El sol caía sobre el estercolero
como la lámpara de oficina
que antes de apagarse lanza aún desde lo alto un resplandor
sobre la pobre acacia de la calle…
Junto a la fuente del pueblo había una chica.
Era hermosa. Me puse a hablar con ella.
Parecía como agradecida, cada una de mis palabras
era para ella una invitación a no ser solamente de este mundo.
No sabía nada, ni siquiera que la desnudez
puede permanecer hasta tal punto vestida
que solamente los trajes la desnudan.
Se reía y jugaba con el anillo y tosía un poco.
Y siendo lo cotidiano tan misterioso que acababa por no ser,
necesitaba que la besaran para ser aún más misteriosa.
Pero cuando más tarde le pregunté
el camino hacia el pueblo más cercano
me dio una dirección equivocada…
En verdad: la presencia no es sólo del presente.