El cuchillo en el corazón

¿A quién le gustaría aún aquí volver a mentir

y fingir que el amor no hiere?

De las orejitas de las chicas, apuñaladas para los pendientes,

queda sólo un pasito para el brutal remangón de la camisa de oro

y Lucrecia y Dante

(ambos falsos en su voluptuosidad,

por pendencieros debido a una virtud, que humilla)

buscan luego en vano el asesino ideal…

¡En vano! Ya que hasta el puro asesino del lugar,

que tras la consumación moja todavía el dedo

en la sangre vertida para cerciorarse

de que está verdaderamente caliente,

como un perpetuo hermano de Caín

confía también en su suerte: que nadie lo encuentre

y nadie lo mate…