13

El caso Reich estaba listo para ser entregado en el despacho del fiscal del distrito. Powell esperaba que estuviese listo también para aquel cínico monstruo de sangre fría, sediento de hechos y pruebas: el Viejo Moisés. Powell y su camarilla se habían reunido en la oficina de Moisés. Habían instalado una mesa redonda en el centro y habían construido sobre ella un modelo transparente de las habitaciones claves de la casa Beaumont, habitadas por modelos en miniatura de las dramatis personae. La división de modelos del laboratorio había realizado un espléndido trabajo. Reich, Tate, María Beaumont y otros se movían con los ademanes característicos de los originales. A lo largo de la mesa se agrupaban los documentos preparados por el personal, listos para ser presentados a la máquina.

El Viejo Moisés ocupaba toda la pared circular de la gigantesca oficina. Los ojos multitudinarios parpadeaban y miraban fríamente. Sus recuerdos multitudinarios chirriaban y zumbaban. La boca, el cono de un altavoz, estaba bien abierta en una expresión de asombro ante la estupidez humana. Las manos, las teclas de una máquina de escribir múltiple, se alzaban sobre una cinta de papel, listas para martillar pensamientos lógicos. Moisés era la computadora Mosaico Múltiple de la oficina del fiscal del distrito, y sus temibles decisiones vigilaban la preparación, la presentación y la prosecución de todos los casos policiales.

—No molestaremos a Moisés en un principio —dijo Powell al fiscal—. Miremos antes los modelos y comparemos la acción con el plan del crimen. Su personal tiene consigo las hojas de tiempos. Obsérvelas mientras los muñecos se mueven. Si advierte algo que hayamos pasado por alto, haga una nota y lo tendremos en cuenta.

Powell hizo una seña con la cabeza a De Santis, el acosado jefe del laboratorio, quien preguntó con una voz alambicada:

—¿Uno a uno?

—Un poco rápido. Mejor uno a dos. Velocidad reducida en un cincuenta por ciento.

—Los muñecos parecerán irreales a esa velocidad —gruñó De Santis—. No les hará justicia. Trabajamos como esclavos durante dos semanas y ahora usted…

—No importa. Ya los admiraremos más tarde.

De Santis pareció a punto de rebelarse, y al fin tocó un botón. Instantáneamente el modelo se iluminó y los muñecos se animaron. La sección Acústica había preparado un fondo sonoro. Se oyó un murmullo de música, risas y charlas. En la sala central de la casa Beaumont, un modelo neumático de María Beaumont subió lentamente a una plataforma con un librito en la mano.

—En este momento son las 11:09 —dijo Powell al personal de la fiscalía—. Miren el reloj sobre el modelo. Está sincronizado con la acción lenta.

En un arrebatado silencio, la división legal estudió la escena y tomó algunas notas mientras los modelos reproducían las acciones de la fiesta fatal. Una vez más María Beaumont leyó las reglas del juego de la sardina desde la plataforma de la sala. Las luces se debilitaron hasta apagarse. Ben Reich se abrió paso lentamente a través de la sala hasta el salón de música, subió las escaleras que llevaban a la galería de cuadros, pasó a través de las puertas de bronce que conducían al cuarto de la orquídea, encegueció y paralizó a los guardias, y entró en la alcoba.

Y otra vez Ben Reich se enfrentó con D’Courtney, cerró la puerta, sacó un horrible cuchillo-revólver del bolsillo y abrió con la hoja de acero la boca de D’Courtney. El viejo debilitado no ofreció resistencia. Y otra vez volvió a abrirse la puerta de la alcoba y apareció nuevamente Barbara D’Courtney vestida con una túnica blanca como la escarcha, transparente. Y la muchacha y Reich lucharon evitándose, hasta que Reich le hizo saltar la nuca a D’Courtney disparándole un tiro en el interior de la boca.

—Obtuve esta escena de la muchacha D’Courtney —murmuró Powell—. Le leí la mente. Es auténtica.

Barbara D’Courtney se arrastró hasta el cadáver de su padre, tomó el revólver y salió corriendo del cuarto de la orquídea seguida por Reich. El hombre la persiguió por la casa en sombras y la perdió de vista en el momento en que la muchacha salía a la calle. Luego Reich se encontró con Tate, y juntos se dirigieron al cuarto de proyecciones fingiendo jugar a la sardina. El drama llegó a su fin con la subida de los huéspedes al cuarto de la orquídea. Los muñecos se abalanzaron a rodear el menudo cadáver. Allí se quedaron, inmóviles, formando una escena grotesca.

