invitarte a cenar.

—Pensaba preparar pastel de cordero —contestó torpemente.

—Puedes guardarlo para mañana, ¿no? No se echará a perder.

—Sí, lo puedo guardar, pero… si estás cansado de mi cocina…

—Brianna —dijo Gray con voz suave, convincente—, quiero llevarte a cenar fuera.

—¿Por qué?

—Porque tienes una cara hermosa —contestó, y acarició los nudillos de la mano de Brianna con sus labios, lo que provocó que a ella le diera un vuelco el corazón— y porque creo que sería bueno que por una noche alguien cocine y limpie para ti.

—Me gusta cocinar.

—A mí me gusta escribir, pero siempre es una delicia leer algo que otra persona ha escrito con el sudor de su frente.

—No es lo mismo.

—Por supuesto que sí. —Con la cabeza ladeada, le dirigió una de sus miradas fijas y agudas—. No te asustará estar sola conmigo en un sitio público, ¿no?

—Qué ocurrencia tan tonta —dijo Brie, y luego pensó que qué cosa tan tonta que sí le diera miedo.

—Bien, pues entonces tenemos una cita. A las siete —añadió Gray, que era lo bastante listo como para saber cuándo retroceder; así que se levantó y salió de la sala.

Brianna se dijo que no tenía por qué preocuparse por cómo vestirse, pero luego se puso nerviosa. Al final escogió un suéter de lana verde de cuello vuelto y mangas largas que Maggie le había traído de Milán. Parecía un suéter sencillo y hasta práctico, hasta que Brianna se lo puso. Tenía un corte perfecto, y la fina y delicada lana se adhería a cada curva del cuerpo, revelando tanto como ocultaba.

Sin embargo, se dijo Brianna, era perfecto para una cena fuera de casa, y era un pecado no ponérselo después de que Maggie se hubiera tomado la molestia de comprárselo. Y tenía un tacto maravilloso en la piel.

Molesta por los nervios que la asaltaban, escogió el abrigo, uno negro liso que tenía remendado el forro, y se lo puso sobre el brazo. Era sólo una invitación a cenar, se recordó. Un gesto amable de un hombre al que ella había estado alimentando durante más de una semana.

Tomando un último respiro tranquilizador, Brianna salió de su habitación, atravesó la cocina y caminó por el pasillo. Gray estaba terminando de bajar las escaleras. Incómoda, Brie se detuvo.

Gray también se detuvo donde estaba, con un pie todavía en el último escalón y la mano sobre el pasamanos. Por un momento ambos se quedaron quietos, mirándose el uno al otro en uno de esos extraños instantes pasajeros en los que uno es consciente de todo. Entonces Gray dio un paso adelante y la sensación se desvaneció.

—Bueno —empezó Gray, cuyos labios se curvaron en una sonrisa lenta y satisfecha—, sí que eres digna de observar, Brianna.

—Te has puesto traje —comentó ella, reparando en que estaba guapísimo con él.

—Me pongo alguno de vez en cuando —replicó, quitándole abrigo del brazo y poniéndoselo sobre los hombros.

—No me has dicho adonde vamos.

—A cenar —respondió él, y le puso un brazo alrededor de la cintura y la empujó fuera de la casa.

El interior del coche la hizo suspirar. Olía a cuero, y era suave como la mantequilla. Brianna fue acariciando el asiento mientras él conducía.

—Es muy amable por tu parte invitarme a cenar, Gray.

—La amabilidad no tiene nada que ver con esto. Tenía la urgencia de salir y quería hacerlo contigo. Nunca vas al pub por la noche.

Brianna se relajó un poco. Así que allí era adonde se dirigían.

—No últimamente. Me gusta ir de vez en cuando y ver a todo el mundo. Los O’Malley han tenido otro nieto esta semana.

—Ya lo sé. Me invitaron a una cerveza para celebrarlo.

—Acabo de terminar un saco para el bebé. Debí cogerlo.

—No vamos al pub. ¿Un saco?

