Hace tiempo (y era en invierno) ella lo invitó a su torre.

Más tarde volvió a suceder un día de septiembre

que sangró a una parra virgen.

Hoy recibía de ella una carta

que lo llamaba a Venecia. El día y la hora de la cita

no quedaban a la expectativa como la otra vez.

Estaban claros. Se trataba en realidad de una convocatoria.

Sin saber por qué

se alzó en él una rigurosa sensación de amenaza.

¿Disminuiría ese sentimiento, se dijo,

si él mismo se dirigiera contra sí mismo? Pero de inmediato

(sin una afilada vacilación entre dos filos)

se le ocurrió que el color negro adelgaza la figura,

que adelgaza hasta la misma voz,

y que a Gordana le había pasado algo.

Cuando así aludía al mal pensamiento

y ennegrecía el sueño, oyó a su amigo Gemens

que le preguntaba: «¿Malas noticias?»,

y se oyó contestar:

«Se trata de un final de vacaciones, o de una noche de bodas,

o de un interrogatorio nocturno. De una impresión de aseguranza

o de castigo. Ni siquiera en el amor propio

podemos elegir. Hoy mismo he de salir de viaje.

Auricomam Italiam vadit. ¡Sírvase,

es un buen vino!».

«Yo preferiría aguardiente con pimienta».

«Las dos cosas están en el armario, sírvase. No sé

cuándo volveré, le doy la otra llave,

eche un vistazo, ¿de acuerdo?

Sé que temiendo hartarse rechaza usted

imagen tras imagen de modo tan incomprensible

como si llenara la soledad añadiendo sillas y más sillas. Pero aquí

basta con echar un vistazo. Quitar el polvo».

«¡Ojalá hubiera presentido lo que a usted le sucede!».

«Será esto: somos curiosos y de pronto

he aquí algo inesperado. Una impresión así

tenga tal vez el niño al encontrarse

por primera vez ante un despertador».

«¿Qué hará el niño?».

«¡Tendrá miedo!».

«Tal vez toque el despertador».

«Sí, si se acostumbra. Puede que luego tome el despertador

en sus manitas y lo lleve hasta sus orejitas.

Sólo que su miedo se multiplicará en un pánico

tan duro en matices. Tendrá que

decidirse».

«¿Qué quiere decir con esto?».

«Cada decisión excede

al que se ha decidido. Hasta el suicida

se acecha a sí mismo».

«¡Tal vez los niños tienen otro carácter!».

«Sí, los que reciben juguetes sólo porque

están enfermos. Por suerte incluso el final del camino

es invisible por exceso de cercanía».

«Simón, vuestro admirador,

regresó ayer de Acmin-Panápolis».

«Lo sé, ha venido a verme hace una hora, es estupendo,

sus pensamientos se mueven en castillos pero nunca los finaliza.

Lo que no quiere decir que debieran andar realquilados.

¡Aquí van las llaves! De lo contrario

se las entregaría ahora mismo en la estación o hasta en el tren.

¿Por dónde se perderá todo aquello

destruido por el sueño?

¿Me acompaña usted, amigo?».

Así que abandonó la casa «Al arcón de seis llaves»

con la sensación del poeta al que se disculpa esta vez

ante los animales, sólo para que

duela más ante las cosas.

Era la noche menos parte. El tren no salía hasta medianoche.

El plátano de Kampa era indetenible,

los siglos no acabados de narrar y la estatua de Orys

desde el final nunca estuvo en un rincón de yeso.

Por otro lugar un niño buscaba una pelota

y dos estudiantes empollaban Biología general. Dice el primero:

«La cohesión de las células no debe ser preventivamente coloidal

principalmente en el microscopio polarizador. La herida es sólo un concepto…».

El otro estudiante: «El límite entre la leche y el agua

y la espumosa estructura del azúcar, exceptuados los factores temporales.

La ameba, amiba, baja los párpados a toda velocidad

y éstos vuelven a enderezarse por sí mismos. Lingam».

Estudiante primero: «Oye, Juan, ¿no crees que

Susanita anda harto coñirronroneante? Decían que estará pronto

entre el balón y el correccional. Y en señal

de que le deseo sólo los nueve meses

doy tres golpes a mi bragueta.

¡Labiata! ¡Labiata! ¡Labiata!».

Estudiante segundo: «Noli masturbare circuios meos!».

—--—--—--—

Un poco más allá un caballito se negaba a avanzar,

de modo que la vieja, esa a la que una harpía chupara los senos,

agitaba un manojo de paja ardiente bajo su tripa

gritando: «Este cabrón

me hace siempre una ópera».

«Ésta lo echará a las salchichas, el banquete de los sármatas»,

se dijo un viejo transeúnte y continuó:

«Sí, si esto fuera el entierro de un ricacho, digamos,

con todo su séquito, réquiem cantado

y oficio defunctorum, ¿eh?

Sí, si se tratara del plenilunio de noviembre,

buen tiempo para el traslado de vino en toneles,

caballito, se te apreciaría, pero fíjate

en lo que arrastras, un par de ramas secas.

Mejor es ver las cosas desde lejos

y no sufrir. Nada de ísimoisimo».

El sello colgado caía con el derrumbamiento del sol.

Todo era aparente. Y lo que no lo era también.

«¿Oye usted?», preguntó Gemens. Y él sí los oyó,

los únicos verdaderos pasitos en chinelas.

Y por el puente de Judit pasaba santa Inés la checa

(Agnes virgo, fundatrix ordinis cruciferorum

cum stella et monasterii sancti Francisci)

y meditaba sobre qué sería de la alegría

sin el pensamiento de la muerte, qué sería de la alegría

sin el dolor. Las yemas de sus dedos

palpan aún hoy el pijama de hospital

que se coloca sobre los cuerpos de los pobres

con botones mal cosidos y bien descosidos.

