En este rincón que a su mismo aislamiento
hace ya tiempo predijo el desierto,
hay aún algunos árboles y en los árboles un par de herrerillos
que gritan: «¡espina en ano, espina en ano, espina en ano!».
Gritan esto a un ser fatigado o indolente,
que va y viene con un libro en la mano,
y que mientras está pensando en
qué habrá hoy para cenar, murmura:
«¡Nunca he pensado así, nunca he sentido así,
esto nunca lo he dicho!».
Sócrates, leyendo a Platón.