Vertía el sol su alcohol sin azúcar
y lo anotaba con una piedranada
en la piel de los segadores…
La prisa, que sin decir palabra hablaba
con el silbido del dalle y de las máquinas
y el chirriar de los graneros
que se precipitaban por el horizonte como una tormenta campestre,
se ocupaba sólo de sí misma…
Después fue un caballo
que pisoteó un nido de avispas
y lo picaron hasta matarlo.