Dice: «Estoy concentrada,

confío demasiado en que el muerto matará al muerto,

es la peste, hay cartas

de las que nunca recibiremos respuesta

por la lascivia de la peste: a veces me parece

estar asistiendo a una representación amateur

de la primera impresión

acompañada de movimientos del cuerpo sin alma

y de movimientos del alma que se esfuerza

en la silla de ruedas. Perdóname, Dios,

pero incluso por esto te ruego:

hace tiempo decía: por el momento,

y ahora digo: provisionalidad. ¿Me estoy repitiendo

o acabo de encontrarme?

No hay ni una sola palabra distinta. Aquí temporalmente

y luego eternamente, aquí por un lado el hambre

y por otro imposibilidad, esto es la travesía

de un escollo convocado; ¡ayúdame, Dios,

a ir con nada contra nadie,

y como mi sufrimiento no acaba de ser el mayor —

admite una opinión con matices de serpiente!… ¡Siento la tentación!…».

«¿Oye usted?», dijo Gemens.

«Por supuesto que un momento después ahogarán

a Juan de Nepomuceno, no sin ocultar lo

que había sido del trajeandante y de las cinco estrellas,

mientras que en las pastelerías estará todo vendido…»

Sobre el palacio de Valdstein se pudieron ver

manchas masculinas en la sábana de la luna.

Las sombras se caían cada una por su lado…

¡Gordana!… Un día la había amado… Al hombre le duele,

al poeta le hiere. Un día la había amado.

Pero ella quería que aprendiera a amar,

como si ella estuviera recién preparada,

que él no tardara en aprenderla de memoria.

Sólo que era partidario de la inseguridad…

Sólo que él no sabía que se nos juzgará

por quien amamos y no por quien odiamos…

¡Gordana! Siguió amándola. El hombre sufre,

y el poeta enloquece… ¡Pero aquella sonrisa suya,

pero aquella sonrisa suya a la vez

como con pesar, si la credulidad

pudiera acompañar al pesar!

¡Pero aquella hermosura suya! Hermosura deshermosada

(como creía la otra vez) en dos muertes de un solitario.

¡Pero aquella multitud de lugares invulnerables!

¡Pero cómo sabía estrecharse por los ángulos agudos

y tus celos construían después con ellos todos los muros del mal!

¡Y cómo te torturaron para el cuadro

y después te quebraron para enmarcarlo!

Hasta los sueños conocen la venganza de sangre… Y saben que los tuviste debajo

y dormiste sobre los sueños y por la mañana poco te había importado

yacer en la sangre… ¡Su hermosura!

Pero la hermosura sólo puede oírse bajo los dedos de la intangibilidad…

Y como tenía en la picota aquel viejo cartel:

«¡No llamo a nadie, admito a cualquiera!»,

se decía al subir al tren…

Si el poeta rechaza tanto la no llamada como la admisión,

querrán de él

que ya en vida viva en su estatua postuma,

a la que nunca llega… No importa… Pero ellos

siguen… Ya se han decidido sobre el busto del dios mutante

fundido en el descarnado bronce de excremento de caballo…

Antes de que el rocío circunde la mañana, real sólo en la oscuridad,

estaré allí, solo, como un noviazgo roto,

se decía entrando en el compartimiento

donde no había más luz que la penumbra

que permite una nube cincuentenaria…

Sólo cara a cara con lo inevitable

nada resulta ambiguo, se decía.

La luna se fue a su plenitud a la hora de los perros.

Hacia la una oyó cantar al gallo.

Gallo en la tierra, claridad en el cielo.

Más tarde se dejó oír una lechuza lechuzada.

Él abrió su cuaderno de notas Babyloniaca con la sensación

de una inmortalidad que no desprecia la transitoriedad…

Desde allí se veían todos los cuentos

con las preguntas de los niños… Al menor movimiento —

estaba allí el abismo

o el mar, y ciertamente la aventura

en edición de bolsillo de los ángeles

ilustrada por un pintor ambulante de todo

lo que se había dejado oculto…

lo que se había cantado: canta Carla Boni…

O lo que se había gritado: que en un coto cercano

el gamo había atacado a la mujer menstruante…

O era la esfinge: ese pasivo retroceso del pánico

ante sí mismo hacia sí mismo…

O eran unas ligas de mujer, las últimas en el infierno,

las primeras en el recuerdo…

O que cuando llegue el fin del mundo caerás consciente…

Y después sólo hay que abrir la puerta abierta

y entrar en el sueño…

Cerró sus notas y se durmió.

Primero soñó que incluso las rosas de los locos

las toca siempre alguien con mano incompetente…

Pero la promesa es ya futuro, y el porvenir es repetible.

Después soñó que alguien le había escrito

por las dos caras de la nieve de los Apeninos

y eso en el momento

en que una mujer se presentaba a su propia sombra.

Sí, susurró él, la hermosura sólo puede oírse bajo

los dedos de la intangibilidad… Pero existe el miedo,

existe el pánico ante una venganza de sangre y para llorar

sólo hace falta encontrarse…

Si lo primero no terrenal es un puñado de tierra al caer…

Contra la imagen de la vida marcha la realidad procedente del destino…

y va con un cuchillo…

Sobre todo cuando se acercan las vísperas. Pero la gente

hablaba de esto sin darle importancia,

bajo un techo incrustado de madreperlas,

con las lomitas perfiladas de mejillas… Mofletudos…

Estériles como Onán y la tierra…

¡Pero Gordana!… Recordó,

cómo en otro tiempo había querido ayudarle a limpiar los puerros.

Recordó la arcilla golpeada por la lluvia o la manguera

hasta las verdes ranuras vaginales… Respecto a eso

había que deshojarlo hasta lo chaval o lo adolescente

que se alza hombrecito… Y echarlo en el agua

para que no llegue a fecundarse…

«¡Date prisa!», dijo ella,

«cuando comamos», y lo dijo

como si para rezar juntara una sola mano.