—Sí, una especie de bolsa donde metes al bebé y que se cierra con una cremallera. —Estaban atravesando el pueblo cuando Brie sonrió—. Mira, allí están los Conroy. Llevan casado más de cincuenta años y todavía se cogen de la mano. Tendrías que verlos bailando.

—Eso es lo que me han dicho de ti. —Le echó una mirada de reojo—. Has ganado algunos concursos.

—Cuando era una niña —dijo, sacudiéndose la tristeza. Las penas eran una indulgencia tonta—. Nunca me tomé en serio el baile, sólo lo hacía por diversión.

—Y ahora, ¿qué haces para divertirte?

—Esto y aquello. Conduces bien para ser yanqui. —Brie se rio por el desconcierto de Gray—. Lo que quiero decir es que muchos norteamericanos tienen problemas para acostumbrarse a nuestras carreteras y conducir por el lado correcto.

—No vamos a discutir cuál es el lado correcto, pero yo he pasado mucho tiempo en Europa.

—No puedo situar tu acento; es decir, sólo sé que es norteamericano. Para mí es como una especie de juego adivinar de dónde son mis huéspedes según su acento.

—Debe de ser porque no soy de ninguna parte.

—Todo el mundo es de alguna parte.

—No, no todo el mundo. Existen más nómadas por el mundo de los que te puedes imaginar.

—Así que te consideras una especie de cíngaro… —repuso Brie, echándose el pelo para atrás y examinando el perfil de Gray—. Eso si que no me lo había imaginado.

—¿Qué quieres decir?

—La noche que llegaste primero pensé que te parecías un poco a un pirata, después, a un poeta, incluso a un boxeador, pero nunca se me ocurrió un cíngaro. Pero creo que también te va bien.

—Y tú parecías una visión, con tu pijama ondeando, el pelo suelto y el miedo y el valor luchando en tus ojos.

—No tenía miedo. —Brie alcanzó a leer el letrero de reojo antes de que Gray se saliera de la carretera principal—. ¿Aquí? ¿Vamos a cenar en Dromoland Castle? Pero si no podemos.

—¿Por qué no? Me han dicho que la cocina es exquisita. Claro, pero también carísima.

Gray se rio y disminuyó la velocidad para apreciar la vista del castillo; gris y glorioso en la ladera de la colina, resplandecía bajo las luces.

—Brianna, soy un cíngaro al que le pagan muy bien. Impresionante, ¿no es cierto?

—Sí, y mira ese jardín… A esta hora no lo puedes apreciar bien y el invierno ha sido muy duro, pero tienen los jardines más hermosos que te puedas imaginar. —Brianna miró hacia la ladera de hierba en donde había un lecho de rosales—. En la parte trasera tienen un jardín cubierto que es tan bello que no parece real. ¿Por qué no te has instalado en un lugar así?

Gray aparcó el coche y lo apagó.

—Estuve a punto, pero entonces alguien me habló de tu hotel. Llámalo un impulso. —Gray le sonrió ampliamente—. Me gustan los impulsos.

Gray se apeó y la tomó de la mano para guiarla a lo largo de la escalera de piedra que conducía al vestíbulo principal, que era espacioso y suntuoso, con su madera oscura y sus alfombras de color rojo profundo. Olía a humo de leña de la chimenea, el cristal relucía y se escuchaba el murmullo de un arpa solitaria.

—Una vez me quedé en un castillo en Escocia —empezó a contarle Gray mientras se dirigían al comedor, tomados de la mano— y otra vez en otro en Cornualles. Son fascinantes, llenos de matices y sombras.

—¿Crees en los fantasmas?

—Por supuesto. —Los ojos de Gray se clavaron en los de Brie al inclinarse hacia ella para coger su abrigo—. ¿Y tú?

—Claro que sí. Tenemos algunos en casa, ¿lo sabías?

—El círculo de piedras.

Brie se sorprendió, pero al instante se dio cuenta de que no debía hacerlo. Gray había estado allí y con seguridad lo había percibido.

—Sí, ahí y en otros sitios.

Gray se dio la vuelta hacia el maître y sencillamente dijo su apellido. Entonces les dieron la bienvenida y los condujeron hacia su mesa. Cuando se sentaron, Gray cogió la carta de vinos.

