Él, duro, duro tal vez sólo porque
no había cerca roca alguna.
Él, presente por la naturaleza, que no le importa,
y esperado por la ciudad, donde la fealdad de su rostro
podría ser llamada belleza,
por reflejarse en una emocionada libertad
que en vano irían retardando…
Pero él, él en sí mismo sin sí mismo,
él, que llevaba una vida santa más larga de lo que debía,
una vida santa, que ya se había convertido en costumbre…
En el momento en que parecía que aún un poco más de felicidad,
y habría muerto — llegaron los nómadas.
Le rompieron los dientes y se liaron a palos,
cuando esputó el puente de oro.
Luego le afeitaron los genitales,
le pegaron alguna sanguijuela en el ano,
le retorcieron los testículos, le cosieron los ojos con canutillo
y lo despacharon contra el sol…