Cuarenta y cinco años… Esperaba
la prometida visita de los amigos, pero nadie ha llegado…
El carro del vino, tirado por la yegua del conocimiento incesante,
se ha detenido además frente a otra casa
y ya no me queda sino emborracharme
con vinagre nauseabundo… En vano me consuelo
pensando que hasta el espíritu más puro vive en el abismo,
y yo, tentado hace ya tiempo, soy puesto a prueba ahora…
Veo por la ventana las colinas herrumbrosas como la tormenta de Berún…
Sobre el punto de rocío de mis ojos
ladran los perros sordamente, cada perro desde un pueblo distinto;
la lechuza beberá el aceite de la lámpara eterna
y el viento es tal vez un vano mediador
entre el aliento y el espíritu…
Una cosa, sin embargo, es cierta:
el arte allende el mar, la muerte tras la puerta…