¡Año, año cuarenta y cinco!
Año de la estrella que apareció
de modo tan súbito que incluso el astrólogo
vivió sin tiempo
su aparición en el tiempo.
¡Rusos en Bohemia! ¡Rusos!,
¿qué sabemos de eso?… Poco, nada.
Cuanto se debe a los cometas,
sólo más tarde sucederá.
Era a finales de agosto. El bosque me invitaba,
incluso la piedra, junto a una escena de bruma.
El soplete de los grillos trabajaba
en los rieles hasta el otoño.
En algún rincón de Bohemia hay una aldea de montaña,
soledad cuyo puro trazo
rebasa con la luz cuanto hace que te asuste
el diseño de las células cerebrales.
Me gusta este rincón y el pueblo de los acianos,
el lago con la tímida emoción de las burbujas y las libélulas,
que padecen la enfermedad de Basedow.
Por dos días acaricié allí los bosques,
yendo como un doble, encarnado en dos amantes,
pero estaba solo y oscilando
bajo la siempre grávida libertad.
Al tercer día llegaron ellos,
los soldados del Ejército Rojo. ¡Qué día!
Relinchar de tanques, cuarteto de caballos
y cañones en celo sin semilla
y barullo de coches que en el polvo silba
siempre en cinco notas negras
a un redoble de tambor
la risa de a pie que va delante,
y las caras de aquellos que no hace tanto tiempo,
como un viento meteórico,
cayeron en dirección a Praga en el célebre vuelo
que venía ¡de Berlín y de Dresde!
Ahora, aquí, entre gritos y cánticos,
y bajo el aliento de pulmones sinfónicos,
acamparon para hacer maniobras,
y aquí se quedaron más de un mes…
Pronto encontraron en mí un hermano
y yo a mi vez hallé en ellos hermanos…
«¿Poeta? ¡Salud!». Y en las escuelas empezaron
a recitar de carrerilla versos de Pushkin
y de Mayakovski y de Esenin,
enlazaron después con Pasternak…
había en ellos alegría, había en ellos sombra,
que no se acepta tan fácilmente,
pero todo era espontáneo,
y en todo había experiencia,
pues ya en la sangre hay siempre fuerzas
para celebrar toda la vida.
Y contaban… ¡Qué error
ver en ellos menos o más de lo que son!
Es como si empobrecieras el juego de los niños
con tu malicioso juego.
Sin haberlos presentido en su inquietud,
me daban para más de cien libros…
En mi complejidad
cayó su compleja simplicidad.
Y comprendo que para el futuro
son no sólo testimonio sino también mensaje…
Que se oiga, pues, ahora mi ferviente cántico,
y tú celébralos con ferviente voz: