Habían transcurrido tres días desde que me encontraron allí tirado. Aunque había sufrido quemaduras de primer grado, no me sentía excesivamente mal. Puedo decir, incluso, que estaba cómodo.
Cuando Dalton vino a verme aún no podía hablar bien. Schwarm, sin embargo, fue a visitarme al cuarto día de mi hospitalización y todo fue mejor.
—Pronto estarás recuperado —me dijo—. Otra semana más aquí y luego a descansar… Tuviste suerte de que Clark te viera allí tirado y echase su chaqueta sobre tu cuerpo para apagar las llamas…
—Nunca he oído hablar de ese Clark —dije—. ¿Qué pasó con mi amiguete, el de la cara de payaso? ¿Saben su nombre?
—Por supuesto. Se llama John Schoober y lo tenemos fichado como un paranoico típico.
—¿Por qué? —dije en un susurro—. ¿Por qué creyó que Diana era una bruja? También yo lo creo… A lo mejor ustedes los psiquiatras tienen mucho que aprender de las tradiciones antiguas. Quizá sea ésa la única manera de poder explicar la enfermedad mental como trasunto de una posesión demoníaca…
Schwarm sonrió.
Hice unas cuantas preguntas y conseguí, con ello, ir atando cabos. Había sido el enano con cara de payaso quien asaltara a Weatherbee, cuando se dirigía conmigo al despacho de Ogundu y, presa del pánico, lo degollara… Después de avisar a Ogundu, el tipo se había quedado por allí, sabedor de que ocurrirían más cosas, desde luego…
Después, una vez se cerró la puerta a mis espaldas, entró por una ventana y anduvo al acecho, haciendo acopio de fuerzas para enfrentarse a la bruja que, en el fondo, era lo que hasta allí lo había llevado. Quería enfrentarse a ella. Hasta las últimas consecuencias.
Mientras tanto, mientras sucedía todo, alguien que accidentalmente pasaba por allí, un muchacho, se encontró con el cuerpo de Weatherbee en el pasadizo. Llamó a la policía y justo cuando llegaba un coche celular pudo percibirse desde el exterior que había un incendio.
Fue entonces cuando pillaron al enano con la cara de payaso, merodeando aún por los pasillos del edificio. Y cuando el sargento Clark me salvó del infierno. De las llamas.
Schwarm me contaba todas esas cosas. Me dijo, después, que les resultaba de sumo interés saber cosas acerca de Diana Rideaux y yo le conté exactamente todo.
—Muy bien —dijo Schwarm cuando acabé—. Es un caso típico de odio a la madre. Y de idealización de Dios, como figura paterna, en detrimento de la imagen de su propio padre, del amante de su madre y de todos los hombres, para los que no deseaba sino la destrucción… Y hay en este caso, además, claros componentes sexuales. Era frígida y, sin embargo, promiscua. Simbolizaba en el fuego la destrucción purificadora y, al tiempo, se excitaba provocándolo… Era, en suma, de reacciones muy coherentes, dentro de su insania mental.
—Que el infierno se la lleve —dije yo—. Era una bruja, sí.
Conté entonces a Schwarm nuestro encuentro en mi casa, antes del suceso, y… si, también le hablé, al fin, de Margery, y de mis sueños…
—Bueno, al fin y al cabo puedes sentirte afortunado por una cosa, Phil: nunca volverás a sufrir esas pesadillas. Los peligros reales por los que has pasado han servido de conjuro contra tus malos sueños.
—Ojalá sea así —dije.
Schwarm tenía razón. Nunca he vuelto a sufrir ese sueño, nunca más me ha vuelto a asaltar la imagen de Margery.
Pero tengo, ahora, otro sueño que va cobrando carta de naturaleza poco a poco. Sueño que cuando me voy a dormir me invade un frío intenso; como aquel frío que sentí cuando, paradójicamente, estuve a punto de quemarme.
Sé bien que se trata simplemente de un sueño; pero eso, tampoco en este caso, me sirve de gran ayuda. El frío es intenso, sí, y al poco, sin embargo, mi sensación se transforma en algo tórrido, abrasador. El calor me llena el cuerpo, hace que corra el sudor por mi rostro y, de pronto, veo otra cara. Veo entre llamas la cara de Diana; y oigo sus gemidos de placer al contemplar el fuego.
Entonces, invariablemente, despierto. Y también invariablemente, cojo un cigarrillo, pero no lo enciendo. Sigo tumbado un largo rato, tembloroso, estremecido; deseando fumar, pero sin atreverme a dar fuego al pitillo… Porque donde hay humo, hay fuego…
Y yo sigo temiendo al fuego.
Al final, me consuelo diciendo que ese temor mío no es, en el fondo, malo. Bien sabe Dios que tengo razones más que sobradas para sentir pavor ante el fuego. Y el sueño no es más que una consecuencia de esas razones; una consecuencia que me muestra las llamas como lo más espantoso.
Sigo pensando, no obstante, en lo que Schwarm dice: que para combatir una fobia nada mejor que enfrentarse a ella directamente, con decisión… Puede ser…
Debes combatir el fuego con fuego…
Ésa podría ser su máxima. Pero aún no me siento con fuerzas para asumirla. ¿Será verdad que si juego con fuego dejaré de temerlo?
Evidentemente, no me refiero a convertirme en un incendiario, ni mucho menos en un pirómano. No quiero hacer daño a nadie; y tampoco quiero que nadie me haga daño… Pero si llegara a experimentar lo que sienten los incendiarios y los pirómanos, sin causar daño, eso sí, quizá mis temores desaparecieran de una vez por todas. Y quizá todo volvería a ser como en otros tiempos, como cuando era feliz y el fuego significaba prácticamente lo mismo que el agua.
Quiero convencerme, en la actualidad, de que no temo al fuego en sí mismo, sino a la destrucción que causa; y a los hechos en los que, por su culpa, me vi envuelto.
Fuego. En realidad no hay por qué temerlo. No, siempre y cuando puedas controlarlo. Ése es el gran secreto, la forma en que lo veo. Controlar el fuego. El fuego es vida y es, también, muerte; y es por ello por lo que tan grande fascinación ejerce sobre los hombres. Nos gusta ver vivir el fuego y verlo morir, agostarse.
Acaso si tratara de experimentar con fuego una o dos veces, hasta este último sueño con Diana desaparecería… Pero mejor no… Debo ser muy cuidadoso. Aunque…
Supongo que por todo esto he escrito lo que aquí va tocando su fin. Y para que la gente tenga noticia de que sé muy bien por dónde me ando. Y para que ningún estúpido hable, sin saber una palabra, de los pirómanos.
Eso tiene sentido, ¿no? No es que yo tratara de confundir la realidad con mis sueños… Si tienes una mente lógica, siempre podrás establecer la diferencia entre un plano y otro… Porque vives y aprendes… Y vives y ardes.
A veces esta última frase me martillea en la cabeza. Como una voz. Pero no es una voz. Ya ves, lo sé bien… Sé perfectamente dónde estriba la diferencia entre el mundo de los sueños y la realidad. Y por eso acabo de tomar la determinación de combatir los sueños con mi realidad.
A lo mejor, esta misma noche.