Abajo: el lugar del incendio irguiéndose en tratos con la helada.
Arriba: el sol, que como antaño sobre el antiguo Egipto,
no es más que una pequeña bola de estiércol ardiente.
En medio: no la agonía, sino la desaparición de los mortales.
Y sin embargo ninguno de ellos
se asusta ni blasfema.
La indiferencia ha alcanzado ya una edad tan suya,
que le basta en su reposante vejez,
sin voz, sin movimiento, sin respiración
y que (arrogancia inversa) ya no considera ridículo
ni a Byron que, después de afeitarse,
se frotaba la cara con salitre de Ortler…