Y añadió enseguida: «Querido,

el lunes cansado con gusto se torna martes… Abre

aún esta lata de conserva y no mires

los lirios dorados frente a la ventana…

Quédate siempre de espaldas al piano… Hay flores

que sacan la lengua a quien

ve la lengua en sus estilos…

Y en cuanto a los tajos vellosos o las flores,

eso sí, a veces pesan tanto

que con su peso rompen el tallo… ¡Ya sé qué quieres!

¡Quieres acostarte conmigo!

No quieres ser constelación de serpiente, serpiente

y cornezuelo conjurados, no quieres ser eternidad

a la pésima luz de los instintos,

no quieres estar en éxtasis, pero penetras…

¡Pero hoy no, hoy no! No estoy siendo para esto…

¡No quiero que me enganche la espina, qué va, hoy no,

dejémoslo para otra ocasión, para cualquier inexperto día futuro!».

Oyó cómo reía en ella la médula de Cressida copulante

y se dijo: «¡Mañana!…

Así que preguntamos qué será de mañana. ¿Qué pasaría

si el futuro preguntara?

¡No, no hay truco que pueda dar una respuesta!

Pero existe la fe de la estrella en todas las estrellas,

como existe en la serpiente la fe en no haber perdido las alas…».

De este modo la serpiente tiene las estrellas al alcance

y escogiéndose una en exclusiva se va despertando a medias

porque no sabe si debe creer con Dante

que Adán moró en el paraíso sólo seis horas…

Eso no lo sabe, ya que el tiempo es poco persuasivo

en el secreto de cada segundo…

¿Y la esperanza? La esperanza fue engendrada por la tragedia…

De la esperanza hecha realidad nace la tragedia…

Y qué fácilmente del vuelo caes en las redes,

ya que admitimos la camisa de fuerza que no atañe al cuerpo.

Y aunque la voluntad de este semidespertar tenga tres colas de león

no conseguirá nada… Otra vez hay aquí un dormilón

harto hasta el ayuno y ahora va a beber…

Beber el tiempo como llama atravesada de un salto.

Beber el espacio y el vértigo que cede el puesto

al lugar apolíneo nunca

¡Beber el olor del prado y de la flor de San Pallari!

Ya que esto lo soñó después

(como si fuera posible firmar el vértigo,

pero el vértigo no se puede firmar):

es un chiquillo perdido en las praderas

para observar solo, completamente solo, si no la flor de San Pallari

por lo menos los ranúnculos…

Ya que el chico musitó:

¿Cómo triunfarían las hojas si no se abriese la flor

en el extremo del tallo? Necesariamente tendrían

que crecer, y crecer el tallo

hasta acabar por invertir el firmamento

por llevar dentro un algo…

Este musitar del niño,

todo él vestido de veraniega compasión,

iba imitándose a sí mismo en la resonante soledad

que se aburría…

Esto no le gustó… Pronto le fastidiaron los ranúnculos

y recordó

que cuando florece el trigo los cangrejos son mejores…

Y aún se disponía a ir hacia el arroyo más próximo

cuando de pronto vio

que se le acercaban volando unas cigüeñas…

Eran cigüeñas y sin embargo todavía con nombre falso,

todavía con cabeza de serpiente, pero sin culebras,

todavía de modo figurado y sin embargo archicerca,

todavía algo entre el camisón de bodas y el de noche,

un poco usados (el suyo sobre el suyo),

todavía se acariciaban al incomunicable girar del sol,

sopesando de memoria el alma,

que se enfada con la sombra del cuerpo…

Sólo que la tumba sabe lo que quiere…

Y aquellas cigüeñas eran ya tantas como los pecados de la lengua

a la hora de la música de madera y el baile de las muñecas.

Venían rodeando al chico a toda prisa,

pero a la vez como si él tuviera que atrapar una víbora

con mano ajena para los secos días de Pentecostés…

Las cigüeñas daban vueltas

y confesaban la paternidad del color deshonrado,

posponían el luto ceniciento

que está dañado en sí,

y aspiraban a la belleza elevando las alas juradas

en busca de una avidez de sangre más noble que la innata.

Sin que nada las contuviera ya —

se reunieron en torno a la figurilla

formando un círculo inexorable

que se cerraba. Avanzaban,

avanzaban como esperando en la inmortalidad,

mientras la edad infantil está entregada a su merced.

Avanzaban, estrechaban el círculo, y la música

de sus picos, aumentando a cada presentimiento,

antes del martirio, en el martirio y después del martirio,

no era cortante sino punzante,

entremezclando puntos y rayas…

El círculo iba apretando, pero como si se tratara

de un beber del baile rechazado por la bebida.

Al principio el chico no creía que quisieran hacerle daño,

pero de pronto a una velocidad parabólica y entonces de fuga

empezó a gritar: ¡acaban, acaban conmigo, acaban conmigo!

Gritó esto y desde luego no sólo para sí mismo

y luego se rió… Era una risa de miedo,

miedo, que, aunque menor de edad, se convertía en la risa

que sufre los tormentos del purgatorio…

Del mismo modo el ángel,

detenido en su destino por un mortal,

se convierte de pronto en sobresalto como en la edad juvenil,

y el hombre le dirá: «¡Mocoso!».

¡Acaban conmigo! ¡Acaban conmigo!, gritaba el chico,

que despertado al espanto, inventaba su audacia,

cuando de pronto, arrancado de todo eso,

venía a mí como si fuera adulto…

Pero ese adulto muy tímidamente preguntó en secreto:

«¿Es esto un presente supuesto

o una irrealidad? ¡Y si encima nos damos cuenta

de que esta ausencia de lo real,

con todos los pretextos para el capricho

será alevosa!». Dejemos eso,

añadió el sueño…

Se despertó (según dicen, porque se le magulló el codo

en el respaldo). En la realidad del sueño

había querido coger una piedra contra las cigüeñas,

pero no había logrado siquiera agacharse a por ella.

