Vagaba por el lodoso dique del vivero,
cuando de pronto oyó una voz, una voz en el lenguaje de las vírgenes:
Nigra sum sed formosa!
Y vio a Atenea,
en el momento de prepararse para la batalla delante de Troya,
se quitó su femenina túnica talar
y se puso la falda corta
de modo que al mínimo movimiento
pudo ver su línea infernal…
Como su corazón no era medroso y su deseo sólo prudente,
por lo que empujaba a veces hasta una gran tentación,
para qué contentarse con un indicio —
miró sólo allí y se deslizó en el vértigo
tras un zapato de barro…
A las anguilas, desde luego, les gusta la grasa humana…