Hubo un largo silencio mientras los empleados de la fiscalía digerían el drama.

—Muy bien —dijo Powell—. Ése es el cuadro. Ahora veamos los datos que le entregaremos a Moisés para que nos dé una opinión. Primero, oportunidad. No negarán que el juego de la sardina dio a Reich una oportunidad perfecta.

—¿Cómo sabía Reich que iban a jugar a la sardina? —murmuró el fiscal.

—Reich compró el libro y se lo envió a María Beaumont. Él mismo proveyó el juego.

—¿Cómo sabía que iban a jugar a la sardina?

—Reich no ignoraba que a la mujer le gustaban los juegos. La sardina era el único juego legible en el libro.

—No sé… —El fiscal se rascó la cabeza—. Moisés necesita pruebas realmente convincentes. Pásenselas a él. No cuesta nada.

La puerta de la oficina se abrió de golpe, y el comisionado Crabbe entró como si estuviese dirigiendo un desfile.

—Señor prefecto Powell —llamó Crabbe seriamente.

—¿Señor comisionado?

—Acabo de enterarme, señor, de que está usted sirviéndose de ese cerebro mecánico con el propósito de implicar a mi buen amigo Ben Reich en el odioso y cobarde crimen de Craye D’Courtney. Señor Powell, ese propósito es grotesco. Ben Reich es un hombre honorable y meritorio ciudadano de nuestro país. Además, señor, nunca he aprobado el uso de ese cerebro. Han sido ustedes elegidos por el electorado para ejercer sus poderes intelectuales, no para inclinarse como esclavos ante…

Powell hizo una seña con la cabeza a Beck, quien comenzó a introducir las hojas agujereadas en la oreja de Moisés.

—Tiene usted razón, comisionado. Ahora, en cuanto al método. Primera pregunta. ¿Cómo inutilizó a los guardias Ben Reich, De Santis?

—Y además, caballeros… —continuó Crabbe.

—Con un ionizador de rodopsina —escupió De Santis. Recogió de la mesa una esfera de material plástico y se la pasó a Powell, quien la exhibió a los concurrentes—. Un hombre llamado Jordan desarrolló este invento para la policía privada de Reich. Tengo ya preparada para la computadora la fórmula del producto, y la muestra que hemos fabricado. ¿Alguien quiere probarla?

El fiscal no parecía totalmente convencido.

—No veo la necesidad. Moisés puede decidir por sí solo.

—Por lo tanto, señores… —resumió Crabbe.

—¡Oh, vamos! —dijo De Santis con una desagradable animación—. Nunca lo creerá si no lo ve usted mismo. No hace daño. Sólo lo desmaya a uno por seis o siete…

El bulbo plástico saltó de los dedos de Powell. Una vívida luz azul brotó bajo las narices de Crabbe. Interrumpido en medio de su discurso, el comisionado se desplomó. Powell miró a su alrededor, horrorizado.

—¡Cielo santo! —exclamó—. ¿Qué he hecho? Ese bulbo se me deshizo entre los dedos. —Miró a De Santis y dijo severamente—: Le ha puesto una cubierta demasiado fina. Mire ahora lo que le ha hecho al comisionado Crabbe.

—¡Lo que le he hecho!

—Pásenle la información a Moisés —dijo el fiscal con una voz dura—. Me parece que no la va a rechazar.

Los hombres instalaron el cuerpo del comisionado en una silla.

—Ahora el método —continuó Powell—. Observen, esto, por favor, caballeros. La mano es más rápida que la vista. —Powell exhibió un revólver sacado del museo policial. Extrajo los cartuchos de las cámaras, y a uno de los cartuchos le quitó el proyectil—. Esto es lo que hizo Reich con el revólver que Church le entregó. El revólver era así inofensivo. Una treta.

—¿Una treta, eh? El revólver es inofensivo. ¿Es ésa la prueba de Church?

—Sí. Mire su hoja.

—Entonces no tenemos por qué molestar a Moisés. —El fiscal apartó disgustado los papeles—. Esto no es un caso.

—Sí, lo es.

—¿Cómo puede matar un cartucho sin bala? La hoja no dice que Reich haya vuelto a cargar el arma.

—Volvió a cargarla.