Lo cierto es que había oído el tictac de los relojes y se había convencido

de que la pieza principal que pone en marcha

las horas se llama inquietud.

Y sabía: siempre es real la vida

cuando la poesía se contradice… o la música…

o el odio… Estamos junto al movimiento,

el movimiento de la muerte que corrobora el tiempo.

Emerger hacia la profundidad… Y después es

siempre una disarmonía irónica, un duodrama,

mientras que el destino el desconvincente destino haciendo la vista gorda

dice: ¿soportaré eso?, ¿cuánto tiempo todavía?,

¿o se trata ya de una resurrección?

—--—--—--—

Tras la ventana vio una nube que se iba de la lengua,

alguna roca gastada por el trabajo de una fuentecilla

camino de los flancos del paganismo,

alguna estatua detenida

para un feliz momento de rayo,

una lucecita en una cabaña

(mientras el viento en las viguerías del desván

columpiaba despacio un hato de frutas secas),

el montañoso silbar del tren que se fue allanando

cuando viajábamos por los campos de remolachas,

y después los Alpes (algunas montañas son tan asequibles

que hay que levantarlas)

y el movimiento de los glaciares copulantes que chasqueaban

al caballo sonámbulo en el valle de Rems —

y las morrenas, la mierda de los glaciares…

Salió hacia el vagón-restaurante. Y como no

tenía bastante presencia de sí mismo,

ya que se había quedado castigado en la escuela

por haber soplado al futuro —

captó sólo por el plafplaf de los segundos los retazos de las voces

que andaban ya con media moña:

«Just imagine!»… «Buveur émerite…»

«Pero eso cae por su propio peso; es

una perra, una rabiza, una pelandusca,

¡un coño hurtándose!»

«Vous avez du ragout de poitrine sur l’estomac!»

«¡Oh, sea mía!»

«Stranger?»… «Deusincontumaciam…»

«¡Y ahora venga un pastel: negritos en camisa,

pedos de monja, y una charla con almendras!»…

«—Du vin qui rappelle son buveur!»…

«¡En el séptimo sacramento y con esto se acaba con el Creador!»…

«¡Tombeau de la melancholie!»

«Por favor, ¿por qué los niños no podrían

comer a la luz de la luna?»…

«True, lady, I am tolerably drunk:

the proper inspiration»…

«¡Si pudiera y se me permitiera!

¡Pero si yo puedo y se me permite!

¡Si no pudiera y no se me permitiera!

Pero ya que no puedo y no se me permite!…»

«¡Viejo oinófilo!»… «¡Joven oinólogo!»…

«Disons deux mots á cette bouteille!»

—¡Lo que más me gusta es la prosa de Shakespeare!

—¿Y así que usté lee too lo suyo?

—Sí, en la silla de ruedas de la hiedra…

«How did you sleep last night?»

«¡Vaya, vaya! Esto ya solía decirlo el viejo Cezanito:

“Cela vient. Cela ne vient pas…”»

«Ella bostezaba. El hombre dijo: “Es como

en las carnicerías”. Y la mujer

enseñando sus almohadas vivas: “¡bésame

donde la columna vertebral acaba!”»…

«¡Esto es solamente rippopé!»

«¡No conviene meter recuerdos

en las esperanzas!, ¡dice el señor Novosilcov!»…

«Au fond des brocs…»

—Merdum valent omnia!…

—--—--—--—

Riendo apuntó en la servilleta de papel:

La chiarezza e il primo requisito dello scrittore —

y como no veía se susurró:

la mortalidad de todo no me asusta tanto

como la finitud ante la mortalidad.

Es como si el destino mismo fuera fatalista

y por eso se sintiera aplastado…

¡La nada vallada! Y, sin embargo, pasamos por encima.

—--—--—--—

A la medianoche siguiente se hallaba en Venecia.

El intestino grueso de la tormenta embutido de arroz

lo absorbió (como el que

de camino hacia el lago de día

llegara al mar de noche), lo absorbió

con la zigzagueante perspectiva de la electricidad desconectada.

Pero a pesar de la oscuridad encontró el hotel Los libros negros.

Cuando estaba a punto de dormirse

la mano de melusina se enfundó

el tubo de la chimenea, como un manguito de oficinista

y garabateó: «¡Tanto como has ansiado: ahora mismo, ahora mismo,

y en cambio, acontecerá cuando de ti no quede nada!»…

Todo ello por escrito, pero como si fuera oralmente.

Por la visión de un poeta puede llegar el eco

de cincuenta años antes de la destrucción de Troya,

pero hay que prestar atención al instante mismo

en que la locura sin fin

ofrece la mano a la esperanza eterna.

Ya que es posible que la locura

siga esperando, del mismo modo que a los ángeles

se les niegan las lágrimas…

El día y la hora de la cita en Venecia

no quedaban a la expectativa como la otra vez.

Estaban claros. Se trataba en realidad de una convocatoria.

El color negro adelgaza la figura

sobre todo en el momento en que está de espaldas al piano

para transformarse luego en el amarillo de Turner

y el azul de Trakl…

Cuando llegó no encontró a nadie…

Se apoyó en la columna del presente inexistente

y mientras pasaban por el tamiz de la luna

la escasa harina agusanada,

escribía en Babyloniaca: «La sensibilidad de la muerte

encarnada y por lo tanto mortal,

sufre con la inmortal rudeza del cuerpo…

Este año los árboles dieron ya fruto dos veces…

También las mentiras tienen ya tanto fruto

que la vida se hace insoportable…».

