El que está lejos, ése, para el corazón de las mujeres que aman,
es el espacio y tiene por ello algo de estrellas, de árboles, de ríos.
Pero es suficiente que un murciélago se ponga a volar cerca de ellas,
y ya se cubren el bajo vientre con las manos…
Reales, tienen miedo de la realidad: «¿Así que has vuelto?».
Y conociendo bien la sensibilidad del hombre, que alimenta a las piedras,
la ahuyentan mientras pueden,
aunque después, al huir, tengan que
atravesar en secreto sus propias fronteras
con los diamantes cosidos en el bolsillo de su sexo…