—No —escupió De Santis—. No había proyectiles en la herida ni en la habitación. No había nada.

—Había todo. Fue fácil una vez que descubrí la pista.

—¡No había pista! —gritó De Santis.

—Cómo, pero si usted mismo la descubrió, De Santis. Aquel poco de gelatina en la boca de D’Courtney. ¿Recuerda? Y nada en el estómago.

De Santis miró indignado a Powell. Powell sonrió con una mueca. Tomó un cuentagotas y llenó una cápsula de gelatina con agua. Metió la cápsula en el extremo abierto del cartucho, sobre la carga, y colocó el cartucho en el revólver. Cerró el revólver, apuntó a un cubo de madera situado en el borde de la mesa y apretó el gatillo. Se oyó una explosión sorda, apagada, y el bloque de madera saltó en pedazos.

—¡Por el amor de…! ¡Es un truco! —exclamó el fiscal—. Había algo en ese cartucho además de agua. —Examinó los fragmentos del bloque de madera.

—No. No había nada. Es fácil disparar una onda de líquido con una carga de pólvora. Se la puede disparar con bastante velocidad inicial como para que destroce la nuca de un hombre si se hace fuego a través del velo del paladar. Por eso Reich tuvo que disparar dentro de la boca de D’Courtney. Por eso De Santis descubrió ese trozo de gelatina. Y por eso no encontró nada más. El proyectil había desaparecido.

—Pásenlo a Moisés —dijo el fiscal débilmente—. Por Dios, me está pareciendo que aquí tenemos un caso.

—Muy bien. Ahora el motivo. Conseguimos los libros de Reich y nuestros contadores los revisaron. D’Courtney tenía a Reich contra la pared. Para Reich sólo había una solución: «Si no puedes vencerlo, únete a él». Trató de unirse a D’Courtney. Falló. Mató a D’Courtney. ¿Acepta eso?

—Claro que sí. Pero ¿lo aceptará el Viejo Moisés? Pásenlo y veremos.

Metieron en la máquina la hoja, movieron una llave, y pusieron en funcionamiento los circuitos. Los ojos de Moisés se entrecerraron como si meditara; su estómago ronroneó suavemente; sus recuerdos comenzaron a susurrar y tartamudear. Powell y los otros esperaron en un suspenso creciente. De pronto, Moisés eructó. Una campanilla comenzó a sonar: ping-pong-ping-pong-ping…, y la máquina de escribir golpeó la cinta de papel en blanco.

—SI PLACE A LA CORTE —dijo Moisés—. ALEGATO ADUCIDO POR LA PARTE CONTRARIA CON ADMISIÓN DE HECHO. FIRMAS. CASO HAY VERSUS COHOES Y AUTOS DEL CASO SHELLEY.

Powell miró a Beck.

—¿Qué demonios…?

—Se está divirtiendo.

—¿En un momento como éste?

—Ocurre de vez en cuando. Probaremos otra vez.

Volvieron a llenar las orejas de la computadora. Esperaron cinco minutos a que la máquina se calentara, y abrieron los circuitos. Una vez más los ojos de Moisés parpadearon, el estómago lanzó un gruñido, los recuerdos susurraron, y Powell y los dos bandos de empleados esperaron ansiosos. Los martillos de la máquina de escribir comenzaron a moverse.

—ESCRITO 921.088. SECCIÓN C-I —dijo Moisés—. MOTIVO PASIONAL DEL CRIMEN INSUFICIENTEMENTE DOCUMENTADO. CF. ESTADO VERSUS HANRAHAN, 1202. CORTE SUPREMA 19. Y OTROS CASOS.

—¿Motivo pasional? —dijo Powell—. ¿Moisés se ha vuelto loco? El motivo es lucro. Compruebe C-I, Beck.

Beck examinó los informes.

—No hay ningún error aquí.

—Pruebe nuevamente con Moisés.

Pusieron en funcionamiento la máquina. Esta vez Moisés fue al grano.

—ESCRITO 92L088. SECCIÓN C-I. MOTIVO, LUCRO. INSUFICIENTEMENTE DOCUMENTADO. ROYAL 1197. CF. ESTADO VERSUS CORTE SUPREMA 388.

—¿Ha indicado bien C-I? —preguntó Powell.

—Le hemos puesto todo lo que teníamos —respondió Beck.

