Anochecer de otoño, devaluado por el arrobo de los enamorados.

Y en casa del poeta que envejece, el cristal de la ventana

estallado en araña por una piedra,

y la quemazón de las velas principescas

que hacia medianoche sustituye un quinqué

cogido del establo…

Hasta ahora a él siempre le bastó algún poco:

una punzada en el corazón, como por el florete de una forma prohibida,

las patas de la lluvia, que pisotean la parra virgen,

un rayo de sol disfrazado de puntos ciegos

en el corpiño de los trajes femeninos, un intermezzo de curiosidad —

de modo que, incómodo para solemnes recuerdos,

se encontrara directamente en la infancia…

Incluso hoy, tras notar el hollín migratorio, está en él.

Sí, incluso hoy, y, sin embargo,

siente que todavía nunca ha besado una botella vacía,

a no ser que haya tenido delante de sí otra llena.

Y un tanto aligerado y luego atrevido

y demasiado impaciente cara al momento

para poder ser pesaroso cara al tiempo,

se acerca a Dios con la injusticia del niño

que va a Dios a través de Dios,

ya que como hombre, que conoce las sinuosidades de la serpiente,

debería antes arrodillarse…