Pero desconocer la vida es desconocer el dolor.

No bien acabado de escribir eso llegó una niña corriendo,

una colegiala, con una carta: «¡Venga usted a Florencia,

lo espero! Siempre suya, hasta

para besar su mano…».

Notó la hoja en las coronillas de los dedos

como si el tacto fuera el primero de los sentidos

que se hubiera otorgado a nuestra Caída.

Sé que no es necesario dar impulso

al conocimiento para que destruya, se decía…

No, no es necesario hacer una colecta para la corona funeraria…

La alegría del cuerpo sin cuerpo busca el alma en el alma,

y las dos cosas niegan la finitud…

Antes de partir aún le dio tiempo a visitar cierto templo

donde bajo el dedo gordo del pie de un ángel leyó:

Rapit omnia finis

como si se dijera: ¡después visillos y se acabó la historia!…

Al poco rato estaba en Florencia, donde justamente

levantaban un andamio para la fiesta Scoppio del Carro,

mientras se apresuraba hacia el lugar convenido,

hacia la reja de la estatua cuyo letrero empezaba con las palabras:

lile hic est Arnulphus… Sí, pero,

¿qué hubiera debido hacer luego con la niña

que se acercó a él con el delantalito

bordado con su nombre: Luniana?

¡Luniana! — Al entregarle ella la carta

se le ocurrió que hubiera debido comprarle flores,

flores que no dejaba de ver,

pero que seguía teniendo a una hora de distancia,

ya que el tiempo de ella justamente aprendía a andar…

Pero cambió de opinión

y le compró una caja de bombones y dándole las gracias se fue

y no abrió la carta, digamos,

hasta llegar a Via Cherubini, allí donde

Beatriz se comió el corazón de Dante algo encogida

Leyó que lo esperaban en Siena…

Pero no habiéndoselo dicho a sí mismo no se oyó

y con desdeñosa advertencia vio

cómo una vieja muy maquillada subía

de la calle al cuarto piso un cesto

de verduras y un cordero muerto

que goteaba sangre y abajo un gato

la lamía hasta hacer rugir todo el blanco.

Per me si quis introierit, salvabitur…

Una nube, incendiada por un ciprés, iluminó

(Credette Cimabue nella pintura tener lo campo),

algunos copistas

(Ed ora ha Giotto il grido),

que con medio sarampión de kitsch

iban corriendo hacia el palacio Pitti

con un brasero y una lupa…

Pero de nuevo, a un pie del recuerdo, la vio a ella,

Gordana (pues qué: ¿misterio o enigma?),

huir de él, como tiempo atrás, de la biblioteca del castillo,

cómo huía, cómo huía, pero sus cabellos

eran más largos que ella, la huida y la música…

Y después su corazón dio un asalto a la sensibilidad

perseguida por el don profético hasta tal

espuma de odio, que hallándose en cierta arboleda,

él, amante de arboledas, de tener un hacha

hubiera empezado a marcar los árboles para la tala…

Siempre mintió, murmuró para sí, se acuesta con un lacayo

pensando en un príncipe, la consoladorcilla,

anda con otro, siempre mentirosa, el hombre tala el mayo

y la mujer tira la raíz, ¡mentirosa, mentirosa!…

preferiría morder tu tumba que entregarse a ti…

¡Mentirosa!…

Pero incluso la mentira es invisible —

y después los celos mano en mano de la vanidad

(el verdugo, el potro y el escribano de sangre)

te aseguran, con rabia y arrogancia,

que sigues siendo amado,

que no has dejado de ser amado, tú, único,

por supuesto tú, que, una vez muerto,

un científico detectará que desde la raíz del pene

la parte superior y la inferior

de tu cuerpo mide lo mismo: tres pies, como el Doríforo,

sólo tú, tú único, tú alguien,

tú poeta, tú que dejas

la rama encorvada de dios a dios,

y con ello el verso susurra —

tú que acabas en el tiempo y empiezas en lo imposible

tú, claro que ya no tan joven, pero tú,

tú-yo, tú-ella; pero claro, primero tú-yo,

ya que ella, la puta, la envainada,

los sesos recubiertos, la pelandusca,

cierra el libro antes de leerlo,

el libro que aún no has escrito…

Más tarde queriendo ver Florencia bajo sí,

como quería verlo todo bajo sí,

y como si quisiera ver aún los subterrestres —

y como hace tiempo iba por ahí la peste,

una peste común, sin fantasía,

visitó Fiésole, y allí, al apócrifo gorjeo de los gorriones

comprendió que se engañaba a sí mismo

y que incluso la autodestrucción puede alimentar el orgullo…

Y no preguntándose qué clase de sol se ponía

(digamos: en la lengua de los etruscos), que sus palabras

arrojaban unas sombras tan largas,

sacó el horario de trenes y se puso a hojearlo…

Éste es el cuarto de hora que necesitó Bach

para afinar su espineta. Ésta es la media hora

tras la cual nuestro peregrino partió para Siena…

Siena. En el lugar de la cita

no estaba ni la niña-mensajera…

En la valla de madera había una tarjeta

(retorcida o equidirecta),

pero era una tarjeta fijada con una chincheta advirtiendo:

«Le escribo por las dos caras de la nieve de los Apeninos…

Lo espero en San Gimignano. ¡Se lo explicaré todo!». —

Arrancó la tarjeta y la rompió,

como si se dijera que el dolor no sufre…

En el fin del mundo hay sólo tablados…

Comió un poco en la hospedería de Guido Pieri

tras equilibrar con papel higiénico la mesa que se tambaleaba…

No sabemos por dónde estuvo rondando luego, lo que sí se sabe

es que al mediodía visitó la casa de santa Catalina.