—Perdónenme —dijo Powell a los otros—. Tengo que examinar esto con Beck. A ustedes no les importará, supongo. —Se volvió hacia Beck—. Vamos, Jackson. Por sus últimas palabras huelo que falta algo. Déjeme mirar

—Honestamente, Linc. No me he dado cuenta de nada…

—Si se hubiese dado cuenta, no significaría que falta algo, sino que miente escandalosamente. Déjeme mirar… ¡Oh! ¡Pero claro! Idiota. No tiene por qué avergonzarse si la sección Códigos es un poco lenta.

Powell habló en voz alta al personal:

—A Beck le falta un dato mínimo. La sección Códigos está trabajando todavía con Hassop tratando de descifrar el código de Reich. Hasta ahora sabemos que Reich ofreció una unión a D’Courtney y éste rechazó la oferta. No tenemos todavía las pruebas definitivas. Eso es lo que Moisés quiere. Un monstruo precavido.

—Si no han descifrado el código, ¿cómo saben que hubo una oferta y que fue rechazada?

—Lo sabemos por el mismo Reich a través de Gus Tate. Fue una de las últimas cosas que le saqué a Tate antes de que muriera. Le diré qué podemos hacer, Beck. Añada una suposición a los informes. Suponiendo que nuestra última prueba es inexpugnable (y lo es de veras), ¿qué piensa Moisés del caso?

Beck tomó una hoja agujereada, la añadió al problema principal y puso en funcionamiento la máquina. Ya caliente, esta vez la computadora Mosaico Múltiple contestó en treinta segundos.

—ESCRITO 921.088. ACEPTANDO SUPOSICIÓN, PROBABILIDAD DE PROSECUCIÓN EXITOSA 97,0099 POR CIENTO.

El personal de Powell sonrió satisfecho. Powell arrancó el papel de la máquina de escribir y se lo presentó orgullosamente al fiscal.

—Y aquí tiene su caso, señor fiscal del distrito.

—¡Dios! —dijo el fiscal—. ¡Noventa y siete por ciento! ¡Jesús, nunca me he acercado a noventa en toda mi carrera! Me creía con suerte cuando llegaba a setenta. Noventa y siete por ciento… ¡Contra Ben Reich! ¡Jesús! —Miró a sus empleados como iluminado por el futuro—. ¡Haremos historia!

La puerta de la oficina se abrió y dos hombres transpirados entraron agitando unos manuscritos.

—Aquí están los de Códigos —dijo Powell—. ¿Lo han descifrado?

—Lo hemos descifrado —dijeron los hombres—. Y ahora es usted quien está arruinado, Powell. Todo el caso es una ruina.

—¿Qué? ¿De qué demonios están hablando?

—Reich mató a D’Courtney porque no quería unirse a él, ¿no es así? Tenía un buen motivo para matar a D’Courtney, ¿no es así? Pues no, no es así.

—¡Oh, Dios! —exclamó Beck.

—Reich envió YYJI TTED RRCB UUFE QQBA AALK a D’Courtney. Lo que quiere decir: SUGIERO UNIÓN NUESTROS INTERESES COMPAÑÍA ÚNICA.

—Maldita sea, eso es lo que he dicho siempre. D’Courtney respondió WWHG. Es decir, rechazo. Reich se lo dijo a Tate. Tate me lo dijo a mí.

D’Courtney respondió WWHG. Lo que quiere decir: OFERTA ACEPTADA.

—¡Demonios si es cierto!

—Demonios que es cierto. WWHG. OFERTA ACEPTADA. La respuesta que Reich quería. La respuesta que hacía posible que D’Courtney siguiera vivo. Nunca convencerán a ningún juez, en todo el sistema solar, de que Reich tenía un motivo para matar a D’Courtney. El caso está terminado.

Powell se quedó inmóvil, duro, durante medio minuto, con los puños apretados y el rostro tembloroso. De pronto se volvió hacia la mesa y tomó la figura que representaba a Ben Reich, y de un tirón le arrancó la cabeza. Se dirigió hacia Moisés, recogió los informes, los arrugó hasta que formaron una bola de papel, y tiró la bola al otro extremo del cuarto. Se encaminó hacia el cuerpo recostado de Crabbe y lanzó un tremendo puntapié contra la silla. La silla y el comisionado rodaron por el suelo ante los ojos estupefactos de los empleados.

—¡Maldito seas! ¡Te pasas la vida sentado en esa condenada silla! —gritó Powell con una voz ronca, y salió corriendo de la habitación.