—¿Te apetece vino? —le preguntó a Brianna.

—Me encantaría, gracias.

Gray echó un vistazo rápido a la carta y sonrió al sommelier.

—Una botella de Chassagne-Montrachet —pidió.

—Con mucho gusto, señor.

—¿Tienes hambre? —le preguntó a Brianna, que estaba devorando la carta con los ojos.

—Estoy tratando de memorizar la carta —murmuró—. Una vez vine a cenar aquí con Maggie y Rogan, y ya casi puedo copiar perfectamente el pollo con miel y vino.

—Léela por placer —le sugirió Gray—; cuando nos vayamos, les pediremos una copia.

Brianna lo miró por encima de la carta.

—No te darán una copia.

—Por supuesto que sí.

Brianna se rio ligeramente y escogió su plato al azar. Una vez que pidieron la cena y probaron el vino, Gray se inclinó hacia Brie.

—Ahora sí, cuéntame.

—¿Contarte qué? —Brianna pestañeó sin entender.

—Lo de los fantasmas.

—Ah. —Sonrió ligeramente y pasó un dedo por su copa—. Verás, hace mucho tiempo hubo una pareja de amantes. Ella estaba prometida a otro hombre, así que se veían en secreto. El era un granjero pobre y ella, la hija del terrateniente inglés. Pero se amaban, de modo que hicieron planes desesperados para huir y poder estar juntos. Una noche se reunieron en el círculo de piedras. Pensaron que allí, en ese lugar sagrado y mágico, podrían pedirles a los dioses que los bendijeran. Ella estaba embarazada y no tenían tiempo que perder. Se arrodillaron en el centro y ella le dijo que llevaba a su hijo en el vientre. Se dice que lloraron juntos, de alegría y miedo, mientras el viento soplaba frío y las antiguas piedras los protegían. Y allí se amaron una última vez. Él le dijo que iría a por su caballo de arar, recogería lo que pudiera de su casa y volvería a por ella. Debían partir esa misma noche. —Brianna suspiró ligeramente; sus ojos tenían una expresión soñadora—. Entonces la dejó allí, en el centro del círculo de piedras. Pero cuando el granjero llegó a su casa, lo estaban esperando los hombres del terrateniente inglés. Lo descuartizaron para que su sangre manchara la tierra y quemaron su casa y sus sembrados. Y mientras agonizaba, en lo único en lo que pudo pensar fue en su amor. —Hizo una pausa. Brianna tenía la medida del tiempo innata de las personas que saben contar historias. En el otro extremo del comedor, el arpista le arrancaba suavemente a las cuerdas una balada de amor desgraciado—. Y ella lo esperó allí, en el centro del círculo de piedras. Y mientras esperaba, se fue quedando fría, tanto que empezó a temblar. La voz de su amante le llegó a través de los campos como lágrimas en el aire. Entonces supo que había muerto. Y sabiéndolo, se acostó sobre la tierra, cerró los ojos y fue hasta él. Cuando la encontraron a la mañana siguiente, tenía una sonrisa en los labios, pero estaba fría, muy fría, y su corazón ya no latía. Algunas noches, si te paras en el centro del círculo de piedras, puedes escucharlos susurrándose promesas de amor y la hierba se humedece con sus lágrimas.

Gray dejó escapar un largo suspiro, se recostó en el respaldo de la silla y bebió de su copa de vino.

—Tienes talento para contar historias, Brianna.

—Sólo te lo cuento como me lo contaron a mí. Verás, el amor sobrevive a pesar del miedo, a pesar del dolor, incluso a pesar de la muerte.

—¿Has oído sus susurros?

—Sí. Y he llorado por ellos. Y los he envidiado. —Brianna se inclinó hacia atrás en su silla y espantó la melancolía—. ¿Qué fantasmas conoces tú?

—Bueno, déjame que te cuente una historia: por las colinas que hay no muy lejos de los campos de Culloden vaga un soldado escocés manco.

—¿Es verdad, Grayson, o te lo acabas de inventar? —le preguntó Brianna curvando los labios.

Gray le cogió una mano y se la besó.

—Dímelo tú.