Lo acompañó allí un doctor en Sagradas Escrituras,

que al sudar tenía la cara grasienta

de Mussolini…

Pero el peregrino, recordando las palabras de la santa:

Tutto passa, rezó y alrededor de las dos

salió hacia Poggibonsi, ya que desde allí quería ir andando

a San Gimignano… Y de hecho fue,

o mejor dicho, se arrastró diciéndose: ¿Tengo que ir a la zaga

donde he sido invitado?

¿Y a la zaga de la que tiene zapatitos de siete leguas?

¡Desvarío, por mi presente, somos contemporaneidad!…

¡Toscana! Tosco, toscano. ¡Tosco veneno!…

¡Viña! ¡Arroyo Elsa! Iba deteniéndose,

examinando los postes de la parra, los guijarros,

las ramas (hay una diferencia entre una rama y una rama con un grillo),

se entretenía adrede, y eso

como si la pasión sin el valor

fuera decepcionando a la misma muerte…

Sólo que es algo completamente distinto:

una pasión así quiere que la muerte olvide

que incluso la pasión está completamente sola.

¡Oh vida, antes que ser misterio del alma

prefieres ahuyentar la pasión con el silencio!…

Un campesino, al pasar

(había vendido bien y lo remojó con vino),

se fijó en el hombre que se tambaleaba.

Así se tambalea el que ha encadenado

su fervorosa esperanza a las columnas de cera de la fe…

Y ese hombre lamentizaba: ¡Si ni siquiera es hermosa!

¡Mitad muertehembra! ¡Mitad muertevarón!

¡Hacer con eso un busto! ¡Ánimo, pues!

Animo, ¿para qué? ¿Piensas

que la esperanza podría pasarse sin él?

A no ser que previamente hubiera elegido el odio… ¡Ah,

poder estar ocioso, quedar endeudado! ¡No

ir contra sí mismo! ¡Destruir la conciencia perpetua!…

¡Venga acá el juego al no-escondite!… ¡Ah,

poder estar ocioso!…

¿Es la muerte quien impide al hombre el ocio?…

—--—--—--—

¿Cómo podemos llorar y hablar a un tiempo?…

El aldeanito lo invitó a subir al carro y le preguntó

adónde iba. El peregrino señaló

la invariable ondulación del paisaje,

sin pensar que con ello separaba los pliegues de su abrigo…

Y cuando el aldeanito le preguntó por qué lloraba,

el peregrino dijo: Porque tengo las lágrimas…

Estas lágrimas le impidieron ver luego San Gimignano,

adonde pronto llegaron. No vio las torres

cuyos nombres más tarde le escribieron los niños

en Babyloniaca, no vio el carnaval

desde la ventana del hotel El león,

no vio la apetitosa nieve de los vistos Apeninos,

ni vio a la niña, que se llamaba Marie marie,

del mismo modo que la oropéndola se llama Oriolus oriolus —

no vio la carta que ella le entregó,

pero del modo más vulnerable, más tarde,

gracias al estilo desornamentado y a una vela moqueante,

descifró unos garabatos invitándolo a Volterra…

Una tentación rechazada no niega el calendario,

aunque se trate del calendario del infierno… Después

hace falta que la criadita le planche enseguida la camisa,

de cualquier manera, y sólo

para romperle el hueso

ya que tenemos prisa, ya que sólo la mortaja

no se plancha… Ya que hay superficies,

superficies andantes… Ya que hay superficies a la hora de vestir

al muerto… Ya que hay un destino que orina por las bocas…

Ya que hay conjuros que han dejado humo.

Ya que existe tanta realidad desesperadiza,

que el fantasma se ha convertido en esperanza…

Ya que se trata del estreno ¡estamos apurados! ¡Queremos

hacernos con el quid de la cuestión! Play till he comes!…

Y así que entonces el autobús… los bosquecillos,

su espalda azotada por la peor curva,

el mejor polvo y un buen desaparecer,

la sarna del horizonte ya está a punto

de apoyar su imagen

en los secos días de Pentecostés,

pero incluso la nube saliendo a lo ancho

de la posada de la tormenta,

los pobres olivos, y el alcohólico

que yace debajo del olivo muere —

el jadeante registro rojizo del claxon,

radiador testarudo, voces (como en la jerga de los ladrones) —

pero al hablar de la Naturaleza sólo brevemente:

es la pierna del árbol, zancadilla del bosque…

¡Volterra! ¡Al fin un lugar

donde parece que la compasión no tuviera experiencia!

¿Qué clase de no marco colgar en este cuadro?

¿Qué prometer al pecado, para que se modifique,

si realizamos sus deseos?

Y si con cada movimiento nos vamos

y con la inmovilidad permanecemos para los asesinos —

¿Por qué no estar excesivamente en camino

hacia el clemente estío de las mujeres?

Pero aún asegurándose así,

acudía a la cita como una estatua

que se resistiera objetando

que iban a romperla,

o bien como un doble engañado por su uno irreal.

Junto a la estación de gasolina (¡le faltaban

por lo menos treinta pasos para la fuente convenida!),

una chica le salió al encuentro y en el aire

perfumado por la tierra del océano

le entregó un sobre vacío…

Hay tanta realidad desesperadiza

que hasta el fantasma es nuestra esperanza…

Pero ya sólo por medio del espíritu

se le quitaría algo de transparencia

al invisible…

Perdida la esperanza, rehusó la curiosidad…

La curiosidad que sopla en chamizos de reproches solitarios,

de reproches amenazados en último término

por su propia seducción…

Vio de pronto que ya nunca llegaría a contemplar

a Gordana. ¡Lo vio!

Porque lo trágico

está más alto… incluso en el abismo…

¿Y a qué época te remontas?, preguntó a la niña entregante.

¿Y cómo te llamas? ¿No eres siempre la misma?

