La esperanza en el hombre, por ferviente que fuera,
no hizo a fin de cuentas más que lanzarme
bajo el poder meramente humano,
es decir sin Dios… Debo, pues, ser
y he sido ya castigado,
tanto más cuanto incluso he engañado tal vez a otras almas…
Remordimiento tras remordimiento
germinan torturantes en mi corazón.
La serpiente de la ironía hace vibrar su lengüecita
tan desigual en mordeduras iguales.
Pero el dolor es preciso.
Si en otro tiempo sentí el placer del mal
hoy no soporto una masacre tan frecuente
que resulta invisible.
Si en otro tiempo me aterraba la costumbre
omito expresamente todo lo que hoy he visto
y que la libertad, por una vez, tenga espacio
para aquello que la esperanza quiera colocar ante él…
«Dórate la mano», dije a la desesperación,
«y arrastra hasta aquí por los rojos cabellos
la música y el vino, aunque se trate de una fuga…».
Pero Leibnitz se equivocaba… Ni la embriaguez
escapa a nuestra voluntad…
¿Cómo, pues, vivir? ¿Cómo vivir,
si aquí apenas respiro,
en tanto que a mi muerte no se le ocurre siquiera
consultar el calendario?…
Para que se equivoque basta querer a través de ella.