Desde la mañana te dejaste llevar por el canto
y es posible que a este canto tuyo,
alguien no íntimo bailara y, encantador,
bailara dos o tres bailes
aunque equivocaras las palabras…
Y encantadora era también la lluvia en el eneldo,
y encantador era también el gorrión
siempre tan grande como en tiempo de los faraones,
y cariñoso era también ese tipo
que pedaleaba por el mojado camino de ciruelos,
para después, como sin motivo, bajar,
apoyar la bicicleta en el depósito de cadáveres y desaparecer…
Tú, sin embargo, seguías cantando: viste la aparición, no la revelación,
tuviste una ilusión, no una visión,
en el profundo primer plano todo era humano,
no se necesitaba completar lo que faltaba
y aún menos consumar (como dicen) el destino…
Y con todo, precisamente en un momento así,
cuando el canto es plenitud de plenitud de vida,
de pronto nos enteramos de que se ha casado
nuestro primer amor…