¿No te repites? ¿No eres Elena Cornaro?…

No comprendió… Y luego, como si mordiera el rocío, dijo:

«¡Alka!». —¿Y a qué época te remontas?

preguntó él… «¡Nunciata!», dijo ella.

y como estaba descalza le compró unos zapatitos

y más tarde, en la pastelería, ella comía y bebía

por la vida hambrienta de la rosa… Él le dijo:

—¿Así que entonces eres tú: Livia Cardinale?

«¡No, yo soy Luniana!», dijo tajante

y como de un virginal…

—Por supuesto el cuadro sigue siendo una posibilidad,

y eso es lo que tú no comprendes.

«La obertura no canta», dijo ella,

«huele por oler».

—Encontrarás enebro donde busques helecho, dijo él.

«Hace falta coserle ese botón», dijo ella.

—Lo venderemos como chatarra o lo llevaremos a un museo,

dijo él para que ella se riera.

Pero ella dijo:

«¿A ver si los poetas también lloran?».

—¿Por qué lo preguntas, Isabel? (¡Tú, Luniana, Marie marie,

Alka, Nunciata, Elena Cornaro!)

«Pero», dijo la chiquilla, «solía venir a nuestra casa

uno que versos escribía,

Tibaldeo de nombre, y él siempre se reía.

Y una vez acercándoseme dijo:

“Cuando seas mayor te comeré, ¿sabes?

te comeré de puro amor…

¿Era de veras un poeta si se reía amenazando?».

—¡Lo era!

«Bueno, pero yo pregunto si los poetas

también lloran, si lloran de verdad,

de modo que las lágrimas les resbalen por las mejillas hasta la barba,

cuando la tienen. Y cuando están afeitados sin razón,

¿les caen las lágrimas hasta los labios

o confluyen en la barbilla para caerles

por el pecho, lo que significa

que no llevan camisa? ¿O bien la camisa es indispensable?»

—Suelen llevar camisa, Isabel, pero desabrochada por arriba,

porque sufren de tensión alta…

«Este poeta que solía venir a casa

hablaba de alta tensión.»

—¡Exactamente, no mentía, Isabel!

«Bueno, pero ¿por qué llora el poeta?»

—Puede que no se le permita contestar

a cierta pregunta, cariño.

—--—--—--—

Cuando la acompañó a casa (a una calle

no muy lejos del palacio de los Inghirami)

y tras confiarla a sus dieciséis años de senos,

se fue al bar In contumaciam

En el mismo guardarropas oyó decir:

—Parece que el cielo está hoy de mal humor, ¿eh?

—Sí, pero eres tú quien desde hace ya dos días

no obras… Pué ser,

¡el control no es desconfianza! —

Y, apenas sentado, ya lo abrazaba un individuo

que quejándose mascullaba:

«Saben, amiche carissime, a mi mujer,

por eso estoy aquí, se le saltó la razón,

¿entiende? Se hizo un rasguño con el clavo oxidado de una novela…

Ella misma puede que no sepa…

No sabe que estoy hecho de pan

con un hundimiento total en agua del carmen…

No deja de buscar pasta… Solía esconderla

detrás del reloj de pared, en el molinillo de café,

en el forro de la goma, pero ella siempre la encontraba…

Ahora la tengo escondida en el culo… Y como ya dicho,

yo sé, sé que lo mejor sería cagarse

en la mierda aún caliente de Cleopatra…

Señor, no se agrie usted, ¡aunque hayan sembrado neguillas!

Yo soy actor, estoy frotando los ojos a la pasta…

Conmigo siempre hay cambio. Soy piedra de toque…

Pero encontré un pelo en el queso…

Me quedé con el pelo, su pelo,

el queso lo tiré. Una posibilidad de recordar.

Desayuno a la inglesa… Corza… Die Frau der corzo…

Manchador de su propia respiración… El vello de la mujer

priva al hombre de cabello, ¡fíjese en mi coco!

¡Lo enseñé a leer! ¡Ay de mí!

dígale al ganso que es una vaca. Al punto se pondrá

a babear… Ella es una rosa, pero

la espina la tengo yo… Y cuando la tomo

para un probando, no deja de decir a la vena de mis lomos:

hoy no podrá ser, cariño, ¡tengo estreno!…

… Y pues, señor, ¿a quién

se debe mi avidez,

a una monja o a una puta? Ella es

la rosa, pero la espina la tengo yo… Hace veinte años

que vive conmigo in sterilitate… Estafado

por el destino… Mira, a mí no me gusta mi nombre,

qué calor hace, concho, tú,

vámonos de paseo, achuchemos

el asfalto con nuestras huellas

y éstas, de todos modos, desaparecerán… Mearse en eso,

¿pero qué pasaría si el mar

no quisiera ver el agua? Si bien aquí todo

huele mal, como la orina de la mujer menstruante, justo donde

al mar le apestan los pies… ¿Tengo que devolver

o bien vomitar? El hombre tiene que

decidirse… Señó uté e poeta,

uno tiene que decidirse, el problema es el estilo…

su nobleza… Tengo pues derecho a gritar.

Tengo derecho a gritar: ¡¿Ahórquenla?!

Y si se escapó, señó,

(¡el que en la familia no tenga putas

que borre lo escrito!)

tengo aquí su imagen, su fotito.

¡Pues que ahorquen la fotito! Y miá,

a que es una mañana vespertina, ¿eh?,

uté buen chico, ¿verdá?…

Si yo estoy hablando e la tradición».

—--—--—--—

Y cuando luego, como si fuera un espejo retrovisor,

arrojaba injurias sobre su vida toda

con su destino, al que olía mal el alma desde el estómago,

y se fue en trajeandante derechito al zinc —

se dijo el peregrino:

«Y dale, otro con el edicto de libertad religiosa para los instintos,

y dale, otro, cuyo luto de vacaciones viene

sólo de optimismo. No lo hubiera humillado lo más mínimo

tener que besar al galgo entre los ojos

y al caballo en la pezuña…».

El vino era pelirrojo, la música lejana, algunas parejas

bailaban como en la menor amarra,

pero archioscuramente. Tanto más bullicioso resultaba

el elogio que en el rincón opuesto se hacía

de una mujer. A medida que iba retrocediendo al primer plano

se ponía en evidencia

que se trataba de una actriz famosa… En torno a ella

unos viejos iban chupando el regaliz de la concupiscencia,

y un joven prostituto, un joven del tercer sexo

cuyo nombre empezaba a sonar como

cimbalista de Tavosreta, la cortejaba

sirviéndole coñac. La luz

a quien dolía la espalda del humo, por dondequiera

que la desmemoria se hubiera reservado el gobierno,

doblaba el aire… Pero eso es una tragedia

que va destruyendo a la indiferencia… Y a veces engendra alegría…

¡Carla Boni! Otra,

cuyo optimismo de vacaciones

está hecho sólo de tristeza… Por supuesto… La desesperación

que cabría en un gorrión

sería sólo pena de gorrión…

—--—--—--—

¡Hay que olvidar!

Olvidarlo todo en un bosque de otoño… o en sí mismo…

Pero incluso el olvido y el sueño

son conciencia perpetua

Es inhumano… Es inhumano por amor…

Uno ya no pregunta si eso sobrevivirá…

Eso tiene generoso estilo de sudario en abreviatura,

de un sudario, que estuviera sólo en shorts,

mientras la lavandera de las abreviaturas

no escatima a Acheronte…

¡Acabar eso, acabar pues!

Pero la muerte no es un monólogo, monólogo,

¡aquel error de suicidas!… ¡No llegarían a descifrar su propia letra

ni su propia palabra!…

En momentos así hablamos con una voz

que sólo es un lindero consentido por el abismo…

En cuanto a las cosas, como si éstas se esforzaran

por salir de sí mismas. Algunas

lo consiguieron… Y después

estas extracosas se contradicen con la reflexión

y rigen la distracción, y eso justamente

si contravenimos los hábitos del alma

llegados al alcance del oído del cuerpo,

y si velamos

con lo que nunca hemos soñado…

De este modo, de pronto se revela el cáliz imposible,

demostrando qué es la nobleza

derribada en cristal;

así, de golpe, se verá

que ante todo confiamos la fragilidad

a las destructoras fuerzas del perecer…

¡Gordana!, se decía. ¡Matarla!, se decía.

Pero no sería fácil,

ya que voy demasiado contra mí mismo…

—--—--—--—

Pero a Gordana la buscó luego hasta en Pisa,

donde el mare vidit et fugit…

—--—--—--—

Al día siguiente, de regreso a Bohemia,

se detuvo en Mozartburgo,

donde la inexistente tumba del genio

pregunta a nadie por nadie…

del mismo modo que la vida nos pregunta qué es la vida —

y esto justamente en el momento

en que nos preguntamos a nosotros mismos si vivimos…

Luego cayó la noche…

Y precisamente aquella noche el peregrino durmió profundamente…

Qué le importaba Venecia con su

Rapit omnia finis —

qué le importaba Siena con su

Tutto passa —

qué le importaba Roma con su

Plaudite amici! —

qué eran para él el dedo de Fausto y el anillo de Helena —

qué era para él Europa

jugando a los dados ¡con las reliquias de los santos!…

Todo era sencillo;

la chica se llamaba Oriolus oriolus,

del mismo modo que la oropéndola se llamaba Marie marie…

Pero ni la risa hacía falta,

cuando cierto desgraciado reclamaba la tragedia

por miedo a su propia claridad…

No se necesitaba ni preguntar

si de edad nos llevamos una enfermedad cuyo nombre conocemos…

No era necesario susurrar que aquí lo primero no terrestre

es el terrón que cae sobre el ataúd…

Tener razón… Desconocemos el fin del principio por nosotros mismos.

Sólo Dios vela sobre los niños, los locos,

los poetas y los borrachos…

No creas que el destino está dando golpes… ¡Ni con doscientos martillos!

No hay un ser más silencioso para que seas de veras.

Y así sólo a las once de la mañana

lo despertó la portera del hotel

que alguien lo llamaba…

Pero antes de que bajara al hall

la conferencia se cortó…

Por la tarde salió a vagar por las calles.

Hacía bochorno, aunque sólo era amateur,

pero hasta las nubes estaban más bajas

que el río seco… Quoi de neuf?…

Es cierto que ya únicamente la angustia va contra el tiempo…

Quid plura?… Es cierto que únicamente la angustia

va contra el tiempo…

En la placita La viola pomposa

quiso mirar la hora

pero en lugar de torre había allí una casa inacabada

y césped a medio cortar inútilmente despreciado

por la valla apenas empezada,

que sólo más tarde alcanzará

las muelas ostentosas, las muelas del juicio…

Después oyó el grito de los niños…

Siempre le gustaron los niños, ya que el hombre

no supera el misterio

a través del misterio de sí mismo… Le es fiel…

Cuando oyó el grito de los niños,

se dirigió hacia el campo de juego… Y allí La vio

Primero como si sintiera algo de rechazo… Pero era esto

sólo un retroceso de la lejanía al encararse con la cercanía…

Y sólo el aire detrás de la nieve

hubiera sido más joven que su cutis…

Por poco admitió

que se tapaba los ojos con la mirada de la mano…

¿Qué utiliza como señal

en el libro a medio leer?, se le ocurrió

cuando al saludarlo ella lo ofendió ofreciéndole sólo dos dedos…

«¡Vamos!», dijo ella.

—Aún quisiera despedirme —dijo él.

«¿Cuánto tiempo tardaría?», dijo ella.

—Sólo el de dar el primer paso, quise decir…

(1956-1963)